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Rugen los motores de seda

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Viernes 27 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, abono 15 OSPA: «Cuaderno de viajes III», Bella Hristova (violín), David Lockington (director). Obras de Mussorgsky, Piazzolla y Chaikovski.

Penúltimo concierto de la temporada con una OSPA perfectamente engrasada y un Lockington que sabe sacar todo el partido a esta maquinaria instrumental, conduciendo con seguridad, pisando a fondo hasta hacer rugir los motores, dejando fluir la música con unos solistas en forma tras una larga temporada pero que afrontan el final en momento óptimo, con otro cuaderno de viajes universal pese al itinerario ruso y escala argentina, pues comenzó hechizándonos para ubicarnos en mi Buenos Aires querido, bien recordado por el profesor Julio Ogas en la conferencia previa, última del curso, amena e ilustrada con «El tango: antes y después de Piazzolla», así como las notas al programa (enlazadas en los autores arriba), devolviéndonos a un Dante universal con acento ruso.
Como si de un mundial automovilístico se tratase, tres circuitos de distinto trazado para un vehículo sinfónico que cumple 25 años de escudería adaptándose cada temporada a los variados recorridos, capaz de agarrarse al duro asfalto sin perder potencia, circular como la seda apenas sin virajes bruscos para disfrutar del paisaje, y alcanzar la meta pisando a fondo seguros, sabedores que ya está todo decidido a la espera de la última vuelta triunfal, que será la próxima semana con el conductor oficial en un «Cuaderno de Viajes IV» cerrando las bodas de plata por todo lo alto.

Una noche en el Monte Pelado de Mussorgski en el arreglo que engrandeciese Rimski Korsakov en 1867 supone poner a prueba todo el arsenal sonoro para un poema sinfónico de aquelarre tímbrico en siete cuadros bien armados por Lockington, preciso en todos, dando carta blanca al lucimiento de todas las secciones sin forzar los tiempos pero acelerando con suavidad conocedor de la respuesta inmediata de los profesores de la orquesta, sin frenazos bruscos, dejando fluir un motor con potencia nunca desbocada pero buscando los límites, banda sonora colorida para unos lienzos «ténebres» mejor que lúgubres, plateados, brillantes incluso en las sombras, emoción e impacto antes del esperado Amanecer.

La copiloto que nos llevaría a Las cuatro estaciones porteñas (Piazzolla) sería la violinista compatriota de nuestro titular Milanov (con quien comparte muchos conciertos y esta misma obra la semana pasada con la Columbus Symphony Orchestra), Bella Hristova, búlgara universal como Don Astor y afincada en los Estados Unidos, artista invitada que se desenvuelve en todos los terrenos y compositores al mando de un histórico Amati de 1655 del que saca la intención además de la música del original bandoneón, esta vez con el acompañamiento de una cuerda casi camerística que hizo del viaje sonoro un placer pese a la enorme dificultad que plantea ajustar cualquier partitura de Piazzolla, mayores cuando el quinteto es orquestal de arco y sin piano. Los guiños a Vivaldi de esta adaptación (ausente el clave ni alternancia con las italianas) sonaron claros con la complicidad de los cinco solistas, destacando el cello «otoñal» tomando la voz cantante equiparable en calidad y belleza a Hristova pero sobre todo el otoño, arrabalero y Pantaleón al completo. Lockington intentó no perder un acento lunfardo que faltó aunque el esfuerzo tímbrico se alcanzó pero la rítmica es complicada y no puede plasmarse en una partitura, es el tango que no levanta los pies del suelo como nos contaba Ogas, menos espectacular y más profundo, con las cuerdas hirientes, percusivas, rítmicas, rotundas o aterciopeladas dependiente de la estación, finalizando en ese verano que coincide con nuestro invierno, juego de hemisferios y grandeza de absorber lo culto hasta lo popular para devolverlo con la marca Piazzolla.
Agradecida la violinista nos dejó propinas también de dos mundos: Ratchenitsa, una danza de su país con virtuosismo popular de aires zíngaros y el padre Bach con el inicio de su Partita nº 2 en re menor, BWV 1004, nada hiriente e íntima, contrapuesta al desparpajo de su tierra.

Para el derroche final nada menos que el poderoso Tchaikovski, el sinfónico de su Francesca da Rimini, fantaisie d’aprés Dante op. 32 (1876), el melodismo característico, la orquestación en todas sus combinaciones para disfrutar calidades solistas y entendimiento con el podio, todo bien marcado dejando volúmenes mayores de los habituales pero necesarios y casi terapéuticos para desfogarse. Nuevamente poderío en los metales que siguen empastados y orgánicos, cuarteto de trompas, de trompetas, trombones con tuba junto a la percusión segura alcanzando el clímax de apoteosis casi «infernal» y dantesca (castigo de lujuriosos siendo su pena ser atormentados continuamente por vientos crueles en un ambiente oscuro y sombrío) con el resto, pero las calidades de seda en la madera, momentos mágicos de belleza (mientras un alma decía esto, la otra lloraba de tal modo que, lleno de compasión, yo desfallecía como si muriera y caía como cae un cuerpo sin vida) en los diálogos oboe y flauta, clarinete y fagot, combinaciones y permutas de todos ellos sumándose un corno inglés aterciopelado con perlas de arpa. La cuerda siempre la cito como seña de identidad pero esta «Francesca y Paolo» volvió a corroborar la orquesta al completo derrocha calidad y musicalidad, Lockington lo sabe y el público lo agradeció. Sus visitas son unánimemente bien acogidas y programas como este penúltimo ayudan a soltar tensiones, una verdadera terapia.

Mosaicos y vidrieras sonoras

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Viernes 2 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono nº 11 OSPA, Manuel Barrueco (guitarra), Andrew Grams (director). Obras de Ginastera, Leshnoff (estreno europeo) y Schumann.

El undécimo concierto de abono de la OSPA traía batuta nueva al mando, repetía guitarrista solista de talla mundial con estreno europeo (encargo de la propia orquesta asturiana en coproducción con las de Baltimore, Nashville y Reno), más la comentada estructura tripartita habitual de gran introducción, concierto solista central y segunda parte ocupada por sinfonismo de siempre, pero desconozco la causa por la que el auditorio sigue perdiendo ocupación de forma preocupante, esta vez puente y variada oferta que hacen de Oviedo casi la Viena española.

La formación asturiana continúa apostando por mezclar tradición e innovación a partir de un estado de forma que le permite afrontar repertorios de lo más variados y con batutas igualmente diferentes en su concepción y confección de programas. El joven director norteamericano mantuvo esa línea de alternancia con una concertación de gesto claro y preciso, apostando por dinámicas claras que no perturbaron un concepto melódico que siempre tuvo la respuesta adecuada por parte de los músicos en las tres obras.

Alberto Ginastera abría el concierto con las Variaciones concertantes (1953) que pusieron a prueba toda la OSPA con sus solistas y primeros atriles. Sobresaliente partitura de la llamada segunda etapa compositiva denominada «nacionalismo subjetivo» que analiza muy bien Julio Ogas en las notas al programa (enlazadas en los autores al inicio) y estrenada en Buenos Aires por nuestro recordado Igor Markevitch. Los doce números son un auténtico «mosaico sonoro» que daba título a este programa, intervenciones solistas para degustar y cual honrosa competición buscando lo emotivo y sincero de una música cercana y de composición inspirada en el folclore pero con peso propio. Los cinco primeros números sin pausa, fueron desgranando lo mejor de cada atril: I. Tema para violonchelo y arpa para lucimiento de Atapin y del Río, II. Interludio para cuerda reafirmando el momento especial de esta sección cuando se la «aprieta» y exige tensión en busca de la mejor sonoridad, necesaria para una partitura que básicamente pide colores instrumentales específicos y bien diferenciados, III. Variación jocosa para flauta con Myra Pearse siempre rebosante de musicalidad desde una pasmosa seguridad, IV. Variación en modo de Schero para clarinete para que Weisgerber no quisiera ser menos en esta «presentación» solística y la V. Variación dramática para viola que Alamá sintió como nadie, emocionando especialmente por timbre y calidez a solo, empaste colorista con flautas y clarinetes que redondearon contrabajos y trompas más arpa y clarinete en pizzicati. Cual juego de dobles lengüetas resultó la VI. Variación canónica para oboe y fagot, lenta calidad de Ferriol y Mascarell arropada por un colchón de cuerda que sin respiro nos elevó a la VII. Variación rítmica para trompeta y trombónVan Weverwijk y Brandhofer con rítmica stravinskiana reforzada por los timbales, triple «t» marcando un heroísmo pentatónico antes de otra demostración solística con Vasiliev en VIII. Variación a modo de movimiento perpetuo para violín sin prisas y sin pausas, manteniendo el ritmo y jugando con las dinámicas en un perfecto entendimiento con el maestro Grams. La IX. Variación pastoral para trompa trajo el mejor Morató, aún cercano en la memoria, esta vez de lirismo a flor de piel para un movimiento lento de regusto chaikovsquiano y juegos tímbricos con trompetas y flautas antes de atacar el X. Interludio para viento madera, otro momento memorable dentro de un colorido más de vidriera por lo lumínico que de mosaico, otra demostración de calidad en la sección más segura de la OSPA. Si el inicio resultó emocionante, el XI. Recuperación del tema para contrabajo y arpa hizo que Mijno lograse sonar como Casals en un «tributo al grave hecho celeste» (roto por la caída de un bastón, preludio de un evento para no repetir) antes de concluir esta maravillosa obra con un rítmico XII. Variación final a modo de Rondó para orquesta, derroche de brillos en lenguaje cercano con paroxismo contenido de Mr. Prentice, el Ginastera más rítmico y sinfónico posible. El pincel lo puso la batuta de Grams que eligió esta obra para lucimiento de todos desde la exigencia y calidad, también claridad diáfana de sonoridades que el maestro dejó fluir para recrearse y disfrutar todos, pero que irremediablemente contrastaría con la siguiente obra.

Y es que el Concierto para guitarra (2013) de Jonathan Leshnoff (1973) resultó demasiado directo en referencias a nuestro eterno Joaquín Rodrigo, del que no necesitábamos otro Aranjuez estadounidense. Guitarra y española como tópico más que adjetivo, una escritura consensuada en Baltimore donde residen compositor e intérprete, que no esconde tributos ni técnicas. En la entrevista de Javier Neira al maestro Barrueco que pongo encima, éste reconoce que «el primer movimiento y el tercero son rítmicos, con ecos de la música española, de la «Asturias», de Albéniz y algo del «Concierto de Aranjuez». Cuando un compositor escribe para guitarra suele incorporar algo español». Así el Maestoso, Allegro inicial ya tenía los arpegios y contrastes solista-orquesta del compositor saguntino. Con una amplificación necesaria pero perfecta de volumen, su plano sonoro nunca sobrepasó presencia ni siquiera con los tutti, movimiento rico rítmicamente  y virtuosismo siempre en un largo punteo alternando con escalas modulantes ascendentes y descendentes de la orquesta, bien entendida en su papel tanto en color y textura como en los diálogos con la guitarra solista. Acordes secos y juego entre las secciones de cuerda y madera no hacían más que recordar «El Concierto» hasta que llegó un unísono de guitarra y oboe preciso y precioso desde el protagonismo guitarrístico con la orquestación muy bien tratada para lograr un equilibrio de matices, donde las gotas de color las pusieron las placas de madera en la percusión, cerrando este primer movimiento. El «Hod», Adagio, se vio groseramente interrumpido por el Tárrega implacable e imparable de un teléfono femenino en edad avanzada. Tras conseguir acallar el espíritu guitarrístico maleducado y celoso, obligando a reiniciar este segundo movimiento, cual recarga emocional en todos logró más intimismo para mayor gloria de una cuerda en estado de gracia. Como explica el profesor Ogas «… subtitulado por el compositor con la sexta letra del alfabeto hebreo (vav) asociada con la humildad (en hebreo Hod), se puede decir que constituye el núcleo catalizador del discurso expresivo de la composición…», puede que lo más emocional del concierto, estremecedor lirismo casi místico desde una interpretación sentida especialmente por la guitarra solista y «los arcos» incluyendo los platillos así ejecutados en otra búsqueda de colorido, recogimiento para un ambiente sonoro reforzado por el juego con el arpa y la melodía con sordina en la cuerda, finalizando en un crescendo tímbrico y rítmico hacia una luz crepuscular con armónicos en la guitarra. El III. Finale, vivamente utiliza el mismo «ostinato» que Albéniz en esa Leyenda subtitulada como nuestra tierra, sordinas en metales emulando los rasgueos y maderas los punteos en virtuosismo compartido, preciso, claro y clásico, agradable para todos más allá de reminiscencias españolas. Texturas muy cuidadas y bien escritas, dinámicas siempre apropiadas y marcadas desde el podio, melodías en madera con rasgueos en guitarra, compás de 6/8 para intervenciones limpias en la técnica del cubano, desarrollo en las distintas secciones de los temas dialogados con solista, cuerda en pizzicatto como gran guitarra sinfónica, virtuosismos en madera y guitarra y gradación en matices del pianísimo al piano con contenidos sin estridencias. Trompetas con sordina emulando rasgueos para más colorido pero nada nuevo o destacable en este discurrir sonoro con vuelta inicial en crescendo final muy rítmico. Reconocer que se trata de una obra agradable, que se escucha bien, que todo resultó correcto con el sonido y virtuosismo que en Barrueco, tercera vez que la interpreta, primera en Europa, sigue siendo admirable, como el de nuestros músicos, bien concertados por Grams, pero en estos tiempos debemos pedir un plus a los compositores.

Titulaba la crónica para LNE «De lo nuevo y eterno» por contraponer la primera parte venida de América y más cercana en el tiempo, con nuestra vieja y eterna Europa, donde «la segunda» de Schumann se erigió en diosa sinfónica. Menos famosa y programada que sus hermanas con títulos nada nobiliarios pero con la firma inimitable del más puro romanticismo alemán trajo la sustancia, el poderío, las sonoridades rotundas en los tutti y los silencios dramatizados que con la colocación actual de la OSPA aún refuerza más cada plano sonoro.

La Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61 marca distancias y exigencias que se notan. El Sostenuto assai – Allegro ma non troppo nos permitió degustar al poeta del claroscuro, el sonido con toda su riqueza, tensión en el momento justo, equilibrio dinámico dibujando los temas en cada sección con los gestos bien marcados por el director norteamericano, densidad e intensidad. Scherzo: Allegro vivace mantuvo un nivel alto tanto en los primeros como en los segundos violines en sus intervenciones, primando claridad e intención para unas líneas delgadas aunque pesantes ante tan múltiples contrastes que esta vez sí resultaron mosaico y no vidriera, búsqueda de los comentados claroscuros schumanianos de contrastes dinámicos desde los melódicos. El acelerando final de este movimiento remarcó la claridad de líneas bien demandada por la batuta. La magia de la cuerda asturiana llegó en el Adagio expresivo, sumándose los solos de oboe y fagot «marca OSPA» para generar ese clima irrepetible desde la pureza tímbrica. No quisieron quedarse atrás trompas o glautas para sumar a la paleta dibujada por un Grams convincente. El hermoso y bien interpretado sólo de clarinete (esta vez por Daniel S. Velasco) preparó el descubrimiento de un nuevo color surgido del homogéneo unísono de toda la madera en un tercer movimiento naturalista o realista pictóricamente hablando y dibujado por Andrew Grams, brillos opacos por la dualidad de contrastes, clarinete y oboe que juntos mezclan una madera en proporción adecuada para un crescendo emocional que no alcanza nunca una conclusión, esa indefinición buscada por Schumann para un «equilibrio inestable» y bien delineado que sólo asentará en el Allegro molto vivace, luz y vigor en un avance por lomas antes que cima, caminando a buen paso entre cascadas de cuerda antes de atravesar la bruma que inunda un deseado final tras el tortuoso fluir ignoto, rebosante de ideas que pasan por todas las secciones antes del silencio, pausa y último aliento antes de alcanzar la cumbre del acorde final en do mayor. Emociones de todo tipo que la OSPA transmitió de principio a fin. El tiempo sigue marcando diferencias y la historia necesita tiempo para contemplarla desde la distancia.

P.D.: La costumbre de tomar notas en los estrenos creo que se nota en entradas como la de hoy, mucho más largas de lo habitual precisamente por todo lo que escribo a medida que escucho la música.

Investigando y sonando

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Jueves 9 de mayo, 20:00 horas. Salón de Actos de la Casa de la Música, Mieres. AMIGO (Aula de Música Iberoamericana «Grupo de Oviedo»).

Capitaneados por el maestro Julio Ogás, que esta tarde ejercería de anfitrión y presentador, el grupo «AMIGO» lleva dos cursos trabajando en el estudio y recuperación del patrimonio español e iberoamericano con alumnos universitarios que pasan del papel pautado a la interpretación sin más ánimo que dar a conocer un repertorio a veces olvidado y tristemente poco tocado, pues no son profesionales de sus instrumentos sino sus vehículos para el arduo trabajo musicológico.

Las fechas de exámenes y avatares estudiantiles nos privaron de escuchar la Romanza para viola y piano del madrileño Conrado del Campo del que se cumplen 60 años del fallecimiento, permaneciendo casi inédita su amplísima producción (más allá de sus cuartetos), aunque el resto del programa se respetó escrupulosamente.

Mejor suerte tiene el compositor venezolano Rodrigo Riera de quien la estudiante de doctorado leonesa Sara Arenillas nos dejó en su guitarra dos obras donde mostrar en el instrumento que también dominaba el larense su mezcla araucana con la herencia europea (de hecho estuvo varios años en España): el Vals campestre más pastoral que vienés, por esa reinterpretación que tanto se ha utilizado en música, y el Homenaje a La Chicachagua, obra lenta y emotiva con la espiritualidad de esa figura popular, que  ha recuperado el grupo AMIGO, en este caso la música de guitarra de una Venezuela siempre rica en música y músicos.

El dúo formado por Cristina Salgueiro (viola y estudiante de grado) y Naiara Francesena (piano y comenzando su licenciatura con premio de Diplomatura en Magisterio) trajeron dos obras muy distintas: del compositor y pianista porteño afincado en Alemania desde los años 90 Juan María Solare (Buenos Aires, 11 agosto 1966) su Reencuentro: Milonga para viola y piano, con distintas versiones -para piano a cuatro manos, con cello o violín, siendo la versión inicial (parrilla) de 2008 en El Escorial- y estrenada para piano y viola en Bremen (25 enero 2010) con todo el sabor y color de la pampa en esta obra lenta donde la viola parece cantar con un acompañamiento lleno de ritmo en el piano, más la conocida Aria Bachiana nº 2 de Heitor Villalobos, uno de los muchos arreglos de esta obra inmortal que evidentemente no mejoran el original pero sirven para popularizar desde la música de cámara obras mayores.

Siguiendo con ese espíritu melódico tan característico de mi querida Argentina sonaba el gran Carlos Guastavino con Rosita Iglesias del ciclo «Las Presencias» en arreglo del propio compositor para clarinete, a cargo del instrumentista local Xuacu Llaneza, y piano, nuevamente Naiara Francesena. Hermosa canción con un desarrollo a base de variaciones que saca todo el colorido a la caña logrando una tímbrica variada y expresiva antes de retomar el tema inicial.

Para el final el propio Julio Ogas, al piano, acompañó a su hija Sofía Ogas (cello) con dos obras de sus compatriotas: Escualo de Astor Piazzolla cambiando bandoneón por cello, y la original además de difícil Pampeana nº 2, Op. 21 (Alberto Ginastera), dos formas de entender la música desde la misma tierra, el avanzado lenguaje del llamado «nuevo tango» del primero con un protagonismo compartido de los instrumentos decantado por el fraseo melódico del cello y la rítmica tan propia del piano, y la inspiración pseudonacionalista del folclore puneño que Ginastera nunca conoció personamente, como bien explicó el maestro de Mendoza afincado en nuestra tierra más el cercano de La Pampa todo con el crisol propio de un compositor formado en EEUU con Copland, con ese ritmo de «Malambo» que le ha hecho famoso, «reducido» a dúo.

Sin entrar a valorar la ejecución de todos, destacar el plato fuerte final por la enjundia de las obras y el perfecto entendimiento de los Ogas, como no podía ser menos.

Agradecer a la Universidad de Oviedo esta gira astur que recaló en Mieres para sumarse a los actos del 25 Aniversario de nuestra Escuela y Conservatorio local en unos momentos donde la tijera cultural amenaza cada día. La buena asistencia al concierto, pese a otras coincidencias, es indicativa de la afición musical que siempre hemos tenido los de esta cuenca, completada con la posibilidad de estudiar «en casa» en los siempre difíciles primeros años de iniciación en un arte que ocupará el resto de nuestras vidas desde muchos puntos, pero siempre desde el conocimiento que ayuda a un mayor y mejor disfrute. En esta dirección remamos todos los presentes y algunos ausentes. Sólo necesitamos que no frenen un esfuerzo de tanto tiempo, pues peligra el futuro de nuestra generación y la herencia de las siguientes.