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Hipnotismo relajante

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Martes 25 de noviembre, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 16 del año 2025, 2.096 del año 119: Dúo Cassadó (Damián Martínez Marco, violonchelo – Marta Moll de Alba, piano). Hypnotik, obras de Bach, Kodály, Bloch, Glass y Pärt. Fotos propias y de la web del dúo.

Siempre hay que volver a la música de cámara como continuo aprendizaje para intérpretes y público, esta vez no muy abundante en el teatro de la calle Mendizábal, con el Dúo Cassadó que traía un programa «hipnótico» algo monócromo por las obras elegidas -que no por una iluminación relajante acorde con lo que iríamos escuchando-, y el estilo de una escritura que apuesta por obras de nuestro tiempo capaces de escapar de etiquetas, aunque se hayan calificado de «minimalistas», pero el objetivo de compartir la expresividad de todas ellas con una belleza y reflexiones siempre personales, se alcanzó en la hora abundante de concierto, más aún con la calidad de este dúo formado por Damián Martínez Marco al chelo (a quien ya pude escuchar en Oviedo en agosto de 2015 junto a la OFIL) y el piano de la canaria Marta Moll de Alba, dos intérpretes, divulgadores y docentes de amplia trayectoria. que siguen apostando por el repertorio de nuestros días, y además traían parte del Hypnotik ya grabado para el sello Warner Classics (del que son artistas exclusivos), por lo que el posterior rodaje tras el trabajo previo se notó, y del que el programa de mano -escrito por la pianista- nos cuenta:

«Está concebido como una experiencia personal, nos invita a conectar con lo más íntimo de nosotros mismos. Es un viaje musical en el que se pone de manifiesto la esencia del ser humano y la música minimal desde el barroco hasta nuestros días. La música minimal se asocia a la repetición, al éxtasis y al énfasis. Es un concepto musical donde los sonidos son utilizados en su mínima expresión. La repetición de las frases, la armonía y el pulso constante nos transporta a un universo donde conectamos con nuestra propia esencia».

Pero sería el Bach eterno quien abría programa con la Suite nº 3 BWV 1009 (de la que Martínez Marco ya nos regalase en el concierto antes citado la Courante). Entonces escribía que el inmenso Pau Casals , comentaba desayunarse cada día una de ellas  -«Beethoven es la pasión, Bach es la música completa»-, así que este tercera (cuyo enlace es la interpretación del catalán) nos la tomaríamos como una merienda del antes de compartir el resto del  programa con Marta Moll. Finalizada la escucha del concierto me reafirmo en mantener que Mein Gott es el «Padre de todas las músicas» y su aura se mantuvo en cada obra del programa. El sonido del cellista es rotundo, amplio, de digitación limpia, tempi adecuados y fraseos intensos. Destacar la hermosísima Allemande y la Gigue final con esos aires de gaita que parecen llevarnos al folklore hecho obra de arte.

Vendrían después el húngaro Zoltan Kodály (1882-1967) y su Adagio para cello y piano (1905), del que las notas al programa, dicen: «A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido la necesidad de buscar respuestas a los misterios de la vida y los enigmas de la muerte. Gracias a la música podemos transportarnos a otra dimensión». El cello humano que canta arropado por un piano caminando en este viaje interior de El Cassadó, tranquilidad rota como un despertar tras la placidez de esta página donde se pueden intuir reflejos en un agua turbulenta antes de recuperar la respiración y la serenidad.

“La Vida Judía” («Jewish Life») del compositor suizo Ernest Bloch (1880-1959) «está inspirada en los cantos litúrgicos judíos. Es una obra que trata de captar el carácter del alma judía a través de una plegaria, una súplica y una canción judía» y en sus tres «versos» (PrayerSupplicationJewish song) es el cello quien transmite toda la intensidad de los cantos, glissandos o melismas -la «súplica» transmitiendo una sensación de rezo con el piano cristalino sustentando en tierra la espiritualidad contenida- más esa canción judía propia por todo lo que transmite de colorido interior y sonoridades amplias.

Dos compositores vivos y verdaderos iconos del llamado «Minimalismo» que con ellos se hace grande: primero el norteamericano Phillip Glass (Baltimore, Maryland, 1937) y su Metamorphosis Two (1988) para piano solo -de las cinco que la componen- inspirada en la obra literaria homónima de Franz Kafka, esta vez en arreglo para chelo y piano que engrandece esta enorme miniatura con la repetición mantenida en las teclas mientras las cuerdas exploran una melodía que no intuimos dónde nos llevará, registros extremos en ambos instrumentos, revoloteos cual monstruoso moscardón que aumenta las pulsaciones durante este tránsito sonoro hasta nuestras ignotas profundidades.

Este viaje, tal como lo describe Marta Moll, llegará a su destino de la mano del compositor estonio Arvo Pärt (1935) donde Spiegel im Spiegel «habla de un espejo infinito, una experiencia mística donde el tiempo y la eternidad están conectados. El compositor estuvo años sin componer estudiando música antigua y canto gregoriano. Al retornar a la composición su música cambió radicalmente y emergió un universo meditativo y sereno». Si la obra coral de Pärt es un remanso espiritual lleno de complejidades armónicas desde la siempre traicionera y aparente sencillez , esta obra amplía la sonoridad vocal al dúo Martínez Marco y Moll de Alba, luz pianística y cielo con aurora boreal chelística en otra plegaria por la paz tan necesaria en nuestros tiempos.

Y a continuación Fratres (1977), «Hermanos» compuesta para la también estonia orquesta de música antigua Hortus Musica, que pese a no estar en la grabación del dúo para Warner Classics, es «(…) una de las obras más significativas del compositor y nos traslada a un universo místico. Arvo Pärt utiliza el sonido para crear una escucha interna. Compara su música con la luz blanca que contiene todos los colores. Sólo un prisma puede revelar los colores que contiene la propia luz blanca y hacerlos aparecer. Ese prisma es el espíritu de los oyentes», una más de las muchas adaptaciones de esta música sin palabras, siempre luminosa desde el propio sistema compositivo del genio estonio, el Tintinnabuli, como en la anterior, para seguir transitando este viaje sonoro con un dúo bien hermanado que nos llevó a disfrutar de una tarde hipnótica y relajante.

El verdadero final del viaje sería la propina con homenaje, tanto a nuestro Falla (de quien celebraremos el próximo 2026 los  15o años de su nacimiento en Cádiz más los 80 de su muerte en el exilio argentino de Alta Gracia), como a nuestra tierra: esa Asturiana de las «Siete canciones populares españolas» que tantas versiones instrumentales ha tenido, y que personalmente la de chelo con piano es la más cercana a la voz mostrándonos cómo la belleza melódica no necesita de la palabra (la de nuestro Lorca patrio con el tamiz de mi tierrina: «Arriméme a un pino verde / me consoloba«), aunque siempre se enriquezca con la música, el minimalismo antes de definirse e innecesario hoy en día.

PROGRAMA:

J. S. Bach (1685-1750): Suite para violonchelo nº 3, BWV 1009 (Prélude – Allemande – Courante – Bourrées I y II – Sarabande – Gigue).

Zoltan Kodály (1882-1967); Adagio para cello y piano.

Ernest Bloch (1880-1959): From «Jewish Life»: Prayer – Supplication – Jewish song.

Phillip Glass (31 de enero de 1937): Metamorphosis Two.

Arvo Pärt (11 de septiembre de 1935): Spiegel im Spiegel – Fratres.

Grand Bouffe chelística

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Miércoles 19 de junio, 21:30 horas. 73º Festival de Granada. Crucero del Hospital Real | Grandes intérpretes / +Bach:
Jean-Guihen Queyras, violonchelo. Obras de Adnan SaygunBachKodály. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

La amplia oferta del festival granadino hace difícil elegir a qué concierto asistir, y en mi cuarto día entre el órgano en la Iglesia de los Santos Justo y Pastor con Bernard Foceroulle más Lamber Colson, siempre apetecible, me decanté por «Mein Gott» en el Crucero del Hospital Real (cambiado al inicialmente Patio de los Inocentes) con el chelista canadiense Jean-Guihen Queyras pues me permitía escuchar también a un para mí desconocido Ahmed Adnan Saygun (1907-1991) y el siempre agradecido Kodály en el instrumento más cercano a la voz humana.

Las notas en el libro del Festival tituladas «Bach mirando al futuro» nos cuentan que «en el Festival de 2022, el canadiense Jean-Guihen Queyras interpretó en una inolvidable matinal las suites impares para violonchelo de Bach, que preludió con piezas aforísticas de György Kurtág» y este último miércoles  primaveral volvía «por la noche al genial músico alemán con la más compleja y extensa de sus suites, la Sexta, escrita en realidad para un violonchelo piccolo de cinco cuerdas, lo que complica el acercamiento con un instrumento convencional. Y, como entonces, enfoca la música de Bach hacia el futuro del violonchelo, esta vez con dos obras del siglo XX, una, la de Kodály, bastante conocida y difundida también; la otra, estreno en España, es la de un importante compositor turco, que estudió en la Schola Cantorum de París y pasa, entre otras cosas, por ser el autor de la primera ópera turca de la historia».

Parece que el gran Pau Casals se «desayunaba» cada día una de las seis Suites del dios Bach, por lo que en principio me tomé como un aperitivo, con mucha enjundia, la Partita para violonchelo solo, op. 31 «To the Memory of Friedrich Schiller» (1955) del compositor turco que se estrenaba en España para un programa donde las notas de Enrique Martínez Miura se titulaban «Reflejos bachianos», y por tratarse de una novedad mejor las transcribo: «(…) la Partita de Saygun –acaso la música turca más conocida fuera de su país– nace de otra raíz, el folclore de Anatolia, que en noviembre de 1936 estudiaría con Bartók, cuya influencia no deja de percibirse en Saygun. Compuesta para recordar el 150 aniversario de la muerte de Schiller, la obra fue estrenada en Ankara en 1955 por Martin Bochmann. Hasta que se impuso el título actual, la página se conoció por otras denominaciones, como por ejemplo Requiem-cello Suite. La maestría de la escritura instrumental, puesta de manifiesto por todos los violonchelistas, aun en tesis doctorales dedicadas a la obra, se suma al subrayado de un tono algo pesimista, que se dice procedente de la filosofía sufí. Acordes disonantes, ritmos sincopados, ensimismamiento (Adagio, Allegretto) jalonan esta sorprendente cuanto desafiante Partita». Interesante obra en cinco movimientos reflejando el conocimiento de la forma «Partita» en pleno siglo XX donde todos los registros y técnicas del chelo se aprovechan al máximo, desde esa cuarta cuerda que resuena potente (más en el crucero y mejor que en el patio) hasta los armónicos explorando terrenos casi violinísticos donde Queyras «saca petróleo» de su instrumento (un Pietro Guarneri veneciano de 1729, puesto a su disposición por Canimex Inc. de Drummondville, Quebec, Canadá). Lo dicho, un primer plato potente de un menú que resultaría completísimo.

La Suite nº 6 de Bach si entrar en los planteamientos históricos de su exacto destino instrumental, donde hasta nuestro Adolfo Salazar ya en 1951 apuntaba a «la agilidad superior y una tesitura más aguda que un chelo normal, sobre el que la obra puede ser tocada –siempre y cuando el intérprete sea un virtuoso muy consumado–, bien que obligando a la corrección de algunos acordes», lo que no presenta dudas es el obligado dominio del instrumento y Queyras lo demostró. Toda partitura es cual guión donde el intérprete aportará su punto de vista, su trayectoria, sus experiencias y por supuesto el conocimiento, así que la partitura del kantor tiene todos los ingredientes para ser siempre distinta, sin olvidarnos de un lenguaje italiano del que Bach también tomó buena nota. El Preludio inicial enfocado con calma, la Allemande con ornamentos claros en el chelo del francés, bien «bailada» la Courante y virtuosa Sarabande (siempre recordándome a Marin Marais) con dobles, triples y hasta cuádruples cuerdas. Manteniendo ese contraste barroco las dos Gavottes me llevarían al Cantábrico con el aire de gaita francesa de la segunda antes de la última y elegante Gigue, una lectura la de Queyras visceral, sincera y honesta.

Tras una breve pausa donde ni acudir a verter aguas, llegaría lo más brillante de este concierto, la Sonata para violonchelo solo, op. 8 (1915) de Kodály dedicada a Jenő Kerpely, que la estrenaría el 7 de mayo de 1918, donde Queyras demostró su buena fama. Si Bach era el segundo plato del menú, Kodály no fue el postre sino un verdadero banquete por sí solo, original, apreciado por Béla Bartók, sonata virtuosa y explorando tímbricas que en su momento eran impensables, aunque el primer Saygun cocinó también estos ingredientesEnrique Martínez Miura la define como «un reto para cualquier intérprete (…)  De virtuosismo radical, se recurre a un catálogo de formas de atacar las notas, invocándose un espejismo polifónico, que es inevitable remitir a Bach, aunque en Kodály, salvo excepciones, el chelo sigue un curso básicamente homofónico. Abundan los efectos tímbricos, como la imitación de instrumentos cíngaros, mas ese alarde técnico nunca perturba la línea principal. Se suma la dificultad de la scordatura, de modo que las cuerdas tercera y cuarta, sol y do, deben afinarse como fa sostenido y si bemol».

Sus tres movimientos presentan un derroche de música y el esfuerzo del chelista donde la mano izquierda  llega a posiciones imposibles y el arco entra por todas partes, energía necesaria pero también momentos pastorales y especialmente los aires zíngaros tan familiares, vitales y expresivos donde Kodály muestra la inspiración en el folklore de su Hungría antes del último Allegro molto vivace, considerado como de los pasajes más difíciles de toda la literatura para violonchelo, una rapsodia casi polifónica en las manos del «chef» Queyras con esta fusión de formas para la bellísima y generosa sonata con la que culminaba esta «Grande Bouffe» chelística, por finalizar ya mis referencias gastronómicas.

PROGRAMA

-I-

Ahmed Adnan Saygun (1907-1991):

Partita para violonchelo solo, op. 31 «To the Memory of Friedrich Schiller» (1955)*

Lento – Vivo – Adagio – Allegretto – Allegro moderato

Johann Sebastian Bach (1685-1750):

Suite para violonchelo nº 6 en re mayor, BWV 1012 (1717-23)

Prélude – Allemande – Courante – Sarabande – Gavotte I – Gavotte II – Gigue

-II-

Zoltán Kodály (1882-1967):

Sonata para violonchelo solo, op. 8 (1915)

Allegro maestoso ma appassionato – Adagio (con grand’ espressione) – Allegro molto vivace

* Estreno en España

Más noches de cuento

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Viernes 11 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Música y literatura III», abono 12 OSPA, Pablo Sáinz Villegas (guitarra), Jaime Martín (director). Obras de Kodaly, Rodrigo y Rimsky-Korsakóv.

Érase una vez una princesa asturiana que fue creciendo sana y robusta hacia una madurez plena, hermosa, tras haber enviudado y divorciado varias veces, algo normal en tiempos modernos, uniéndola de nuevo con un noble cocinero búlgaro tras dos años de búsqueda donde la felicidad parecía brillar en un reino sin prisas. Entonces desfilaban por palacio pretendientes con futuro, algunos ideales pero poco raudos para evitar el compromiso en otras cortes, así que la elección del centroeuropeo nos dejó algo inquietos. Al principio parecían quererse tras el breve noviazgo, pero faltó la química que nunca hubo del todo, las recetas nuevas nunca compensaban la cocina tradicional que solía desgraciar cuando entraba en la cocina, así que la desgana pareció apoderarse de él atendiendo otros fogones, así que en las obligadas ausencias cada visita de invitados a la casa eran una verdadera fiesta que hacían olvidar los malos tragos, los sinsabores y hasta las pesadillas con las que solía despertarse nuestra amada princesa. La última alegría vendría con la segunda visita de un conde de la vecina Cantabria y la primera de un famoso juglar riojano emigrado a ultramar, que hizo las delicias de todos los asistentes, dado el cariño y mimo hacia la princesa así como el buen entendimiento entre el noble y el joven para con la anfitriona, dejándonos otra noche para el recuerdo intentando alejar la vuelta a casa del marido…

El cuento está incompleto para no extenderme y con el final por escribir. El duodécimo programa de abono volvía con el matrimonio entre música y literatura, básicamente por esos cuentos de las mil y una noches que me hicieron tontear al inicio de esta entrada como otro escritor, aunque este género nos siga dando joyas literarias y trascienda lo infantil pese a la mala prensa que el oficio de «cuentista» ha tenido.
No quiero chismes llamados cuentos ni mentiras adobadas de «pseudoverdad», mejor retomar el carácter didáctico que siempre ha tenido esta literatura, donde los recuerdos tanto de infancia escuchando como adultos contándolos enlazan con la idea musical de cuento, del verbo contar, narrar, que por tradición y transmisión nunca suenan igual ni los sentimos igual.
Tres obras conocidas por un público que retornaba a las buenas entradas en la sala, donde el director Jaime Martín cual narrador de historias volvía a transmitirnos su talento igual o mejor que hace dos años, contando con otro Pablo para la historia de la música, Sáinz Villegas (Logroño, 1977), un guitarrista español que triunfa en el país de las oportunidades (de momento) llevando con humildad su guitarra a los desfavorecidos con la misma entrega que a espectantes melómanos de todo el mundo y a las escuelas donde se debe sembrar para recoger en un futuro siempre incierto con todo el amor y dedicación, ideal conjunción de invitados para que nuestra OSPA brillase, disfrutase y nos hiciese felices a todos como en el final de (casi) todos los cuentos.

Las Danzas de Galanta (Zoltan Kodaly) son como el fondo de armario de nuestra OSPA y normalmente sinónimo de éxito por la brillantez de su música que hace lucirse tanto a nuestros habituales solistas como a los distintos directores que disfrutan con la formación asturiana. El maestro santanderino volvía a demostrar no solo talento sino empatía y respeto por la partitura con unos intérpretes a los que dejó fluir (impresionante el clarinete de Andreas Weisgerber), contagiando alegría y emoción para estas páginas zíngaras en el recuerdo infantil del compositor húngaro, donde el ritmo impulsó una sucesión de bailes llenos de color a lo largo de las cinco danzas enlazadas. Maravilloso el sonido logrado, de nuevo la cuerda tersa, presente incluso en los graves (por fin) y la madera primorosa.

La mejor imagen de nuestro país sigue siendo la guitarra que creció de vihuela y morisca hasta ser directamente española, gracias a tantos compositores que escribieron para ella, especialmente Boccherini por elevarla otro peldaño, si bien tardaría demasiado tiempo en recuperar el papel «culto» pese a la amplia literatura a ella dedicada, dejándola en manos flamencas e incluso populares sin mayores aspiraciones artísticas, decantándose por lo lúdico además de accesible. Todavía en nuestros días la guitarra española sigue asociada a los gitanos, autodidactas increíbles, y sobre todo a la auténtica leyenda del siempre recordado e irrepetible Paco de Lucía. El espaldarazo como instrumento de concierto con orquesta lo darían, con distintas circunstancias políticas, Salvador Bacarisse (Madrid 1898 – París 1963) y Joaquín Rodrigo (Sagunto 1901- Madrid 1999), siempre unidos a intérpretes de reconocido prestigio como Narciso Yepes o Andrés Segovia que darían popularidad y galones a nuestro instrumento por antonomasia, así como a las muchas y hermosas páginas a ellos dedicadas, sin olvidarnos que el algecireño aprendió a leer música para poder interpretar con toda la fidelidad a Falla y al propio Rodrigo.

Pablo Sáinz Villegas ha tomado el relevo de los grandes y su interpretación de la Fantasía para un gentilhombre (1954) de Rodrigo alcanza la plenitud interpretativa esta vez con la OSPA y un Jaime Martín concertador excelente, dejando fluir la música, haciendo escucharse unos a otros, con una guitarra sin necesidad de amplificación pero con una claridad y armónicos ideales, fundida sin competir con la orquesta, felices encuentros entre trompeta con sordina y piccolo, junto a una limpieza en la ejecución que consiguió momentos mágicos de silencio, tan necesario para el disfrute como el propio sonido. Los dedos del riojano son espectáculo en sí, punteando, rasgueando, subiendo y bajando el mástil, percutiendo sobre el golpeador… Si en la entrevista para OSPATV nos encandiló, su guitarra enamora desde el primer acorde. Asombrosa la proyección a toda la sala sinfónica y ejemplar la comunión con maestro y orquesta. Gaspar Sanz elevado al firmamento sinfónico del siglo XX por dos nobles como el valenciano Marqués de Aranjuez y su destinatario jienense Marqués de Salobreña, otro cuento universal, «gentil», con mucha historia española donde la música siempre ha estado presente.
No solo virtuosismo sino arte sonoro en estado puro con la propina de la Gran Jota de Concierto de Francisco Tárrega, dejándonos boquiabiertos al comprobar todo el arsenal de una guitarra en las manos de Pablo interpretando esta música popular fuente de inspiración de tantos compositores, y que uno de los mayores enamorados de nuestro instrumento puso al alcance de pocos por las exigencias técnicas, algo que hace fácil lo difícil al escuchar a Sáinz Villegas.

Agradecido por una semana de eficiente y cordial trabajo con nuestra orquesta como con el maestro vecino, aún nos dejaría otro regalo hermanando pueblos con la música, Asturias (Albéniz) leyenda o relato casi flamenco que un catalán dedica a nuestra tierra interpretado por este tocayo mío riojano y universal.

Las mil y una noches de cuentos y conciertos, los sueños personales reales e irreales que la música provoca, esta vez Rimsky-Korsakov y su famosa Scheherezade, op. 35 que corroboró un concierto de magia, de ensueño sin trampas, cuatro movimientos para disfrute de público e intérpretes, la química por lo conocido unida a una interpretación de altura para una orquesta madura, 27 años que se notan para lo bueno y lo malo, Jaime Martín apostando por lo positivo, llevándola con gesto claro, preciso, benevolente, recreándose Vasiliev como en sus mejor juventud, aunque los años no pasen en balde, y con el arpa de Miriam del Río, realmente toda la plantilla colorida y brillante, la cuerda nuevamente enorme, presente y precisa, tensa y tersa, todos gustándose y disfrutando (bravo los percusionistas), cada solista disfrutando con sus pasajes, las secciones empastadas y todas a una haciendo surgir la magia del conjunto, más en una obra tan rica en orquestación como esta del ruso, contagiando la luminosidad que echamos de menos cuando se pasa de cocción o falta la implicación desde el podio. El Maestro Martín nos brindó un completísimo concierto convencido y convenciendo, es verdad que las obras elegidas ayudan, pero recrearlas para hacerlas lucir como nuevas es la magia interpretativa. Un mismo cuento narrado de distintas formas permite descubrir matices, recovecos, momentos imperceptibles en otras ocasiones que como niño inocente nos permite reconocer lo desconocido. Hay que reivindicar el repertorio de siempre pero desde la calidad e implicación narrativa, actores y espectadores conviviendo en la alegría de un espectáculo siempre único.

La próxima semana nuestra OSPA afronta por sexto año el proyecto Link Up, «La orquesta rock» pero no se dejen llevar por el título engañoso, sembrar para recoger desde el Carnegie Hall siendo los primeros en disfrutarlo fuera de los Estados Unidos. De nuevo estará Ana Hernández Sanchiz con cantantes conocidos y estrenándose entre nosotros la directora Irene Gómez-Calado, que espero contarles como «profe» con mis alumnos un año más

Martes Santo con el Orfeón de Mieres

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Martes 15 de abril, 20:00 horas. Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, Mieres. Concierto Sacro 2014: Orfeón de Mieres, director: Joaquín Sandúa. Obras del Padre Prieto, Kodaly, Alfredo de la Roza, Bárdos, Van Berchem, Tresch, Gabaráin y Juan A. García.

Me tomo casi como obligación escuchar música en mi pueblo, más si se unen en un concierto tantas razones emotivas y nuevamente un Martes Santo: cantaba «El Orfeón«, mi primera escuela coral; dirigía Sandúa, uno de los culpables de mi amor por el órgano, precisamente en esta Iglesia, y quien me presentó a Don Alfredo de la Roza en los tiempos de la Capilla Polifónica, de quien este martes escuchamos dos obras: una propia a raíz del funeral en 1964 del Arzobispo Francisco Javier Lauzurica, más la armonización de una canción cristiana que es de todo un clásico de las marchas procesionales, compuesto por otro sacerdote músico como Monseñor Gabaráin.
En lo estrictamente musical nos reencontramos con la formación coral decana de Asturias y una de las más veteranas de España en un programa exclusivamente sacro para este concierto en plena Semana Santa, presentando cada tema quien ha vuelto a ser elegido recientemente como presidente, mi colega de profesión ya jubilado Eustaquio Álvarez Hevia, palabras las suyas siempre medidas, doctas y sinceras, como en él es habitual. Obras todas sentidas, bien interpretadas bajo la dirección atenta de Sandúa (que sigue dando los tonos desde un teclado), con cuerdas bien compensadas a pesar del paso del tiempo, trabajando duramente la técnica y buscando la afinación correcta, imprescindible en toda formación, empaste ayudado por la elección de las obras y la acústica perfecta de estos recintos eclesiásticos, al menos en coros «a capella». Repaso siempre bueno de partituras ya estudiadas, algunas en tiempos de Vicente J. Sánchez pero que Sandúa ha mantenido con su «estilo» y grabado en el último CD, , y esta vez repitiendo el mismo programa del año pasado que el día anterior cantaron en la Iglesia de San Juan pero de la capital, volviendo a destacar entre todas la del húngaro Bárdos por su enorme dificultad, y la cercanía de Don Alfredo. Nuestro Orfeón sigue al pie del cañón y el pueblo de Mieres apoyándole, pudiendo presumir incluso de tener una calle.

Pongo aquí las obras interpretadas y sus autores, separadas en dos bloques sin descanso entre ellos, salvo los comentarios de Eustaquio:

«Del sacrificio de Jesús por nuestra salvación»

In monte Oliveti (José Ignacio Prieto)

Stabat Mater (Zoltan Kodaly)

Memento mei Deus (Alfredo de la Roza)

Eli! Eli! (György Deák Bárdos)

O Jesu Christe (Jacob / Jacquet Van Berchem)

«De la esperanza del Señor»

Ave Maria (J. B. Tresch)

La muerte no es el final (Cesáreo Gabaráin / armonizada a 4 v.m. por A. de la Roza)

Señor, me cansa la vida (Juan Alfonso García / A. Machado)

En plena semana santa no podía tener mejor cierre musical en casa con mis «querencias» corales y personales, y el Orfeón ha entrado la primavera casi como fin de curso, con muchos compromisos

Buscando identidades en el inicio de año

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Viernes 17 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, OSPA: Concierto de abono nº 5 «Música e identidades»: Kristóf Baráti (violín), David Lockington (director). Obras de Kodály, Dvorak y Sibelius.

Tras el periodo navideño y una neumonía aún en el cuerpo mi nuevo año musical comenzaba como terminaba, es decir con la OSPA y su principal director invitado, el británico afincado en EE.UU. que además afrontaba un programa duro para todos (el jueves en Gijón), de los que requieren mucho trasfondo, atención, intención e introspección. Eso sí, el formato no varía desde hace lustros: primera obra a modo de aperitivo, un concierto con solista antes del descanso, buena propina incluida normalmente, y una sinfonía llenando la segunda parte.

El título buscado podría cambiarse por «Música y densidades» en vez de identidades, pues resulta un tanto engañoso: cada intérprete debe recrear la identidad de su papel, por otra parte obra identitaria de su autor, especialmente cuando es de los considerados grandes -lo que normalmente decimos el sello inconfundible-, búsqueda de identidades nacionales en el caso de los compositores elegidos y de los que habló la gallega Beatriz Cancela Montes en la conferencia previa así como en sus notas al programa (enlazadas en los autores). También identidades distintas en los directores que recrean cada obra y los propios intérpretes que sin perder su identidad deben renunciar en pos del conjunto y del director. Muchas, puede que demasiadas identidades sin olvidarme del solista y hasta de su violín Stradivarius, también con identidad propia y única, para tres obras muy densas:

Las Danzas de Galanta (1933) del húngaro Kodály resultaron menos livianas de lo esperado con un inicio titubeante, como si tardasen en entrar en calor hasta la cuarta o quinta (y última), siempre ligeras como le gusta al director británico llevar los tiempos vivos, exigencia no devuelta del todo por una orquesta algo destemplada en conjunto pero siempre atenta en los solistas que no suelen enfriarse habitualmente, destacando el inconmensurable Andreas Weisgerber capaz de convertir su clarinete en tárogató húngaro asumiendo identidades con total entrega y respeto a la partitura.

El concierto para violín y orquesta en la menor, op. 53 del checo Dvorak no es tan famoso como el de cello, tampoco muy escuchado ni grabado en parte por las dificultades para encontrar un solista más que virtuoso, entregado a una partitura poco agradecida para la mayoría, que solo el convencimiento pleno de todos los intérpretes puede llegar a alcanzar la emoción, algo que faltó a pesar del esfuerzo tanto de Lockington como de un Baráti pendiente del atril con su «Lady Harmsworth» de 1703, sonido increíble con identidad propia tamizada por una interpretación que adoleció de más comunicación entre todos, con algunos desajustes e imprecisiones en la orquesta adoleciendo de una limpieza que sí ofreció el solista húngaro. Escuchar este concierto es comprobar cómo se puede pasar del ímpetu casi violento del tutti al lirismo del solista en su Allegro ma non troppo, con pocos momentos para el relajo y la tensión que se transmitió pero por lo poco claro del bloque orquestal. Más llevadero resultó ese Adagio ma non tropo de total lirismo donde la madera, especialmente las flautas, empastaron y comulgaron en el discurrir melódico hasta el nuevo estado anímico que introducen las trompas, ímpetu algo turbulento que transmitió más inseguridad que ambiente bucólico o pastoril como identidad propia, invierno más que verano en otra visión. La batuta siempre atenta y clara hubo de concertar hasta la extenuación del Allegro giocoso ma non troppo para reconducir ambientes folklóricos bohemios que nuevamente la madera sacó a flote, seña inequívoca, casi firma, de nuestra formación asturiana para un final fresco por parte de todos los intérpretes.

El Stradivarius de Baráti sonó a gloria con la Obsesion de Eugene Ysaye, primer movimiento de la segunda sonata del director, compositor y virtuoso belga donde el tema del Dies Irae rememorado desde Bach saca del violín y su intérprete todo un muestrario de identidades. Lo mejor del concierto.

La Sinfonía nº 1 en mi menor, op. 39 de Sibelius nos devolvió la OSPA más habitual en cuanto a sonoridades, entrega y entendimiento con el podio para una obra más interiorizada por todos, aunque no sea tampoco muy llevadera para la mayoría: crecimientos temáticos con reminiscencia todavía romántica que precisamente trajo a la memoria una identidad brahmsiana para la primera del finlandés, cuatro movimientos donde los solistas (de nuevo Weisgerber más una percusión ajustada) se impusieron al grupo, mejor ensamblado en esta segunda parte y espoleado por una escritura sinfónica que ayuda al lucimiento de todos. Lockington volvió a apostar por combinar dibujos melódicos claros y juegos de intensidades a los que la OSPA responde perfecta, madera con identidades propias, metales protagónicos sin excesos y cuerda -con el arpa cristalina y segura de Mirian del Río-como reivindicando el papel perdido, puede que por incredulidades que no deberían darse. De menos a más hasta el Finale Quasi una fantasia donde tensión y pasión se dieron la mano antes del sorpresivo e inesperado final.

Tres obras densas, exigentes, introversión más que extroversión y toda la subjetividad insalubre en el concierto que abre mi 2014 lleno de esperanzas, incluso musicales.

Satisfacción a raudales

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Martes 26 de marzo, 20:00 horas. Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, Mieres. Concierto Sacro: Orfeón de Mieres, director: Joaquín Sandúa. Obras del Padre Prieto, Kodaly, Alfredo de la Roza, Bárdos, Van Berchem, J. M. Haydn, Tresch, Gabaráin y Juan A. García.

Siempre es una alegría escuchar música en mi pueblo. Mayor si se unen en un concierto tantas razones emotivas: cantaba «El Orfeón«, mi primera escuela coral; dirigía Sandúa, uno de los culpables de mi amor por el órgano, precisamente en esta Iglesia, y quien me presentó a Alfredo de la Roza en los tiempos de la Capilla Polifónica, y de quien escuchamos dos obras el día que conocíamos la noticia del Ayuntamiento de Oviedo que pondrá ¡por fin! su nombre a una calle.

En la parte musical el reencuentro con la formación coral decana de Asturias y una de las más veteranas de España, en un programa exclusivamente sacro para este Martes Santo, con la presentación de cada tema a cargo del que fuera presidente, orfeonista y colega de profesión ya jubilado Eustaquio Álvarez Hevia, palabras medidas, doctas y sinceras como en él es habitual. Obras todas sentidas, bien interpretadas bajo la dirección atenta de Sandúa, con cuerdas bien compensadas (los bajos por fin asientan el coro) que siguen trabajando la técnica y buscando la afinación correcta, algo imprescindible en toda formación, empaste ayudado por las obras y la acústica perfecta en estos recintos. Repaso siempre bueno de partituras antiguas y montaje de nuevas, destacando la del húngaro Bárdos por su enorme dificultad pero que compensó el esfuerzo.

Pongo aquí las obras interpretadas y sus autores:

In monte Oliveti (José Ignacio Prieto)

Stabat Mater (Zoltan Kodaly)

Memento mei Deus (Alfredo de la Roza)

Eli! Eli! (György Deák Bárdos)

O Jesu Christe (Jacob / Jacquet Van Berchem)

O Esca Viatorum (J. M. Haydn)

Ave Maria (J. B. Tresch)

La muerte no es el final (Cesáreo Gabaráin / armonizada por A. de la Roza)

Señor, me cansa la vida (Juan Alfonso García / A. Machado)

No podía tener mejor inicio vacacional en casa con mis «querencias» corales y personales. La próxima parada, ya en abril, también será con la palabra hecha música en Madrid, pero aquí lo dejo sin más… Seguiremos en contacto por los medios habituales.

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