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Granada de danzas y sortilegios

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Sábado 6 de julio, 22:00 horas. 73º Festival de Granada, Palacio de Carlos V, Conciertos de Palacio:
Orchestre de la Suisse Romande, Martha Argerich (piano), Charles Dutoit (director). Obras de Falla, Schumann y Stravinsky. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

Mi vigésimoprimera noche de música en Granada será única y probablemente el mejor concierto de todo el Festival cuando aún queda por delante una semana. Y es que todo se conjugó para sortilegios y danzas, magia nazarí que la Web de este concierto titula La sombra de Diáguilev: «Ya pasaron por el Festival de 2022, y la genial pianista argentina Martha Argerich y el gran director suizo Charles Dutoit vuelven a cruzar sus caminos en Granada, esta vez con la Orchestre de la Suisse Romande, que debuta en la muestra. Será con uno de los grandes conciertos de repertorio del siglo XIX, el de Schumann, en el que Argerich lleva décadas dejando muestras de una maestría casi insuperable. Dutoit abrirá programa con una de las suites extraídas del ballet El sombrero de tres picos de Falla, obra que el maestro gaditano adaptó de su pantomima El corregidor y la molinera para los Ballets rusos de Diáguilev y cuya presentación en Londres en 1919 supuso uno de los mayores éxitos de su carrera. Años antes, en 1913 y en París, Stravinsky revolucionó el mes de mayo con su audaz y excitante Consagración de la primavera, otro ballet escrito para Diáguilev».

La leyenda viva del piano Martha Argerich (Buenos Aires, 1941) con el gran director suizo Charles Dutoit (Lausana, 1936) y la centenaria Orchestre de la Suisse Romande que debutaba en esta edición, con un programa donde el Palacio de Carlos V pareció embrujarnos y sus piedras devolvernos tantas vivencias musicales ante un lleno de los que se esperan ante unos protagonistas históricos.

La orquesta y director suizos abrían un concierto nada menos que con Falla y la suite nº 2 de El sombrero de tres picos, primera gran impresión ante una formación poderosa capitaneada por el concertino rumano Bogdan Zvoristeanu, todas las secciones equilibradas y con Dutoit al frente también ilusionada, feliz, dejándonos una interpretación de altura, pues el maestro suizo sigue enamorado de nuestra música y la hace entender sin folklorismos, música universal más que española, con una sonoridad amplia donde poder lucirse cada solista. Si la madera es excelente, los metales no se quedan atrás, la percusión ajustadísima y sobre todo una cuerda redonda y rotunda de agudos a graves.

Tras el trasiego obligado para colocar el piano, cámaras y micrófonos (al ser un concierto televisado y radiado en vivo) aparecía la muy esperada y aplaudida a rabiar intérprete argentina, un tándem con Dutoit que sus años en común han hecho especial para el entendimiento total que mostraron en el Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 54 de Schumann. Por «La Argerich» no pasan los años y su madurez interpretativa sigue dejándonos boquiabiertos (orejabiertos si se me permite), pues es ella quien domina, quien elige el aire aunque Dutoit lo conozca y comparta, a quien escucha la orquesta para contestarse. contentarse y encontrar el balance perfecto donde seguir disfrutando de su limpieza y hondura. Si en el Allegro affettuoso ya comprobamos el estado de forma con una cadenza para guardarla de principio a  fin encajado por todos, en el Intermezzo Argerich «amarró» el tempo por el que Dutoit se había decantado con sus suizos, y el Allegro vivace final derrochó juventud, frescura, ímpetu por parte de todos, con un Dutoit perfecto concertador, una orquesta entregada y Martha resplandeciente. impulso juvenil, nervio y virtuosismo de siempre, verdadera «fuerza de la naturaleza que siempre ha encontrado en el piano apasionado y romántico de Schumann su mejor aliado» como escribe Justo Romero en las notas al programa tituladas Una fuerza de la naturaleza.

Apoteosis en el público y los músicos, varias salidas y un regalo también de ‘Escenas de niñosOp. 15 De extraños países y personas de Schumann de verdadero ensueño que merecía haber escuchado un pianista en este mismo festival.

Nueva locura entre el público, salidas varias mientras los técnicos iban cerrando la tapa del piano tomándolo como una indirecta muy directa, pero faltaba la entrega de la Medalla del Festival presentada por Antonio Moral finalizando mandato, junto a los enviados de todas las entidades políticas y universitarias que tuvieron a bien asistir. Palabras del director que todos pudimos corroborar de merecimiento, agradecimiento, piropos y buenos deseos en este caso compartidos con orquesta y director.

Tras el descanso la Suisse Romande sacó toda la «artillería» para danzar bajo el mando del «Mariscal Dutoit» en una impresionante Consagración de Stravinsky enlazando con Falla y el siempre recordado Diáguilev. Justo Romero escribe: «Apenas un quinquenio separa el nacimiento de dos ballets capitales del repertorio sinfónico. Ambos surgidos y estrenados bajo el impulso de aquel promotor clarividente que fue Serguéi Diáguilev. Si Stravinsky genera una revolución cuando da a conocer La consagración de la primavera en París, en el Teatro de los Campos Elíseos, el 29 de mayo de 1913, Manuel de Falla, desde unos presupuestos rotundamente distintos –pero no menos novedosos– y también con los Ballets rusos de Diáguilev, cristaliza en El sombrero de tres picos, estrenado seis años después, en julio de 1919, en el Teatro Alhambra de Londres, su ideal del “folclore imaginario”, de una música tan radicalmente nueva como arraigada en la más honda sustancia de la cultura popular y universal». En palabras de Falla  «El carácter de una música verdaderamente nacional no se encuentra solamente en la canción popular y en el instinto de las épocas primitivas, sino también en el genio y en las obras maestras de las grandes épocas del arte». Los dos compositores que beben de sus raíces y culturas para abrir un universo nuevo con un lenguaje propio, siendo además grandes orquestadores.

El Stravinsky de esta noche fue mágico con el Maestro Dutoit controlando cada número, cada cambio de compás, jugando con los contrastes, balanceando cada sección al punto exacto de presencia, dejando a los solistas lucirse pero atando en corto. Romero habla de «Fuerzas de la naturaleza que asoman en las descarnadas asperezas de La consagración, y que en absoluto son ajenas a la exaltación palpitante de la farruca, de la seguidilla o de la jota que vuelca Falla en El sombrero». Imposible destacar a los solistas porque el nivel tan alto en cada uno de ellos hace difícil citarlos y la orquesta suiza funcionó como un reloj con estas músicas de ballet que crecen más allá para dejarnos una interpretación para el recuerdo con la orquesta que fundase Ernest Ansermet hoy con su alumno Dutoit, ambos referentes de la música de Stravinsky.

PROGRAMA

-I-

Manuel de Falla (1876-1946):

El sombrero de tres picos (suite nº 2) (1919-21):

Danza de los vecinos (Seguidillas) – Danza del molinero (Farruca) – Danza final (Jota)

Robert Schumann (1810-1856):

Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 54 (1845):

Allegro affettuoso – Intermezzo – Allegro vivace

-II-

Igor Stravinsky (1882-1971):

Le Sacre du printemps (La consagración de la primavera, 1910-13. Rev. 1947)

Primera parte: L’adoration de la terre (La adoración de la tierra)

1. Introduction (Introducción)

2. Augures printaniers. Danses des adolescentes
(Augurios primaverales. Danza de las adolescentes)

3. Jeu du rapt (Juego del rapto)

4. Rondes printanières (Rondas primaverales)

5. Jeu des cités rivales (Juego de las tribus rivales)

6. Cortège du Sage (Cortejo del sabio)

7. L’adoration de la terre. Le Sage (La adoración de la tierra. El sabio)

8. Danse de la terre (Danza de la tierra)

Segunda parte: Le sacrifice (El sacrificio)

1. Introduction (Introducción)

2. Cercles mystérieux des adolescentes (Círculos misteriosos de las adolescentes)

3. Glorification de l’élue (Glorificación de la elegida)

4. Evocation des ancêtres (Evocación de los antepasados)

5. Action rituelle des ancêtres (Acción ritual de los antepasados)

6. Danse sacrale. L’élue (Danza sagrada. La elegida)

Mahler en La Viena española

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Lunes 21 de febrero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Orchestre de la Suisse Romande, Emmanuel Pahud (flauta), Jonathan Nott (director). Obras de Ibert y Mahler.

Programa para no olvidar el de este lunes ovetense con dos regresos muy esperados y de mucho «tirón» entre la gente joven que daba gusto ver, por un lado «el flautista de Berlín» y el Nott mahleriano como pocos al frente de su orquesta, gira española con Oviedo en el punto de partida, hoy más que nunca «La Viena española».

Si hace tres años, antes del Covid, escribía que Pahud había sido cual flautista de Hamelin por su poder de convocatoria, repetía con Jacques Ibert y su conocidísimo, además de difícil, Concierto para flauta, que parece obligado y esperado en el virtuoso franco-suizo, verdadera estrella de su instrumento en este siglo XXI, flauta de oro para una obra que sigue siendo maravillosa en su interpretación y más con una orquesta como la de la Suisse RomandeJonathan Nott concertando, el lirismo del Andante central verdaderamente cantable como así lo entendió el director, más los diabólicos Allegro y Allegro scherzando, impresionante despliegue técnico y vital con un empuje rítmico de los suizos que Nott tiene bien aleccionados, encajes perfectos, balances siempre adecuados al solista, secciones equilibradas y  la cadenza final del francés para tomar nota los muchos estudiantes de flauta hoy asombrados.

Como lección magistral su Airlines del oscarizado Alexandre Desplat (1961), un universo flautístico que con Pahud parece haberse escrito a su medida para seguir disfrutando de su sonido pulcro, poderoso, amplio y matizado, un placer auditivo y visual del «flautista de Berlín«.

El alma necesita escuchar a Gustav Mahler al menos una vez al año en vivo, y si es con un director convencido y reconocido mejor aún, esta vez «La Quinta» (Sinfonía nº 5 en do sostenido menor) con un Nott que hace cinco años con esta misma orquesta ya  nos enamorase con la Titán.

Aunque me repita más que la morcilla de una buena fabada, no hay quinta mala; entonces fue la de Schubert y esta vez la de nuestro idolatrado Mahler del que seguimos disfrutando «su tiempo» y sus obras, la mejor biblia del melómano. La Quinta son palabras mayores y necesita una orquesta no solo numerosa y potente como lo es la Suisse Romande, también de una dirección que exprima cada sección en cada movimiento desde el más mínimo detalle. Mahler vuelca en los cinco movimientos todo un conocimiento tímbrico, agógico, melódico y rítmico tan exigente que cual orfebre desde el podio debe ir sacando en todo momento sin descanso alguno. Jonathan Nott es riguroso, lo marca todo, desgrana las flores imprescindibles entre tanta vegetación. Esta sinfonía la conoce y habrá dirigido cientos de veces, los acólitos mahlerianos coleccionamos grabaciones y almacenamos conciertos vividos con emociones encontradas. La Quinta es como el propio Nott ha dicho, «una obra llena de claroscuros, de tristeza y felicidad al mismo tiempo«, y así sucedió en esta Viena española con un público atento a todo un ceremonial único y siempre distinto.

El inicio de la trompeta en la «Danza fúnebre» (Trauermarsch) ya pone la tensión en toda la orquesta, Nott va hilando con cada uno de los suyos, tal como hiciese en sus inicios con la de Bamberg, colocación vienesa para una paleta amplísima de matices sin llegar al espasmo, una cuerda aterciopelada cuya disposición ayuda a disfrutar en su totalidad, una madera rica de timbres, la percusión siempre medida y especialmente los metales que en la quinta son el eje vertebrador. El rubato en su momento justo marcado por Nott que necesita plena concentración de su orquesta, siempre respondiendo a cada gesto. El movimiento turbulento del Stürmischs bewegt… mantuvo esa línea continua de claroscuros, avanzada en la primera sinfonía y ahora aún más intensa, la auténtica montaña rusa de contradicciones hechas música, pianísimos increíbles, crescendos medidos hasta el punto álgido, exacto aún teniendo mayor recorrido pero sin querer abusar de las emociones, los constantes cambios de tempo que la orquesta atendió en todo momento, con unos balances en las secciones impresionantes, el detalle puntual que el director británico remarca constantemente. El rigor en la dirección y la pulcritud de la interpretación, un Scherzo en su punto justo, poderoso (Kräftig) y pastoral, no tan rápido (nocht zu schnell) para disfrutar de cada nota, de cada sonido, de la textura mahleriana indescriptible, con unas trompas donde brillaría especialmente Julia Heirich, más todos los bronces plenamente «alpinos» con un rítmico landler austriaco delicado, contrastado en cada sección, un espectáculo contemplar las manos de Nott marcando todo con la respuesta milimétrica de unos músicos entregados. El famosísimo Adagietto marcó la perfección de una cuerda única y un arpa celestial, que de nuevo y por colocación fue el más placentero de los sentimientos sonoros además de personales, la mezcla equilibrada  de dolor y alegría que Mahler entendió como nadie. El éxtasis que parecía no querer llegar al fin sonaría con el Rondo-Finale, nuevo toque «pastoral» con trompas y oboe, juego de maderas y metales antes del último tramo, cuerda poderosamente clara, contrapuntos bordados, Nott todopoderoso, pintor de luces sonoras, pincelada aquí, trazo largo allá, color resaltado, empuje y contención, protagonismo orquestal para el cénit rotundo.

Éxito total, varias salidas a saludar, de nuevo un Mahler de Jonathan Nott en «La Viena española», felices de vivir otro concierto olvidando pandemias, mascarillas y sinsabores. La propia vida de Mahler en su música y nuestra Alma.

Mahler: bendita profana religiosidad

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Domingo 5 de febrero, 19:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Orquesta de la Suisse Romande, Jonathan Nott (director). Obras de Schubert y Mahler.

Una orquesta legendaria y con mucha historia junto a un director ya titular de la misma, al que llevo años siguiendo, con un programa imperdible dieron lugar a un concierto para recordar. Oviedo sigue en los circuitos internacionales y la llegaba a la capital asturiana totalmente rodada tras su paso por distintas capitales incluyendo Madrid en el ciclo de Ibermúsica (capitaneado por el inagotable Alfonso Aijón, hoy presente en el auditorio asturiano) con dos conciertos muy distintos. Jonathan Nott me encandiló hace ya siete años en este mismo ciclo, donde su «Primera de Mahler» ya marcó época, y me escapé a La Quincena (de nuevo con La Sinfónica de Bamberg) cual «cofrade mahleriano de la magnificencia» en un peregrinaje más allá de creencias religiosas plenamente profanas pero donde lo espiritual nunca es ajeno a las grandes páginas sinfónicas.

La Sinfonía nº 5, D. 485 en si bemol mayor (Schubert) presentaba una plantilla algo más amplia de lo habitual, amén de versiones más o menos historicistas, pero en manos de Nott se portó camerística pese al número, puesto que el juego dinámico que ofrece esta formación con sede en Ginebra es tan amplio que los matices extremos parecen alcanzar una densidad impensable en un directo. Añadir la elección de unos tiempos reposados en su punto para disfrutar de una partitura llena de poesía musical, el llamado lirismo que Schubert entendió como pocos desde el campo de lied. Calidad desde la cantidad y una dirección clara, pausada, atenta a cada sección orquestal en el momento preciso con una batuta agarrada entre pulgar e índice para dejar libres tres dedos de su derecha tan independientes como las apariciones motívicas. La «colocación vienesa» con los contrabajos atrás a la izquierda ayudó todavía más en la percepción de una sinfonía bien entendida por el ya aclamado director británico. El Allegro rítmicamente marcado sin excesos, contención global pero contrastes dinámicos amplios precisamente por una plantilla capaz de esa rotundidad llena de matices sacados a la luz por el maestro Nott. El Andante con moto resultó de una delicadeza camerística ajustada en el aire y con intervenciones cálidas de una madera revestida de la grandeza que da la cuerda en la escritura del gran Schubert excepcionalmente «bien leída» desde el podio. El Menuetto. Allegro molto de nuevo admiró en la elección del tiempo, elegantemente bailable desde una aterciopelada cuerda con intervenciones de los solistas del viento dulces, presintiendo el gusto del metal para la segunda parte, y el «Trío» nuevamente cercano, literal por presencia y equilibrio, tributo y admiración beethoveniana, rítmica precisa en gesto y respuesta antes del fantástico Allegro vivace, más mozartiano que el penúltimo movimiento, en discurrir y musicalidad, limpieza en las notas rápidas independiente de las intensidades, fraseos generosos saboreando cada tema, cada motivo sacado a la luz con magisterio británico sobre esta orquesta internacional que aún madurez y juventud en un repertorio que no debe faltar.

Y la esperada Sinfonía nº 1 en re mayor «Titán» (Mahler) de la que los malherianos coleccionamos decenas de versiones variadas, históricas, emocionantes, vibrantes, saboreadaspersonales, prometedoras, aunque nada que ver nunca con el placer casi pecaminoso en la lujuria sonora del directo, una orquesta suiza de solera con la plantilla deseada, cuerda subyugante a partir de ocho contrabajos, una madera de lujo y sobre todo los metales más que nunca bronces por refulgentes, desde las trompetas fuera de escena lejanamente presentes y ese octeto de trompas con una magistral solista completados por el arpa (a la derecha tras los violines segundos) y una percusión (por supuesto con dos timbaleros) que redondearían los materiales disponibles para que el mahleriano Nott arrancase una «bendita Primera» capaz de transportarme a la Semana Santa malagueña por sentimientos, luz inigualable, noche mágica, religiosidad del pueblo profano capaz de lo humano y lo divino, conjugando fiesta y devoción como en pocos sitios he vivido, declararse ateos y vibrar con las imágenes de todas las cofradías, las «folclóricas» y las «íntimas«, fervor y devoción. Como si Mahler uniese ambos mundos a lo largo de los cuatro movimientos, Nott resultó cual mayordomo de una «Cofradía del amantísimo Mahler de la magnificencia aristotélica y señor del sentir agnóstico», responsable de sacar de la partitura todo el sentir del compositor, hacerse entender y transcender al más allá que somos el público, magnificencia de grandeza más que ostentación.

Fiel a lo esperado y estudiado, Nott volvió a apostar por el rigor, el Lento. Adormecido del amanecer matutino, íntimo desde el susurro de una cuerda que nadie pensaría en el número, unísonos madera y metal del instrumento ideal, desperezarse con el convencimiento de una larga jornada de lo terrenal a lo universal, ecos de trompetas y gorjeos de pájaros para arrancar la mañana que avanza lenta y segura hacia la plenitud, alegría y paso preciso, claro, despejado, equilibrado y siempre cantabile, melodías de siempre en nuestro subconsciente muy consciente «Mahler».

Poderosamente agitado, pero no demasiado rápido, instrucciones precisas del incomprendido bohemio seguidas literalmente por el máximo cofrade Nott, aire cosmopolita, vienés y malagueño, luz después del mediodía con brisa mediterránea cual aire del Danubio, terciopelo del ropaje en los tronos y cirios que comienzan a iluminarse encendidos por la trompa que avisa de una tormenta floral antes del atardecer abrileño, jolgorio mezclado con nerviosismo y devoción.

Marcha fúnebre: Solemne y medido, sin retardarse, la noche en procesión, dolor y canto popular, el paso seguro, la banda de música ayudando al viaje interior y el recogimiento en la calle roto por el espacio entre los tronos, un Mahler diría que malagueño universal (con perdón de los bohemios), el oboe cual saeta en la reja y Nott ayudando al respiro preciso indicado con «martilleo de campana» antes de retomar el largo camino de peregrinación por los barrios, con pausa catedralicia obligada antes de recogerse en las casas madres. El tiempo de Mahler ha llegado para quedarse, con toses cual castigo o tentación y hasta el silbido de teléfono no enmudecido al que el dios supremo castigará con el fuego eterno de la sordera. El rubato de Nott para conjugar los dos mundos y el balanceo que da vida a unas imágenes que rompen cualquier iconoclasta, el arpa profética de «la Quinta«, el coro celeste de maderas, manto floral de los violines y la visión global hecha sonido orquestal con todos los aromas posibles.

Atormentado. Agitado, la recta final de la noche, las dudas morales, el dilema por querer creer en algo supremo, las interrogantes vitales con auténtico tormento y agitación desde todas las intensidades imaginables dictadas por un Nott todopoderoso al que la Suisse Romande responde como un todo, poderosa, voluptuosa por momentos, limpia noche y estrellada de vientos racheados, desgarros en cuerda, corazonadas en timbales, tormentas metálicas de truenos y relámpagos interiores, la batalla de luces y sombras que se disipan con las luces de un alba inalcanzable por momentos antes del remanso tras el desasosiego, el triunfo de la vida hecha sinfonía… (y Mahler seguiría explorando).

Imágenes sonoras, viajes espaciotemporales e interiores, misticismo musical de un Mahler cada vez más adorado y entendido en un mundo incomprensible, buscando el universo desde lo singular y complejo del mundo sinfónico. Domingo de Gloria antes de las carnestolendas y la Cuaresma, porque el calendario musical se rige por el universo de Mahler.