Inicio

Un Requiem iracundo

1 comentario

74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 18b). Conciertos sinfónicos.

Domingo 6 de julio, 22:00 horas. Palacio de Carlos V. Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia, Daniel Harding (director), Andrea Secchi (director del coro), Federica Lombardi (soprano), Teresa Romano (mezzo), Francesco Demuro (tenor), Giorgi Manoshvili (bajo). Verdi: Messa da Requiem. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

Segundo concierto de los debutantes en el Festival de Granada nada menos que con esa obra que bien describe Arturo Reverter en las notas al programa: que titula Planto por la humanidad: entendido ese «planto» como composición elegíaca:

Cuatro gestos expresivos recorren de arriba a abajo la Misa de difuntos de Verdi tal y como resumía Jürgen Dohm: «horror, temor, contrición y súplica». Cuatro sentimientos muy propios de la música religiosa cristiana y que Verdi reúne en esta obra tan netamente italiana, tan operística, carácter que se combina perfectamente con la emoción cordial que nace de la sinceridad de la expresión. El canto que lloraba el tránsito de Alessandro Manzoni se convertía, por obra y gracia de la pluma de Verdi, en un planto por la humanidad entera.

La anterior noche francesa me dejaba buenas expectativas por la orquesta y coro romano, alguna duda con el titular británico e interrogantes con los cuatro solistas. La web nos lo presentaba como Requiem por un poeta:

En este segundo concierto de la Orquesta y Coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma con la batuta de Harding se sumará un conjunto de notables solistas para afrontar una de las mayores obras del repertorio sacro de todo el siglo XIX, el Réquiem de Verdi. El compositor escribió su misa de difuntos en homenaje a Alessandro Manzoni, muerto en mayo de 1873. La obra se estrenó justo en el primer aniversario del óbito del poeta. Se trata de una pieza monumental, que fusiona la intensidad operística con la solemnidad litúrgica en su exploración de emociones humanas profundas: miedo, esperanza, redención. Su orquestación dramática y sus poderosos números corales lo han convertido en un emblema del repertorio sacro de todos los tiempos.

El Introito se iniciaba con pianísimo del tutti verdaderamente magistral que apuntaba maneras, pero en general hubo de todo, comenzando por un Harding más interesado en llevar casi todo con la mano izquierda que en manejar una batuta a menudo escondida. La amplitud de sus gestos no correspondía a las dinámicas reales (tan solo se «acercaba» para las partes sinfónico-corales), sobre todo cuando este Verdi maduro indica al detalle todos y cada uno de los matices, por lo que al director inglés no se le notó entregado al de Le Roncole, y con números desiguales en los tempi, especialmente en un Sanctus que casi nos duerme por su lentitud. Muy atento a los fraseos con la «siniestra» y mejor en las partes a capella del coro pero no siempre mimando al cuarteto solista, aunque la música del italiano está tan bien escrita que si hay buenas voces todo se escucha con el balance «natural» donde apreciar todo lo reflejado en la partitura. Al director de este Requiem se le exige, como bien apunta Arturo Reverter, «una batuta ágil, desentrañadora y clara, dotada de una necesaria veta lírica» donde el maestro de Oxford personalmente no llegó.

De la orquesta repetir lo dicho en la noche del sábado: buena cuerda empastada y compacta, aunque algo corta en los contrabajos, limpia y muy matizada; madera segura con flautas, oboes y especialmente los fagots, de sonido presente y melódico; metales algo destemplados y con un protagonismo no siempre indicado (aunque estuvo bien el guiño de colocar enfrentados dos pares de trompetas en el anfiteatro), y por último una percusión no todo lo precisa que debiera, con mucha «ira» en el bombo que pocas veces entró a tempo.

Lo mejor de la noche el enorme coro de 80 veces situado en las gradas traseras del escenario, manteniendo presencia, afinación, empaque y buen gusto, de volúmenes extremos muy cuidados (no tanto en el doble coro del Sacntus) si bien apuraban al levantarse sin estar bien asentados para una correcta emisión. Con todo sus pppp son merecedores de mis elogios, y los ffff me siguen impactando con los Dies Irae retumbando en el Palacio de Carlos V.

Dejo para el final al cuarteto solista, en el centro entre el coro y la orquesta, exigente para poder emerger o no verse tapado en los tutti. De más a menos aquí dejo mis apreciaciones:

Por fin escuché a un bajo verdadero y cantante (no un barítono entrado en años) como Giorgi Manoshvili, de timbre ideal para esta música de un agnóstico Verdi: intensidad en los momentos necesarios junto al coro (Tuba mirum) , expresividad en su medida (Confutatis) y un buen empaste con sus compañeros (Lux aeeterna). De lo que se le pide, Don Arturo indica que debe tener «La rotundidad del acento, la homogeneidad del color, la oscuridad del timbre y la vibración dramática de la expresión han de acompañar al bajo, un bajo-cantante», y el georgiano lo cumplió al pie de la letra.

Federica Lombardi, una joven soprano de color vocal bello, homogéneo en toda su tesitura, con buen fiato, voz bien proyectada y afinación perfecta -incluso en el do sobreagudo- mantuvo el tipo, resultó musicalmente expresiva y de volumen suficiente (Liber scriptus o Libera me), con un recitativo dramático y adecuado en el grave, verdadera y sentida plegaria, además de generosa al compartir protagonismo (Recordare) tanto con la mezzo, el trío (Quid sum miser) y los cuartetos (Lux aeterna) donde su empaste y fraseo resultaron muy adecuados.

Francesco Demuro fue como diríamos en Asturias un «tenorín» de timbre bello al que se le notó forzado para un esperado Ingemisco que necesitaría otro color vocal y la necesaria mezcla de bravura y refinamiento. En los conjuntos quedaría algo opacado pese a intensificar el volumen para no verse sepultado ante la masa sonora que le rodeaba, y supongo que los años hacen mella en una cuerda donde la juventud pide paso.

Finalmente la mezzo Teresa Romano mostró tantos colores en cada registro, poca musicalidad además de una vocalización no siempre clara, que no me convenció. Su papel en este Requiem es muy exigente porque debe poseer un centro y grave consistente (lo tiene), ascender frecuentemente a las zonas agudas casi como una soprano (llega y se nota su etapa anterior) pero debe cantarse en su contexto y no cual Amneris o Azucena. Los calificativos que publica su curriculum (privilegiado color tímbrico, notas bajas ricas en armónicos, asciende a notas altas radiantes y sin fracturas, voz amplia y oscura o de temperamento abrumador) no las disfrutamos todas en esta noche dominical aunque le reconozca su esfuerzo.

Al menos hubo buen empaste entre los cuatro, mejor en los ppp que en unos fff por momentos más gritados que cantados y haciendo olvidar que es un Requiem y no una ópera aunque Verdi tenga un estilo único.

Sentimientos encontrados en este anhelado Requiem en Palacio con estos «romanos» y su titular más un cuarteto vocal desigual, al que como profesor le pondría una nota final de NOTABLE pese a esperar mucho más.

PROGRAMA:

Giuseppe Verdi (1813-1901):

Messa da Requiem (1874, rev. 1875)

I. Introitus – Kyrie

II. Sequence

Dies irae

Tuba mirum

Mors stupebit

Liber scriptus

Quid sum miser

Rex tremendae

Recordare

Ingemisco

Confutatis

Lacrimosa

III. Offertorium

Domine Iesu Christe

Hostias

IV. Sanctus

V. Agnus Dei

VI. Communio

Lux aeterna

VII. Libera me

Libera me

Dies irae

Requiem aeternam

Libera me

El comandante Harding

2 comentarios

74º Festival Internacional de Música y Danza de Granada (día 17b). Conciertos sinfónicos.

Sábado 5 de julio, 22:00 horas. Palacio de Carlos V. Orchestra e Coro dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia, Daniel Harding (director), Andrea Secchi (director del coro). Obras de Debussy y Ravel. Fotos propias y ©Fermín Rodríguez.

Un programa francés con una orquesta italiana y un director inglés en mi decimoséptima noche granadina que la web del Festival presentaba así:

Un debut a la francesa
Ni esta gran orquesta romana ni este prestigioso director británico habían actuado hasta ahora en el Festival. Y en su debut se rinden a la música de Ravel, uno de los compositores homenajeados este año. En la primera de sus dos comparecencias, el conjunto ofrecerá por primera vez en el Festival la partitura completa, con coro, de la sinfonía coreográfica Daphnis et Chloé del maestro vasco-francés. La obra fue encargo de Serguéi Diáguilev para las temporadas parisinas de sus Ballets rusos, y en París se estrenó en la primavera de 1912 con coreografía de Michel Fokine. La obra, concebida en un acto con tres tableaux, sirve a Ravel para hacer un despliegue deslumbrante de suntuosidad tímbrica. En la primera parte del concierto, ese brillo orquestal se habrá matizado con El mar, una de las obras más célebres del Debussy más impresionista, pura luz y atmósfera pictóricas traspasadas a una orquesta.

Los melómanos sabemos que Daniel Harding además de director de orquesta es piloto de avión, por lo que utilizaré como «excusa» paralelismos aeronáuticos para mis comentarios, casi siempre noctámbulos.

Las notas al programa de mi admirado musicógrafo Luis Suñén analizan las dos obras escuchadas titulándolas Una revolución y sus dos protagonistas que iré intercalando con mis comentarios, tomando a la Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia como un Jumbo de compañía italiana pilotado por el comandante Daniel Harding y dos rutas con despegue francés con destino Granada (engalanado para el el 150 aniversario del nacimiento del vasco-francés Maurice Ravel).

Claude Debussy es, sin duda, uno de los mayores revolucionarios de la historia de la música. Maurice Ravel es visto con frecuencia como el resultado natural de esa revolución. El primero se mantiene incólume en su trono indiscutido. El segundo va, poco a poco, inexorablemente, escalando hasta esa misma cima.

El mar, compuesta en 1905, es una de las obras maestras de Claude Debussy, en cierta manera el epítome de ese concepto de «impresionismo» que demasiado a menudo nos hace olvidar que estamos hablando de música, desde la inspiración al estilo a través de la técnica sin la cual nada es posible. Desde el amanecer hasta el mediodía en el mar nos sitúa en medio de un mar calmo y ondulante, que nos inquieta, pero no nos amenaza, sin llevarnos de la mano frente a un paisaje forzado. Juego de olas hace un papel de obstinado intermedio en el que se sostiene siempre una línea generadora que otorga a la partitura una especie de dinámica interior, aparentemente constante, que desembocará en ese Diálogo del viento y del mar donde tal continuidad se desborda en la voz de una naturaleza controlada por el arte, ante la que el creador no se apabulla sino se entrega, por decirlo así, activamente. Se ha hablado de Monet, pero también de Turner o del pintor japonés Hokusai a la hora de ponerle pretextos a esta música que vive por sí sola, que se iguala con aquellos en cuanto a grandeza pero que no los necesita para sobrevivir.

Primer vuelo donde este Jumbo sinfónico surcó el cielo del Cantábrico bordeando el Canal de La Mancha en una bella gama de azules, con el comandante llegando a la velocidad de crucero una vez alcanzada la altura requerida. La aeronave italiana respondió sin problemas al rumbo programado, en calma sobrevolando unas olas espumosas pero nada peligrosas, casi planeando cual vuelo sin motor con la sensación de flotar tan debussyana, pictóricamente con la sensación de mezclar los colores en el lienzo y no en la paleta por la riqueza tímbrica alcanzada. Una gran orquesta romana que está rejuveneciendo y mostró en este primer trayecto una excelente cuerda colocada a la vienesa, aunque los contrabajos detrás de las arpas y primeros violines, unos metales nunca estridentes, una percusión variada sin excesos dinámicos cuidando bien sus entradas, y especialmente una madera soberbia, respondiendo a un Harding que sin necesidad de acrobacias aterrizó tras 23 minutos de vuelo confortable.

Respostaje para el segundo trayecto con un vuelo preparado como transoceánico por la  distancia y dimensiones del Jumbo italiano al que se sumó el contingente coral situado en la parte trasera, ganando en potencia para un trayecto más largo (casi una hora) donde el comandante Harding navegó más seguro, sacándole todo el partido a la aeronave y disfrutando del variado paisaje de la noche a la mañana sin «Jet lag» en un viaje donde hubo de todo: turbulencias, distintas velocidades y alturas, cambios de temperatura, rumbos alternos, diversión a bordo, un excelente catering y un muy aplaudido aterrizaje.

Encargada por Diaghilev para sus Ballets Russes, Daphnis et Chloé fue estrenada en el Théâtre du Châtelet de París, el 8 de junio de 1912. La música completa del ballet –de la que Ravel extrajo dos suites en tres partes– resulta ser una obra muy rigurosa en cuanto a sus patrones formales, una «gran sinfonía coreográfica, un vasto fresco musical menos escrupuloso arqueológicamente que fiel a la Grecia imaginada por los artistas franceses de finales del siglo XVIII», tal y como el mismo Ravel se refiriera a ella al inicio de su composición.

Es importante tener en cuenta ese sentido sinfónico de la obra que le dio su autor por mucho que se tratara de un ballet, y más si, como sucede, vamos a vivirlo fuera de la escena, es decir, con solas referencias musicales por mucho que conozcamos la historia de Longo: un bosque sagrado, una gruta, las estatuas de las tres ninfas, la voz de la naturaleza en el tema de las trompas que el coro –siempre sin palabras– repite como un eco. Escucharemos esa melodía de la flauta que nos arrebata en Lever du jour (Amanecer) y que aquí es también célula temática. Seguirá la victoria de Daphnis sobre el grotesco pastor Dorco por el amor de Chloé, la aparición de los piratas, la descripción del campo de estos antes de la Danza guerrera, un fabuloso crescendo que anticipa el paroxismo de la conclusión. La vuelta de las ninfas a la vida, el mar, el conocidísimo Amanecer –uno de esos momentos inmarcesibles de la historia de la música– que la orquesta desarrollará hasta que el día vaya apareciendo y estalle en plenitud. Tras este llega la Pantomima, el episodio más largo de la obra: los dos amantes reproducen la historia de Pan y Syrinx en un momento, otra vez, de extraordinario lucimiento para la flauta. A destacar también esa suerte de coral que encaja perfectamente en la atmósfera de voluptuosidad del conjunto. La Danza general es un desenlace en el que lo dionisíaco toma posesión de la escena y del ánimo de quien escucha.

Musicalmente este «Ravel a la italiana» con acento británico resultó más convincente, con la fabulosa paleta orquestal del «homenajeado» al que la histórica formación romana entendió y respondió compacta, sutil, plegada a un Harding claro en el gesto, dominador de la agógica y los balances, con el protagonismo de cada solista de verdadera calidad, tanto el concertino o el viola pero especialmente una joven flautista que además del virtuosismo en los difíciles pasajes encomendados, lució una musicalidad digna de ser coreografiada, sumándole un empaste y compenetración con sus compañeros de toda la madera. Bien los metales y punto aparte el coro que dirige Andrea Secchi), una sección más donde las voces desempeñan, sin texto, la misma importancia que la propia orquesta. Afinación, matices extremos que el director explotó al máximo, y la riqueza tímbrica del gran orquestador que fue Don Mauricio. Tras lo escuchado esta decimoséptima noche granadina, la de mañana a la misma hora promete otro vuelo feliz y estar «como en misa» operística dependiendo de los «concelebrantes», pues las impresiones francesas fueron buenas pero las puramente italianas deberán subir el listón.

PROGRAMA

I

Claude Debussy (1862-1918):

La mer, trois esquisses symphoniques pour orchestre (1903-05)

I. De l’aube à midi sur la mer

II. Jeux de vagues

III. Dialogue du vent et de la mer

II

Maurice Ravel (1875-1937):

Daphnis et Chloé (sinfonía coreográfica para orquesta y coro. 1909-12)

-Primera parte

Introduction et danse religieuse

Danse générale

Danse grotesque de Dorcon

Danse légère et gracieuse de Daphnis

Danse de Lycéion

Nocturne. Danse lente et Mysérieuse des Nymphes

-Segunda parte

Introduction

Danse guerrière

Danse suppliante de Chloé

-Tercera parte

Lever du jour

Pantomime (Les amours de Pan et Syrinx)

Danse générale (Bacchanale)

En el 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel