Inicio

El legado Achúcarro

1 comentario

Lunes 22 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Lucille Chung. Obras de Schumann, Ligeti y Liszt. Abono: 36€.

(Crítica para La Nueva España del miércoles 24 con fotos propias, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Lucille Chung (Montreal, 1979) abría el I Festival de Piano Joaquín Achúcarro, una nueva iniciativa ligada a la disciplina pianística de la música clásica desde la Fundación “Southern Methodist University” con sede en Dallas que lleva el nombre del prestigioso maestro bilbaíno, quien ofrecería una clase magistral en la mañana a cuatro alumnos del CONSMUPA, además de agradecerle traernos a la capital  asturiana a dos de sus muy renombrados alumnos que nos deleitarán juntos y por separado estos tres primeros días del otoño: el matrimonio Bax-Chung, ambos conocidos y escuchados en nuestra tierra.

La pianista afincada en Nueva York se estrenaba en el festival alrededor de un itinerario estético que transitaba desde el romanticismo de Schumann hasta la modernidad rítmica de Ligeti, para concluir con el virtuosismo de Liszt. La selección de repertorio no fue casual: suponía todo un examen de las distintas dimensiones del pianismo -poético, experimental y trascendente- que la francocanadiense resolvió con notable solvencia, con su maestro presente en la sala junto a su inseparable Emma Jiménez.

Los “Fantasiestücke” op. 12 (1837) de Robert Schumann (1810-1856) son ocho piezas donde se refleja la dualidad del compositor, Eusebius y Florestán, apasionado uno,  soñador el otro. Con ellas se  revelaría la sensibilidad poética implícita en los propios títulos e indicaciones del “tempo” en cada una de sus páginas, como la propia Lucille Chung que los bordó con una lectura clara y equilibrada entre lo lírico y lo impetuoso. Articulación limpia atenta a las transiciones de carácter, el equilibrio entre el ímpetu juvenil y la nostalgia introspectiva tan característicos del atormentado compositor alemán. El control exquisito del pedal permitió subrayar los contrastes de ánimo sin perder continuidad narrativa con los momentos íntimos, resultando especialmente lograda la claridad en las voces intermedias, a menudo relegadas en favor de la línea superior y conjugando en la interpretación de Chung un “Florebius” impecable, ángeles y demonios que sobrevolarían una repleta sala de cámara donde no faltaron jóvenes promesas del piano con sus profesores que seguro tomaron buena nota.

Salto hacia György Ligeti (1923-2006) con dos de los ocho Études del libro II: los números 11 “En Suspens” y 10  “Der Zauberlehrling” (1988-1994) -del total de 18 publicados en tres volúmenes entre 1985 y 2001- que supusieron un verdadero contraste incrustado entre dos “gigantes” y ofreció uno de los momentos más reveladores de la velada por la cercanía en el tiempo de estas composiciones. Los Études son de una complejidad rítmica casi vertiginosa, piezas paradigmáticas de la renovación pianística del pasado que, como en Schumann, presentan unos títulos mezclando términos técnicos y descripciones poéticas, pues el rumano hizo listas de posibles títulos y los de los números individuales a menudo se cambiaron entre el inicio y la publicación de los mismos. A menudo no asignó ninguno hasta después de que se completó cada obra. y el undécimo, un “Andante con moto” (dedicado a Kurtag) combina seis pulsaciones en la mano derecha y cuatro en la izquierda con frases irregulares que se asemejan a una armonía jazzística, mientras  el décimo (El aprendiz de brujo) es un “Prestissimo, staccatissimo, leggierissimo” dedicado al pianista Pierre-Laurent Aimard. Dos pequeñas joyas que pusieron de manifiesto la solidez técnica y la agilidad mental de la pianista, una Chung que se adentró en esta maraña polirrítmica con brillantez y frescura, de precisión quirúrgica pero también llena de humor y ligereza, evitando que la técnica eclipsase la vivacidad expresiva, pues lo mecánico se transformó en un juego sonoro, verdadero laboratorio de color y acentos, sorprendente magia al piano.

En la segunda parte con Franz Liszt, otro “demonio angelical”, Chung desplegó un virtuosismo siempre subordinado al discurso musical sin perder elegancia. Primero la Sonata en si menor, S. 178 (1852-53) dedicada a Schumann, cuatro movimientos sin pausa entre ellos aunque organizada en tres bloques donde la sección central es más lenta. Está considerada como una de las más grandes piezas para piano y también como una de las más difíciles, siendo una de las obras clave del piano romántico. Si Schumann jugaba entre pasiones y sueños, con este Liszt pasábamos cual novela de Dan Brown por esa dualidad del abate capaz de embrujar y enamorar. Chung volcada expresivamente y mostrando las casi hiperbólicas gamas del húngaro en sus dinámicas: los extremos del pppp al ffff resueltos con valentía, delicadeza y vigor, las enseñanzas del maestro bilbaíno donde acariciar las teclas no está reñido con la fortaleza. Despliegue técnico y expresivo muy aplaudido por el público.

Y para cerrar este primer homenaje a Don Joaquín, nada menos que su “Paraphrase de concert sur ‘Rigoletto’ de Verdi” S. 434 (c. 1859). En música paráfrasis se define como “reutilización y adaptación libre de una obra musical existente para crear una nueva composición, usualmente añadiendo ornamentaciones rítmicas y melódicas, para crear una fantasía alrededor del original”, una forma de improvisación donde el compositor toma material preexistente transformándolo de manera personal para mostrar su virtuosismo -como también en las glosas y transcripciones– siendo muchas las realizadas por Liszt sobre obras sinfónicas desde Bach a Beethoven y varias inspiradas en óperas famosas de Donizetti, Bellini, Mozart, Meyerbeer, Wagner o Verdi en este caso. Partitura la del húngaro donde a partir de la conocida y reconocible melodía del famoso cuarteto “Bella figlia dell’amore”, la viste con oropeles y ornamentos, colores y ritmos, con una amplia variedad de ataques donde utiliza distintos tipos para los acordes, los arpegios o las octavas, pudiendo así ejecutar la variedad de la orquesta o lo cantable de la voz humana desde un piano quasi orquestal. Benditos excesos del arrepentido Franz y verdadero portento de cara a un público que le adoraba (y los pianistas aún temen). La interpretación de la virtuosa canadiense evitó la superficialidad donde los pasajes de gran brillantez técnica se integraron en un relato coherente con las secciones líricas para alcanzar un canto noble, sostenido en un legato amplio y unas octavas portentosas. La construcción de los clímax revelaron un sentido arquitectónico sólido capaz de mantener la tensión dramática sin caer en la pirotecnia pianística.

Un demonio arrepentido nos regaló a Scriabin con uno de los 24 Preludios opus 11: el  nº 21 en si bemol mayor que nos devolvió la calma paradisíaca de una transmutada y angelical Chung para finalizar este intenso concierto, muestra de las buenas lecciones y consejos del maestro Achúcarro y la excepcional calidad y receptividad de esta alumna destacada: pianismo integral donde la técnica se pone al servicio de una reflexión estilística profunda, herencia del querido bilbaíno siempre admirado en Oviedo desde su primera visita allá por 1957, todavía presente en su corazón… y el nuestro.

Crítica en LNE del 24SEP25

Faltaron velas

Deja un comentario

Miércoles 2 de abril, 20:00 horas, Teatro Jovellanos, Concierto conmemorativo 117º aniversario de la Sociedad Filarmónica de Gijón (1908-2025) (número 1697): Noelia Rodiles (piano), Cosmos Quartet, Mariona Mateu (contrabajo). Obras de Liszt, Haydn, Adès y Schubert.

Hoy celebrábamos un cumpleaños musical en Gijón donde hubo «anécdotas» que podría equiparar a olvidarse la tarta, las velas, o peor aún el mechero para encenderlas, debiendo buscar en la otra punta de la ciudad (desconozco si en coche, moto o bicicleta), y para no «quedarnos a dos velas» se buscó una piñata para no detener la fiesta, y de la que caerían más regalos de los esperados, alargando la celebración hasta pasadas las 22:30 horas. Pero vamos con la crónica de este 117º aniversario.

Para ponernos en situación copio de las notas al programa de Ramón Avello, compañero de profesión, crítico y personalmente el mejor cronista de la Sociedad Filarmónica de Gijón, de la que ha sido presidente, continuando en la actual junta directiva:

«El 2 de abril de 1908 en el foyer o vestíbulo principal del antiguo Teatro Jovellanos, situado en el solar que hoy es sede de la Biblioteca Pública de Gijón, se constituyó la Sociedad Filarmónica Gijonesa. Contaba en aquella fecha con 269 socios promotores, que eligieron ese día a la Junta de Gobierno de la Filarmónica, con Domingo de Orueta y Duarte como presidente y Diego Murillo en el papel de secretario. Los ideales de la Filarmónica, no muy diferentes a los actuales, eran proporcionar a sus socios la mejor música por los mejores intérpretes; promover la música de cámara, de instrumentos solistas y de lieder, dejando al margen géneros como la ópera y la zarzuela, y promocionar la música española, tanto en sus intérpretes como en sus compositores.

Hoy se cumplen exactamente los 117 años del nacimiento de la Filarmónica de Gijón. La labor cultural ininterrumpida de esta sociedad se puede resumir en 1697 conciertos, contando el último: el que interpretan esta tarde Noelia Rodiles con el Cosmos Quartet y la contrabajista Mariona Mateu».

Manteniendo el espíritu original abría este concierto la pianista Noelia Rodiles (Oviedo, 1985), que nos interpretaría dos Lieder de Schubert en la transcripción que hiciese Liszt, quien como toda sociedad filarmónica, ayudaría a promover y dar a conocer las obras de músicos como su admirado y  malogrado vienés, desde unas «versiones» que son recreación sin voz desde un virtuosismo al alcance de pocos, y Rodiles lo demostró con los dos elegidos: la célebre «Serenata» que muchos conocimos tanto sola como cantada (el cuarto de la colección recopilatoria El canto del cisne D. 977), con el piano siempre fiel a la melodía, y la hermosísima «Margarita en la rueca» (Gretchen am Spinnrade) D. 118, tejiendo al piano casi un hilo de oro delicados con unos graves intensos y la expresividad innata de la «avilesina» que nunca defrauda.

Colocadas sillas y atriles para las tabletas llegaba el Cuarteto Cosmos con el gran Haydn y su Cuarteto en re mayor (1793), utilizando este género para expresar y volcar sus ideas, escribiendo 68 donde desarrolla este nuevo estilo camerístico donde los cuatro instrumentos tienen igual importancia, y los catalanes así lo entendieron. Este cuarteto aunque compuesto en Viena se pensó para el violinista, empresario y amigo de Haydn el británico Johan Peter Salomon, quien en la Real Sociedad Filarmónica de Londres marca el inicio y espíritu de tantas como la propia gijonesa. Cuatro movimientos aplaudidos cada uno por un público que parecía estar inaugurando la sociedad en el siglo pasado, bien delineados los temas, con los tiempos elegidos para escucharse todo, un Allegro bien desarrollado y especialmente el Menuetto enérgico.

Y deben seguir programándose obras de autores actuales, caso del londinense Thomas Adès (1971) de quien El Cosmos eligió su Arcadiana (1994) estrenado en el Festival Elgar de Cambridge y que pese a la referencia a los paisajes paradisíacos a lo largo de siete movimientos, su lenguaje atonal aunque buscando efectos y elementos bien explicados perfectamente por Avello en las notas, pero comenzaron las sorpresas del cumpleaños. No sé si el agua veneciana (o el orbayu en e exterior), el «tango mortal» o directamente la «pérfida Albión», con tanto glissando, tirar de las cuerdas, la fuerza e ímpetu que los cuatro imprimían en cada movimiento, poco cercano a un esperado «idilio sonoro», se rompía una cuerda del chelo de Oriol Prat.

Tras la incertidumbre estaba claro que no podía reanudarse, pues cambiar una cuerda lleva su tiempo y más si no se trae de repuesto, así que se adelantó el descanso. Mas no llegaba a tiempo para reanudar la segunda parte, así que llegó la inesperada «piñata» y el verdadero regalo de Noelia Rodiles, anunciando por megafonía que nos interpretaría junto a Lara Fernández dos romanzas sin palabras de Félix y Fanny Mendelssohn, también presentadas cada una de ellas. Es difícil interpretar obras no preparadas para la ocasión, pero Noelia es una profesional y nos dejó del segundo libro de las conocidas como romanzas sin palabras de Félix Mendelsshon, primero la opus 30 nº 7 en mi bemol mayor, y después la opus 30 nº 6 en fa sostenido menor, Barcarola que parecía retrotraernos de la Venezia nocturna de Adés. Dos páginas que como en el Schubert de Liszt hacen cantar el piano con la voz inconfundible de la asturiana, fraseos claros, rubatos sin exagerar y la musicalidad característica de la pianista que comenzó a formarse en el Conservatorio Julián Orbón de Avilés.

Lara Fernández se uniría con igual profesionalidad para sumar su viola con dos canciones de la hermana e igualmente gran compositora e intérprete Fanny Mendelsshon: la conocida Canción de primavera op. 62 nº 6 en la mayor, el diálogo de la voz femenina en la cuerda más cercana a ella, y Schwanenlied (canción del cisne), opus 1/1, también conocida y muy versionada, que pareció otro premio más de esa piñata no esperada pero traída en las ya habituales tabletas (al menos venían bien cargadas).

Aún no estaba preparado el quinteto, así que el inesperado «Dúo Rodiles-Fernández» prosiguieron una especie de Gijonada (cual Schubertiada gijonesa) tirando de recursos como «cantar» Die Forelle D. 550 (sin la letra de C. F. Daniel Schubart) e intentando preparar el quinteto homónimo. Pero difícil sin ensayar y con algún contratiempo o falta de entendimiento en las repeticiones y cantos, al menos el esfuerzo se puede considerar sobrehumano para cualquier músico, y esta trucha parecía estar escabechada o ahumada, aunque comestible.

Seguía la espera pero la música no pararía, y de nuevo una canción sin palabras, el Liebestraum nº 3 (Sueño de amor) de Liszt, mucho mejor dadas las circunstancias, con un entendimiento por parte de Noelia que da la experiencia, más un canto de Lara bien sentido, dejándonos este regalo extra de una piñata a la que aún se debía sacudir, pues eran las 21:42 y no llegaba a tiempo la cuerda del cello (colocarla, atemperar y afinar antes de la última obra prevista).

Noelia Rodiles volvió a rebuscar en la tableta y prosiguió la fiesta con su Schubert querido, trabajado, estudiado, capaz de detener el tiempo y hacer de la espera virtud. El Andante sostenuto de la Sonata nº 21 en si bemol D960, fue un portento de emoción, sabiduría, talento, limpieza, generosidad y profesionalidad para dejarnos con ganas de seguir escuchándola, pero al fin llegaba una trucha del día, casi saltando del río Piles en el Quinteto con piano en la mayor D. 667, marchando Helena Satué (que estuvo de primer violín la primera parte) e incorporándose el contrabajo de Mariona Mateu.

Diez minutos recolocando sillas y atriles para este valiente quinteto en los tempi,  bien ajustados y encajados todos, con el peso del grave bien balanceado, los momentos de la cuerda frotada muy ricos en matices, protagonismo compartido con las cristalinas contestaciones del piano, «tirando, un Scherzo brillante, las variaciones sobre el lied cantadas por todos valientes, en el aire, encajadas a la perfección sin perder el aliento hasta poder soplar las imaginarias velas del Finale como si fuese el «cumpleaños feliz» en el tiempo justo, a las 22:30 horas de este 117º cumpleaños, muy aplaudido, donde sin tarta ni velas los regalos fueron generosos (impagable mi querida Noelia Rodiles) e inesperados, como en toda fiesta que se precie, y aún más en la Sociedad Filarmónica de Gijón.

¡Y que cumplas muchos más!

PROGRAMA:

Primera parte:

Noelia Rodiles (piano):

Franz LISZT (1811–1886)

Lieder de Franz Schubert, S. 558:
Ständchen, nº 9
Gretchen am Spinnrade, nº 8

COSMOS QUARTET: Helena Satué, violín – Bernat Prat, violín – Lara Fernández, viola – Oriol Prat, violonchelo:

Joseph HAYDN (1732–1809)

Cuarteto de cuerda en Re mayor, Op. 71, nº 2 (Hob.III:70):

  1. Adagio – Allegro
  2. Adagio cantabile
  3. Menuetto. Allegro – Trio
  4. Finale. Allegretto

Thomas ADÈS (1971)

Arcadiana, Op. 12

  1. Venezia notturna
  2. Das klinget so herrlich, das klinget so schön
  3. Auf dem Wasser zu singen
  4. Et… (tango mortale)
  5. L’embarquement
  6. O Albion
  7. Lethe

Segunda parte:

Noelia Rodiles (piano), Bernat Prat (violín) – Lara Fernández (viola) – Oriol Prat (violonchelo) – Mariona Mateu (contrabajo):

Franz SCHUBERT (1797–1828)

Quinteto con piano en La mayor, D. 667, «La trucha»

  1. Allegro vivace
  2. Andante
  3. Scherzo. Presto – Trio
  4. Tema con variazione. Andantino
  5. Finale. Allegro giusto

Volodos de vidrio y cristal

Deja un comentario

Domingo 9 de marzo, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberi»: Arcadi Volodos (piano). Obras de Schubert.

Volvía al Auditorio de Oviedo, tras la cancelación por causas médicas del pasado 23 de diciembre, Arcadi Volodos (San Petersburgo, 24 de febrero de 1972) con algún cambio en el programa, tras el previsto para entonces que arrancaba con la D959 de Schubert -esta vez cerrando-, la Rapsodia húngara n° 13 de Liszt, que sería la segunda propina de este domingo, más Schumann con Davidsbündlertänze que se «caería» pero retomando para este monográfico de Schubert sus Momentos musicales junto a dos lieder en las transcripciones de Liszt. Las anteriores visitas del ruso fui reflejándolas en mis blogs (mayo de 2009, diciembre de 2012 con la OFil y de nuevo en estas jornadas de piano allá por noviembre de 2016). Si su musicalidad ya me asombraba entonces por la grandeza en todos los sentidos (la primera vez le describí como «monstruo del piano» por maridar fuerza y delicadeza), ahora con menos kilos y más años la hondura de este pianista sigue creciendo, ahondando y profundizando siempre en uno de sus compositores «de siempre» (desde los años 90), como fue este monográfico del no suficientemente valorado Franz Schubert.

Si el pasado verano en el Festival de Granada pude escuchar la integral de las sonatas para piano de Schubert por Paul Lewis (el siguiente en regresar a Oviedo el próximo 20 de marzo), el programa del ruso nacionalizado francés y afincado en España nos ofrecería varias páginas para completar un concierto que he titulado como «de vidrio y cristal» porque combinaba dureza y transparencia. Tomo también algunas palabras del asturiano Martín García García en sus notas al programa:

«Esencia del lenguaje schubertiano» que contiene «lirismo inagotable, modulaciones armónicas audaces, mezcla de ingenuidad y tragedia» para los Seis momentos musicales, D780 con los que iniciaba el recital, «el piano como símbolo de la expresión individual del alma humana, como un espejo que refleja el mundo real. Esta expresión se ve claramente reflejada en las últimas sonatas para piano (…)», y finalmente «con este programa (…) nos ofrece una inmersión profunda en el mundo de Schubert, desde la íntima belleza de sus momentos musicales y sus Lieder transcritos por Liszt hasta su monumental sonata. Un recorrido por la esencia misma del romanticismo temprano».

En mi caso quiero retomar la diferencia entre vidrio y cristal que reside en el proceso o tratamiento de los materiales, musicales para mi comentario, pues el cristal es un sólido perfecto, en cuanto a la estructura de las obras, frente al vidrio de estructura irregular, por los muchos contrastes tanto vitales de Schubert como interpretativos de Volodos. Aunque el vidrio está considerado como un cristal falto de terminación, puesto que son las mismas materias primas con distinto proceso de enfriamiento dando lugar a uno u otro, tiene que ver con el tiempo de enfriamiento de las materias. Paralelismo musical porque todas las obras  que escuchamos en este domingo están en la carrera del ruso desde sus inicios, y con los años ha logrado ese «enfriamiento» que puedo equiparar a la introspección lograda, el poso que da la madurez y manteniendo una técnica impoluta con sonidos amplísimos. Sigue como siempre siendo sobrio en apariencia, utilizando silla en vez de taburete, para reclinarse mientras su cabeza gira por momentos a la izquierda o al techo aunque su semblante refleja la intensidad con las cejas o el intimismo casi cerrando los ojos. También curiosa diferenciación entre vidrio y cristal pues habitualmente nos referimos a ellos indistintamente aunque para los profesionales el cristal «tiene mayor capacidad de refracción de la luz, lo que le da su característico brillo y claridad», su mineral se origina de forma natural , y así percibo el Schubert de Volodos, incorporando plomo en los fortísimos pero volviéndose transparente y delicado en los pianissimi, brillo y claridad.

Los seis momentos musicales resultaron en su combinación de tonalidades, aires y expresión, el mejor prólogo para lo que vendría después. Cercanos, casi como en un gran salón del auditorio con la luz tenue y la caja acústica reducida. Limpieza expositiva, búsqueda de sonoridades muy contrastadas donde el silencio (roto por un amplio catálogo de toses que no paró) fueron pura expresividad y preámbulo a cada uno de los momentos enlazados con los siguientes, ocupando toda la primera parte.

Todas las transcripciones realizadas por Liszt no son meras adaptaciones técnicas sino reinterpretaciones que permiten volver a descubrir páginas de sus cercanos (desde las sinfonías de Beethoven a los lieder de Schubert) que aportan más luz a los originales. Así, Martín García escribe que «La fusión entre ambos compositores –el lirismo de uno y la audacia y habilidad pianística del otro– da como resultado una de las más conmovedoras expresiones del espíritu romántico». La Litanei auf das Fest Aller Seelen D. 343 (de los Geistliche Lieder) recreada por Liszt (S. 562) fue una delicadeza en las manos (y pies) de Arcadi, cantar sin palabras sin perder la esencia lírica, la melodía siempre presente y arropada con verdadero mimo. A continuación Der Müller und der Bach (de Die schöne Müllerin) D. 795, n° 19 / Liszt, S. 565, n° 2, mismo intimismo y delicadeza de El molinero y el riachuelo convirtiendo esta primera parte en ocho momentos de recogimiento compartido, que la mala educación de unos pocos nos privó de disfrutarla todavía más.

Y la enorme Sonata para piano n° 20 en la mayor, D. 959 llenaría la segunda parte. Quiero dejar aquí lo escrito por mi admirado Rafael Ortega Basagoiti para Granada:

«El Allegro inicial (…) en la trágica tonalidad de do menor, arranca de manera rotunda, impregnado de un dramatismo que, aunque más serenado, persiste en el segundo motivo. Pese a la general inquietud de una música de gran intensidad, es sin embargo la calmada tristeza la que cierra el movimiento. El Adagio, en dos secciones, se abre de forma muy íntima, sin ocultar una delicada melancolía, que luego se torna más oscura e inquieta en la segunda sección. No se escapa de ese sabor dramático que transpiraba en el tiempo inicial ni, sobre todo en el final, de la tristeza. Tampoco lo hace del todo el bellísimo, pero también inquietante Menuetto. El Trio, calmado y muy hermoso, es también un canto de refinada nostalgia. El Allegro final, dramático como toda la obra, está presidido por un agitado ritmo de tarantela, que deviene turbulenta, con continuos cruces de manos del pianista».

Imposible mejor descripción que la del doctor para lo escuchado en Oviedo con esta sonata que Volodos lleva tiempo ahondando e interiorizando con el paso de los años, desde un arranque liviano, lleno de agilidades limpias, para seguir logrando los increíbles contrastes dinámicos extremos, de vidrio y cristal, pasajes llenos de cromatismos tormentosos, como el final que Schubert presagiaba, los silencios estremecedores, las pausas dejando vibrar hasta el último momento las notas desde los pedales, la vitalidad con los contagiosos ritmos del vienés… todo fue desgajándolo Volodos en el gran Steinway© ovetense, música agridulce con el Adagio que sigo encontrando místico, hasta el destino llamando a la puerta del Allegro último.

Atronadores aplausos de un auditorio casi lleno y la primera de las propinas que no podía ser otra que Schubert y el Minuet en la mayor, D. 334. Recobrar la luz y tranquilidad tras la estremecedora sonata anterior, el rubato casi chopiniano que subraya el romanticismo incipiente del compositor vienés. Y tras las aclamaciones de un público en pie todavía le quedaron fuerzas para afrontar la inmensa Rapsodia húngara n° 13 en la menor, S. 244/13 de Liszt, otra «tercera parte» como la de su paisano Sokolov en versión propia de este «poeta del piano» pletórico de virtuosismo, ritmo y plena madurez.

Tengo hace años la grabación que Volodos realizó en 2013 dedicada a Federico Mompou, y como presagiando la última propina, volaría desde Schubert y Liszt con un Pájaro triste digno del catalán (de  las «Impresiones íntimas» que conocí por Alicia de la Rocha). Un aleteo acariciador, roto por un teléfono móvil, parando en seco («yo puedo esperar» dijo el maestro), el catalán que sigue emocionando con la interpretación de Don Arcadio, poniendo otro hito kilométrico en estas Jornadas de Piano a la espera de mi tocayo inglés.

PROGRAMA

-I-

Franz Schubert (1797-1828):

Seis momentos musicales, D. 780 (op. 94)

1. Moderato, en do mayor – 2. Andantino, en la bemol mayor – 3. Allegro moderato, en fa menor – 4. Moderato, en do sostenido menor – 5. Allegro vivace, en fa menor – 6. Allegretto, en la bemol mayor

Franz Schubert / Franz Liszt (1811-1886):

Litanei auf das Fest Aller Seelen (Geistliche Lieder) D. 343/ Liszt, S. 562

Der Müller und der Bach (Die schöne Müllerin) D. 795, n.° 19 / Liszt, S. 565, n° 2

-II-

Franz Schubert:

Sonata para piano n° 20 en la mayor, D. 959

1. Allegro / 2. Andantino / 3. Scherzo. Allegro vivace – Trio: Un poco più lento / 4. Rondo: Allegretto – Presto

Atlas del piano

1 comentario

Lunes 8 de julio, 22:30 horas. 73º Festival de Granada, Patio de los Arrayanes | Grandes intérpretes:
Alexandre Kantorow (piano). Obras de Bartók, Liszt y Rajmáninov. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

En la mitología griega Atlas, el portador, era un titán de segunda generación al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros la bóveda celeste, pero también describe un libro o colección de mapas. Y en cualquiera de las dos acepciones, el pianista francés Alexandre Kantorow (Clermont-Ferrand, 1997) mostró una colección musical que además soportó sobre sí un peso enorme en un recital sin pausas donde hubo momentos mágicos que parece sólo se dan en La Alhambra y aún más en este patio de Comares donde hasta la alberca proyectaba unas imágenes casi sincronizadas con el piano.

Hace casi dos años tuve la oportunidad de escucharle en Oviedo abrir las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de la temporada 2022-23 y además escribir tanto la reseña rápida como la crítica posterior para La Nueva España, donde los títulos que ya dan una idea del impacto que me causó este joven virtuoso: El peregrino Kantorow y Kantorow, fuego en el camino, subtitulada por el diario asturiano «Liszt reencarnado», madurez y hondura desde un virtuosismo puesto al servicio de unas páginas al alcance de pocos intérpretes en un solo recital. Para su debut en esta edición del festival granadino en mi vigesimotercera noche no se guardó nada al elegir Bartók, Liszt y Rachmaninov, en el atlas geográfico de Hungría con los dos primeros para pasar página y ofrecernos un mapa mundi del ruso emigrado a los EEUU, pero también ese titán que soporta sobre sus hombros el globo terráqueo o este Atlas pianístico.

Tomando parte de las notas al programa de mi admirado Arturo Reverter que además titula «Pianismo revelador» Kantorow comenzaría con la «Rapsodia, Sz, 26 op. 1 de Béla Bartók, obra primeriza (1904), pero reveladora de un talento extraordinario; el de un músico especialmente conectado con su entorno y sus raíces populares, capaz de desplegar una poética especialmente integradora de todo ello con las más modernas experiencias de la música del siglo XX. La obra, de algo más de 20 minutos de duración se extiende a lo largo de dos partes bien diferenciadas. Comienza exponiendo una melodía no estrófica, Mesto, Adagio, piano, dolce, re menor, y se traslada más tarde, pausadamente, a un Presto, aunque concluye de nuevo lentamente, en re mayor. La forma básica, nos dice Heinrich Lindlar, es la de unas czardas. En 1905 el compositor realizó una transcripción para piano y orquesta, que lleva el mismo número de opus». Una sublimación del folklore magiar llena de fuerza, pasión, magia, contrastada desde unas dinámicas extremas y unos cambios de ritmo casi inalcanzables sin perder nunca la esencia de esas danzas que todas las rapsodias tienen desde la libertad creativa (sirvan de ejemplo las de Liszt -que vendría después- o Brahms) y la libertad interpretativa, pues Kantorow exprimió el sonido del Steinway© hasta los límites, con unos silencios abrumadores.

Y ese intrigante silencio llegó sin pausa tras el Bartók que sublima su folclore al Liszt «peregrino de la noche» que entendería su tierra desde una técnica a su medida, aunque ambos son verdaderos «vengadores de pianistas» si se me permite la expresión. Esta conexión danzable entre ambos compositores que también fueron virtuosos del piano, especialmente «el Abate», dieron unidad a esta primera parte, primero con la Chasse Neige, el duodécimo de los llamados «Estudios de ejecución trascendental». El título de esta colección indica que no solo hay que tocar todo lo escrito sino ir más allá de las notas, trascender, y «el Liszt de Kantorow» provocó una catarsis a la que se sumaban los propios reflejos del agua en la arcada donde se sitúan los músicos en los Arrayanes, desde el Andante con moto con unos trinos que parecieron callar todo sonido externo al piano del francés, ni aviones ni perros, ni siquiera toses, una respetuosa escucha para creer lo que Don Arturo escribe de  «sugerir un cielo pesado y macilento y los poderosos cromatismos evocan auténticos remolinos de nieve que oscurecen y difuminan poco a poco el paisaje», el Liszt profundo, soñador, virtuoso, viajero y pintor de las imágenes que Kantorow plasmó.

Manteniendo esa «montaña húngara» de emoción, pasión, entrega, madurez interpretativa de alto rango  del siempre exigente Franz Liszt, Suiza sería el nuevo paisaje perteneciente a los tres libros titulados Años de Peregrinaje, con El valle de Obermann, la gran página del primer cuaderno. Si las dificultades técnicas son asombrosas (escalas, acordes, octavas, y toda la combinación de figuración), sumemos los extremos en matices (fff o ppp) como la vida del propio compositor, «virtuosismo de buena ley» que dice Reverter, conjugando ese volcán con momentos líricos de plena intensidad por parte de Kantorow. Parafraseando la canción de Manuel Alejandro «Que no se rompa la noche» pero sí el silencio contenido tras 40 minutos sin descanso para el intérprete francés.

No hubo pausa, supongo que tan solo un trago de agua y abrir el mapamundi que decía al principio con este titán llamado Alexandre Kantorov arrancando otro «tour de force», esfuerzo físico y anímico que exige Rajmáninov, «el gran ejemplo de compositor tardorromántico heredero a su modo de las grandes líneas y presupuestos establecidos por Chopin, Schumann o, justamente, Liszt, ahormados a unas técnicas y procedimientos no exentos de originalidad». Toda la producción pianística del ruso es magnética para intérpretes y público, y más allá de la forma «sonata» que parece trascender la de periodos anteriores, es un derroche de técnica y armonías rompedoras en su momento. La Sonata nº 1 (contemporánea de la monumental Sinfonía nº 2) tiene tres movimientos donde las melodías tan representativas del ruso están como escondidas en un mar de notas. El Allegro moderato juega con dos temas contrastados en carácter que en la interpretación del francés resultaron inquietantes, tenebrosas pero con la misma luz proyectada desde la alberca central, un desarrollo complejo antes del «sencillo y desolado Lento, que trabaja un tema de muy bella factura melódica. Y lo más flojo se presenta en el Allegro molto, de recorrido bastante desordenado, algo nada raro en el autor». Más que flojo como lo califica mi  querido Arturo, yo lo sentí sereno tras la inquietud inicial antes del impactante, orquestalmente explosivo en las 88 teclas sin perder ese aire de tormento que subyace en esta sonata antes del brillo del cierre con las melodías iniciales soltando el peso llevado a lo largo de un concierto tan intenso como las obras elegidas.

No se hizo de rogar Kantorow y como hechizado por «Los gnomos de La Alhambra», de nuevo el agua y sus juegos de Ravel, sutileza, magia, evanescencia pianística tras tanta tensión acumulada, un verdadero Spa para todos, que aún trajo un segundo regalo también francés, bellísimo, el Saint-Säens de su ópera Sansón y Dalila con el aria «Mon cœur s’ouvre à ta voix» en un arreglo cantado al piano (del que  desconozco la versión) pues así lo sentí escuchando a la mezzo susurrarnos cual Sansones «Mi corazón se abre a tu voz», etéreo, como flotando en esta medianoche acuática para relajar tanta tensión, brillante sonido, fraseo humano, deteniendo el tiempo por momentos para que Alexandre (no) nos revelase el secreto de su fuerza de titán.

PROGRAMA:

Béla Bartók (1881-1945):

Rapsodia, Sz. 26, op. 1 (1904)

Franz Liszt (1811-1886):

Estudio de ejecución trascendental nº 12, «Chasse Neige» (1851)

Vallée d’Obermann, S.160/6 (de Années de pèlerinage, Premier année «Suisse», 1848-55)

Serguéi Rajmáninov (1873-1943):

Sonata nº 1 en re menor, op. 28 (1907):

Allegro moderato – Lento – Allegro molto

Un peregrinaje sin destino

3 comentarios

Sábado 22 de junio, 22:00 horas. 73º Festival de Granada. Palacio de Carlos V / Grandes intérpretes: Seong-Jin Cho, piano. Obras de Ravel y LisztFotos de ©Fermín Rodríguez.

Hace años que el Lejano Oriente, del que conocemos menos que ellos de nosotros, nos está «invadiendo» occidente, y el mundo de las nuevas tecnologías es una pequeña muestra que me viene como anillo al dedo para ampliarla a una legión de intérpretes, cada vez más mediáticos, que hacen dudar si son de este mundo, creados por la llamada IA (Inteligencia artificial) o robots capaces de asimilar como máquinas toda nuestra herencia milenaria. En los años en que el pianista de jazz Herbie Hancock era una leyenda, dio un concierto en el Imperio del Sol Naciente y un nativo estuvo tocando unas melodías que el americano no reconocía, contestándole que eran suyas y las había memorizado de sus discos… Sírvame la comparación con toda la distancia del tiempo y lo rápido que avanza todo, para intentar enfocar lo vivido en mi séptimo día de festival, tras la excelente mañana de órgano y la noche plomiza de piano ¡muchas teclas! y totalmente distintas.

Al pianista surcoreano Seong-Jin Cho (Seúl, 1994) formado en París y residente en Berlín le escuché hace un año en Oviedo clausurando las jornadas de piano, por lo que dejo el enlace a mi reseña de entonces para intentar no repetirme. La técnica asombrosa de esta generación venida de oriente es increíble y ya son verdaderos prodigios en su niñez (hay vídeos en las redes que lo atestiguan), preguntándome hasta cuánto de necesaria es para afrontar partituras al alcance de unos pocos, y una vez mecanizadas llegar a la «verdadera» interpretación o si se quiere, aportar lo propio, la visión tras investigar, conocer y asimilar una música escrita cual guión donde cada actor hace suyo con una impronta única que cuando se copia deja de ser original.

Elegir Liszt y Ravel, que mi admirada Ana García Urcola (d)escribe en las notas como «el peregrinaje técnico, estético y espiritual del piano moderno» habla de dos genios de la composición y que «no se puede entender la pacífica revolución de la escritura raveliana sin la arrolladora técnica y estética de Liszt». Una pena que su documentada presentación no me coincidiese con lo escuchado en el Carlos V, y quienes hemos gozado en vivo de las leyendas del piano en el pasado siglo se nos hace difícil convencernos con el marketing del siglo XXI. Nadie les negará los años de estudio y sacrificio para tocar y ganar concursos (cada vez más desprestigiados) optando por el virtuosismo vacuo, vacío de arte (por muy subjetivo que sea), olvidando lo personal, lo distintivo, lo original… mas cuando hay talento además de cualidades, éste emerge y es elemento diferenciador (al menos también los hay), más allá de fallar notas o comerse compases porque ¡errar es humano!.

Cho tiene una legión de seguidores, fans en todas partes que le idolatran. Cierto que hay algo de hipnótico y hasta mágico al escucharle, pero la técnica apabullante no emociona, al menos a quien esto suscribe. Con algunos cambios de obras sobre el programa inicial, el silencio en palacio que el surcoreano logró es para analizar desde la primera parte dedicada a Ravel, su sonido es vaporoso, etéreo, maneja el pedal perfectamente, los tempi elegidos son correctos, la gama dinámica amplia, más parecía estar escuchando algo pregrabado con las técnicas y programas que reproducen nota a nota las partituras. Del vasco-francés solo me abrió los ojos los Valses nobles et sentimentales porque el resto se me hizo plomizo, pesado y senza anima, será que ahora prima lo inocuo envasado al vacío.

De los Años de Peregrinaje de Liszt llegué a pensar mientras los escuchaba si tomar los hábitos al final de su vida sería para purgar tantos pecados y hasta exorcizarse de la fama de endemoniado («el Paganini del piano») que le precedía. Una estrella asentada y fenómeno de masas del XIX para un aprendiz del XXI que aún peca de excesos, artificio y tentaciones en las que cayeron sus acólitos. Creo que este peregrinaje  de Seong-Jin Chao no tiene destino por muchos años que le dedique, discos vendidos y entradas agotadas, aunque tengo claro que no viviré para saber si estoy confundido y la música va por unos caminos que ya desconozco.

La propina de la Rêverie (número 7 de Kinderszenen Op. 15, Träumerei) de Schumann me sonó a las melodías pregrabadas de algunos pianos electrónicos pese a los bravos de parte del público. Me estoy haciendo mayor y demasiado exigente…

PROGRAMA

-I-

Maurice Ravel (1875-1937):

Sonatine (1903-05):

Modéré – Mouvement de menuet – Animé

Valses nobles et sentimentales (1911)

Le tombeau de Couperin (1914-17):

Prélude. A la memoria del teniente Jacques Charlot III

Fugue. A la memoria de Jean Cruppi

Forlane. A la memoria del teniente Gabriel Deluc

Rigaudon. A la memoria de Pierre y Pascal Gaudin

Menuet. A la memoria de Jean Dreyfus

Toccata. A la memoria del capitán Joseph de Marliave

-II-

Franz Liszt (1811-1886):

Années de pèlerinage, Deuxième année «Italie», S. 161 (1846-49)

Sposalizio

Il Penseroso

Canzonetta del Salvator Rosa

Sonetto 47 del Petrarca

Sonetto 104 del Petrarca

Sonetto 123 del Petrarca

Après une lecture du Dante. Fantasia quasi Sonata

Merecida oportunidad para jóvenes pianistas

Deja un comentario

Sábado 25 de mayo, 20:00 horas. Auditorio «Teodoro Cuesta» de Mieres: 1ª Gala Pianística de Mieres. Intérpretes: Juan Vicente Stroup, Iván Gómez García, Laura Puente Novales, Aníbal Mortera Pariente (cello), Hugo Álvarez Lanero, Héctor del Río Fernández y Henry Sebasthian Crespo. Obras de varios compositores. Fotos ©pablosiana.

Una buena entrada en el auditorio mierense para la primera gala de piano organizada por Henry Sebasthian Crespo con diversos apoyos y patrocinios como ya comenté el pasado día 19 en este blog,  donde rodeado de sus compañeros de estudios, todos aún formándose en el CONSMUPA y rondando los veinte años, que tenían esta gran oportunidad de interpretar en público un variado y exigente programa, que además de un permanente examen supone dar visibilidad al esfuerzo y trabajo que no siempre se ve ni aprecia: muchas horas de práctica, estudio, sueño, clases en el conservatorio alternadas con estudios obligatorios de Secundaria y Bachillerato, los incontables sacrificios de sus familias que son el principal apoyo, y muchos sinsabores que, por propia decisión y amor hacia la música, se ven compensados con las actuaciones para el público, esperando proseguir una carrera que está comenzando. Así es la vida de un músico que cuando afronta una trayectoria profesional ya no sabrá qué son vacaciones, fines de semana, ausencia de descanso por el obligado y necesario trabajo con infinitas horas para preparar nuevos repertorios y hacerse un hueco en el difícil mundo de la música, que en España parece serlo aún más, y todos ellos lo saben pero les mueve su juventud y ganas de triunfar.

La artista plástica Paz Mayora Villamil con segundo apellido de pintor que puede tenga algún parentesco lejano, haría las labores de presentación, comenzando con la frase de Franz Listz «La música es un lenguaje poético, para expresar todo lo que, dentro de nosotros mismos, traspasa los horizontes normales, lo que escapa al análisis lógico, lo que se encuentra en las profundidades inaccesibles», antes de ir dando paso a cada uno de los artistas y obras que interpretarían, ayudando a quienes no tenían o podían leer en la penumbra el excelente programa de mano (gracias al Ateneo Musical de Mieres y la Imprenta Álvarez) del que dejo copia aquí.

Tomaría a continuación la palabra el mierense de adopción y organizador de esta gala Henry Sebasthian Crespo, palabras de adulto y contagiando pasión por el piano, agradecimientos por los apoyos y que cerraría una velada de dos horas de excelente música, tras alguna variación mínima en el orden previsto, y una «maratón» en cuyo cartel figuraba el lema «Ideado por los alumnos, para los alumnos y para el público, aportemos en difundir el amor por el arte y la música clásica».

No suelo tomar notas en los conciertos, pero desde mi experiencia docente me dispuse a ir anotando cada actuación para hacérselas llegar como «profesor jubilado» y esta tarde ejerciendo de «tribunal» con todo el respeto y cariño hacia esta generación que pide paso. Desde ellas paso a comentar lo vivido.

El primero en abrir la velada sería Juan Vicente Stroup (Oviedo, 1999) que elegiría a Mompou y sus Variations sur un thème de Chopin,  el lenguaje del catalán adoptando esa forma tan romántica de desarrollar y homenajear páginas de los grandes, en este caso de uno de las figuras del piano como el polaco, siempre reconocible desde su Preludio en la mayor, op. 28 nº 7 en el tema y doce variaciones posteriores que respiraron aires actuales, casi de jazz o banda sonora, difíciles pero que el carbayón afrontó con buena técnica y un sonido muy trabajado navegando por ese engañoso mar en calma lleno de tormentas, cambios de ánimo y adoración de intérprete y compositor por Chopin, que aparece de nuevo en la décima variación (Fantasía-Impromptu op. 66) y además cerraría esta gala, toda ella un homenaje a unas figuras del piano que fueron igualmente virtuosos concertistas y mejores compositores para su instrumento.

El único pertrechado de partitura y algo descentrado en plena época de exámenes finales, sería Iván Gómez García (Avilés, 2004), quien optó por el poliédrico y atormentado Beethoven de su Sonata piano nº 8 en do menor, op. 13 “Patética” aunque obviando el primer movimiento, supongo que para acortar la duración global. Irregular, con muchas dudas y aún en proceso de asimilar la hondura del sordo genial, el de La Villa del Adelantado  tendrá que trabajar aún más la técnica y templar ánimos, pues dentro del conjunto de pianistas, tampoco la obra era de las más complejas para un alumno de su nivel. Supongo que sus maestros le ayudarán en esta tarea para poder incorporar con solvencia al menos las «más famosas» de las sonatas para piano del compositor de Bonn enterrado en Viena.

La música española para piano es auténtica «prueba de fuego» para todo intérprete, y Laura Puente Novales (Bilbao, 2004) optó por los catalanes Granados y Albéniz, recordándome a una paisana suya, que tiene en el primero uno de los preferidos en sus conciertos. Los ocho Valses poéticos del ilerdense fueron de menos a más, sentidos, fraseados, interiorizados, con un sonido muy trabajado al igual que su estudio e profundidad y de buena memoria. Y la Suite Iberia del de Campodrón está considerada como «La biblia del piano» por su dificultad no ya en la interpretación sino en la hondura y madurez que necesita, siendo pocos y ya con edad los pianistas que la han afrontado. La bilbaína eligió la primera de ellas, Evocación, que me sorprendió por su joven madurez veinteañera, reposada, cantabile y con un buen empleo de los pedales, una primera aproximación que apunta a una excelente intérprete de nuestra música.

Jugaban «en casa» y se notó por el apoyo desde el patio de butacas, Aníbal Mortera Pariente (Rioturbio, 2005) y Hugo Álvarez Lanero (La Culquera, Lena, 2001), dúo de chelo y piano, amigos desde su aún cercana la infancia, que llevaron su complicidad en el único dúo del concierto, la Elegía, op. 24 del francés Gabriel Fauré, con Hugo excelente concertador y coprotagonista de esta bella página donde Aníbal mostró un sonido poderoso, rotundo, con los esperables y habituales problemas de afinación en su instrumento pero mostrándose ambos muy expresivos y compenetrados.

Ya en solitario, Hugo Álvarez se enfrentaría a la Ballada n° 2 op. 38 de Chopin, biena memoria para toda ella, dinámicas amplias aunque algo excesivas por momentos pero entendiendo el «arrebato romántico» y algunas dificultades en los complicados pasajes rápidos que solo la práctica conseguirán sortear sin problemas, compensando la interpretación con su musicalidad y expresión que sería uno de los más aplaudidos.

Héctor del Río Fernández (2004) no se amilanó en la elección de sus obras aunque el riesgo le pasaría factura. Si el Albéniz de «Iberia» la he calificado como biblia, la «Suite Española» op. 47 es cual antiguo testamento. De ella Castilla fue árida en sus seguidillas y peligrosa, necesitando repetir el arranque, descentrándose en algunos pasajes con paradas que los fallos no deben obligar sino mantener la tranquilidad y recordar que lo ya tocado no tiene vuelta atrás y la música debe fluir aunque sea con tropiezos. Y probablemente el mayor virtuoso del piano fue el húngaro Franz Liszt, con unas manos (como las de Rachmaninov) que le permitían alcanzar notas imposibles para el común de los mortales. El Étude transcendante nº 1 es mucho más que un «estudio», donde la técnica es muy exigente pero su interiorización y expresión aún son mayores. La ejecución tuvo buen sonido aunque el pedal no siempre ayudó sino que «enturbió» y el vértigo de los múltiples arpegios no es recomendable. También titulado Estudio op. 25 nº 12 en do menor, «Óceano» que Chopin lleva al concierto, es de nuevo complicado extraer del ejercicio la gran capacidad melódica que esconden estas breves e intensas partituras, que incluso en el subtítulo ya parece apuntar los derroteros que toma. El trabajo de limpiar notas y pedales no cesará nunca pero la interpretación estuvo matizada aunque el ímpetu juvenil alcance unos fortissimi cercanos a las «tres efes». Mejor el g ran Vals op. 42 nº 5 en la bemol mayor que hace falta pulir pues la expresión y el tempo fueron correctos, pero el fraseo tendrá que ir estudiándolo mucho más lento para «vocalizar» correctamente e ir poco a poco aligerándolo sin perder esas melodías únicas y «escondidas» del polaco.

El cierra lo pondría Henry Sebasthian Crespo (Valencia, Venezuela, 2003) con las dos obras que pudimos escucharle hace un mes en el acto del premio Tertulia 17 -uno de los patrocinadores- pero esta vez en el piano Kawai© mierense, que se comportó perfectamente ajustado por Jesús Ángel Arévalo (algún día habrá que homenajear a esta generación de origen castellano que se instaló en nuestra tierra, echó raíces y siguen apoyando la música). La vida obliga a madurar prematuramente, pero el talento unido al duro trabajo también otorgan lo que he llamado «poso», el paso de un vino cosechero a crianza y reserva cuando madura en las mejores condiciones, Y como un buen caldo, Henry Sebasthian alcanza ya el calificativo de reserva, pues lleva desde niño al piano y en sus 21 años lleva diez de experiencia concertística desde su tierra natal, lo que se nota en cuanto se sienta al piano. Llamado «el Chopin de Broadway» el ruso Serguei Rajmáninov emigrado a los EEUU puede ser considerado el último pianista y compositor romántico ya en el siglo XX, y su Momento musical, nº 1 uno de sus homenajes a los predecesores de las 88 teclas. Exigente técnicamente, la música la necesita para sobrevolar toda la carga expresiva del virtuoso ruso y así la afrontó el valenciano de Venezuela, con poso, peso y madurez. Para cerrar el círculo del concierto, de nuevo Chopin y su Ballade nº 1 en sol menor, op. 23, tan distinta a la segunda elegida por Hugo, dos visiones, dos interpretaciones que además siempre son distintas por el mismo intérprete porque ahí reside la magia de cada día, hacerse con la obra, interiorizarla y personalizarla en cada momento. Valiente, arriesgado y poderoso este Chopin de Henry que sigue creciendo con su amado y admirado polaco a base de un trabajo y madurez que ya le ha abierto las puertas del Real Conservatorio de Bruselas (Bélgica), donde será alumno del maestro y concertista Aleksandar Madzar quien le aceptó en su cátedra de piano para los próximos dos cursos.

El propio Henry Sebasthian llamaría a todos los participantes a compartir los aplausos de un público entregado a los jóvenes talentos, más agradecimientos y hasta la entrega de los Diplomas acreditativos de esta gala que irán aumentando el currículo de esta generación que en Mieres pudimos disfrutar y los melómanos presumiremos pronto de haberlos «descubierto».

PROGRAMA:

Juan Vicente Stroup (Oviedo, 1999):

Federico Mompou (1893-1987): Variations sur un thème de Chopin.

Iván Gómez García (Avilés, 2004):

Ludwig van Beethoven (1770-1827): Sonata piano nº 8 en do menor, op. 13 “Patética”.

Laura Puente Nováles (Bilbao, 2004):

Enrique Granados (1867-1916): Valses poéticos.

Isaac Albéniz (1860-1909): I. Evocación (de «Iberia»).

Aníbal Mortera Pariente, violoncello (Rioturbio, 2005) y
Hugo Álvarez Lanero, piano (La Culquera -Lena-, 2001):

Gabriel Fauré (1845-1924): Elegía, op. 24.

Hugo Álvarez Lanero:

Frederic Chopin (1810-1849): Ballada n° 2 op. 38.

Héctor del Río Fernández (2004):

Isaac Álbeniz: Castilla (de la «Suite Española»).

Franz Liszt (1811-1886): Étude transcendante nº 1.

F. ChopinEstudio op. 25 nº 12, «Óceano»  y Vals op. 42 nº 5.

Henry Sebasthian Crespo (Valencia -Venezuela- 2003):

Serguei Rajmáninov (1873-1943)): Momento musical, nº 1.

F. ChopinBallade nº 1 en sol menor, op. 23.

Yulianna Avdeeva: soberbia sobriedad

1 comentario

Jueves 4 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Yulianna Avdeeva (piano). Obras de Chopin y Liszt.

Volvían las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con una de las pianistas de nuestro tiempo, la rusa Yulianna Avdeeva (Moscú, 1985) en un programa que el doctor y catedrático de piano del CONSMUPA Fernando Orfila Abadía titula en sus notas al programa como «El apogeo del romanticismo», dos grandes del piano como Chopin y Liszt  de los que la propia pianista comentaba en el diario La Nueva España «dos grandes románticos, fueron amigos y se apoyaron, es un honor tocarlos en Oviedo»,  aunque el honor fue nuestro al poder escuchar a esta artista que desde su niñez de prodigio ha llegado a la madurez interpretativa.

Está claro pese a la globalidad actual, que hay una «Escuela rusa» del piano y la moscovita es un claro ejemplo. Sin apenas tics, sólo el abrocharse la chaqueta para saludar, con esa equívoca apariencia de facilidad en todo lo que toca, de sobriedad gestual sólo rota por alguna mirada perdida al cielo pero con una técnica al servicio de las partituras, afrontó casi dos horas de música honda, sentida, interpretada en el más puro estilo romántico enfrentando dos compositores que tiene asimilados, organizando el concierto de una forma interesantísima.

La primera parte fue Chopin en estado puro y como bien apunta Orfila «presentadas en orden cronológico inverso, de modo que se ofrece una original panorámica de la evolución del lenguaje compositivo de los dos artistas». Avdeeva, que ganó el Concurso de Varsovia en 2010, comenzó con la Polonaise-Fantaisie en la bemol mayor, op. 61 majestuosa y cristalina en su inicio, puliendo cada nota con un uso del pedal refinado, jugando con el silencio como un elemento más, el rubato pefecto y personal, dibujando el ritmo con fuerza en la mano izquierda sin perder el melodismo de la derecha en esta complicada página que con la rusa parecía sencilla, más fantasía que polonesa, y todo interiorizado, sobrio en apariencia pero profundo en el sonido como sería todo el concierto.

La Barcarolle en fa sostenido mayor op. 60, jugando de nuevo sobre «las negras» pero dotándola del carácter acuoso inspirado en las góndolas venecianas y en compás de 12/8 pero elevado a ese piano de salón despojado de convencionalismos académicos. Pudimos sentir el auditorio más cercano, la caja acústica adelantada para estos recitales ayudó a ello, manteniendo tanto la apariencia como el trabajo de cada nota, articulaciones  bien definidas, dinámicas impresionantes atacadas sin esfuerzo aparente, sonoridad siempre limpia, el poso chopiniano que dan los años sin perder la frescura de esta, madurez compositiva e interpretativa.

Con la tonalidad de do sostenido menor, Avdeeva fundió el Preludio y el impresionante Scherzo nº3 dotándolos de unidad y engrandeciéndolos. apostando por un preludio no muy transitado y rico en arpegios que prepararían el misterioso y posterior fogoso «scherzo» lleno de expresión iluminando la oscuridad que parece sintió Chopin aquel otoño mallorquín de 1839 con George Sand, un derroche técnico por parte de la rusa que en la parte «coral» del segundo tema sacó un sonido bellísimo de un Steinway© capaz de escucharse en toda su magnitud gracias a la riqueza de matices y con un público que al menos se dejó embriagar por el piano romántico.

Para terminar esta parte nada mejor que el Andante spianato et Grande Polonaise brilliante, la grandiosidad orquestal en 88 teclas y enfocada a degustar más que a epatar, virtuosismo sobrio en pos de La Música, con mayúsculas y como en el «par anterior» unificando intenciones y emociones, impresionando por la hondura de Yulianna. Mientras cerraba los ojos y recordaba al Rubinstein referente de mis años jóvenes reafirmándome que los rusos han entendido como pocos la música de Chopin, meditación del andante y deslumbrante polonesa que brilló de principio a fin.

La segunda parte y sin pausa entre las tres obras del «Abate Liszt«, igual de romántico que Chopin pero dando un paso más, olvidándonos de tonalidades, nuevas armonías y aún mayor virtuosismo, sonidos trabajados como los propios silencios en una Avdeeva más rotunda y enérgica decantando lo soberbio de su piano por la «menor sobriedad» que en el polaco. No entendamos esta Bagatela lisztiana en su definición de nimiedad o fruslería sino «composición austera, escrita en forma de vals, en la que, mediante el uso de abundantes cromatismos, tritonos y acordes alterados, Liszt parece querer transgredir los límites del sistema tonal, prediciendo la evolución del lenguaje musical en el siglo XX» como la define Orfila. Austeridad interpretativa pero puliendo cada ataque, mimando el pedal, y enlazando con Unstern!- Sinistre, dando una continuidad expresiva donde el virtuosismo es necesario para tanta «mala estrella» que Avdeeva fue desgranando con contundencia, aparentando más tensión sin perder una elegancia innata para esta página áspera, desesperanzadora e igualmente arrebatadora antes de escalar la cima pianística que es la Sonata para piano en si menor. Dramatismo de un poema sinfónico con receta de sonata que el húngaro rompe y la rusa entendió en toda la grandeza, uniendo en una monumental exhibición el espíritu de Liszt. Si Chopin era la elegancia de salón, Liszt sería el poso de la tradición modernizada, y la pianista moscovita el cauce con el que poder entender una misma época con dos visiones que transmitió en una auténtica montaña rusa: luces, sombras, tensión, lirismo, fluyendo con una «soberbia sobriedad» y en la edad perfecta para una vida volcada en el piano.

La propina nos devolvería al Chopin elegante del Vals op. 42 en la bemol mayor, el gran vals en otra exhibición de limpieza, rubato y frescura para devolvernos la luz perdida con Liszt.

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Frédéric CHOPIN (1810-1849)

Polonaise-Fantaisie en la bemol mayor, op. 61

Barcarolle en fa sostenido mayor, op. 60

Prélude en do sostenido menor, op. 45

Scherzo nº 3 en do sostenido menor, op. 39

Andante spianato et Grande Polonaise brilliante, op. 22:

1. Andante spianato. Tranquillo – 2. Grande polonaise brillante

SEGUNDA PARTE

Franz LISZT (1811-1886)

Bagatelle sans tonalité, S. 216a

Unstern!- Sinistre, S. 208

Sonata para piano en si menor, S. 178:

1. Lento assai – Allegro energico  – 2. Andante sostenuto – 3. Allegro energico – Andante sostenuto – Lento assai

Sobriedad frente al exceso

Deja un comentario

Miércoles 7 de febrero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Concierto nº 1678 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Alvargonzález: Jaeden Izik-Dzurko (piano). Obras de Bach, Liszt Rachmaninov.

Segundo concierto de este ciclo de jóvenes pianistas patrocinado por la Fundación Alvargonzález,  este miércoles con el canadiense Jaeden Izik-Dzurko (Salmom Arm -Columbia británica-, 1999) ganador del XX Concurso Internacional de «Paloma O’Shea» (2022), y con un programa «no apto para todos los públicos» pero con mucho poso ante composiciones de compositores y virtuosos del piano que están bien en las competiciones, con lo que ello supone de oportunidad para mostrar tanto talento, y que en el caso del compatriota de Glenn Gould mostró sobriedad frente a la tentación del exceso, elegancia en todo, desde el impecable traje negro (siempre abrochando la chaqueta antes de saludar), zapatos de charol negro, camisa con gemelos, corbata y pañuelo, hasta la gestualidad, sin aspavientos cara a la galería, nada superfluo, apenas ligeros movimientos del torso dejando al desnudo toda su impresionante técnica al servicio de la música en unas interpretaciones de alto voltaje.
El respeto y admiración por dios Bach como «padre de todas las músicas», hizo sucumbir desde entonces a todos los músicos, épocas y estilos. El «abate Liszt» en sus años de peregrinaje mundial exhibiendo sus dotes al piano para sacar de él sonoridades grandiosas, voluptuosas, que en cierto modo le convertirían en un mito (o diablo) del piano, no dejó pasar la oportunidad de rendirle homenaje y ayudar a acercar la música de órgano de «El kantor de Leipzzig» al competidor por el reinado del teclado, un piano que el propio húngaro pondría de moda en la época romántica. Las notas al programa del profesor Francisco Jaime Pantín nos cuentan que «las transcripciones de la música de Bach realizadas por Liszt revelan el respeto profundo, rayano en la devoción, que el gran compositor húngaro sentía por estas obras (…) Su transcripción de los 6 Preludios y Fugas para Órgano constituyen un ejemplo elocuente de este modelo, siendo el ‘Preludio y Fuga en La menor’ uno de los más conocidos y frecuentemente interpretados en concierto y constituye una magnífica muestra de la capacidad de Liszt para sintetizar de manera magistral las texturas polifónicas más complejas en un solo teclado sin merma aparente de intensidad y grandeza, a partir de una escritura pianística fascinante –repleta de octavas y series de sextas paralelas– capaz de recoger la práctica totalidad del original organístico bachiano, incluyendo el importante papel del pedalero, en una obra que parece desarrollarse bajo el signo de la improvisación y que incluye frecuentes cadencias de marcada vocación virtuosística». El canadiense agrandaría este respeto al original y al transcriptor con una sonoridad grandiosa, descubriendo cómo la música escrita es solo un lenguaje donde la interpretación es fundamental para comprender cada detalle: inflexiones, matices, pausas, acelerandos y retardandos que marcan las diferencias de lectura de lo escrito cuando hay un estudio concienzudo detrás. Como decía al inicio, Izik-Dzurko no cayó en la tentación de los excesos y supo entrar en los detalles sin obviar los ornamentos, el preludio limpio y cristalino donde los registros del órgano los consiguió con un despliegue dinámico amplio, un uso de los pedales y resonancias del piano más una mano izquierda que por momentos era el pedalero del piano-órgano que en el Weimar feliz de Bach (la fuga luminosa parece reflejarlo) aún resuena en la Academia Liszt allí instalada, el apóstol más famoso que el propio dios pagando su penitencia que en el Jovellanos redimió este nuevo testamento juvenil.
Para no dudar del respeto por ambos y también en el Weimar de Goethe o Schiller más que de Bach, la Sonata para piano en si menor, S. 178 del Liszt «republicano» en la interpretación de Izik-Dzurko pareció un duro ejercicio de martirio soportando las continuas tentaciones de esta inmensa sonata que no vende el alma a Mefistófeles sino que hace triunfar el amor por Margarita, una fantasía que alarga la forma clásica en un solo movimiento lleno de indicaciones muy precisas (Lento assai- Allegro enérgico- Grandioso- Recitativo- Andante sostenuto- Quasi Adagio- Allegro enérgico- Stretta quasi presto- Presto- Andante sostenuto- Allegro moderato- Lento assai) para marcar ritmos, tormentos, emociones y luchas que el pianista canadiense venció con las virtudes morales de prudencia y templanza, más que las teologales de fe, esperanza y caridad infundidas en la inteligencia y en la voluntad del hombre para ordenar sus acciones; siempre con la sobriedad entendida como mesura y serenidad y también adjetivo sinónimo de «carecer de adornos superfluos». La exageración en la longitud de esta sonata lisztiana también rinde homenajes a Beethoven o Schubert, y esa unidad musical sin pausas esconde tres movimientos donde hay también su coda (en el análisis detallado y desmenuzado por Jaime Pantín), con una ejecución por parte de Izik-Dzurko igual de minuciosa en los contrastes agógicos y expresivos de los breves motivos que se van transformando, reapareciendo y siguiendo «un hilo conductor de vocación dramática» que llenó de contenido desde un color variado y una riquísima gama tímbrica sin llegar a la lujuria tan de Liszt de ffff o pppp, fuerza y delicadeza contenidas, escalas descendentes y ascendentes sin «tapar» lo imprescindible, stacattos ásperos y dulces venciendo siempre los desafíos y tentaciones siguientes: rítmicas precisas, grandiosidad en su justa medida y hasta cierta religiosidad interior entendida como batalla entre lo escrito y lo interpretado cual coral luterano que vence las turbulencias pecaminosas hasta la presentación del último tema: amplio, lírico y contemplativo muy en la onda del misticismo del reconvertido abate viejo, luces y sombras hechas sonido de piano con un fugato bachiano que entroncaba con la primera transcripción, lleno de tensión y grandeza sinfónica en las 88 teclas. Última penitencia para alcanzar la redención de un joven pianista honesto, sobrio, elegante y capaz de explorar la sonoridad de su instrumento hasta límites inalcanzables para muchos estudiantes, «profundidades del teclado a la que se contraponen luminosos acordes que parecen aunar lo celestial con lo depresivo» como concluye el propio Paco Pantín.
La segunda parte también tendría sus excesos y «grandonismo» que diríamos los asturianos, la Sonata para piano nº1 en re menor, Op. 28 (1908) de Rachmaninov, sin la popularidad de la segunda pero «recuperada» en los últimos tiempos por jóvenes para muchos concursos. El compositor ruso ya expresaba sus dudas sobre la forma y extensión de esta sonata de dimensiones exageradas por su duración incluso después de los recortes ya en su versión definitiva. Obra densa en sus tres movimientos, compleja de ejecución y escucha, pero con el sello personal del virtuoso del pasado siglo, continuador en cierto modo del Liszt del XIX con muchas similitudes incluso físicas (recuerdo el molde en cera de las gigantescas manos de ambos): la probable inspiración faústica o la sonoridad «sinfónica». De nuevo los tormentos llevados al papel y ejecutados con la pasión consustancial y el ímpetu juvenil, fuerza desde el control, lirismo con contención sin amaneramientos. El I. Allegro moderato envuelto en tinieblas bien entendidas con unos pedales perfectos y el virtuosismo adecuado a esta «fantasía» donde escuchamos incluso campanas y motivos tan personales del Rachmaninov de los conciertos para piano (sobre todo el cuarto que álguien calificó como de los elefantes por la fuerza y esfuerzo). Jaeden Izik-Dzurko desplegó todo su poderío físico para explorar acordes en todos los matices, melancolía romántica y aires polacos de los salones parisinos hoy convertidos al Jovellanos gijonés, sobre todo en el II. Lento central, hermoso, poético, melancólico, antes de afrontar con valentía pero «sin despeinarse», el III. Allegro molto deslumbrante, luminoso y trágico alternando nuevamente luz y sombra como en Liszt, ritmos impactantes e interludios líricos, un auténtico frenesí donde recordar el motivo inicial de ataque tétrico como las referencias al Dies Irae que castigaría tanto exceso escrito e interpretado por este joven canadiense que simboliza la sobriedad y elegancia frente a tanto ornamento vacuo de moda en estos tiempos.
Aún le quedarían fuerzas para dos propinas donde aparentemente relajado pero igual de concentrado, volvió a dejarnos el buen gusto por lo escrito desde la «querencia hacia los grandes virtuosos rusos«: de nuevo Rachmaninov con el Preludio op. 23 nº 4 (Andante cantabile en re mayor) menos explosivo que la sonata pero más delicado y tímbricamente íntimo; después el tormentoso Scriabin y su «Étude pathétique» (Estudio op. 8 nº 12 en re sostenido menor), aires de virtuosismo chopiniano que sobrevolaron el teatro culminando más de hora y medio de sobriedad frente a los excesos románticos y febriles traídos a nuestro tiempos por un sensible y soberbio (como adjetivo de grandioso o magnífico) Jaeden Izik-Dzurko al que los premios han posibilitado poder disfrutarlo en nuestro país.
PROGRAMA
I
Johann Sebastian BACH (1685-1750): Preludio y fuga en la menor, BWV 543 (transcripción de Franz Liszt).
Franz LISZT (1811-1886): Sonata para piano en si menor, S. 178.
II
Serguéi RACHMÁNINOV (1873-1943): Sonata para piano nº1 en re menor, Op. 28 (I. Allegro moderato – II. Lento – III. Allegro molto).

Gracias Don Joaquín Achúcarro

2 comentarios

Miércoles 13 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Joaquín Achúcarro (piano). Obras de Brahms, Liszt, Ravel, Debussy, Rajmáninov y Scriabin.

Decir Achúcarro (1 de noviembre de 1932) es decir piano, toda una vida dedicada a las 88 teclas, y en mi recuerdo aún perdura la primera vez (después vendrían muchas más) allá por 1972, ¡51 años y parece que fue ayer! cuando le escuché en la Sociedad Filarmónica de Oviedo, la ciudad donde más ha tocado después de su Bilbao natal, como bien recuerda Ramón Avello en las notas al programa.

Y Don Joaquín Achúcarro Arisqueta sigue ejerciendo magisterio, afrontando un programa de altura al alcance sólo de jóvenes maduros como es el bilbaíno, pues antes de arrancar con las Variaciones sobre un tema de Schumann nos contó micrófono en mano del Brahms con 19 años enamorado de Clara Schumann de quien incluye en la variación décima una melodía suya, grandeza musical de juventud, amor casi adolescente del alemán y pasión madura del vasco enamorado del piano, sonoridad impecable, moldeando el sonido como sólo los grandes saben, resaltando lo importante aunque  no haya nada superfluo en la música del hamburgués.

Limpieza en la ejecución, sabiduría en los pedales, exposición clara del tema principal siempre reconocible en cada variación. Y no digamos los dos Intermezzi siguientes, el primero grandioso, cristalino, romántico en estado puro, paladeando cada nota sin apuros, deleitándonos con su interpretación con tanto poso a lo largo de más de 75 años de carrera, la que comenzaba en Oviedo donde Ángel Muñiz Toca intuyó y creyó en él para dar un concierto de Mozart con la Orquesta Clásica de Asturias, que recordaría al final del concierto; y el segundo pura reflexión, silencios que «duelen», los claroscuros de estas «miniaturas» sólo en extensión, Klavierstücke de madurez cual verdadero regalo contraponiendo las dos etapas del sempiterno enamorado, el joven y el maduro con la visión paralela del maestro Achúcarro en una sentida interpretación con tanto poso de amor.

No bajaría el listón de exigencia ni de entrega con Liszt y su Valse oubliée nº 1, nada olvidado y recuperados en un collar de perlas sonoras, jugando con el tempo como los grandes que son leyendas en vida, seguido del famoso «Sueño de amor», dos páginas para afrontarlas nuevamente desde la visión que da la experiencia y los años, obras cinceladas día a día con el trabajo que nunca falta en los pianistas, pues además del talento innato que Don Joaquín tiene, hay que sumar su infatigable día a día donde confiesa que sigue aprendiendo.

La segunda parte de nuevo con compositores que Achúcarro ha interiorizado, los franceses cercanos y unidos por nuestro Mar Cantábrico, primero el vascofrancés Ravel y sus Valses nobles que no dudó en contarnos antes de comenzarlos la anécdota de Rubinstein en España, «aislado» en plena Primera Guerra Mundial con lo que donde había un piano ahí estaba Don Arturo, aprendiendo a hablar un español correctísimo y además estrenar estos valses en Madrid con un abucheo del respetable aunque el resto del concierto fuese un éxito «obligándole a regalar de propina» nuevamente los valses pues parecía que el público debía entenderlos. Genio y figura a quien también disfruté en Oviedo en 1975 ¡con 88 años! y que tantos paralelismos al piano tiene con nuestro Joaquín Achúcarro. El sonido preciosista en cada uno de los ocho valses, la genialidad sorprendente aún hoy del compositor, las armonías que son una «Valse» en miniatura, los tempi escritos e interpretados fielmente con delicadeza o rotundidad y siempre el ímpetu de este joven de 91 años. Y después Debussy del que El Maestro también aclaró micrófono en mano que más allá de nubes, aguas y atmósferas etéreas junto a otros calificativos del músico que no quería le llamaran impresionista, lanzaba también cañonazos, como así nos demostró primero con ese Claro de luna dibujado con mano firme y limpieza de trazo musical, después unos Fuegos artificiales verdaderamente luminosos, descriptivos como pocos incluso con la «datación musical» de París un 14 de julio con el eco de una Marsellesa que sigue siendo el mejor himno mundial, libertad, igualdad y fraternidad pianística de un Achúcarro que parece haber detenido el tiempo transmitiendo un pianismo del que apenas quedan representantes en activo y con su siempre sentido recuerdo a la Francia de su biografía.

Aún quedaban dos rusos, verdaderos pesos pesados que el bilbaíno afrontó con valentía, seguridad, aplomo y el mismo nivel de autoexigencia que en el resto del concierto. Los tres preludios de Rajmáninov (de los 24 que escribió) dignos ejemplos para afrontarlos y organizarlos, dos épocas de su vida, evolución de escritura pero unidad estilística: el bello nº 1 op. 23, la potente mano izquierda y trinos claros del op. 32 central y la vuelta a la juventud del nº 2 op. 3 que el propio Sergei solía dar de propina en sus recitales. agitación y tensión pero delicadeza en la ejecución, sabedor el pianista bilbaíno que no hay obstáculos cuando se domina y entiende la obra desde su atalaya privilegiada.

Para terminar en Rusia nada menos que dos estudios de Scriabin, del que Achúcarro siempre fue su valedor (de hecho la última propina sería el conocido «Nocturno para la mano izquierda» que «lo dice todo»). El primero, opus 2 compuesto a los catorce años, de raíz chopiniana (como la primera propina del Nocturno op. 9 nº2) con un juego de voces interiores perfectamente escuchadas en el piano siempre enorme del bilbaíno, y el nº 12 de la op. 8, bautizado como “Patético” por la pasión exacerbada pero espectacular en la interpretación del Maestro vasco, unas octavas plenas y ritmos en tresillos que hacen sonar fácil lo intrincado de estos «estudios» donde «intensidad, vehemencia y pasión constituyen los ingredientes de este estudio trágico y épico» como escribe Ramón Avello.

Tras la primera propina de un Chopin para enmarcar, un sencillo y rápido homenaje tomando la palabra David Álvarez, melómano reconocido y Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo quien en compañía de dos «familiares» de «su» Filarmónica de Oviedo (Santiago González del Valle Rodríguez y Manuel Álvarez-Buylla, presidente y vicepresidente respectivamente), que le hicieron entrega del primer programa que Joaquín Achúcarro ofreció un 13 de abril de 1956, emociones, gratitud suya y nuestra para despedirse con la mano izquierda que siempre ha tenido El Maestro y una de sus propinas preferidas, el Scriabin que tendrá en Achúcarro un referente para tantos alumnos que ha tenido en su larga carrera docente, todo un lujo combinar interpretación y enseñanza, algunos incluso aprendiendo a escuchar el piano con él.

Gracias Maestro Don Joaquín.

PROGRAMA

I

Johannes Brahms (1833-1897):

Variaciones sobre un tema de Schumann, op. 9

Intermezzo nº 1 en la menor, op. 118

Intermezzo nº 2 en la mayor, op. 118

Franz Liszt (1811-1886):

Valse oubliée nº 1, S. 215/1

Liebestraum nº 3, S.541/3 (Nocturno “Sueño de amor”)

II

Maurice Ravel (1875-1937):

Valses nobles et sentimentales:
1. Modéré, très franc – 2. Assez lent, avec une expression intense – 3. Modéré – 4. Assez animé – 5. Presque lent, dans un sentiment intime – 6. Vif – 7. Moins vif – 8. Épilogue. Lent

Claude Debussy (1862-1918):

Clair de Lune (de la «Suite bergamasque») L.75/3

Feux d’artifice (de los «Préludes», Libro 2)

Sergei Rajmáninov (1873-1943):

Preludio nº 1 en fa sostenido menor, op. 23

Preludio nº 12 en sol sostenido menor, op. 32

Preludio nº 2 en do sostenido menor, op. 3

Alexander Scriabin (1872-1915):

Estudio nº 1 en do sostenido menor, op. 2

Estudio nº 12 en re sostenido menor, op. 8, “Patético”

Bruce Liu: visiones al piano

1 comentario

Lunes 4 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «LUIS G. IBERNI»: Bruce Liu (piano). Obras de Rameau, Chopin, Ravel y Liszt.

Diciembre tendrá en estas jornadas de piano dos generaciones de pianistas que a mi edad me sitúo entre ambos extremos: el próximo miércoles 13 Joaquín Achúcarro (1932) a quien sigo desde 1972 cuando me embrujase en la centenaria Sociedad Filarmónica, y este lunes a Bruce Liu (1997), impactante, joven ya maduro que dará mucho que hablar en este siglo XXI. Tantas figuras han pasado por «La Viena Española»  que sigue escribiendo la historia, y además en la festividad de Santa Bárbara suponía el debut en nuestro país del Primer Premio del Concurso de Piano Chopin 2021 -la misma edición donde el gijonés Martín García ganaría el tercero-, un talento nacido en París de padres chinos y criado en Montreal -tiene la nacionalidad canadiense- en tiempos de globalización también en el mundo de las 88 teclas, olvidándonos de escuelas pianísticas o tendencias.

Y esta figura de nombre ligado a las artes marciales y apellido pucciniano no defraudó en un programa verdaderamente de virtuoso que ofreció a dos gigantes del piano que se inspiraron nada menos que en el Don Giovanni mozartiano pero también su asombrosa técnica al servicio de la música con dos franceses casi en las antípodas pero delicados para confrontar sonoridades, estilos y visiones desde la interpretación madura del cosmopolita y generoso Liu.

Si Rameau es el máximo representante del clavecinismo francés junto a Couperin, la tentación de interpretar música barroca al piano supera cualquier opinión personal e incluso histórica, y así lo pude comprobar también en estas jornadas con Don Gregorio y su Purcell emparejado con Mozart, quien también ha incorporado a su amplio repertorio el clave del francés, sin dejarme mi pasado Festival de Granada con una pléyade de pianistas que en las llamadas «Play lists» figuran entre los más reproducidos.

El directo de Bruce Liu es único, con una técnica impecable donde el uso de los pedales marca sonoridades propias y muy cuidadas pero la limpieza en la digitación, la claridad expositiva y una amplísima gama de matices le dan todos los recursos para enfrentarse al repertorio de cualquier época con una solvencia y madurez asombrosa pese a su edad. Dice un proverbio que «Algo tendrá el agua cuando la bendicen» y ganar el Chopin no está al alcance de cualquiera aunque los concursos parezcan estar desprestigiados, en parte por los miembros de los jurados. Lo mismo podría decir de «fichar» por el sello amarillo que acierta en lo comercial pero también supone un escaparate mundial para sus «primeras figuras», independientemente de su mayor o menor calidad, y en el caso de Bruce Liu el acierto ha sido grande.

La selección de piezas de Rameau que el maestro Francisco Jaime Pantín desgrana en las notas al programa (enlazadas igualmente al inicio), se centró en las tres colecciones que dejo indicadas al final, y que representan una brillantez de escritura y un catálogo de expresividad. Liu exprimió al máximo las seis, limpieza en todos los sentidos, pedales comedidos para no enturbiar el discurso pero dándole todo el color desde el piano a estos «grabados» clavecinistas, como sucederá con Bach en tantos intérpretes del siglo pasado. El antes citado Sokolov tiene a Rameau entre sus propinas favoritas y ha grabado también para el sello amarillo como Liu. Así Les Cyclopes fueron más calmados que las del ruso nacionalizado español mientras Les Sauvages el canadiense la ejecutó ligeramente más rápida sin perdernos ni una nota. A la multinacional alemana no le importa repetir obras con distintos intérpretes y el mundo de la crítica discográfica es aficionado a compararlas también en los tiempos. Lo que tengo claro tras lo escuchado este primer lunes de diciembre por el canadiense nacido en París con su Rameau aporta una visión actual a un repertorio que sin ser pianístico luce siempre cuando el acercamiento respeta lo escrito y lo llena de colores personales.

Y para el «Premio Chopin» no podía faltar el gran polaco del piano con las Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, obra de un joven pianista y compositor además de se la primera obra para piano con orquesta (opus 2) pero despojada del acompañamiento sinfónico para poder disfrutar de todos los recursos del instrumento en aquellos salones del XIX y donde la inspiración en las óperas no solo las hacían llegar a todos los públicos sino a impactar con el virtuosismo que se hace y sigue haciendo casi imposible a tantos estudiantes de piano. Liu «cantó» el famoso dúo del Don Giovanni de Mozart con respiraciones, fraseos y el estilo propio del polaco que emana en cada una de las cinco variaciones, incluso indicadas en la partitura. La técnica es necesaria pero la musicalidad de Bruce la hace parecer menor de lo que es, la siempre engañosa facilidad mozartiana que transvasada al lenguaje chopiniano es vestir con traje romántico un clasicismo latente con cualquier ropaje.

La segunda parte volvería a emparejar lo francés y la inspiración en Mozart de otro virtuoso del piano, Ravel con Liszt. Desde esta divergencia cronológica convergiendo al piano y dando cierta homogeneidad a las obras elegidas, los Miroirs (1904-1905) de Ravel casi fueron un viaje en el tiempo del estilo clavecinístico, una visión más que versión propia como pueda ser Picasso y Velázquez con «Las meninas». Cinco piezas que fueron espejos, reflejos, ilustraciones a los propios títulos como harían Debussy el propio Liszt. De nuevo el color de Bruce Liu mezclando y superponiendo sonoridades, si en Rameau era acuarela de un solo y leve trazo, en Ravel óleo de amplia pincelada, lo etéreo y melancólico junto al misterio y la angustia, paleta de color y emotividad pianística, con una Alborada del Gracioso plenamente sinfónica desde las 88 teclas demostrando de nuevo la maravillosa escritura y capacidad de Ravel para crear estos enormes lienzos conformando una exposición que termina en el Valle de las Campanas de serenidad contrapuesta a la sensualidad anterior, soledad del intérprete tras un intenso paseo.

Había que reponer fuerzas porque Liszt y sus Réminiscences de Don Juan suponen una exigencia física puede que mayor que la propia técnica necesitada para tocarlas. De nuevo Mozart en el fondo, paráfrasis operística que como en las variaciones chopinianas parte de melodías siempre reconocibles, también «Là ci darem la mano» que parece pedir una tercera ante el despliegue diabólico de octavas rapidísimas, escalas en terceras, saltos como triples mortales sin red que Bruce Liu ejecutó con total seguridad y unos matices extremos com Liszt exige, tres «p» y tres «f» marcando incluso cuatro, con el Steinway© bien ajustado para devolver cada gesto, cada pentagrama, cada frase de la ópera mozartiana en la vertiginosa demostración del que fuera rey del piano en los salones parisinos, el exagerado húngaro cuya sobra emergía como la del propio Comendador amenazando al protagonista. Liszt no mató a Liu sino que lo elevó a categoría de héroe en estas «reminiscencias» donde primaría de nuevo el amor del anterior dúo utilizado por Chopin y hasta el Aria del Champagne.

Dos bloques franceses y parisinos como el propio pianista que nos regalaría dos joyas resumiendo el propio programa con el que debutaba en España: primero el Preludio en si menor BVV 855a de Bach en el arreglo de Siloti, el clave que crece en el piano, y de nuevo Chopin con su famosísimo Vals del minuto (que duró sólo un poco más), el Bruce Liu figura emergente que engrandece la larga lista de pianistas en «La Viena Española».

PROGRAMA

PRIMERA PARTE

Jean-Philippe Rameau (1683-1764):

Les tendres plaintes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/1.

Les Cyclopes. Rondeau (de Pièces de clavecin avec une méthode), RCT 3/8.

Menuet I y II (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/3 y RCT 6/4.

Les Sauvages (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/14.

La Poule (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 6/5.

Gavotte et six doubles (de Nouvelles suites de pièces de clavecin), RCT 5/7.

Frédéric Chopin (1810-1849): Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, op. 2:

Introducción. Largo- Poco piu mosso; Tema. Allegretto; Variación 1. Brillante; Variación 2. Veloce, ma accuratamente; Variación 3. Sempre sostenuto; Variación 4. Con bravura; Variación 5. Adagio- Alla Polacca.

SEGUNDA PARTE

Maurice Ravel (1875-1937): Miroirs, M. 43:

I. Noctuelles; II. Oiseaux tristes; III. Une barque sur l’océan; IV. Alborada del grazioso; V. La vallée des cloches.

Franz Liszt (1811-1886): Réminiscences de Don Juan, S. 418

Older Entries