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El arte (no) ha muerto

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Martes 14 de octubre, 19:30 horas, Sala de cámara del Auditorio “Príncipe Felipe” de Oviedo: CIMCO: Josu de Solaun & patriaChica. «Intermezzo Intermediario”. Texto y música: Josu de Solaun; dramaturgia y dirección: Jorge Moreno Pieiga. Estreno absoluto. Entrada: 10 €.

El multigalardonado pianista, compositor y poeta Josu de Solaun y la compañía teatral del asturiano Jorge Moreno Pieiga, patriaChica, se unen en un espectáculo sin precedentes en la cuarta edición de CIMCO, una cita que traspasa el concepto de recital desde allende Allande hasta Oviedo.

De las redes social y distintas páginas Web voy entresacando frases que pueden ayudar a entender este espectáculo, del que dejé mi reseña rápida para el diario LNE de hoy miércoles 15 (que dejo al final y está también en este blog).

En el reportaje de presentación del pasado día 10 en el diario La Nueva España, Jonathan Mallada ya nos avanzaba que «Intermezzo Intermediario» es el título de la novedosa propuesta artística estrenada en la segunda entrega de la presente edición de CIMCO (Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo), organizado por la Fundación Municipal de Cultura del ayuntamiento de la capital asturiana. El espectáculo, protagonizado por la compañía asturiana «patriaCHICA» y el aclamado pianista hispano-estadounidense Josu de Solaun, quien ya visitó este ciclo del Auditorio ovetense y también en Villaviciosa, supone una parada atenta y desprejuiciada para comprender, en una sociedad de consumo marcada por las prisas. «El Arte –con osada mayúscula- se expone a la incomprensión de esta era plagada de prisas y tiránica efectividad. La música –en minúscula clandestina- logra, a duras penas, eludir los groseros condicionantes de un tiempo que, tal vez –sólo tal vez- ya no es el suyo… porque sigue pretendiendo abarcarlo todo, empleando para ello la sombra de una vocación, el piano silente o una caricia perdida. Sobre el escenario, eterno reflejo: el de quienes se resisten a vender su alma». En este contexto artístico, la música intentará difuminar los cauces del tiempo para tratar de abarcar cualquier elemento y acción vital: «la sombra de una vocación, el piano silente o una caricia perdida», según palabras de los propios artistas. Sobre el escenario, contaron con la compañía de la actriz Yolanda Gómez Escudero, quien dio vida a los textos del pianista y escritor Josu de Solaun (una dramatización de su texto satírico «Tribulaciones del Hidalgo Claudio Amargós»). Este singular y sugerente espectáculo cuenta, además, con la dirección escénica del afamado dramaturgo gijonés Jorge Luis Moreno Pieiga, con una extensa lista de galardones y nominaciones a sus espaldas entre las que destaca su «Premio Oh!» al mejor intérprete masculino en 2019.

Del hispano-estadounidense Josu de Solaun (Valencia, 1981) solo hay excelentes críticas y recuerdos de cada una de sus anteriores actuaciones, quien no es solo pianista, también es director de orquesta, compositor, improvisador, profesor, escritor, poeta y viajero. En su poemario “Las grietas” (2021) dice: “Siempre he creído que la poesía y la música brotan del mismo pozo. Ambas son formas de escuchar, de inspirarse en el silencio y de responder al pulso misterioso que subyace a la superficie de las cosas. Una pista para entender mejor «Intermezzo Intermediario”.

Sobre la compañía asturiana “patriaCHICA  que han alumbrado Jorge Moreno y Yolanda Gómez Escudero, como ellos mismos dicen “está destinada a iluminar nuevas rutas escénicas con un rumbo muy claro: el del respeto a la esencia teatral”.

De Solaun en su blog “Melosías” ya comenta que «es un espacio para lo intermedio: los entretiempos del día, las chispas que surgen inesperadamente al caer la tarde, cuando el silencio se extiende y el pensamiento se agita. Melosías de la Tarde no busca la coherencia, solo la presencia; una presencia hecha de núcleos y anotaciones, de inicios y consecuencias, de lo que queda tras el incendio». Segunda pista para este estreno que seguro tendrá mucho más recorrido desde Oviedo.

«Intermezzo Intermediario« es un recital de piano solo improvisado en vivo, la improvisación entendida como alma del teatro y la música, latido de la escena y apertura a lo imprevisible y lo actual, algo único porque improvisar no es algo sin preparar, muy al contrario, es una recreación de los personajes que aparecen en este espectáculo, con un texto escrito previo que se mantiene siempre fiel e implacable por parte de los artistas, el texto como partitura y la palabra como música, el piano como un personaje más y no un altar: drama, presencia, ironía sobre las deformaciones de la música en nuestros días. En el programa “Cultura con Ñ” de Radio Exterior de España emitido el mismo viernes 10 de octubre, se presentaba este espectáculo, y escuchándolo podemos entender mejor este Intermezzo-Intermediario, del que voy sonsacando algunas frases y conceptos.

«La música fecunda la palabra y ésta a aquélla» como dice Jorge Moreno. Los personajes como estados de ánimo van de lo robótico a lo humano, simbolismos con su propia voz: la representación de una sociedad que solo transmite un mensaje, una narradora que va contándonos la obra visualizada y escuchada: Don Claudio (Josu) es el profesor que se bloqueó por sentir el arte, Emiliano (Jorge) representa a los “profesionales grises” obligados a tapar el arte, y Sofía (Yolanda) la soñadora que se niega a creer que la sociedad se siga transformando en palabras sin sentido y la creadora unificadora de los tres para brotar la poesía, el alma llena de música y verdad, una reivindicación ante la “dictadura de los intermediarios”, incluido el octavillas repartidas y al aire con el Manifiesto de “Los Melósicos” por la autopresentada Sofía Linares,  y un diálogo directo con el público. Un tránsito musical que Josu de Solaun personifica desde el piano lo imprevisible del presente, adaptándose al pulso dramático del instante. La llamada ”Música clásica” se contextualiza y en cierto modo “museíza” la experiencia, pero la improvisación reivindica la inmediatez del arte sin frivolidades, una apertura al instante del presente, emblema del compromiso que esconde la eternidad. Acciones marcadas desde el piano que marcan la irrepetible dramaturgia, un mismo texto con música siempre distinta, la transformación del momento sin “la liturgia laica”, lo que acontece y engendra presencia más allá de un recital sin serlo. Un nuevo género y concepto de espectáculo teatral.

Recién llegado a casa revisaba mis pocas anotaciones y surgían palabras como provocación, asombro, perplejidad… un inicio antes de la hora donde Yolanda Gómez Escudero micrófono en mano repetía con distintas pausas “El arte ha muerto”, una rosa muda en medio del escenario que finalizará emparejada al micrófono y posarse en la solapa, pentagramas en blanco alfombrando el suelo, Jorge Moreno Pieiga silencioso con bata de bedel colocando un pequeño reloj despertador en hora sobre el piano, congelado, y el relato guionizado que contaba lo que veíamos, anunciando la aparición del pianista, tercer personaje y actor (De Solaun es un hombre del renacimiento en pleno siglo XXI) comenzando la narración de los tres protagonistas en su discurso, un tríptico humano rompedor en el texto, punzante, con música hiriente o desgarradoramente dulce, de aires rusos y franceses pero también nuestros bien camuflados. Conflicto entre creación y sistema, los relatos y obsesiones de Don Claudio (De Solaun), el profesor bloqueado por sentir demasiado el arte en tiempos donde importan más los dosieres y la burocracia; Emiliano el “hombre gris” cual voz de una conciencia que habla y conmueve, revelado como un antiguo profesor de canto reconvertido en conserje, cantando solo el inicio del tango Volver desconstruído por un piano mordaz y audaz. Omnipresente Sofía Linares (Gómez Escudero) protagonista y narradora, rebelde con causa, No estamos contra el sistema. Estamos fuera, soñadora, en cabeza de esta revolución que aún cree en el poder unificador de la poesía, descripción y actuación, el Manifiesto de “Los Melósicos” sin logo ni departamento de comunicación… que dejo para leer e invitar a unirnos a la causa, mientras la música desde el piano de Josu hieren, subyugan, silencian y abrazan cual cuarto protagonista que habla sin palabras.

Finalizaba mi reseña con esta frase que repito más reposado:

Un intermezzo que no es pausa, sino detonante: una reflexión sobre la “dictadura de los intermediarios” y el lugar del arte en una sociedad que consume sin escuchar.

RESEÑA en LNE:

“Intermezzo Intermediario”: el arte frente al sistema

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Martes 14 de octubre, 19:30 horas, Sala de cámara del Auditorio “Príncipe Felipe” de Oviedo: CIMCO: Josu de Solaun & patriaChica. «Intermezzo Intermediario”. Texto y música: Josu de Solaun; dramaturgia y dirección: Jorge Moreno Pieiga. Estreno absoluto. Entrada: 10 €.

(Reseña rápida desde el teléfono para LNE del miércoles 15, con el añadido de fotos propias, los enlaces –links– enriquecedores, y la tipografía más colores que la prensa no refleja)

Dentro del ciclo interdisciplinar CIMCO, el pianista y compositor Josu de Solaun presentó, junto a patriaChica, el estreno absoluto de Intermezzo Intermediario, una propuesta escénica que funde palabra y música, dramaturgia y pensamiento, con dirección de Jorge Moreno Pieiga.

El espectáculo comienza con una provocación: “El arte ha muerto”, repite constantemente Yolanda Gómez Escudero sobre loa avisos por megafonía antes de que se apague la luz y el público quede suspendido entre el asombro y la perplejidad, con hojas de pentagramas vacíos sobre el escenario. Desde lo alto desciende De Solaun narrado por Yolanda cual guión, mientras Pieiga, aparece con bata de bedel, colocando un reloj sobre el piano: gesto simbólico que detiene el tiempo y abre el espacio a la reflexión.

Intermezzo Intermediario se despliega como un tríptico humano donde cada personaje encarna una parte del conflicto entre creación y sistema. Don Claudio (De Solaun), un profesor bloqueado por sentir demasiado el arte; Emiliano (Pieiga), el “profesional gris” obligado a apagarlo y antiguo profesor de canto reconvertido en conserje que canta Volver y “vuela” con la emoción que se destruye desde un piano casi de Shostakovich; y Sofía Linares (Gómez Escudero), soñadora, rebelde, en cabeza de esta revolución que aún cree en el poder unificador de la poesía, descripción y actuación.

La música de De Solaun —intensa, herida, subyugante— atraviesa los silencios y actúa como cuarto personaje, en un diálogo constante con la palabra. Es un piano que sangra, que interpela, que incomoda. Un intermezzo que no es pausa, sino detonante: una reflexión sobre la “dictadura de los intermediarios” y el lugar del arte en una sociedad que consume sin escuchar.

No estamos contra el sistema, estamos fuera de él, proclaman desde el escenario, mientras una nota larga —sostenida hasta la extenuación— apaga las luces, como un telón que se cierra sobre la conciencia. Oviedo fue testigo de un estreno audaz y veraz, emocionante y necesario: una sacudida artística que, sin duda, dará que hablar, como las octavillas repartidas y al aire con el Manifiesto de “Los Melósicos”, un guiño al blog “Melosías” de este artista valenciano, verdadero renacentista de nuestro tiempo.

Pérdidas inspiradoras

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Domingo 28 de mayo, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo, CIMCO (2ª edición): Josu de Solaun (piano), Adolfo Gutiérrez Arenas (violonchelo), Jesús Reina (violín), Rumen Cvetkov (viola), Ici Díaz (actriz). «Amor y pérdida»: obras de R. Schumann y Brahms. Entrada: 8 €.

Clara Wieck Schumann (1819-1896) resucitaría esta tarde de domingo en la asturiana Ici Díaz que con las cartas de la pianista y compositora darían el hilo argumental del amor y la pérdida, la unión de dos músicos en su vida, la inspiración de Robert Schumann desde el Leipzig donde arrancaba la narración, hasta el amor eterno de Brahms.

El planteamiento del ciclo ovetense por añadir a la música elementos unificadores se agradece y es plenamente exportable: iluminación, utillaje suficiente y vestuario de época, siendo muy aplaudida la actuación de la actriz afincada en Gijón con un guión bien organizado, que además presentaba cronológicamente las obras interpretadas de forma magistral por dos grandes solistas como Adolfo y Josu que cuando se unen comparten estas obras que tienen plenamente interiorizadas e incluso grabadas para el sello Odradek bajo el título «Loss & Love«, donde aparecen las obras hoy contadas de Robert Schumann (1810-1856).

Escuchaba hace un año a los dos músicos en Radio Clásica hablando de este disco, decir que se habían encontrado dos mudos, y el pianista se pregunta «¿Qué hay que hablar? Si la música dice tanto ya». Las palabras las puso Clara Wieck pero la música las sobrepasó con las obras de Schumann en la interpretación de estos dos enormes músicos como Josu de Solaun (1981) y Adolfo Gutiérrez Arenas (1975), feliz reencuentro de piano y violonchelo que ambos disfrutan y lo transmiten al público, hoy entregado en esta sala ideal para la llamada música de cámara tan necesaria e inspiradora. Si del chelo se dice es el más parecido a la voz, el del «asturiano» respira, canta cada movimiento, frasea como pocos, el sonido es rotundo y delicado, pero con el piano del valenciano el entendimiento es absoluto, la complicidad increíble, la gama dinámica impresionante y el protagonismo compartido una cualidad mayor y sin egos.

Para corroborar todo lo anterior, comenzarían con la Fantasiestücke Op. 73 (1849) compuesta por Schumann en uno de sus momentos más felices en Dresde, «la Florencia del Elba». Todo el amor del dúo por la música en tres movimientos (I. Zart und mit Ausdruck
II. Lebhaft, leicht
III. Rasch und mit Feuer
) que supusieron un verdadero y sentido homenaje a sus padres fallecidos (siempre recordaré al gran Adolfo Gutiérrez Viejo y esta tarde a su madre Lola Arenas, presente y orgullosa de su hijo). La expresión musical del dolor y el amor, el paso de la oscuridad a la luz, las pérdidas irreparables con una interpretación desde lo más hondo de los dos intérpretes, que explican las palabras de ambos en el libreto del CD: «Al mismo tiempo la bendición y energía en forma de amor eterno que nos legaron y que les hace tan inmortales como esta música, porque sólo el verdadero amor puede quitar transcendencia y peso a la muerte».

Otro tanto podría decir del Adagio y Allegro Op. 70 (1849), la hondura del cello y la delicadeza el piano, obra de la que Clara Schumann comentaría: «La pieza es brillante, fresca y apasionada… justo el tipo de pieza que me gusta» y compartimos todos los presentes. Como la primera de las obras, el propio compositor las prepararía para otros instrumentos (clarinete, trompa, viola…), pero está claro que el violonchelo consigue una sonoridad más completa y rotunda, algo en lo que Adolfo G. Arenas despunta siempre. Si el piano va paralelo y respiran juntos, la versión de ambos supuso otra delicadeza.

Y para concluir con el gran romántico alemán, sus Fünf Stücke im Volkston, op. 102 (Cinco Piezas en Estilo Popular (1849) que el dúo tiene muy rodado, lo que se aprecia en cada una de las cinco (I. «Vanitas vanitatum». Mit humor; II. Langsam; III. Nicht schnell, mit viel. Ton zu spielen; IV. Nicht zu rasch; V. Stark und markiert). Lástima la interrupción en la «canción de cuna» segunda, por la salida intempestiva de una espectadora, aunque lo reiniciaron y se mantuvo el clima creado, el amor sobre la pérdida, los aires rítmicos que el piano empujaba llevando «de la mano» el canto del cello. Perfecto colofón a dúo de estas páginas de Schumann de las puedo repetir lo que escribí el pasado verano: «Sonoridades talladas en cada una de ellas, intenciones claras tomando los títulos de referente interpretativo: Mit Humor, canción sin palabras cantada por el cello y contestada al piano, Langsam (lentamente) verdadera delicia de fraseos y equilibrios dinámicos, Nitcht schnell (no rápido) suficiente para degustar las sutilezas de Schumann en ambos instrumentos, Nicht zu rasch (no demasiado rápido) de consistencia tímbrica y resonancias increíbles antes de la quinta Stark und markiert (fuerte bien marcada), contundencia en las teclas y el arco, la precisión con emoción que hace grande el dúo en un mismo idioma».

Y el eterno enamorado de Clara, amor y dolor de Johannes Brahms (1833-1897), pianista, violinista, compositor, amigo, defensor y admirador de los Schumann con los coletazos románticos para una Europa donde lo nacional comenzaba a inspirar tanta música que el hamburgués hizo convivir. Para el Cuarteto con piano nº3 en Do menor, Op. 60 (1875) se sumaron al dúo el violinista malagueño Jesús Reina (1986) y el violista búlgaro Rumen Cvetkov (1979) que dieron el paso en el tiempo y también el poso de este tercero de los cuartetos, suma de calidades para esta pieza de un joven Brahms que la comenzó durante la última enfermedad de Robert Schumann, debatiéndose el de Hamburgo entre la desesperación por su amigo y el amor por Clara, como nos lo contó «Ici Wieck». Ya de mayor confesaría a su editor el paralelismo con el Werther de Goethe (donde un joven se suicida por un amor no correspondido). De los cuatro movimientos (I. Allegro non troppo; II. Scherzo (allegro); III. Andante; IV. Allegro cómodo) los exteriores enmarcan los interiores transmitiendo una especie de inquietud que comienza inmediatamente con las sorprendentes octavas iniciales del piano, siempre poderoso en las manos de Solaun. Brahms emprende sus viajes interiores y compositivos dejando una sensación de algo aún por decidir.

Los movimientos retoman los diversos estados de ánimo que aparecen y desaparecen en el Allegro non troppo inicial.

De las piezas de música de cámara de Brahms, las que incluyen el piano aprovechan la potencia, el registro y el contraste del instrumento con las cuerdas, un trío siempre bien definido y equilibrado por el trío, aunque el piano parecía marcar e indicar cada entrada. En el Scherzo empujaría al conjunto desde el comienzo hasta el enérgico final, enfatizando el espacio más introspectivo del tierno Andante, donde el piano desempeña un papel amable apoyando unas cuerdas cálidas y bien legati junto al uso decorativo del pizzicato. Si el violín toma la iniciativa en el Finale, el Allegro comodo (sólo de calificativo) comienza con un motivo aparentemente sencillo mientras por debajo será el piano quien transmite la energía, con  Brahms aprovechando las posibilidades de intercambio animado con las cuerdas frotadas. El patrón reiterado nos recuerda el motivo que Beethoven usa en su quinta sinfonía (bautizada como «del destino»), otro acto de amor, pérdida inspiradora y respeto hacia el admirado sordo genial. Los pasajes de tema lírico empujan hacia un final  bullicioso e impresionante.

Impresionante interpretación de este cuarteto para la ocasión que levantó al público de sus asientos, con dos bises: el II. Scherzo (allegro) y el III. Andante con el «inicial dúo cello-piano» porque todos estábamos felices, compartiendo amor por esta música, una joya de partitura (elevada por Solaun) y emoción compartida por los cuatro músicos que transmitieron pasión y entendimiento, junto a Ici Díaz completando todo un espectáculo, casi para repetir completo el tercero de los cuartetos de Brahms.

«Cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda que se llama Clara» (J. Brahms).

Precisión y emoción

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Sábado 4 de septiembre, 20:00 horas. Iglesia de Santamaría, Monasterio de Valdediós. Círculo Cultural de Valdediós: Atardeceres musicales 2021, «El flujo de la identidad«. Quinto concierto: Metamorfosis. Alissa Margulis (violín), Adolfo Gutiérrez Arenas (violoncello), Josu de Solaun (piano). Obras de Schumann, Liszt, Prokofiev y Brahms.

Última escapada a Valdediós en este verano y vuelta al círculo virtuoso de un Adolfo Gutiérrez Arenas siempre unido a este ciclo que siempre supuso iniciar nuevos proyectos como él mismo escribía en las notas al programa, y puedo decir que esta clausura, quinto concierto de memamorfosis con sus Atardeceres, será el arranque de un trío que hará historia al unirse con el cellista «asturiano» (aunque nacido en Munich) nada menos que la violinista alemana de origen ruso Alissa Margulis y el pianista Josu de Solaun, valenciano universal y cosmopolita. Tres vidas viajeras para un estreno que dibuja el triángulo como la perfección mínima, tres partes iguales y estables, equilibrio también emocional e interpretativo de auténtica altura que bien podríamos bautizar en este Monasterio como «Trío Valdediós».

Y si el triángulo tiene una línea básica, no cabe duda que De Solaun desempeñó a la perfección ese sustento, pues no solo interpretaría un Liszt impactante sino que también brilló en los dos dúos antes de rematar con el trío de Brahms en un concierto de 99 minutos (alguno más rozando la hora y tres cuartos), tres veces 33 por la perfección del 3, la matemática precisión en la ejecución de todos ellos y la emoción que se respiró de principio a fin con un público asombrado y en silencio sepulcral, búsqueda de la perfección conjunta solo al alcance de tres grandes solistas que deciden latir como unidad en la visión musical de cada partitura, trabajada desde la individualidad pero vivida en el conjunto geométrico perfecto de las tres líneas tras trazar líneas paralelas y ascender al mágico o místico número tres.

El programa ofrecido en la iglesia del Monasterio de Valdediós estuvo a la altura de los grandes, primero Robert Schumann (1810-1856) y sus «5 piezas en estilo popular» Op. 102 para Adolfo y Josu, sonoridades talladas en cada una de ellas, intenciones claras tomando los títulos de referente interpretativo: Mit Humor, canción sin palabras cantada por el cello y contestada al piano, Langsam (lentamente) verdadera delicia de fraseos y equilibrios dinámicos, Nitcht schnell (no rápido) suficiente para degustar las sutilezas de Schumann en ambos instrumentos, Nicht zu rasch (no demasiado rápido) de consistencia tímbrica y resonancias increíbles antes de la quinta Stark und markiert (fuerte bien marcada), contundencia en las teclas y el arco, la precisión con emoción que hace grande el dúo en un mismo idioma.

Josu de Solaun es un auténtico virtuoso que está asombrando allá donde va y que sigo cuanto puedo, y si tenía anotada en principio la Sonata 4 de Scriabin para este concierto, el cambio y elección de Franz Lizst (1811-1886) y su «Primer Vals de Mefisto» puedo calificarla de mágica además de histórica, increíble, la evocación diabólica en esta iglesia cual hechizo pianístico único, esa Der Tanz in der Dorfschenke’ (El baile en la taberna del pueblo) sinfónica al piano de auténtica melopea, fuerza y pasión, ebrios de música que el valenciano derrocha en cada trago, en cada compás. Vigor preciso y precioso, una boda compartida  por un público boquiabierto cual Fausto y el rapto embriagador para una huída mefistofélica donde nos raptó a todos para llevarnos a la siguiente borrachera emocional.

Si el virtuosismo es seña identitaria romántica, los rusos supieron completar el calor del fuego con el colorido tímbrico jugando con melodías y armonías reconocibles como pocas. Así entendieron Alissa Margulis y Josu de Solaun la  Sonata N° 2 de Serguéi Prokoviev (1891-1953), un violín de amplias dinámicas equilibrado y compartido por el piano, entregados anímicamente en dibujar líneas claras y pinceladas de amplísima paleta. Desde el Moderato pudimos captar un lienzo sonoro limpio, fresco, preparándonos para el riquísimo segundo movimiento, Presto-Poco piu mosso del tempo I, vertiginosos pasajes intercambiándose y entrecruzando las líneas para engrosar un sonido aterciopelado y potente; aparente respiro, corto, sin perder complicidad en el Andante y un apasionante y cromático Allegro con brío-Poco mosso – tempo I- Poco meno mosso – Allegro brío, explosión de color musical, apabullante encaje entre ambos intérpretes, grandeza comprobada en la exactitud del trazo sin dudas, el lienzo que va tomando forma conjunta para alcanzar la belleza final de un violín con personalidad junto a un piano dúctil.

Líneas paralelas, línea recta y al final las tres líneas formando el triángulo, el último romántico Johannes Brahms (1833-1897) y una obra que le ocuparía 36 años, compleja como él mismo y donde la madurez consigue la visión buscada. Margulis, G. Arenas y De Solaun en su amplio bagaje uniendo fuerzas para el  Trío Op. 8,  lirismo a raudales en cada uno, sonidos muy trabajados para unirlos en texturas inimaginables, el piano casi sinfónico abrazando los arcos con registros intercambiables, graves de violín y agudos del cello ampliando gamas tan bien ensambladas por parte de los tres músicos que hacen aún más grande este trío maestro, cuatro movimientos que discurren como la propia vida, melodías brahmsianas inconfundibles  en el Allegro con brío, el asentamiento indudable del Scherzo intachable desde su génesis, la belleza madura y hasta mística con un cello cantando corpóreo cual voz humana del Adagio, diálogos cruzados en conversación a tres y la explosión juvenil del Allegro, así lo entendieron estos jóvenes maduros latiendo juntos, el impulso vital lleno de color y esperanza, la confirmación de la obra bien construida y mejor ejecutada, la historia de unos pentagramas precisos que sólo la interpretación consigue emocionar.

Bravo por este Trío Valdediós al que deseo larga vida y colofón perfecto para este ciclo ya consolidado al que la pandemia solo ha restado público por las medidas de prevención, pero ha llenado de esperanza y emoción estos atardeceres «en un lugar único por belleza e historia» como bien (d)escribe Adolfo Gutiérrez Arenas su hogar desde hace muchos años. Gracias.