74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 17a). Conciertos matinales.

Sábado 5 de julio, 12:30 horas. Monasterio de San Jerónimo. Joven Coro de Andalucía (JCA), Marco Antonio G. de Paz (director). Paraíso abierto para muchos: obras de Falla, Poulenc, Messiaen y Pizzetti. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

El mundo coral español goza de muy buena salud y más con una generación joven muy preparada técnicamente que representa la necesaria cantera que vaya tomando el relevo de tantas formaciones. Desde su creación el JCA en 2007 (como ampliación de la Orquesta Joven que la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales -de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía- creaba en 1994 con el objetivo de impulsar y complementar la formación musical de los jóvenes valores que aspiran a incorporarse al ámbito profesional), ha contado con la colaboración de directores de la talla de los maestros Michael Thomas (fundador del JCA), Julio Domínguez, Román Barceló, Juanma Busto, Íñigo Sampil, Carlos Aransai, Lluís Vilamajó y su actual titular desde 2019 Marco Antonio García de Paz, quien tras mucho trabajo en Mollina nos traería una matinal sabatina de envergadura.

La página web del Festival presentaba este concierto coral del JCA bajo la dirección del maestro asturiano Marco Antonio G. de Paz.
Entre espiritualidad y modernidad
De la mano de Marco Antonio García de Paz, el Joven Coro de Andalucía está situándose entre los proyectos más ilusionantes de la música nacional. En este programa han reunido obras corales de cuatro compositores que exploraron la música sacra desde perspectivas contemporáneas. Manuel de Falla lee con reverencia a Tomás Luis de Victoria, creando de sus motetes versiones expresivas que fusionan tradición y modernidad. Poulenc y Messiaen aportan su sello francés, con los austeros Quatre motets pour un temps de pénitence y el luminoso O sacrum convivium. Finalmente, Pizzetti retoma el estilo de la polifonía renacentista con su Messa di Requiem, impregnándola de un dramatismo moderno. Un recorrido sonoro por la espiritualidad del siglo XX, cargado de introspección y de belleza.

Este camino al paraíso arrancaría con 32 voces (4 por cuerda dispuestas como casi siempre suelen colocarse) para comenzar con las tres «versiones expresivas de obras de Tomás Luis de Victoria» que Falla trabajaría entre 1932 y 1942. García de Paz lleva años marcando escuela en su coro El León de Oro, y el Renacimiento español es uno de sus fuertes, agrandado tras la colaboración con el británico Peter Phillips. Pero las visiones del gaditano muestran una relectura del abulense, desde el Ave María (ahora parece que de Jacobus Gallus) que el JCA interpretó con esa visión romántica «transformada» (por las indicaciones muy personales del gaditano sobre las dinámicas, tempo y carácter que son curiosidades bien alejadas de los llamados «criterios historicistas») por el conocimiento que de nuestro siglo de oro tiene el maestro asturiano; el O magnum misterium rico en dinámicas con el final en un inmenso decrescendo hasta el pianissimo verdaderamente bien ejecutado; y las Tenebrae factae sunt donde disfrutar de los solos de contralto, dos sopranos y tenor para un final sin bajos que dieron luz a unas tinieblas originales. De las excelentes notas impresas, tituladas como el elegido para todo el concierto, Paraíso abierto para muchos, aunque no tienen firma las iré intercalando en este color con mis comentarios. Así la presentación y las visiones fallescas:
«Del poeta granadino Pedro Soto de Rojas (1584-1658), discípulo y ferviente admirador de Luis de Góngora y al mismo tiempo dotado de una personalísima delicadeza de orfebre, proviene el título que por sí mismo ha llegado a convertirse en un lema tan críptico como sugeridor de tesoros semiocultos: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Federico García Lorca, al hilo del título aludido, atinaba con estas palabras bien precisas para subrayar ese carácter recogido y primoroso del poemario: «Soto de Rojas se encierra en su jardín para descubrir surtidores, dalias, jilgueros y aires suaves. Aires moriscos, medio italianos, que mueven todavía sus ramas, frutos y boscajes de su poema». Una leve alteración de los términos nos permite abrir, de par en par, el elocuente título de Soto de Rojas para mostrar al público del Festival de Granada el «paraíso sonoro abierto para muchos» que propone el Joven Coro de Andalucía, en un programa conformado por una sucesión de joyas, no siempre suficientemente conocidas, pero todas ellas dotadas de un singular detallismo lírico en el que se entrelazan nombres esenciales de las primeras décadas de la Europa del siglo XX: Manuel de Falla, Francis Poulenc, Ildebrando Pizzetti y Olivier Messiaen.

Con una caligrafía de un preciosismo equiparable a la filigrana poética de Soto de Rojas, Manuel de Falla, desde su recoleto Carmen de la Antequeruela Alta de Granada, situado en el entorno de la Alhambra, comenzó a recrear con letra diminuta –en partituras manuscritas de tinta negra y lápiz rojo y azul– una colección de «versiones expresivas» de obras predilectas del Renacimiento español –de las que en este caso se escogen tres obras bien conocidas de Tomás Luis de Victoria–, pero añadiendo el propio Falla unas indicaciones muy personales de dinámica, de tempo y de carácter que las convierten en curiosidades bien alejadas de los criterios historicistas de nuestro tiempo, pero dotadas de un encanto singularmente atemporal».
Ya con la plantilla al completo, donde me pareció contar 24 voces blancas y 21 graves, tras recolocarse a izquierda y derecha para el resto del concierto, la sonoridad, afinación, equilibrio en los balances y empaste de esta juventud cantora fue la ideal para el resto de las obras, sumando una vocalización clara de los textos en latín donde los finales de palabras en consonante marcan un color especial.
«Francis Poulenc, 22 años más joven que Falla, fue alumno de piano del gran Ricardo Viñes en su París natal. Poulenc conoció a Falla en casa de éste hacia 1918. Era el periodo en el que Diaghilev, Picasso y Falla preparaban la fascinante obra El sombrero de tres picos. Su amistad se extendió hasta 1932, siendo esta la última vez que se vieron en el marco de un Festival de Música en Venecia. En este encuentro ambos compartieron ensayos y música, llegando Poulenc a narrar un recuerdo muy especial: «Una tarde, durante un paseo por las calles de Venecia, encontramos una pequeña iglesia que poseía unos preciosos órganos. Nada más entrar en la iglesia, Falla se puso a rezar, y así como cuentan que ciertos santos en éxtasis desaparecen súbitamente de la vista de los profanos, yo tuve esa misma impresión con Falla. Al cabo de un tiempo, decidí marcharme, así que me acerqué a él y le golpeé suavemente en el hombro. Me miró un instante, sin verme, y se sumergió de nuevo en sus oraciones. Salí de la iglesia, y desde entonces no le volví a ver […]». Concluía Poulenc: «Para mí, esa última visión de un músico al que tanto he querido y admirado es… ¡como una especie de Asunción!».
Poulenc guardaría en su memoria esta imagen final de Falla, «la de un hombre, o mejor, de un fraile de Zurbarán, rezando en una iglesia de Venecia». El ciclo de Motetes penitenciales de Poulenc (1939) puede servirnos como un extraordinario punto de encuentro musical entre ambos autores y sus distintos acercamientos a la fe. Estos cuatro motetes se compusieron en los albores de la Segunda Guerra Mundial, lo que los hace siempre atrayentes por ser un difícil desafío. Su uso de la armonía, la sorprendente conducción melódica de sus voces y la particular acentuación de su latín a la francesa lo hacen muy especial. Su escritura diatónica, sabor modal y adecuación al texto hacen de este ciclo una experiencia sublime».

Los cuatro motetes más que penitenciales fueron gozosos en cuanto al comportamiento del coro bien llevado por el maestro asturiano, marcando con claridad, con respuestas dinámicas amplias que fueron «in crescendo» en el tercero (Tenebrae factae sunt) de nuevo con un regulador hasta el pp con la «t» final bien pronunciada, más el epatante Tristis est anima mea con un hoquetus central que se repite antes de la doble barra última resultó efectivo y espectacular en estos motetes del compositor feancés casi contemporáneos al Falla anterior.
«Como “cortante sonoro”, como algo que va a preparar nuestros oídos para el plato fuerte del programa, haremos una pequeña incursión en el universo del gran Olivier Messiaen, alumno aventajado de Paul Dukas, autor que también tuvo una gran relación con Falla. Será a través de su breve motete de ofertorio O sacrum convivium (1937). Es una gran oportunidad para poder escuchar a este extraordinario autor, cultivador del serialismo y constructor de sus propios modos de transposición limitada. Esta pieza es cautivadora por su color sonoro; construye una suntuosidad mágica a través de su armonía y su tonalidad. A pesar de su complejidad, podemos afirmar que es una obra principalmente tonal; está en fa sostenido mayor, la tonalidad favorita de Messiaen. Este color tonal intenta expresar la experiencia mística del amor sobrehumano. Todo un reto para el coro y que entronca con el mundo religioso de los autores anteriores.
Como obra principal del programa traemos el magnífico Requiem de Pizzetti, un compositor prolífico, que cultivó todos los géneros y destacó por ser un importante compositor de óperas. No es una obra dramática en el sentido ordinario del término. Es apacible, serena, obra de un creyente en la vida eterna y la resurrección. Al igual que Gabriel Fauré en su Requiem, se refiere a la muerte como «una feliz liberación», una aspiración al bienestar del más allá, más que como un tránsito doloroso. Trata de no colocar la vida y la muerte en oposición, como un brote de curiosidad ante algo “extraterrenal”. Sigue una corriente de composición de principios del siglo XX que sintetiza técnicas neorrenacentistas y neomedievales, pero pasadas por el tamiz de un lenguaje armónico y de estructuras formales que beben del siglo XIX. Abunda la escritura modal y polifónica, así como el uso de melodías procedentes del canto gregoriano. Desde el punto de vista compositivo es de gran variedad. Indica cantar partes con la mitad del coro, números con doble cuerda de bajos, utiliza un triple coro para el Sanctus y emplea unos 10 minutos de duración para el Dies irae. Su exitosa relación música-texto nace de su experiencia como compositor teatral y su conexión con el texto del Requiem, que fue escrito tras la muerte de su primera esposa. Es probable que Pizzetti haya estado más oculto de lo debido por los propios italianos al considerarlo un músico próximo al régimen fascista en época de Mussolini. Quizá estemos ante un error histórico, que poco a poco se va subsanando. Realmente es una obra fascinante, emocionante y a la cual le daremos presencia en este paraíso».
Un Requiem fascinante, verdadero templo coral sustentado por unos buenos cimientos en la cuerda de bajos que van construyendo una escalera con tenores y contraltos hasta la aguja celestial de las sopranos, voces limpias, frescas, matizadas, sin abrir en los fuertes y delicadas en los pianos, respondiendo a las peticiones de García de Paz. Si personalmente el de Fauré está en mi lista de preferidos, siempre vuelvo al Padre Sopeña y su libro que atesoro en mi biblioteca musical, pero suscribo las notas que dicen «se refiere a la muerte como «una feliz liberación», una aspiración al bienestar del más allá, más que como un tránsito doloroso”» y así el Dies irae resultó un caleidoscopio vocal con la delicadeza del Amen final, el Sanctus luminoso con un «excelso» Hossanna -que bisarían de regalo- para felizmente liberarnos y conducirnos camino del paraíso coral con este JCA guiado por el arcángel Marco.

Aún habrá en este Festival otro grandioso Requiem, pero lo contaré puntualmente…
PROGRAMA:
Paraíso abierto para muchos
Manuel de Falla (1876-1946)
Versiones expresivas de obras de Tomás Luis de Victoria:
Ave Maria (1932)
O magnum mysterium (1940-42)
Tenebrae factae sunt (1940-42)
Francis Poulenc (1899-1963)
Quatre motets pour un temps de pénitence (1938-39):
Timor et tremor
Vinea mea electa
Tenebrae factae sunt
Tristis est anima mea
Olivier Messiaen (1908-1992)
O sacrum convivium (1937)
Ildebrando Pizzetti (1880-1968)
Messa di Requiem (1922-23):
Requiem aeternam
Dies irae
Sanctus
Agnus Dei
Libera me

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