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Juan Barahona: pasión y trabajo infatigable

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Miércoles 22 de enero, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Sociedad Filarmónica de Oviedo, concierto 2 del año (Año 108, 1.901 de la sociedad): Juan Andrés Barahona (piano). Obras de Schubert y Beethoven.

Cuando la música se lleva en los genes y no hay rechazo, solamente puede haber pasión. Juan Andrés Barahona (1989), un pianista asturiano al que «nacieron» en París y ciudadano del mundo como buen músico, no sólo transmite pasión desde el piano (con orquesta de solista o en trío, pero también en solitario como este debut en la centenaria Filarmónica carbayona por la que han pasado enormes talentos a los que se suma ahora Juan) sino que detrás hay todo un ímprobo trabajo, sólo posible precisamente desde la búsqueda de la perfección.

De sólida formación desde sus inicios, siempre destacando por su infatigable deseo de mejorar, continúa sus estudios en el londinense «Royal College of Music«, agradeciéndole esta escapada a casa para ofrecer dos recitales con un programa cargado de dificultad e interpretado desde una madura juventud, aunque en Oviedo el viejo «Steinway» no respondió como el intérprete se merecía, comprendiendo a las figuras que exigen un modelo concreto o incluso viajando con su propio piano. Si el pedal izquierdo cambiaba no ya la dinámica sino el timbre, el central no siempre enganchaba la nota deseada y el derecho no volvía del todo a la posición inicial al soltarlo, el desequilibrio entre los registros graves y agudos resultó un «hándicap» más con el que Juan Barahona tuvo que luchar, saliendo indemne aunque seguramente algo disgustado precisamente por su anhelo de perfección truncado por el propio instrumento que tanto ama, que esta vez no le respondió en un programa que representa «el mayor grado de refinamiento y madurez» de los dos compositores enterrados en Viena.

Los Cuatro impromptus D. 935 de Schubert son, como comentaba en la entrevista de Javier Neira para el periódico LNE esta misma semana (que dejo a continuación), para interpretar hablando desde el corazón, joyas para degustar individualmente -conocidos los centrales en la bemol mayor y si bemol mayor– pero toda una obra iniciática en este último conjunto cuaternario, exigente no ya técnicamente, que lo es, sino interpretativamente por todo lo introspectivo de un compositor como el vienés que en cada impromptu explora sonoridades y emociones, evolucionando como si el joven Barahona hubiese interiorizado todo el dolor de esas composiciones, dándoles la atmósfera propia a cada uno desde tiempos contenidos contrapuestos a pasajes más ligeros y brillantes (especialmente en el tercero) desde un «rubato» siempre ajustado para degustar cada microcosmos y dotarlos de una unidad orgánica en el conjunto.

Y si Schubert «habla desde su propio corazón», la Sonata nº 29 op. 106 en si bemol mayor, «Hammerklavier» (1818) de Beethoven «se dirige a toda la humanidad» desde la inmensidad de una obra gigantesca, compleja, cumbre interpretativa de la que el propio compositor al finalizarla dijo «Ahora ya sé componer», al alcance de pocos pianistas pero que Juan Barahona demostró sin complejos cómo afrontarla desde la fuerza e ímpetu juvenil capaz de todo: enérgico el Allegro, descaradamente fresco el Scherzo: Assai Vivace, profundo lirismo en el Adagio Sostenuto que hasta «domó el Steinway», y arrebatador Largo – Allegro Risoluto completando una interpretación para quitarse el sombrero, lo que el público valoró con una larga y merecida ovación, devuelta nada menos que con dos propinas tras el esfuerzo titánico del recital: la «Siciliana» del Concierto para órgano en re menor de Bach / Vivaldi, y después Margaritas (Daisies para voz y piano) en arreglo del propio Rachmaninov, un compositor con el que Juan me hace disfrutar especialmente.

Como curiosidad constatar el cambio de atuendo en las dos partes: traje negro con camisa blanca en la primera, pero camisa negra sin chaqueta para la segunda, buscando seguramente más comodidad y menos calores para el volcán beethoveniano.

Siempre un placer disfrutar de la música de piano, aún mayor cuando un intérprete afronta un programa tan difícil desde la honestidad y el trabajo sin descanso, pero con una pasión que nos contagió a todos.

Buenos mimbres

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Jueves 7 de marzo, 20:30 h. Teatro Jovellanos, Gijón. Orquesta Clásica de Asturias, Juan Andrés Barahona (piano), Daniel Sánchez Velasco (director). Obras de Mozart, Fauré y Sánchez Velasco. Entrada: 16€.
Cuarta temporada de una orquesta que «crece año a año en rendimiento, calidad, repertorio, profesionalidad, entrega, emoción y exigencia a una labor bien hecha», como reza en su presentación. Plantilla corta, no estable en muchos atriles, conjugando juventud y veteranía para repertorios de siempre que van abriéndose a obras más cercanas en el tiempo, incluyendo las del propio director que con trabajo concienzudo es capaz de exprimir e incluso adaptar obras para los mimbres que tiene y fabricar un cesto que resulta un éxito. Cinco violines primeros, cuatro segundos, tres violas, tres cellos, un contrabajo y un sexteto de viento formado por oboe, flauta, clarinete, fagot, trompa y trompeta para la segunda parte, cuarteto con dos trompas y dos oboes para la obra que abría velada.
El Concierto para piano y orquesta nº 12, K. 414 (385p) en LA M. de Mozart tuvo como solista al asturiano Juan Andrés Barahona, que volvió a gustarme como en anteriores interpretaciones, obra engañosamente fácil -como todo Mozart- que exige limpieza, fraseos claros, dinámicas amplias, pedales en su sitio y una perfecta concertación. Si bien la orquesta estuvo algo indecisa, diría que temerosa por momentos, la seguridad estuvo de parte del pianista que disfrutó con cada movimiento y sus correspondientes cadencias, cual sonatas en miniatura de diseños mozartianos con todo lo que ello conlleva. El Allegro brillante, poderosamente simple y en tiempo justo con buenos diálogos y solos, escalas cristalinas, legatos dialogados y con discurrir fluido; Andante lleno de lirismo tanto en la cuerda como en el piano con trinos impecables, reposo del guerrero, apoyaturas de musicalidad infinita subrayadas por el viento como un tiempo casi pastoril, alternancias solo – orquesta dialogadas y bien concertadas, cadenza delicada y final para desembocar en el Rondeau. Allegretto perfecto colofón de un concierto que Beethoven pudiera conocer resultando casi romántico en la interpretación de Barahona, cuerda y viento bien compenetrados con el solista, bien concertado desde el podio, optando por el paladeo antes que el virtuosismo, escuchando cada tema y dándole el carácter apropiado. Aplausos merecidos y propina, puede que uno de los Cuentos de la vieja abuela de Prokofiev, que ya me falla la memoria.

Un paso en el tiempo supuso las Masques et Bergamasques Op. 112 de Fauré en arreglo del director, repertorio en el que la orquesta asturiana también disfruta, puede que más exigente y curiosamente mejor llevado, siempre desde el conocimiento que Sánchez Velasco tiene de las obras que prepara al mínimo detalle, bien memorizadas y sabiendo qué quiere y puede sacar de cada sección. El arreglo de la obra no dejó los brillantes colores del título sino sutiles claroscuros, al menos eso irradió la versión del avilesino para «su» orquesta a lo largo de los cuatro movimientos, quedándome con el tercero, Gavotte: Allegro vivo precisamente por las sensaciones transmitidas para una orquesta camerística que no intentó emular la sinfónica sino ofrecer otro punto de vista del mismo cuadro.

El Divertimento nº 1 para orquesta de cámara del propio Daniel Sánchez Velasco (1972), con la misma plantilla de Fauré, es una obra bien tejida en sus tres movimientos contrastados en tempo y estilos, académico por lo tonal pero buscando armonías avanzadas sin perder nunca lo melódico y jugando con las texturas en la orquestación elegida, herencias de Shostakovich o Prokofiev tamizadas por el buen oficio del músico integral que es Daniel. Allegretto – Adagio – Scherzando es la sucesión, logrando los mejores momentos del concierto, con los músicos ya rodados y perfectamente conjuntados, más el viento que la cuerda, siempre en la disposición vienesa por la que el Maestro Daniel apuesta y que en la OSPA parecen estar descubriendo con Milanov.
Como funcionó perfectamente, la primera propina del Vals Triste de Sibelius resultó llena de sutilezas, rubati y empaste más logrado, con unos pianísimos que cortaron la respiración, rematando con La carrasquilla de Guridi que en esta versión orquestal sonó juguetona, «nada vieja» y alegre para volver a casa con el ánimo arriba.

Hay que seguir agradeciendo esfuerzos como el de la OCA con Daniel Sánchez Velasco al frente, escuela para músicos y público como necesario recorrido cultural, muestrario de obras que abarcan épocas y estilos siempre presentes. Oviedo el sábado 9 y Avilés el martes 13 podrán disfrutar de este programa.

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