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Mozart entre dos B

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Viernes 14 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Le Carnaval, abono 3: OSPA, François Leleux (oboe y director). Obras de Berlioz, Mozart y Brahms. A las 19:15 horas, Sala de conferencias nº 5 – 3ª planta: encuentro con François Leleux -moderado por Fernando Zorita.

Otro viernes donde elegir entre la ópera del Campoamor o el tercer de abono de la OSPA, así que Vivaldi me esperará en la tercera función pero este Mozart entre Berlioz y Brahms no se podía perder, y menos contando con  François Leleux (Croix, 1971) quien ya en el encuentro previo contagió su vitalidad y ganas de compartir tanta sabiduría, pues sin dejar nunca el oboe, al que casi nació pegado, la dirección le abría puertas a los grandes sinfonistas que no siempre escribieron para el instrumento que le acompaña toda la vida. Bromeaba antes del concierto con su ocupación del 80% en la dirección y «el otro 60% al oboe, matemática francesa», pues como esta vez, alternaba sus dos facetas.

El doctor Israel López Estelche en sus notas al programa presentaba el concierto como que «(…) traza un itinerario sonoro a través de tres formas de entender la orquesta: timbre, melodía y construcción; como una fuente de color inagotable, como conversación o discurso elegante y como creación arquitectónico-sonora, donde resuenan los ecos del pasado» y si le sumamos que a Leleux en sus muchos años desde el atril le han dirigido todas las grandes batutas, haciendo varias veces mención especial al gran Lorin Maazel, las obras elegidas dejarían claras tanto su concepción orquestal como su vitalidad contagiosa donde lo que busca es «compartir» tanto entre los músicos como con el público, con quien alcanzó la química que le llevó a saludar en múltiples ocasiones con ovaciones atronadores y algún que otro «bravo».

Con una OSPA cada vez más compacta sección a sección, hoy contando con Pablo Suárez como concertino invitado (esperando tener, algún día no muy lejano, cubierta esa plaza vacante desde «tiempo inmemorial», tras la jubilación de Sasha), elegir la obertura de El carnaval romano de Berlioz serviría para disfrutar de los tres elementos apuntados por el musicólogo y compositor cántabro que Leleux llevó «al pie de la letra»: el timbre sinfónico, que el compositor francés siempre trabajó como excelente orquestador (que la convierte «en un centelleante carnaval lleno de gran variedad de timbres, ritmos y melodías contrastantes, en un acto de deslumbrante imaginación sonora» como lo describe López Estelche), las melodías, que el director, como Maaazel, buscan fraseos más largos y completos, más una construcción, rica en colores tanto en el trazo como en el grosor, contando con la plantilla perfecta y bien equilibrada por la batuta de Monsieur Leleux.

Y para Mozart la plantilla se reduciría en efectivos pero no en la calidad y buen hacer por parte de todos. En el encuentro previo François Leleux nos comentó que entiende este concierto para oboe del genio de Salzburgo, compuesto con 21 años ya sin las obligaciones con Colloredo) como una ópera, y así interpretó los tres movimientos (I. Allegro aperto – II. Adagio non troppo – III. Rondo: Allegretto) con fiatos increíbles, fraseos «maazelianos», matices muy ricos, tímbricas alcanzando sonoridades de lo más variadas, y cada una de las cadencias virtuosísticas pero rebosantes de una musicalidad propia, con esos guiños humorísticos de Wolferl en feliz compenetración, entendimiento y concertación con una OSPA quasi camerística que le arropó y se plegó a todas sus indicaciones. Excelente interpretación de este concierto que el maestro francés habrá perdido la cuenta de las veces que lo ha tocado con las mejores orquestas, y la asturiana ya puede presumir de encontrarse entre ellas.

No podía faltar una propina donde seguir disfrutando de la magia del oboe, nada menos que Gluck y la «Danza de los espíritus benditos» del Orfeo y Euridice en esta versión que sustituye la flauta por la lengüeta doble de un instrumento rico no ya en sonido sino en emociones compartidas con una «cámara» de violines, cellos y contrabajo.

Hay sinfonías que deben escucharse al menos una vez cada temporada, pues son básicas en el repertorio orquestal sirven para poner a prueba la ductilidad y el magisterio desde el podio. La «Primera» de Brahms está entre mis preferidas (este verano en Granada quedé con sabor agridulce) y su último movimiento es la música que sirve de aviso al inicio de cada parte, para llamar al silencio previo, esta vez con toda la orquesta ya ubicada (el director francés es de los que arranca sin apenas respirar para avisar) sonriendo ante lo que ellos mismos interpretarían a continuación.

François Leleux también comentó, antes del concierto, de su largo aprendizaje que una de las claves para alcanzar una buena interpretación orquestal es «encontrar el tempo cómodo para todos», y doy fe que lo logró, pues la OSPA este segundo viernes de noviembre no solo mantuvo «el tipo» en todos los múltiples cambios que esta sinfonía del hamburgués tiene, sino que además disfrutó con los elegidos por el maestro francés. Así, el contraste del Un poco sostenuto – Allegro jugó con una primera parte profunda, lúgubre y mayestática antes del cambio brillante de la segunda, con balances muy logrados entre las secciones, sabiendo desde el podio qué hacer resaltar dentro de este legado beethoveniano de un Brahms que masticó esta primera casi 20 años antes de finalizarla. El Andante sostenuto mostró de nuevo los tres elementos (timbre sinfónico, melodías y construcción) con una cuerda homogénea junto a los vientos empastados y brillando en «sus» momentos. Un poco allegretto e grazioso resultó literal, el tempo ideal con ese toque optimista, rico en dinámicas, trompas sedosas, maderas «gustándose» (el maestro las felicitaría al final, especialmente a sus «colegas»), fraseos jugosos antes de esa «montaña rusa» que es el IV. Adagio – Più andante – Allegro non troppo, ma con brio. Los pizzicati de la cuerda sonaron poderosos en todos los matices y aires impuestos por el director francés, los timbales mandaron, los metales volvieron a ser broncíneos y las maderas brillaron como siempre. El juego de tiempos encajado a la perfección y las dinámicas amplias para engrandecer este gran final sinfónico.

Al contrario que en Granada, de donde retomo mis palabras, pero en sentido positivo, el juego de tempi funcionó precisamente por el buen encaje entre las secciones, las maderas no necesitaron «huir de la quema», los metales empastaron y prosiguieron con una sonoridad que suelo llamar «orgánica», los timbales mandando y la cuerda siempre con la homogeneidad tímbrica y una musicalidad, además de entrega, en parte por un director que supo contagiar su vitalidad para compartir tanta buena música. Mi querido Don Arturo Reverter hubiera dicho que esta vez sí hubo «sustancia».

PROGRAMA

HECTOR BERLIOZ (1803 – 1869)

Le carnaval romain: obertura

WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791)
Concierto para oboe en do mayor, K. 314

I. Allegro aperto – II. Adagio non troppo – III. Rondo: Allegretto

JOHANNES BRAHMS (1833 – 1897)

Sinfonía nº 1 en do menor, op. 68

I. Un poco sostenuto – Allegro
II. Andante sostenuto
III. Un poco allegretto e grazioso
IV. Adagio – Più andante – Allegro non troppo, ma con brio

P.D.: Crítica para LNE del domingo 16 de noviembre.

Las sombras luminosas de Rusia

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Viernes 15 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono VI Rachmaninov enamorado: OSPA, Nicolai Lugansky (piano), Thomas Dausgaard (director). Obras de Rachmaninoff y Tchaikowsky.

Al fin volvió el público al auditorio ovetense para disfrutar de la OSPA porque el programa era de los «impresindibles» que no deben faltar, y además con nuevas visitas de dos figuras mundiales, el pianista ruso Nicolai Lugansky (Moscú, 1972) que al fin podía quitarnos el mal sabor de boca que nos dejase en 2017 con «el cocinero», y retomar la buena senda de hace dos años con Perry So, más este viernes con el director sueco Thomas Dausgaard (Copenhague, 1963) que debutaba con nuestra orquesta asturiana pero al que ya le disfrutamos por partida doble en 2012 y 2016 al frente de la Orquesta de Cámara Sueca, como le recordé en el encuentro previo a las 19:15 y donde confesó tanto su pasión viajera, al ser habitual llegar con tiempo y marchar unos días después de sus compromisos para disfrutar de las ciudades, su gastronomía y paisajes, como la otra pasión musical que no solo transmitió a los presentes en la sala de cámara sino también en un concierto que dejó el pabellón ruso muy alto. Una suerte enorme para la OCRTVE que le tendrá de principal director invitado desde la próxima temporada, esperando repita alguna escapada a nuestro Principado.

Las obras rusas que tenían como nexo de unión el largo camino de la oscuridad a la luz con un tránsito emocional de los compositores y sus músicas, sería la tónica general en un programa para todos los públicos donde el directo siempre es único e irrepetible para todos, como también comentó Dausgaard antes del concierto, y lo dice un director con una amplia carrera discográfica. Pero un concierto en vivo es siempre distinto: para los intérpretes que lo sienten diferente de un día a otro, con las mismas o distintas batutas y solistas, por la acústica, por el propio público, nuevo y veterano cuya memoria y estado anímico hace percibir estas páginas desde todas las perspectivas, algo que que también se transmite al escenario para recorrer un camino común de sentimientos.

Nicolai Lugansky es sinónimo de elegancia desde el rigor, y el Concierto para piano nº 2 en do menor, op. 18 de Rachmaninov toda una muestra en uno de sus compositores de referencia, que como lo describe en las notas al programa Israel López Estelche es «el alma del romanticismo y la esencia de la escuela rusa». Sin arrebatos, con los tempi suficientemente templados para poder paladear tanta música en uno de los conciertos más populares de nuestra historia y por ello de los más complicados en enfrentarse a él, pero el pianista ruso lo afrontó ya desde su entrada con el aplomo, sonoridad y amplitud de matices que se necesitan. Si además tenemos al gran concertador que es Dausgaard y una OSPA que se crece no ya en estas obras, que también, sino cuando se les exige como hoy -de nuevo con el asturiano Aitor Hevia de concertino invitado mientras seguimos esperando titular-, el resultado final es de los que hacen historia propia.

El Moderato para degustar con un empaste ideal del piano y la cuerda aterciopelada, metales cálidos y maderas ensoñadoras, transiciones de aire bien entendidas y marcadas por Dausgaard con una gama dinámica siempre bien controlada desde la mano izquierda, permitiendo brillar el pianismo ruso de compositor e intérprete. El danés sonsacando los motivos de cada sección y la orquesta escuchando al solista para alcanzar el entendimiento y marcar con paso seguro este primer trayecto juntos, sin prisas. El «cinematográfico» Adagio sostenuto todo el muestrario de afectos musicales, Rachmninov en estado puro donde saborear esa orquestación tan propia y heredera de la tradición, el piano sosegado e íntimo contestado en el mismo plano por unas maderas que compitieron en pura musicalidad (flauta, clarinete, oboe…), de nuevo la cuerda sedosa, el encaje y balance perfecto en todos con los gestos mínimos pero suficientes del danés, carácter propio de los «latinos nórdicos» hecho música. Una maravilla ver y escuchar cómo la orquesta «preparaba» los solos del ruso con caídas exactas, transiciones en los cambios y rubati encajados con la exactitud requerida y la precisión desde el podio. Quedaba aún la grandiosidad del Allegro scherzando en otra montaña rusa de emociones y notas bien fraseadas, tejiendo un sonido cálido por parte de todos donde Lugansky brilló con luz propia e iluminó sin cegarnos con arpegios perlados, sonoridades poderosas y la madurez de los años que se notan en este repertorio, luchas bien entendidas entre orquesta y piano con Dausgaard templando y ajustando, pinceladas de los bronces, color en maderas, cuerdas equilibradas en número y sonido hasta ese final de los que levantan el ánimo y casi al público.

La propina no podía ser otra que de Rachmninov y su Paraprhasing Bach sobre la conocida Partita para violín nº 3 que Lugansky iluminó solo el primer movimiento (Preludio non allegro) casi celestial desde el virtuosismo del compatriota que como todos, tiene a Bach como padre de todas las músicas que sonó a Concerto.

Siempre comento que «no hay quinta mala» y la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 de Chaikovski corrobora mi chascarrillo porque tal vez sea de las más programadas cada temporada pero sirven para «testear» las orquestas que la interpretan, y la OSPA la transita a menudo aunque en este sexto de abono de la temporada 23-24 la calidad demostrada con Dausgaard al frente de esta Quinta pienso que quedará tanto en su memoria como en la de los aficionados. El maestro danés la dominó de principio a final, interiorizada y memorizada, de nuevo con su economía de medios con solo los gestos necesarios para hacerse entender, entretejiendo una sonoridad para la plantilla idónea (cuerda 14-12-10-8-6) permitiendo el balance ideal en dinámicas, el disfrutar de los primeros atriles y unos timbales nuevamente bien encajados, mandando sin «atronar». El primer movimiento (Andante-Allegro con anima) de inicio misterioso, sin prisa, subrayando la plácida oscuridad desde las maderas acunadas por la cuerda, antes de crecer con el alma al allegro que fue dando pinceladas en cada sección en los planos perfectos de cada motivo, preguntas y respuestas dibujadas con toda la gama de color hasta un final acelerando el pulso antes del conocido y popular segundo movimiento (Andante cantabile con alcuna licenza), el remanso necesario tras la tensión que no solo dejó el esperado solo de trompa bien cantado y contestado por el clarinete, también el saber «dejar hacer» del danés para saborear una OSPA hoy entregada al magisterio desde el podio sin sentimentalismos pero con la profundidad vital. Un impecable, elegante, luminoso y alegre tercer movimiento (Valse: Allegro moderato) que Dausgaard planteó desde unas cuidadas sonoridades y exposiciones, con los pasajes rápidos limpios en la cuerda y bien contrastados con el viento, para finalizar el trayecto de la oscuridad a la luz con ese Finale jugando con dos «tempi» (Andante maestoso – Allegro vivace), el tema del destino con violencia y esperanza, el eterno presente romántico hecho sinfonía para un abono de «enamorar con los rusos».

PROGRAMA:

S. Rachmaninov (1873-1943): Concierto para piano nº 2 en do menor, op. 18

I. Moderato – II. Adagio sostenuto – III. Allegro scherzando

P. I. Chaikovski (1840-1893): Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64

I. Andante – Allegro con anima

II. Andante cantabile con alcuna licenza

III. Valse: Allegro moderato

IV. Finale: Andante maestoso – Allegro vivace

La música en el Camino de los Derechos Humanos

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Jueves 1 de septiembre, 19:30 horas. Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo. Isabel Pérez Dobarro (piano), Devorah Sasha (cantante).
Se presentaba en la capital asturiana, Origen del Camino de Santiago, el Proyecto de la Fundación ISHR con sede en Miami, «»Ruta de los Derechos Humanos» en el Camino Primitivo» con la intención de escuchar a la pianista Isabel Pérez Dobarro y el estreno mundial de Perfect World, obra compuesta por el malogrado italovenezolano Pablo Manavello (Treviso 1950-Miami 2016) inspirado en los Derechos Humanos (DDHH) a cargo de la cantante caraqueña afincada en Miami Devorah Sasha (1957), pero ya se sabe que estos eventos donde confluyen muchos intereses y agradecimientos, ocupa más la parte protocolaria que la musical, siendo realmente el broche del acto que pese a todo resultó interesante aunque excesivamente largo.

Con algo de retraso sobre la hora prevista, se visionó un vídeo previo con Devorah Devo Sasha y Elizabeth Sánchez Vegas, hablando del camino primitivo y su experiencia, de los DDHH más necesarios que nunca en estos tiempos de guerras, su fundación International Solidarity for Human Rights (ISHR) de la que son directora y presidenta respectivamente, que como apuntarían antes de que sonase la música, un sueño que arrancaría en 2015 y al fin pudieron lograr este primero de septiembre siete años después.

Antes de la presentación y bienvenida a parte del equipo directivo y comentando la marca «Oviedo Origen del Camino«. No faltó al acto el mierense universal Padre Ángel, aplaudido por una sala llena, y que ayer celebraba los 60 años de su propia Fundación que arrancaría con el «otro Ángel», Silva, desde aquella Cruz de los Ángeles que no ha parado de sumar alas.
Hubo momento para recordar al rey asturiano Alfonso II El Casto, auténtico fundador de este camino a Santiago hace doce siglos y llegarían los discursos, primero Alfredo García Quintana, concejal de turismo del Ayuntamiento de Oviedo, ante la ausencia del alcalde Canteli, sumándose a esta presentación dando la bienvenida a los alcaldes y concejales, asturianos y gallegos por donde transcurre este Camino Primitivo, autoridades varias y las empresas implicadas además del público que llenó la sala de cámara. Nada menos que 30 placas de Eladio de Mora con cada uno de los DDHH en ese Camino y además en esta ciudad de melómanos la presentación mundial del Himno con su intérprete y después el piano de la pianista gallega Isabel Pérez Dobarro (Santiago de Compostela, 1992).
Continuaría Elizabeth Sánchez Vegas como presidenta de ISHR animando a todos a ser “voceros” de su proyecto y divulgación, a continuación el artista Eladio de Mora con los respectivos agradecimientos a la presidenta de ISHR y su granito de arena al proyecto inspirado en el propio camino, explicando los motivos en bronce de las treinta placas con una estrella, la concha de peregrino rodeando la leyenda «»Camino de los Derechos Humanos» donde figura cada uno de los 30 artículos en inglés y español.

Benjamin Alba Menéndez, empresario y peregrino, contaría sus experiencias junto a su esposa desde el Hotel Palacio de Merás en Tineo convertido en albergue de peregrinos y con la placa número 7 («Tengo derecho a ser igual ante la ley»).

Begoña Panea de la plataforma WhereIs celebrando los 10 años de su empresa y hoy logrando al fin esta presentación tras el parón de la pandemia con agradecimientos a todos los presentes y leyendo cada alcalde de los municipios por los que transcurre este peregrinaje dentro de la Asociación de Empresarios del Camino Primitivo.

No podía faltar la autoridad autonómica pertinente, esta vez José Antonio Garmón Fidalgo, director general de gobernanza pública, transparencia, participación ciudadana y agenda 2030 (menudo cargo) glosando el origen del camino, los DDHH, la declaración de la ONU o las dos placas en Oviedo.
Y tras cuarenta y cinco minutos al fin llegaría la esperada parte musical. Isabel Pérez Dobarro nos hablaría de lo interesante de este evento y del camino como compostelana y música, activista en el amplio sentido de la palabra, hablándonos con su soltura habitual, algo que siempre se agradece en EEUU y comentando el desarrollo musical de su programa del que habló en Harvard, de la conexión musical desde el Códice Calixtino y el público asistente a su conferencia en la prestigiosa universidad yanqui, tantas nacionalidades distintas que habían hecho precisamente ese camino, mostrando todo su apoyo a la iniciativa por lo que supone.
Su viaje musical internacional lo centraría como es habitual en su larga trayectoria concertística (estuvo hace once años en Gijón como alumna del asturiano José Ramón Méndez que la llevaría a los EEUU y el pasado año dando un concierto para su Filarmónica), recuperando a compositoras olvidadas tras indagar en ellas cual arqueóloga del piano. Un placer escuchar su selección que comenzaría con dos francesas poco conocidas: Mel Bonis (1858-1937), apoyada por César Franck en el Conservatorio de París y amiga de Debussy, con su Preludio op. 10, y Hélène de Montgeroult (1764-1836), de estilo clásico pero obras ambas de virtuosismo y fuerza, reflejo del lenguaje de la época en que vivieron y dignas de escucharse junto a los habituales caballeros, pues es hora de reivindicar el acallado talento femenino en la historia de la música.
La tercera compositora en «descubrir» nos pidió primero adivinarla, y tras escuchar ese «aire chopiniano» nos contaría quién fue la polaca María Szymanowska (1789-1831), casada con Josef Szymanowski, tras su Nocturno en si bemol mayor anterior al propio Chopin del que se considera su precursora, y que triunfaría en San Petersburgo como la primera pianista de la Corte Imperial Rusa donde moriría.
Otra francesa de «inspiración polaca» pero más cercana, la pequeña de la familia de Manuel GarcíaPauline Viardot de la que su Mazurca volvió a demostrar la calidad de esta cantante y compositora en la interpretación de Isabel Pérez Dobarro, una de las pocas triunfadoras en vida que está por fin siendo habitual en los programas, siendo la gallega su mejor embajadora en América.
Si este camino de derechos y arte, de música y meditación que une Asturias y Galicia, nada mejor que otras dos obras de nuestro tiempo, primero del cántabro afincado en nuestra tierra Israel Lopez Estelche y una de sus Plegarias al piano una verdadera exquisitez en las manos de la compostelana, para seguir con su paisana Carme Rodriguez, una página encargada a ella, Alalá das paisaxes verticais, maravillosamente interpretada por Isabel.
Para concluir una obra también actual del tinerfeño Juan Antonio Simarro, Cuatro acordes para expresarme, apostando tanto por las compositoras de antaño como por obras actuales, disfrutando y haciendo disfrutar con todas, y ya pasadas las nueve de la noche antes del esperado estreno.
El himno compuesto por el tristemente desaparecido Pablo Manavello, hoy en otra dimensión pero presente con su música, pregrabada pero con la voz en vivo de Devorah Sasha, cantada en inglés y el recitado en español, seis años para un sueño cumplido al fin, la defensa de los DDHH por esta venezolana comprometida y el himno Perfect World, la voz sentida con una música muy del gusto estadounidense.
Y el colofón sorpresa del ovetense coro femenino astur-venezolano de la Asociación Sociocultural AVAO dirigido por Daniel Josué Lugo Añaez, cantando nuestro himno asturiano con el público en pie. Me hubiese gustado más música y menos discurso pero el evento así estaba programado.

Bromas muy serias

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Viernes 13 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono X «Absolute Quiroga» OSPA, Cuarteto Quiroga, Carlos Miguel Prieto (director). Obras de John Adams y Aaron Copland.

Lástima que de nuevo hubiese poco público para este décimo de abono de nuestra orquesta porque el programa no era broma. Ya en la conferencia previa «The American way: más que vaqueros y luces de neón» el doctor y compositor Israel López Estelche (autor de las notas al programa enlazadas arriba en obras y que hoy volvieron al papel), nos prepararía para un concierto «Born in the USA» (como diría The Boss Springsteen), si realmente podemos hablar de una música estadounidense con detractores y defensores cuando realmente es un mestizaje total («hibridación» lo llamó el musicólogo cántabro) donde la herencia europea no es única. Y para la ocasión dos ejemplos de lo que podríamos llamar las dos tendencias que al menos los yanquis no tienen complejos en presumir de todas.
Uno de los compositores más interesantes del actual panorama sinfónico es John Adams (1947) con su Absolute Jest (2011 / rev. 2012) por lo que supone de grandiosidad en fondo y forma, «broma absoluta» verdaderamente seria y tomando el origen latino de «gesta» más que el italiano de scherzo, pues aúna su devoción por Beethoven con su genialidad en un estilo personal que impresiona porque sus referentes los reconocemos desde el primer compás. Como él mismo ha escrito, «No hay nada particularmente nuevo en que un compositor interiorice la música de otro y ‘la haga suya’. Los compositores se sienten atraídos por la música de otro hasta el punto de querer vivir en ella, y eso puede suceder en una variedad de modas«. Con el Cuarteto Quiroga de solista, en estos días Atte Kilpeläinen sustituye en la viola a Josep Puchades (que espera su próxima paternidad), «absolutos» más Carlos Miguel Prieto al mando, pudimos disfrutar de esta auténtica locura orquestal donde en la batidora sonarían dialogando en perfecto entendimiento el Scherzo de la Novena beethoveniana junto a sus últimos cuartetos, y todo encajado con la visión actual que el compositor imprime a cada sección y solistas, impulso vital muy americano con una instrumentación impactante que no oculta las ideas claras de Adams.
El director de origen asturiano que regresaba al podio de la OSPA tras la pandemia, conoce de primera mano tanto el sustrato como el espíritu de fondo (y por supuesto la capacidad de la orquesta asturiana), exprimiendo la partitura hasta límites insospechables con unos Quiroga igualmente maestros en lo camerístico y excelentes solistas (ahí está el asturiano Aitor Hevia) en una página donde brillar con el diálogo orquestal.
Tras la vorágine de Adams, el mejor regalo y tributo sería el Lento assai, cantante e tranquilo del Cuarteto op. 135  de Beethoven presentado por Cibrán Sierra y recordando a la hoy fallecida Teresa Berganza, a quien se dedicó todo el concierto, la quintaesencia del cuarteto de cuerda por estos músicos enormes, actuales y universales como la propia música.
Si hay un referente dentro de los llamados compositores clásicos estadounidenses, ese es el neoyorkino de Broadway Aaron Copland (1900-1999), por su formación, origen y evolución hacia lo que López Estelche nos explicó de la «Sonoridad Americana», reunificando todas las influencias no solo europeas en un lenguaje propio, unido al sentido patriótico del War effort que tiene sobre todo la Sinfonía nº 3 (1946) tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. El maestro Prieto quiso recordar antes de comenzarla a tantos músicos que en estos tiempos difíciles no pueden volver a tocar y la esperanza en que la música no nos falte.
Plantilla generosas para una sinfonía patriótica que incluye mucho más desarrollada u propia Fanfare for the Common Man en el último de los movimientos (I Molto moderato – with simple expression; II Allegro molto; III Andantino quasi allegretto; IV Molto deliberato). El maestro Prieto manejó a la perfección cada una de las secciones de la OSPA que brillaron con luz propia por los intrincados cambios de compás, tiempo o textura, disfrutando de unos metales poderosos, una madera de ensueño, una cuerda (hoy de concertino invitada la holandesa Fredericke Saeijs) bien equilibrada y compacta, una percusión más allá de lo rítmico, sin olvidarme del arpa, el piano o la celesta generando unas sonoridades únicas con el sello americano de Copland.
Revalorizar la forma sinfonía en su tiempo suponía encuadrarle en los llamados «neoclásicos» pero el longevo maestro por encargo de Koussevitzky, que dirigiría su estreno el 18 de octubre de 1946 con la Orquesta Sinfónica de Boston, no tuvo complejos y nos dejó esta tercera brillante, casi un ballet o banda sonora de la victoria aliada con toda la grandiosidad orquestal de final patriótico.
Saber fusionar estilos dotándoles de identidad propia es el gran logro de Copland, y toda su herencia la transmitió la OSPA con Prieto, las ideas musicales del compositor y los intérpretes en una versión reluciente, triunfante y optimista. El público aplaudió largamente a todos, con bromas y guiños del maestro astur-mexicano que se llevó de la mano a Marta Menghini dando por finalizado un concierto de los que dejan huella en nuestra herencia «Made in USA», colonización de vuelta también con la mal llamada música clásica. Sólo hay dos MÚSICAS (la que gusta y la que no).

Disfrutar la madurez

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Sábado 10 de abril, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Dmytro Choni (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías (director). Obras de López Estelche, Rachmaninov y Brahms. Entrada butaca: 12 €.

Alcanzar la madurez supone disfrutar del tiempo vivido con todo lo que ello conlleva de aprendizaje, errores y aciertos, frustraciones y alegrías. Oviedo Filarmonía es ya una formación con el gran acierto en la elección como titular de Lucas Macías, pues no solo ha crecido desde la diversidad y versatilidad a lo largo de estos años sino que ha encontrado ese momento dulce capaz de afrontar sin complejos, con solvencia y entrega, desde una sonoridad propia, los grandes repertorios sinfónicos que no por muchas veces escuchados se hacen menos necesarios.

Si algo ha caracterizado a la formación ovetense sin duda es la amplitud de estilos que le confieren una ductilidad sonora difícil en otras orquestas. Y apostando por la nueva creación el «Proyecto Beethoven» ha reunido estrenos de cinco compositores que tienen una especial vinculación asturiana con la orquesta, siendo este sábado el turno de Israel López Estelche (Santoña, 1983) y sus Tres danzas donde la original «excusa» del supuesto origen español de la abuela del sordo genial, le sirve para construir un tríptico verdaderamente novedoso de ritmos con aires hispanos de inspiración universal, orquestación rica e impecable además de buena prueba de fuego para la Oviedo Filarmonía con Rolanda Ginkute de concertino y Lucas Macías de nuevo al frente, tres danzas evocadoras de lenguajes propios y heredados de sus maestros, armonías francesas del cambio de siglo mezcladas con aires de Falla en la última, música cercana y exportable, actual y eterna por lo bien «armada» y escrita que está la estrenada obra de un compositor cántabro ya maduro en su formación, trayectoria y lenguaje, tres piezas bien defendidas por los intérpretes, recibiendo todos ellos sobre el escenario los merecidos aplausos de un público que sigue llenando el reducido aforo del auditorio en estos tiempos convulsos, ávido de música con tanta calidad como esta inicial en un sábado lluvioso donde la luz la pone siempre la cultura segura y estos conciertos.

Tenía ganas de escuchar en vivo al ucraniano Dmytro Choni (1993), ganador del Primer Premio y la Medalla de Oro en el XIX Concurso Internacional de Piano de Santander «Paloma O’Shea» del año 2018 que me impactó en aquel momento con su Prokofiev retransmitido por RTVE, esta vez nada menos que con el segundo de Rachmaninov. Obra exigente para todo solista, pero aún más de concertar por los rubati intrínsecos de sus tres movimientos, los cambios de agógica constantes y la cantidad de detalles escondidos que Macías supo sacar a flote, incluso salir airoso en el siempre delicado momento donde se pierda el solista. Choni tiene ya suficiente madurez, a pesar de su apariencia adolescente, para mandar en este concierto, pero el ropaje de la orquesta fue sobresaliente, dinámicas amplias siempre ajustadas al volumen del piano solista, encajes perfectos, sonoridad rotunda muy trabajada e intervenciones de los primeros atriles dignas de mención todas ellas, alternando violas y cellos en su posición para una trabajadísima sonoridad.  Pulsación rica la del ucraniano, detalles en una obra muy estudiada a pesar de la «laguna» que no empañó un resultado global más que digno. Sonido contundente y delicadeza cuando fueron precisas en esta página siempre emocionante además de popular gracias a su utilización en tantas películas y muy presente en las programaciones de nuestras orquestas, desde ahora también en la ovetense.

Para demostrar su reconocido virtuosismo al piano, una propina de cara a la galería como es la Soirée de Vienne op. 56 del checo Alfred Grünfeld (1852-1924),  la (re)interpretación con variaciones sobre el conocido «murciélago» straussiano que todos los grandes del piano suelen incorporar a su repertorio y Choni se suma a estos fuegos artificiales bien interpretados además de sentidos.

Y no defraudó Choni con la segunda propina de Rachmaninov, Daisies, op. 38 nº3, de la Seis Romanzas del ruso, con hondura sin artificios para despedirse de unos aficionados que conocemos bien este repertorio.

Lucas Macías Navarro volvió a demostrar su excelente trabajo, la interiorización de cada obra y su exigencia para con la orquesta en la Sinfonía n.º 4 en mi menor, op. 98 de Brahms, rica de principio a fin, detallista, preciso y claro, arranque del Allegro non troppo vivo manteniendo la tersura y textura orquestal, dibujando las líneas con delicadeza, realzando los graves hoy contundentes, sujetando los metales sin oscurecer el conjunto, disfrutando de una madera empastada, con unos fraseos bellísimos. El Andante moderato reafirmó la búsqueda de un sonido limpio, precisión de ataques, ritmo decidido. Contundente Allegro giocoso – Poco meno presto sujetando el tempo para una formación tersa y entregada que remataría en un Allegro energico e pasionato, Più allegro convincente, maduro, carnoso, reposado, matizado y entregado, con una madera destacable tanto en la flauta como en el clarinete, brillando a gran altura todos.

Un lujo comprobar la buena línea que afronta el onubense al frente de la orquesta ovetense que siguen creciendo juntos, disfrutando de esta madurez deseada.

Regresos esperados

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Viernes 21 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Reflejos II», abono VII OSPANing Feng (violín), Carlos Miguel Prieto (director). Obras de Revueltas, GoldmarkElgar.

Varios regresos esperados para el séptimo de abono de nuestra OSPA: Israel López Estelche (compositor y autor de las notas al programa, enlazadas en los compositores) con una conferencia previa siempre interesante y casi de obligada asistencia para comprender mejor lo que vendrá a continuación, sin olvidarse «fuera de programa» de la asturiana emigrada a México Maria Teresa Prieto (1896-1982), muy ligada a este concierto; el violinista Ning Feng (un virtuoso que nos ha dejado un CD con la OSPA para recordar y volver a disfrutar) con el concierto de Goldmark (que como todos los de la orquesta grabó RNE), verdadero triunfador del programa; el director mexicano de ascendencia asturiana Carlos Miguel Prieto (siempre bien recibido) hoy con parte de su familia entre el público, rememorando sus orígenes y donde se encontraba su padre el chelista Carlos Prieto, (sobrino y depositario de la obra de Mª Teresa Prieto) que departió amigablemente con el presidente de la Sociedad Filarmónica Ovetense Jaime A. Buylla y señora al final del concierto, más una obra de Elgar que siempre funciona con la formación asturiana (y para quien la orquesta trajo refuerzos del CONSMUPA, en la buena dirección de ayudar a completar la formación de estos músicos jóvenes, algunos de ellos entrevistados en OSPATV) para su Sinfonía nº 1 en la bemol mayor, op. 55.

Para comenzar nada mejor que el compositor mexicano Silvestre Revueltas (1899-1940) y su poema sinfónico Janitzio (1933), «una pieza tradicional que lleva el nombre una isla en un lago en México» como bien recordaba en El Comercio el maestro Prieto (Ciudad de México, 1965) así como en la entrevista para el canal de YouTube© que cada programa presenta Fernando Zorita. Música de su tierra estrenada por la orquesta de la que es titular en una página que evoca precisamente la vuelta a la tierra, reflejos como el título del séptimo de abono. Colorido instrumental, ritmos autóctonos y la sublimación de lo popular en lo sinfónico bien entendido por un director que transmite seguridad a los músicos, con la pareja de oboes evocando las trompetas del mariachi, la percusión dando las pinceladas necesarias para este fresco orquestal donde lo ternario invita al baile, y una cuerda comandada esta vez por el concertino Michael Brooks, todos plenamente integrados con unas melodías que sentimos cercanas.

López Estelche nos hablaba en la conferencia previa de compositores «independientes y solitarios», incluso autodevorados por su propio estilo siendo reconocidos por pocas obras, caso del húngaro Karl Goldmark (1830-1915) con su ópera La Reina de Saba (1875) o el Concierto para violín en la menor, op. 28 que contó con el increíble Ning Feng, siempre bien arropado desde el podio en un derroche de música, técnica al servicio de la partitura desde una modestia que no impide apreciar su grandeza como violinista. Pese a lo denso del concierto por ese estilo propio de Goldmark donde las melodías son eternas y la orquestación su punto fuerte, el virtuoso chino mantuvo la tensión y el diálogo en los tres movimientos que fueron creciendo en intensidad y entrega desde el Allegro moderato contenido y saltarín, lirismo contrapuesto a una orquesta perfectamente balanceada que permitió una amplísima gama de matices enriqueciendo un timbre aterciopelado, unos ornamentos claros y diálogos precisos donde toda la cuerda se mostró incisiva. El Air: Andante resultó conmovedor por unos pianissimi impecables, una cadenza de cortar la respiración y el sonido del violín emocionante, presente, cálido, «in crescendo» de sentimientos antes de afrontar un Moderato-Allegro que pondría la guinda del buen entendimiento, ideal el unísono con el clarinete, ensamblaje perfecto en los cambios de aire, paleta de dinámicas en solista y orquesta, vibrante entrega para un concierto que recuerda los de Mendelssohn o Brahms pero con la paleta de un solitario como Goldmark sin etiquetas ni «hogar estético«.

El público premió con una fuerte ovación que Ning Feng nos agradeció primero con el Andante BWV 1003 de Bach íntimo, nuevamente modesto e interiorizado, casi religioso, y después un entregado Paganini explosivo, el Capricho 24 mágico, endemoniado y de otra galaxia por un despliegue técnico epatante capaz de escuchar dos violines en uno.

Todavía saldría a saludar más veces antes del Der Erlkonig (Schubert) que pareció dejar en otra galaxia a un violinista cercano, valiente, virtuoso volviendo sin el instrumento al que el ayudante de concertino ofrecía el suyo (foto superior) ante la enésima salida para saludar a un respetable entusiasmado por el derroche del chino, nuevamente triunfador en Oviedo.

Y sumándose como uno más a los últimos atriles de los violines primeros, más el refuerzo joven de los trece alumnos en prácticas extracurriculares, llegaría la impresionante Sinfonía nº 1 en la bemol mayor, op. 55 de Sir Edward Elgar (1857-1934) donde Carlos Miguel Prieto extrajo lo mejor de una orquesta majestuosa con casi cien efectivos, capaces de unos piani imperceptibles y unos forti nunca exagerados pero sumando calidades en todas las secciones para una plantilla siempre deseada.

Música con la firma solemne y elegante del británico, la melodía infinita que aparece delineada por una orquestación plena y variada, exigente en cada familia, trombones y tuba compitiendo con trompetas y trompas por dotar de grandeza unos pasajes sustentados por cuerda y madera en equilibrio inestable cercano al éxtasis sonoro del primer movimiento (Andante. Nobilmente e semplice – Allegro) con esa «simplicidad» tan del Elgar de Nimrod (Variaciones «Enigma»).

El maestro mexicano fue destacando las texturas sin perder de vista el lirismo, en el Allegro molto auténtica filigrana, empuje vital donde bordó un tapiz lleno de contrastes, hilo de oro en el viento metal, plata en la madera y terciopelo en la cuerda que al fin tuvo los graves deseados, y en el siguiente Adagio remanso melódico sin necesidad de batuta, cantando evocadores paisajes ingleses de un romanticismo que se negaba a abandonar la escritura sinfónica. El último Lento – Allegro “simple en intención, noble y elevado”, sublime transición de sonoridades oscuras antes de la luz nunca cegadora de una brillante sinfonía que redondearía este séptimo de abono la mejor y deseada OSPA en busca de director. Carlos Miguel Prieto se sintió en casa.

Reiniciando conciertos

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Viernes 18 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Mensajes ocultos», abono 4 OSPA, Adolfo Gutiérrez Arenas (cello), Rossen Milanov (director). Obras de Ravel, López Estelche y Elgar. Entrada último minuto: 16,15 €.

Nada mejor que poner el contador a cero y reiniciar mi año 2019 de conciertos saldando una deuda pendiente desde junio pasado como el estreno del Concierto para violonchelo (2017) de Israel López Estelche, aún mejor pudiendo escuchar al propio compositor en la conferencia previa contarnos en primera persona sus fuentes de inspiración, su formación, su honestidad, su búsqueda de un lenguaje propio, su proceso compositivo teniendo siempre en mente el destinatario del mismo, Adolfo G. Arenas, y añadiendo unas notas al programa del propio cántabro, enlazadas arriba en los compositores (con humor confesaría dejar de ser un joven compositor al pasar la barrera de los 35 años) completando un crucero cantábrico que bien podía partir de San Juan de Luz, recalar en Santoña y finalizar en Plymouth.

Tras un minuto de silencio en memoria del recientemente fallecido Vicente Álvarez «Tini» Areces, quien fuese alcalde de Gijón, presidente del Principado y senador por Asturias, a quien se le dedicó el concierto (también el día anterior en Gijón) tuvo desigual respuesta entre el público (sentados o en pie y aplausos finales), comenzando esta singladura del «crucero OSPA» capitaneado por Milanov en su última temporada que se organizaba a la forma tradicional, situando el concierto con solista en medio de las obras sinfónicas, música para disfrutar de una plantilla ideal (Elena Rey concertino invitada en este de abono, tras la jubilación de mi querido Vasiliev) con un repertorio donde el búlgaro se mueve cómodo aunque su estilo siga siendo peculiar, mejor cerrar los ojos y dejar que todo fluya.
Así comenzaba la velada con esos «cuentos sinfónicos» de Perrault que Ravel originalmente compuso para dos pianosMa mère l’Oye, una suite de 1911 con una instrumentación brillante del vascofrancés que permitió lucirse a una orquesta siempre poderosa y sedosa a la que le faltó precisión en el podio para encajar sobre todo los cuentos rápidos con una percusión que no pudo mandar como hubiese deseado, pero con momentos mágicos como Laideronnette, impératrice des pagodes. El cuento está perfectamente ilustrado, colorido pero donde el narrador no pareció convencer a este niño por la falta de la inflexión de voz necesaria, un verdadero actor que haga creíble el relato. Salvando las distancias me hubiese encantado escucharlo por Fernando Rey.

El Concierto para violonchelo de Israel López Estelche es un encargo de la SGAE y AEOS a través de la OSPA financiado con la Beca Leonardo de la Fundación BBVA y supone palabras mayores en el amplio catálogo del compositor cántabro, tanto por su duración (más de treinta y tres minutos) como por el despliegue instrumental siempre mimando a un instrumento tan lírico como el violonchelo que en las manos de Adolfo Gutiérrez Arenas realmente cantó con un lenguaje ya plenamente propio de López Estelche. Su estilo sigue joven pero alcanzando una madurez fruto de un trabajo incansable, conocimiento orquestal en todas las secciones y una técnica compositiva que permitía escuchar los elementos brindados por el solista a las distintas familias para armar un concierto de tres movimientos sin pausa plenamente identificables tras las «pautas» dadas en la conferencia. En palabras de un amigo común «dominio del trabajo motívico, de la orquestación, del lenguaje del violoncello… qué capacidad para conectar con el público sin renunciar a un estilo propio«.
La riqueza tímbrica es tal que de la percusión saca colores únicos al utilizar el arco en las láminas además de los platillos, varios gongs, celesta, las dinámicas siempre en su punto para mantener el protagonismo del cello, el lirismo que ya disfrutase en Victoria’s Secret con la OFil aún se vuelve mayor en una música sin palabras que utilizando todos los recursos del violonchelo es capaz de hacernos vibrar con la cuarta cuerda o hilvanar unos agudos unidos a los primeros violines en perfecta e inapreciable melodía que va creciendo según van sirviéndose los elementos para conformar toda la trama. La cadenza antes del último «movimiento» nos regaló el mejor Gutiérrez Arenas, el camerístico que mima el sonido del Francesco Ruggieri (1673) que lo deja flotar en el ambiente saboreando armónicos para coronar una primera parte volcado en esta obra exigente hecha a medida, y a la que solo faltó una propina, porque el público obligó a saludar a solista y compositor varias veces tras un estreno (el absoluto fue el día anterior en el Jovellanos gijonés) que tiene por delante muchas más alegrías y la AEOS supongo programará en sus orquestas. Al menos quedó registrado para Radio Clásica y podremos repetir la escucha.

Las Variaciones «Enigma», op. 36 (Elgar) sería la última escala británica de este crucero del viernes, los catorce números donde emerge siempre impresionante el noveno, ese Adagio «Nimrod» que nuestra OSPA elevó al paraíso sonoro con la cuerda aterciopelada que mantiene las calidades de siempre. Unas variaciones con distintas emociones que han demostrado que para el titular el compositor inglés es uno de sus compositores preferidos, desvelándome el «enigma» que tuve estos años siguiéndole: la batuta nunca firme ni clara resultó cual cucharón de madera removiendo el guiso, aunque haya tenido platos pasados de cocción y otros crudos. Por lo menos el menú de «mi despedida búlgara» lo sirvió en su punto, equilibrado, disfrutando de unas dinámicas delicadas y mimando la obra en su totalidad, aunque no sea de «estrella Michelín«.

La próxima semana será femenino singular con la soprano tarraconense Marta Mathéu y el regreso de la polaca Marzena Diakun en la dirección con «Canciones eternas» y conferencia previa de María Sanhuesa (Confesiones a cinco). Intentaré escaparme y contarlo desde aquí.

Flores de Pascua musicales

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Jueves 13 de diciembre, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Isabel Villanueva (viola), Oviedo Filarmonia, Yaron Traub (director). Obras de I. López Estelche, W. Walton y Beethoven.

En la temporada del 20 aniversario de la OFil, pasamos en dos semanas de los «Buenos modales» anteriores a unas «Flores de Pascua«, ambas con Marina Gurdzhiya de concertino, que anuncian la Navidad, tanto en la decoración del frontal escénico como por un programa que sigue organizándose como hace doscientos años y que podría haberse invertido cronológicamente comenzando con la sinfonía, seguir con el concierto solista y terminar con el estreno, aunque por las fechas debo reconocer que «La séptima» del sordo de Bonn es mejor que un villancico e incluso eleva los ánimos de todos, público e intérpretes.

Dicho lo anterior, el estreno absoluto de Victoria’s secret for orchestra del compositor de Santoña Israel López Estelche (1983) podría haber sido el remate a este concierto casi navideño porque es un regalo seguir componiendo y además inspirado en nuestro gran Tomás Luis de Victoria. El toque humorístico no falta ni en el título, que induce a pensar en lencería y ángeles más que en el genio abulense de nuestro Siglo de Oro musical. En las notas al programa el doctor Julio R. Ogas explica la génesis de esta obra «los motetes policorales de Tomás Luis de Victoria «Magnificat Primi Toni» y «Regina Caeli Laeteram» constituyen “la huella de una escritura anterior” sobre la que se plasma la nueva composición, como si de un palimpsesto se tratara«, dividiendo en dos la orquesta jugando con la ubicación del viento y los metales no solo buscando sonoridades organísticas sino todo un mundo tímbrico inspirado en el mundo renacentista y tridentino de Victoria. Porque las melodías de las que parte Israel son modales y los ritmos puramente medievales y no el tactus para una orquesta actual (muy interesante el colorido de la marimba o el arpa) que plantea al oyente unas texturas verdaderamente originales.

Hubo que aparcar el estreno del concierto de cello con la OSPA y Adolfo G. Arenas que espero se retome en el año que comienza, pero López Estelche sigue trabajando duro y asentándose con unas ideas propias plenamente exportables a más formaciones orquestales siempre que los directores también quieran implicarse. La OFil con el maestro Traub fueron el instrumento perfecto de este «secreto de Victoria» triunfante que obligó al compositor afincado en nuestra tierra a subir dos veces para recoger el aplauso de un público que ocupó tres cuartas partes del Auditorio, más que otras «titulares» del recinto.

Con ganas de volver a escuchar a la violista Isabel Villanueva y el hermoso Concierto para viola y orquesta de Walton no defraudó en ninguno de los tres movimientos, contando con un excelente concertador en el maestro israelí de gesto claro, preciso, aunque por momentos la sonoridad de la viola quedara «tapada» por una orquesta más cómoda que hace diez días. El color de este instrumento en manos de la virtuosa pamplonica es indescriptible, menos hiriente que el violín y cual chelo agudo en un registro diría que de mezzosoprano cual voz natural femenina, y así hace sonar la viola Villanueva desde el Andante comodo solo de indicación, contrastes constantes casi preparando el movimiento central impactante del Vivo, con moto preciso, un verdadero lujo ver y escuchar esa viola sobrevolando la masa orquestal en momentos precisos y fundida con ella en los otros, con un Traub atento a todo antes del último Allegro moderato. Belleza inglesa este concierto casi de banda sonora donde las imágenes podemos añadirlas nosotros o simplemente dejarse embriagar por la belleza que recoge.

Un verdadero regalo la versión de la Nana de Falla intimista, sin toses y cortando el aire de la sala desde esa voz de mezzo que suena con la viola de Isabel Villanueva, sola ante la inmensidad y arrullando una tarde que resultó florida musicalmente.

Al finalizar el concierto discrepaba con un amigo de siempre sobre la Sinfonía nº 7 en la mayor, op. 92 (Beethoven) y mi apreciación quiero ceñirla a la plantilla con la que se cuenta, perfecta para todo este programa de Santa Lucía, buscando Yaron Traub un color homogéneo sin estridencias, jugando con las dinámicas hasta un nivel comedido y contenido pese a ser Beethoven, optando más por Ingres que por Delacroix, dos visiones coetáneas desde el neoclasicismo hasta el romanticismo, tonos apastelados huyendo de fuertes contrastes y eligiendo los tempi perfectos al ser conocedor de los posibilidades de esta orquesta ovetense similar a la bilbaína que tan bien trabaja.

Cada uno de los cuatro movimientos dieron el aire indicado literalmente, las dinámicas escritas sin pasarse al fortissimi los metales, pudiendo escuchar cada línea melódica limpia al retener velocidades y volúmenes. Elegancia desde la contención, como las flores de Pascua, rojo presente sin fuego, ornamento ideal para un maestro veterano que conoce el material humano y musical antes de subirse al podio, dejando fluir la música y lucirse en obras como esta sinfonía a la que Mocedades también se atrevió a ponerles letra y arreglar (?) para llegar a todos los públicos. Esta vez no hizo falta semejante osadía y «la séptima de Beethoven» volvió a triunfar dignamente.


Aprovecho desde aquí para desear a todos mi lectores unas muy
Felices Fiestas

Cardiopatías musicales

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Viernes 2 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Rusia Esencial IV», abono 14 OSPA, Nicolai Lugansky (piano), Rossen Milanov (director). Obras de Jesús Torres, Beethoven y Shostakovich.

Han tenido que pasar las horas y alcanzar cierto reposo para escribir estas líneas, tal fue la desazón al finalizar el decimocuarto concierto de abono de nuestra OSPA tras su paso por Gijón el jueves. Esperanzado por un programa que conocía, con unas excelentes notas de Israel López Estelche (enlazadas al inicio en cada compositor) y la presencia de uno de los grandes pianistas del momento (entrevistado en OSPATV) acudí con toda mi buena voluntad a disfrutar, pero la alegría se tornó indignación y malestar total a medida que avanzaba la velada, cual cardiopatía que se vuelve congénita y unas arritmias realmente preocupantes. De haber llegado a casa y ponerme delante del ordenador la sensación aún hubiese sido peor, por lo que la opción de posar y reposar, sin repasar (porque sigo volcando mis opiniones de un tirón) creo que dará por lo menos algo más de contención a mis palabras.

Esta temporada hemos tenido a Jesús Torres (1965) como compositor invitado residente en la OSPA, lo que nos ha permitido conocer parte de su producción de primera mano, desde la música para el Fausto en Gijón el mes de diciembre o el Concierto para violín en enero hasta estas Tres pinturas velazqueñas (2015) de este viernes, obra ganadora del 8º concurso AEOSFundación BBVA que supone programarla en todas las orquestas que conforman dicha asociación a lo largo de estos meses, estrenada el pasado octubre dentro del Ciclo Ibermúsica en el Auditorio Nacional por la Orquesta de Cadaqués con Vasily Petrenko, pudiendo escucharse por la Orquesta de RTVE con José Luis Temes en la web del ente público (a partir del minuto 51), lo que me dio una idea de esta obra llena de color orquestal escrita con la maestría del zaragozano para poder recrearse con la plantilla ideal (2-2-2-2 / 2-2 / percusión / timbales /arpa /12-10-8-6-4) de la OSPA y su titular de nuevo al frente.

Como una banda sonora llena de «elegancia y contención» de un cuarto de hora para tres cuadros maestros del sevillano, Torres traza ambientes difuminados por la cuerda para la «londinense» La Venus del espejo con pinceladas de oboe, gotas luminosas del xilófono, reflejos con sordinas de trompetas y verdadera autocontemplación de la belleza donde no falta pasión y autocrítica desde las dinámicas. El resultado con Milanov a la batuta fue un esbozo, faltó equilibrio y balance, poniendo el foco de atención más en el marco y oropeles del espejo que en la visión de conjunto, ni siquiera el angelote puso la nota pueril. Cristo Crucificado son claroscuros barrocos arrancados en pianísimo por contrabajos y chelos, la dolorosa calma rota por cielos grises que se abren mediante texturas metálicas y protagonismo subyugante de la percusión, pero de nuevo surgió el trazo grueso en vez de la limpieza colorida, como fijarse en una espina de la corona o el clavo del pie en vez de alejarnos para gozar de la luminosidad central contrastando brutalmente blanco y sangre fluida en la cuerda con el arpa, sutil como pocas en nuestro panorama sinfónico. Tras el dolor llegaría esperado El triunfo de Baco, popularmente conocido como «Los borrachos«, la orgía a través del ritmo que va modificando y trastocando un ostinato que me recordó Asturias de Albéniz, con orquestación explosiva buscando registros extremos, bien escuchados e interpretados por los músicos, aunque el carácter irreverente del cuadro entendido por Torres pareció más una melopea sin pulsión, una visión miope y desenfocada e incluso un desconocimiento de la propia inspiración de esta música por parte del responsable de transmitir todo el contenido. Si el búlgaro parecía dominar la música de nuestro tiempo, su versión quedó en vulgar.

Los despropósitos en la concertación por parte de Milanov vienen de atrás, pero el Concierto para piano nº 5 en mi bemol mayor, op. 73 «Emperador» (Beethoven) con un solista como el ruso Nicolai Lugansky (Moscú, 1972) no podía salir mal y se cumplió una de las Leyes de Murphy. Estoy convencido que esta joya suena sola solamente con escucharse unos a otros, latir todos al mismo compás de una música que fluye de forma natural, pero ya el segundo acorde orquestal presagiaba el desastre. Sin entrar en la gestualidad incomprensible pese al tiempo que vengo observando al cocinero búlgaro que nunca coincide con lo escuchado, dar la entrada al solista resultó más en la idea del Baco anterior que en intentar mantener una pulsación uniforme entre piano y orquesta. El Allegro sonó a trompicones, como un piloto novato que no sabe reducir en una cuesta pronunciada, pues el motor está en perfecto estado demostrado y a punto a estas alturas de la temporada. Tampoco comprendo unos fraseos cortados cuando esperamos unas ligaduras que arropen la presencia del piano, ni una mala costumbre de correr en los crescendi y ralentizar en los pianos, confundiendo el «rubato» con la arritmia, por lo que intentar concertar solista y orquesta volvió a ser tarea de locos. El pianista intentó reconducir una obra de referencia que nos sabemos todos de memoria pero sin la obligada comunicación con un podio desconectado de la partitura. El bellísimo Adagio un poco mosso se fue cayendo hasta la parada cardíaca, marcas de compás que se pierden ¿no se suele subdividir? o peor todavía, dejar la cuerda tan opaca en presencia que la madera detallista sonó como un verdadero borrón en una conjunción tímbrica extraña con un piano siempre presente de nuevo en lucha más que concierto, antes de atacar sin la necesaria decisión el Rondó: Allegro ma non troppo, no demasiado como se indica pero con la cardiopatía detectada que gracias al ropaje de los sinfónicos pudo salvarse de una muerte anunciada. Mi indignación interior por tal estropicio a una obra de arte me volvió al «Ecce Homo» de Borja, el emperador reducido a «príncipe» destronado o la coronación de Napoleón sin saber qué le depararía su codicia. Mi sofoco tras la burla impidió disfrutar de una propina de Lugansky que seguramente recordará este concierto como «Los gozos y las sombras», más éstas que aquéllos. Tendría para un todo artículo sobre conjunciones y preposiciones: piano y orquesta, piano con orquesta, piano entre orquesta e incluso piano contra orquesta.

La Sinfonía nº 1 en fa sostenido menor, op. 10 (Shostakovich) ocuparía la segunda parte, siempre manteniendo esta estructura decimonónica bipartita de obertura (últimamente con obras actuales) y concierto para solista, más una sinfonía, como plato fuerte de cierre, pero a la vista de los resultados el resultado fue el inverso, de más a menos. En una excelente entrevista para Codalario, Victor Pablo Pérez clasificaba las batutas en conductores, directores y maestros, que tras su lectura dejo que cada uno ponga el sustantivo al apellido búlgaro que llevamos un lustro al frente de la orquesta de todos los asturianos. El director burgalés también recuerda a García Asensio y su definición de dirigir que muchos no compartimos: ««Dirigir es un continuo marcar anacrusas»… Para mí eso no es correcto. Eso es marcar el compás ayudando en las diferentes entradas al músico que cuenta compases». La primera de Shostakovich tiene mucha miga para ser un trabajo final de Conservatorio compuesto entre 1924 y 1925: colorida y original en el manejo de los timbres orquestales, un prodigio de hermosura con enorme dinamismo, espectacular unión de ironía, ritmo, sarcasmo y belleza para una obra de un muy joven compositor pero con una madurez extraordinaria, capaz de escribir una obra difícil en sus ritmos y su significado, plagada de sorpresas instrumentales y sonoras desbordando vitalidad, magia, encanto y dinamismo. La versión de Milanov careció de todo ello, no hubo comunicación ni interpretación pese a las buenas intenciones de una orquesta empastada y lucida en los solistas pero sin fluidez ni química con el podio, incomunicación total. Se me hace difícil escuchar y ver al búlgaro qué está marcando, divergencia total que me obliga a cerrar los ojos para no confundirme (no quiero pensar cómo lo llevarán los protagonistas) pero el sarcasmo de la partitura se queda en mi visión. Sí hubo dinamismo porque los matices están escritos aunque corresponde al director (desde las «categorías» apuntadas por Víctor Pablo) diferenciar lo principal y lo accesorio, el protagonismo puntual del sustrato, donde todo suena pero en el plano justo, el balance cual mesa de mezclas donde el ingeniero está al mando. Tomando párrafos de las notas al programa del compositor cántabro abordo mis impresiones ya reposadas, enlazando vídeos en los cuatro movimientos:
«El primer movimiento comienza cristalino, como si de música camerística se tratara, un diálogo entre la trompeta y el fagot, apoyado por el resto de vientos y pizzicati de la cuerda, donde los temas se presentan, para desarrollar posteriormente«. Pese al equilibrio de efectivos para la ocasión, el cristal quedó opaco y lo camerístico tan solo por un volumen demasiado contenido.
«En el Scherzo, uno de los movimientos más originales, se hacen oír todas las influencias populares de su experiencia como pianista para cine mudo. La agilidad en los cambios de textura y sonoridad y, especialmente en el Trio, en el que la caja y el triángulo permanecen de manera persistente, creando un sensación de misterio casi se transforman en reflejos cinematográficos» sí hubo presencia de la percusión y la atmósfera de misterio, pero faltó esa agilidad y frescura.
«El Lento es mucho más lírico e íntimo y es aquí, donde Shostakovich expone su influencia romántica y talento melódico de manera más directa«, aunque querer subrayar la melodía con una amplitud gestual en pasajes delicados sigue resultándome extraña. Desaprovechar los recursos no tiene perdón, y dejar morirse un movimiento tan emotivo puede resultar el acompañamiento musical de un patio de butacas cada vez más despoblado. Dejo para los responsables el análisis y posibles causas de un éxodo previsible con el paso del tiempo.
«Y atacando el Finale, el compositor ruso nos muestra una de sus características más peculiares a nivel formal: el lanzamiento de los materiales a trabajar de manera abrupta, que va desarrollando refinadamente con grandes contrastes texturales, armónicos y orquestales, que se dirigen progresivamente hacia un clímax que resuelve todas las tensiones de la obra«, lo abrupto del príncipe mal engrasado, los contrastes desesquilibrados y un clímax más de decibelios que de musicalidad. La grandeza y tristeza de la música cuando pasa de la partitura al momento único e inaprensible de su ejecución.

El próximo viernes se pone punto y final a esta nueva temporada de abono con «Virtuoso», reencuentro de Ning-Feng al violín y su titular que sigue un año más sin convencerme. Al menos me queda una esperada Resurrección para despedir curso y mes con la unión OSPA y OFil al mando de Pablo González, el Coro de la FPA, María Espada e Iris Vermillon para la que ya tengo mi entrada (5€), porque sé que este Mahler no nos fallará. La Octava asturiana tendrá que esperar un poco…

No solo París

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Viernes 28 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Relatos II»: Abono 11 OSPA, Antonio Galera (piano), Rubén Gimeno (director). Obras de Debussy, Falla, Milhaud y Stravinsky.

Israel López Estelche, autor de las notas al programa que dejo como siempre enlazadas en los autores al principio, nos hablaba en su conferencia previa al concierto lo bien que saben vender los franceses hasta lo que no es suyo, si bien debemos reconocerles sus múltiples aportaciones desde un chauvinismo reconocido que incluso parece darles el sello de calidad. Francia ha sido modelo a seguir podríamos decir que desde la Revolución Francesa, con un laicismo envidiable, tomando lo mejor de otros para terminar haciéndolo suyo, algo que los españoles deberíamos imitar perdiendo un complejo de inferioridad que nos ha lastrado siglos.

El undécimo programa de abono tenía como denominador común el París del cambio de siglo, los albores de las vanguardias con todo lo que supuso para la historia de la música en los cuatro compositores elegidos, y cómo hacer confluir todas las artes en la ciudad de la luz a la que acudieron como capital cultural del momento.

Debussy (1862-1918) creará un lenguaje basado en la antítesis, el amor-odio hacia lo germano (siempre Wagner en el punto de mira), un impresionismo que marcará un punto y aparte del que el empresario ruso Sergei Diaghilev beberá precisamente de los músicos «parisinos» de este concierto para sus famosos ballets rusos, devolviendo a Francia el esplendor de la danza. El Preludio a la siesta de un fauno (1892-1894) será una de las páginas rompedoras del fin de siglo con un Nijinsky en estado puro para bailar una obra de la que Mallarmé, en quien se basa, llegó a decir que “la música prolonga la emoción de mi poema y evoca la escena de manera más vívida que cualquier color”. Música y color «debussiano» bien entendido por Rubén Gimeno y la OSPA (entrevistado en OSPATV), con Peter Pearse en la flauta solista mientras sus compañeros pintaban esas brumas calurosas que invitan al sopor pero con la sonoridad adecuada para calentar motores ante un programa con mucho ritmo más allá de la danza, delicadeza llena de sutiles sonoridades.

Manuel de Falla (1876-1944), nuestro compositor más internacional, llegará a París en 1907 casi obligado no ya por su inconformismo y búsqueda de nuevos lenguajes sino también por la incomprensión y el maltrato de los críticos españoles, madrileños sobre todo, compatriotas que desde Napoleón siempre hemos visto a los ilustrados despectivamente, los «afrancesados» que como todo en la vida, no todo resulta malo. Musicalmente el gaditano necesitaba poner tierra por medio y cruzar los Pirineos para llevar lo español al país vecino que siempre admiraron nuestro exotismo de Despeñaperros para abajo. En París también contactaría con Diaghilev, a quien Falla ayudaría a engrandecer sus espectáculos, también con Debussy y Ravel, tan cercanos y presentes incluso como modelo para las Noches en los jardines de España (1909-1916) que contaron con Antonio Galera (entrevistado en OSPATV) de solista. La visión de Granada desde Francia con la óptica universal del español utilizando nuevos recursos, no el concierto para piano y orquesta sino más bien con ella, uniendo y entendiendo la sonoridad completa, el juego tímbrico y la mezcla de texturas partiendo de una combinación conocida pero cocinada desde la mal llamada modernidad. El director valenciano Rubén Gimeno es un gran concertador lo que se notó en los balances y adecuación con el piano de Galera, En el Generalife con virtuosismo del solista que encontró el acomodo ideal, casi suspensivo de la orquesta, sin excesos de presencias, dejando que lo escrito sonase. La Danza lejana aportó el ritmo y el empuje, la música de danza tan española y sin folclorismos, lo que será «marca Falla» o si se quiere ibérica (como también Albéniz), puede que poco presente en cuanto a volúmenes pero profunda en sentimiento, cante jondo en el piano respondido por la orquesta desde un rubato cómplice por parte de todos en un enfoque intimista del solista al que podríamos pedirle lo que los flamencos llaman «pellizco», antes de enlazar con En los jardines de la sierra de Córdoba donde la pasión la puso el valenciano Gimeno y la orquesta asturiana, explosión sonora para una de las páginas señeras del gaditano.

La propina mantuvo el intimismo, el piano interior y delicado como así entendió el pianista valenciano a nuestro Falla, con su Canción, marca propia inspiradora de generaciones posteriores.

La eclosión de la danza vendría en la segunda parte con los viajes de ida y vuelta, un francés tras pasar por Brasil y el ruso triunfador en París que influye igualmente en el primero. Darius Milhaud (1892-1946) compone su ballet El buey sobre el tejado, op. 58 (1919) tras su estancia brasileña en la que se empapará de los ritmos y cantos populares, bien descrito en las notas de López Estelche: «orquestación, sencilla y directa, con una influencia directa del music-hall, que busca, en este caso, huir de la complejidad textural de sus predecesores impresionistas. En lugar de ello, hace primar, de manera soberbia la rítmica sincopada que caracteriza la obra, y que la hace tan dinámica, divertida, pero exigente a la vez; aludiendo a la precisión como obligación, no como opción. Aquí se cumple la norma de la frase de Ravel “mi música se toca, no se interpreta”». Dificultades interpretativas que radican precisamente en los complejos cambios de ritmo donde la percusión manda pero que la orquesta al completo debe plegarse a la batuta para encajar esta locura de cambios continuos antes del rondó con el tema recurrente. Gimeno se mostró claro en el gesto para sacar lo mejor de esta obra de Milhaud agradecida, bien ejecutada por todas las secciones aunque pecando de ciertos excesos sonoros que empañaron la limpieza de líneas que en la politonalidad no tienen porqué solaparse, aunque en el entorno del concierto pudo parecer normal ante esa búsqueda de texturas y colores que sí se alcanzaron.

Y nuevamente nos encontramos este concierto con Diaghilev puesto que Igor Stravinsky (1882-1971) sería el verdadero revulsivo. De sus ballets escuchamos la revisión de 1919 de su suite El pájaro de fuego (1909-1910) en una interpretación compacta, potente, luminosa, rebosante y por momentos explosiva. Los cinco números no dieron momento para el solaz, ni siquiera la Canción de cuna, puesto que se mantuvo la tensión necesaria para mantener esa unidad desde la calidad que los músicos de la OSPA atesoran, en buen entendimiento con un Rubén Gimeno dejando fluir las melodías del ruso «rompedor» en su momento. Exotismo y orientalismo junto a lo más avanzado de la música francesa (siempre nos quedará París) y un virtuosismo orquestal de combinaciones inesperadas, rebosantes, colorísticas junto a ritmos vibrantes con la percusión protagonista, la cuerda sedosa y los metales quemando literalmente para dibujar musicalmente un cuento hecho orquesta. Perfecto colofón a una velada de danza con aromas franceses como elemento aglutinante de estos «relatos», el Finale (que también sonará en el próximo «Link Up» dentro de quince días con Carlos Garcés a la batuta) llevándonos este concierto a una verdadera fiesta musical de las que uno sale optimista y con ganas de vivir. Buena batuta para una orquesta madura que tiene en la música de ballet un referente.

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