«Argentina Songs». Soledad Cardoso (soprano), Quimey Urquiaga (piano). Ibs classical. ISBN: 8 436597 700405.
Una verdadera «Gala de la canción de cámara argentina» grabada en el granadino Auditorio Manuel de Falla los días 7 al 9 de agosto de 2021, con una excelente toma de sonido de Cheluis Salmerón y la producción de Paco Moya para este sello español que literalmente nos transporta a ese auditorio con tan buenos recuerdos, disco que se publicó el pasado año con dos intérpretes de esa querida tierra hermana: la soprano Soledad Cardoso (Santa Fé, 1975) y la pianista Quimey Urquiaga (Bahía Blanca, La Plata, 1989), que reúnen música y literatura de cinco compositores con obras vocales donde los versos elegidos ya son de por sí maravillosos.
En la llamada «Canción de concierto», la música eleva la literatura a un plano superior, y desde esta misma visión también se comparte el protagonismo entre voz y piano. Si además quienes interpretan estas veintisiete canciones las llevan en sus genes con todo el acento de su tierra, unido a una larga trayectoria profesional, estamos ante un amplísimo repertorio «nuevo» para muchos, entre los que me incluyo, abarcando desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de los años 60 del siglo pasado, cien años de obras variadas, unas nacidas en torno al Centenario de la Revolución de Mayo junto a otras con la herencia del rico folclore sudamericano que directa o indirectamente subyace en todas y cada una de ellas, pues los músicos llenan sus alforjas de lo cercano que engrandecen al llevarlo a las salas de concierto. Así es el ambiente y emoción que respira este disco.
Comienza sonando el compositor más conocido a este lado del Atlántico, el santafesino Carlos Guastavino (1912-2000) con cuatro canciones de la primera parte de la década de 1940, tres de ellas con textos de la chilena y Premio Nobel de Literatura en 1945 Gabriela Mistral no tan conocidas como otras más popularizadas, pero igual de universales: El vaso, Riqueza y Piececitos poseen la sensibilidad propia de cada poema y la riqueza melódica con que las dota el compositor, uniendo fronteras sudamericanas desde una visión social con los poemas elegidos. La soprano afincada en Barcelona Soledad Cardoso les imprime toda la emoción que con el piano de Quimey Urquiaga en perfecta sintonía nos amplía a los melómanos estas maravillosas canciones con la hondura poética de la escritora chilena, registros graves muy redondos, medios equilibrados y agudos timbrados.
Otro tanto sucede con las siguientes, maravilloso reflejo del auge que en los años 60 alcanzaría este folclore a nivel mundial con distintos solistas y agrupaciones, que Guastavino destila para la voz con el piano, siempre exigente porque comparte el protagonismo en un tándem inseparable. Anhelo (texto de Domingo Zerpa), reposado, respirado, el piano siempre acertado, las Noches de Santa Fé (poesía de Isaac «Guiche» Aizenberg), verdadera delicia de canto a la tierra natal, donde la emoción se hace música en la voz de la soprano argentina con el impecable piano de su compatriota en rítmica conjunción santafesina, y después Mi viña de Chapanay (letra de León Bernarós), que mantienen los ritmos cercanos para muchos, como la cueca de Cuyo en la Mendoza tierra vinícola. La métrica tan rica de los textos que la música realza aún más, la sencillez formal con la carga emocional de Guastavino tanto para la voz, limpia en todo el registro, como para el piano rico en el acompañamiento. Geografía de sentimientos poéticos con los que la música interpretada por estas dos mujeres ahonda en cada estrofa, cadencia de esa lejana y tan cercana tierra.
Desde aquí, todo un descubrimiento de música argentina con distintos compositores. Primero Gilardo Gilardi (San Fernando, 25 mayo de 1889 – Buenos Aires, 16 enero 1963), enmarcado en la llamada «Generación del 80», que escribe su ciclo Trece canciones argentinas sobre textos de Leopoldo Lugones, los cortes 7 al 19 donde cada título ya indica la intención de esa feliz unión literaria y protagonismo compartido entre voz y piano, el «lied argentino» sin complejos, rebosante del sabor desde la tierra hermana. Quiero destacar el interesante el libreto con todas las letras, también traducidas al inglés, con la introducción de la profesora de la Universidad de Buenos Aires Silvina Luz Mansilla, poniéndonos al día con estos artistas que deberíamos conocer un poco a este lado del Atlántico, más siendo la música el mejor medio para ello. De Leopoldo Lugones escribe la docente que fue protagonista de la llamada época de «fervor patriótico por las conmemoraciones de la década de 1910», y los trece poemas proceden de su Romancero (1924). De nuevo los ritmos del altiplano, de Chile a Perú o Bolivia, que mi generación descubriese con los «míticos» Calchakis, Cafrune, Yupanqui, Quilapayún o Chalchaleros, junto a tantos emigrados a Europa (recuerdo igualmente a Inti-Illimani o Claudina y Alberto Gambino entre muchos más) durante aquellos duros años de dictaduras, con paradas en la Madre Patria estrenando democracia o en el París que siempre les acogió con los brazos abiertos. Vidalitas, zambas, chacareras… Gilardi y Lugones nos cuenta la profesora Mansilla que compartieron amistad, aficiones y paseos por el Botánico de la capital porteña. También la propia rítmica que las poesías contienen, Trece lieder estrenados a fines de los años 20 e inicios de los 30 (el quinto y el último) aunque todo el conjunto no se publicaría hasta finales de los 60, qe parece fue la causa de su escasa difusión, y que el dúo Cardoso-Quimey está llevando en sus conciertos. Agradecerles a ambas esta parte de recuperación del ciclo al completo, con títulos tan sugerentes y evocadores («Lied de…») como hermosos al interpretarse: I. Del pájaro y la muerte, piano como lienzo donde plasmar ese pájaro de la soprano; II. De la estrella marina, el Atlántico reposado a dúo; III. Del tesoro escondido y escucharlo para descubrirlo en un diálogo tan bien escrito como interpretado, pleno de ritmo y potencia; IV. Del amor verdadero, lirismo y delicadeza; V. De los ojos amados, remanso en cada frase, tesituras delicadas, dulce enamoramiento musical; X; VI. De las manos amigas al piano delicado vistiendo con perlas un canto que la soprano delinea con agudos limpios como la propia escritura; VII. Del viento y de la fuente, otro remanso para degustar el paralelismo entre voz y piano, fuente y viento cristalinos; VIII. De la boca florida, un ramillete grácil a dúo de reminiscencias goyescas emigradas a la tierra de los gauchos; IX. De la gracia triunfante que derrochan las intérpretes en este noveno «lied»; X. De la ciencia de amar y del buen hacer musical; XI. Del misterio gentil desvelado musicalmente tras una chopiniana introducción que con ritmo contagioso canta la soprano ya con el aire propio; XII. De la eterna ventura que supone esta penúltima canción del ciclo, y XIII. Del secreto dichoso convertido en música, pausada y sentida por este dúo. Hermoso color vocal de Soledad Cardoso con esa entonación suya de fraseos que realzan cada poema cantando música de su tierra con el piano compatriota y cómplice.
Del mismo Gilardi dos canciones más: la Danza irregular de la famosa Alfonsina Storni, la poetisa fallecida trágicamente en 1938 (cuyo final nos lo describió en 1969 el porteño Félix Luna y musicó a ritmo de zamba otro santafesino, Ariel Ramírez, cantándolo como nadie «La Negra» tucumana), más la Canción de cuna india, una vidala del noroeste argentino con letra de Ana Serrano Redonnet para reponerse del impulso previo, adormecer el ánimo manteniendo el espíritu intimista de este hermoso «arrorró».
Si el disco respira Santa Fé por todas partes, algo que se palpa en cada canción, estas últimas completan este acercamiento al recuperado maestro de San Fernando (provincia de Buenos Aires), que curiosamente firmaba sus partituras con RIP (no sólo que descansaran en paz sino su lema: Resistir, Insistir, Persistir).
El disco prosigue con la compositora Lía Cimaglia Espinosa (Buenos Aires, 30 de agosto 1906 – 1 de noviembre 1998), destacada pianista de quien Arthur Rubinstein dijo una vez que «(…) posee un verdadero temperamento de artista y de pianista; es decir, tiene el fuego sagrado que comunica al auditorio todas sus emociones musicales». Así se refleja en el acompañamiento de las dos composiciones: Balada (con texto de Susana Calandrelli), melodía vocal de largos fraseos bien resueltos y ese ropaje pianístico; después el Botoncito, poema infantil de Gabriela Mistral, un referente para los niños sudamericanos, de los hijos de tantos emigrados como las propias intérpretes, y como alguien escribió, «sólo apta para corazones sensibles». Soledad y Quimey nos acunan y llevan a la infancia con esta nana universal sintiendo y cantando a su tierra desde Cataluña, feliz punto de encuentro de estas dos artistas que parecían predestinadas para hacernos llegar estas melodías de su tierra.
Otros dos «descubrimientos» para quien suscribe: Emilio Antonio Dublanc (La Plata, 1911 – Buenos Aires, 1990), de la llamada «Generación del 39 en Argentina», con Tres canciones de Soledad (y textos de la gualeguaychuense Hortensia Margarita Raffo publicadas en 1950: Por eso, Mi sueño y ¿Por qué?, dedicadas a Brígida de López Buchardo, breves y profundas tanto en el canto como en un piano de graves rotundos con la última dejándonos un interrogante abierto que sólo se responde musicalmente.
Y por último el turinés, emigrado como tantos italianos a Argentina, Arturo Luzzatti (1875-1959), que trabajase en el Conservatorio Nacional y dirigiría la orquesta del Teatro Colón -que compuso el famoso «Himno a San Martín«-, cerrando el disco con Coplas (Rafael Jijena Sánchez), aires de Tucumán con paisajes de Catamarca en un compositor que bebió el folklore cual mate musical y el dúo Cardoso-Urquiaga nos dejan todo el sabor de su tierra en ese final por todo lo alto.
Mi gratitud por este documento sonoro que disfrutaré largamente, a ser posible en esa cercana lejanía argentina.






