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Koopman a mayor gloria de Bach

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Como bien dice mi admirado musicógrafo Luis Suñén en sus notas al programa (con todo el texto y traducción que seguimos cual misal durante casi tres horas) recordando al gran Padre Sopeña «una vez al año deberíamos someternos (…) a «una cura de Bach», es decir a una inmersión en su música para purificar nuestra condición de aficionados y, por qué no, también de seres humanos». En Oviedo, que es como la Viena española en lo que a oferta y calidad musical se refiere, esta Cuaresma nos ha purificado con las dos pasiones sin olvidarnos del Elías que Mendelssohn compusiese inspirado en un Bach que él redescubrió precisamente con La Obra por excelencia, la misma que nos faltan calificativos por su grandeza dentro de la engañosa sencillez, purificación de melómanos y hasta de agnósticos convencidos, gracias a «Meine Gott Bach».

Tener a Ton Koopman en el auditorio ovetense al frente de «su formación» nada menos que con «La San Mateo» era corroborar las versiones más que musicológicas, históricas por recrear en lo posible cómo fueron concebidas, precisamente unos días después de «La San Juan» con su alumno Aarón Zapico igualmente con una formación propia en la línea del holandés pero cambiando Amsterdam por Oviedo. Y contar para los corales de la primera parte con voces de casa, como es el coro que dirige Natalia Ruisánchez, una reválida pasada con sobresaliente. Mis primeras felicitaciones para unas voces blancas brillantes y seguras en el O Lamm Gottes unschuldig, inocentes y sacrificados por un trabajo que tiene recompensa, más el nº 35 O Mensch, afinación y empaste de auténticos profesionales.

De los solistas luces y sombras sin desmerecer ninguna, destacando el alto Engeltjes capaz de emocionar desde un color de voz bellísimo y bien proyectado en el nº 10 Buss’ und Reu pero especialmente en Erbarme dich, mein Gott (nº 47), bien el evangelista Lichdi, piedra angular de la Pasión, y el bajo Mertens aunque casi todos tienen un registro grave algo discreto. Personalmente un ligero escalón abajo la soprano checa y dos el tenor suizo. Del Jesús Hönisch, «crucificado antes de tiempo» tras el descanso al estar desaparecido como si tomase al pie de la letra el aria de alto que abría la segunda parte: «Ah! mi buen Jesús ya no está aquí! ¿Es posible?» (Ach, nun ist mein Jesus hin! Ist es möglich, kann ich schauen?) pienso que necesitaba más presencia vocal, afinación exigente y mayor implicación emocional para un rol que así lo pide.

Decepcionante el bajo corista Tobias Hagge en sus intervenciones solistas como Pilatus, destemplado y fuera de sitio. En cambio el coro excelente, casi camerístico con 28 voces, a menudo dos de 14 por la propia obra, eficiente y efectivo pero no efectista (esperaba expectante el Barrabam que no me convenció), color uniforme, disciplina para con las exigencias de la partitura, diferenciando coros y corales que desde la dirección también se marcan.

La doble orquesta de Koopman resultó todo un catálogo de solistas que lograron unas sonoridades perfectas para la magna obra bachiana, flautas casi de jazz que me comentaba alguna de mis amistades a la salida, oboes impecables, el fagot en su sitio difícil incluso cuando es continuo, eje instrumental con el órgano del Maestro alternando con su señora Tini Mathot, y una cuerda aterciopelada con dos concertinos (Catherine Manson y Matthew Truscott) brillantes en las intervenciones a dúo con las voces solistas.

Finalmente comentar lo maravilloso que resulta ver dirigir a Ton Koopman, disfrutando y contagiando su alegría desde el dominio de esta Pasión con pasión y sin compasión, siempre apasionante. El grandioso coral final «Llorando nos postramos ante tu sepulcro» (Wir setzen uns mit Tränen nieder) fue llevado con un tempo donde más que tristeza rezumó convencimiento, leyendo globalmente esta auténtica representación luterana desde la perfecta conjunción texto-música que El Kantor alcanza en ambas pasiones. Purificación de Sopeña y Suñén desde las pasion musicales con Koopman de profeta a mayor gloria de Bach.

Más Britten y aún mejor

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Sábado 23 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA, abono 4: «Música y Guerra-Música para la paz». Benjamin BrittenWar Requiem, op. 66 (1961). Evelina Dobraceva, soprano; Robin Trischler (tenor), Stephan Genz (barítono), Coros de la Fundación Príncipe de AsturiasRossen Milanov (director).

Volvía al Auditorio a repetir concierto del día anterior con el convencimiento de estar ante un espectáculo irrepetible que no escucharé muchas más veces y evidentemente único por celebrar el Centenario de Britten, nada menos que el colosal «Réquiem de guerra«, y sabiendo que no hay nunca dos conciertos iguales.

El sabatino previsto para Gijón y que por culpa del temporal dejó imposible celebrarlo en La Laboral, trajo a los abonados «playos» (saludé a algunos amigos) hasta la capital pero con una entrada inferior a la del viernes y eso que se regalaron entradas, pero sabíamos que podría pasar, lástima porque se perdieron un concierto aún mejor.

De todo lo comentado en el del sábado añadir detalles que subieron la nota final hasta la Matrícula de Honor.

Los tres Coros de la FPA estuvieron sublimes, limando los mínimos ajustes del día anterior, bien afinados, empastados, y sobre todo más seguros en las entradas (qué importante es tener ensayos suficientes), volúmenes apropiados, recreando una obra que solo coros profesionales pueden afrontar. Emocionantes todas sus intervenciones, esta vez de los mayores me quedo con el Recordare y nuevamente el Lacrimosa con los que alcanzaron las más altas cotas, incluso los «Amén» con la duración exacta para no exagerar nasalidades. Los pequeños todavía dieron más, y pese a que este sábado estaba en anfiteatro se les pudo escuchar valientes, con proyección más que suficiente, presentes sólos, con órgano (nueva felicitación al «titular» del coro) y con orquesta, seguridad que se alcanza con trabajo y más trabajo. Felicidades especiales a Natalia Ruisánchez, a José Ángel Émbil y a José Esteban García Miranda, auténtico receptor en el coro «grande» de todas las bases corales.

El trío solista se comportó y entregó al máximo: la soprano rusa emerge de la masa cual flautín, no importa el poderío sonoro en los momentos de tensión trágica o las intervenciones íntimas, su paleta vocal y emisión siempre ajustada a la partitura; impresionante el tenor británico cuyo color y técnica son ideales en estas obras, con la orquesta de cámara aún más lírico, en los dúos y concertantes plenos manteniendo su calidad en todo el Requiem; y el barítono alemán, digno alumno de Sto. Tomás de Leipzig, que se recuperó para mantener el nivel del trío subiendo el escalón del viernes, tanto con dinámicas plenas como en los dúos con el tenor. Feliz con ellos aunque siga quedándome con la soprano cuyas intervenciones fueron de ponerme la carne de gallina en una obra que es auténticamente profunda haciendo bello el horror narrado.

Y la OSPA ampliada volvió a sonar como en las grandes ocasiones, no sólo mantuvo la calidad sino que mejoró hasta alcanzar el grado óptimo en todas sus secciones, con los «fichajes» bien implicados con el resto, aunque la orquesta de cámara de «los doce magníficos» sonó impresionante. Con texturas de órgano en los recitativos, súbitos ataques subrayando los textos en inglés (del poeta Wilfried Owen ), merece la pena destacar las perfectas transiciones de la gran orquesta a ellos consiguiendo unas sonoridades como seguramente las quiso el propio Britten para esta partitura compleja y bellísima, virtuosismo al servicio de la música como auténticos maestros que son.

El titular Rossen Milanov se mostró no ya como responsable final, sino como el maestro que conoce sus discípulos y les exprime para que lo den todo. Realmente lo consiguió con gestos siempre claros, matices explosivos o íntimos, tempi ajustados y mayor implicación con cada protagonista puntual en otra lección de dirección por parte del director búlgaro desde el dominio de esta magistral la partitura del War Requiem que engrandece el Centenario Britten, contando con todos los elementos para otro colosal Britten al que asistí cual peregrino melómano y cuento cual musicógrafo que diría mi admirado Luis Suñén. De nuevo el «final Milanov» conteniendo el gesto nos hizo paladear «una eternidad silenciosa», otra reflexión de paz interior antes de bajar los brazos y liberarnos todos.

Grandeza de la música, mismos intérpretes, misma obra, mismo recinto… y siempre distinta, incluso mejor.

Colosal Britten

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Viernes 22 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: OSPA, abono 4: «Música y Guerra-Música para la paz». Benjamin Britten: War Requiem, op. 66 (1961). Evelina Dobraceva, soprano; Robin Trischler (tenor), Stephan Genz (barítono), Coros de la Fundación Príncipe de Asturias, Rossen Milanov (director).

Todo un espectáculo irrepetible celebrar el Centenario de Britten justo en el día de su nacimiento, festividad de Santa Cecilia, nada menos que con el colosal «Réquiem de guerra«, un esfuerzo enorme para todos y muy especialmente los tres Coros de la FPA: el Infantil (que dirige Natalia Ruisánchez), Joven (José Ángel Émbil) y el «grande» (José Esteban García Miranda), auténticos protagonistas, en un concierto memorable, lleno de emoción que compensa el duro trabajo de meses, al que sumar el impecable órgano positivo situado con el coro infantil.

Felicitar a mayores y pequeños por su interpretación, dándolo todo y bien: afinación, empaste, proyección, convencimiento, entrega a una obra de magnitudes impensables para muchos coros, presentes en los momentos de mayor ardor (Dies irae rotundo y delicado «Amén»), cercanamente contenidos en los íntimos y espirituales (Libera me emotivo o Lacrimosa perfectamente compartido con la soprano solista), angelicales desde el patio de butacas los más jóvenes -ya maduros- en sus intervenciones siempre (In Paradisum celestial), y sobre todo pletóricos, alcanzando un sobresaliente en la obra más difícil (o al menos la más complicada) que hayan afrontado en su ya dilatada trayectoria. Enhorabuena.

Como en el estreno que bien nos ilustró la autora de las notas al programa la doctora Mª Encina Cortizo el martes anterior en una conferencia para grabar y guardar, la nacionalidad del trío solista resultó la misma: soprano rusa, tenor inglés y barítono alemán, aunque el resultado evidentemente no fuese el mismo, en especial el alumno de Sto. Tomás de Leipzig que quedó un escalón por debajo aunque mantuvo el tipo en momentos de dinámicas menos comprometidas, empastando muy bien los dúos con el británico. Mención especial para la soprano ubicada atrás delante de la cuerda homónima del coro y entre metales, porque su tesitura, gusto y musicalidad sobrevoló siempre una obra que tiene mucho peso en su repertorio.

De la OSPA, esta vez amplia(da), sólo parabienes y merecida felicitación, destacando toda la percusión, con la «presencia» del gamelán («imitado» sin problemas por la combinación elegida de glockenspiel y otras placas), aunque todas las secciones brillaron con luz propia. Excelente la orquesta de cámara con doce componentes reconocidos (y reconocibles todos) que no sólo completaron una intervención redonda sino que rindieron como auténticos solistas de lujo en esta partitura compleja y bellísima para todos, virtuosismos endiablados como el propio elemento generador de la obra -el tritono «diabolus in musica»-, complicidades y guiños de auténticos maestros, texturas sabiamente logradas desde el entendimiento, siempre al servicio de la música.

El responsable final, nuestro titularRossen Milanov que creyó desde el principio en este War Requiem haciéndolo coincidir con el Centenario Britten, auténtico homenaje a la paz desde la música que Britten escribe de manera magistral, genial, recreando desde los orígenes de la polifonía a la estructura verdiana del propio «requiem», uniendo la poesía inglesa de Wilfried Owen con el latín de la misa de difuntos, lenguaje complejo y cercano, una concepción compositiva tanto vocal como orquestal avanzadísima, y sobre todo emociones sobre el pentagrama que (todos) los músicos supieron contagiarnos. Una auténtica lección de dirección por parte del director búlgaro asumiendo el mando global con decisión y seguridad que transmitió a los intérpretes, concertando y convenciendo, contagiando vitalidad y emoción, dominando la partitura de principio a fin con la sensación de dejar fluir la música, la misma que nos cautivó en su primera visita al frente de la OSPA. El final de Milanov fue de Maestro, supo contener el gesto y hacernos disfrutar de «una eternidad silenciosa» cual reflexión de paz interior antes de bajar los brazos y liberarnos todos en una estruendosa y merecida ovación (Neira seguro que cronometró todo).

Vuelvo el sábado y otra vez en el Auditorio (Gijón no soportó el temporal). Con esto está todo dicho.

Música del Régimen

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Jueves 25 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, XXI Concierto Premios Príncipe de Asturias. Coros de la Fundación Príncipe de Asturias, OSPA, Sergey Romanovsky (tenor), Alexander Vinogradov (bajo), Rossen Milanov (director). Obras de Richard Strauss y Dmitri Shostakovich. Entrada con invitación.

Si el ensayo del día anterior prometía, abriéndolo al público en general que abarrotó el Auditorio, la actuación corroboró las buenas impresiones con la Sala Polivalente para la grandes ocasiones, y el concierto anual para los Príncipes de Asturias es una de ellas, con público variopinto que disfruta con el evento independientemente de lo que se programe, y con las incomodidades conocidas de protocolo y seguridad que todos soportamos con estoicismo y educación, músicos y director incluidos.

Para abrir boca tras el obligado himno nacional algo «tibio», una historieta hecha música, Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel, Op. 28 (R. Strauss) muy bien llevada por una orquesta que esta vez sonó vigorosa y clara, con las dinámicas a las que nos tienen acostumbrados en una obra cuya orquestación exige una amplia plantilla que reforzada para ella rindió como en los conciertos de primera, y Milanov pudo sacarle partido a todos los episodios dramatizados con el protagonismo de los distintos solistas que, salvo pequeños detalles tristemente repetitivos, brillaron como ellos saben hacer, desde los clarinetes y toda la madera hasta la percusión con una cuerda nuevamente centrada y con graves poderosos.

Y llegaba la obra esperada, esa grandiosa cantata -algunos hablan de oratorio- tan del régimen stalinista que es El Canto de los Bosques, Op. 81 del bueno (!) de Shostakovich, compuesta por encargo en 1949 con todos los tics esperados y el excelente oficio de Dmitri que sacó toda la artillería pesada, fanfarria final también, donde los coros personifiquen al pueblo soviético, esta vez más asturiano y protagonista que nunca, con permiso de Vinogradov.

Como hecho histórico local, los tres coros de la FPA unidos para la ocasión, desde los chiquitines que aparecieron al final, pasando por el infantil, ambos dirigidos por Natalia Ruisánchez, el Joven Coro de José Ángel Émbil y el de adultos de José Esteban Gª Miranda, auténtica población coral de todas las edades que cumplieron en todos sus números, afinando, empastando, con matices difíciles ante una mastodóntica orquesta «también de régimen» con el general Milanov al mando y dos oficiales de rango, el narrador moscovita Vinogradov que lleva casi todo el peso con ese timbre casi genético de bajo ruso potente (todo un lujo contar con él) de proyección clara hasta el anfiteatro y recreándose cual militar temeroso de destino en gulag, y el subordinado Romanovsky, tenor que sigue prometiendo aunque se ganó graduación en ese Gloria final que exige darlo todo tras los seis números anteriores.

El pueblo siempre sufridor se mantuvo protagonista, Cuando terminó la guerra era esperanzador y bien guiado por el «mariscal», Visitamos a nuestro país de bosques de difíciles intervenciones por cambios de ritmo y compás exigiendo registros altos, largos y matizados bien mantenidos, El recuerdo de las cosas pasadas siguió esa reforestación muy ecológica en nuestros días aunque mejor no preguntar a quienes les tocó hacerla, dura también musicalmente, tomando el relevo al pie de la letra Los pioneros plantas los bosques de los infantiles que aseguran el futuro coral en auténtico paralelismo con la narración musical como en Los integrantes de la Liga Joven Comunista avanzan ¿qué pensarían los ilustres invitados del número? ante una seguridad y aplomo pese al buen paso exigido por Rossen el general. Claro que Un paseo por el futuro dio la tranquilidad y momentos exquisitos de coro y tenor, con la orquesta en «descanso» aunque estaba cargando toda la pólvora para ese final tan del Régimen, búsqueda de aplauso fácil aunque bien merecido del Gloria con todo el ejército musical de un día otoñal que augura momentos complicados socialmente (al menos ni hubo gaitas destempladas antes ni después) donde también necesitamos unirnos a esta exhaltación de ánimo entre camaradas, calando el mensaje grandioso cual terapia musical. Bien por todos y prosigo mi semana musical, ya que CajAstur dejó la suya en el «Concierto de los Premios» (mejor del día antes), todos sabemos la causa.

Para cerrar, otro himno, el nuestro que sigue sonándome «aldeanu» aunque sea el que tenemos por decisión de los gobernantes (ninguno músico entre ellos, ni siquiera para consultar), donde los pequeños salieron a primera fila para regocijo del respetable y colofón del evento.

Eso sí, lleno hasta la lámpara, entrada previa de cámaras de televisión y fotógrafos con flashes cual fuegos de artificio y toda la corte ¡en un programa muy del régimen! a la que se unirá el mundo periodístico con amplia paleta de colores que convierten a Oviedo en capital mundial por un día y portada de telediarios de todo el espectro mediático. La música sigue siendo perfecta acompañante aunque otros la entendamos como la verdadera protagonista.