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Haselböck despierta el bicho

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Miércoles 21 de septiembre, 21:00 horas. Catedral de León, XXXIII FIOCLE: Martin Haselböck (órgano). Obras de J. S. Bach, G. Ligeti, F. Liszt y M. Haselböck. Concierto inicial, en colaboración con el CNDM y su ciclo «Músicas históricas». Entrada libre.

 

Volvía a La Pulchra el director y organista vienés pero con «el bicho KLAIS» en el día del tercer aniversario de su inauguración, con un lleno presagiado por la larga cola una hora antes, y cambiando algo el programa inicial (donde estaba Wagner) para poder hacer rugir y casi renacer el impresionante órgano alemán que va tomando acento castellano, recio y brillante en cuanto le aprietan, algo que el maestro austriaco Haselböck hace como nadie.

Porque unir a Bach, Ligeti y Liszt en el mismo concierto, tras las palabras de agradecimiento iniciales de Samuel Rubio Álvarez, sobre el papel podría parecer chocante aunque la escucha corroboró lo acertado del programa.

Meine Gott Bach es perfecto siempre, comenzando con la conocida Tocata y Fuga en re menor, BWV 565, buena elección de registros y una versión muy romántica en cuanto al juego dinámico y sobre todo expresivo, acelerandos y ritardandos más allá del rubato, pletórico de sonoridades, tal vez investigando registros que aparecerían posteriormente, virtuoso y brillante más que reposado y austero, pero es partitura siempre agradecida en cualquier versión por muchos ornamentos que le añadan. Lo mismo podríamos decir de los cuatro corales del Orgelbüichlein, esta vez más plegados a lo que podría llamar interpretación tradicional, contrastante registros y prevaleciendo la melodía desde los registros buscados: intimismo reposado del BWV 639, flautados barrocos y vivos del BWV 642, vuelta a la tranquilidad de la lengüetería levemente ornamentada del BWV 641 y creciendo volúmenes con los propios registros y tempo vigoroso utilizados en el BWV 642 de factura impecable, aunque algún pasaje el pedal tomase un primer plano demasiado presente en relación a los teclados, pero nada que objetar de la visión personal de Haselböck.

Difícil encontrar a György Ligeti (1923-2006) en los conciertos de órgano, algo apuntado en el discurso previo de Rubio, y es que Volumina sacó del KLAIS sonidos de tubos nunca escuchados, aprovechando la comodidad que supone poder tener automatizados los cambios de registro alternando con los manuales, una explosión sorpresiva que levantó murmullos, dinámicas amplias conseguidas con el juego tímbrico, ambiente sonoro contrastado con el silencio pétreo de La Pulchra Leonina que parecía despertar de un letargo secular con el ballet de los tiradores movidos por un fantasma llamado tecnología como ayudante invisible pero bien trabajado, exprimiendo pedales de expresión y cambios vertiginosos en un alarde de volúmenes y texturas.

Desempolvados casi todos los tubos escuchar a Franz Liszt resultaría el puente húngaro entre los dos mundos alemán y rumano, el virtuosismo de las Variaciones «Weinen, Klagen, Sorgen Zagen» que delineaba tímbricas esculpidas en bruto por el contemporáneo con el ímpetu del abad reconvertido tras una vida licenciosa, romanticismo en estado puro lleno de convulsiones dinámicas con cambios de volúmenes abruptos pero bellos, jugando con la reverberación y resonancia catedralicia y la vuelta al origen, al otro dios de Eisenach enterrado en Leipzig y adorado mundialmente por todo melómano con el Preludio y fuga sobre B-A-C-H, la locura del teclado máximo con el respeto al Maestro, órgano en vez de piano pero igual de virtuosista añadiendo nuevas sonoridades solo antes intuidas, como el mármol de la cantera que montaña abajo toma forma como con Miguel Ángel, cual cierre del círculo orgánico.

Para concluir nada mejor que retomar las improvisaciones, siempre parte de las propias formas musicales tan del gusto de los intérpretes que parecen recuperarse de nuevo. El tema nos lo había chivado Samuel Rubio y entregada la partitura del Himno a la Virgen del Camino, Martin Haselböck fue revistiendo la melodía de armonías francesas, pasando de las manos al pedal sin perder el norte y redescubriendo registros que encajaban como anillo al dedo el juego de acordes desplegado en las distintas variaciones. Una lección de improvisación que hizo despertar al bicho para ser domado en toda su grandeza.

Buen inicio del festival en sus 33 años consecutivos y perfecto cumpleaños para esta joya fabricada en Bonn y bautizada en San Mateo de 2013, que comienza a hablar un perfecto castellano. Aún quedan muchos conciertos, variados y dentro de la Catedral de León.

Sobre todo Beethoven

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Domingo 24 de enero, 19:00 horas. Oviedo, Conciertos del AuditorioJeremy Irons (narrador), Kerstin Avemo (soprano), Orchester Wiener Akademie, Martin Haselböck (director). Obras de Beethoven.

Difícil llenar el auditorio para escuchar a Beethoven aunque el público mayoritariamente quería ver a un actor famoso. No les importaba que primero escuchásemos esa maravillosa Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92, para abrir concierto y aplaudiesen entre los movimientos, organizando el programa como en el Festival de Granada y repetido el día anterior en Barcelona, pensando en despistados que olvidan el horario dominical, o tal vez dejando el «reclamo» para la hora esperada y cerrando este éxito puede que previsto más por el peso de Irons (creo que ganamos con el cambio por el previsto Malkovich) que Beethoven. Todo sea por escucharlo en este formato.

La orquesta vienesa con instrumentos de época y dirigida por su fundador, el maestro Haselböck afrontaría una séptima algo descompensada en dinámicas precisamente por unos metales, sobre todo las trompas, algo ásperos y exigiendo una presencia puede que desmesurada teniendo la plantilla de cuerda algo «mermada» si se buscaba grandiosidad. El Poco sostenuto – Vivace sirvió más de calentamiento que de verdadera interpretación aunque la calidad de los músicos parecía más que asegurada. El conocido y tantas veces versioneado Allegretto sonó más empastado aunque la madera natural unida a esa afinación más baja de la actual nos deje un sabor algo opaco. El Presto trajo lo mejor de la cuerda, siempre de presencia aterciopelada y tal vez falta de una garra a la que nos han acostumbrado las grandes orquestas, incluso manteniendo estos criterios llamados historicistas pero con plantilla mayor. El concluyente Allegro con brio volvió a demandar desde el podio sonidos ásperos en los metales e incluso en el fagot, perdiendo un poco el colorido de los clarinetes aunque flautas y sobre todo oboe pudieron lucirse. Los timbales de cobre y piel emborronaron las líneas claras de una ejecución muy «académica», pulcra, con claroscuros expresivos y algún destello de calidades.

En cambio esa misma paleta algo más amortiguada resultó ideal para la poco escuchada Ah! perfido, escena y aria para soprano y orquesta op. 65 con la soprano sueca Kerstin Avemo de bello color y registros desiguales, poderoso agudo más seguro en los fuertes, una zona media suficiente y como tristemente sucede en el grave, algo escasa de volumen, forzando la emisión con unos giros de cabeza que descolocaban su voz más de la cuenta. Con todo mejoró de la escena al aria Per pietà, non dirmi addio, de estilo clásico muy en línea mozartiana que pareció venirle bien con una orquesta no muy numerosa aunque Haselböck se encargó de domarla tras la primera parte, como si Beethoven fuese poseído por el espíritu de Mozart residiendo en la misma casa de Praga y con conexiones que Iker Jiménez podría tratar en sus programas.

El esperado Jeremy Irons sería el encargado de narrar los versos de Goethe dedicados a Egmont, adaptados por Franz Grillparzer en versión de Christopher Hampton que además sobretitularon al castellano aunque la dicción del actor inglés resultó una lección teatral, alternando con las arias de la soprano y de nuevo la orquesta al completo con momentos brillantes mimada en los planos por el director austriaco que no necesitó batuta (ni partitura para la séptima) marcando con sus manos todas las intervenciones con detalle.

Interesante este Egmont, op 84 más allá de la conocida Obertura: Sostenuto, ma non troppo – Allegro – Allegro con brio, también las nueve piezas musicales que habrían de interpretarse durante la representación teatral además de los pasajes instrumentales que engarzarían los cinco actos del drama, por tanto una recreación al representarse con los textos jugosos en inglés de un actor que llena la escena, las arias en alemán de la sueca y el sonido vienés de una joven orquesta ceñida a la historia de un Beethoven siempre atemporal. Energía, dramatismo, esencias, brillos sin oropeles, lecturas para recapacitar y un verdadero espectáculo para disfrutar de este Egmont «Para la libertad» como titulaba las notas al programa Luis Gago, también traductor al español de los textos, que explica el paralelismo del Egmont teatral y musical sin olvidarse de las canciones para Clärchen que Avemo no sintió como era de esperar de una heroína, siendo Irons quien bordó textos con intención, dicción y escena pletórica, reforzada por el solo de trompeta y el timbalero fuera de escena que hubo de volver rápido para la Sinfonía de la victoria: Allegro con brio, nueva prueba de fuego para una orquesta muy decorosa con un director que la conoce bien.

En suma un Beethoven que hizo triunfar sobre las tablas del auditorio a Jeremy Irons, por otra parte esperado y como buena disculpa para hacer caja con un espectáculo bien traído a Oviedo.