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Cuando los sueños se cumplen

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Viernes 9 de junio de 2023, 20:00 horas. Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA), ADDA Ópera«La Bohème» (Puccini).

Crítica para ÓperaWorld del sábado 10 con los añadidos de fotos (propias y de las RRSS), links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

Llegaba «La Bohème» al Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) con todo vendido para las tres funciones programadas (7, 9 y 11), en la producción de Emilio Sagi más rentabilizada desde su estreno allá por el año 2000 en el Teatro Campoamor de Oviedo (“La Viena Española”), y con un elenco conocido y de conocidos, con calidad e ilusión, compañerismo y complicidad entre todos.

Esta «Bohème de Sagi» continúa el sueño del director valenciano Josep Vicent, titular desde 2015 de la ADDA·Simfónica Alicante por traer la ópera a un auditorio que no es un teatro (con telón y telares), la orquesta situada delante del escenario en una disposición “exprofesso” y todo el esfuerzo que supone adaptar esta conocida producción, un desafío que necesitó mover un equipo con más de 150 personas. El tándem Sagi-Vicent tras la «Carmen» de noviembre 21, y con algunas de las voces repitiendo este segundo título más complicado aún, Alicante lo esperaba y la respuesta ha sido total, con el público aplaudiendo cada aria y el final en pie. Como reza el dicho, “querer es poder”, la apuesta arriesgada resultó ganadora y hasta interesante comprobar cómo funcionó todo, cambios a la vista aplaudidos (menos que en la primera), y como apuntaba en la prensa local el director un “toque de modernidad” sin perder nada del color o ambiente previo al mayo del 68 de esta «Bohème ADDA».

Si de sueños hablamos, está claro que el de toda Musetta es cantar Mimì, y la soprano asturiana Beatriz Díaz no solo lo cumplió sino que volvió a demostrar que Puccini escribió para ella. No solo ofreció una auténtica lección de canto con una gama de matices donde los pianissimi son increíbles por la proyección y unos crescendi con delicadeza, musicalidad unida a un fiato abrumador, sino que su personaje lo delineó de principio a fin. Sencillez del primer acto en buena respuesta a Rodolfo “Mi chiamano Mimì”, un conjunto inocente en el “Momus” siempre claro por emisión y presencia, el impactante y exigente tercer acto pasando de la desesperanza (“O buon Marcello” en otro dúo más para recordar) al consuelo que corta la respiración, y no digamos el último acto donde su voz fue toda el alma de Mimì, poesía en estado puro cantada con el hálito vital y cristalino, poniéndonos la piel de gallina y consiguiendo tras su muerte un silencio sepulcral, el consiguiente suspiro del público y la explosión de júbilo bien merecida para un sueño hecho realidad con todo el auditorio en pie.

Rodolfo es el contrapunto para lucirse tanto en sus arias como dúos y concertantes, y el mexicano Ramón Vargas volvió a dejarnos buena prueba de lo que supone dominar las tablas, mantener un color vocal homogéneo y transmitir todo el sentimiento que Puccini escribió para este enamorado atormentado. Desde la buhardilla inicial, la esperada “Che gelida manina” con gusto y agudos siempre bellos, hasta ese “Mimì” de llanto cantado también con alma pucciniana y respuesta esperada tras una muerte trágicamente delicada. Rodolfo y Mimì triunfantes en esta ópera que emociona siempre, el amor apasionado y torturado, cantado y sentido por estas dos voces que se encontraron bien arropadas por sus compañeros y una orquesta a su servicio.

La otra pareja bohemia son Musetta y Marcello, encarnados por la valenciana Luca Espinosa y el asturiano David Menéndez. La soprano también evoluciona desde su irrupción y provocación en el célebre vals “Quando m’en Vo’” con volumen y definición suficiente, el conjunto del tercero, contraste de parejas y colores pero igual de entregados, con el final casi susurrado que el ambiente contagió. El barítono que cantó tantos Schaunard también soñó y llegó a este Marcello que se hizo de rogar pero en este momento con la voz ideal para ese pintor casi omnipresente en la obra, dramáticamente perfecto, rotundo y contenido porque así se dibuja, “conjuntos de buhardilla” de gran actor y mejor cantante, compañero confidente y amigo de Mimì, celoso enamorado de Musetta, empastes ideales con el resto de voces para cuadrar esta doble pareja que aún llegaría al póker.

El filósofo Colline y el músico Schaunard comparten ático parisino con Rodolfo y Marcello, también acción y concertantes de compañerismo lírico: Manuel Fuentes (aplaudido antes de finalizar su “Vecchia Zimarra”) y Manel Esteve, feliz reto de amigos, cómplices para echar a Benoit y duelo en el amplio sentido de la palabra (también en el sentimiento). El tenor malagueño Gerardo López también de casero al “paganini” Alcindoro remataría este septeto vocal en una ópera de pasión.

Y Puccini no dejó nada al azar, un coro que llena acción y pasajes mixtos y por color, muy bien la Coral ADDA y excelentes los niños (los “xiquets” de Crevillent), con profesionalidad y desparpajo en el conocido “Parpignol” al que sumar un mimo (desconozco quién de los figurantes) que ayudó a cerrar con humor el segundo acto pidiendo aplausos para ellos así como a la banda de tambores, cornetas y tambores.

Capítulo aparte se merece el también valenciano Josep Vicent con otro sueño cumplido, “hacer ópera” en este auditorio, y esta vez titánica por el esfuerzo que ha supuesto armar «La Bohème de Sagi» que brilló con todas las voces pero gracias también a su ADDA-Simfònica Alicante sonando plegada a los deseos del titular. La ubicación delante del escenario colocando las secciones para adaptarlas a este espacio de acústica perfecta, no fue obstáculo para que el maestro sacase de ella un sonido impecable, preciosista, todo el color sinfónico de Puccini al servicio de las voces, con una gama dinámica rica, excelentes primeros atriles y destacando especialmente sus pianissimi casi camerísticos. Batuta precisa, gestos claros y conocedor de todos los recursos de una formación joven pero madura por su ejecución.

No podemos olvidarnos que en territorio valenciano hubo tres asturianos triunfando: Beatriz Díaz, David Menéndez y Emilio Sagi, en esta “su producción” por la que no pasan los años. Con la misma libertad de sus personajes, la complicidad escenográfica con los siempre recordados amigos carbayones Julio Galán y Pepa Ojanguren, con la universalidad de la música de Puccini que trasciende el tiempo y seguirá emocionando al público “dejándonos claro que la juventud se alejó; que Mimì ya no va a volver más” (en palabras de Sagi) aunque la ópera siempre la resucita y mañana al finalizar la tercera función no bajará el telón, solo se apagarán las luces para seguir soñando.

Ficha:

Auditorio de la Diputación de Alicante -ADDA-, viernes 9 de junio de 2023, 20:00 horas. ADDA Ópera: «La Bohème», ópera en cuatro actos. Música de Giacomo Puccini y libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, basado en la novela “Scénes de la vie bohème” (Escenas de la vida bohemia) de Henri Murger. Estrenada en el Teatro Regio de Turín el 1 de febrero de 1896. Producción de la Ópera de Oviedo.

Reparto:

RODOLFO: Ramón Vargas – MIMÌ: Beatriz Díaz – MARCELLO: David Menéndez – MUSETTA: Luca Espinosa – SCHAUNARD: Manuel Esteve – COLLINE: Manuel Fuentes – BENOIT ALCINDORO: Gerardo López.

PARPIGNOL: Jesús García – ADUANERO: Pedro Garcinuño – SARGENTO: Victor Alcañiz – FRUTERO: Víctor Marquina – UNA NIÑA: Sara Gallardo – FIGURANTES: José Juan Díax, Liam CVlark, Agripa Hervás.

DIRECCIÓN MUSICAL: Josep Vicent – DIRECCIÓN DE ESCENA: Emilio Sagi – VESTUARIO: Pepa Ojanguren – ESCENOGRAFÍA: Julio Galán – ILUMINADOR: Eduardo Bravo.

Orquesta ADDA·Simfònica, Coral ADDA (Orfeón Crevillentino, directora: Isabel Puig; Coro del Teatro Principal, director: Luis Seguí; Compañía Lírica Alicantina, director: Christian A. Lindsey), Coro de niños ADDA (Escola de la Federación Coral de Crevillent, directora: Isabel Puig).

Beatriz Díaz debuta Mimì en Alicante

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Miércoles 7 de junio de 2023, 20:00 horas. Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA), ADDA Ópera: «La Bohème» (Puccini).

Crítica publicada en LNE del viernes 9 con los añadidos de fotos (propias y de las RRSS), links siempre enriquecedores, y tipografía que a menudo la prensa no admite.

Con todas las entradas agotadas para las tres funciones programadas (7, 9 y 11), llegaba «La Bohème» más asturiana al ADDA en la producción mejor rentabilizada y exitosa de Emilio Sagi desde su estreno hace 23 años en “La Viena Española”, con un reparto conocido, de calidad y además español, si me dejan adoptar al tenor mexicano.

Llevo años diciendo que Puccini parece haber escrito “exprofeso para la soprano Beatriz Díaz tras escucharla en su ya consolidada y dilatada carrera, interpretando los distintos roles del compositor de Lucca por escenarios de medio mundo, quien como “toda Musetta aspira a ser Mimì”, y al fin llegaba su día en Alicante con un auditorio preparado especialmente para esta producción carbayona de Sagi, todo un esfuerzo de nuestro escenógrafo más internacional, un reto inmenso junto a Josep Vicent, director musical desde 2016 por representar esta “Bohème alicantina” y sesentera con una apuesta que necesitó un equipo con más de 150 personas para el desafío de desplazar, preparar y adecuar el ADDA para una escena sin telares, reforzando el suelo, adaptando toda la tramoya y decorados para asistir en directo a los cambios, lo que supone de por sí un “toque de modernidad” como el titular Vicent comentaba en la prensa local, sin perdernos nada del colorismo y ambiente parisino previo al mayo del 68 ideado por el ovetense. Éxito corroborado pues no faltaron los aplausos para todo el equipo.

Y si Sagi es siempre seguro para la escena, las voces de este primer jueves bohemio sumaron en la mejor dirección con un reparto de lujo encabezado por dos asturianos más: la allerana Beatriz Díaz junto al castrillonense David Menéndez, dos voces que conozco desde sus inicios líricos y que tras años de cantar en teatros de Europa, América o Asia, debutaban como Mimì y Marcello.

La soprano de Bóo nos volvió a poner la piel de gallina en una interpretación única, derrochando todo el dramatismo de su personaje en los cuatro actos, desplegando su reconocida y amplia gama de matices con una voz siempre presente, llegando a cada uno de los rincones del inmenso auditorio, y con una orquesta de más de 60 músicos delante (que no debajo). Si en el primer acto asombró con sus pianissimi siempre cristalinos, incluso saliendo de escena, el empaste con el Rodolfo mexicano fue vocal pero también emocional, aumentando la carga interpretativa en un tercer acto con el dúo primoroso junto al “Marcello Menéndez” y el cuarteto principal derritiendo la nieve, para en el cuarto toser y morirse como nadie, cortando el aire en este gigantesco edificio que no se vino abajo por el triunfo de esta Mimì que no olvidaremos y hasta podemos retitular con “BóoEmE”.

El Rodolfo del mexicano Ramón Vargas sería compañero perfecto de “La Mimì Díaz”, tenor de raza (aunque no se contemple esta categoría vocal), referente desde hace años en su cuerda, manteniendo no ya la profesionalidad sino un timbre personal y el color hermoso para este rol, añadiéndole la experiencia sobre las tablas. Modelando el sonido, emisión bien proyectada unida a su presencia escénica y el gusto habitual del tenor, en los números de la buhardilla con sus “compañeros” empastó y ayudó a brillar al resto, y las escenas con Beatriz Díaz en feliz entendimiento, esperado para esta pareja que interpretaron nuevamente este drama como sólo Puccini los escribía.

Enorme y en su línea de canto habitual el Marcello de David Menéndez, de voz rotunda, madura, recreando este rol tras pasar por muchos Schaunard, con paralelismo personal a la evolución de la protagonista femenina: paisanaje, amistad y profesionalidad lírica de tantos años, con un dúo del tercer acto que no pudo tener más química, gusto, complicidad y sentimientos compartidos y cantados con el alma.

Puccini escribe para las voces protagonistas sin olvidarse de las mal llamadas secundarias, pues el armazón musical y argumental se logra con todas ellas. Y de justicia destacar cada una de ellas: la Musetta de Luca Espinosa (compañera de “fatigas” en muchas “Carmina Burana” de La Fura con Díaz y la batuta del propio Vicent), juego tímbrico no siempre perfecto en ambas sopranos pero con la misma entrega y pasión, brillando en su segundo acto. Otro tanto para los Schaunard de Manel Esteve, bien conocido en el Teatro Campoamor, barítono solvente y seguro completando y compartiendo buhardilla parisina junto a otros dos compañeros impecables: el Collline de Manuel Fuentes y el “doblete” de Gerardo López (Alcindoro / Benoit) para todo este “cast” de casa.

De la escena nada nuevo que no conozcamos ya en Oviedo, pues Emilio Sagi con el vestuario de Pepa Ojanguren y la escenografía del siempre recordado Julio Galán sigue tan actual como hace dos décadas, más para este trabajo adaptándolo con todas las garantías a un escenario que debemos recordar es auditorio, no teatro.

El maestro valenciano Josep Vicent, implicado con estos proyectos desde su anterior Carmen de noviembre 2021 (repitiendo varias voces en esta Bohème), llevó toda la producción a lo más alto, mimando las voces de manera exquisita y extrayendo toda la riqueza pucciniana de su Orquesta ADDA·Simfònica de dinámicas amplias, junto a la Coral ADDA y los “xiquets” sobre las tablas en el conocido Parpignol junto a la banda que en esta tierra es un plus, para redondear una “BooM” donde hubo muchos asturianos no solo sobre las tablas. Un miércoles para el recuerdo y la emoción que Puccini sigue levantando.

Adrenalina Burana de La Fura

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Sábado 11 de abril, 20:00 horas. Sala Sinfónica Centro Cultural Miguel Delibes, Valladolid: Concierto Extraordinario Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL). La Fura dels Baus: Carmina Burana (Orff). Josep Vicent (director), Beatriz Díaz (soprano), Toni Marsol (barítono), Vasily Khoroshev (contratenor), Luca Espinosa (actriz), Coros de Castilla y León (Jordi Casas, director).

Entradas agotadas desde semanas, dos días a rebosar, éxito abrumador, espectáculo único, pueden ser los titulares de este Camina Burana en el montaje de La Fura del Baus allá donde va. Cambian los recintos, algo importantísimo, las orquestas con todo lo que ello supone, los coros, desde el «originario» pamplonés a las asociaciones vocales que favorecen presencias, los directores que no todos entienden de igual manera la partitura, pero el equipo «furero» se mantiene y el espíritu cautivador también. Pude asistir en Oviedo a esta cantata donde también estaba la asturiana Beatriz Díaz, me perdí el de Granada con Manuel Hernández Silva capitaneando la imprescindible partitura, y esta vez pude escaparme hasta Valladolid para continuar «disfrutando como un enano» de la magia total que La Fura ha conseguido con este orffiano Carmina Burana tan imbuido del espíritu medieval desde nuestra perspectiva actual, imágenes no sólo complemento musical sino parte integrante de la propia partitura.

Apuntaba cómo los escenarios influyen en la concepción global de la obra irrepetible de Carl Orff, y seguramente el Palacio de Carlos V dentro de La Alhambra granadina fuese el ideal precisamente por su diseño circular. En Oviedo nuestro Campoamor no da para más de lo que tiene. La impresionante sala sinfónica del auditorio vallisoletano unido a una acústica muy buena, favoreció el impacto que La Fura busca con esta puesta en escena. La orquesta suena como si no estuviese la veladura y el coro «de escena» protagonista principal con voces blancas a la izquierda y graves a la derecha se pudo reforzar con las voces de otros once coros castellano leoneses en las gradas traseras superiores que alcanzan nada más arrancar el O Fortuna un clímax realmente impactante en el público por el poderío sonoro. Jordi Casas Bayer realizó la ardua labor previa de ensayos para unificar colores e intenciones, alcanzando todas las voces un nivel excelente.

En conjunto los tutti inicial y final resultaron ideales en afinación, volúmenes y equilibrios con la orquesta, el de escena sumándole el movimiento con las carpetas y luces «led», así como el «divisi» entre blancas y graves en feliz pugna vocal, colocación a los lados delante de la orquesta que facilita presencia. Sin niños las sopranos cumplieron sobradamente en el rol más agudo aunque el color no sea el mismo.

La única pega sobre el escenario fue no poder ver al director, puesto que la emisión se enfoca hacia las butacas y los monitores de referencia para seguir las indicaciones, por leve que sea el «retardo» hicieron que no estuviesen por momentos tan encajados, algo que podía haber evitado el maestro Vicent de seguirles y no perseguirles. También optó por pausas entre los números que hicieron perder un poco esa tensión dramática que la obra tiene y personalmente la elección de tiempos algo lentos, algunos excesivamente lentos (como el In trutina) «olvidando» que los cantantes respiran, aunque respondieron todos como auténticos titanes.

Las chicas del «cuerpo de baile» siempre contagiando la alegría desbordante de la música, los movimientos bien trabajados sin necesidad de coreografías complicadas pero exigentes en atención y ubicación exacta dentro del escenario, incluso los aromas primaverales derramados que impregnaron el auditorio de esencia.

De la crevillentina Luca Espinosa, la imagen de este montaje y fija en cada representación (creo que van cinco años y seguirán girando porque es apostar sobre seguro) admirar su puesta en escena, una artista total e imprescindible dentro del equipo «furero». Y como tal hay que tratar a los tres solistas aunque sus intervenciones tengan distinta presencia, pues en este espectáculo global el equilibrio y elección de las voces va más allá de las partituras.

Las exigencias no ya escénicas sino físicas son enormes para un cantante, mayor que en muchas producciones operísticas, y así el Olim lacus colueram de La Fura se canta en posición horizontal y elevado con una grúa dentro de una especie de jaula – asador, que el contratenor ruso Khoroshev resolvió musical y dramáticamente sin dejar la pizca de humor de ese cisne churruscado al que alude el texto en latín.

El barítono catalán Toni Marsol tiene un color de voz hermoso, potencia suficiente y escena imponente, desde el Omnia sol temperat bien cantado, el esfuerzo del Estuans interius de la segunda parte («In taberna») imponente en la piscina convertida en cubo de vino durante el juego de borrachera lógica con algunos hombres del coro escénico, provocando risas y aplausos tras el baño del néctar báquico, más el derroche del Ego sum abbas no solo vocal o el Dies, nox et omnia donde prefirió la voz natural al «falsete» sin perder esencia, supongo que por alguna ligera afección gripal, que en Valladolid no es de extrañar, y a remojo todavía peor.

Dejo para el final a nuestra Beatriz Díaz, soprano total capaz de cantar el Siqua sine socio del número 15 Amor volat undique colgada de unas cadenas en posiciones no aptas para cualquiera, puede que bombeando sangre a la cabeza, manteniendo esos pianos nunca tapados por la orquesta, elevarla con la grúa al asador ahora convertido casi en púlpito para el Stetit puella, esa muchacha que se detuvo con túnica roja, cara radiante y boca como una flor, para descenderla recogida tras el velo de escena y seguir escuchando su voz pianísimo como una flauta a la que me refería tras su Requiem malagueño, o de nuevo en el universo aéreo para el celestial In trutina, con un fiato «obligado» por la lentitud orquestal. Por supuesto el Dulcissime literal, al pie de la letra y la música, «dulcísima entregada por entero» a esas notas exigentes sin equilibrio en el suelo, como pendiente de un hilo y cortando las respiraciones de una sala abarrotada con las miradas (aunque cerrasen los ojos) puestas en ese momento álgido en todo el sentido de la palabra. Sólo unos pocos conocerán o cantarán un «re natural flemol» que dejo aquí como un guiño cariñoso, casi críptico, y convencido que Orff tiene en la soprano asturiana la mejor voz para esta su obra maestra, más en este montaje que muy pocas pueden interpretar como ella, volcada en cuerpo y voz. Además «La Fura lo sabe»…

La orquesta sonó siempre correcta, solistas con altibajos pero sin pifias y una dirección personalmente algo anodina que podía haber sacado más partido de unos músicos que cumplieron como profesionales faltando un poco de más pegada sin necesitar el estrépito, mayor «endendimiento» con las voces y la siempre deseada escucha mutua.

El final impresionante que «derrumba al hombre fuera que llora conmigo por tu villanía» (sternit fortem mecum omnes plangite!) levantó de los asientos a un auditorio que necesitaba romper tras la tensión, la adrenalina de La Fura que todo lo invade. Bis casi lógico con los solistas participando como coristas para otro nuevo éxito de este Carmina Burana.