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Emotivos reencuentros

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Jueves 19 de febrero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Concierto de Abono 2. OSPA, Gabriela Montero (piano), Rossen Milanov (director). Obras de J. Rueda, Rachmaninov y Shostakovich.

Tarde de emociones y reencuentros, primero con la OSPA tras el paréntesis navideño y operístico, con ganas de volver a tantear su estado de forma ante un programa duro, y segundo con mi adorada Gabriela Montero que actuaba por vez primera en mi tierra tras estrenar en España su obra más personal, Ex-Patria, y nada menos que con uno de los conciertos más queridos por intérprete y público.

Elephant Skin (2002) del madrileño Jesús Rueda (1961) es un claro ejemplo del trabajo orquestal centrado en la búsqueda del color a base de continuos cambios de textura y la sutileza que subyace incluso en el título, aunque me gusten más sus orquestaciones de Albéniz que ya hemos escuchado tanto por la formación capitalina como por la asturiana con Max Valdés en El Vaticano. Mi admirado musicógrafo Luis Suñén, autor de las notas que dejo enlazadas al principio bajo los compositores, dice del maestro Rueda que «no vence sino que convence a quien lo escucha», aunque se necesite un esfuerzo mayor del habitual para no rendirse, pero que finalizado el concierto pareció mantenerse bien al compartir programa con dos grandes orquestadores rusos, pues está claro que existen referencias a ellos e incluso a Stravinski como espejo en el que casi todos los compositores de nuestro tiempo acaban mirándose, puede que reconociendo la vigencia de unas músicas no siempre aceptadas en el momento de su estreno.

El maestro Milanov se siente cómodo con estas partituras y me parece bien apostar por ellas, más si son de casa, más allá del esfuerzo que supone una obra escrita para concurso, donde el búlgaro podría haberse clasificado sin problemas, sobre todo con la OSPA a la que encontró con ganas, en su disposición habitual y con algún cambio de atril que no mermó la calidad a la que nos tiene acostumbrados. El resultado fue notable en todos.

De los intérpretes podría clasificarlos entre los que se transforman ante el instrumento y los que se prolongan en él. Gabriela Montero es de las segundas, con carácter y personalidad, impetuosa, comprometida con su tierra, su tiempo y oficio, honesta, pura fuerza interior en equilibrio con una sensibilidad latina y especialmente una mujer de mundo, de su tiempo, capaz de disfrutar y contagiar sus emociones e ideales. Bautizada como «La divina«, yo preferí «Emperatriz del piano» tras escucharle el quinto de Beethoven en Barcelona, invitado por ella. De los conciertos famosos, bellísimos y exigentes, el Concierto para piano nº 2 en do menor, op. 18 de Rachmaninov puede que esté el primero de la lista de mi selección y también del de la venezolana, puesto que en sus manos adquiere una dimensión propia. Destacar su dominio asombroso del instrumento y de la partitura, siendo ella quien marcó desde el principio todas las líneas maestras, con un Milanov plegado a la pianista y una orquesta que sonó siempre en segundo plano, como tras una gasa inmaterial que engrandeció aún más la presencia del instrumento solista, pese a tener partes protagonistas y con peso propio. Destacar lo bien que encajaron los distintos cambios de tiempo, vertiginosos desde el mando en plaza de la venezolana, claridades expositivas de principio a final con dinámicas potentes, redondas, y delicadeza en los momentos sublimes. Moderato realmente el principio, al que no estamos acostumbrados cuando se apuesta por el virtuosismo mermando musicalidad, algo que Rachmaninov derrocha, piano de paso que desde un primer plano pudimos inspeccionar al detalle en su ensamblaje sinfónico, bien las trompas, las contestaciones entre maderas y piano, la limpieza de la mano derecha bien contrapesada con el poderío de la izquierda. El Adagio sostenuto sirvió para soñar despiertos, la delicadeza frente a la fuerza, el lirismo compartido con unas maderas realmente inspiradas, especialmente el clarinete y las flautas, faltando algo más de pegada en la cuerda, sobre todo los violoncellos, precisamente por una sonoridad algo velada en todo el concierto. El búlgaro siempre atento a la venezolana, marcó cada detalle, antes del desenfreno siempre controlado en el Allegro scherzando, cadencia vertiginosa en manos de Gabriela Montero, y final explosivo sin peligro en una versión femenina de nuestro tiempo. Las reinterpretaciones gastronómicas correrán de nuevo por cuenta de distintos restaurantes y cocineros asturianos, con un Milanov auténtico chef en buenos tiempos gastronómicos.

Y las improvisaciones que no pueden faltar como regalo cuando tenemos a «la divina» sentada al piano. Tras explicar con «voz operástica» cómo las siente y crea, nadie del público se atrevió a cantarle algo conocido, fuera lo que fuese, por lo que un trompa ejecutó su famosa melodía del Andante de «La Quinta» de Tchaikovsky (no hay quinta mala), como continuando el sabor ruso de la velada. Manteniendo la tonalidad original y con regusto al Sergei todavía caliente en dedos y oídos, cual paladares y memoria gustativa, Gabriela fue cocinando variaciones que sorprendían a quienes no conocían en vivo esta faceta suya pero dejando boquiabiertos a todos cuando en estilo puramente «bachiano» comenzó a dibujar una fuga realmente asombrosa finalizando en un tango casi sinfónico, demostrando que sigue siendo única en una técnica, género o forma si así queremos denominarlo, que con ella vuelve a darle todo el sentido a la palabra músico. Apoteósica, espontánea, expléndida y sobre todo grande, así es Gabriela Montero.

La Sinfonía nº 15 en la mayor, op. 141 (1971) de Shostakovich resulta casi su testamento y memorias musicales de una vida azarosa que siempre se tomó con ironía, la misma que utiliza en distintos momentos en una forma de nuevo «clásica» de cuatro movimientos, pero con todo el trasfondo de dolor, abismos interiores, clima gélido donde la temperatura aunque suba no llega nunca a derretir el hielo, colores grises solamente rotos por los toques puntuales de una percusión muy escogida donde los timbales cantan a Wagner, la celesta pone rayos de sol, el glockenspiel un poco de nueve y las membranas parecen sonar a luz de luna. Pese a la plantilla siempre esa desnudez en las intervenciones de cada solista, todas difíciles y llenas de musicalidad dolorida, registros extremos casi agonizantes, dúos paradójicos, corales en los bronces que sonaron empastados como nunca, y tiempos diferenciados bien llevados por Milanov, nuevamente gustándose en este repertorio. Su final retardando al máximo la bajada de brazos para contener aplausos y degustar ese final nihilista, la nada hecha música, corroboró un concierto exigente para todos, músicos, solistas y público. Repetiremos en Oviedo por esa máxima de que no hay dos conciertos iguales… reencuentros siempre distintos con emociones individuales compartidas.

Cantera musical asegurada (pese a la crisis)

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Lunes 25 de noviembre, 19:30 horas. Auditorio del Conservatorio Profesional de Música, Oviedo. Concierto de Santa Cecilia, Entrega de Premios Fin de Grado y Concurso de Música de Cámara. Pianistas acompañantes: Andrés de la Puente, Consuelo Heres y Marta Losa.

En tiempos de recortes donde la Cultura está atravesando momentos difíciles y la Música todavía más, invitaría a los «gestores» a un concierto como el de este último lunes de noviembre para que comprobasen que esta generación joven son un futuro asegurado, una auténtica inversión que esperemos no disfruten otros. El esfuerzo de un alumnado que compatibiliza estos estudios con los de Secundaria o Bachillerato, unido al apoyo y sacrificio de sus familias, es ímprobo y sin dinero para las enseñanzas artísticas públicas será imposible mantener un nivel que tantos años ha costado alcanzar pero poco en destruirse, volviendo a tiempos que mejor no recordar.

Tras la palabras del catedrático de cello Santiago Ruiz de la Peña, nuevo director del Conservatorio Profesional ovetense anunciando los múltiples proyectos para este curso, las próximas elecciones al Consejo Escolar y con palabras de gratitud para esta generación de artistas y sus profesores, se procedió a la entrega de los premios del VII Concurso de Música de Cámara así como los Premios Fin de Grado del pasado, alguno de los cuales pude escuchar en su momento.

Paso a ir comentando premiados, instrumentos y obras interpretadas con las correspondientes fotografías.

El recién licenciado en Historia y Ciencias de la Música por nuestra Universidad de Oviedo, Llorián García Flórez, completa en este curso recién acabado su curriculum de musicólogo con el Grado Medio de Gaita, del que ha obtenido el Premio Fin de Grado, e interpretando en el concierto el tema popular Lo Suelto, sin tambor ni baile, por lo que pudo jugar con los tiempos dando una lección de virtuosismo del tema en modo mayor y variándolo a menor, cromatismos de difícil ejecución para recordar que nuestro instrumento tradicional ha alcanzado su mayoría de edad y tiene su hueco en las enseñanzas regladas y oficiales, contando con auténticos maestro gaiteros a los que se suma Llorián.

El trombonista Gabriel Alfredo O’Shea Llana tocó el Andante-Vivo de la Sonata de Telemann, acompañado por el piano de Andrés de la Puente, con algunos nervios pero musicalidad a raudales, afrontando el grado superior con una sólida formación en un instrumento de viento metal donde la región valenciana ha llevado la fama pero que en momentos de bonanza ha expandido «escuela» incluso a nuestro Principado.

Conrado del Campo no es un compositor que podamos escuchar a menudo pero su Romanza en la viola de Lucía Mullor Martínez sonó a gloria, dignificando como solista un instrumento a menudo «segundón» en la orquesta pero con un timbre siempre cálido sin perder brillantes. El piano estuvo a cargo de Marta Losa.

Un nombre a recordar en poco tiempo es el de la joven pianista Fátima García Cabanelas que se atrevió con el Estudio op. 33 n 8 en sol menor de Rachmaninov, apuntando más que maneras, con un gusto natural en el fraseo, amplias dinámicas, pedales en su sitio y unos dedos que darán muchas alegrías tanto de solista como en trío (se llevó el 3er. Premio del VII Concurso de música de cámara con Alfonso Peñarrolla y Martín Álvarez).

Del violinista Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre llevo escrito bastante en el blog y sigo su trayectoria casi desde sus inicios. La Introducción y Tarantella, Op. 43 de Sarasate es una obra que tiene muy trabajada e interpreta con una madurez y pose (añadiría también poso) realmente impresionantes, avanzando técnicamente a pasos agigantados con una hondura donde el virtuosismo subraya la inspiración italiana en tiempos románticos que nunca pasan de moda y menos con el talento del compositor navarro. Marta Losa no estuvo a la altura para una partitura que también exige mucho al piano.

Iker Sánchez Trueba elevó el contrabajo al rango más alto con la transcripción de Cassadó del Intermezzo de «Goyescas» (Granados), melodía hispana con un arco amplio, pizzicati potentes pero líricos desde la rotundidad del bajo (en buen entendimiento y complicidad con la pianista Consuelo Heres), instrumentista con mucha carrera por delante y amplia trayectoria pese a su juventud, que vive lo que toca y eso se nota.

Nada mejor para terminar que con el cuarteto ganador del Premio del VII Concurso de Música de Cámara, cuatro excelentes estudiantes e instrumentistas: Marina González Álvarez (vioín I), Lucas Fernández Calvo (violín II), Sara Ballesteros Álvarez (viola) y Rubén Martínez (cello) que deleitaron a los presentes con el Allegro con brio del Cuarteto op. 18 nº 1 (Beethoven), todo un ejemplo del trabajo conjunto tan necesario en la vida cotidiana e imprescindible en una obra que requiere muchos ensayos para sonar como uno sólo, juventud de protagonismos alternados y compartidos, sonoridad y empaste que les hicieron acreedores del galardón dejándonos una interpretación muy buena.

Sigo apostando por la música en la formación integral del individuo, primero como disfrute y después como opción de futuro profesional, y Asturias está dando sus frutos tras muchos años de cosecha. Es un placer asistir a conciertos de unos jóvenes que demuestran profesionalidad a raudales sin decaer nunca, trabajando a diario para un futuro no muy prometedor, quién sabe si abocados también a emigrar. Y luego dicen que es un «mito urbano»… No hay peor crisis que la intelectual de algunos gobernantes.

La belleza del dolor

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Viernes 11 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono 1: OSPA, Adolfo Gutiérrez Arenas (cello), Rossen Milanov (director). Obras de Marcos Fernández Barrero, Shostakovich y Rachmaninov.

Ya tenía ganas de retomar el pulso de nuestra orquesta tras el rodaje en foso más el extraordinario Réquiem de Verdi en Covadonga, con el estreno de la temporada regular que llevaba por título «Rusia esencial» aunque bien podríamos rebautizarlo como «OSPA esencial» al unirse intenciones cual guía o catálogo de intenciones, a saber:

El titular Milanov, un solista invitado de calidad que además «es de casa», más un programa donde conviven obras de nuestro tiempo, los grandes e imprescindibles conciertos más el atemporal mundo sinfónico, habitual para redondear una larga, emotiva y dura jornada que conjuga situaciones personales dolorosas pero donde siempre aflora la belleza, el arte hecho música desde la profundidad interior.

Escuchaba por tercera vez Resonancias para orquesta (2012) de Marcos Fernández Barrero, obra ganadora del Concurso de Composición OSPA 2013, siempre necesario el poso para degustar, y no me defraudó tras leer mis anotaciones del estreno y las notas del programa, donde pudimos repetir y llegar ahora como el refrán «a la tercera va la vencida». Si la obra en su momento era merecedora del premio, hoy se me quedó pequeña al escucharla entre gigantes e incluso descontextualizada dentro del título programado por no ser «rusa» (aunque en mi primera audición me recordase a Shostakovich) pero sí «esencial» en cuanto al aroma o esencia figurando dentro de la «normalidad» que supone aparecer entre dos obras maestras. Supongo que el compositor catalán con orígenes asturianos, nuevamente en la sala, disfrutó más que nadie de esta (re)interpretación que la OSPA hizo grande, pues esta temporada 2013-14 podremos llamarla como de plena madurez para la formación, así como del asentamiento de Milanov en la titularidad, con ideas siempre claras desde su toma de posesión, manteniendo la colocación vienesa que nos dará muchas alegrías a lo largo del curso musical y con algunos fichajes que no pasarán desapercibidos. Podría decir que la obra de Fernández Barrero no desentonó en absoluto dentro de la globalidad dolorosa por emociones, texturas y climas otoñales como el asturiano que esas resonancias pudieron reflejar.

Mi admirado cellista Adolfo Gutiérrez Arenas volvía a «nuestro» Oviedo con otra cima interpretativa tras sus anteriores «ochomiles» y en compañía de auténticos amigos para esta nueva aventura sinfónica: el Concierto para violonchelo nº1 en mi bemol mayor, Op. 107 (1959) de Dmitri Shostakovich. Si su Saint-Saëns con Dutoit no le pude equiparar al intimismo con Judith Jáuregui, una delicadeza inolvidable, al menos volvía en «la cordada» con esta orquesta que camina a su paso como con Elgar, auténtico Everest solístico lleno de hondura y sombras, el Shostakovich más duro y terrible donde no existe atisbo de luz en ninguno de sus movimientos pero que Adolfo G. Arenas hizo bello de inicio a fin, bien concertado por un Milanov atento y condolente para compartir sufrimiento hecho arte desde todas las secciones orquestales aunque la trompa del maestro Morató influyó y mucho en embellecer el dolor. La incuestionable levedad del ser del Allegretto, la profundidad del Moderato, la soledad de la Candeza que robó hasta el silencio de un público perezoso en respirar por no asifixiarse, y la cima del abismo del Allegro con moto que sacude hasta el último aliento. El bello dolor existencial sin autocomplacencia ni sadismos, no hay placer sin él, dos caras de la misma moneda que Shostakovich explora y explota en un cello humano e individual con la orquesta reflejo global y coral, dolor compartido que parece menor en sufrimiento y mayor en belleza. Indescriptible esa ascensión al abismo que aún subió muchos metros con ese lento como marcha fúnebre de la Suite nº 3, op. 87 para cello sólo de Britten, «ethos y pathos» desde la admiración y recuerdo del centenario del británico pero también a Rostropovich y Shostakovich, placeres dolorosos o viceversa desde la belleza magistral del arte musical en la vivencia compartida por Adolfo Gutiérrez Arenas, inconmensurable.

Tras coger aire al descanso por la angustia antes vivida, la Sinfonía nº 2 en mi menor, Op. 27 de Rachmaninov supuso un remanso de tensión interior pese a recoger emociones del compositor ruso ya musicalizadas en otras obras, angustias amorosas que siempre me parecieron en el segundo de piano donde la cuerda tiene el mismo toque lírico que en esta segunda sinfonía. Madurez orquestal y claridad expositiva de un Milanov que con su peculiar estilo va sonsacando colores para un lienzo total lleno de luz sin perder el tenebrismo que parecía flotar en este viernes otoñal asturiano inigualable por los perfiles claros, delineados sin brumas, emociones de belleza anhelada e inaprensible tras el lúcido y luminoso verano. Fortaleza orquestal en el Allegro molto puramente «rachmaninoviano» (¡vaya calificativo!), el Adagio que puede traducir a música la difícil descripción del título (belleza del dolor) con una formación perfectamente ensamblada y confiada, gustándose melódicamente una cuerda con nombre propio, para en el Allegro vivace remontar la cima con paso firme, ágil sin tropezones, y contemplar desde arriba ese paisaje único, ascenso seguro, controlado pero desfondados tras un esfuerzo que sólo tiene la recompensa de una belleza dolorosa. Interpretación y satisfacción, así sentí este arranque de temporada que solamente acaba de comenzar.

Verano de músico

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Miércoles 24 de julio, 19:30 horas. Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo. Escuela Internacional de Música de la Fundación Príncipe de Asturias, Curso de Verano 2013: Concierto de alumnos. Entrada libre.

Los músicos, como los profesores, no tienen vacaciones e incluso el verano lo aprovechan habitualmente para seguir perfeccionándose, en la siempre eterna búsqueda de la inalcanzable perfección. La Fundación Príncipe de Asturias lleva desde 2005 con esta escuela internacional que convierte Oviedo en un campamento urbano de verano musical, un bullir de jóvenes músicos y profesores de prestigio internacional al que se une en este 2013 la JONDE, también residente un par de semanas, en periplo cantábrico hasta el 10 de agosto.

Entrar en el Auditorio y comprobar cuánta música se respira es todo un orgullo, máxime en unos tiempos donde los políticos recortan precisamente por la cultura, y la música desaparece de la educación obligatoria dejándola como materia residual (WERTgonzoso). Tendrían que pasarse por Oviedo y vivir de cerca lo que supone estudiar música para estos jóvenes, muchos llegarán a figuras, otros se convertirán en atriles de las pocas orquestas que nos dejen o emigrarán para engrosar plantillas donde los apellidos españoles cada vez son más habituales, más muchos que seguirán disfrutando de la música desde otras profesiones, porque ya se sabe que es difícil explicar que álguien estudie música ¿nada más?.

Inversión en futuro que arrancó hace años con la FPA apostando por ella desde la llegada de Los Virtuosos de Moscú en 1990 que marcaría este presente reluciente. Plantar para recoger, esperanza y tiempo dedicado al más sublime de las artes que ahora con la perspectiva que dan estos 23 años supone presumir de músicos en todas las familias orquestales y no sólo en el viento donde la región valenciana era referencia. Gracias a la Fundación por seguir manteniendo la visión de futuro pese a los recortes de miopes gobernantes y también gracias a los patrocinadores y colaboradores que hacen posible esta formación, algo más económica de lo que supone para las familias seguir pagando los estudios musicales de sus hijos.

Y es que tenía que contar todo lo anterior antes de relatar un concierto de alumnos de viento madera y cuerda: solistas, dúos, tríos y hasta un cuarteto de cuerda que convierten la llamada «música de cámara» en lo más didáctico para intérpretes y público, una Escuela de Verano donde los profesores preparan con ellos las obras que el público degustará y juzgará siempre con benevolencia, sabedores de lo que supone tocar ante el respetable unas obras que marcarán un camino muy largo pero asentado desde estos cimientos.

Verano de músico que no sabe de vacaciones pero al que trabajar en estos niveles les viene cual complejo vitamínico extra, trabajo individual y en equipo, solidaridad juvenil hecha música con el desparpajo de la edad y también la responsabilidad por hacerlo lo mejor posible. Citar en primer lugar el papel desempeñado por el profesor Óscar Camacho Morejón como pianista, más que acompañante o repertorista un apoyo imprescindible para los solistas, piano en estado puro o reducciones orquestales, siempre atento a los intérpretes que mima con experiencia y rigor.

Los alumnos de viento madera tienen como profesor de flauta a Antonmario Semolini y fueron en el concierto el jovencísimo Hernán Rodríguez San Miguel al que le tocó abrir velada interpretando la Sonata en fa mayor (B. Marcello) apuntando maneras y buen sonido aún pendiente de fijar afinaciones, sobre todo en los movimientos lentos, y en sexto lugar Diego Aguiar Armada y el «Allegro» de la Sonata para flauta y piano en si bemol mayor, anh4 (Beethoven), ya de nivel más avanzado aunque todavía falto de volumen en el grave.

Siguiendo con el viento madera, los alumnos de fagot de Javier Aragó Muñoz nos ofrecieron distintas combinaciones: dúo en segundo lugar con Ana Martín Delgado y Daniel Solís García que nos interpretaron los movimientos primero y tercero de la Sonata nº 1, op. 40 (J. B. de Boismortier), empastando como si llevasen años juntos,

y en quinto lugar un trío con los dos fagotes Jorge Galán Corral y Ana Martín más el oboe de Irene Roser Espert en el tercer movimiento de la Sonata en re menor (G. F. Haendel),

Para rematar en penúltimo lugar del concierto nos ofrecieron un J. S. Bach del que interpretaron dos arreglos de las «Invenciones»: la Invención I en do mayor, BWV 772 con Ana Martín e Irene Roser Espert (alumna de oboe de Jesús Fuster) que cambió de pareja para la Invención XIII en la menor,BWV 784 con Jorge Galán (fagot). Interesante escuchar las dos voces en estos instrumentos de lengüeta doble que dan otra visión a las siempre increíbles obras del «kantor«, dos en y para uno que solamente se consigue con mucho ensayo, y hay que recordar que apenas llevan una semana desde que comenzó este curso.

No faltó el clarinete de David Martínez Marcos, alumno de Jorge Montilla, que nos regaló en octavo lugar el «Grazioso» de la Sonata para clarinete y piano de L. Bernstein, sentida de principio a fin por un músico que ya tiene sonido propio y un perfecto entendimiento con el maestro Camacho.

Siguiendo con el viento madera el protagonismo del oboe (con los alumnos de Fuster) tuvo su momento de gloria: «no hay quinto malo» con Marcos Oviedo García que nos regaló el «Allegro» del Concierto para oboe en sol menor (Bach), ejecutado con soltura adulta y el apoyo de un piano «quasi barroco» y la novena actuación con Miriam Puchades Alejos que interpretó el «Recitativo / Adagio» del Concertino para oboe (B. Molique), dificultades de los tiempos lentos por las exigencias respiratorias y una musicalidad de muchos quilates en esta joven oboísta que contagió la emoción del movimiento elegido.

Para el final dejo al departamento de cuerda porque pienso que el salto cualitativo y cuantitativo que hemos dado en estos años era impensable en mis tiempos de estudiante, siempre volviendo a la comparación con el viento (las bandas de música siempre han sido cantera) o la percusión. En las teclas siempre hubo nivel pero con necesidad de salir de España hasta la llegada de las familias rusas en distintos puntos de España, siendo Oviedo uno de ellos.

La cuerda, y en especial el violín, fueron nuestro talón de Aquiles que se vio reforzado por esa feliz idea ya comentada de «La Fundación» por acoger en Asturias a Los Virtuosos de Moscú. Poco a poco resultó normal encontrar suficientes alumnos, antes minoría, como para ir creando escuela en nuestra tierra, unido a esfuerzos familiares apostando por completar esa formación, siempre paralela a los estudios obligatorios en colegios e institutos. Y estos cursos siguen ayudando a descubrir talentos o reforzar los que ya tenemos. Cierto que estos jóvenes tienen niveles y edades distintos, pero las obras presentadas fueron exigentes y sin concesiones para los intérpretes.

En tercer lugar actuó Carolina Camp Guasp, alumna de Sergey Teslya, quien hubo de enfrentarse al primer movimiento del Concierto nº 4 en re mayor, K. 218 (Mozart), muy trabajado, de memoria y a quien los nervios traicionaron pero que también son parte de la formación musical, siendo capaz de retomar con la inestimable ayuda del maestro Camacho, el rumbo para tranquilizarse en la cadenza y finalizar con un cabreo que los aplausos no pudieron aplacarle.

La séptima posición dentro del programa le correspondió a todo un joven vetarano del violín y alumno de la profesora Lara Lev en este curso: Ignacio Rodríguez Martínez de Aguirre que se atrevió nada menos que con la Introductione and Tarantella de Sarasate, palabras mayores de la literatura violinísitica no ya por la técnica totalmente virtuosa que mi admirado «Don Ignacio» sigue trabajando dentro y fuera de España, sino por el poso interpretativo que pide desde la delicada introducción hasta la movida danza italiana, pudiendo decir que su madurez es aplastante, autoexigencia y afán por mejorar cada día (la búsqueda de la limpieza en los endiablados pasajes y armónicos escritos por el pamplonica sucesor de Paganini) desde un sentido musical digno de admiración, bien secundado por Óscar Camacho que comparte protagonismo en esta partitura. Un placer ver su progresión tanto en el arco como en una mano izquierda que crece como su estatura.

El antepenúltimo en actuar fue Jorge Cañete Calderón de la Barca, alumno de Oleh Krysa que nos deleitó con la Romanza op. 6 nº 1 (Rachmaninov), agradecida para todos, de sonido poderoso en todos los registros y con poso para poder disfrutar con Óscar Camacho de esta delicia camerística.

El Cuarteto nº 14 en re menor, D. 810 «La muerte y la doncella» (Schubert) sigue siendo una de las cumbres de la música de cámara, y el profesor Igor Sulyga les preparó el «Scherzo» y el «Presto» (que dejó recién salido y subido a YouTube© por la madre de la violista) para Edgardo Carone Sheptak (volín I), Jorge Cañete (violín II), Cristina Cordero Beltrán (viola) y Carmen Hernández Bellas (cello), maestría juvenil nuevamente montada en tiempo récord para una obra complicada de interiorizar, de hacer sonar en su grandeza, protagonismos bien compartidos, sonoridades rotundas en los cuatro y entendimiento imprescindible para afrontar los últimos movimientos en bloque, sin fisuras, algo que forjaron desde el inicio. Fueron los más aplaudidos por un público que tiene la «música en casa» y saben recompensar el esfuerzo.

Enhorabuena a todos y desconecto unos cuantos días… aunque me perderé mucha actividad musical asturiana. A mediados de agosto volveremos con las pilas cargadas.

Alma rusa en Asturias

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Viernes 3 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de Abono 11, OSPA, Lilya Zilberstein (piano), Carlos Miguel Prieto (director). Obras de Shchedrin, Rachmaninov y Prokofiev.
Volvía a la tierra de sus antepasados el director mexicano Carlos Miguel Prieto y traía un concierto totalmente ruso, pianista incluida, conocedor de que parte de nuestra orquesta asturiana tiene mucha de su alma en su país, como los tres compositores elegidos y bien explicado en las «Tres visiones de un concierto» de las notas al programa escritas por Carlos García de la Vega.
El estreno en España del Concierto para orquesta nº 1 «Naughty Limericks» (1963) de Rodion Shchedrin (1932) puso de manifiesto no ya el sentido del humor del pianista casado con la gran Maya Plisetskaya sino toda la herencia de su amigo y maestro Shostakovich, con una orquestación claramente circense y divertida («coplillas gamberras» como bien explica mi amigo neoyorquino John Falcone en el canal OSPA TV, también con mucha alma rusa) que el Maestro Prieto llevó con la misma chispa y energía de una partitura que nos arrancó a todos una sonrisa y trajo a mi memoria momentos cinematográficos.

El momento cumbre de la tarde, que dejará huella en todos los presentes, lo trajo la genial Lilya Zilberstein que ha hecho del Concierto para piano nº 3 en Re m., Op 30 (1909) de Rachmaninov un referente para todo melómano, volviendo a contagiar la magia que solamente el directo es capaz de lograr aunque haya quedado registrado por Radio Clásica para atesorar otro día memorable que el propio compositor seguramente ni se hubiera imaginado. La virtuosa rusa «hace Música» de principio a fin, la fortaleza física y mental que exige «el tercero» no mermó en ningún momento toda la belleza de una partitura que tuvo en la OSPA el complemento perfecto bajo las manos de un Prieto volcado y contagiado de este alma rusa hecha arte sonoro, compositor, partitura e intérpretes.

Como si la lejanía de la tierra amada fuese motivo inspirador (obra contemporánea de La Isla de los Muertos), las enormes proporciones y la factura pianística tan cargada, hacen de este concierto uno de los más peligrosos del repertorio (y de nuevo el cine en el recuerdo: «Shine» basada en la vida del niño prodigio David Helfgott), pero que en la interpretación de Zilberstein parecía fluir con total naturalidad. La han dirigido y acompañado los grandes y Oviedo se ha sumado a esta lista. El Allegro non tanto arranca tranquilo para ir brillando en cada modulación y cada crescendo de piano y orquesta en una auténtica montaña rusa de emociones hasta la cadenza endiablada y poderosa como sólo el propio Sergei era capaz de interpretar. La riqueza tímbrica que consigue la pianista rusa es de embriagar, sumándose una paleta orquestal que logró aún más brillo (¡shine!). El Intermezzo retoma la belleza melódica algo contenida con una orquesta densa pero clara, madura, empastada, pletórica, y las variaciones cristalinas del piano antes del tumulto pianístico que encadena con el «Alla breve» Finale. Ritmos protagónicos en todos los intérpretes bien llevados por un Prieto casi ruso, preciso en el gesto, cómplice de todos más la vitalidad centelleante en cada intervención de piano, solistas y tutti sin poder destacar a nadie por la feliz conjunción. La «colocación Milanov» volvió a conseguir un colorido casi de titanio, reconfortante, armónicos con el piano únicos y ese abrazo de los seis contrabajos que mecieron al «3 de Rach«, creciendo en una vorágine musical donde todo el alma musical de Lilya nos contagió y rompiendo en atronadores aplausos con varias salidas a escena, felices de haber asistido a un concierto único.

La Sinfonía nº 5 en SIbM, Op. 100 (1944) de Prokofiev completaría este trío ruso para la tarde asturiana, obra impregnada del sentimiento de victoria que alcanzó a todos los presentes contagiando ese aliento épico desde la batuta de Prieto en una partitura exigente para una plantilla algo reforzada que la crisis impide mantener fija. Si hace apenas una semana pensaba que el listón estaba alto, hoy han subido un pequeño peldaño más por la entrega y calidad de todas y cada una de las secciones de nuestra orquesta de cabecera en Asturias. Cierto que en la formación el ruso parece dominar y cuando se programa la música que han mamado desde siempre hay una transformación, pero debemos reconocer que el acento de esta tierrina nuestra les ha empapado como el «orbayu», creciendo todos cuando desde el podio se les exige desde el conocimiento. Y como «no hay quinta mala», así resultó la versión, alma rusa llevada por un mexicano de origen asturiano para nuestra orquesta internacional. Un Andante solemne y dulce que se transforma con vigor y sonoridad así como nuevamente el humor para una «batalla sinfónica» que dice Tranchefort en su «Guía de la música sinfónica». El Allegro marcato con ostinados agitados transitaron por cada sección de una orquesta rotunda de dinámicas contundentes y asombrosa seguridad que transmiten las percusiones atinadas. La emoción llegó con el Adagio que recuerda el inicio del «Claro de Luna» de Beethoven para lucimiento de una madera siempre lírica cargada de dramatismo para culminar con los trombones hercúleos contrastando texturas que Prokofiev domina como nadie. Y el Allegro giocoso que parecía cerrar con la alegría de flautas y fagots seguido por clarinetes cual bufones antes de cerrar una evolución de caracter coral donde las imitaciones las marcaba el Maestro Prieto con los guiños del que se sabe a gusto y bien querido. Los metales recordarán que «la grandeza épica no es extraña a los frenesíes de la alegría popular», como este inicio de mayo que nos devolvió el sol y el alma rusa a mi Asturias patria querida.

No hay tierra extraña con el LDO

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Sábado 3 de noviembre, 20:30 horas. XXIII Quincena Musical de Durango (Vizcaya). Iglesia de Santa Ana: Coro LDO («El León de Oro»), Marco Antonio García de Paz (director). Obras de Mouton, Byrd, Lasso, Palestrina, Rheinbergher, Mendelssohn, Rachmaninov, Biebl, Busto, Sarasola y Elberdin.

Como seguidor confeso y «leónigan» pude escaparme a Durango en el puente de los Santos y volver a recrearme con este coro del que no canso jamás porque siempre hay momentos mágicos, irrepetibles, capaces de seguir creciendo hacia una excelencia coral desde una belleza sonora que plumas y oídos más doctos ya han descrito. Cada directo es irrepetible y único, el repertorio está tan trabajado, las voces tan afinadas y empastadas, la complicidad y entendimiento con Marco tan agradecida, que el resultado siempre es óptimo. Incluso la mezcla de veteranía y juventud en una formación coral que sigue promocionando la cantera hace que las «bajas puntuales» se cubran con una alineación siempre ganadora. El modelo o escuela vasca triunfa siempre y acudir a esta tierra cercana a la nuestra es como cantar en casa, donde se les admira y ovaciona como propios, público entendido que respeta cada obra, los finales y el esfuerzo. Si además finalizas con dos temas en euskera, con premio en esa capital coral que es Tolosa, la apoteósis es lógica y esperada.

Últimamente no llevo conmigo ordenador, solamente uso el teléfono móvil o la tableta, trabajo rápido y cómo para estos viajes cortos aunque con algunas limitaciones (enlaces o links, fotos, formato…) pero sigo fiel a la inmediatez del comentario. Puntualmente amplío desde casa y esta vez no quería dejar sólo unas líneas porque el pasado sábado volví a «levitar» como dice mi amiga Cristina Otadui, que entendió mi opción coral frente a la operística.

La música renacentista sigue siendo referencia con estos leones, buenos y aplicados alumnos bien empapados de las enseñanzas y matizaciones del Maestro P. Phillips, que «tripetirá» a la vista de los resultados.

El francés Mouton, el inglés Byrd, el franco-flamenco Lasso o el italiano Palestrina tienen muchísimo que cantar en distintas combinaciones del coro, capillas, completo o doble coro, con la dificultad añadida del tactus, esa melopea donde manda la letra subrayada por unas melodías llenas de vericuetos capaces de escucharse en su polifonía, como bien indicó el Concilio de Trento al poner de modelo precisamente a Giovanni Pierluigi da Palestrina, cuyo doble coro para el Laudate pueri resultó atemporal por vigencia, aunque las cinco obras de la primera parte fueron impecables y casi pecaminosas para mi lujuria coral.

El Romanticismo es otro terreno donde LDO se mueve cómodo, contrastes y emociones más viscerales que espirituales aunque los textos lo sean. El Kyrie de Josef G. Rheinberger impacta por esa montaña rusa de matices y registros extremos siempre afinados, empaste coral que con Mendelssohn roza el paroxismo, sobre todo con el Richte mich, Gott donde las voces graves atacan y las blancas contienen, fluir vocal con cascadas y remansos. Para seguir convenciendo, mezclar rigor y vigor (sé que abuso de los juegos de palabras) el Bogoroditsie Devo de Rajmáninov colocó al público en el centro de la acción rodeado por un coro que cerrando los ojos te envuelve y transporta. No sólo se buscan nuevas sonoridades, que también, sino un compartir musical completo haciendo copartícipes del gozo a intérpretes y público.

Para seguir redondeando actuación, el trío solista Elena Rosso, Fernando Fernández y Ángela P. Alba completan un Ave María de Franz Xaver Biebl único, global, compacto, integrando todas las voces en una sola sensación.

El puente lo tiende un músico de la tierra como Javier Busto, otro enamorado del LDO porque sus obras en estas voces hacen aún más grande su música. O Magnum mysterium rinde tributo religioso y romántico desde lo contemporáneo con el exquisito quehacer coral del doctor, degustador de lo bueno capaz de lograr cual reputado enólogo piezas que son reserva para paladares entendidos. Aroma, sabor, color, maridajes increíbles llevan a un final increíble: disonancias, agudos al límite, contrapuntos endiablados y el acorde final a tono tras los difíciles vericuetos de todas las voces, «Grandísimo misterio». Y noté a Marco revisar la afinación con el diapasón al finalizarla ¡sí, no calan ni un cuarto de tono!. Bien por los leones.

El final sigue con músicos de la tierra y en euskera, X. Sarasola y Neskatx’ ederra reconfortante al oído tras la cumbre anterior, más ese zortzico que mueve a todos, Segalariak (Josu Elberdin) reconocido en esta tierra que con permiso, he rebautizado como País Vascoral.

Propina acorde con el entorno sobrio de Santa Ana y Requiem como adiós que resulta siempre cercano, Agnus Dei que nos quita el pecado pero no de leónigan, pecados musicales capitales sin acto de contrición ni propósito de la enmienda.

© Víctor Gallego Baviano

Muy grande

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Jueves 7 de junio, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón. Clausura de Temporada de la OSPA, Truls Mork (violonchelo), Perry So (director). Obras de Dvorak y Rachmaninov.

Hay citas ineludibles y más en este final de curso. Llegué a pensar que me perdería un concierto dirigido nuevamente -la tercera vez- por el maestro So, uno de los posibles titulares que nos había dejado tan buen sabor de boca, y sobre todo la presencia de un grande del cello como el noruego Mork. Pero Gijón está cerca de Mieres y mis amistades se ofrecieron a regalarme una entrada en la fila 2. Con tiempo para evitar cortes de carretera en estos convulsos días, no podía imaginar semejante regalo fin de curso.

El Concierto para violonchelo en Si m, Op 104 (Dvorak) es probablemente el más hermoso que se haya compuesto para un instrumento tan cercano a la voz humana, y Mork lo hizo hablar desde la música. Faltarían calificativos para contar su interpretación que destiló Arte con mayúsculas, sonido increíble, matices extremos, perfecta integración con podio y atriles crecidos ante una figura como el noruego y conducidos todos con una energía siempre atenta a cada detalle de los muchos que atesora el concierto del checo. Desde el Allegro todo sonó distinto a otras veces, no ya por mi ubicación tan cercana que me hizo sentir privilegiado de cada vibración emanada desde el escenario. La textura de la OSPA era cual terciopelo con dinámicas amplísimas desde unos pianísimos casi exhalados (impecables los clarinetes) a unos fortísimos nunca estridentes, ataques incisivos en su punto con momentos quejumbrosos tal y como se exige, fraseos impecables… Y el cello de Mork, música en estado puro, emociones indescriptibles que continuaron en ese Adagio ma non troppo capaz de ponerme la piel de gallina. Como bien escribe Tania Perón en las notas al programa (enlazadas arriba en los autores), «el solista será alternativamente cantante o virtuoso», y escuchar esa cuarta cuerda era placer y dolor, lo más profundo de la fibra humana, esos tintes religiosos que yo casi tildaría de místicos, música de cámara desde lo sinfónico conseguido por la total y común unión de todos los músicos, con solistas pugnando por brillar a la misma altura (qué dúo nos dejó Vasiliev) solista y director en cabeza pero como un gran sonido lleno de infinitos matices y colores donde flauta y oboe pintaron nuevas gamas. Y el Allegro moderato acabó de tocar el paraíso, pegada en los graves, ritmo contagioso, empaste global como nunca, melodías sobrecogedoras, la voz humana del cello y esa explosión final desde un crescendo que arrancó en penumbra para alcanzar el sol en su cénit. Respiración profunda y aplauso interiorizado para una interpretación que me marcará el resto de mis días. Queda ahí la entrevista en OSPA TV.

Si Perry So ha sido asistente del gran Dudamel en Los Ángeles, puede que el aura del barquisimetano haya pasado al de Honk-Kong, pues energía, carisma, carácter, alegría y dominio de la orquesta son casi miméticos aunque el maestro So demostró además una pulcritud en el gesto que no olvidó nada para mayor compromiso y exigencia de todos los músicos, volviendo a dejarnos un sonido propio en dos obras «Made in Usa», primero la joya de Dvorak y después las Danzas sinfónicas, Op. 45 de Rachmaninov. Nuevo muestrario de los valores que nuestra OSPA atesora y aumenta cada curso como el maduro estudiante que no sabe aún cuál es su techo. La instrumentación del ruso afincado en Long Island permitió desplegar una formación donde no falto de nada, pues cerrar temporada y con los invitados de lujo obligaba a estar a la altura. El Non allegro titulado inicialmente «El día» abría este viaje musical con unas maderas formando un corpus único, esta vez con el saxo alto de Antonio Cánovas perfectamente integrado en la familia y alcanzando un lirismo que quedó en el aire a pesar del descanso. «El crepúsculo» vendría con el Andante con moto – tempo di valse donde el maestro So consiguió cotas extremas de calidad asombrosa, una tímbrica compacta pero delineada, ese misterioso 6/8 sin perder el rubato, apoyándose en la baradilla, poniéndose de puntillas para blandir una batuta que dibujaba el torbellino de Kubrick con Shostakovich permutado por un Sergei elegante como nunca. Para concluir «Medianoche» Lento assai-Allegro vivace y el nuevo juego sonoro, texturas y rítmicas, metales broncíneos en su momento álgido de la temporada, percusión inmejorable, madera de lujo y la cuerda que siempre enamora, «Dies irae» contrapuesto al «Bendito seas, Señor», lirismo en la sala a lo largo del concierto para ese inmenso final henchido de emoción y contagiado a todos.

Dejaré posar emociones antes de afrontar el resumen de una temporada plagada de emociones, solistas inolvidables y directores que espero mantengan el contacto, pues entre todos han conseguido llenar de felicidad muchas veladas, y el optimismo debe imperar en estos tiempos difíciles. La cultura es una necesidad, la música el aire que respiramos, y compartir momentos como el de hoy sólo se entienden desde lo profundo del ser humano.

Milanov pintor sinfónico

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Viernes 23 de marzo, 20:00 horas. OSPA, Concierto de Abono nº 8: Albena Danailova (violín), Rossen Milanov (director). Obras de Rachmaninov, Bartók y MussorgskyRavel.

La apuesta del director búlgaro como titular de nuestra OSPA se reafirma cada vez y ya es realidad antes incluso de su toma de posesión para la próxima temporada. Este nuevo concierto de abono conectaba el programa directamente con la pintura, como el propio Milanov comenta en la entrevista para OSPA TV y las notas al programa de mi admirada María Sanhuesa Fonseca también reflejan.

El poema sinfónico La isla de los muertos, Op. 29 (Rachmaninov) nos puede remontar no ya al cuadro de Böcklin o la fotografía en blanco y negro con la que el compositor ruso se inspiró -en mi caso la evocación es al San Michele veneciano- sino a todo un catálogo sonoro de intensidades y colores instrumentales que Milanov pinta como nadie, tras lo escuchado en sus anteriores conciertos, y es que más allá del algo manido «Dies Irae» que últimamente parece perseguirnos, el (post)romanticismo y omnipresente tema de la muerte que lleva a Rachmaninov por unos derroteros orquestales llenos de vericuetos y turbulencias sonoras que la sinfónica asturiana pintó con claridad bien delineada por Mister Rossen en una obra maestra de la producción sinfónica, precisamente por la personalidad angustiada del compositor, que la terminará en Dresde hace más de cien años, pero totalmente vigente aunque no muy escuchada. Todas las secciones estuvieron bien desde el arranque en el registro grave de la cuerda, viento y arpa para la evocación de los remos de la barca de Caronte cruzando la laguna Estigia, los colores lúgubres que se tornan brillantes, suaves y apacibles en el Tranquillo central (qué bien el clarinete de Andreas), o ese «órgano de metales» del citado Dies Irae siempre arropado por una cuerda poderosa que logra resaltar el color del resto. Volverían los remos al final sin ápice de mareos tras la marejada tímbrica y toda una paleta dinámica impecable, saboreando la delicada complejidad de esta joya colorista salida del gran Sergei.

Continuando con obras poco escuchadas llegó el Concierto para violín nº 1 Sz. 36 (Bartók) con la extraordinaria violinista búlgara Albena Danailova que afrontaba por primera vez esta obra, como confiesa en su entrevista para el canal televisivo que la OSPA tiene en Internet. Aceptada la invitación de su compatriota, lo que siempre es de agradecer ante una agenda tan repleta como concertino de la Filarmónica de Viena, su interpretación resultó una auténtica delicia desde su inicio sola, continuando los primeros y segundos violines en perfecta fusión cordal, bien concertada por su paisano y entrega total en esta declaración de amor del húngaro hacia la violinista Stefi Geyer, precisamente con una mujer que nos devolvería esta nueva joya -no tan famosa como el segundo-, pero llena en sus dos movimientos de amor hecho música, diría que Romeo y Julieta concertístico sin programa previo, aunque contrastado entre el Andante Sostenuto y el Allegro giocoso que dejó la puerta abierta a un final distinto del real para esta relación imposible. Maravilloso sonido el de la búlgara, delicadeza y desgarro cuando así lo pedía la partitura, escuchando a la orquesta igualmente entregada, plena, todos atentos y pendientes de un desenlace no por conocido igual de arrebatador, nuevas pinceladas de color para la batuta de Milanov y el lienzo sonoro de la OSPA. Aún no han tocado techo y cada concierto supone otro reto, más cuando los solistas aportan tanta calidad como Danailova, haciendo disfrutar a todos.

La segunda parte no dejaba dudas: Cuadros de una exposición en la impresionante orquestación que Ravel hizo de la pianística obra de Mussorgski. El inicial «paseo» tranquilo aventuraba un recorrido sonoro con detenimiento, lejos de esas visitas a galerías o muestras pictóricas donde el público apenas se para como conformándose sólo en haberla visitado. Milanov es el guía perfecto para apreciar todos y cada uno de los detalles que estos diez cuadros esconden, dando vida a cada intervención de los «principales» (titulares o invitados) sin agobios, perfectos, conduciendo a toda la formación por nuevas sendas sonoras, dando lustre a notas otrora oscurecidas y ahora brillantes sin perder la visión de conjunto. Ni siquiera la cascada de metales pudo con una cuerda que de ser más numerosa todavía hubiese dado más empaque a la versión del búlgaro. Cada intervención solista dejó su sello desde la trompeta inicial de Maarten (siempre impecable) hasta El viejo castillo en el saxo alto de Antonio Cánovas Moreno o el Bydlo, esta vez no en tuba sino al bombardino de Christian Brandhofer -que alternó con el trombón- por citar a dos poco habituales, aunque los «Cuadros» nos recordaron la excelencia de todos ellos, sin olvidar unos cascarones realmente únicos (también podemos presumir de percusionistas), una Baba-Yaga bien asentada y esa Puerta de Kiev abierta para un futuro realmente prometedor en manos de Milanov, artífice de los nuevos colores orquestales y la ilusión que transmite, la misma que ha hecho volver al blog los cuadros de mi amigo pintor Jorge Senabre: Música y pintura.

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