Viernes 10 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, OSPA. abono XIV Eroica: Esther Yoo (violín), Maximiano Valdés (director). Obras de Ravel, Bruch y Beethoven.
Clausura de esta temporada de abono de «nuestra» OSPA con miles de recuerdos en la memoria tras 31 años ocupando mi butaca de la fila 13, y cual fichero que vamos llenando en cada concierto, de nuevo aparecieron las ubicadas al fondo del cajón, recuerdos de tantos años con esta orquesta que los despertaría Max Valdés, el mismo que llenaría media vida de esta orquesta y volvía este último concierto del curso 2021-22.
Desde su partida a Puerto Rico, la OSPA ha ido cumpliendo con altibajos la que podríamos llamar su segunda etapa, pues atrás queda mucha historia en la que mi admirado maestro chileno ocupa media parte. Con él crecimos todos: orquesta, músicos, abonados y público en general, este viernes con muchas ausencias que se echan de menos en cada nueva visita al auditorio. Se marcharon o nos dejaron físicamente músicos (Roberto, Cadenas…), la primera gerente (que apostó por el chileno), abonados, amistades, familiares… también hubo jubilaciones (incluso la del que suscribe) tanto de gestores, profesores y músicos, amigos también sentidos como «gran familia musical». De los que no volverán casi diría que tristemente «se fueron a tiempo» antes de que les pillase la pandemia del Covid, algo que cambió la vida de todos, sabedores que nunca nada es igual pero, al menos debemos aprender de ella para no repetir errores. Y el poder evocador de la música trajo todo ello a nuestra memoria este último de abono.
Los recuerdos son como un retrovisor que a primera vista contemplas lo primero por cercano, para ir fijándote en los detalles y ahondar en todo lo que se queda atrás, y como el propio programa del decimocuarto de abono, iríamos desde lo próximo hasta los lejano necesario como «orígenes sinfónicos», comenzando por el propio Max.
Si tenemos algo que agradecer a los directores titulares que hemos tenido en este «mi matrimonio sinfónico», incluyendo el «cese temporal de convivencia«, son sus contactos para acercarnos a Oviedo y descubrirnos solistas que acabamos comprobando su presencia mundial, así como buscar en las programaciones las obras de siempre con las menos escuchadas, incluso estrenos que siempre deben ser objetivo a cumplir.
Este viernes el programa arrancaba con el más cercano en el tiempo, Maurice Ravel (1875-1937), uno de los preferidos de Valdés que conocedor de la paleta orquestal y los materiales a su alcance, afrontó Le tombeau de Couperin, suite paraorquesta, M 68a (1919) con su maestría habitual, pintor puntillista que fue dibujando todo el color de sus cuatro «cuadros» (I. Prélude; II. Forlane; III. Menuet; IV. Rigaudon) perfilando la presencia de cada instrumento, todos impecables, de la visión global del homenaje, de la tímbrica tan especial del francés, del pulso idóneo para apreciar todos los detalles del compositor con raíces españolas al igual que el maestro chileno, el «reorquestar la tradición. Traer al presente procedimientos pasados para enfatizar un ideal artístico. En eso consiste este Tombeau, género-homenaje a alguna personalidad fallecida, que se erige como celebración no solamente de la música…» (tomando las palabras de las notas al programa del doctor González Villalibre), tradición sinfónica asturiana y homenaje a los ausentes que todos sentimos desde cada zona de reflexión e interiorización sentimental.
Y si la pasada semana escuchábamos uno de los conciertos para violín más famosos, esta vez sería el de Max Bruch (1838-1920) cuyo Concierto para violín nº 1 en sol menor, op. 26 nos permitió disfrutar de la estadounidense-coreana Esther Yoo y su Stradivarius “Príncipe Obolensky” de 1704. Las virtudes de Max Valdés las conocemos todos en sus tres lustros con nosotros, y como concertador siempre destacó, así que dejaría «respirar» cada uno de los tres movimientos de este Top 10 de los conciertos para violín (I. Vorspiel – Allegro moderato; II. Adagio; III. Finale: Allegro energico), con tempos sin forzar para poder paladear todo lo escrito desde el sonido aterciopelado de la solista equilibrado con el de la orquesta, perfectamente balanceada en intensidades y presencias. Aunque nos faltaba Vasiliev de concertino, cuya plaza parece ser irreemplazable aunque estaba de invitado el griego Iason Keramidis junto a María Ovín de ayudante, muchos más recuerdos, y maravillosa interpretación conjunta, con un instrumento solista increíble de sonido en manos de una intérprete llena de delicadeza y sentimiento para «el de Bruch» bien arropado por todos.
De regalo otra maravillosa interpretación de Yoo con el Souvenir d’Amérique del virtuoso compositor belga Henri Vieuxtemps (1820-1881), la técnica al servicio de la música, todas las posibilidades del violín, cantarín como un pájaro, pífanos de la Guerra de Secesión, imágenes que nos traen a la memoria tantas películas para comprender cómo la música forma parte de la historia de todos, melodías tradicionales integradas por esta emigrada a «la tierra de las oportunidades» muy internacional con un violín que nos haría partícipes del único lenguaje universal que existe: la música, y mi especial recuerdo para Alfonso Ordieres con quien hubiera charlado al descanso.
Y nadie mejor que el genio Ludwig van Beethoven
(1770-1827) para poner el broche temporal y final de esta temporada, la Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 55, «Eroica» dando título al programa, heroicidades y recuerdos, la elegancia de siempre en la dirección, el dominio de la orquesta, ejerciendo Valdés de maestro «in pectore», más contenido con los años pero igual de seductor. Orquesta entregada y doblegada, el disfrute con la música de siempre, la que no puede faltar. El I. Allegro con brio y preciso, claro, volúmenes de cada sección en su punto, primeros atriles perfectos (maderas y metales sobresalientes de nuevo) y la sonoridad de conjunto tan necesaria. La II. Marcia funebre: Adagio assai me creó todo este torbellino en «flash back» por y para los ausentes, pena y esperanza en «la tercera del sordo», terciopelo y seda de sonido compacto y claro, claroscuros bien delineados; III. Scherzo: Allegro vivace luminoso, heróico, brillante, preciso, matizado, sentido y asentado, con un rotundo trío de trompas. Y el IV. Finale: Allegro molto, el placer de lo bien hecho, todos bien asentados desde una batuta veterana y con el poso de los años secundado por unos pupilos que se conocen a lo largo del tiempo, disfrutando de esta Eroica siempre agradecida, pizzicati presentes, fraseos delineados, contestaciones entendibles y frescas con un oboe inspirado y la flauta mágica, contrastes delicados, rallentandi ajustados, y el sonido orquestal deseado para esta sinfonía con los juegos rítmicos y melódicos característico del sordo genial.
El público que al fin acudió como se merece la OSPA, brindó con sus prolongados aplausos no ya la calidad del concierto sino el agradecimiento pendiente al maestro Max que sigue sintiendo esta orquesta y tierra suyas, incluso capaz de acallar al auditorio para darnos las gracias y compartir emociones. La temporada actual queda concluida desde una parte importante de su historia, aunque quedan dos conciertos fuera de abono, pero la memoria sigue siendo poderosa y la música mantiene la capacidad evocadora como poco en la vida. Al menos poder reflejarlo desde aquí ayuda a mantener archivadas las emociones.


























































