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Lorca en el CIMCO

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Jueves 18 de diciembre, 19:30. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. CIMCO, “Lorquiana”. Ana María Valderrama, violín – David Kadouch, piano – Cris Puertas, actriz. Obras de: Poulenc, A. Terzian, Debussy, Falla y García Lorca.

(Reseña rápida escrita desde el el teléfono para LNE de viernes 19,  con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Clausura de la actual edición del Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo (CIMCO) con el dúo que forman la violinista madrileña Ana María Valderrama y el pianista francés David Kadouch, con un programa en torno a la figura de Federico García Lorca, que ya pude disfrutar en Granada durante el último Festival Internacional de Música y Danza. Su repertorio ya lo han llevado igualmente al disco (que vendían al finalizar el recital), y por el que han recibido el galardón al mejor álbum de música clásica en 2024 por la Academia de la Música Española.

Tras la presentación de Cristina Gestido, la velada se abriría con la «Sonata para violín» FP 119 de Poulenc, gran admirador de Lorca y dedicatario de la misma, intensa, evocadora, lunática llena de luz como el poema interpelado por Cris Puertas.

De la argentina Alicia Terzian (Córdoba, 1 de julio de 1934) llegaron aires tan franceses como los porteños, dos de los «Tres retratos» del Libro de Canciones de Lorca, canto y piano -1954/6-  («Verlaine» y «Debussy»), compenetración musical y poética más allá de las palabras, eterno universo lorquiano.

Seguimos afrancesados y cosmopolitas con el Debussy de su «Sonata para violín y piano» en tres movimientos y poesía interpretada, la luciérnaga de Lorca viva en el verso iluminado por Valderrama y Kadouch, colores caleidoscópicos; acequia, ranas o estrellas protagonistas vestidas de pentagramas a dúo con el fluido impresionismo musical teñido de cante y encanto (Fantasque et léger) reconocido desde postales enviadas a D. Claudio en maravillosa interpretación plena de complicidades.

Lorca, Granada y Falla, terna indivisible como la poesía y el canto de violín y piano, campanas de amanecer en Granada, ímpetus y sonoridades grandiosas canalizados en el arreglo de Kreisler sobre la «Danza española» de La vida breve, con un impresionante despliegue técnico y toda la hondura nazarí.

Breve pausa antes del homenaje y protagonismo absoluto de Federico, músico antes que poeta, con cinco de sus canciones populares por él armonizadas, en espléndido arreglo muy actual de Alberto Martín Díaz junto a la palabra proyectada en la piedra: «Nana de Sevilla«, «Los reyes de la baraja«,  «Zorongo«, «Las tres hojas» y «Las morillas de Jaén», más el regalo de “Los cuatro muleros”. Lírica popular sin palabras, sin voz o guitarra pero con el mismo canto sentido del violín y el piano que nos hicieron “tararear” en silencio junto a estos dos intérpretes inmensos de talla universal… Lorquianos eternamente.

PROGRAMA:

F. POULENC: Sonata para violín, FP 119 (dedicada a F. García Lorca)

I. Allegro con fuoco

II. Intermezzo

III. Presto tragico

ALICIA TERZIAN: Tres retratos (selección)

I. Verlaine

II. Debussy

C. DEBUSSY: Sonata para violín

I. Allegro vivo

II. Intermède. Fantasque et léger

III. Finale. Très animé

M. DE FALLA: La vida breve: Danza (Arr. F. Kreisler)

F. GARCÍA LORCA: Selección de canciones (Arr. Alberto Martín)

I. Nana de Sevilla

II. Los reyes de la baraja

III. Zorongo

IV. Las tres hojas

V. Las morillas de Jaén

VI. Los cuatro muleros

Camino al paraíso

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74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 17a). Conciertos matinales.

Sábado 5 de julio, 12:30 horas. Monasterio de San Jerónimo. Joven Coro de Andalucía (JCA), Marco Antonio G. de Paz (director). Paraíso abierto para muchos: obras de Falla, Poulenc, Messiaen y Pizzetti. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

El mundo coral español goza de muy buena salud y más con una generación joven muy preparada técnicamente que representa la necesaria cantera que vaya tomando el relevo de tantas formaciones. Desde su creación el JCA en 2007 (como ampliación de la Orquesta Joven que la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales -de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía- creaba en 1994 con el objetivo de impulsar y complementar la formación musical de los jóvenes valores que aspiran a incorporarse al ámbito profesional), ha contado con la colaboración de directores de la talla de los maestros Michael Thomas (fundador del JCA), Julio Domínguez, Román Barceló, Juanma Busto, Íñigo Sampil, Carlos Aransai, Lluís Vilamajó y su actual titular desde 2019 Marco Antonio García de Paz, quien tras mucho trabajo en Mollina nos traería una matinal sabatina de envergadura.

La página web del Festival presentaba este concierto coral del JCA bajo la dirección del maestro asturiano Marco Antonio G. de Paz.

Entre espiritualidad y modernidad
De la mano de Marco Antonio García de Paz, el Joven Coro de Andalucía está situándose entre los proyectos más ilusionantes de la música nacional. En este programa han reunido obras corales de cuatro compositores que exploraron la música sacra desde perspectivas contemporáneas. Manuel de Falla lee con reverencia a Tomás Luis de Victoria, creando de sus motetes versiones expresivas que fusionan tradición y modernidad. Poulenc y Messiaen aportan su sello francés, con los austeros Quatre motets pour un temps de pénitence y el luminoso O sacrum convivium. Finalmente, Pizzetti retoma el estilo de la polifonía renacentista con su Messa di Requiem, impregnándola de un dramatismo moderno. Un recorrido sonoro por la espiritualidad del siglo XX, cargado de introspección y de belleza.

Este camino al paraíso arrancaría con 32 voces (4 por cuerda dispuestas como casi siempre suelen colocarse) para comenzar con las tres «versiones expresivas de obras de Tomás Luis de Victoria» que Falla trabajaría entre 1932 y 1942. García de Paz lleva años marcando escuela en su coro El León de Oro, y el Renacimiento español es uno de sus fuertes, agrandado tras la colaboración con el británico Peter Phillips. Pero las visiones del gaditano muestran una relectura del abulense, desde el Ave María (ahora parece que de Jacobus Gallus) que el JCA interpretó con esa visión romántica «transformada» (por las indicaciones muy personales del gaditano sobre las dinámicas, tempo y carácter que son curiosidades bien alejadas de los llamados «criterios historicistas») por el conocimiento que de nuestro siglo de oro tiene el maestro asturiano; el O magnum misterium rico en dinámicas con el final en un inmenso decrescendo hasta el pianissimo verdaderamente bien ejecutado; y las Tenebrae factae sunt donde disfrutar de los solos de contralto, dos sopranos y tenor para un final sin bajos que dieron luz a unas tinieblas originales. De las excelentes notas impresas, tituladas como el elegido para todo el concierto, Paraíso abierto para muchos, aunque no tienen firma las iré intercalando en este color con mis comentarios. Así la presentación y las visiones fallescas:

«Del poeta granadino Pedro Soto de Rojas (1584-1658), discípulo y ferviente admirador de Luis de Góngora y al mismo tiempo dotado de una personalísima delicadeza de orfebre, proviene el título que por sí mismo ha llegado a convertirse en un lema tan críptico como sugeridor de tesoros semiocultos: Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Federico García Lorca, al hilo del título aludido, atinaba con estas palabras bien precisas para subrayar ese carácter recogido y primoroso del poemario: «Soto de Rojas se encierra en su jardín para descubrir surtidores, dalias, jilgueros y aires suaves. Aires moriscos, medio italianos, que mueven todavía sus ramas, frutos y boscajes de su poema». Una leve alteración de los términos nos permite abrir, de par en par, el elocuente título de Soto de Rojas para mostrar al público del Festival de Granada el «paraíso sonoro abierto para muchos» que propone el Joven Coro de Andalucía, en un programa conformado por una sucesión de joyas, no siempre suficientemente conocidas, pero todas ellas dotadas de un singular detallismo lírico en el que se entrelazan nombres esenciales de las primeras décadas de la Europa del siglo XX: Manuel de Falla, Francis Poulenc, Ildebrando Pizzetti y Olivier Messiaen.

Con una caligrafía de un preciosismo equiparable a la filigrana poética de Soto de Rojas, Manuel de Falla, desde su recoleto Carmen de la Antequeruela Alta de Granada, situado en el entorno de la Alhambra, comenzó a recrear con letra diminuta –en partituras manuscritas de tinta negra y lápiz rojo y azul– una colección de «versiones expresivas» de obras predilectas del Renacimiento español –de las que en este caso se escogen tres obras bien conocidas de Tomás Luis de Victoria–, pero añadiendo el propio Falla unas indicaciones muy personales de dinámica, de tempo y de carácter que las convierten en curiosidades bien alejadas de los criterios historicistas de nuestro tiempo, pero dotadas de un encanto singularmente atemporal».

Ya con la plantilla al completo, donde me pareció contar 24 voces blancas y 21 graves, tras recolocarse a izquierda y derecha para el resto del concierto, la sonoridad, afinación, equilibrio en los balances y empaste de esta juventud cantora fue la ideal para el resto de las obras, sumando una vocalización clara de los textos en latín donde los finales de palabras en consonante marcan un color especial.

«Francis Poulenc, 22 años más joven que Falla, fue alumno de piano del gran Ricardo Viñes en su París natal. Poulenc conoció a Falla en casa de éste hacia 1918. Era el periodo en el que Diaghilev, Picasso y Falla preparaban la fascinante obra El sombrero de tres picos. Su amistad se extendió hasta 1932, siendo esta la última vez que se vieron en el marco de un Festival de Música en Venecia. En este encuentro ambos compartieron ensayos y música, llegando Poulenc a narrar un recuerdo muy especial: «Una tarde, durante un paseo por las calles de Venecia, encontramos una pequeña iglesia que poseía unos preciosos órganos. Nada más entrar en la iglesia, Falla se puso a rezar, y así como cuentan que ciertos santos en éxtasis desaparecen súbitamente de la vista de los profanos, yo tuve esa misma impresión con Falla. Al cabo de un tiempo, decidí marcharme, así que me acerqué a él y le golpeé suavemente en el hombro. Me miró un instante, sin verme, y se sumergió de nuevo en sus oraciones. Salí de la iglesia, y desde entonces no le volví a ver […]». Concluía Poulenc: «Para mí, esa última visión de un músico al que tanto he querido y admirado es… ¡como una especie de Asunción!».

Poulenc guardaría en su memoria esta imagen final de Falla, «la de un hombre, o mejor, de un fraile de Zurbarán, rezando en una iglesia de Venecia». El ciclo de Motetes penitenciales de Poulenc (1939) puede servirnos como un extraordinario punto de encuentro musical entre ambos autores y sus distintos acercamientos a la fe. Estos cuatro motetes se compusieron en los albores de la Segunda Guerra Mundial, lo que los hace siempre atrayentes por ser un difícil desafío. Su uso de la armonía, la sorprendente conducción melódica de sus voces y la particular acentuación de su latín a la francesa lo hacen muy especial. Su escritura diatónica, sabor modal y adecuación al texto hacen de este ciclo una experiencia sublime».

Los cuatro motetes más que penitenciales fueron gozosos en cuanto al comportamiento del coro bien llevado por el maestro asturiano, marcando con claridad, con respuestas dinámicas amplias que fueron «in crescendo» en el tercero (Tenebrae factae sunt) de nuevo con un regulador hasta el pp con la «t» final bien pronunciada, más el epatante Tristis est anima mea con un hoquetus  central que se repite antes de la doble barra última resultó efectivo y espectacular en estos motetes del compositor feancés casi contemporáneos al Falla anterior.

«Como “cortante sonoro”, como algo que va a preparar nuestros oídos para el plato fuerte del programa, haremos una pequeña incursión en el universo del gran Olivier Messiaen, alumno aventajado de Paul Dukas, autor que también tuvo una gran relación con Falla. Será a través de su breve motete de ofertorio O sacrum convivium (1937). Es una gran oportunidad para poder escuchar a este extraordinario autor, cultivador del serialismo y constructor de sus propios modos de transposición limitada. Esta pieza es cautivadora por su color sonoro; construye una suntuosidad mágica a través de su armonía y su tonalidad. A pesar de su complejidad, podemos afirmar que es una obra principalmente tonal; está en fa sostenido mayor, la tonalidad favorita de Messiaen. Este color tonal intenta expresar la experiencia mística del amor sobrehumano. Todo un reto para el coro y que entronca con el mundo religioso de los autores anteriores.

Como obra principal del programa traemos el magnífico Requiem de Pizzetti, un compositor prolífico, que cultivó todos los géneros y destacó por ser un importante compositor de óperas. No es una obra dramática en el sentido ordinario del término. Es apacible, serena, obra de un creyente en la vida eterna y la resurrección. Al igual que Gabriel Fauré en su Requiem, se refiere a la muerte como «una feliz liberación», una aspiración al bienestar del más allá, más que como un tránsito doloroso. Trata de no colocar la vida y la muerte en oposición, como un brote de curiosidad ante algo “extraterrenal”. Sigue una corriente de composición de principios del siglo XX que sintetiza técnicas neorrenacentistas y neomedievales, pero pasadas por el tamiz de un lenguaje armónico y de estructuras formales que beben del siglo XIX. Abunda la escritura modal y polifónica, así como el uso de melodías procedentes del canto gregoriano. Desde el punto de vista compositivo es de gran variedad. Indica cantar partes con la mitad del coro, números con doble cuerda de bajos, utiliza un triple coro para el Sanctus y emplea unos 10 minutos de duración para el Dies irae. Su exitosa relación música-texto nace de su experiencia como compositor teatral y su conexión con el texto del Requiem, que fue escrito tras la muerte de su primera esposa. Es probable que Pizzetti haya estado más oculto de lo debido por los propios italianos al considerarlo un músico próximo al régimen fascista en época de Mussolini. Quizá estemos ante un error histórico, que poco a poco se va subsanando. Realmente es una obra fascinante, emocionante y a la cual le daremos presencia en este paraíso».

Un Requiem fascinante, verdadero templo coral sustentado por unos buenos cimientos en la cuerda de bajos que van construyendo una escalera con tenores y contraltos hasta la aguja  celestial de las sopranos, voces limpias, frescas, matizadas, sin abrir en los fuertes y delicadas en los pianos, respondiendo a las peticiones de García de Paz. Si personalmente el de Fauré está en mi lista de preferidos, siempre vuelvo al Padre Sopeña y su libro que atesoro en mi biblioteca musical, pero suscribo las notas que dicen «se refiere a la muerte como «una feliz liberación», una aspiración al bienestar del más allá, más que como un tránsito doloroso”» y así el Dies irae resultó un caleidoscopio vocal con la delicadeza del Amen final, el Sanctus luminoso con un «excelso» Hossanna -que bisarían de regalo- para felizmente liberarnos y conducirnos camino del paraíso coral con este JCA guiado por el arcángel Marco.

Aún habrá en este Festival otro grandioso Requiem, pero lo contaré puntualmente…

PROGRAMA:

Paraíso abierto para muchos

Manuel de Falla (1876-1946)

Versiones expresivas de obras de Tomás Luis de Victoria:

Ave Maria (1932)

O magnum mysterium (1940-42)

Tenebrae factae sunt (1940-42)

Francis Poulenc (1899-1963)

Quatre motets pour un temps de pénitence (1938-39):

Timor et tremor

Vinea mea electa

Tenebrae factae sunt

Tristis est anima mea

Olivier Messiaen (1908-1992)

O sacrum convivium (1937)

Ildebrando Pizzetti (1880-1968)

Messa di Requiem (1922-23):

Requiem aeternam

Dies irae

Sanctus

Agnus Dei

Libera me

Siempre la Granada de Lorca

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Martes 2 de julio, 20:00 horas73º Festival de GranadaCentro Federico García Lorca | Música de cámara / #Universo LorcaAna María Valderrama (violín), David Kadouch (piano)Lorca: in memoriam. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

El dúo de violín y piano formado por la madrileña Ana María Valderrama y el francés David Kadouch presentaban parte de su último disco «Lorquiana» en el mejor sitio para ello como es el Centro Federico García Lorcauna tarde que congregó a un público entregado para disfrutar de la música que siempre une a Lorca con su Granada, con Valderrama recitando el poema «Fábula y rueda de tres amigos» de Poeta en Nueva York, preámbulo de su muerte y perfecta introducción a un interesante recital.

La web de este concierto titulaba el evento como «A Lorca en un violín», primero de los recitales del «Universo Lorca», parte de un trabajo discográfico IBS Classical con obras muy vinculadas al poeta granadino, y que la doctora granadina Torres Clemente en sus notas al programa (cedidas por la Fundación Juan March) nombra como Lorca: in memoriam, de donde iré citando fragmentos, y es que Granada respira Lorca por todas partes y su muerte lo volvió en eterno: «Desde aquella funesta madrugada de agosto de 1936 en que Federico García Lorca fue asesinado, el mundo no ha cesado de llorar su pérdida. Las muestras de dolor y las condenas por su muerte han inspirado cientos de poemas que denuncian la sinrazón desde diferentes latitudes. Ahí quedan los versos de Antonio Machado («…Que fue en Granada el crimen / sabed –¡pobre Granada!–, en su Granada»), o el planto de Rafael Alberti («No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba»), como ejemplos de tantos homenajes in memoriam que, contradictoriamente, han contribuido a mantener muy vivo su recuerdo. También los músicos, tan próximos al poeta, le han dedicado infinidad de elegías, firmadas desde cualquier rincón del planeta y renovadas sistemáticamente. Tal legado evidencia un hecho: Lorca ha trascendido por su genialidad artística, desde luego, pero también como símbolo de libertad y resistencia».

El programa, como el disco, comenzaba con  la Sonata que Poulenc le dedicó (póstumamente) a Lorca en 1943. El compositor francés tuvo dificultades para rendir homenaje a García Lorca por considerar que su música no estaba a la altura del agasajado, y aunque no quedó contento con el resultado, logró honrar su memoria con esta Sonata para violín y piano, que compuso durante la Segunda Guerra Mundial en la Francia ocupada, por lo que «Escribir sobre el poeta español fusilado por los fascistas era una forma clara de expresar su oposición a los regímenes totalitarios. Implícitamente, además, los estudiosos han querido ver en esta sonata una denuncia por el clima de homofobia que sufrieron tanto Poulenc como Lorca, ambos pioneros en la asunción pública de su homosexualidad». El dúo Valderrama-Kadouch afrontaron la sonata con ímpetu, puede que el piano demasiado presente al que no hubiera venido mal bajar la tapa acústica, pero los tres movimientos (Allegro con fuoco – Intermezzo. Très lent et calme – Presto tragico) fueron «in crescendo» en entrega y pasión (incluso el público aplaudió el «fuego» del primero, quiero pensar que por la emoción transmitida…) en una obra ecléctica en estilos o referencias, casi un poema sinfónico donde ir escuchando una tragedia conocida pero también donde el Intermezzo está encabezado con los primeros versos de «Las seis cuerdas de la guitarra» -del Poema del cante jondo– y con guiños a Falla, Albéniz, el flamenco y hasta un canto fúnebre muy cromático, característico de la obra coral del propio Poulenc.

Ana María Valderrama haría de presentadora de la siguiente obra, el arreglo que Fritz Kreisler haría de la conocida Danza de La vida breve de Falla, obra que todo violinista suele incluir en su repertorio y que esta vez guardaba relación con esta «Lorquiana» hispano-francesa. De nuevo un piano muy fuerte pero bien encajado con un violín al que faltó presencia pero derrochó musicalidad.

Lo original de esta propuesta sería la Sonata en do mayor del venezolano radicado en París Reynaldo Hahn, más conocido por sus canciones, que escribió en 1926 esta obra en tres movimientos en cierto modo con recuerdos a la música de Fauré. Escribe la doctora Torres Clemente que «A primera vista, pudiera parecer que entre García Lorca y Reynaldo Hahn no hubo nada en común, pero lo cierto es que son muchas las circunstancias que los unen. Ambos sintieron esas vocaciones cruzadas: si el primero se declaró fiel admirador de la música, el segundo aseguró emocionarse exclusivamente en el teatro, por mediación de las palabras: «Una frase musical me encanta y me deleita, pero nunca me conmueve», escribió al pianista Édouard Rissler. Ambos compartieron también su facilidad de palabra, su simpatía personal y su espíritu centelleante, lo que hizo de ellos excelentes oradores; y ambos exteriorizaron su homosexualidad en un momento en que esta condición continuaba reprimiéndose con violencia, al tiempo que se intentaba ensalzar con dignidad (…). Su lenguaje lírico mantiene anclajes con el Romanticismo, y en particular con la conocida sonata de César Franck; pero el elogio al motor de un automóvil que plantea en el movimiento central de la obra –subtitulado «12 CV; 8 cilindros; 5.000 revoluciones»– lo conecta con las vanguardias, que vieron en la máquina una metáfora de la modernización». Presentada por David Kadouch quien incluso describió cada movimiento, donde el motor Veloce levantó aplausos al finalizar, e incluso comparar el último Modéré, très a l’aise au gré l’interprète con un soñado encuentro entre Mozart y Edith Piaf que supone una visión personal de esta sonata muy efectista para los dos intérpretes.

Personalmente lo que me encantó fue el final con una selección de las Canciones populares españolas  recogidas y armonizadas por el propio García Lorca en una excelente transcripción para este dúo a cargo de Alberto Martín (1980), encargo de los propios intérpretes, que está en el disco aunque el directo siempre es único. Con unos interludios bellísimos, un piano actual rítmico, de armonías contemporáneas con todo el respeto y reconocimiento de esas canciones, que algunos tarareaban por lo bajo, sería el violín la voz cantante igualmente rica en la técnica, la expresividad y notándose que trabajar para grabarlo supone un plus de entendimiento y maduración de un proyecto que en la Granada de Lorca tenía el mejor escenario (mi admiración por el guitarrista, compositor y arreglista, presente en la sala). Para quienes pueden escuchar el disco disfrutarán como yo de estas seis canciones, de las que difícil elegir pero una sentida Nana de Sevilla, el impactante Zorongo, o Los cuatro muleros muy actuales en el lenguaje de Martín que levantaron al público del «Centro Lorca» incorporándose al final un cajón que fusiona con el flamenco lo popular y lo «clásico» en una visión de nuestros días.

La propina, también incluida en el disco, Verlaine último de los «Tres retratos» que la argentina Alicia Terzian (Córdoba -Argentina- 1934) escribió en su «Libro de Canciones de Lorca». Si el francés no necesita palabras, Lorca las inspira y el dúo Valderrama-Kadouch las destiló de nuevo al pentagrama en esta presentación de su reciente trabajo discográfico.

PROGRAMA

Francis Poulenc (1899-1963):

Sonata para violín y piano, FP 119 (Dedicada a Lorca. 1943, rev. 1949):

Allegro con fuoco – Intermezzo. Très lent et calme – Presto tragico

Manuel de Falla (1876-1946) / Fritz Kreisler (1875-1962):

Danza española nº 1, de La vida breve (arreglo para violín y piano de Fritz Kreisler, 1926)

Reynaldo Hahn (1874-1947):

Sonata para violín y piano en do mayor (1926):

Sans lenteur, tendrement – Veloce – Modéré, très a l’aise au gré l’interprète

Federico García Lorca (1898-1936) / Alberto Martín (1980):

Selección de canciones (arreglo para violín y piano, 2022):

Nana de Sevilla

Los reyes de la baraja

Zorongo

Las tres hojas

Las morillas de Jaén

Los cuatro muleros

Más que un vals para dos

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Lunes 13 de mayo, 20:00 horas. Sala de Cámara del Auditorio “Príncipe Felipe”: Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo (CIMCO). Dúo del Valle: Vals para dos. Víctor del Valle (piano) y Luis del Valle (piano); Compañía WETTRIBUTE (Daniel Fernández, bailarín – Maite Ezcurra, bailarina). Obras de Poulenc, Milhaud y Ravel. Entrada: 8€.

Ya desde mis años como estudiante de piano las obras a cuatro manos y sobre todo las escritas para dos pianos me cautivaron y poder vivirlas en directo era algo único y extraordinario, desde Frechilla y Zuloaga en la Caja de Ahorros de Mieres hasta la pareja Joaquín Achúcarro y Emma Jiménez en la Filarmónica de Oviedo. Iría posteriormente descubriendo en disco a las gemelas Pekinel y después a las Labèque, Katia y Marielle, también en directo, o al matrimonio astur-canario Francisco Jaime Pantín y María Teresa Pérez como Dúo Wanderer.

De los más cercanos en el tiempo aún se recuerdan en la capital asturiana las visitas de los hermanos Jussen y curiosamente este año hemos disfrutado hace nada de los asturianos Martín García y Juan Barahona con la OSPA, para la próxima semana cerrar las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con Maria João Pires e Ignasi Cambra y este lunes llegaba el penúltimo concierto del CIMCO «la magia de dos pianos» con el Dúo del Valle, los hermanos Víctor y Luis continuando una saga fraternal que parece marcar estas agrupaciones junto a parejas donde la convivencia parece tan necesaria para «latir juntos» como el arduo ensayo de todo programa, del romanticismo al pasado siglo, como fue el de Los Valle con música francesa impresionista, aunque en la presentación el doctor Alejandro G. Villalibre aclaró conceptos o estilos, tres compositores franceses y contemporáneos que superan etiquetas, estilos diferentes pero muy agradecidos para un público que no llenó la sala de cámara, reiterándome en la excelente acústica para esta música de piano junto a una cercanía que hace estos conciertos casi familiares.

Los hermanos malagueños comenzarían con tres obras de Poulenc, primero la Sonatina para piano a cuatro manos (1918, rev. 1919) aunque optando por los dos pianos que aumentan la dificultad de compenetración. Impecable la afinación y uniformidad de color pese a ser dos modelos diferentes de Steinway© y sonoridades distintas pero que en las manos de los hermanos cerrando los ojos escuchábamos un solo instrumento interpretado por veinte dedos: contrastes violentos, ritmo intrínseco en el Prelude, casi de nuestro siglo por su estilo original y por momentos «minimalista«, el lírico Rustique de recuerdos académicos transportados al pórtico de los felices años 20 del pasado siglo, y el Final vertiginoso, aires rusos en la Francia capital mundial de aquella época entreguerras, piano cosmopolita y rítmico en cuatro manos manejadas como si una sola alma las mandase.

L’ embarquement pour Cythère (vals musette para dos pianos) es otra joya llena del aire francés popular a orillas del Sena elevado al magisterio pianístico de una escritura minuciosa y unos rubati encajados a la perfección con apenas una mirada, un leve gesto de mano al aire o simplemente latiendo al unísono. Sonidos etéreos, cristalinos, fraseos elegantes, matices extremos y hasta una coreografía visual para no perderse ni un detalle.

Finalizarían con el Capriccio (d’après le Bal Masqué), virtuoso y festivo, juguetón y humorístico, encajado de manera increíble como en las dos anteriores, sonoridades rotundas y delicadas con precisión milimétrica.

Siguiente bloque nada menos que con el Scaramouche, op. 165 (1937) de Milhaud, cinematográfico, personaje inspirado en la ‘Comedia dell Arte’ con el que el viajero Darius escribe esta suite de virtuosos pentagramas en tres números: el Vif casi imposible, deslumbrante y casi de «pianola», el Moderé para reposar y tomar aliento antes de revestir el último de samba Brazileira, otra de sus «debilidades», contagiando alegría de vivir en las manos de los Hermanos del Valle, escalas cromáticas enfrentadas pero cosidas, articulaciones variadas para todo un espectáculo visual y sonoro.

Aún quedaba el plato fuerte de Ravel, el vasco-francés que jugaba y experimentaba en el piano su sabiduría orquestal, comenzando por la obra basada en cinco cuentos de Perrault, música sin palabras de Ma mère l’Oye (1910), una «Mamá Oca» cuya primera versión para dos pianos crecería incluso hasta llegar a ballet, pero que esta personal y original composición sigue siendo un referente. Víctor y Luis fueron «narrando» la pavana de La Bella Durmiente, a Pulgarcito, la inquietante Laideronnette emperatriz de las pagodas, la conversación de La Bella y La Bestia, o El jardín encantado. Magia sonora, relatos bien hilvanados y diferenciados expresivamente, reverberaciones de los pianos creando esa atmósfera impresionista donde el color que se funde en la retina es sonido en nuestros oídos viajando por la pétrea sala que antaño fuese depósito de agua. Música atemporal, evocadora y un cuento para soñar despiertos desde una infancia detenida por estos hermanos para la partitura de Don Mauricio.

Y siendo CIMCO interdisciplinar además de camerístico, nada menos que la monumental La Valse que estuvo coreografiada por los bailarines de la compañía de danza ‘Wettribute’, Daniel Fernández y Maite Ezcurra a modo de guiño a lo que intentase Diaghilev y después el maestro del ballet George Balanchine.

Una propuesta de claroscuros, con una iluminación sencilla pero plásticamente impecable a lo largo del concierto, en esta «valse» tiempo de entreguerras, encuentros, danza de nuestro tiempo para una música sinfónica a dos pianos, pletórica en la interpretación, coreografía de los hermanos cual pareja musical frente a los bailarines reales, subrayando esta partitura única e imprescindible para esta formación.

Aún hubo tiempo para una propina y nada menos que Brahms con la Danza Húngara nº 11 (de las 21 que escribiese), esta vez interpretando a cuatro manos, un solo piano, remanso bien entendido de esta monumentalidad zíngara del alemán para 20 dedos, 88 teclas con un solo corazón y el mejor cierre tras una hora larga de espectáculo francés hecho en «La Viena de España» por estos hermanos universales.

PROGRAMA

Francis Poulenc (1899-1963):

Sonatina para piano a cuatro manos (versión dos pianos): Prelude – Rustique – Final

L’ embarquement pour Cythère, vals musette para dos pianos

Capriccio d’après le Bal Masqué

Darius Milhaud (1892-1974):

Scaramouche

Maurice Ravel (1875-1937):

Ma mère l’Oye:

Pavana de la Bella durmiente (Lent) – Pulgarcito (Très modéré) – Laideronnette, Emperatriz de las Pagodas (Mouvt. de Marche) – Conversación de la Bella y la Bestia (Mouvt. de Valse très modéré) – El jardín encantado (Lent et grave)

La Valse

Jaroussky cercano

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Miércoles 26 de enero, 20:00 horas. Los Conciertos del Auditorio, Oviedo: À SA GUITARE. Philippe Jaroussky (contratenor), Thibaut Garcia (guitarra). Obras de Poulenc, Giordani, Caccini, Dowland, Purcell, Mozart, Paisiello, Rossini, Matos Rodríguez, Granados, Schubert, Fauré, Barbara, Lorca, Bonfá, Reis, Ramírez y Britten.

Segundo concierto del triplete de contratenores con otro conocido de la afición como Philippe Jaroussky, esta vez con el guitarrista Thibaut Garcia, la unión de dos mundos, estilos, ambientes, casi una velada íntima para un auditorio con excelente entrada que respiró la cercanía de dos artistas con vínculos españoles en perfecta armonía, comentando los temas y su organización en distintos bloques, bromeando entre ellos y levantando algunos excesivos «bravos» que rompieron la tranquilidad y recogimiento que transmitieron tanto los artistas como la tenue iluminación y una sonorización cuidadísima, amplificación tan bien mezclada que ayudó a redondear un recital de los que llamo para «omnívoros» por la variedad.

Como si de la presentación que hacen las figuras internacionales de sus trabajos discográficos, el recital mantuvo esa estructura, la del CD homónimo al título del concierto, alternando solamente el orden,  con abundante música francesa como era de esperar, algún guiño al repertorio barroco que el contratenor lleva años defendiendo, por supuesto la música «ligera» de mi tiempo, esa que también se ha convertido en clásica, y por supuesto las intervenciones solitas del guitarrista hispanofrancés que demostró sus dotes no ya de acompañante ideal para este formato de repertorio sino un transcriptor de páginas con piano que en la guitarra toman un color casi de salón. Si la séptima cuerda, como bien escribe María Sanhuesa en las notas al programa (enlazadas arriba en obras) es la voz, este concierto, con duración más allá de noventa minutos, fue un auténtico placer para seguir situando a Oviedo como «la Viena española».

Imposible detallar las dos decenas largas de obras, incluyendo las dos propinas, pero quiero destacar el acercamiento al popular García Lorca y su Anda, jaleo con una guitarra cercana al flamenco como bien comentó el propio Thibaut, mucho más «verdadero» que la «maja» de Granados, las canciones de Poulenc, la primera dando el título a la grabación y el concierto, el siempre bello y sentido lirismo de Fauré que Jaroussky con García dejaron para el recuerdo, incluso el Britten «francés» atemporal o el más reciente Septembre de Barbara (1930-1997) porque no había «enero» que bromeó el contratenor. La mezcla de estilos en una voz que adopta y adapta cualquier canción que con la guitarra las hacen actuales y para todos los públicos. Incluso el «tributo» a los laudistas como Dowland que nuestro instrumento identitario engrandece en color y sonido.

Interesante el acercamiento sudamericano, tanto en la versionadísima Mañana de Carnaval en «brasileño» como en la argentina Alfonsina y el mar naturales y que demuestran la versatilidad de estilos tanto de los intérpretes como de estas páginas ya atemporales de las que todos tenemos nuestras referencias.

Al principio citaba el enorme trabajo de Thibaut García como solista y transcriptor, dejándonos La cumparsita uruguaya a nivel concertístico o el Xodó de Baiana (Dilermando Reis), lo popular con la calidad camerística. Pero personalmente me impactó el Schubert elegido, esos elfos (Erikönig D 328) sobre un texto de Goethe que la guitarra francesa «robó» al piano alemán y el contratenor interpretó con el dominio del siempre exigente lied que en esta interpretación demostró la excelente idea de este dúo. Interesantes igualmente las transcripciones de Giordani o Paisiello que todo estudiante de canto conoce pero que con Jaroussky alcanzan la excelencia.

Concierto original y variado como el público, satisfechos y con la amabilidad de siempre por parte de unos intérpretes cercanos siendo estrellas mundiales, sin divismos, firmando autógrafos y fotografiándose con todos, como ya hiciese hace tres años cuando el mundo era más sano y las mascarillas no robaban sonrisas.

Francia a cuatro manos

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Jueves 20 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni». Lucas & Arthur Jussen (dúo de piano), Ensemble de la Filarmónica de Berlín. Obras de: Dvořák, Poulenc, Ravel y Saint-Saëns.

Volvían a Oviedo para celebrar los 30 años de estas Jornadas de Piano los hermanos Jussen (tras su paso por Barcelona), von una compañía de auténtico lujo como los ocho componentes de «los berliners» entre los que se encontraba un conocido de la afición ovetense, el violista Joaquín Riquelme, auténtico «dinamizador» de sus compañeros que casi ejerció de maestro de ceremonias. Lucas Jussen (27 de febrero de 1993) y Arthur Jussen (28 de septiembre de 1996) nunca defraudan y menos en las obras elegidas, todas francesas y en combinaciones para disfrutarlos a pares: a cuatro manos, con dos pianos y en formato camerístico rodeados de un ensemble auténticamente formidable que hizo las delicias de un público que vuelve con hambre de música recuperando aforos y manteniendo la mascarilla entre otras medidas de prevención.

Para abrir boca y gozar de los «berlineses«, el quinteto de cuerda puso la nota checa con Dvořák y su Quinteto de cuerda nº 2 en sol mayor, op. 77, cuatro movimientos que sonaron «de disco», tal es el entendimiento y sonido de estos cinco virtuosos del arco, fraseos delineados, sonoridades compactas ricas  en matices, minuciosos en la afinación (tras cada movimiento) y detallistas que sacaron de esta perla camerística lo mejor de ella, fuego en el primer movimiento, vértigo unificado en el segundo, la calma de una «respiración única» en el tercero y un final sobresaliente, auténtica lección y aperitivo para paladares exquisitos dentro del menú francés que trajeron los hermanos holandeses.

La Sonata para piano a cuatro manos, FP8 (Poulenc) comenzó impetuosa, casi sin respiro con el Prélude enérgico donde la «coreografía» iba no ya en las manos sino en los propios gestos de los hermanos. Como escribía el gran Sir Neville Marriner «Te das cuenta de que no es normal. No son sólo dos buenos pianistas tocando juntos: ambos sienten exactamente los detalles más sutiles de la interpretación del otro». Maravilla de sonata con el sello inconfundible del Rústique Poulenc capaz de volcar en 20 dedos todo un mundo orgánico coronado en el vertiginoso, además de virtuoso Final que estos hermanos interpretan desde la unidad genética que tantos ejemplos ha dado en este repertorio.

Aún quedaban dos pianos, el de Ravel, inspirado escribiendo igualmente para una mano izquierda como en esta versión de La Valse, M.72 (en Barcelona los Jussen optaron por las cuatro manos de Mi madre la oca, más imbricada con la última obra del programa ovetense), el mundo sinfónico lleno de color que con un piano a pares consigue una cercanía difícil de alcanzar pero tan rica y sentida dentro de ese encaje perfecto de los hermanos. Impresiona cerrar los ojos para escuchar el «piano imposible», duplicado y casi en espejo, con el hermano mayor siempre de «grave sustento» para hacer brillar al pequeño, la luminosidad por partida doble.

La juventud tiene en estos dos holandeses (desconozco el gentilicio de los Países Bajos como ahora denominan al país de los tulipanes) buen reflejo para sus contemporáneos y seguidores, especialmente en las hoy cenagosas redes sociales donde verles y escucharles es un oasis entre tanta miseria humana. Elegir El carnaval de los animales (Saint-Saëns) creo que es una excelente opción más allá del carácter didáctico que pueda tener, pues contar con un octeto de tanta altura como el que trajeron para ofrecernos la versión original, fue un regalo para todo melómano.

Simon Rössler al «glockenspiel» y marimba solamente para esta obra, como el flautista Egor Egorkin con algo más de protagonismo, son lujos casi inalcanzables, y no digamos el principal berlinés de clarinete Wenzel Fuchs, un «cuco» de ensueño con el nivel de este solista mundial que también puso el toque de comicidad incluso marcándole la pulsación en las escalas del menor de los Jussen en los Pianistas animales. No podemos olvidarnos de cada intervención estelar, irreprochables y perfectas, desde El elefante Gunars Upatnieks, pasando por los cacareos de gallinas y rebuznos de asnos (nada burros) con Luis Felipe Coelho y Álvaro Parra, más el emocionante cisne de Solène Kermarrec. Por supuesto completaron este elenco de figuras internacionales los hermanos en los pianos sonando como uno desde la grandeza y entendimiento rozando la deseada perfección en su ejecución, realmente todo el conjunto, disfrutando y sonando impecable, encajado y «ensamblado» con el rigor germano aunque con «mano de obra» internacional.

El ejemplo del trabajo en equipo sintiendo y viviendo la música con una calidad «brutal» (como dice ahora la gente joven) se coronó con ese Finale bisado tras un nuevo éxito de los hermanos Jussen con una compañía de ocho inmensos solistas unidos para ofrecernos la crème de la crème del mundo camerístico.

P. D.: Dejo a continuación el artículo publicado el pasado martes en el diario La Nueva España.

Coloridos vientos franceses

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Domingo 13 de junio, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio de Oviedo: Les Vents Français. Obras de Saint-Saëns, Hindemith, Mozart, Klughardt y Poulenc. Entrada butaca: 20 €.

La primavera va finalizando y con ella el curso académico así como las temporadas de conciertos, y este domingo festividad de San Antonio traía aires franceses en un programa camerístico a cargo de Les Vents Français, seis profesores y solistas de larga carrera unidos para este proyecto, concierto variado, ameno y que vuelve a recordarme el importantísimo papel que las sociedades filarmónicas han jugado en la educación musical de muchas generaciones de melómanos, el primer acercamiento a unas músicas que no solo forman sino que preparan el oído y la interpretación para las grandes obras sinfónicas. Tengo pendiente una entrada para testimoniar la influencia que esas sociedades han tenido en Asturias y que han convertido a Oviedo en la Viena española, una tradición que necesita varias generaciones para poder recoger los frutos que degustamos en todos los géneros, del camerístico al sinfónico, lírico con ópera y zarzuela, orquestal y pianístico, siendo muy apreciada y nunca suficientemente programada la música de cámara sin la que es imposible apreciar el resto y demasiadas veces el único camino de poder asistir y vivir con y por la música.

Les Vents Français comandados por «el flautista de Berlín» Emmanuel Pahud lo completan François Leleux (oboe), Paul Meyer (clarinete), Gilbert Audin (fagot), Radovan Vlatkovic (trompa) y Eric Le Sage (piano) se han convertido en firmes defensores y promotores de unas páginas que a menudo son la carta de presentación para formas mayores, y así quedó demostrado con los cinco compositores elegidos para este nuevo Concierto del Auditorio, conocidos y no tanto, aplaudiendo a los programadores que entienden perfectamente la necesidad de este repertorio para continuar sembrando y educando a una afición que no falla ni siquiera en tiempos de Covid. Me congratula además comprobar cuántos jóvenes músicos (muchos de mi Ateneo Musical de Mieres) disfrutaron con estos maestros del viento, espejo en el que seguir mirándose para una carrera con futuro.

Primera parte combinando formaciones y colores, increíble manejo compositivo y conocimiento de cada instrumento, para con estilos distintos pintar unas músicas siempre cercanas, interpretadas con la técnica asombrosa al servicio de la escritura por estos virtuosos.

Primero el francés C. Saint-Saëns (1835-1921) y su Caprice sur des airs danois et russes, op. 79 (1887), trío de maderas (flauta, oboe y clarinete) con piano jugando con aires daneses y rusos reconocibles para lucimiento de las cañas más un acompañamiento siempre agradecido del piano en feliz entendimiento, especialmente sentidas las intervenciones melódicas de los solistas y la luz nórdica de mi recordado Skagen vista desde el pincel musical del galo.

Un pequeño paso cronológico y grande de estilo con el alemán P. Hindemith (1895-1963) cuya Kleine Kammermusik  op. 24, nº 2 (1922) para quinteto de viento, dibuja un lenguaje casi sinfónico, atrevido e inspirado en los «clásicos» para una formación con tímbricas bien entendidas, incluso el guiño al flautín, matices delicados, protagonismos compartidos y la sonoridad redonda que suponen el fagot y sobre todo la trompa. Cinco movimientos (I Lustig. Mäßig schnell Viertel – II Walzer. Durchweg sehr leise – III Ruhig und einfach – IV Schnelle Viertel – V Sehr lebhaft) como acuarelas de trazo fresco enriqueciendo la anterior paleta francesa, delineadas con tinta china, una música de cámara que solo tiene de pequeña el título pues la interpretación fue grandiosa con estos cinco vientos vecinos capaces de soplar desde la leve brisa al huracán sonoro.

No podía faltar el genio de Salzburgo que escribió para todos los instrumentos de viento. W. A. Mozart (1756-1791) en el Quinteto de viento con piano en mi bemol mayor, K. 452 (1784) prescinde de la flauta para mostrar otra combinación de colores con el oboe en la tesitura aguda donde las teclas dan el soporte armónico y contrapuntístico con su firma única y reconocible, mientras cada instrumentista tiene el momento de gloria y lucimiento en los tres movimientos ( I. Largo – Allegro moderato; II. Larghetto; III. Rondo. Allegretto), paleta tímbrica a elegir y seguir por los compañeros de programa desde este clasicismo vienés como escuela compositiva cuyo movimiento central condensa todo el vendaval mozartiano de melodías bien retratadas.

Con un breve descanso para tomar aire y sin movernos  de las butacas esperando la segunda parte llegaría mi personal «descubrimiento» camerístico (aunque grabado por los franceses para el sello Warner): el alemán A. Klughardt (1847-1902) cuyo Quinteto de viento en do mayor, op. 79 (1898) me asombró por la técnica y gusto de esta composición, digna de seguirse con la partitura delante por las combinaciones de estos cinco instrumentos en todos los registros y colores, romanticismo académico lleno de volúmenes, inspiraciones de una musicalidad que estos virtuosos hicieron grande dibujando al detalle sus cuatro movimientos (I Allegro non troppo; II Allegro vivace; III Andante grazioso; IV Adagio – Allegro molto vivace). Largos y merecidos aplausos para una obra desconocida para la mayoría, que encandiló por su calidad y aparente sencillez, algo solo al alcance de unos pocos intérpretes.

Y nada mejor viniendo de Francia que finalizar con F. Poulenc (1899-1963) y su Sexteto para viento y piano, FP. 100,(1932-1939), verdadera joya camerística en tres movimientos que Les Vents Français convirtieron en lección magistral de música de cámara del pasado siglo todavía vigente y actual, colorida, dinámica, brillante, evolución de una escritura que avanza sin perder la línea, rindiendo tributo a un género ideal para experimentar con unas tímbricas y rítmicas explosivas llenas de dinámicas maravillosas, exigencias para los seis intérpretes ensamblados a la perfección en esta obra curiosamente editada en Dinamarca por la Editora Hansen (1945) como queriendo volver al punto de partida de este viaje europeo con escuela francesa.

Y un regalo devolviendo el placer de volver a tocar con público como presentó el trompista croata en un perfecto español, la «Gavotte» del Sestetto op. 6 del ítalo-austríaco Ludwig Tuille (1861-1907), otro «descubrimiento» de estos profesores para despedir una apacible tarde de domingo donde la tormenta musical tuvo su acompañamiento climatológico.

Fresco surrealismo

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Viernes 4 de septiembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, LXXIII Temporada Ópera de Oviedo. L’Heure Espagnole (Ravel), Les Mamelles de Tirésias (Poulenc). Primera función, entrada anfiteatro: 63 €.
Emociones encontradas para el arranque de curso escolar y temporada en «La Viena española», Oviedo capitalidad musical que con todo el esfuerzo humano levantaba el telón con un programa doble francés, original, fresco, surrealista, luminoso, feminista, colorido, nuevo en esta plaza, rodeado de todas las medidas de higiene y prevención en la Era Covid-19.

Perfecta organización, responsabilidad compartida, «hambre de pan y horizonte», de música, necesidad vital y real para todos, encuentros con distancia, abrazos robados pero con ganas de recuperarnos en esta anormal normalidad. Información en el móvil, desde las entradas hasta la hoja con el reparto en QR (al fin le encuentran la máxima utilidad obligados por las circunstancias), a la venta un buen libreto para coleccionar y donde el tándem musicológico Sanhuesa – Cortizo plasma negro sobre blanco lo que pudimos disfrutar en su conferencia del miércoles pasado sin movernos de casa gracias a las nuevas tecnologías que son ya la herramienta imprescindible en estos tiempos, transmitida por la cuenta en Facebook© de la propia ópera ovetense.

También un imprescindible como Francesc Cortés y por supuesto la presentación Dos divertidas joyas líricas de Emilio Sagi40 años desde su debut en esta su casa, a quien se le entregó una placa en recuerdo de la efeméride en el descanso, además de pasar a denominar la sala de ensayos con su nombre, merecido homenaje a un ilustre que sigue maravillando con sus puestas en escena siempre arrolladoras capaces de aunar opiniones, todo un logro en tiempos crispados.

Obertura de conferencia previa siempre con el gran comunicador Pachi Poncela que no pude escuchar en vivo por respeto a las indicaciones de un personal algo perdido, como todos, pero que pude disfrutar igualmente en casa como «postludio» desde el canal YouTube© de la Ópera de Oviedo.

Distancias obligadas entre butacas, la pena de observar el aforo a medias, puntualidad de «hora española» para la bienvenida en castellano, inglés y asturiano (poco pateo), mascarillas, ausencia de toses que se agradece siempre, y todo un discurso inicial por megafonía recordando a quienes no están, la ilusión y ganas de levantar el telón en esta temporada septuagésima tercera (¡73 años ininterrumpidos! con los que el «bicho» tampoco ha podido). Se apagan las luces, olvidamos las penas y late el corazón porque el espectáculo tiene que continuar. La OSPA casi camerística en el foso (con la percusión en las bolsas de los palcos laterales) y al frente Maximiano Valdés, tan «asturiano» y nuestro como esa orquesta que tanto le debe, regreso celebrado que supuso el primer acierto del programa doble, dominador de los planos sonoros, atento a la escena y recordando la calidad que atesoran maestro y sinfónica.

La hora española del Ravel con raíz española inimitable, dominador de la orquestación, deudor de nuestro folklore (habanera de ida y vuelta) e inspirado libreto «toledano» del relojero Torquemada (Francisco Vas), la insatisfecha Concepción (Maite Beaumont), sus «pretendientes» Gonzalve (Joel Prieto) y Don Íñigo Gómez (Felipe Bou) más la fuerza bruta del mozo de mulas Ramiro (Régis Mengus), triunfador y aplicable al esfuerzo del barítono debutante en Oviedo con un doblete que requiere preparación física y mental. Escena para el enredo, simbolismos de relojes como ataúdes donde esconderse, cercanía cronológica que no pierde actualidad, vocalidad plena de la segunda debutante, la pamplonica Maite Beaumont, mezzo ideal a quien espero volver a escuchar en repertorios más agradecidos que este raveliano, exigente en todos los planos donde brilló con personalidad y buen gusto.

El tercer debut en el coliseo carbayón del tenor Joel Prieto plenamente adaptado a las exigencias de la partitura (nasalidad obligada pero nada artificial) redondeó un buen elenco junto a los conocidos Paco Vas y Felipe Bou en esta primera página francesa de los nuevos tiempos para «viejas obras», comedia musical estrenada en la ópera cómica así reconocible para nuestros vecinos del norte que han sabido marcar distancias con tradiciones centenarias de rivales artísticos y geográficos.

Pausa de 40 minutos con agua de cortesía para recuperar aliento y descansar de la mascarilla, saludos desde la distancia, estirar un poco las piernas y Les Mamelles de TirésiasPoulenc en estado puro con su Apollinaire inspirador, surrealismo siempre vigente, argumento casi histriónico tratado con una puesta en escena colorista «marca Sagi», inconfundible, junto al vestuario de Gabriela Salaverri acorde con toda la producción, el Coro de la Ópera de Oviedo que nunca defrauda (con puntuales y acertadas aportaciones al reparto de solistas) y un elenco vocal de primera que sumo unir el cariño por los habituales con la solvencia de todos ellos.

Ópera bufa con el prólogo a cargo de David Menéndez capaz de entusiasmar por poderío vocal y presencia, arranque impresionante de verdadero cabaret antes de los dos actos con Sabina Puértolas y Régis Mengus entregados, bordando los personajes siempre arropados por el maestro Valdés y la OSPA en sus precisos balances.

La soprano navarra elige bien su repertorio y Sagi saca de ella todo su potencial, cómico, escénico y vocal, sin amaneramientos pese a la escritura de Poulenc. Seductora y entregada, el público ovetense la siente como propia porque nunca defrauda. Su «Teresa destetada» nunca pierde gracejo, la sorpresa cartomancia lo es mayor por ese travestismo sin perder color ni frescura, sumándole su capacidad camaleónica en todos los papeles que afronta, y esta Thérèse está entre las joyas de la pamplonica. Las mujeres siguen mandando…

Del barítono francés Mengus destacar su personaje rotundo que da la réplica en esa «vuelta de calcetín» feminista por la que no parece haber pasado el tiempo. Si con Ravel demostró fuerza total, nunca bruta, de amante mozo de mulas a marido surrealista redondeó un debut carbayón de altura, incluyendo su visible trasero en la ducha del primer acto que ha sido foto de hoy en la prensa* (lástima quedarse en lo anecdótico). Actoralmente impecable, color vocal perfecto, bien diferenciado del gendarme astur, y sobre unas tablas con las que le podría llamar con todo el respeto «animal escénico». Todo un descubrimiento para el que suscribe.

Inteligencia y acierto en la mezzo debutante en Oviedo Anna Pennisi, desconozco el reparto de mezzos para la doble función. Simpático el hijo de mi «adoptado» Pablo García-López, breve y agradecido, acertada elección para un personaje ideal por edad, presencia y color vocal, aunque debe engordar un poco tras esta función (en Oviedo un par de kilos seguro que coge).

Epatante e impactante siempre nuestro David Menéndez de gendarme en una obra que ya interiorizase a la perfección en el hermano teatro Arriaga bilbaíno y en el Liceu catalán, de la misma producción. Y por supuesto un conjunto compacto el resto de cantantes (he dejado la ficha más arriba) incluyendo los del coro, para esta luminosa producción, equilibrada en cada detalle con un Sagi que contagia energía, alegría de vivir y pasión por la escena.

No hay mejor terapia que la música, subir el telón y olvidarse de todo, desconectar aunque todo sea distinto desde el pasado viernes 13 de marzo e imprevisible. El surrealismo habita entre nosotros.

Reencontrarse con la fuerza que emana de un público ávido del directo, de los reencuentros, la necesidad de recuperar un tiempo perdido que no nos devolverán por mucho que rebusquemos no tiene precio. Sin planes a medio ni largo plazo solo queda nos vivir cada día y disfrutar.

Gracias por el esfuerzo, por el trabajo, por la ilusión, gracias a la ópera de Oviedo donde cumpliré mis «bodas de oro» en 2.021 esperando poder celebrarlas. Al menos puedo presumir que un 1971 sentado en  «gallinero» con mi abuelo Pachín, el tenor cordobés Pedro Lavirgen cantaba un Andrea Chenier que marcaría de por vida mi afición lírica, completando una melomanía que sigue acompañándome.

P.D.: * La foto de hoy en la prensa regional de hoy y galería de imágenes:

Disfrutando a pares

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Sábado 30 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Lucas y Arthur Jussen (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías (director). Obras de Brahms y Poulenc.

No hay mejor manera de terminar noviembre y una semana musicalmente plena que a pares, con dos obras de Brahms, un concierto para dos pianos y dos hermanos, más dos compositores que en el tándem Oviedo Filarmonía y Lucas Macías resultaron redondos en todos los sentidos.

La orquesta ovetense está pletórica y su titular contagia una alegría a la formación, un «buen rollo» desde su elegancia en la dirección, entrega y dominio de las obras trabajadas que la comunicación entre músicos y público, de nuevo con una entrada satisfactoria, fluye. Memorizar a Brahms supone conocer las obras al detalle, transmitir conocimiento y seguridad a todas las secciones, confiar en un resultado óptimo que aún no ha tocado techo, y el maestro Macías Navarro seguirá dándonos muchas alegrías. Contar además con unos solistas simpáticos, en completa empatía que suma calidades como en el caso de los hermanos Jussen, siguen elevando el listón de estas jornadas de piano con la orquesta de casa, concertación exquisita y entrega total para dejarnos un concierto donde tampoco faltaron propinas a pares en un suma y sigue de excelencias.

Brahms de inicio y cierre marca diferencias, primero la Obertura trágica, op. 81 donde la sonoridad no tuvo pegas, las dinámicas suficientes para poder escuchar todo lo escrito con total limpieza, unos metales en estado de gracia, una madera delicadamente precisa, los timbales siempre mandando para transmitir decisión y especialmente la cuerda, creciendo en calidad por empaste, claridad, cuerpo en los graves, tersura y presencia que permite un balance de volúmenes muy cuidado, seguridad además de convencimiento con el podio, claro y elegante, auténtico mago de los contrastes separando con delicadeza cada plano de la masa orquestal que en el maestro de Hamburgo está cuidado al detalle. Como dicen las notas al programa de Juan Manuel Viana (enlazadas al inicio con los autores), «fogoso movimiento sinfónico en forma sonata de gran aliento dramático cuyo ímpetu rítmico, de acentos beethovenianos, cede solo en la sección intermedia, más lírica y reservada«, perfecta traducción de una escritura cuidadosa que es necesario desentrañar, y el titular de la OFil lo hizo hasta el más pequeño detalle.

Y no se puede pedir más de la Sinfonía núm. 1 en do menor, op. 68, cada movimiento creciendo en sentimiento, monumental, apasionada desde la introducción, toda la orquesta ganando en calidades, escuchando todo lo escrito con el balance ideal para disfrutar y paladear esta heredera del genio de Bonn en la creación de su primer admirador y calificada por Von Bülow como «la décima de Beethoven«. Tiempos bien contrastados, una agógica llevada con mimo por el maestro onubense contestada con rigor por sus músicos, intervenciones solistas llenas de talento, gama rica de matices con autoridad y respuesta inmediata, compenetración global para dejarnos una «primera de Brahms» que recordaré mucho tiempo, digna de formaciones de renombre que cerrando los ojos nadie diría que sonaba con nuestra orquesta y su titular. Gratitud total que también nos dejó de regalo, ojalá no se pierda esta buena costumbre, una orquesta reforzada para poner en todo lo alto este último sábado de noviembre.

Las figuras de la velada fueron los hermanos Jussen, Lucas y Arthur, en el Concierto para dos pianos y orquesta en re menor de F. Poulenc, con una orquesta ideal detrás y un concertador de primera como Lucas Macías Navarro. Entendimiento fraternal casi mágico, sonido potentemente delicado, entregado, virtuoso y compartiendo protagonismos, desde el Allegretto inicial misterioso a la par que melancólico, hasta el desenfadado Allegro molto siempre actual, pasando por esa maravilla de Larghetto de tintes mozartianos en una obra atemporal y casi centenaria donde los dos pianos redondean una tímbrica ideal. Química entre solistas, orquesta y podio que nos permitieron disfrutar de esta página difícil de escuchar en vivo con esta calidad.

Los hermanos Jussen, muy aplaudidos tras conectar desde su juventud y naturalidad, nos regalaron unas variaciones de Igor Roma de lo más personales, juguetonas y brillantes sobre la Sinfonía 40 de Mozart con final de «soldado americano» de Carosone, más cuatro manos delicadas y vigorosas verdaderos «juego de niños», Jeux d’enfants, op. 22 (Bizet) que redondearon un final de mes para el recuerdo.

Cantando historias

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Jueves 8 de agosto, 20:00 horas. Verano en Oviedo 2019, Claustro del Museo Arqueológico de Asturias: María Zapata (soprano), Aurelio Viribay (piano). Obras de F. Schubert, R. Strauss, R. Hahn, F. Poulenc, X. Montsalvatge y F. Obradors.
La canción de concierto es todo un género camerístico donde voz y piano conviven, se cuentan historias con inspiradas melodías y el protagonismo se comparte con un piano exigente, mucho más que el acompañamiento, algo que los intérpretes deben trabajar conjuntamente para convencer de sus narraciones musicales.

La soprano asturiana María Zapata y el pianista vitoriano Aurelio Viribay nos contaron historias en alemán, francés y español para disfrutar de un programa bien armado y variado encandilando al público que llenó, como siempre, el claustro del antiguo Convento de San Vicente, en perfecto entendimiento y complicidad. Naturalidad en el canto y soporte vital pianístico, tres bloques de canciones bellas, emocionantes, con los textos explicados por el maestro Viribay, gran conocedor del género, y la interpretación completa de Zapata, gestualidad total, implicación en cada página, amplia gama de registros donde los agudos seguros y poderosos subrayan el dramatismo de la acción y los graves mantienen el cuerpo y el color. El piano de Aurelio digno como siempre de mención por dibujar y completar la acción con páginas bellísimas per se que añadiendo la voz de María redondearon un recital para recordar.

El bloque alemán arrancaría con el gran liederista Franz Schubert (1797-1828) y cuatro joyas con textos de Relistab, Goethe, Schubart y M. von Collin: la conocida Serenata D. 957 Ständchen cual página de salón, «Margarita en la rueca» D. 118 Gretchen am Spinnrade de belleza total, «La trucha» D. 550 Die Forelle y esa melodía tan conocida que Schubert volvería a utilizar despojada del texto siempre lleno de consejos en su quinteto, y finalmente «El enano» D. 771 Der Zwerg con el dramatismo que la soprano y el pianista nos hicieron llegar.
El perfecto complemento Richard Strauss (1864-1949), amores recordados en la tumba el día de los santos Allerseelen (texto de H. von Gilm) de emociones compartidas por unos intérpretes en perfecta conjunción, y el repaso vital antes de la muerte, Befreit (R. Dehmel), otra historia llena de guiños mutuos y expresividad máxima.

La canción francesa estaría representada por el venezolano de nacimiento pero plenamente francés Reynaldo Hahn (1875-1947) con dos perlas en estilos distintos fiel reflejo del gusto compositivo para la voz y el piano en la llamada Belle Époque parisina: À Chloris (T. de Viau) y Tyndaris (L. de Lisle), completado con el gran Francis Poulenc (1899-1963), la triste C. (L. Aragon) contando la huída rápida dejando todos los enseres al lado del puente sobre el río ante la invasión alemana, y la «cabaretera» Fêtes galantes (L. Aragon), un trabalenguas maldito de cantar, demoniaco en las teclas que el tándem Zapata-Viribay bordaron con la magia de hacer fácil lo difícil.

Nuestros españoles pueden competir en igualdad de condiciones con los anteriores, inspiraciones populares en melodías con un pianismo moderno y actual que merece estar siempre de actualidad, algo que el Maestro Viribay lleva trabajando años y en parte recogido en su publicación «La Canción de Concierto en el grupo de Los Ocho de Madrid«. Dos exponentes del genio compositivo hispano los disfrutamos con Xavier Montsalvatge (1912-2002) y sus melodías de ultramar, Punto de habanera (Nestor Luján), Canción de cuna para dormira un negrito (Ildefonso Pereda Valdés) y Canto negro (Nicolás Guillén), letras que son poemas y música para enamorar, la voz convincente de María Zapata con el piano portentoso de Aurelio Viribay.
Al catalán afincando en las Islas Canarias Fernando Obradors (1897-1945) le tengo entre mis preferidos desde mis años de pianista acompañante por la facilidad con que trata lo popular y la complejidad de un piano que realza aún más la voz. Tres ejemplos que cantados con la naturalidad de la soprano asturiana y el magisterio del vitoriano siguen siendo maravillosas partituras atemporales, Consejo (con textos de Cervantes sacados de El Quijote), la popular montañesa El molondrón con esa caja de música inicial que levanta la tapa de las esencias, más la tradicional casi diría clásica El vito donde lo popular pasa a la sala de conciertos.

Y si el recital llegaba a su fin, la propina nos llevaría a la zarzuela cubana de Gonzalo Roig, la Cecilia Valdés que sonó fresca y actual, la interpretación convincente de María Zapata con el piano orquestal de Aurelio Viribay en una tarde calurosa que las piedras del Arqueológico atemperaron resonando aires de nuestro género por excelencia al que Oviedo le sigue dedicando capitalidad con una temporada asentada tras Madrid, y formando parte casi de nuestra propia historia, esta Viena española que no descansa en verano.

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