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Para quitarse el birrete

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Viernes 24 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono XII «La bella molinera»: OSPA, Clara Mouriz (mezzo), Juanjo Mena (director). Obras de Ravel, Montsalvatge y Falla.

Penúltimo concierto de abono de la temporada regular de la OSPA, en busca de concertino (hoy de nuevo Aitor Hevia) y el regreso como director invitado del vitoriano Juanjo Mena (1965) con un programa que el público agradece por ser de los que la formación asturiana tiene interiorizados y de vez en cuando conviene volver a airear, esta vez junto a la mezzo donostiarra Clara Mouriz, a quien descubrí en 2013me dejase buen sabor de boca hace ya 7 años.

Con una entrada muy pobre en el auditorio, la ciudad cercada por las Fuerzas Armadas y la música militar de la Legión (cabra incluida) al lado, banda de cornetas y tambores con su repertorio, más la Música (Banderita tú eres roja cantada por toda la Plaza del Fresno, y Paquito el chocolatero bailado hasta por los gastadores), antes de emprender camino a la Catedral, mi opción era clara, llegando para el encuentro previo de las 19:15 en la sala de cámara con la mezzo vasca, aunque teniendo que cantar a continuación tampoco se la forzó mucho pero sirvió para que nos contase su experiencia inglesa desde sus tiempos de alumna y posteriores compromisos, su trabajo con Mena y un breve análisis de las obras que interpretaría después. Desconozco la razón de titular este duodécimo de abono «La bella molinera» pues no escucharíamos a Schubert sino todo un programa de la que se puede llamar «música española universal», con el vasco-francés Ravel y su Rapsodia Española, las inspiradas canciones antillanas y caribeñas de la España colonial del catalán Montasalvatge, más el «Falla que no falla» donde el tricornio se convirtió en birrete.

El maestro Juanjo Mena cuidó en este programa el timbre instrumental, buscando sonoridades casi británicas, trabajando igualmente unas amplias dinámicas, aunque en la primera parte la OSPA tardó en calentar. Ravel en los cuatro números de su Rapsodia española (1907) trabaja temas hispanos que causaron la admiración de Falla. Los distintos ritmos provocaron algún desajuste, pero con una gran orquesta pudimos comprobar la rica cuerda del Preludio a la noche, moderado en todos los sentidos y de aires impresionistas con matices (como prepararndo la segunda parte); una vivaz Malagueña mostró el mimo por los matices y una tímbrica en los solos que pareció una orquesta distinta; la Habanera todo un manejo del rubato con Hevia mandando junto a una madera que hoy sonó inspirada; la animada Feria fue un despliegue de luz sonora, metales broncíneos, la flauta sobrevolando majestuosa y el corno inglés caribeño en el fraseo, la cuerda «desconocida» y la percusión brindándonos unos fuegos artificiales en una interpretación global que fue de menos a más.

Las Cinco canciones negras (1945) son una delicia para voz y piano que me enamoraron al escucharlas por la irrepetible Teresa Berganza. La orquestación de 1949 muestra el buen oficio del compositor catalán, y pese a la inspiración en nuestras antiguas colonias del Caribe, respiran un idioma francés que sobrevoló todo el concierto pese a concebirlo como la universalidad de nuestra música popular elevada a lo sinfónico, mayor colorido pero más exigente para la voz de soprano o mezzo. Cantadas por Clara Mouriz nos mostraron lo buen concertador que es el director vitoriano así como conocedor de estas cinco joyas, aunque en el Chévere y el último Canto negro se le escapase más volumen del necesario, si bien el color de la mezzo no es homogéneo y pese a tener unos graves suficientes, el balance con la orquesta se hizo difícil (en disco evidentemente sí se logra). Tampoco pudimos escuchar con claridad los excelentes textos poéticos que al menos figuraban en el programa de mano. Cuba dentro de un piano fue un «abanico» orquestal mejor que la original, bien matizada por Mena, y otro tanto del Punto de Habanera, donde la voz de la donostiarra sonó en su mejor tesitura. De las cinco me quedo con la Canción de cuna para dormir un negrito que sonó más equilibrada, con momentos susurrados donde comprobar la técnica vocal y la musicalidad de esta belleza (nada molinera) de Montsalvatge.

Tras la primera parte y con la OSPA a punto, Juanjo Mena nos traería el mejor Falla que nuestra orquesta ya llevase al disco en tiempos de Max Valdés e interpretado varias veces a lo largo de estos seis lustros largos. Puedo decir que los años han dado madurez a la formación asturiana y el enfoque del director alavés fue todo un acierto que se pudo comprobar por lo apuntado de la búsqueda de tímbricas y dinámicas bien devueltas por los profesores (y profesoras), con refuerzos obligados, brillando todos al máximo nivel. Me consuela que sea mi último concierto de la temporada (me perderé el abono XIII y no por superstición sino debido a otro compromiso ineludible) por lo que supuso este «reencuentro» con la mejor impresión de la orquesta de todos los asturianos.

Clara Mouriz abría esta segunda parte dedicada a Don Manuel con el aria de Salud «Vivan los que ríen» (de La vida breve) un esbozo operístico con giros de cante jondo donde la mezzo dejó su buen hacer en este repertorio nuestro y la OSPA con Mena sonó en su mejor dimensión, bien concertada, equilibrada y casi preludio del ballet completo, también con las breves apariciones de Mouriz en la misma línea de esta Salud.

El sombrero de tres picos es una verdadera prueba de fuego sinfónica, danzas reconocibles de una orquestación exquisita que el maestro Mena conoce como pocos y ha llevado por los mejores escenarios del mundo. Sacar todos los ritmos tan españoles de Fandango, Seguidilla, Farruca o la impactante Jota final es una labor de orfebre, tímbricas muy trabajadas, cambios encajados y dejando a los primeros atriles disfrutar en sus solos. Cada sección parecía competir en musicalidad, con unas trompas al fin rotundas capitaneadas por Javier Molina, las trompetas majestuosas con Maarten van Weverwjik en  cabeza, Juan Pedro Romero al oboe o Pablo Amador Robles al corno rivalizarían en sus «cantos», John Falcone nos brindó con el fagot pasajes con la comicidad justa y un sonido muy logrado; Myra Sinclair a la flauta redondeando maderas y metales; Mirian del Río con el arpa tras el Ravel primero y conjunto que dejó su halo como para Anna Crexells pasando de la celesta al piano. La cuerda con los primeros Aitor Hevia y Daniel Jaime al frente sonó británica por afinidad, afinación, complicidad, contrabajos, cellos y violas junto a los segundos tan primeros como el resto.

Y el quinteto de percusión más los timbales tan necesarios en este Sombrero por el empuje, la rítmica, la sonoridad en su plano justo, con Juanjo Mena dibujando y hasta bailando sobre la tarima, coreografiando el «Casadita, casadita» de Clara Mouriz con las palmas y jaleos orquestales perfectamente encajados,  y hasta el «¡Cucú, cucú!»de la Danza del molinero e incluso taconeos redondeando un tricornio que se volvió birrete de profesores por esta espléndida versión.

PROGRAMA

Maurice Ravel (1875 – 1937)

Rapsodia española:

I. Preludio a la noche – II. Malagueña – III. Habanera – IV. Feria

Xavier Montsalvatge (1912 – 2002)

Cinco canciones negras:

I. Cuba dentro de un piano – II. Punto de habanera – III. Chévere – IV. Canción de cuna para dormir
un negrito – V. Canto negro

Manuel de Falla (1876 – 1946)

La vida breve: “Vivan los que ríen”

El sombrero de tres picos:

Introducción

Parte I:
La tarde – Danza de la Molinera (Fandango) – Las uvas

Parte II:
Danza de los vecinos (Seguidillas) – Danza del Molinero (Farruca)-  Danza del corregidor – Danza final (Jota)

Más que un vals para dos

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Lunes 13 de mayo, 20:00 horas. Sala de Cámara del Auditorio “Príncipe Felipe”: Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo (CIMCO). Dúo del Valle: Vals para dos. Víctor del Valle (piano) y Luis del Valle (piano); Compañía WETTRIBUTE (Daniel Fernández, bailarín – Maite Ezcurra, bailarina). Obras de Poulenc, Milhaud y Ravel. Entrada: 8€.

Ya desde mis años como estudiante de piano las obras a cuatro manos y sobre todo las escritas para dos pianos me cautivaron y poder vivirlas en directo era algo único y extraordinario, desde Frechilla y Zuloaga en la Caja de Ahorros de Mieres hasta la pareja Joaquín Achúcarro y Emma Jiménez en la Filarmónica de Oviedo. Iría posteriormente descubriendo en disco a las gemelas Pekinel y después a las Labèque, Katia y Marielle, también en directo, o al matrimonio astur-canario Francisco Jaime Pantín y María Teresa Pérez como Dúo Wanderer.

De los más cercanos en el tiempo aún se recuerdan en la capital asturiana las visitas de los hermanos Jussen y curiosamente este año hemos disfrutado hace nada de los asturianos Martín García y Juan Barahona con la OSPA, para la próxima semana cerrar las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con Maria João Pires e Ignasi Cambra y este lunes llegaba el penúltimo concierto del CIMCO «la magia de dos pianos» con el Dúo del Valle, los hermanos Víctor y Luis continuando una saga fraternal que parece marcar estas agrupaciones junto a parejas donde la convivencia parece tan necesaria para «latir juntos» como el arduo ensayo de todo programa, del romanticismo al pasado siglo, como fue el de Los Valle con música francesa impresionista, aunque en la presentación el doctor Alejandro G. Villalibre aclaró conceptos o estilos, tres compositores franceses y contemporáneos que superan etiquetas, estilos diferentes pero muy agradecidos para un público que no llenó la sala de cámara, reiterándome en la excelente acústica para esta música de piano junto a una cercanía que hace estos conciertos casi familiares.

Los hermanos malagueños comenzarían con tres obras de Poulenc, primero la Sonatina para piano a cuatro manos (1918, rev. 1919) aunque optando por los dos pianos que aumentan la dificultad de compenetración. Impecable la afinación y uniformidad de color pese a ser dos modelos diferentes de Steinway© y sonoridades distintas pero que en las manos de los hermanos cerrando los ojos escuchábamos un solo instrumento interpretado por veinte dedos: contrastes violentos, ritmo intrínseco en el Prelude, casi de nuestro siglo por su estilo original y por momentos «minimalista«, el lírico Rustique de recuerdos académicos transportados al pórtico de los felices años 20 del pasado siglo, y el Final vertiginoso, aires rusos en la Francia capital mundial de aquella época entreguerras, piano cosmopolita y rítmico en cuatro manos manejadas como si una sola alma las mandase.

L’ embarquement pour Cythère (vals musette para dos pianos) es otra joya llena del aire francés popular a orillas del Sena elevado al magisterio pianístico de una escritura minuciosa y unos rubati encajados a la perfección con apenas una mirada, un leve gesto de mano al aire o simplemente latiendo al unísono. Sonidos etéreos, cristalinos, fraseos elegantes, matices extremos y hasta una coreografía visual para no perderse ni un detalle.

Finalizarían con el Capriccio (d’après le Bal Masqué), virtuoso y festivo, juguetón y humorístico, encajado de manera increíble como en las dos anteriores, sonoridades rotundas y delicadas con precisión milimétrica.

Siguiente bloque nada menos que con el Scaramouche, op. 165 (1937) de Milhaud, cinematográfico, personaje inspirado en la ‘Comedia dell Arte’ con el que el viajero Darius escribe esta suite de virtuosos pentagramas en tres números: el Vif casi imposible, deslumbrante y casi de «pianola», el Moderé para reposar y tomar aliento antes de revestir el último de samba Brazileira, otra de sus «debilidades», contagiando alegría de vivir en las manos de los Hermanos del Valle, escalas cromáticas enfrentadas pero cosidas, articulaciones variadas para todo un espectáculo visual y sonoro.

Aún quedaba el plato fuerte de Ravel, el vasco-francés que jugaba y experimentaba en el piano su sabiduría orquestal, comenzando por la obra basada en cinco cuentos de Perrault, música sin palabras de Ma mère l’Oye (1910), una «Mamá Oca» cuya primera versión para dos pianos crecería incluso hasta llegar a ballet, pero que esta personal y original composición sigue siendo un referente. Víctor y Luis fueron «narrando» la pavana de La Bella Durmiente, a Pulgarcito, la inquietante Laideronnette emperatriz de las pagodas, la conversación de La Bella y La Bestia, o El jardín encantado. Magia sonora, relatos bien hilvanados y diferenciados expresivamente, reverberaciones de los pianos creando esa atmósfera impresionista donde el color que se funde en la retina es sonido en nuestros oídos viajando por la pétrea sala que antaño fuese depósito de agua. Música atemporal, evocadora y un cuento para soñar despiertos desde una infancia detenida por estos hermanos para la partitura de Don Mauricio.

Y siendo CIMCO interdisciplinar además de camerístico, nada menos que la monumental La Valse que estuvo coreografiada por los bailarines de la compañía de danza ‘Wettribute’, Daniel Fernández y Maite Ezcurra a modo de guiño a lo que intentase Diaghilev y después el maestro del ballet George Balanchine.

Una propuesta de claroscuros, con una iluminación sencilla pero plásticamente impecable a lo largo del concierto, en esta «valse» tiempo de entreguerras, encuentros, danza de nuestro tiempo para una música sinfónica a dos pianos, pletórica en la interpretación, coreografía de los hermanos cual pareja musical frente a los bailarines reales, subrayando esta partitura única e imprescindible para esta formación.

Aún hubo tiempo para una propina y nada menos que Brahms con la Danza Húngara nº 11 (de las 21 que escribiese), esta vez interpretando a cuatro manos, un solo piano, remanso bien entendido de esta monumentalidad zíngara del alemán para 20 dedos, 88 teclas con un solo corazón y el mejor cierre tras una hora larga de espectáculo francés hecho en «La Viena de España» por estos hermanos universales.

PROGRAMA

Francis Poulenc (1899-1963):

Sonatina para piano a cuatro manos (versión dos pianos): Prelude – Rustique – Final

L’ embarquement pour Cythère, vals musette para dos pianos

Capriccio d’après le Bal Masqué

Darius Milhaud (1892-1974):

Scaramouche

Maurice Ravel (1875-1937):

Ma mère l’Oye:

Pavana de la Bella durmiente (Lent) – Pulgarcito (Très modéré) – Laideronnette, Emperatriz de las Pagodas (Mouvt. de Marche) – Conversación de la Bella y la Bestia (Mouvt. de Valse très modéré) – El jardín encantado (Lent et grave)

La Valse

Coloreando sonidos sinfónicos

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Viernes 5 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono VII Coll dirige CollOSPAFrancisco Coll (director). Obras de Coll, Schubert-Berio y Mussorgsky-Ravel.

Séptimo de abono con encuentro previo a las 19:15 en la Sala de Cámara, esta vez con el maestro Francisco Coll (Valencia, 1985) en su doble faceta de compositor y director (desde 2019), y esta temporada colaborador artístico de la OSPA, muy interesante explicándonos su obra o cómo la afronta sin ser un poema sinfónico pues cual sinestesia parte de imágenes que a menudo pinta tras finalizarla y normalmente no retoca con el tiempo pues el momento es único. Curioso cómo toda música es una banda sonora que tenemos todos al escucharla, y aunque Lilith parte del personaje legendario -cuya personalidad entre demoníaca y seductora dio origen al mito de la mujer fatal-  que marcó la juventud del músico valenciano, hoy afincado en Lucerna, también hay elementos de misterio, bosques mágicos y tenebrosos (cerca de su ciudad), nieblas y densidad, aquí sonoro, también con paralelismos pictóricos en busca de texturas además de colores. La partitura tomada como instrucciones para armar los muebles de la famosa multinacional sueca que cada director monta con los elementos sinfónicos, y que en el caso de sus obras tampoco son iguales de un día para otro precisamente porque la vida es un fluir distinto cada día.

Con un programa muy pictórico, su Lilith (estrenada en mayo de 2022 con la Orquesta de Valencia) abría el concierto con una OSPA que daba gusto ver su plantilla de hoy (de nuevo comandada por Aitor Hevia), al fin con unos graves poderosos (calculen a partir de los 6 contrabajos), unos metales que brillaron todo el concierto, percusión abundante que no puede faltar para las texturas y tímbricas de nuestros días, más dos pianos, uno de ellos afinado un cuarto de tono bajo al que el oido no está acostumbrado y da a la obra esa sensación de incomodidad. Obra trabajada por capas como si de un lienzo sinfónico se tratase, alcanzando como una tridimensionalidad sonora que pintó con sus manos sacando de todas las secciones de la formación asturiana el color y ambiente imaginado para armar este «mueble orquestal» sin perder ni olvidar ninguna pieza en su discurrir. En palabras de Jesús Castañer “una de las composiciones más provocadoras, enigmáticas y cargadas de simbolismo que ha escrito hasta la fecha”, y con muchos paralelismos expresivos con su Aqva cinerea que disfruté en el Festival de Granada del pasado verano junto a Richard Strauss para quien su Vida de héroe también está en la raíz de esta Lilith valenciano-suiza.

Cercana en el tiempo y con una orquestación menor pero igualmente sugerente es Rendering de Luciano Berio a partir de los bocetos a disposición de los estudiosos desde 1978 de la incompleta décima sinfonía de Schubert, más restauración del italiano que reconstrucción ni terminación del austríaco. Interesante escritura donde se nota el espíritu del compositor vienés pero aderezado con armonías y tímbricas del siglo pasado que el compositor italiano organiza en tres movimientos (Allegro, Andante y Scherzo) donde el papel de la celesta le imprime una tímbrica muy personal (disfrutando como en la segunda parte de la aragonesa Clara Gil que también estuvo al piano principal en Lilith). La sonoridad clásica es ya seña de identidad de la OSPA, lo que se notó en la calidad de una cuerda homogénea, una madera empastada y los metales con la sonoridad que yo llamo orgánica por el instrumento rey. Colorido clásico con pinceladas propias en una de las muchas «meninas» a partir de las de Velázquez, como también nos dio a entender el maestro Coll en el encuentro, y esta vez con batuta (olvidada pero recuperada) cual pincel para destacar mejor las aportaciones quasi picassianas de Berio.

Y en un programa tan pictórico no podían faltar los Cuadros de una exposición de Mussorgsky en la maravillosa orquestación de Ravel, que como las visiones de una misma obra, la original para piano del ruso son maravillosos grabados a los que el vasco-francés eleva a categoría de lienzos descomunales. La instrumentación toda de todo el color que en mis años jóvenes intentó actualizar Isao Tomita con sintetizadores, y que para toda orquesta es un examen donde todas las secciones y primeros atriles deben darlo todo. Coll de nuevo sin «pincel» pudo ir llenando con gesto claro cada paseo y cuadro de Hartmann con nuestras propias imágenes, sin prisas, saboreando cada número, matizando al detalle alcanzando unas dinámicas extremas y perceptibles sin toses ni teléfonos. Enorme trabajo de todos los solistas, toda la madera en digna pugna por la excelencia en cada principal, impecables y afinadísimos los metales (bravo por el trabajo de Maarten y el trío de trombones más la tuba (hoy especialmente el doblete con el eufonio en «Bydlo» de Christian), presente y seguro el saxo del ponferradino David Delgado en «El viejo castillo«, más la percusión que empuja y realza ese final apoteósico en la puerta de la Kiev hoy ucraniana y acosada. Por supuesto una cuerda poderosa, empastada, matizada, precisa y clara, sonando en equipo para escucharse todos y poder completar esta partitura que el valenciano coloreó con la luz de su tierra y el conocimiento orquestal que desde su aún breve carrera directorial estas experiencias ayudan no solo a comprender sus propias partituras sino las de obras que le gustan, transmitiendo ese amor a la orquesta y un público de nuevo no muy numeroso (y con otro evento de Danza en el Campoamor) que salió feliz del auditorio.

Si hubiera sido increíble haber visto y escuchado a Beethoven dirigir alguna de sus sinfonías, a Bernstein uno de sus musicales o al propio Berio con sus creaciones, está claro que fue un placer haber disfrutado de Coll dirigiendo a Coll y sus compañeros de galería sonora.

PROGRAMA

Francisco Coll (1985):

Lilith (2022).

F. Schubert / L. Berio (1925):

Rendering (1989-1990).

M. Mussorgsky / M. Ravel
(1875-1937):

Cuadros de una exposición (original 1874 / orquestada 1922):

Introducción: Promenade

I. El gnomo

II. El viejo castillo

III. Tullerías

IV. Bydlo

V. Baile de los polluelos en sus cascarones

VI. Samuel Goldenberg y Schmuÿle

VII. Limoges

VIII. Catacumbas

IX. La cabaña sobre patas de gallina:
Baba-Yaga

X. La gran puerta de Kiev

Next Gen: Los jóvenes buscan su sitio

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Viernes 15 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Next Gen «Ven a tocar con la OSPA». Sara Ferrández (viola), Nuno Coelho (director). Obras de Wagner, Martinu, TelemannRavel. Entrada butaca: 5 €.

Nada mejor para acabar este año que ver a nuestra OSPA con alumnado de los conservatorios asturianos (dejo al final de esta entrada la lista con todos) y el titular portugués al frente dando paso a la «Next Gen», la siguiente generación de músicos que pronto estarán en muchas orquestas profesionales, incluso exportando talento que en mi época era impensable.

Me tocó recordar los 40 años de la JONDE e incluso nuestra JOSPA que no estaría mal recuperarla, pues la experiencia que supone compartir atriles con los maestros de la OSPA no sólo es indispensable para su formación, también por insuflar aire joven a la plantilla que escucha cómo los jóvenes vienen pidiendo paso. Muchos continuarán su formación fuera de Asturias, algunos se incorporarán a esa JONDE, pocos a la Joven Orquesta Europea o la Mahler, e incluso encontrarán trabajo por Europa, pues la semilla que se sembró ya hace años al fin germinó, creció y estamos recogiendo muchas cosechas de excelentes músicos de orquesta. Y este viernes con la violista  madrileña Sara Ferrández (1995), un joven talento ya desde los 3 años que ya ha encontrado su sitio internacional pero no olvida sus orígenes, aportando su saber a esta generación que en mi juventud se llamaban por un anuncio de coche JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados) y esta temporada es colaboradora artística de la OSPA.

Para abrir boca y con plantilla «gigante» nada menos que la obertura de Los maestros cantores de Nüremberg (R. Wagner, 1813-1883), un orquestón comandado por Aitor Hevia de concertino invitado -un habitual de casa que siempre ayuda a cohesionar la orquesta asturiana- esta vez con Fernando Zorita a su izquierda, y Nuno Coelho llevando todo con mano firme, contagiado del impulso que emana esta inmensa página orquestal. Había que controlar las dinámicas y contener el ímpetu juvenil, la cuerda equilibrando el poderío de unos metales germánicos a más no poder, así que una inyección sonora en este inicio de concierto.

Ya con menos plantilla llegaría Sara Ferrández para ofrecernos la Rapsodia concierto para viola, H. 337 del checo Bohuslav Martinu (Polička, Bohemia, 1890 – Suiza, 1959), con dos movimientos (I. Moderato – II. Molto adagio) aplaudidos ambos por un público «familiar» que dejó una buena entrada y saborearía esta página de lucimiento de la violista y buen hacer de la OSPA con un Coelho buen concertador. Solista de sonido redondo, presente, limpio, con ese timbre tan humano y unos fraseos interiorizados e intencionados, jugando con los cambios de tempi internos manteniendo una homogeneidad tímbrica digna de mencionar. Temas populares como es habitual en las rapsodias, pero con un tratamiento solista muy cuidado por un compositor y violinista que también se enamoraría de la viola precisamente por ese timbre a caballo entre su instrumento y los chelos.

Para la segunda parte volvería Sara Ferrández con una orquesta camerística de cuerda y todo el alumnado asturiano de esta disciplina (CONSMUPA más los Conservatorios Profesionales de Oviedo, Gijón, Avilés y Mancomunidad Valle del Nalón), «solos ante el peligro» para el Concierto en sol mayor para viola y orquesta (G. Ph. Telemann, 1681-1767), todo un examen para el alumnado con el maestro Coelho llevándolos «de la mano». Magisterio de la violista con sonido cálido y expresividad en el registro grave de su David Tecchler (1730), dialogando con la joven orquesta  (donde eché de menos un clave, pero en Asturias faltan estudiantes si no hay profesorado o no se le permite compaginar docencia e interpretación) con algún problema de afinación que el tiempo corregirá, pero con la alegría de poder formar parte de una interpretación más allá de historicismos, haciendo grupo, escuchándose (bien los chelos) y compartiendo estos cuatro movimientos (I. Largo – II. Allegro – III. Andante – IV. Presto) bien marcados por el director portugués, uno de los artífices de este proyecto al que deben darle continuidad a largo plazo.

Para rematar este «Ven a tocar con la OSPA», dos maravillas de uno de los mejores orquestadores como el vascofrancés Maurice Ravel (Ciboure, 1875 – París, 1937), primero la Alborada del gracioso, después una joya como La Valse (¡al fin con dos arpas!). En ambas páginas faltó «pegada» (punch en otro argot) y probablemente más ensayos, difícil encajar tanto escrito para poder interpretarlo sacando tantas sonoridades que no todas las grandes orquestas y directores llegan a alcanzar, pero queda la buena intención y momentos puntuales para corregir.

La «Alborada» tardó en encontrar su pulsación tras el pizzicatti inicial, con la madera marcando diferencias de calidad (bravo Mascarell al fagot), metales algo contenidos y una percusión que podía haber tenido mayor presencia, aunque Coelho intentó unificar sonoridades matizando al detalle .

Y la inmensa «Valse» arrancó tímida, rubatos de difícil encaje pero bien intencionados, todas las secciones  buscando la complicidad con el podio pero como «islas» salvo nuevamente la excelente madera (bravo las flautas) y por fin toda la percusión dominadora. Una interpretación que seguramente con más tiempo hubiese resultado magnífica al contar con tan buenos mimbres, quedando en «aseada» que diría el recordado Juan Estrada  Rodríguez ‘Florestán’, pero con la ilusión de ver el escenario con una orquesta grande (ojalá sea pronto gran orquesta).

Faltaba reunir a todos los músicos en un homenaje y regalo para todos: nada menos que la Orgía de Joaquín Turina (Sevilla, 1882 – Madrid, 1949), aires sevillanos y un cante jondo de Max von Pfeil junto al oboe de Ferriol, lo mejor de esta página luminosa y fresca como la del alumnado que podrá enseñar las fotos con los maestros de la OSPA, ponerlo en su CV cara al futuro, y con un Nuno Coelho contagiando a todos la ilusión por seguir haciendo música orquestal.

Les deseo a todos unas felices y merecidas vacaciones navideñas (aunque los músicos nunca las tienen).

Gracias Don Joaquín Achúcarro

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Miércoles 13 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Joaquín Achúcarro (piano). Obras de Brahms, Liszt, Ravel, Debussy, Rajmáninov y Scriabin.

Decir Achúcarro (1 de noviembre de 1932) es decir piano, toda una vida dedicada a las 88 teclas, y en mi recuerdo aún perdura la primera vez (después vendrían muchas más) allá por 1972, ¡51 años y parece que fue ayer! cuando le escuché en la Sociedad Filarmónica de Oviedo, la ciudad donde más ha tocado después de su Bilbao natal, como bien recuerda Ramón Avello en las notas al programa.

Y Don Joaquín Achúcarro Arisqueta sigue ejerciendo magisterio, afrontando un programa de altura al alcance sólo de jóvenes maduros como es el bilbaíno, pues antes de arrancar con las Variaciones sobre un tema de Schumann nos contó micrófono en mano del Brahms con 19 años enamorado de Clara Schumann de quien incluye en la variación décima una melodía suya, grandeza musical de juventud, amor casi adolescente del alemán y pasión madura del vasco enamorado del piano, sonoridad impecable, moldeando el sonido como sólo los grandes saben, resaltando lo importante aunque  no haya nada superfluo en la música del hamburgués.

Limpieza en la ejecución, sabiduría en los pedales, exposición clara del tema principal siempre reconocible en cada variación. Y no digamos los dos Intermezzi siguientes, el primero grandioso, cristalino, romántico en estado puro, paladeando cada nota sin apuros, deleitándonos con su interpretación con tanto poso a lo largo de más de 75 años de carrera, la que comenzaba en Oviedo donde Ángel Muñiz Toca intuyó y creyó en él para dar un concierto de Mozart con la Orquesta Clásica de Asturias, que recordaría al final del concierto; y el segundo pura reflexión, silencios que «duelen», los claroscuros de estas «miniaturas» sólo en extensión, Klavierstücke de madurez cual verdadero regalo contraponiendo las dos etapas del sempiterno enamorado, el joven y el maduro con la visión paralela del maestro Achúcarro en una sentida interpretación con tanto poso de amor.

No bajaría el listón de exigencia ni de entrega con Liszt y su Valse oubliée nº 1, nada olvidado y recuperados en un collar de perlas sonoras, jugando con el tempo como los grandes que son leyendas en vida, seguido del famoso «Sueño de amor», dos páginas para afrontarlas nuevamente desde la visión que da la experiencia y los años, obras cinceladas día a día con el trabajo que nunca falta en los pianistas, pues además del talento innato que Don Joaquín tiene, hay que sumar su infatigable día a día donde confiesa que sigue aprendiendo.

La segunda parte de nuevo con compositores que Achúcarro ha interiorizado, los franceses cercanos y unidos por nuestro Mar Cantábrico, primero el vascofrancés Ravel y sus Valses nobles que no dudó en contarnos antes de comenzarlos la anécdota de Rubinstein en España, «aislado» en plena Primera Guerra Mundial con lo que donde había un piano ahí estaba Don Arturo, aprendiendo a hablar un español correctísimo y además estrenar estos valses en Madrid con un abucheo del respetable aunque el resto del concierto fuese un éxito «obligándole a regalar de propina» nuevamente los valses pues parecía que el público debía entenderlos. Genio y figura a quien también disfruté en Oviedo en 1975 ¡con 88 años! y que tantos paralelismos al piano tiene con nuestro Joaquín Achúcarro. El sonido preciosista en cada uno de los ocho valses, la genialidad sorprendente aún hoy del compositor, las armonías que son una «Valse» en miniatura, los tempi escritos e interpretados fielmente con delicadeza o rotundidad y siempre el ímpetu de este joven de 91 años. Y después Debussy del que El Maestro también aclaró micrófono en mano que más allá de nubes, aguas y atmósferas etéreas junto a otros calificativos del músico que no quería le llamaran impresionista, lanzaba también cañonazos, como así nos demostró primero con ese Claro de luna dibujado con mano firme y limpieza de trazo musical, después unos Fuegos artificiales verdaderamente luminosos, descriptivos como pocos incluso con la «datación musical» de París un 14 de julio con el eco de una Marsellesa que sigue siendo el mejor himno mundial, libertad, igualdad y fraternidad pianística de un Achúcarro que parece haber detenido el tiempo transmitiendo un pianismo del que apenas quedan representantes en activo y con su siempre sentido recuerdo a la Francia de su biografía.

Aún quedaban dos rusos, verdaderos pesos pesados que el bilbaíno afrontó con valentía, seguridad, aplomo y el mismo nivel de autoexigencia que en el resto del concierto. Los tres preludios de Rajmáninov (de los 24 que escribió) dignos ejemplos para afrontarlos y organizarlos, dos épocas de su vida, evolución de escritura pero unidad estilística: el bello nº 1 op. 23, la potente mano izquierda y trinos claros del op. 32 central y la vuelta a la juventud del nº 2 op. 3 que el propio Sergei solía dar de propina en sus recitales. agitación y tensión pero delicadeza en la ejecución, sabedor el pianista bilbaíno que no hay obstáculos cuando se domina y entiende la obra desde su atalaya privilegiada.

Para terminar en Rusia nada menos que dos estudios de Scriabin, del que Achúcarro siempre fue su valedor (de hecho la última propina sería el conocido «Nocturno para la mano izquierda» que «lo dice todo»). El primero, opus 2 compuesto a los catorce años, de raíz chopiniana (como la primera propina del Nocturno op. 9 nº2) con un juego de voces interiores perfectamente escuchadas en el piano siempre enorme del bilbaíno, y el nº 12 de la op. 8, bautizado como “Patético” por la pasión exacerbada pero espectacular en la interpretación del Maestro vasco, unas octavas plenas y ritmos en tresillos que hacen sonar fácil lo intrincado de estos «estudios» donde «intensidad, vehemencia y pasión constituyen los ingredientes de este estudio trágico y épico» como escribe Ramón Avello.

Tras la primera propina de un Chopin para enmarcar, un sencillo y rápido homenaje tomando la palabra David Álvarez, melómano reconocido y Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo quien en compañía de dos «familiares» de «su» Filarmónica de Oviedo (Santiago González del Valle Rodríguez y Manuel Álvarez-Buylla, presidente y vicepresidente respectivamente), que le hicieron entrega del primer programa que Joaquín Achúcarro ofreció un 13 de abril de 1956, emociones, gratitud suya y nuestra para despedirse con la mano izquierda que siempre ha tenido El Maestro y una de sus propinas preferidas, el Scriabin que tendrá en Achúcarro un referente para tantos alumnos que ha tenido en su larga carrera docente, todo un lujo combinar interpretación y enseñanza, algunos incluso aprendiendo a escuchar el piano con él.

Gracias Maestro Don Joaquín.

PROGRAMA

I

Johannes Brahms (1833-1897):

Variaciones sobre un tema de Schumann, op. 9

Intermezzo nº 1 en la menor, op. 118

Intermezzo nº 2 en la mayor, op. 118

Franz Liszt (1811-1886):

Valse oubliée nº 1, S. 215/1

Liebestraum nº 3, S.541/3 (Nocturno “Sueño de amor”)

II

Maurice Ravel (1875-1937):

Valses nobles et sentimentales:
1. Modéré, très franc – 2. Assez lent, avec une expression intense – 3. Modéré – 4. Assez animé – 5. Presque lent, dans un sentiment intime – 6. Vif – 7. Moins vif – 8. Épilogue. Lent

Claude Debussy (1862-1918):

Clair de Lune (de la «Suite bergamasque») L.75/3

Feux d’artifice (de los «Préludes», Libro 2)

Sergei Rajmáninov (1873-1943):

Preludio nº 1 en fa sostenido menor, op. 23

Preludio nº 12 en sol sostenido menor, op. 32

Preludio nº 2 en do sostenido menor, op. 3

Alexander Scriabin (1872-1915):

Estudio nº 1 en do sostenido menor, op. 2

Estudio nº 12 en re sostenido menor, op. 8, “Patético”

Bruce Liu: visiones al piano

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Lunes 4 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «LUIS G. IBERNI»: Bruce Liu (piano). Obras de Rameau, Chopin, Ravel y Liszt.

Diciembre tendrá en estas jornadas de piano dos generaciones de pianistas que a mi edad me sitúo entre ambos extremos: el próximo miércoles 13 Joaquín Achúcarro (1932) a quien sigo desde 1972 cuando me embrujase en la centenaria Sociedad Filarmónica, y este lunes a Bruce Liu (1997), impactante, joven ya maduro que dará mucho que hablar en este siglo XXI. Tantas figuras han pasado por «La Viena Española»  que sigue escribiendo la historia, y además en la festividad de Santa Bárbara suponía el debut en nuestro país del Primer Premio del Concurso de Piano Chopin 2021 -la misma edición donde el gijonés Martín García ganaría el tercero-, un talento nacido en París de padres chinos y criado en Montreal -tiene la nacionalidad canadiense- en tiempos de globalización también en el mundo de las 88 teclas, olvidándonos de escuelas pianísticas o tendencias.

Y esta figura de nombre ligado a las artes marciales y apellido pucciniano no defraudó en un programa verdaderamente de virtuoso que ofreció a dos gigantes del piano que se inspiraron nada menos que en el Don Giovanni mozartiano pero también su asombrosa técnica al servicio de la música con dos franceses casi en las antípodas pero delicados para confrontar sonoridades, estilos y visiones desde la interpretación madura del cosmopolita y generoso Liu.

Si Rameau es el máximo representante del clavecinismo francés junto a Couperin, la tentación de interpretar música barroca al piano supera cualquier opinión personal e incluso histórica, y así lo pude comprobar también en estas jornadas con Don Gregorio y su Purcell emparejado con Mozart, quien también ha incorporado a su amplio repertorio el clave del francés, sin dejarme mi pasado Festival de Granada con una pléyade de pianistas que en las llamadas «Play lists» figuran entre los más reproducidos.

El directo de Bruce Liu es único, con una técnica impecable donde el uso de los pedales marca sonoridades propias y muy cuidadas pero la limpieza en la digitación, la claridad expositiva y una amplísima gama de matices le dan todos los recursos para enfrentarse al repertorio de cualquier época con una solvencia y madurez asombrosa pese a su edad. Dice un proverbio que «Algo tendrá el agua cuando la bendicen» y ganar el Chopin no está al alcance de cualquiera aunque los concursos parezcan estar desprestigiados, en parte por los miembros de los jurados. Lo mismo podría decir de «fichar» por el sello amarillo que acierta en lo comercial pero también supone un escaparate mundial para sus «primeras figuras», independientemente de su mayor o menor calidad, y en el caso de Bruce Liu el acierto ha sido grande.

La selección de piezas de Rameau que el maestro Francisco Jaime Pantín desgrana en las notas al programa (enlazadas igualmente al inicio), se centró en las tres colecciones que dejo indicadas al final, y que representan una brillantez de escritura y un catálogo de expresividad. Liu exprimió al máximo las seis, limpieza en todos los sentidos, pedales comedidos para no enturbiar el discurso pero dándole todo el color desde el piano a estos «grabados» clavecinistas, como sucederá con Bach en tantos intérpretes del siglo pasado. El antes citado Sokolov tiene a Rameau entre sus propinas favoritas y ha grabado también para el sello amarillo como Liu. Así Les Cyclopes fueron más calmados que las del ruso nacionalizado español mientras Les Sauvages el canadiense la ejecutó ligeramente más rápida sin perdernos ni una nota. A la multinacional alemana no le importa repetir obras con distintos intérpretes y el mundo de la crítica discográfica es aficionado a compararlas también en los tiempos. Lo que tengo claro tras lo escuchado este primer lunes de diciembre por el canadiense nacido en París con su Rameau aporta una visión actual a un repertorio que sin ser pianístico luce siempre cuando el acercamiento respeta lo escrito y lo llena de colores personales.

Y para el «Premio Chopin» no podía faltar el gran polaco del piano con las Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, obra de un joven pianista y compositor además de se la primera obra para piano con orquesta (opus 2) pero despojada del acompañamiento sinfónico para poder disfrutar de todos los recursos del instrumento en aquellos salones del XIX y donde la inspiración en las óperas no solo las hacían llegar a todos los públicos sino a impactar con el virtuosismo que se hace y sigue haciendo casi imposible a tantos estudiantes de piano. Liu «cantó» el famoso dúo del Don Giovanni de Mozart con respiraciones, fraseos y el estilo propio del polaco que emana en cada una de las cinco variaciones, incluso indicadas en la partitura. La técnica es necesaria pero la musicalidad de Bruce la hace parecer menor de lo que es, la siempre engañosa facilidad mozartiana que transvasada al lenguaje chopiniano es vestir con traje romántico un clasicismo latente con cualquier ropaje.

La segunda parte volvería a emparejar lo francés y la inspiración en Mozart de otro virtuoso del piano, Ravel con Liszt. Desde esta divergencia cronológica convergiendo al piano y dando cierta homogeneidad a las obras elegidas, los Miroirs (1904-1905) de Ravel casi fueron un viaje en el tiempo del estilo clavecinístico, una visión más que versión propia como pueda ser Picasso y Velázquez con «Las meninas». Cinco piezas que fueron espejos, reflejos, ilustraciones a los propios títulos como harían Debussy el propio Liszt. De nuevo el color de Bruce Liu mezclando y superponiendo sonoridades, si en Rameau era acuarela de un solo y leve trazo, en Ravel óleo de amplia pincelada, lo etéreo y melancólico junto al misterio y la angustia, paleta de color y emotividad pianística, con una Alborada del Gracioso plenamente sinfónica desde las 88 teclas demostrando de nuevo la maravillosa escritura y capacidad de Ravel para crear estos enormes lienzos conformando una exposición que termina en el Valle de las Campanas de serenidad contrapuesta a la sensualidad anterior, soledad del intérprete tras un intenso paseo.

Había que reponer fuerzas porque Liszt y sus Réminiscences de Don Juan suponen una exigencia física puede que mayor que la propia técnica necesitada para tocarlas. De nuevo Mozart en el fondo, paráfrasis operística que como en las variaciones chopinianas parte de melodías siempre reconocibles, también «Là ci darem la mano» que parece pedir una tercera ante el despliegue diabólico de octavas rapidísimas, escalas en terceras, saltos como triples mortales sin red que Bruce Liu ejecutó con total seguridad y unos matices extremos com Liszt exige, tres «p» y tres «f» marcando incluso cuatro, con el Steinway© bien ajustado para devolver cada gesto, cada pentagrama, cada frase de la ópera mozartiana en la vertiginosa demostración del que fuera rey del piano en los salones parisinos, el exagerado húngaro cuya sobra emergía como la del propio Comendador amenazando al protagonista. Liszt no mató a Liu sino que lo elevó a categoría de héroe en estas «reminiscencias» donde primaría de nuevo el amor del anterior dúo utilizado por Chopin y hasta el Aria del Champagne.

Dos bloques franceses y parisinos como el propio pianista que nos regalaría dos joyas resumiendo el propio programa con el que debutaba en España: primero el Preludio en si menor BVV 855a de Bach en el arreglo de Siloti, el clave que crece en el piano, y de nuevo Chopin con su famosísimo Vals del minuto (que duró sólo un poco más), el Bruce Liu figura emergente que engrandece la larga lista de pianistas en «La Viena Española».

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Jean-Philippe Rameau (1683-1764):

Les tendres plaintes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/1.

Les Cyclopes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/8.

Menuet I y II (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/3 y RCT 6/4.

Les Sauvages (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/14.

La Poule (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/5.

Gavotte et six doubles (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 5/7.

Frédéric Chopin (1810-1849): Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, op. 2:

Introducción. Largo- Poco piu mosso; Tema. Allegretto; Variación 1. Brillante; Variación 2. Veloce, ma accuratamente; Variación 3. Sempre sostenuto; Variación 4. Con bravura; Variación 5. Adagio- Alla Polacca.

SEGUNDA PARTE

Maurice Ravel (1875-1937): Miroirs, M. 43:

I. Noctuelles; II. Oiseaux tristes; III. Une barque sur l’océan; IV. Alborada del grazioso; V. La vallée des cloches.

Franz Liszt (1811-1886): Réminiscences de Don Juan, S. 418

Una emotiva «saxperience» en Mieres

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Sábado 28 de octubre, 20:00 horas. Auditorio «Teodoro Cuesta», Mieres: Dúo Saxperience, Los sonidos de Sorolla. Obras de Albéniz, Debussy, Ravel, Falla y Guinovart.

Para conmemorar el centenario del llamado pintor de la luz Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 – Madrid, 1923) llegaba a Mieres, tras actuar el día anterior en Llanes, el Dúo Saxperience formado por el maestro Antonio Cánovas al saxo alto y soprano junto a la pianista Elena Miguélez, vinculados a nuestra Villa por haber dirigido las bandas musicales de Mieres (AMAM y Banda Sinfónica del Ateneo Musical) el murciano y la Coral «Cantares» la leonesa, pareja muy querida que congregó una buena entrada en el auditorio local.
Las obras elegidas tienen todas relación con el Mediterráneo y esa luz que emana como fuente inspiradora tanto para los músicos elegidos como para Sorolla al proyectar durante el concierto cual banda sonora distintos cuadros bien seleccionados y comentando cada página el propio maestro Cánovas, labor pedagógica siempre de agradecer, más ante la falta de programas de mano.
Comenzaba el concierto con el conocido Tango, op. 165 (1890) perteneciente a «España, seis hojas de álbum» op. 165 del gerundense Isaac Albéniz (Campodrón, 1860 – Cambo-Les-Bains, 1909) en una  de las muchas transcripciones entre las que la guitarra tiene varias muy interesantes, en este caso para el dúo  Saxperience donde el saxo alto canta y el piano arropa esta música de habanera tan nuestra, ambientación sonora y pictórica muy bien elegida, aunando el carácter viajero de los dos artistas.
Proseguirían con la Rapsodia (1903) de Claude Debussy (1862-1918), original para saxo y orquesta, donde el impresionismo tanto pictórico de Sorolla como el musical del francés se aunaron en una de las para mí mejores interpretaciones sabatinas, destacando el virtuosismo y dominio del saxofonista murciano y asturiano de adopción. Bien ambos intérpretes en esta reducción orquestal para el piano creando una atmósfera ideal y artística, imagen y sonido aunados para disfrutar del magisterio de esta pareja que se compenetra a la perfección dentro y fuera del escenario.
Sin perder estos aires marineros que tantas obras ha inspirado, el vasco español Maurice Ravel (Ciboure, 1875 – París, 1937) compuso su Pieza en forma de habanera (1907), transcripción de la original para voz grave y piano, el saxo alto fraseando sin palabras y el acompañamiento pianístico original bien entendido por el dúo que nos interpretó e ilustró al Sorolla de niños, playas y barcas.
Tras una breve pausa para cambiar el alto por el soprano, las Siete canciones populares españolas (1914) de Manuel de Falla (Cádiz, 1876 – Alta Gracia, 1946), originales para voz y piano con versiones para voz aguda o grave -y en adaptaciones para casi todos los instrumentos solistas- encontrarían en el saxo soprano tan rico tímbricamente una visión expresiva, fiel a los fraseos originales, muy matizadas y con el exigente acompañamiento de piano que suele dar preocupaciones en las interpretaciones de estas joyas del compositor gaditano.
Algún problema en el inicio de «El paño moruno» bien cantado al soprano, regular pese a la «proximidad geográfica» la «Seguidilla murciana», «Asturiana» con algunas notas de regalo pero carácter y expresividad escrupulosa en ambod, mejor encajada la «Jota», intimista la «Nana» con unos pianissimi y fraseos que verdaderamente nos acunaron, dubitativo inicio de la «Canción» que por el respeto al original tuvo problemas sobrellevados con la profesionalidad, complicidad y experiencia del dúo, y el «Polo» de complicado inicio en el piano con un excelente fraseo en el soprano y buen encaje finalizando este ciclo que melódicamente siempre es un placer, aunque se pierdan las letras que iría cantando interiormente. Muy adecuados los cuadros elegidos donde no faltó nuestra tierra asturiana que tan bien pintaría el valenciano y del que el Museo de BBAA ovetense también atesora algunas obras del «pintor de la luz» como bien recordó Don Antonio antes de la interpretación, siendo bisada la Asturiana de regalo mucho más interiorizada y con la emotividad de sentir nuestro Principado desde su nuevo destino en Murcia.
Nueva transcripción de Mallorca, op. 202 (1890-91),a original para piano compuesta por Albéniz que al igual que las de Falla ha tenido numerosas versiones para distintos instrumentos solistas, especialmente para arpa o guitarra incluso a dúo.y hasta orquestales. En esta «barcarola» para saxo alto y piano se gana en su sonoridad al llevar todo el peso melódico de la mano derecha el viento, dotándola de texturas etéreas bien redondeadas por el piano, «liberado» de toda la carga de la partitura y permitiendo más detallismo. De nuevo interesante la selección de los cuadros de Sorolla para esta música tan mediterránea como las góndolas venecianas o las barcas de pescadores de la Albufera.
Para finalizar el concierto nos interpretarían la Fantasía sobre «Goyescas» de Granados (1993) de Albert Guinovart (Barcelona, 1962), nuevamente el maestro Cánovas al soprano para la original con clarinete, pero que el saxo mejora notablemente la tímbrica propia de esta interesantísima obra del compositor catalán. Importante la presentación previa con referencias al año 1917, el encargo a Sorolla por parte de la Hispanic Society of America de Nueva York, la inspiración en Goya del propio Granados y su ópera homónima que podremos disfrutar en Oviedo en brevr. Obra muy interesante donde los registros y color del saxo soprano tan rico, con las referencias directas al ilerdense, disfrutamos cómo van «fantaseando» en el dúo. Personalmente lo que más me gustó del concierto pues Guinovart sigue el modelo de las fantasías virtuosas del siglo XIX con acompañamiento de piano, género típicamente decimonónico y hoy olvidado, relegado a programas de exámenes o premios pero que entonces eran habituales en las salas de concierto y Saxperience ha recuperado para este centenario. Sin dejar de ser fiel al lenguaje pianístico de Granados que el compositor barcelonés conoce muy bien por haber interpretado y grabado sus Goyescas, la parte del solista está escrita con rigor  asesorado por el clarinetista Joan Enric Lluna y con una cadenza optativa para su instrumento solo.
Una buena tarde de sábado donde volver a disfrutar de este dúo de amigos en esta escapada musical que finalizaría alrededor de una mesa entre tantas amistades en la «Hermosa Villa de Mieres» que acabaría con algo más que orbayu.

Una vida en el piano

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Martes 11 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Grandes intérpretes”: Daniil Trifonov (piano). Obras de Chaikovski, Schumann, Mozart, Ravel y Scriabin. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

Vigésimoprimera noche de festival con alerta por calor en Granada y un pianista de referencia como el ruso Daniil Trifonov (Nizhni Nóvgorod, Rusia, 1991) que me hizo pensar lo dura que es su vida. Con 17 años ya ganaba premios internacionales, lo que supone llevar su infancia y adolescencia pegado al piano y renunciando a muchas cosas. Desde entones su agenda está completa por todo el mundo, de hecho en Oviedo ya estuvo en 2013, 2015 y 2019. Actualmente basta con entrar en su Web y comprobarla, aterrizando ayer desde New York, supongo que con jetlag, ensayar, tocar y continuar “tour” por Mónaco Verbier, Salburgo, alternando conciertos con orquesta y el mismo programa que le trajo al Palacio de Carlos V.

No es de extrañar que con semejante ajetreo, sumado a un calor que dificulta la concentración el programa en principio parecía más un “calentamiento” comenzando con el Álbum para la juventud, op. 39 de Tchaikovsky, una “colección de 24 miniaturas que sigue, según propia declaración, la estela de las Escenas de niños de Schumann (subtitulada por ello 24 piezas fáciles a la Schumann)” como bien recuerda Rafael Ortega Basagoiti en las notas al programa. Dos docenas de cuadros para los estudiantes, que en manos del maestro adquieren toda la genialidad melódica. Sencillas y creando atmósferas que Trifonov consigue desde el mismo momento de salir a escenas, como necesitando “su mundo” y recordándome a otro genio ruso como Don Gregorio. Más allá del carácter pedagógico de estas pequeñas obras como recuerdos de infancia, Trifonov las fue tratando con toda la gama de matices, tempi, ataques, ritmos (bien resueltos la Marcha, el Vals o incluso la Mazurca), verdaderos tributos a tantos pianistas y compositores románticos.

En cuanto a Schumann y su Fantasía en do mayor, op. 17 (1838), ideada inicialmente con el título de Sonata para Beethoven, se nota el tributo al genio de Bonn, con recuerdos del Claro de Luna o la Patética, tres movimientos en los avanza de la sonata a las libertades de la forma llamada “fantasía”. Trifonov brindó una interpretación lenta, por momentos “pesante” pero muy introspectiva, como Trifonov reflejar la añoranza (en Schumann por Clara). Limpieza de sonido tratando especialmente los acordes y jugando con unas dinámicas aún mayores en el segundo movimiento, enérgico y solemne donde las dificultades técnicas no fueron ningún escollo para el virtuoso ruso, en cierto modo sujetando el tempo para moldear todas y cada una de las notas. El tercero movimiento volvió a interiorizar la interpretación que tuvo mucha fantasía pero la opresión del calor nocturno.

Descanso necesario para hidratarse y la segunda parte ya bajado la temperatura, subiría la de Trifonov con otra fantasía, esta vez de Mozart y su Fantasía en do menor, K 475 (1785), que comienza como la Sonata K. 457 con la que suele hermanarse, y escuchada en este mismo festival por el islandés Vikingur Ólafsson, dos visiones e interpretaciones distintas de esta página llena de dolor y oscuridad la noche de San Juan, pesimista en esta canícula granadina. Trifonov fue diseccionando las tres secciones con un sonido pulido, una lentitud resaltando la amargura y el drama que evoluciona a la agitación volcando toda la fuerza sobre el teclado en una amplitud dinámica destacable, “sturm un drang” casi beethoveniano en este último Mozart. El regusto dramático lo resolvió con una sonoridad algo más etérea frente a un frenético y amargo final.

Pero faltaba lo mejor de la noche, como si la magia de La Alhambra tocase el breve paseo hasta el piano, que es el propio mundo interior de Trifonov, su Gaspard de la nuit (1908) de Ravel llenó de luz, agua, fuegos artificiales y sonoridades únicas desde una técnica apabullante trabajando todo lo que esta maravillosa obra encierra. Si el hilo conductor del concierto era la fantasía, también lo tiene esta suite que lleva el subtítulo de «Tres poemas para piano sobre Aloysius Bertrand», inspiración literaria y literatura pianística del hispanofrancés con que el intérprete ruso nos deleitó en sus tres movimientos. Si en el entorno el agua fluye, las ninfas tomaron el recinto como los propios gatos que la habitan. Seducción rusa y de nuevo el misterio, el piano evanescente en una atmósfera que iba enfriando mientras Trifonov subía su temperatura. No hubo campanas de medianoche pero sí el correspondiente vuelo nocturno sumándose a ese ambiente creado por el ruso en Le Gibet, y proseguiría la inquietud con un Scarbo donde el enano se hizo gigante, el virtuosismo al alcance de pocos (y renunciando a la propia vida fuera del piano), sorpresas y agitación que Trifonov transmitió a un público respetuoso y asombrado de un relato perfecto.

Quedaba volver a su tierra rusa, auténtica escuela pianística que han sabido mantener y exportar, con Daniil Trifonov como uno de los últimos exponentes rompiendo barreras. De Scriabin su Sonata para piano nº 5 en fa sostenido menor, op. 53 en un solo movimiento y coetánea del Poema del éxtasis, nuevamente la conexión literaria escrita en el piano poderoso, brillante, exuberante de Trifonov, euforia tras la primera parte oscura, ímpetu de su tierra, audacia y exaltación del instrumento por y para el que vive.

A los melómanos nos complace disfrutar de intérpretes como el ruso aunque siga preguntándome si realmente el sacrificio de estos virtuosos les compensa. Pienso que sí al ser decisión propia y se lo agradeceremos eternamente. Como el regalo de “Mein Gott” y su Jesus bleibet meine Freude de la Cantata 147, en el arreglo de Myra Hess (personalmente prefiero el de W. Kempff) con el que Daniil Trifonov y muchos compatriotas suyos suelen despedirse, no con la grandeza del original pese a la entrega del ruso apostando de nuevo por la lentitud, pero una alegría de los hombres buena voluntad que amamos el piano y a Bach nuestro señor.

PROGRAMA

I

Piotr Illich Chaikovski (1840-1893)

Álbum para la juventud, op. 39, TH 141 (1878):

1. Plegaria matutina – 2. Mañana de invierno – 3. El caballito de madera – 4. Mamá – 5. Marcha de los soldaditos de plomo – 6. La muñeca enferma – 7. El entierro de la muñeca – 8. Vals – 9. La nueva muñeca –  10. Mazurca – 11. Canción rusa – 12. El campesino toca el acordeón – 13. Kamarinskaja. Canción popular  – 14. Polca – 15. Canción italiana – 16. Vieja canción francesa – 17. Canción alemana – 18. Danza-canción napolitana – 19. El cuento de la nodriza – 20. La bruja – 21. Dulces sueños – 22. El canto de la alondra – 23. El hombre del aristón – 24. En la iglesia

Robert Schumann (1810-1856)

Fantasía en do mayor, op. 17 (1836):

I. Durchaus fantastisch und leidenschaftlich – II. Mäßig. Durchaus energisch – III. Langsam getragen. Durchweg leise zu halten

II

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791)

Fantasía en do menor, K 475 (1785).

Maurice Ravel (1875-1937)

Gaspard de la nuit, M. 55 (1908):

I. Ondine – II. Le Gibet – III. Scarbo

Alexander Scriabin (1872-1915)

Sonata para piano nº 5 en fa sostenido menor, op. 53 (1907)

Belleza sinfónica

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Jueves 6 de julio, 22:00 horas. 72 Festival de Granada, Palacio de Carlos V, “Conciertos de Palacio”: Yuja Wang (piano), Orchestre Luxembourg Philharmonic, Gustavo Gimeno (director). Obras de Coll, Rajmáninov, R. Strauss y Ravel. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

La Filarmónica de Luxemburgo llegaba a su primera noche granadina con el titular valenciano Gustavo Gimeno (1976) al frente, y no pudo dejarme mejores sensaciones con un programa que sacó músculo por tratarse de obras sinfónicas “potentes” para una orquesta equilibrada, robusta en plantilla, con excelentes primeros atriles y todas las secciones perfectamente ensambladas, colocadas “a la vienesa” con los contrabajos detrás de los violines primeros y las trompas a la derecha en línea con el resto de metal. Todo ayudó a conseguir un sonido redondo y rotundo en las cuatro obras del decimosexto día de Festival.

Con este ambiente de grandes orquestadores, abría velada el también valenciano Francisco Coll (1985) y su Aqua Cinerea (2005, rev. 2019) que Gimeno está llevando con su formación en muchos conciertos. Obra de amplísima paleta sinfónica llena de sugerentes tímbricas actuales pero siempre con la mirada puesta en los “maestros del XX” que hoy le acompañaban en el programa. Pablo L. Rodríguez la define en las notas al programa como “(…) un líquido de tono grisáceo o quizá escuchamos la imagen de la ceniza cayendo como lluvia. Lo visual y el sonoro se funden en esta opera prima del joven compositor valenciano, de 2005 (…) donde se concentran intuitivamente todos los elementos de su universo tan proclive a los extremos, desde la excitación a la melancolía”. Una obra que encajó con las dos obras sinfónicas de la segunda parte.

La Suite de su ópera Der Rosenkavalier, TrV227d (1944) de Richard Strauss (1864-1949) no tardó en llegar a las salas de conciertos, y en ella Gimeno y los luxemburgueses volvieron a demostrar su excelente calidad y sonido claro, lleno de matices (excelentes el sonido de las trompas que Strauss siempre mimó) y juegos rítmicos, desde el torrencial motivo de Octavian y la Mariscala, la bellísima «Presentación de la rosa» y el egocéntrico vals vienés del Barón Ochs, sutilmente llevado con elegancia y rubato tan propio del “un, dos y…” que parece no llegar al tres, el bullicio instrumental de una orquesta al fin recreando fielmente lo escrito y sin fisuras.

Y si acababa en tiempo de vals vienés la anterior, el otro gran orquestador sería el hispano francés Maurice Ravel (1875-1937) con su propia visión envolvente y cautivadora de La valse (1919-1920), auténtico retrato sinfónico para disfrutar de la Luxembourg Philharmonic y el perfecto entendimiento de ella con el maestro Gimeno. De gestualidad clara, con una batuta precisa y una mano izquierda llevándoles y dejándose llevar, el sonido a medio camino entre el impresionismo y el expresionismo sería perfecto complemento, dos visiones del 3/4 tan distintas y tan buenas, al igual que las dos propinas que nos brindaron, manteniendo en cierto modo una estructura tímbrica y hasta rítmica aprovechando el potencial de los luxemburgueses:

Con otro Vals, el primero de la Jazz Suite nº 1 de Shostakovich (1906-1975), no tan cinematográfico como el segundo pero más breve, y estando en Granada no podía faltar la Danza ritual del fuego de Falla, coincidencia con Perianes también como segundo regalo, con una orquesta que captó, gracias al director valenciano, todo el color y emoción de una partitura que siempre resulta mágica y más en la noche palaciega.

Evidentemente la “figura” de la noche era la pianista china Yuja Wang (Pekín, 1987), a quien recuerdo en solitario hace ocho años en las “Jornadas de piano” ovetenses. Está claro que sigue teniendo tirón mediático y sus actuaciones se esperan con expectación, más en sus conciertos de Serguéi Rajmáninov (1873-1943), esta vez con “el quinto” que es la Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor, op. 43 (1934).

La pequinesa mandó desde el principio y Gimeno resultó buen concertador al tener que llevar a su orquesta por donde pedía la solista, de amplísimas dinámicas y cierta agógica que no siempre es fácil de encajar aunque se logró por parte de todos. Técnicamente sigue siendo la virtuosa que asombró desde sus inicios, más en estas páginas, aunque supongo que el tiempo le dará el poso necesario para afrontar con más enjundia estas obras con orquesta. Personalmente me pareció muy adecuada la elección del tiempo y fraseo de la cinematográfica Variación XVIII: Andante cantabile, encontrando el balance perfecto con la orquesta y una cuerda siempre bien conjuntada, en este “movimiento central” sedosa, y más agresiva en un Dies Irae donde las dinámicas se llevaron al extremo sin resquebrajarse la sonoridad deseadamente potente por parte de todos.

Yuja Wang, de quien debemos dejar de hablar sobre su vestimenta o tacones, aunque se hizo algo de rogar, también regalaría nada menos que ¡tres propinas! cerrando la primera parte de la noche, manteniendo los esperados “fuegos artificiales” que su técnica le permite:

La primera el arreglo de Franz Liszt de la maravillosa Gretchen am Spinnrade (Margarita en la Rueca) de Schubert, de virtuoso a virtuosa con algo más de hondura que en Rachmaninov.

Segunda propina, que parece ser casi “necesaria” en estos jóvenes pianistas que miran a los históricos, caso de las Variaciones sobre la Carmen de Bizet que V. Horowitz dejó casi como “prueba extraordinaria” de concurso, y que tras las de Paganini con orquesta querían dejar a Yuja Wang el protagonismo solístico y habitual con esta página que la china interpreta sin problemas aunque más vistosa que honda.

No la esperábamos pero llegó la tercera con la Danza de los espíritus bienaventurados del “Orfeo y Eurídice” de Gluck, no tan explosiva técnicamente y más honda de expresión, que se quedó algo apagada tras el despliegue de recursos de las dos anteriores, incluso recordándosela a otros y otras pianistas con mucha más musicalidad y lirismo, así como un sonido más íntimo.

Al menos la Luxembourg Philharmonic y Gustavo Gimeno me han dejado con muchas ganas de volver a escucharla en el decimoséptimo día de Festival y con una Sexta de Mahler más el propio homenaje de Tomás Marco y su Angelus Novus (Mahleriana 1) (1971) que contaremos desde aquí.

El piano mágico de Seong-Jin Cho

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Domingo 4 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni», concierto de clausura: Seong-Jin Cho (piano). Obras de Brahms, Ravel y Schumann.

Con expectación, aunque el público esta vez no respondió como se merecía, llegaba en gira a «La Viena Española» el pianista surcoreano Seong-Jin Cho (Seúl, 1994) para clausurar estas «jornadas del reencuentro» con un programa verdadero «tour de force» para todo pianista por la magnitud de las obras elegidas, y ciertamente no defraudó. Avalado por muchos premios internacionales, formado en París y residente en Berlín, Seong-Jin hizo del piano una chistera de donde salieron colores, serpentinas y confeti, acuarelas… y hasta los fantasmas de Brahms y Schumann que parecen hacerse quedado impregnados en este auditorio tras una temporada que de nuevo ha puesto el listón muy alto.

©ShivaKesch

No hace falta leer críticas de los conciertos de esta nueva figura del piano, aunque repita programa, muy preparado lógicamente, para ver que el coreano deslumbra en todas sus apariciones. Dotado de una técnica asombrosa que le permite arrancar del piano todas las sonoridades imaginables adaptadas a cada compositor, solidez interpretativa en un solista que no ha cumplido la treintena aunque lleve desde los 6 años frente al teclado, y parece increíble cómo puede pasar del romanticismo al impresionismo con una facilidad pasmosa. Seong-Jin Cho ya está en la élite de los pianistas de nuestro tiempo, música a borbotones desde una gestualidad tanto digital como corporal que le transforma frente al teclado. Encogido, separado, girado en la banqueta, de pies inquietos pero con un manejo de los pedales impecable, interiorización previa, con una gama de matices increíble desde una aparente fragilidad física sacando fortissimi orquestales y pianissimi íntimos, madurez juvenil de fraseos naturales y naturales, pero sobre todo su sonido bellísimo y tan trabajado que el Steinway© del auditorio sonó como nunca, sin castañeteo en los agudos y con graves poderosos que dotaban cada página de una pátina indescriptible por la mencionada magia del surcoreano.

Las notas al programa de Ramón Avello desgranan las obras de los tres compositores y Cho las convirtió en magia sonora al piano. Sonaría primero Johannes Brahms (1883-1897) y sus líricas e instrospectivas Klavierstücke, op. 76 (1878) que fueron la mejor presentación del surcoreano, eligiendo cuatro de las ocho piezas (I. Capriccio en fa sostenido menor. Un poco agitato; II. Capriccio en si menor. Allegretto non troppo; IV. Intermezzo en si bemol mayor. Allegretto grazioso; V. Capriccio en do sostenido menor. Agitato, ma non troppo presto) donde poder volcar toda su creatividad tanto sonora como interpretativa en estas «piezas para piano» que alternan la emoción apasionada con la meditación y delicadeza. Como explica Avello sobre Brahms, utiliza dos nombres como títulos genéricos, «Capriccio» e «Intermezzo» para dicha diferenciación expresiva, cuatro números mágicos desde la primera dedicatoria a Clara Schumann, «el fantasma del auditorio» que no quiere marcharse, al popular segundo capricho donde se respira aire zíngaro, del interiorizado cuarto donde la gestualidad del surcoreano acompañaba una expresividad germana, hasta rematar con esa lucha entre la tensión violenta y la inestable serenidad de dos manos que sonaban como cuatro, siempre usando una pedalización perfecta para poder escuchar todas y cada una de las notas con la presencia y volumen justos.

Y casi complemento de la primera, la segunda parte dedicada a Robert Schumann (1810-1856) y sus Estudios sinfónicos, op. 13 (1834-1835) donde también incluirá dos de las variaciones póstumas escritas en 1837 (1. Tema. Andante; 2. Variación 1: Un poco più vivo; 3. Variación 2; 4. Étude 3: Vivace; 5. Variación 3; 6. Variación 4; 7. Variación 5; 8. Variación IV de Variaciones póstumas; 7. Variación 6: Allegro molto; 8. Variación 7; 9. Variación V de Variaciones póstumas; 10. Étude 9: Presto possibile; 11. Variación 8; 12. Variación 9; 13. Finale. Allegro brillante). El «piano chistera» volvió a expulsar todo lo que estas páginas esconden, temas velados que aparecen mágicamente, unos bajos «pellizcados» para que la melodía emerja como un ruiseñor de semicorcheas celestiales, otro fantasma como el de Paganini donde el piano es violín y orquesta virtuosa, arpegios y corales organísticos de reflexión mística, la cuarta variación póstuma de un recordado «Carnaval» saliendo de la caja armónica, la séptima variación evocando al «dios Bach» transmutado a las 88 teclas cual orquesta sinfónica donde las secciones están en las blancas y negras que lograban sonar siempre ricas, limpias, atmosféricas, líricas y contundentes, todo en el piano mágico de Cho.

Pero quiero pararme en Maurice Ravel (1875-1937) por lo etéreo, evanescente, rompedor en su momento, más allá del «impresionismo» de Debussy porque como buen orquestador que fue, su paleta instrumental ya se nota en su obra pianística, y ninguna mejor que Miroirs (Espejos)  compuesta entre 1905 y 1906, cada vez más actual cuando se acierta con el sonido, y Seong-Jin Cho fue mago y pintor de timbres todos bellos, variados, ricos, inimaginables en todo el teclado, que personalmente intenté buscar por internet alguna ilustración (como las de mi admirado Jorge Senabre) que completasen lo experimentado tras la interpretación de este «juego de espejos» del hispanofrancés a cargo del surcoreano que estudió en París, más salitre cantábrico que mediterráneo aunque no estaría mal escucharle interpretar a Mompou.

Cinco cuadros de un joven compositor pintados por otro joven pianista, «el intento de captar el alma o la visión de las cosas que vive detrás de las apariencias» en palabras de Ramón Avello, y cinco dedicatorias a los amigos de Ravel integrando en «Los Apaches». Como si de una acuarela se tratase por la ligereza del trazo, mezclando el color sobre el papel, retocando a veces con tinta china, manchas y líneas, así fue creando Seong-Jin cada obra en un personal «promenade» también gestual: I. Noctuelles (Polillas). Trèsléger, como el vuelo hacia la luz en un baile sin danzantes; II. Oiseaux tristes (Pájaros tristes). Trèslent, dedicada a nuestro Ricardo Viñes que estrenaría estos «espejos», aire mediterráneo y melancólico en el París centro artístico de inicios del XX donde el canto del mirlo parecía recordar la Iberia trasmontana; III. Une barque sur l’océan (Una barca en el océano). D’un rythme souple, de nuevo el Cantábrico de trazo ligero, colores dibujados en modo menor para descubrir un oleaje de arpegios pintados al piano; IV. Alborada del gracioso. A ssezvif, lo más español desde la infancia raveliana en Ciboure y San Juan de Luz, la pasión vasca desde un piano guitarrístico, pleno de ritmo, de profundidad sonora tan «ibérica» como la de Albéniz y esperando también un acercamiento de Cho a la «biblia del de Campodrón» porque puede ser todo un acontecimiento; finalmente V. La vallée des cloches (El valle de las campanas). Très len, un piano pleno de tímbricas más allá de las indicaciones de la partitura, la tranquilidad expresiva del surcoreano en otro alarde mágico de sonoridades sutiles, llenas, redondas, que remataron un Ravel más allá de lo esperado.

Y tras Brahms, Ravel y Schumann, aplausos de admiración y respeto obligando a varias salidas del pianista con dos propinas que tiene registradas en su último CD «The Handel Project» editado con el sello amarillo, y engrosando un plantel de jóvenes intérpretes que ya son figuras mundiales.

Un Händel tan sorprendente como el Purcell de Don Gregorio, la vuelta de tuerca por retornar para el piano el universo barroco y la inspiración del hamburgués. Primero el IV. Menuet de la Suite en si bemol mayor, HWV 434 en el arreglo de W. Kempff, uno de mis intérpretes de juventud, y después el IV. Air de la Suite en mi mayor, HWV 430, no ya magia del número 4 que cierra las suites, el propio contraste de dos páginas que el piano de Cho reinterpretó con unas ornamentaciones limpias y precisas, matizadas, sutiles, sin excesos dinámicos y utilizando el piano como tal sin buscar imitaciones clavecinistas, cercano y actual solo al alcance de los magos del piano, y Seong-Jin Cho ya lo es.

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