Miércoles 6 de noviembre, 20:30 horas. Teatro Jovellanos, JazzXixón y Concierto nº 1687 de la Sociedad Filarmónica de Gijón, «más filarmónica»: Marco Mezquida Trío, Ravel’s Dreams.
Nueva colaboración (yo lo llamaría aportación) entre el festival de jazz gijonés y la Sociedad Filarmónica en esa trasversalidad musical más allá de etiquetas, acercando la que es genuinamente música estadounidense del pasado siglo a los «académicos», y viceversa. Si la mal calificada como «música clásica» ha servido siempre de inspiración al jazz, también los músicos de conservatorio bebieron de él, y sólo por hacer una lista rápida en ambas direcciones: Debussy, Ravel o Gershwin conocían esa «nueva música popular»; Keith Jarret, F. Gulda o Yo-Yo Ma han transitado por las dos corrientes y hasta Gil Evans arregló para sus big band muchos «clásicos» (también a Ravel); incluso Duke Ellington también pasó por un conservatorio dando el salto para poder dejar atrás los convencionalismos (por algo se llaman «conservatorios») que en estos nuevos -ya no felices- años 20 del siglo XXI todavía parecen lastrar o separar públicos que simplemente deberían disfrutar de la música.
La Filarmónica de Gijón arriesgó en 2017 con la unión chopiniana de Pepe Rivero y Judith Jáuregui, mantuvo el tipo hace dos años con el trío de Moisés P. Sánchez y sus «ReInvenciones» bachianas, ya colaborando con el Festival JazzXixón, y este primer miércoles de noviembre repetía «hermanamiento» con el trío del pianista menorquín Marco Mezquida con Ravel’s dreams (Los sueños de Ravel), una formación tras tres discos y 8 años junto al percusionista catalán Aleix Tobías (ambos compañeros de lujo con Silvia Pérez Cruz) más el chelista cubano Martín Meléndez, afincado en la capital catalana, rescatando un proyecto encargado al polifacético Mezquida para L’Auditori de Barcelona en 2016 con un acercamiento libre y actualizado para un ciclo dedicado al compositor vascofrancés, que también grabarían al año siguiente, «sacándolo del baúl» para esta ocasión, y que ha ganado con el poso más el bagaje de casi una década juntos.
En el programa se nos presente como «un viaje onírico a través del imaginario musical y personal de Maurice Ravel. Un sueño sobre la vitalidad de su legado y el eclecticismo de la música que le sedujo: desde los clásicos franceses a los virtuosos románticos; desde la experimentación con la música popular hasta las influencias de sus contemporáneos y la efervescencia del jazz». El propio Marco Mezquida iría presentando las obras elegidas aclarando su formación de conservatorio y animando, como a este «omnívoro musical» que suscribe, a disfrutar con su personal acercamiento, lleno de ritmo, buen gusto, texturas actuales, las mismas que usan también los compositores de esta generación, con el piano del balear siempre limpio, académicamente libre, añadiendo campanas, efectos en la caja armónica y bebiendo de los grandes, junto al chelo cubano que suena a contrabajo (¡qué bien amplificado!), sumándose también a la percusión y cantando con ese timbre propio, cerrando este taburete una percusión del catalán (cual Trilok Gurtu actualizado) capaz de empujar, colorear, sacar sonidos imposibles de su propio «set» o directamente a un bohdrán e incluso la humilde pandereta, para entre los tres, con una sonorización perfecta y unas luces bien ambientadas, dejarnos una verdadera «ravelación» desde el respeto a Don Mauricio, con la libertad que da el conocimiento tanto de sus obras como del dominio técnico y buen gusto con sus respectivos instrumentos.
Abrirían el concierto con el Cuarteto en Fa, sus cuatro movimientos donde el trío iluminó melodías y armonías centenarias jugando con tímbricas, contrastes y lucimiento tanto por separado como en todas las combinaciones, un maravilloso acercamiento con un lenguaje atemporal y guiños a los grandes.
De la «infantil» o naif como Marco calificó Ma Mère l’Oye (Mi madre la oca), escrita para piano a 4 manos, además de contarnos ese «idilio» buscado con otra pianista, que nunca cuajó, pero que sí logró con sus dos actuales compañeros, verdadera ensoñación las dos piezas elegidas: la efectista Pavana de la bella durmiente armando y desarmando entre los tres esa escala pentatónica enlazada con la Princesa de las pagodas, saltos de cuentos, sueños o ensueños, con el canto del chelo, las luces percusivas desde los cascabeles o el pandero irlandés, y el piano impresionista con campanas colgando de la tapa o haciendo clúster sobre el arpa armónica, tímbricas, melodías y ritmos del mejor jazz.
En este viaje onírico llegaría Le Tombeau du Couperin, el empuje inicial que me hizo rememorar los Different Trains de Steve Reich sin perdernos nada del compositor nacido en Ciboure (frente a San Juan de Luz), y su mundo interior del que Marco Mezquida también nos hablaría, rarezas, colección de muñecas, vida con su madre, sexualidad siempre en interrogante pero la grandeza e inspiración de Ravel que este trío fue recreando, tan solo echando de menos un vaso e incluso aquellos clubs con el ambiente cargados de humo a donde viajé desde entresuelo con los ojos cerrados.
En este recorrido raveliano no podía faltar la bellísima Pavana para una infanta difunta, anécdota incluida del estreno donde el compositor parece comentó al pianista con un original juego de palabras ante la lentitud del intérprete que no era igual «una pavana difunta para una infanta» que «una pavana para una infanta difunta», con una percusión inicial donde irían sumándose piano y cello, nada triste, más bien mágicos y auténtico canto optimista además de luminosa versiób de este trío que pareció cambiar el Mediterráneo por el Cantábrico, el mismo que baña Gijón.
Aún quedarían más joyas: el hermosísimo segundo movimiento Concierto en Sol, delicado, íntimo, lógicamente con el piano protagonista pero parte también la entrada melódica del cello y las pinceladas de una percusión impecable, y por supuesto el Bolero tan famoso que planteaba a Mezquida cómo afrontar de forma distinta esta obra tan conocida que además mantiene ese ostinato rítmico casi «ad infinitum». No nos hizo pero “al revés” sin spoiler, y pudimos comprobar la forma de darla literalmente la vuelta, casi un Orelob donde cambiar el crescendo total del pianísimo al fortísimo para invertirlo: arrancar directamente con el ff jugando tanto con la armonía como con el propio ritmo, manteniendo la modulación final pero finalizando en el pp apágandose totalmente con las luces para este auténtico «sueño de Ravel».
Tras más de hora y media, con un público rendido y los intérpretes felices además de agradecidos, reivindicando la música en vivo, que es siempre única e irrepetible, invitando a comprar las grabaciones que estarían a la venta al salir, todavía habría tiempo para una propina de Vals noble y sentimental con el chelo colocado como un bajo (increíble sus graves) y la percusión única de una pandereta estratosférica, con el piano siempre elegante, original, personal y espléndido de Marco Mezquida. El mejor arranque de este festival que se prolongará hasta el domingo y donde no faltarán las necesarias y casi obligadas sesiones durante este mes en el Meidinerz Jazz Club de la calle San Agustín. Me las perderé porque mi agenda está completa, pero es de lo más recomendable y Gijón siempre merece una escapada.









