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Sokolov el ilustrador

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Domingo 16 de febrero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Grigory Sokolov (piano). Obras de Byrd y Brahms.

No llevo la cuenta de las veces que el ya español Gregorio Sokolov (Leningrado -hoy San Petersburgo-, 18 de abril de 1950) y afincado en Mijas (Málaga) ha venido a Oviedo (al menos desde 2011 están reflejadas en mi blog anterior y en este). Me suelo quedar sin calificativos porque siempre resulta asombroso, rompedor, innovador, cautivador y esta verdadera leyenda viva del piano, de las pocas que nos van quedando, es capaz de llenar el auditorio sin ser ningún influencer ni necesitado de campañas comerciales como muchos y muchas intérpretes que también han pasado por el Teatro Campoamor y posteriormente por el Auditorio «Príncipe Felipe». De nuevo con la caja acústica cerrada, luz tenue y la que se puede llamar «liturgia Sokolov» en un programa ya cerrado que le llevará hasta agosto por media Europa.

Si el acercamiento a compositores como Rameau, Purcell (hace dos años también en Oviedo), Couperin, no digamos nuestro «dios Bach«, en esta gira del ruso, que vuelve a poner a la capital del Principado en su mapa, nos impactaría con el inglés William Byrd, y seis páginas originalmente escritas para el virginal, que mi admirado Paco Pantín explica en sus siempre ricas notas al programa: «(…) instrumento de la familia del clavecín, de pequeñas dimensiones, caja rectangular y sonoridad característica dentro de un amplio espectro tímbrico que se mueve entre la nitidez y la dulzura (…) modelo compositivo que sintetiza influencias diversas, conjugando la austeridad de la polifonía religiosa con el mundo de la danza, la fantasía improvisatoria de los laudistas contemporáneos y una ingente riqueza ornamental, conformando una extensa producción de más de 120 piezas, muchas de ellas danzas como pavanas, gallardas, allemandas, courantes, variaciones sobre melodías populares, fantasías y piezas de carácter descriptivo en las que la austeridad global alterna con el humor refinado y la melancolía, dentro de una elegancia que en todo momento evita la gravedad a partir de una sorprendente y original variedad rítmica, riqueza contrapuntística y una ornamentación constante no exenta de un virtuosismo lógicamente condicionado por las limitaciones del instrumento y que en su translación al piano podemos apreciar con mayor perspectiva». Así resultaron casi literalmente y que demuestran cómo Don Gregorio se vuelve un ilustrador o iluminador de estas páginas que con su pianismo  único parecen colorear cual orfebre, músicas renacentistas desde un instrumento «moderno» del que Sokolov extrae sonoridades impensables. Buscaba compararlo con un niño a quien regalan un libro para colorear y le dan una gran caja de lápices o ceras, pero mejor un maese Grigory medievalista que realza los contornos, da sombras e intensidades increíbles, volumen al plano ilustrando con piedras preciosas y caros tintes cada danza, con los ataques de su técnica «de escuela rusa» que parecen mazas que se vuelven plumas, delicada potencia, o viceversa, capaz de hacernos pensar que está pinzando las cuerdas, siempre con unos pedales que crean la atmósfera tímbrica para redescubrir todo lo que estos compositores (que sigue «redescubriendo al piano») esconden como si hubiesen escrito adivinando el futuro del fortepiano o el piano actual. El mismo Steinway© del pasado miércoles con Bronfman, otra leyenda de la misma escuela, parecía haber ganado en sonido dada la amplísima paleta de nuestro nacionalizado.

Byrd volvió a renacer en las manos de Sokolov, enriquecido con tanta luz e intensidades, casi una orquestación en las 88 teclas con ornamentos perlados que nunca escondían la melodía, jugando con los tempos de danza desde un estoicismo solo roto cuando se le escucha. Magia al piano que contagió un silencio sepulcral que tantas veces echamos de menos.

Brahms es otro de los «fetiches gregorianos» y pareció encarnarse sin barba en el intérprete, misma barriga y posición al piano con todo el magisterio del hamburgués perfectamente entendido por Sokolov. Sin pausas y sin prisas las cuatro baladas opus 10 para paladear cada una con sentimiento, interiorización, fuerza y la equívoca sencillez de una técnica imprescindible para estas seis obras de la «parte intermedia», pues las dos rapsodias siguientes nos dejaron boquiabiertos por la potencia que mantiene el universal Grigory capaz de llenar el auditorio con una música tan romántica enlazada con la renacentista en perfecto maridaje de «dos bes».

Y si el seis anterior era numerología en estado puro, también la «tercera parte» con las esperadas ¡seis propinas!, aunque aún haya quien se marche sin esperarlas (ellos se lo perdieron y no había disculpa por la hora). Así fueron desgranándose con el mismo asombroSokolov la Chacona en sol menor, ZT. 680 (Purcell), devolviéndonos al febrero hace dos años, el Chopin referente «de la casa» con la Mazurka en do sostenido menor, op. 63 nº 3, su ya «habitual» Rameau de Le tambourin, otras dos mazurkas del polaco (la opus 30 nº 1 en do menor y la op. 68 nº 3 en la menor) y para los creyentes en «Mein Gott» el coral Ich ruf’ du dir, Herr Jesu Christ, BWV 639 (Bach/Siloti).

Casi tres horas que pasaron en un tris y nos cargaron las pilas… Amen siempre, pero sobre todo tras lo escuchado ¡Amén!.

 

PROGRAMA

-I-

William Byrd (1540-1623):

John come kiss me now (T478, BK81, FVB10)

The first pavan. The galliard to the first pavan (T478, BK81, FVB10)

Fantasia (T455, BK63, FVB8)

Alman (T436, BK11, FVB163)

Pavan: The Earl of Salisbury. Galliard. Second galliard (T503; BK15a, 15b, 15c)

Callino casturame (T441, BK35, FVB158)

-II-

Johannes Brahms (1833-1897):

Cuatro baladas, op. 10

Nº 1 Andante – Nº 2 Andante – Nº3 Intermezzo. Allegro – Nº4 Andante con moto

Rapsodias, op. 79

Nº 1 Agitato – Nº 2 Molto passionato, ma non troppo allegro

Un “Dido y Eneas” desde Versalles a Oviedo

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Sábado 26 de octubre de 2024, 19:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo: Conciertos del Auditorio. Henry Purcell (1659-1695): «Dido and Aeneas» (Z 626, 1689). Sonya Yoncheva (soprano), Ana Vieira Leite  (soprano), Halidou Nombre  (barítono), Attila Varga-Tóth (tenor), Pauline Gaillard (soprano), Yara Kasti (soprano), Arnaud Gluck (contratenor), Lili Aymonino (soprano), Coro y Orquesta de la Ópera Real de Versalles, Stefan Plewniak (violín y director).

(Crítica para Ópera World del domingo 27, con el añadido de los links siempre enriquecedores, tipografía que no siempre se puede adaptar, y fotos de las RRSS y propias)

Se inauguraba la 26ª temporada de los “Conciertos del Auditorio” de Oviedo en un horario que despistó a los habituales (19:00 horas también los sábados además de domingos y festivos) con una ópera en concierto dentro de una amplia y variada programación desde el área de cultura del ayuntamiento ovetense, donde la lírica nunca falta y las versiones semi-escenificadas, como en el caso de muchas otras obras en el “Príncipe Felipe”, siempre han dado buen resultado para un público aficionado a todo el género vocal, y que sigue poniendo la capital asturiana en el mapa musical, esta vez para disfrutar del «Dido y Eneas» de Purcell tras su paso francés por el propio Castillo de Versalles (con producción escénica de Cécile Roussat y Julien Lubek), Lyon y Toulousse o las españolas de Madrid este pasado jueves 24 en el Auditorio Nacional y este último sábado de octubre en Oviedo.

En esta producción no echamos de menos la escena, pues hubo buena interacción entre los artistas para intentar desechar ese concepto de “ópera en concierto” y verdadera alegría para todo melómano con casi lleno en el auditorio carbayón, por otra parte esperable por la presencia de la mediática y aclamada soprano búlgara Sonya Yoncheva (Plovdiv, 1981) tras su aparición el martes pasado en el programa de TVE “La revuelta” de David Broncano que ha llenado redes sociales y páginas de todo tipo, dando una publicidad al evento que no tiene precio.

Considerada una obra maestra absoluta de la ópera barroca inglesa del conocido como “el Orfeo británico”, Purcell despliega en ella todo su arte de lo maravilloso y lo trágico entre lamentos desgarradores y risas malignas donde “La Yoncheva” interpreta este papel emblemático de seducción y despecho como es Dido, dentro de un vasto repertorio donde el barroco también tiene su lugar junto a los papeles icónicos de soprano ¡y hasta Mahler!, que la han llevado a triunfar por todo el mundo. Ella fue la verdadera diva (de riguroso luto) que acaparó el éxito de un espectáculo barroco algo desigual con el violinista y director polaco Stefan Plewniak al frente del Coro y Orquesta de la Ópera Real de Versalles, mucho mejor que el variado elenco vocal, todos especializados en este periodo histórico.

                                                  Foto©Impacta, Madrid

La búlgara se encontró cómoda en su papel regio con una vocalidad espléndida, de bellísimo color, con cuerpo en todo el registro y una tesitura que le va muy bien pese a cierta homogeneidad interpretativa que le quitó mayor variedad en este rol de la reina Dido, siendo el conocido lamento When I’m laid in earth donde sí emocionó por su buen hacer canoro aunque hubiese esperado más “carne en el asador” para esta página que lo pide. Bien empastada en sus dúos y notándose muy por encima de sus compañeros de reparto, dominadora de la escena y “devorando” a un Eneas que no logró enamorar.

Ana Vieira Leite como Belinda decepcionó un poco por su poca proyección ante una orquesta camerística, aunque no podamos reprocharle su musicalidad y bello color, pero tan solo pudimos “disfrutarla” en la segunda escena palaciega (See, Madam, see where). Y cierto fracaso el de Halidou Nombre como Eneas, de fluctuante afinación que se hacía más notable en los fortes donde su vibrato le traicionó más de una vez. Con un timbre ideal y volumen más que suficiente, hubo momentos donde no logró encontrar el tono, aunque al menos cuando lo logró sí demostró su calidad y presencia escénica, pero podríamos haber cambiado el final ante lo escuchado.

En la balanza positiva sí nos embrujó Pauline Gaillard por registro homogéneo, agudos bien proyectados además de un buen empaste pese a lo similar en el color con Yara Kasti a quien superó en volumen y escena, apareciendo por el patio de butacas hasta situarse sobre el escenario. Breve pero muy bien desde la balconada superior izquierda el contratenor Arnaud Gluck como un espíritu (Stay, Prince and hear great Jove’s command) tras salirse del coro para dejarnos una grata impresión con una potencia ayudada por la ubicación en su diálogo con Eneas. Tampoco estuvo mal la soprano Lili Aymonino tanto en su dúo con Belinda, y peor hechicera pero mejor marinero (tercer acto) el tenor Attila Varga-Tóth, de voz rotunda y excelente emisión.

Mención aparte y sobresaliente el coro, once voces -más el contratenor- siempre suficientes, presentes, matizadas, afinadas, ya desde los tres números del primer acto (When monarchs unite, Cupid only throws the dart y To the hills and the vales), unas risas bien marcadas y mejor cantadas en el segundo (realmente un deleite Harm’s our delight and mischief all our skill) de esos marineros que me hicieron recordar al Britten inspirado en su compatriota tres siglos después. El último Great minds against themselves conspire junto al último dardo de Cupido sonó a coral luterano por presencia, gusto y matización exquisita.

La orquesta de plantilla ideal para este Purcell, me gustó en todas las secciones y especialmente los números entre escenas (de obras como “The old Bachelor”, “El Rey Arturo” o “Timon of Athens”), con el propio Stefan Plewniak dirigiendo con el violín y marcando todo con una gestualidad casi danzante, quedándome con un continuo bien armado, especialmente el arpa y las dos tiorbas de Jonathan Zehnder y Léa Masson (también a la guitarra barroca improvisando el inicio del “Asturias” de Albéniz antes de la escena de palacio) junto a la percusión detallista con finas pinceladas y buena tormenta. Una formación de quilates que junto al coro brillarían con luz propia en esta ópera (y hasta en las propinas).

Y es que como buenos “chauvinistas», intentaron animar al personal como si de un grupo rockero se tratase, con todas las voces en primera línea para “hacer el indio” con Rameau, un bello Tendre amour donde el reparto se unió pero estropeando la belleza de los palaciegos versallescos, y una poco galante por excesivamente “salvaje” (gritada y con palmas fuera de lugar) Forêts paisibles, bosques nada pacíficos que ni dejaron ni hicieron disfrutar de todos los intérpretes, salvo el entusiasta y entregado Stefan Plewniak.

FICHA:

Sábado 26 de octubre de 2024, 19:00 horas. Auditorio Príncipe Felipe, Oviedo: Conciertos del Auditorio. Henry Purcell (1659-1695): «Dido and Aeneas» (Z 626, 1689). Ópera en tres actos, libreto de Nahum Tate (1652-1715) basado en el libro V de la «Eneida» de Virgilio.

FICHA ARTÍSTICA:

Dido, reina de Cartago: Sonya Yoncheva (soprano) – Belinda, dama de la reina: Ana Vieira Leite (soprano) – Aeneas, héroe troyano: Halidou Nombre* (barítono) – La hechicera / Un marinero: Attila Varga-Tóth* (tenor) – Primera bruja: Pauline Gaillard* (soprano) – Segunda bruja: Yara Kasti (soprano) – Un espíritu: Arnaud Gluck (contratenor) – Segunda mujer: Lili Aymonino (soprano)

*Miembros de la Academia de la Ópera Real

Coro y Orquesta de la Ópera Real de Versalles

Stefan Plewniak (Director).

Orquesta de la Ópera Real de Versalles:

Violines I

Ludmila Piestrak – Raphaël Aubry – Nikita Budnetskiy

Violines II

Roberto Rutkauskas – Sophie Dutoit – Reynier Guerrero

Violas

Alexandra Brown – Wojtek Witek

Violas de gamba

Hyérine Lassalle* – Layal Ramadan*

Violonchelo

Jean Lou Loger

Contrabajo

Nathanaël Malnoury

Oboe y flauta

Michaela Hrabankova

Flauta

Victoire Felloneau

Fagot

Robin Billet

Percusión

Dominique Lacomblez

Tiorbas

Léa Masson – Jonathan Zehnder*

Clave/Órgano

Cécile Chartrain – Simon Kalinowski*

Arpa

Flora Papadopoulos

Preparación del coro

Chloé de Guineano

Coro de la Ópera Real de Versalles:

Sopranos

Sarah Charles* – Cécile Granger – Anne-Laure Hulin – Fanny Valentin

Mezzosopranos

Marion Harache – Mathilde Legrand

Tenores

Edouard Hazebrouck – Cyril Tassin

Bajos

Lucas Bacro – Nicolas Certenais – Samuel Guibal*

*Miembros de la Academia de la Ópera Real

Bruce Liu: visiones al piano

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Lunes 4 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «LUIS G. IBERNI»: Bruce Liu (piano). Obras de Rameau, Chopin, Ravel y Liszt.

Diciembre tendrá en estas jornadas de piano dos generaciones de pianistas que a mi edad me sitúo entre ambos extremos: el próximo miércoles 13 Joaquín Achúcarro (1932) a quien sigo desde 1972 cuando me embrujase en la centenaria Sociedad Filarmónica, y este lunes a Bruce Liu (1997), impactante, joven ya maduro que dará mucho que hablar en este siglo XXI. Tantas figuras han pasado por «La Viena Española»  que sigue escribiendo la historia, y además en la festividad de Santa Bárbara suponía el debut en nuestro país del Primer Premio del Concurso de Piano Chopin 2021 -la misma edición donde el gijonés Martín García ganaría el tercero-, un talento nacido en París de padres chinos y criado en Montreal -tiene la nacionalidad canadiense- en tiempos de globalización también en el mundo de las 88 teclas, olvidándonos de escuelas pianísticas o tendencias.

Y esta figura de nombre ligado a las artes marciales y apellido pucciniano no defraudó en un programa verdaderamente de virtuoso que ofreció a dos gigantes del piano que se inspiraron nada menos que en el Don Giovanni mozartiano pero también su asombrosa técnica al servicio de la música con dos franceses casi en las antípodas pero delicados para confrontar sonoridades, estilos y visiones desde la interpretación madura del cosmopolita y generoso Liu.

Si Rameau es el máximo representante del clavecinismo francés junto a Couperin, la tentación de interpretar música barroca al piano supera cualquier opinión personal e incluso histórica, y así lo pude comprobar también en estas jornadas con Don Gregorio y su Purcell emparejado con Mozart, quien también ha incorporado a su amplio repertorio el clave del francés, sin dejarme mi pasado Festival de Granada con una pléyade de pianistas que en las llamadas «Play lists» figuran entre los más reproducidos.

El directo de Bruce Liu es único, con una técnica impecable donde el uso de los pedales marca sonoridades propias y muy cuidadas pero la limpieza en la digitación, la claridad expositiva y una amplísima gama de matices le dan todos los recursos para enfrentarse al repertorio de cualquier época con una solvencia y madurez asombrosa pese a su edad. Dice un proverbio que «Algo tendrá el agua cuando la bendicen» y ganar el Chopin no está al alcance de cualquiera aunque los concursos parezcan estar desprestigiados, en parte por los miembros de los jurados. Lo mismo podría decir de «fichar» por el sello amarillo que acierta en lo comercial pero también supone un escaparate mundial para sus «primeras figuras», independientemente de su mayor o menor calidad, y en el caso de Bruce Liu el acierto ha sido grande.

La selección de piezas de Rameau que el maestro Francisco Jaime Pantín desgrana en las notas al programa (enlazadas igualmente al inicio), se centró en las tres colecciones que dejo indicadas al final, y que representan una brillantez de escritura y un catálogo de expresividad. Liu exprimió al máximo las seis, limpieza en todos los sentidos, pedales comedidos para no enturbiar el discurso pero dándole todo el color desde el piano a estos «grabados» clavecinistas, como sucederá con Bach en tantos intérpretes del siglo pasado. El antes citado Sokolov tiene a Rameau entre sus propinas favoritas y ha grabado también para el sello amarillo como Liu. Así Les Cyclopes fueron más calmados que las del ruso nacionalizado español mientras Les Sauvages el canadiense la ejecutó ligeramente más rápida sin perdernos ni una nota. A la multinacional alemana no le importa repetir obras con distintos intérpretes y el mundo de la crítica discográfica es aficionado a compararlas también en los tiempos. Lo que tengo claro tras lo escuchado este primer lunes de diciembre por el canadiense nacido en París con su Rameau aporta una visión actual a un repertorio que sin ser pianístico luce siempre cuando el acercamiento respeta lo escrito y lo llena de colores personales.

Y para el «Premio Chopin» no podía faltar el gran polaco del piano con las Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, obra de un joven pianista y compositor además de se la primera obra para piano con orquesta (opus 2) pero despojada del acompañamiento sinfónico para poder disfrutar de todos los recursos del instrumento en aquellos salones del XIX y donde la inspiración en las óperas no solo las hacían llegar a todos los públicos sino a impactar con el virtuosismo que se hace y sigue haciendo casi imposible a tantos estudiantes de piano. Liu «cantó» el famoso dúo del Don Giovanni de Mozart con respiraciones, fraseos y el estilo propio del polaco que emana en cada una de las cinco variaciones, incluso indicadas en la partitura. La técnica es necesaria pero la musicalidad de Bruce la hace parecer menor de lo que es, la siempre engañosa facilidad mozartiana que transvasada al lenguaje chopiniano es vestir con traje romántico un clasicismo latente con cualquier ropaje.

La segunda parte volvería a emparejar lo francés y la inspiración en Mozart de otro virtuoso del piano, Ravel con Liszt. Desde esta divergencia cronológica convergiendo al piano y dando cierta homogeneidad a las obras elegidas, los Miroirs (1904-1905) de Ravel casi fueron un viaje en el tiempo del estilo clavecinístico, una visión más que versión propia como pueda ser Picasso y Velázquez con «Las meninas». Cinco piezas que fueron espejos, reflejos, ilustraciones a los propios títulos como harían Debussy el propio Liszt. De nuevo el color de Bruce Liu mezclando y superponiendo sonoridades, si en Rameau era acuarela de un solo y leve trazo, en Ravel óleo de amplia pincelada, lo etéreo y melancólico junto al misterio y la angustia, paleta de color y emotividad pianística, con una Alborada del Gracioso plenamente sinfónica desde las 88 teclas demostrando de nuevo la maravillosa escritura y capacidad de Ravel para crear estos enormes lienzos conformando una exposición que termina en el Valle de las Campanas de serenidad contrapuesta a la sensualidad anterior, soledad del intérprete tras un intenso paseo.

Había que reponer fuerzas porque Liszt y sus Réminiscences de Don Juan suponen una exigencia física puede que mayor que la propia técnica necesitada para tocarlas. De nuevo Mozart en el fondo, paráfrasis operística que como en las variaciones chopinianas parte de melodías siempre reconocibles, también «Là ci darem la mano» que parece pedir una tercera ante el despliegue diabólico de octavas rapidísimas, escalas en terceras, saltos como triples mortales sin red que Bruce Liu ejecutó con total seguridad y unos matices extremos com Liszt exige, tres «p» y tres «f» marcando incluso cuatro, con el Steinway© bien ajustado para devolver cada gesto, cada pentagrama, cada frase de la ópera mozartiana en la vertiginosa demostración del que fuera rey del piano en los salones parisinos, el exagerado húngaro cuya sobra emergía como la del propio Comendador amenazando al protagonista. Liszt no mató a Liu sino que lo elevó a categoría de héroe en estas «reminiscencias» donde primaría de nuevo el amor del anterior dúo utilizado por Chopin y hasta el Aria del Champagne.

Dos bloques franceses y parisinos como el propio pianista que nos regalaría dos joyas resumiendo el propio programa con el que debutaba en España: primero el Preludio en si menor BVV 855a de Bach en el arreglo de Siloti, el clave que crece en el piano, y de nuevo Chopin con su famosísimo Vals del minuto (que duró sólo un poco más), el Bruce Liu figura emergente que engrandece la larga lista de pianistas en «La Viena Española».

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Jean-Philippe Rameau (1683-1764):

Les tendres plaintes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/1.

Les Cyclopes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/8.

Menuet I y II (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/3 y RCT 6/4.

Les Sauvages (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/14.

La Poule (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/5.

Gavotte et six doubles (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 5/7.

Frédéric Chopin (1810-1849): Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, op. 2:

Introducción. Largo- Poco piu mosso; Tema. Allegretto; Variación 1. Brillante; Variación 2. Veloce, ma accuratamente; Variación 3. Sempre sostenuto; Variación 4. Con bravura; Variación 5. Adagio- Alla Polacca.

SEGUNDA PARTE

Maurice Ravel (1875-1937): Miroirs, M. 43:

I. Noctuelles; II. Oiseaux tristes; III. Une barque sur l’océan; IV. Alborada del grazioso; V. La vallée des cloches.

Franz Liszt (1811-1886): Réminiscences de Don Juan, S. 418

Gheorghiu única

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Sábado 15 de julio, 20:00 horas. 72 Festival de Granada, Auditorio Manuel de Falla, “Universo Vocal” Recital lírico I: Angela Gheorghiu (soprano), Jeff Cohen (piano). Obras de Giordani, Paisiello, Donizetti, Beethoven, Tosti, Schumann, R. Strauss, Rachmaninov, Rameau, Martini, Massenet, Saint-Saëns, Brediceanu, Stephănescu, Bartók, Bellini y Satie. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

La considerada como “última diva de la ópera”, Angela Gheorghiu (Adjud, 7 de septiembre de 1965) llegaba a Granada esta tarde de sábado en un recital con el pianista Jeff Cohen (Baltimore, 1957) y toda la expectación que levanta una estrella mundial como la soprano rumana, aunque no hubiese un lleno hasta la bandera.

Si entendemos diva como diminutivo de divina “La Gheorghiu” lo es y no hay otra igual en el firmamento lírico. La rumana es un imán que capta toda la atención visual y auditiva desde que pisa la escena, independientemente de lo que cante, y en un recital todo suma. Es diva porque conquista al público, lo hace cómplice, hipnotiza con una voz que mantiene un color especial, un “saber cantar” como pocas, artista absoluta que juega desde un dominio total de la técnica, convirtiendo cada página es un microrrelato que sigue emocionando.

Un recital resulta más exigente que cualquier ópera precisamente por esa carga dramática que conlleva cada obra elegida, y la primera parte arrancó con varias páginas que todo estudiante de cante ha transitado, y los llamados pianistas repertoristas aún más. Qué maravilla cuando las canta una maestra como Angela Gheorghiu y el piano de Jeff Cohen, veterano en estos menesteres sabiendo dónde respirar, esperar, incluso saltarse algún compás porque enganchará sin problemas con la artista, y eso es la soprano rumana.

Tres páginas para ir tanteando acústica, temperatura, ubicarse y controlar escenario: la arietta Caro mio ben de Giuseppe Giordani, el aria de la ópera «La bella molinara» de Giovanni Paisiello, Nel cor più non mi sento (1788), y la alegre canzonetta napolitana Me voglio fà ‘na casa, también conocida como Amor marinaro de Donizetti,  incluida en Soirés d’automne, sin necesidad de sobretítulos (ilegibles sobre el telón de fondo) donde “la Gheorghiu” comenzó a sentirse bien, actuando y conquistándonos.

Como buen “acompañante” y eligiendo páginas relacionadas con el programa cantado, Jeff Cohen daría el primer “descanso” con el recién escuchado Paisiello y las Seis variaciones sobre «Nel cor più non mi sento», WoO 70 de Beethoven, aseadas y sin más exigencias que comprobar cómo los grandes compositores sintieron las obras líricas del momento para recrearlas al piano, llamémoslas variaciones o paráfrasis, aunque esta del “sordo genial” no sean especialmente exigentes para los pianistas.

Y comenzaba a subir la emoción, el buen cantar, el sentimiento, la auténtica interpretación de dos canciones que conozco desde mis años jóvenes, el cautivador y gran melodista italiano Paolo Tosti con dos poemas que la música del de Ortona eleva al Olimpo de concierto: Ideale (texto de Carmelo Errico) y Sogno (de Olindo Guerrini). Si se me permite jugar con los títulos Angela Gheorghiu fue ideal para este sueño con el piano respetuoso de Jeff Cohen, qué placer cómo frasea la rumana, cómo juega con la “mezza voce”, matices increíbles, adornar en el punto exacto, crecer emocionalmente ese final de frase en un agudo siempre preciso y cadencioso esperando el clímax y feliz unión de letea y música. El sueño de esta tarde granadina comenzaba en ese momento y proseguiría con Respighi y Nebbie. Otra lección de canto con gusto, musicalidad que rebosa por todas partes, conquistando con la mirada, el gesto corporal, colocando la voz en la máscara con una facilidad envidiable en la que muchas otras sopranos deberían mirarse. La siguiente parada seguiría ascendiendo cual cumbres de los “ochomiles” que cada página elegida suponía.

Segunda intervención de Jeff Cohen en la “visión” que de Robert Schumann hará Liszt del conocido lied Widmung (al fin cantó el piano solo), buen puente sin excesos antes del Du bist wie eine Blume que “la Gheorghiu” en un alemán perfecto nos brindó, preparándose en el idioma de Goethe con toda la expresión de un Schumann que se ha “instalado en Granada”.

Últimas dos cumbres de la primera parte para disfrutar de la rumana, el Zueignung, nº 1 de los ocho lieder de la op. 10 de Richard Strauss, intenso, dramático, bello, interiorizado y comunicado como sólo las grandes son capaces, y nuevo paso arriba con Vesenniye vody, op. 14 nº 11 de Rajmáninov con el ruso de lenguaje cantado y tocado, página apasionada de lirismo y apoyaturas, con el crescendo final envuelto en acordes y octavas muy de la casa. brillante para el tándem Gheorghiu-Jeff Cohen con química, entendimiento, carga emocional y música para disfrutar.

Si la primera parte fue sumando enteros, la segunda continuaría “in crescendo” porque la soprano rumana, que como buena diva cambió el azul turquesa por un desenfadado tricolor y rosa en el pelo, con mejora en la iluminación sobre la tarima y graduado el termostato del aire acondicionado del auditorio, ya plenamente cómoda, dominadora de la escena, haría grandes las miniaturas en la lengua de Moliere con un francés perfecto, sin nasalizarlo en absoluto, jugando con una pronunciación que es poesía pura, primero Le Grillon de Rameau, después un auténtico Plaisir d’amour de Jean-Paul-Égide Martini, placer de canto, de interpretación en el amplio sentido de la palabra, con un piano siempre amoldado a la soprano, y rematando este bloque la Elégie de Massenet, quinta de las diez «Piezas de género para piano», rezo íntimo y acto de amor que “la Gheorghiu“ interpretó con su línea de canto impecable, precisa, colorista, jugando con los matices y la expresión intrínseca al texto que musicalizado aún crece más, bien arropada por un Cohen elegante y “al servicio de la voz”.

Desde el piano seguiría el homenaje lírico con la paráfrasis que Saint-Saëns compuso de la famosísima Méditation y La Mort de Thaïs de la ópera homónima de Massenet. Un piano al fin contundente y desde el conocimiento de los originales operísticos tras muchos años de repertorista, temáticamente ideal para cerrar esta parte francesa antes de irnos hasta la Rumanía natal de “la Gheorghiu“.

Cuánta música por descubrir y qué buena cuando se siente en las entrañas, se canta con el corazón y transmite el amor por la tierra que te ha visto nacer y llevas contigo como la mejor herencia. Gheorghiu nos enseñó a Tiberiu Brediceanu (1877-1968) con Cine m-aude cântând y textos de la tradición popular), después a George Stephănescu (1843-1925) y Mândruliță de la munte, músicas cercanas en el tiempo por compositores que dejan en su música parte del patrimonio, y nadie mejor que la soprano rumana para hacernos viajar a su tierra con estas melodías donde el piano es fiel compañero.

Quedándose en la Rumanía de la soprano y con la visión del húngaro Bartók el pianista y compositor estadounidense nos interpretaría las Seis danzas populares rumanas, Sz. 56 que van subiendo en dificultad en un piano no siempre rotundo pero sí entregado dando unidad a un programa vocal donde estos “descansos” al menos tuvieron todo el sentido. Los años pesan en los dedos pero el bagaje añade el poso y la veteranía para sortear vericuetos técnicos.

Y llegaba el “non plus ultra”, pues Bellini es bel canto y la canción Vaga luna, che inargenti, de la que Arturo Reverter en sus notas al programa dice puede “considerarse una suerte de precedente en miniatura de la cavatina Casta diva de Norma” en la voz de Angela Gheorghiu resultó un aria de calado, enorme, parando el tiempo en la palabra o sílaba exacta, el ornamento ideal no escrito, la magia de la noche granadina donde el piano remataba el bordado áureo más que plateado de la soprano. Resulta maravilloso escuchar estas páginas tan conocidas cuando se interpretan como las canta “la última diva”.

Todavía faltaba la última cumbre o un paso más en el firmamento lírico, un “juguete» vocal y pianístico del incomprendido francés Satie cuyo baúl fue el mejor regalo para la historia musical de los felices años 20 (los del pasado siglo, claro). Su vals Je te veux con letra de Pacory nos transportó al Paris corazón artístico que nuevamente con Gheorghiu y Cohen, en sincronía técnica, emotiva y veterana, rematarían un recital que podemos calificar de antológico, donde hasta la rumana se movió en escena con todo el gracejo al que esta música nos llevó.

Público rendido ante la diva, simpática, generosa, entregada, cautivadora, cómplice con todos, afable y una “tercera parte” fuera de programa que supuso como la canción de Sinatra Fly me to the Moon, pues aún queda mucho universo para esta gran Angela Gheorghiu. Pocas sopranos me han emocionado y esta noche hasta se me saltaron las lágrimas tras escucharle su Lauretta del O mio babbino caro, imposible expresar todo lo que su voz transmite en este aria del “Gianni Schicchi” de Puccini, que no por conocida se escucha cantar como la rumana. Auditorio en pie arrodillado ante tanta grandeza vocal.

Y llegaría otro “no va más” en el Auditorio Manuel de Falla con su Granada (Agustín Lara) entregada, no importa que el piano se comiese notas y hasta compases al pasar página, tampoco la pronunciación mejorable del español, que sólo nosotros somos capaces, porque ¡cantaba Angela Gheorghiu! y no necesitábamos más.

Para volar hasta el “Universo vocal” de este Festival, la popular canción La Spagnola (que siempre recordaré por Mario Lanza en su película “Serenade”) que Angela Gheorghiu sintió propia y hasta los zapatos rojos parecían hechos a medida para esta su primera noche granadina.
El día 19 pondrá el broche de oro al 72 Festival Internacional de Música y Danza de Granada, aunque esta vigésimoquinta noche la recordaré como “mi noche con la Gheorghiu”.

PROGRAMA

I

Giuseppe Giordani (1751-1798)

Caro mio ben (Texto: Giuseppe Guarini)

Giovanni Paisiello (1740-1816)

Nel cor più non mi sento (Texto: Giuseppe Palomba)

Gaetano Donizetti (1797-1848)

Me voglio fà ‘na casa miez’ ‘o mare (Anónimo)

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Seis variaciones sobre «Nel cor più non mi sento», WoO 70 (piano solo)

Francesco Paolo Tosti (1846-1916)

Ideale (Texto: Carmelo Errico)

Sogno (Texto: Olindo Guerrini)

Ottorino Respighi (1879-1936)

Nebbie (Texto: Ada Nedri)

Robert Schumann (1810-1856) / Franz Liszt (1811-1886)

Widmung (piano solo)

Robert Schumann

Du bist wie eine Blume (Texto: Heinich Heine)

Richard Strauss (1864-1949)

Zueignung (Texto: Hermann von Gilm)

Serguéi Rajmáninov (1873-1943)

Vesenniye vody, op. 14 no 11 (Texto: Fiódor Ivánovich Tiútchev)

II

Jean-Philippe Rameau (1683-1764)
Le Grillon (Texto: Pierre-Jean de Béranger)

Jean-Paul-Égide Martini (1741-1816)

Plaisir d’amour (Texto: Jean-Pierre Claris de Florian)

Jules Massenet (1842-1912)
Elégie (Texto: Louis Gallet)

Camille Saint-Saëns (1835-1921)

Méditation, Paráfrasis de concierto sobre La Mort de Thaïs de J. Massenet (piano solo)

Tiberiu Brediceanu (1877-1968)

Cine m-aude cântând (Texto de tradición popular)

 George Stephănescu (1843-1925)

Mândruliță de la munte (Texto: Vasile Alecsandri)

Béla Bartók (1881-1945)

Seis danzas populares rumanas, Sz. 56 (piano solo)

I. Joc cu bâtă (Danza del bastón). Allegro moderato – II. Brâul (Danza del fajín). Allegro – III. Pê-loc (Danza del zapateado). Andante – IV. Buciumeana (Danza del como). Moderato – V. Poargă românească (Polca rumana). Allegro – VI. Mărunțel (Danza rápida). Allegro.

Vincenzo Bellini (1801-1835)

Vaga luna, che inargenti (Anónimo)

Erik Satie (1866-1925) Je te veux (Texto: Henry Pacory)

Feliz Barroco malagueño en Navidad

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Lunes 23 de diciembre, 20:00 horas. S. I. B. Catedral de Málaga, Joven Orquesta Barroca de Andalucía, Aarón Zapico (director). Obras de Bach, Haendel, Vivaldi, Locatelli y Pachelbel. Entrada libre.
La Joven Orquesta Barroca de Andalucía (JOBA) nace en 2010 como un proyecto pedagógico promovido por la Orquesta Filarmónica de Málaga, dependiente del Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía cuya finalidad es despertar en jóvenes entre los 17 y 22 años, el interés por la Música Barroca así como darles a conocer sus escuelas, géneros y prácticas interpretativas. En este encuentro de navidad han estado trabajando con el asturiano Aarón Zapico que continúa su imparable labor en la dirección y contagiando su pasión por un repertorio donde se ha consolidado como un especialista de renombre internacional.

El concierto que llenaría la «manquita malagueña» y ponía el punto y final a seis días de trabajo concienzudo, nada menos que cinco obras del barroco alemán e italiano muy exigentes para una orquesta joven a la vez que madura, de calidad más que demostrada, equilibrada y totalmente entregada al director, quien lleva y transmite a los músicos su visión fresca, llena de color e ímpetu de unas obras verdaderamente maravillosas.
Entrando desde la parte de atrás del altar con Rameau y su Danza de la pipa de la paz de «Las Indias Galantes» antes de ubicarse ya definitivamente para afrontar al dios Bach y su Suite para orquesta nº1 en do mayor, BWV 1066, llamadas en su época «Oberturas», como bien explica en las excelentes y extensas notas al programa Alejandro Fernández, reorganizando el programa a la inversa del previsto, como previamente explicó Aarón Zapico, y ejecutado sin pausas las notas musicales que con la JOBA iluminarían la catedral malacitana.

Las siete partes o danzas (Ouverture, Courante, Gavotte I/II, Forlane, Minuet I/II, Bourrée I/II, Passepied I/II) con una instrumentación de oboe I/II, fagot, violín I/II, viola, bajo continuo) ya supusieron el primer toque de calidad de los jóvenes instrumentistas andaluces, con una cuerda muy equilibrada y una madera a la que la reverberación catedralicia no ayudó a degustar más su virtuosismo. Colores orquestales bien remarcados, aires contrastados y valientes en los rápidos, muy íntimos los lentos, con una gama dinámica realmente digna de veteranos.
Tras Bach su compatriota y contemporáneo Haendel con el Concierto nº 2 en si bemol mayor HWV 313 (de los Sei Concerti grosso op. 3), las dos caras del barroco alemán que se complementan pero ofrecen más lucimiento y menos hondura desde su estancia londinense no exenta tampoco de los aires de su época en sus cinco movimientos (Vivace, Largo, Allegro, Menuet y Gavotte), danzas para la cuerda bien contrastadas, con una plantilla ideal para cada una, nueva paleta amplia de matices y contrastes bien entendidos por el maestro Zapico y resueltos con solvencia por la JOBA.

Y de Alemania a Italia con el irrepetible Vivaldi de quien escuchamos su Concierto para cuerdas y continuo en sol menor, RV 157, maravillosa página del «cura pelirrojo» con una interpretación sublime de los jóvenes barrocos y el impulso desde la dirección, la luz que tras quitar el paso del tiempo cual lienzo sonoro descubre líneas y colores escondidos. La acústica también nos impidió disfrutar del clave con más presencia, aunque hubo momentos donde alcanzamos a vislumbrar ese continuo junto a unos cellos y contrabajo redondos.
Aún más preciosista en el planteamiento el Concierto grosso nº8 en fa menor, «Concierto de Navidad» op. 1 (de los Dodici Concerti grosso a Cuatro e a cinque) de Locatelli, para disfrutar de una orquesta ensamblada luchando con la difícil afinación y entregada, el barroco italiano siempre único que el maestro Zapico entiende a la perfección y la orquesta respondió fielmente.

Me asombraron tanto el fagot de Irene Camacho Sánchez como el oboe solista de la malagueña Nieves Escobar Baena, calidad y musicalidad que transmiten en cada intervención, al igual que los violines solistas en perfecto entendimiento a lo largo del programa, para rematar sin Aarón con el conocido Pachelbel y su Canon y giga en re mayor para tres violines y bajo continuo, T. 337 creciendo en emociones e intensidad manteniendo la pulsación levemente marcada por el arco de uno de los cellistas mientras el maestro dejó a su orquesta escucharse, disfrutar con esta popular obra, el broche final de un encuentro con mucho trabajo cuyo examen final y premio fue este concierto arrancando largas ovaciones de un público que disfrutó esta navidad barroca en la Catedral de Málaga, de nuevo con acento asturiano del que seguiré presumiendo.

Liturgia Sokolov

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Sábado 2 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Grigory Sokolov. Obras de Beethoven y Brahms.

Crítica para La Nueva España del lunes 4, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Cada visita del pianista Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) a España es un espectáculo casi místico con una liturgia conocida: temperatura adecuada, luz casi íntima, Steinway© con afinador incluido que al descanso vuelve a escena para retocar un instrumento que en manos del ruso alcanza sonoridades de otro mundo, más un programa donde las propinas son realmente la tercera parte, nunca improvisadas porque no hay nada al azar. Sabido de antemano antes de acudir al templo, merecen mayor penitencia quienes reinciden en el pecado de marchar antes de tiempo pues no hay propósito de enmienda; es verdadero sacrilegio toser inadecuadamente con ánimo de regocijo; y excomunión directa para los móviles demoníacos. El ritual no puede romperse aunque el ruso parezca ajeno a todo desde su púlpito instrumental, y los acólitos no soportamos las ofensas.
Sokolov es cual evangelista que bebe del antiguo testamento pianístico e interpreta literalmente desde el nuevo, con Oviedo parada obligada de sus giras (2011, 2014, 2017), en esta ocasión incluyendo dos de las tres B musicales de von Büllow: Beethoven y Brahms, románticos primero y último, dejando a Bach todopoderoso en el primer paraíso terrenal que entraría en mi particular santoral el 9 de abril de 2011.

Comenzar con la Sonata nº 3 en do mayor, op. 2 supone redescubrir al Beethoven que parte del Clasicismo haydiniano en su Allegro inicial, técnicamente siempre perfecto al servicio de la historia musical interpretativa, con fraseos impolutos, virginales, pureza de pedales, intensidades únicas en cada dedo con matices que en el Adagio presentan ya el primer romántico de claroscuros, profético en las manos de Sokolov, el Scherzo sustituyendo al minueto mozartiano ya plenamente sinfónico, y el último Allegro assai “imperial”, ligero de trinos barrocos, orquestales por momentos, con melodías inspiradoras para Schumann, Mendelssohn o Brahms, un testamento para todos los románticos.
Las Once bagatelas, op. 119 juegan con tonalidades y modos, aires del andante al vivace, estilos y épocas que al reunirse vuelven a tomar sentido de globalidad y premonición, música de un autor del que Sokolov se erige como gran mentor desde el siglo pasado. Emparejadas se complementan cual piedras preciosas en pendientes, sumando elementos se transforman en pulseras o collares, y todas juntas construyen esta corona real, bien engarzadas por este orfebre las once lecturas “futuristas”, más de lo que supondríamos al escucharlas por San Sokolov, miniaturas inmensas dotadas de unidad místicamente interiorizada que van creciendo, impactando e iluminando músicas aún por escribir en 1823 cuando se publicaron: juvenil A l’Allemande que nos recordó nuestro Antón Pirulero, chopiniano Vivace moderato de la nueve y carnavalescamente breve el Allegramente schumaniano por citar solo tres diamantes.

Brahms admiró y bebió de Beethoven, el último pianismo del hamburgués coincide en número opus con el maestro de Bonn. Sokolov unió las 118 y 119 Klavierstücke, diez piezas (seis y cuatro) dotadas de una madurez tanto escrita como interpretativa, donde los silencios brillan con la levedad deseada, cada nota responde fiel al pentagrama llenando el auditorio, las tonalidades adquieren brillos inenarrables y todo fluye mágico con equívoca apariencia de sencillez, monodia cumbre casi susurrada, verbo hecho arte mayúsculo, “rubato” imperceptible del fraseo y la buscada sonoridad casi enfermiza del ruso, sacando infinitas dinámicas independientes en cada gesto sin perder los legatos de ataques variopintos según la necesidad expresiva, ora ingrávida, ora refulgente y vigorosa. Cada pieza es única, reunidas las diez todo un nuevo testamento interpretativo de este evangelista del piano que siempre asombra descubriendo no ya el Intermezzo forma sino firma de un reverenciado Brahms.

Tercera parte de propinas, las seis “previstas” donde lo apuntado en los dos “B” toma forma independiente y profecías cumplidas: el Impromptu op. 90 nº 4 de Schubert más la Melodía húngara D 817, alternando con su esperado Rameau de trinos imposibles, piezas para clavecín de Los Salvajes La llamada de los pájaros antes del vals nº 2 de su compatriota A. Griboyédov para darnos la bendición apostólica con el mejor Debussy íntimo, casi místico del preludio Pasos sobre la nieve, el último legado del que Sokolov volvió a evangelizar caminando sobre la penumbra de un marzo ya primaveral.

Dos mundos en femenino singular

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Miércoles 20 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Patricia Petibon (soprano), La Cetra Barockorchester Basel, Éva Borhi (concertino y directora). “Nouveau Monde”: obras de Merula, Le Bailly, Nebra, Purcell, Charpentier, Rameau, Händel y tradicionales.

Crítica para La Nueva España del viernes 22, con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

El barroco nunca pasa de moda y Oviedo hasta tiene ciclo propio en primavera, aunque el gran público también disfruta con una música llamemos comercial en tanto que ligera, rítmica, juvenil, llevadera y atemporal, sin mucha más preocupación que pasar una buena tarde, que lo fue, máxime teniendo a una diva francesa como “La Petibon” (así las conocemos, con artículo y apellido), especializada en estos repertorios, junto a una de las mejores formaciones en la llamada interpretación histórica como los suizos de Basilea, centro de referencia de la música antigua con el italiano Andrea Marcon al frente, sustituido para esta gira por la húngara Éva Bohri, concertino habitual de La Cetra, redondeando una visión femenina siempre universal desde un programa variado cual catálogo de grandes autores barrocos del viejo mundo, con presencia hispana como no podía ser menos, y que hace seis años llevaron al disco en su mayor parte.

El concierto giró en torno a esas obras grabadas y muy trabajadas en estudio que el directo torna siempre distintas, sin trampa ni cartón, dos mundos distintos con menos músicos en vivo pero igualmente curtidos y excelentes, donde no aparecían en el programa la flautista y gaitera Hermine Martin o el percusionista Yüla Slipovich, partes imprescindibles de esta orquesta barroca en el corazón europeo. Ellos fueron el punto de calidad con diferencia, desde el Merula inicial hasta los Purcell, Rameau de referencia y cómo no, Marc-Antoine Charpentier, formación instrumental ideal que conforma junto a la soprano un auténtico espectáculo.

No voy a descubrir a Patricia Petibon, artista total que empatiza con el público desde un atrezzo festivo que complementa cada intervención suya, aunque su voz haya perdido color y volumen, necesitando abusar de recursos escénicos más que técnicos, sonidos selváticos aparte. Tuvimos sobretítulos para poder entender unos textos ininteligibles incluso en el mejor Nebra, de graves inaudibles con los “tutti” y unos medios algo opacos, salvados en las páginas de continuo solo. Tampoco las pocas agilidades fluyeron claras, siendo las obras reposadas y con presencia instrumental mínima las que mejor me llegaron hasta la fila 13, destacando el Lamento de Dido, verdadero “hit” de Purcell, las arias de “Las Indias Galantes” (de gran ambientación instrumental) y “Platée” (Rameau) todo en la primera parte, o la anónima romanesca Greensleeves de la segunda, “repudio descortés” donde el violín de Éva Borhi recreó la conocida melodía inglesa junto a la guitarra del español Rodríguez Gándara con la flauta de pico de Martin, redondeando una interpretación sentida y casi íntima.

Carencias aparte, la escenificación con muñecos de peluche, ya “enjaulado” el papagayo inicial, para la canción tradicional del lobo, el zorro y la liebre en la segunda parte haciendo partícipe al público, ayudaron a una complicidad dramática que apenas hubo en lo musical por parte de la francesa, sí gaita y percusiones adecuadas. El toque del cajón peruano, hoy “robado” por los flamencos, junto a la flauta nos brindaron una cachua andina del Codex Martínez Campañón desde el “otro” Trujillo peruano, algo corta en volúmenes.
El hispano Nebra tuvo su ritmo de seguidilla con “Vendado es amor no es ciego” en la primera parte algo triste, y mejor la última El bajel que no recela de la misma ópera, con vestuario de gorros y jerséis marineros dentro de un supuesto mar bravío que no arribó a buen puerto pese al gracejo de la francesa. Tampoco hubo “locura” en Le Bailly inicial aunque algo de cordura se iría ganando con el paso de las páginas.

Al menos la formación suiza nos brindó lo mejor de un esperado concierto con buena entrada. Bien las tradicionales con gaita, guitarra, violas de gamba y percusiones, la tonada La Lata el Congo del citado códice sudamericano y por supuesto las instrumentales purcellianas, verdaderamente cuento de hadas (The Fairy Queen) junto a la “Medea” (Charpentier) reposada y sentida, o las dos joyas de Händel de las que no hubo arias cantadas: solo Zarabanda de armonías válidas para Lascia en habitual autoplagio barroco, con leve olvido del “da capo” rápidamente corregido por algún músico, y Giga valiente junto a las ganas de una propina del alemán nacionalizado inglés (como la Cantata Spagnola), cambiada por una canción de amor francesa en la misma línea.

Espectáculo donde el nuevo mundo apenas se vislumbró salvo por presentación y título del disco, recayendo el peso en nuestra Europa eterna que hubiera sido más cercana con el entorno pétreo de la sala de cámara en todos los sentidos, acústica y equilibrios dinámicos básicamente. El directo de Patricia Petibón con La Cetra quedó minimizado en la sala sinfónica aunque el disfrute global lo tuvimos con la formación suiza.

El mundo de Internet sigue atesorando estas músicas atemporales de dos mundos que siguen siendo uno y femenino.

Con voz propia

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Sábado 9 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del AuditorioOviedo Filarmonía, Julia Lezhneva (soprano), Mikhail Antonenko (director). Obras de Mozart, Haendel, Rameau, Vivaldi y Rossini.

Crítica para La Nueva España del lunes 11, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva

La Oviedo Filarmonía (OFil) cumple veinte años felices con voz sinfónica propia en esta “Viena del norte” más allá del foso del Campoamor, conciertos del Auditorio junto a las Jornadas de Piano. El tiempo transcurrido entre tantas óperas y zarzuelas sin perder nunca de vista galas líricas como aquella con el recordado Haider y La Gruberova, ha conseguido que la formación ovetense se haya ganado a pulso desde el duro y continuado trabajo la fama de orquesta ideal para el canto.
En esta línea discurrió el concierto de La Lezhenva el sábado, corroborando la afición por la música vocal en nuestra tierra con un público entregado a obras cercanas y conocidas desde la “Primavera Barroca” que año tras año también llena la sala de cámara.

El joven director ruso Mikhail Antonenko (1989) junto a su compatriota coetánea (y esposa) la soprano Julia Lezhneva armaron una velada con el inigualable Mozart en calidad interpretativa global, el barroco como virtuosismo siempre admirable, y el Rossini casi obligado en la capital asturiana, para una OFil con la versatilidad estilística intrínseca desde su nacimiento, que por momentos resultó excesiva en dinámicas pero no en empaste tímbrico aunque faltase un clave que redondease el buen sabor de boca.

Fígaro el operístico se casaría al principio y volvería al tajo casi al final (más calmado que el parisino del último de enero) para jugar con un mismo personaje desde dos lenguajes, clásico mozartiano y belcantista romántico que no se diferenciaron mucho con Antonenko al frente, elegante y claro aunque algo aséptico. Me resultó chocante que la mejor visión orquestal fuese Rameau y el ballet bufón Platée, más cercano a Mozart que a sus compañeros barrocos de travesía, auténticamente “salvaje” en aire y virtuosismo orquestal (con Marina Gurdzhiya de concertino), como pivotando entre dos mundos para saborear la calidad de OFil.
Bien seleccionadas las partes vocales de Lezhneva, incluso las cuatro propinas que indirectamente alargaron a la duración habitual de un concierto de estas características con un esfuerzo físico plausible manteniendo la unidad.
La voz de la joven rusa es carnosa, nunca hiriente, poderosa de emisión y color muy homogéneo para unos graves bien trabajados siempre audibles merced a una emisión nítida, de agilidades asombrosas que hacían preguntarse cuándo respiraba, y un repertorio que domina sin problemas con Antonenko buen concertador y la orquesta perfecta para estas partituras. Personalmente me quedo con la visión global de Mozart que vocalmente tuvieron más enjundia y musicalidad como el aria Voi avete un cor fedele o el empaquetado triple formado por la obertura de «Don Giovanni» bien leída en intensidades por los instrumentistas, junto a sendas arias de Bodas más Cossì: íntima y sentida L’ho perduta y completa Temerari… Come scoglio recitativo incluido, equilibrado, maleabilidad vocal e instrumental para el genio de Salzburgo en una voz portentosa que seguirá brillando en los próximo años, completado con Voi che sapete de la tercera propina.

Para el barroco siempre agradecido y comercial la orquesta sonó algo excesiva no ya por número sino porque Antonenko debería haber mimado más las dinámicas e incluso exigir un continuo con clave (cello de Ureña y contrabajo de Baruffaldi uniendo fuerzas para rellenar el colorido deseado) en una formación filarmónica que sin necesitar historicismos sonó muy bien en todas sus secciones.
Destacar por bien cantados el superventas Lascia de Haendel, esta vez Spina no Pianga, un aclamado Vivaldi Agitata da due venti de «La Griselda«, instrumentalización total sin falta de etiquetar a Lezhneva, de voz vistosa además de virtuosa, primando colorido sobre sentimiento capaz de llegar a todos los registros, pulcritud técnica manteniendo color vocal, para recuperar emociones con Rossini Tanti affetti de «La Donna del Lago«, afectos que cerraron con belcanto el tortuoso camino barroco tras el obligado peaje mozartiano de este esperado concierto sabatino.

Primacía barroca en los regalos: Haendel con «Alessandro», Mozart, R. Broschi y «Artaserse», o Aleluya de Porpora; las velas de cumpleaños entregadas a todos los asistentes sin necesitar encenderse fueron ideales para un concierto que supo dulce, ligero, optimista y cercano como toda fiesta donde la ópera suena celestial, más para melómanos llambiones, carbayones aparte.

¡Cómo toca Ning!

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Viernes 9 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Virtuoso» Abono 15 OSPA, Ning Feng (violín), Rossen Milanov (director). Obras de Rameau, Vieuxtemps, Paganini y Respighi. Notas al programa de Alejandro G. Villalibre. Fotos web, ©OSPA y ©pablosiana.

Decimoquinto y último programa de abono de la temporada (aún queda el que cerrará mes y curso académico) con un virtuoso que sigue deslumbrando cada vez que viene a nuestra tierra como es el violinista Ning Feng (entrevistado en OSPA TV), afrontando no uno sino dos conciertos, el cuarto de Vieuxtemps que lo debuta con nosotros, y el primero de Paganini, directamente en sus genes como comentaba en el vídeo, y que además los grabarán esta semana para dejar un legado del que el maestro chino se sentirá orgulloso. Dos conciertos para violín escoltados por Rameau y Respighi con una OSPA pletórica en esta recta final de nuevo con su titular del que solo queda añadir sus carencias concertando, la sutileza fuera de su alcance, y querencias por la grandilocuencia sinfónica que el compositor italiano ofrece, en una formación que además contó con el apoyo juvenil de los estudiantes y graduados en el CONSMUPA, sumándose a esta fiesta asturiana en la despedida.

Luces y sombras como suele suceder cuando el búlgaro se pone al frente, pero con una orquesta íntegra, de calidad más que demostrada en todos los repertorios y épocas, comenzando por Rameau y la obertura de Zaïs (1748) donde cuerda y madera se mostraron compactas y seguras, adoleciendo de un balance adecuado y un discurso más contrastante y contrastado, pero aún así de sonoridad idónea, con protagonismo en la caja sorda o tambor de Rafael Casanova. más el «dúo Pearse» en las flautas. Como escribe el doctor González Villalibre obra que «representa el choque de los elementos al emerger del caos… evoluciona a través de bruscos cambios de tonalidad y rítmicas irregulares que proveen la idea de orden desde el desconcierto», y así lo sentí, faltó más precisión en el difícil encaje sonando con «una modernidad atemporal» y nada barroca en este caso.

El auténtico protagonista de esta despedida, Ning Feng, nos ofrecería en la primera parte el poco escuchado Concierto para violín nº 4 en re menor, op. 31 (1850) de Henri Vieuxtemps (1820-1881), menos «diabólico» que Paganini pero igualmente de virtuoso aunque huyendo del mero artificio con mucho lirismo y una orquestación muy cuidada. Este cuarto concierto, el favorito del compositor, es «un trabajo con vocación grandiosa, estructurado en cuatro movimientos (uno más de los habituales), y es especialmente destacable el trabajo de orquestación para la madera tanto en la introducción como en los pasajes de tutti» como bien explican las notas al programa. Los cambios de velocidad del primer movimiento no siempre encajaron entre solista y orquesta, pero el violín del chino emergió no ya desde una técnica apabullante sino desde iniciado a través de un coral que gradualmente alcanza velocidad y espectacularidad en un tratamiento del instrumento solista casi en recitativo. Buen inicio de las trompas en el Adagio religioso, sereno casi inaprehensible y buen empaste global de orquesta y solista, antes del vibrante Scherzo virtuosístico, un despliegue de sonoridades en todos sin mimar mucho los balances orquestales, como sucedió en el Finale marziale: andante – Allegro, festivo y con un Feng espectacular. Supongo que cara a la grabación se corrijan los ligeros desajustes si bien la ingeniería postproducción puede paliar los distintos planos.

Es necesario tomarse un respiro tras Vieuxtemps para escuchar, y sobre todo interpretar el Concierto para violín nº 1 en re mayor, op. 6 (1817-1818) de Niccolo Paganini (1782-1840), tres movimientos donde la «cadenza» del primero sigue dejándonos absortos a todos. El espíritu operístico que parece transmitir todo él alcanza en el violín arias de bravura, momentos de placidez y sobre todo el despliegue de recursos por parte de Feng lleno de musicalidad en todo momento, un referente en este conocido concierto donde la orquesta arropa al protagonista, navegando en ese ambiente festivo del Allegro maestoso, el intimismo del Adagio aún más virtuoso por la equívoca sencillez desde una hondura interpretativa realmente increíble, y la fuerza del Rondo: Allegro spiritoso, esperando más presencia orquestal desde la delicadeza de los pizzicatti algo opacos y una percusión más discreta. Escrito todo él para lucimiento del intérprete pero no exento de calidad en la instrumentación, Ning Feng no defraudó en ningún momento, logrando una química con la formación asturiana a la que realmente llevó en volandas.

Hacía tiempo que el auditorio y los propios músicos no aplaudían con tanto entusiasmo a un solista, pero el chino se lo ganó, dejándonos dos propinas de altura que volvieron a crear esa complicidad de los grandes momentos, cortándose el silencio con unos Recuerdos de la Alhambra de Tárrega transcrito por el violinista enamorado de la guitarra española R. Ricci, y que en el «Stradivarius MacMillan» del chino sonaron increíbles, no digamos ya el Capricho nº 5 de Paganini, auténtico regalo para el oído y la vista al disfrutar de todo lo que un virtuoso como Ning Feng es capaz de tocar desde el sentimiento que solo la música alcanza y la honrada sencillez de un genio.

Las Fiestas romanas (1928) de Ottorino Respighi (1879-1936) ponían en escena una formación grandiosa con el refuerzo juvenil de una orquestación potente como la del italiano formado con los grandes Rimski o Bruch, en un tríptico que sigue sonando sublime, especialmente este último eligido para cerrar temporada, estas cuatro fiestas:
Juegos Circenses, el coliseo instrumental de gladiadores y fanfarrias contrapuesto a cuerda y maderas en relato doloroso por los primeros mártires cristianos, el avance opresivo y violento hasta la muerte, sonoridades exageradas para lo bueno y lo malo.
El Giubileo describe a los peregrinos en su camino a la Roma papal, sus impresiones descubriendo la ciudad eterna entonando himnos de alabanza de recuerdos gregorianos acompañados por las campanas de las iglesias que les reciben, paso firme de la orquesta con la percusión y el piano subrayando esas imágenes sonoras desde una cuerda aterciopelada «marca de la casa», un regulador eterno hacia la tercera fiesta desembocando en el gozo sinfónico y la deseada calma.
L’Ottobrata es la festividad de la cosecha en octubre celebrada entre ecos de los cuernos de caza, esplendor en las trompas y timbales, cuerdas engullidas por las poderosas trompetas, sonido de campanas y canciones de amor, cascabeles para una percusiva y rítmica cuerda, antes del crepúsculo embriagador y bello de los violines cinematográficos de Cinecittà, el clarinete evocador, el callejeo por las calles romanas más la «obligada» serenata con mandolina sonando bajo la ventana con el concertino mágico de Vasiliev, buscando mantener el rubato idóneo de una escena realmente de película.
El final de este poema sinfónico, La Befana (La Epifanía) tiene lugar en la Plaza Navona hoy transportada a la del Fresno carbayón, con las trompetas que «vuelven a sonar creando un crisol de canciones y bailes, incluyendo el saltarello, el organillo, la aparición del pregonero o incluso un borracho reflejado en el sonido del trombón tenor», el ímpetu del tutti más global que específico, derroche luminoso y espectáculo sonoro de tímbricas donde Milanov volvió a optar por el trazo grueso en vez de la serenidad, contagiado de la magnificencia descontrolada en balances y dinámicas algo abruptas.
Con todo, las distintas secciones volvieron a disfrutar de sus intervenciones, desde el piano a cuatro manos (Marcos Suárez y Ana Sánchez, también al órgano), una nutrida percusión, metales donde un cuarteto de trompetas sustituyó las buccine originales (me hubiera gustado la opción de los fliscornos por color), mandolina, y una cuerda nuevamente poderosa (un par de contrabajos hubieran redondeado la pegada en los graves), vibrante, entregada por alcanzar el equilibrio sonoro con el resto.
Fiesta de despedida donde el comentario en asturiano ¡Cómo toca, nin! lo traduzco al nombre del virtuoso, verdadero protagonista y mejor título que «A los leones»…
Como dicen las notas al programa, «para la edición de Ricordi el autor acompañó su partitura de indicaciones programáticas que ayudan a su comprensión y que incluyen una reveladora frase en el final de la obra: “Lassàtece passà, semo Romani!” – “¡Dejadnos pasar, somos romanos!”».

Reproduzco finamente las palabras de despedida de la temporada en el Facebook© de la orquesta:

¡Estamos muy agradecidos a nuestra audiencia leal
por apoyarnos e inspirarnos para hacer la mejor música posible!
¡Somos su orquesta y estamos muy honrados y orgullosos
de tener el privilegio de compartir con ustedes el entusiasmo
que sentimos siempre que estamos sobre el escenario!
¡Espero con impaciencia verles de nuevo en la próxima temporada!

Rossen Milanov, en nombre de los músicos y personal administrativo de la OSPA.

Planeta Sokolov

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Martes 14 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G. Iberni». Grigory Sokolov, piano. Obras de Mozart y Beethoven. Notas al programa de F. Jaime Pantín.

Cada concierto de Sokolov en Oviedo, y van muchos, como en Madrid (20 años de presencia frente a los 25 de estas Jornadas) o en el resto del mundo, es único, irrepetible, con liturgia propia como la luz tenue unido al movimiento de la caja escénica para acercarnos la presencia total, su salida apurada hacia el piano que se convierte en el verdadero protagonista, y arrancar sin más demora ni necesidad de concentración. No importa la tormenta de toses (ya es otra plaga similar a la de los móviles) entre movimientos porque este 14 de febrero era «San Sokolov» y teníamos claro que en el programa habría tres partes: Mozart, Beethoven y «la fiesta». Recordando a Pérez de Arteaga en sus comentarios durante los Conciertos de Año Nuevo antes del esperado Danubio, todos los seguidores del pianista ruso, desde Guinea Papúa hasta Vladivostok, de Ushuaia a Gilleleje o de Pernambuco hasta Pénjamo saben que el concierto no finaliza donde indica el programa. Tras casi tres horas, rondando las once de la noche y «obligándome a posponer» esta entrada (y dejarme muchas cosas en el tintero por la necesidad de dormir y madrugar), con seis propinas que resultaron como siempre otro recital extra donde pasar revista, una vez «despachado» lo previsto, a tantos otros compositores con los que Don Gregorio se deleita con igual placer y magisterio: Schumann, Chopin, Schubert, RameauDebussy.

Con Grigory Lipmanovich Sokolov (San Petersburgo, 18 de abril de 1950) no hay rankings, es único, diría que de otro planeta e incluso galáctico aunque este término tenga hoy en día connotación futbolística. No es el mejor sino directamente Sokolov, y nunca defrauda. Las obras elegidas no pudieron estar mejor comentadas que por un intérprete y docente del piano, que dejo arriba enlazadas, porque en manos del ruso tienen todo el sentido del mundo. Del «sonido Sokolov» habría para una tesis doctoral porque tampoco es de este mundo y su presentación en el programa de mano lo describe mejor que nadie: «La naturaleza única de la música modelada en el instante presente es fundamental para comprender toda la belleza expresiva y la honestidad del arte de Grigory Sokolov. Las interpretaciones poéticas del pianista ruso, que cobran vida con intensidad mística, surgen de un profundo conocimiento de las obras en su vasto repertorio». Parece humanamente imposible que alcance distinto timbre en cada mano, en notas sueltas, el ambiente que flota con el pedal derecho pisado donde se perciben todas con la presencia precisa y preciosa. No es su técnica estratosférica sino magia capaz de transportarnos a la música primigenia. La primera parte comenzaba con la llamada «sonata semplice» que todos los pianistas hemos machacado pero solamente Sokolov hace sonar verdaderamente «fácil» por luminosa, genialmente infantil y además (re)interpretando «la doble barra con los dos puntos» porque nunca es repetición sino el doble de arte sonoro. Las ornamentaciones, apoyaturas, los trinos ornitológicos además de antológicos, el fraseo, las dinámicas, el rubato impecable, la elección de los tiempo… todo lo que uno se pueda imaginar de esta sonata para piano y mucho más, indescriptible. Pero no quería aplausos que rompieran el Mozart preparado, los dos mundos que Jaime Pantín describe y Sokolov hace esencia pianística, el de Salzburgo sonando como el de Bonn, como traduciendo pensamientos o historia, uniendo fantasía y sonata para una interpretación beethoveniana de Mozart. Me pregunto, como algún otro al descanso, si había algo de histrionismo en afrontarlo de esa manera pero no tenemos a los compositores para sacarnos de dudas. Tras escuchar las Köechel 475 y 457 seguidas con toda la congruencia (el profesor Pantín nos recuerda que «constituye una tradición que se ha perpetuado a partir de su publicación simultánea en 1785») y numerología casi masónica puede que así las escuchase el digno sucesor y genio alemán muertos ambos en aquella Viena capital musical para sus homónimas al piano, dando el paso estilístico del Clasicismo al Romanticismo, porque este Mozart sokoloviano resonaría con luces y sombras, tormentas y calma, dos esferas más que mundos o incluso firmamentos. Nunca nos dejará indiferentes porque sus aportaciones serán discutibles pero la música desde el piano parece otra y sigue conmocionándonos: fuerza pasional y delicadeza íntima, el tiempo flexible moldeado con precisión, espiritualidad conmovedora flotando en el ambiente, libertad total en la escritura y la interpretación desde un rigor asombroso…

Supongo que el descanso era necesario pero podría haberse unido con el «último Mozart» y encontrar la globalidad Sokolov de estas jornadas con el piano protagonista, aún más grandioso en solitario cuando es este ruso quien lo toca. No es ya la conocida escuela rusa en todos los instrumentos, irrepetible porque la historia es otra aunque todavía podamos seguir gozando de sus frutos, sino el «Planeta Sokolov» donde Beethoven siempre brillará cual Venus en otro sistema solar. Las sonatas 27 y 32 también enlazadas, obras de referencia cuya magnitud al unirlas se hace exorbitante, explicando incluso el ideal beethoveniano de las propias anotaciones de la opus 90 y la rareza de solo dos movimientos: «con vitalidad y completo sentimiento y expresividad» para el primero y «no demasiado rápido y cantable» el segundo, textualmente tocado como solo el ruso es capaz, los conflictos interiores con el mejor traductor posible en estos tiempos y corroborado en todo el «programa programático» que unía a los dos residentes vieneses bebiendo de la misma fuente, el mismo idioma y distinto acento perfectamente entendible, los trinos mozartianos elevados a la enésima potencia para firmar ese final de las contradicciones escritas y tocadas, la respuesta a los interrogantes de quien suscribe tras escuchar a Sokolov. Insondable, sin palabras para los simples melómanos y otro concierto histórico en Oviedo, capital del piano.

Claro que en San Valentín y por San Sokolov quedaban regalos para dar y tomar, ninguno de compromiso sino con fondo, comenzando por el Momento Musical nº 1 en Do mayor de Schubert, saboreando cada nota y cada silencio, salva de aplausos y tras pensárselo sentado en el austero taburete el Chopin del Nocturno en Si mayor op. 32 nº 1 cristalino, íntimo, belleza en estado puro, aplausos sinceros y el siguiente nocturno de la serie, op. 32 nº 2 aún más brillante, el piano de salón dentro del Auditorio, el virtuoso sencillo y profundo. Ya se me olvidó la siguiente, creo que Rameau al que el ruso le da aires del padre Soler o Scarlatti evocando un clavecín imposible por la ejecución y sonido magistral inigualable, sin perder la calma en penumbra con el público entregado. Pero todavía quedaba el Schumann amado de la Arabesque en Do mayor, op. 18 que me recordó a otro genial pianista ruso y la Canope, juguete casi acuático del libro segundo de preludios escritos por el francés Debussy, pintura impresionista para cerrar una «tercera parte» impresionante, finalizando en un silencio respetuoso que engrandeció aún más un concierto único para asombro de su repertorio inmenso y su inabarcable e incomparable genialidad, todos agradecidamente atónitos, desde quienes debutaban con Sokolov en escena a los impacientes de pie al lado de la puerta mirando incrédulos el reloj, también a las futuras generaciones de concertistas que abrían los ojos con devoción… a todo un auditorio embrujado por el irrepetible Sokolov.

Programa
Primera parte
W. A. Mozart (1756-1791):
Sonata en do mayor, K. 545:  I. AllegroII. Andante

III. Rondo. Allegretto.

-Fantasía y sonata en do menor, K. 475/457:

Fantasía K. 475 (1785): 
Adagio – Allegro – Andantino – Più allegro – Tempo I.
Sonata K. 457 (1784):  I. Molto allegroII. Adagio

III. Allegro assai.

Segunda parte
L. van Beethoven (1770-1827):
-Sonata nº 27 en mi menor, op. 90
: I. Mit Lebhaftigkeit und durchaus mit Empfindung und Ausdruck
(Con vitalidad y completo sentimiento y expresividad); 
II. Nicht zu geschwind und sehr singbar vorgetragen (No 
demasiado rápido y cantable).
Sonata nº 32 en do menor, op. 111: 
I. Maestoso – Allegro con brio ed appassionato
; II. Arietta: Adagio molto semplice cantabile.

P. D.: Ramón Avello en El Comercio del día 15 de febreroAndrea G. Torres en La Nueva España del día 15 de febrero, y mejor no comentar lo de «tocar de memoria»…

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