Viernes 13 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono X «Absolute Quiroga» OSPA, Cuarteto Quiroga, Carlos Miguel Prieto (director). Obras de John Adams y Aaron Copland.
Bromas muy serias
14/05/2022
Asturias, clásica, conciertos, conferencias, música, Música contemporánea, sinfónica Auditorio de Oviedo, Beethoven, Carlos Miguel Prieto, conciertos, conferencias, Copland, Cuarteto Quiroga, John Adams, López Estelche, música, música clásica, OSPA 4 comentarios
El nuevo desde el viejo
12/02/2017
Asturias, clásica, conciertos, música, sinfónica Auditorio de Oviedo, Bernstein, conciertos, David Robertson, Dvorak, Gil Shaham, John Adams, Korngold, música, St. Louis Symphony Deja un comentario
Sábado 11 de febrero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Gil Shaham (violín), St. Louis Symphony, David Robertson (director). Obras de Adams, Korngold y Dvorak. Notas al programa de Alejandro G. Villalibre.
La llegada del inculto tuitero Donald Trump está poniendo su slogan «América para los americanos» en el punto de mira, pero que a la vista del programa sabatino del auditorio, entre otras muchas más cosas debería cambiar por «América por los europeos» (lo de pensarlo mejor lo omito), los Estados Unidos país de mestizaje al que la aportación del viejo continente en todos los ámbitos, ha encumbrado a lo más alto (y recordar que más dura será la caída).
En el terreno musical hemos vivido un concierto que reflejó perfectamente este personal punto de vista, con su segunda orquesta más antigua interpretando un programa de europeos emigrados a los EEUU sumándole un contemporáneo autóctono y heredero de siglos de tradición europea en el nuevo mundo para abrir boca y reafirmar esa nacionalismo que les honra aunque parezcan desmemoriados con sus orígenes.
El director y compositor John Coolidge Adams (Massachusetts, 15 de febrero de 1947) que este miércoles cumple 70 años, confiesa haber crecido en una casa donde Benny Goodman y Mozart convivían, paz y armonía entre lo nuevo y lo viejo que ha llevado a su propia música. The Chairman Dances -foxtrot para orquesta- (1985) conjuga los dos mundos, la herencia europea mezclada con la llamada música «genuina americana» como el jazz, tristemente mestiza por unos orígenes en los esclavos africanos. Nada nuevo y todo en una larga tradición de herencias reinterpretadas, una escena eliminada por el propio Adams del tercer acto de su Nixon in China, ópera «made in USA» por argumento, estilo y orgullo, considerada como la gran ópera estadounidense tras el Porgy and Bess de Gershwin. Y nadie mejor para interpretar estas danzas como esta orquesta pionera en los EEUU con sede en la capital del estado sureño de Missouri (Misuri) desde 1880, raíces francesas hasta en su topónimo, la St. Louis Symphony con su titular David Robertson al frente hasta dentro de otros dos años. Despliegue de formación en gira que finalizaba en Oviedo, para «hablar» el lenguaje propio de Adams, ritmo lógico para unas danzas que juegan con el «ostinato» de la repetición motívica para jugar continuamente con las texturas instrumentales, las dinámicas a menudo por adición y sustracción de instrumentos, y el sonido que los europeos seguimos asociando a las bandas sonoras de tantas películas del otro lado del charco, más programadas y famosas que las propias, varias generaciones adorando una cultura que ha tenido de todo, odios a las campañas bélicas y amores fílmicos, comida basura implantada como la obesidad desde nuestra «dieta mediterránea», sucumbiendo a lo yanqui desde la lucha interior por una herencia que lleva nuestros mismos genes, orquesta envidiable en plantilla (e historia), entendimiento con un director californiano formado en Londres pero buen conocedor del show business que siempre parecen necesitar para sus espectáculos, y la música no escapa a él, gestualidad por momentos exagerada e innecesaria pero que gusta al respetable. Recuerdo programas de mano en el «Lincoln Center» recomendando no comer chicle ni pipas o no marcar el ritmo con el pie ni tararear las melodías conocidas, y la colonización cultural secular nos la han devuelto con todos sus tics, positivos y negativos. Los que somos omnívoros musicales confesos no encontramos nada nuevo a otros contemporáneos de Adams que hace 30 años les llamaban minimalistas o incluso «New Wave» ante la dificultad y casi imperiosa necesidad de poner etiquetas a todo, pero todo un placer cuando una sinfónica como la de St. Louis saca a flote el poder hipnótico de Adams, formación galardonada por alguna otra interpretación del septuagenario compositor y que en este «foxtrot» desplegó todo su potencial con solistas impecables, piano incluido, y esa cuerda sedosa como era de adivinar.
Al moravio nacido en Brno Erich Wolfgang Korngold (1897-1957), judío emigrado y fallecido en Hollywood del que este año celebramos los 60 años de su muerte, me lo descubrió nuestro siempre añorado Pérez de Arteaga, igualmente admirador de John Williams (8 de febrero, 1932), otro heredero del viejo mundo, y como bien cuenta el doctor González Villalibre (experto en música de cine) en sus notas al programa, fue el verdadero creador del sonido con «genuino sabor americano», como la marca de tabaco que entonces se anunciaba incluso en el cine -claro que los tiempos cambian muy rápido-. Curiosidad que el creador de algo tan identitario del cine sonoro americano fuese un emigrante europeo. Gracias a la radio, los discos, las nuevas tecnologías y la globalización imparable a la que ningún «trumposo» podrá poner freno ni muros, la grandiosidad de Korngold permanecerá, sobre todo con Die tote Stadt (La ciudad muerta) que recomiendo a todos los operófilos, y su Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 35 puede ser para algunos como una carta de presentación de su estilo inconfundible, melodías con cuerda aterciopelada, metales épicos, violín solista evocadoramente romántico, percusiones variadas subrayando la acción… Con un virtuoso como Gil Shaham en perfecto entendimiento y complicidad con Robertson, la forma clásica por excelencia de los tres movimientos llevan al nuevo mundo una escritura centenaria con la óptica abierta del compositor para brindarnos una interpretación plenamente cinematográfica más allá de los temas reutilizados por el propio moravio (algo que Bach o Vivaldi también hicieron), tradición y modernidad que el tiempo barniza con más tiempo para un músico admirado por sus contemporáneos, Mahler incluido, y que el horror de la segunda guerra mundial obligó a escapar a la entonces tierra de las libertades. Shaham jugó con su Stradivarius «Countess Polignac» (1699) en un concierto que conoce como pocos, sacándole armónicos y presencias irrepetibles bien arropado por una orquesta con la que se mezclaba o emergía a lo largo de los compases, deleitándonos especialmente en el II. Romanze: Andante con esas pinceladas de celesta, que como con los tiempos extremos rezumó virtuosismo en estado puro siempre al servicio de la música, sobre todo el Finale: Allegro assai vivace deslumbrante y americano hasta la raíz, con Robertson enmarcando y hasta disfrutando de un mano a mano en «dúo sinfónico» con este concierto. Incluso la propina mantuvo el humor y entendimiento entre todos, un homenaje al virtuoso Kreisler y su Schön Rosmarin con otro virtuoso más una orquesta casi camerística conducida por el californiano como si de un piano sinfónico se tratase.
Para unir lo que otros quieren separar, Dvorak y su Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95 «Del Nuevo Mundo» resume lo mejor de la cultura occidental en forma y fondo, instalado desde de 1892 a 1895 y estrenándola en el Carnegie Hall de Nueva York (1893), inspiración popular americana por la que sentía verdadera fascinación, pasado por el tamiz academicista europeo de este gran sinfonista bohemio, cuatro movimientos de orquestación sublime para una formación como la de St. Louis que entendió a la perfección de la mano de Robertson la unión musical del mestizaje, jugando con la agógica y la dinámica, dando los protagonismos necesarios sin perdernos nada, dejando disfrutar a sus músicos sabedor de todos los recursos con los que cuenta, tiempos casi al límite de lo indicado en todos los extremos pero con una brillantez y calidad diríamos que europea, todo un halago porque sin entrar en categorías que a menudo viven más de la historia que del presente, sin ser tan reconocida el resultado final fue sobresaliente. Adagio-Allegro molto con un inicio íntimo, toque de trompas y maderas cálidos antes del cambio de tiempo, amplísimo y casi «presto», timbales dominadores con cellos más contrabajos rotundos y carnosos, motivos bien cantados y los acelerando que enriquecen el discurrir junto a los crescendi impresionantes para una formación inmensa además de potente sin perdernos nada de ninguna sección; Largo soberbio en el amplio sentido de la palabra, con una maravillosa solista de corno inglés y en general toda la madera, nuevamente de sonoridades amplias pero contenidas, con una batuta «sujetando»matices y fraseos antes del trepidante Scherzo: Molto vivace-Poco sostenuto, riqueza rítmica, juegos en la madera y la cuerda, timbales rotundos, metales aterciopelados y sobre todo una cuerda rica además de compenetrada para alcanzar equilibrios difíciles ante la tentación que supone la ostentación desde la contención del tempo que seguía elástico sin perder unidad. El Allegro con fuoco acabó de encandilar (perdón por el juego de palabras) a un público que estuvo atento sin toses ni ruidos superfluos, aguantando la respiración ante el empuje de los yanquis en esa recopilación temática que Dvorak agranda como nadie y la sinfónica transmitió en su precisa magnitud, velocidades y matices contrastantes pintando el gran lienzo del nuevo mundo desde la sabiduría del viejo. Excelente versión con David Robertson desplegando todo su amplio repertorio gestual.
La propina con la obertura de Candide (Bernstein) quiso dejar claro que también dominan «su repertorio», el que nos han devuelto las generaciones que han bebido de la vieja Europa, el musical cual «zarzuela americana» aunando edades y sabores, pero sobre todo colores, derribando muros desde la Música con mayúscula, atemporal e histórica, siempre viva porque ella misma es vida más allá de modas y modos. Bernstein, judío universal, homosexual casi clandestino, comprometido, comunicador, pedagogo, músico integral, venerado por muchos, único e irrepetible, entendió como nadie que no hay bandos ni etiquetas, solo orillas de un mismo universo todavía sin explorar. David Robertson y la St. Louis Symphony han sido un buen ejemplo de cómo entender la historia, también la musical, y transmitirla a las generaciones venideras, esta vez en Oviedo.
Placeres eternos e irrepetibles
22/02/2014
Asturias, clásica, conciertos, música, sinfónica Auditorio de Oviedo, Beethoven, conciertos, Joana Carneiro, John Adams, música, Ning Feng, OSPA, Shostakovich 3 comentarios
Viernes 21 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: concierto de abono 7, OSPA, Ning Feng (violín), Joana Carneiro (directora). Obras de Adams, Shostakovich y Beethoven.
Algunos seguidores del blog han escrito comentando mis entradas como demasiado optimistas la mayoría de las veces y muy parciales (siempre cierto por personales) dado que apenas asistía a conciertos malos. Aquí viene mi innecesaria defensa, pues hace años que Oviedo es referencia para melómanos aunque no siempre tenga la resonancia mediática que se merece, algo que puedo asegurar es objetivo y no me cansaré de repetir y reflejar. Para una región como la nuestra de apenas un millón de habitantes, concentrados en el centro y en plena crisis industrial, minera, nacional… que la musical siga estando en primera línea con todo tipo de sacrificios pienso que debería tener más eco en un país que se está rompiendo por culpa de unos dirigentes incultos y egoístas.
En una semana beethoveniana está bien escuchar otras formaciones orquestales con directores no titulares, siempre en el irrepetible directo para comprobar y comparar, inevitable por otra parte pese a la losa que supone haber degustado exquisiteces irrepetibles. Sigo presumiendo de asturiano melómano con un vagaje musical repleto de figuras mundiales que han pasado por la capital del Principado e incluso de otras que el tiempo acabó convirtiendo en tales, habiendo sido Oviedo su debut o trampolín. Compartir estos placeres irrepetibles los hace aún mayores, y este tercer viernes de febrero ha sido uno de ellos.
Esta semana se ponía al frente de nuestra OSPA la directora portuguesa Joana Carneiro, que afrontó un programa titulado «Beethoven eterno» y en sus notas Hertha Gallego de Torres calificaba de «sentido del ritmo», ampliado aún más hasta «apoteósis del ritmo» que escribía mi amigo Ramón Avello en El Comercio para cada obra: reiterativo, obsesivo y demoniaco, y apoteósis de la danza.
De los compositores contemporáneos, John Adams (1947) está entre los preferidos del público, y estos días está en Madrid donde tiene «carta blanca«. De su ópera Nixon en China emerge con protagonismo propio The Chairman Dances: Foxtrot para orquesta (1985) que ponen a prueba formación y dirección sinfónica como en Oviedo, y con buena nota para todos: la maestra portuguesa con ideas muy claras, precisión, claridad en el gesto y dominio de la partitura, más unos músicos que se nota trabajaron duro para superar todas las dificultades de esta partitura con múltiples cambios de compás, ritmo, tiempos y dinámicas, exigente en empastes y de estilo minimalista que puede caer en lo monótono de no mediar la riqueza interpretativa, destacando la sección de percusión siempre segura junto al piano, en esa importancia rítmica deudora de tantos otros compositores que el propio Adams reconoce.
Palabras mayores el Concierto nº 1 para violín en la menor, op. 77 (antes op. 99) de Shostakovich con el virtuoso Ning Feng y un Stradivarius «MacMillan» (1721) afrontando una de las obras más importantes del ruso. El violinista chino optó por una interpretación introspectiva que la directora lusa supo e hizo acompañar en la misma línea, cuatro movimientos que son cual suite incluso en los títulos: el Nocturne transmite dolor desde la densidad orquestal y el lamento solista; el Scherzo auténtica «broma» de buen gusto plagada de polirritmias y efectos tímbricos en y para todos, con una orquesta atenta y entregada (destacar sólo un arpa pero siempre referencia), contagiada del vigor de solista y dirección, algo exagerada pero tal vez necesaria, segundo movimiento calificado por el gran Oistrach que estrenó la obra de «demoníaco y espinoso», siéndolo Feng literalmente; Passacaglia de la hondura sinfónica a que nos tiene acostumbrado el compositor ruso, exigente para todas las secciones que nuevamente estuvieron a la altura de la obra y el solista volviendo a impactarnos desde una interpretación diría que volcánica por el proceso emocional, para finalmente llegar a la chispeante Burlesca que desencajó a más de uno con la intermedia larga cadenza capaz de acallar las siempre incómodas toses desde una interiorización de dolor y angustia que salía a borbotones inundando de desbordante emoción el auditorio, la montaña rusa musical que suelo utilizar metafóricamente para este tipo de grandes conciertos.
Sin menospreciar a una orquesta que se comportó y la buena concertación de la señora Carneiro, lo del virtuoso chino es para recordar y así lo entendimos todos. La versión que nos regaló -como el día antes en Avilés- de Recuerdos de la Alhambra de Tárrega espero volver a escucharla cuando Radio Clásica emita el concierto, visionar y repetir, con un arco inigualable, capaz de recrear los trémolos guitarrísticos y la melodía en esa joya de violín. Silencio de emoción y otro regalo «caprichoso» del demonio oriental de Paganini el endiablado. Eternidad infernal y placeres nada pecaminosos.
Beethoven siempre eterno y apoteosis de la danza con esta explosión de la Sinfonía nº 7 en la mayor, op 92, una de esas sinfonías que no deben faltar en cada temporada porque siempre resultan distintas según la batuta al frente, y la portuguesa sacó lo bueno de la OSPA, puede que por la elección del tempi correcto en cada movimiento, algo que todos los musicólogos y estudiosos reconocen como parte importante para acertar con el carácter de las obras del genio de Bonn. Aplaudir cómo la «maestrina Carneiro« pareció ganarse a los músicos en las obras de la primera parte para poder disfrutar más en la segunda, aunque siga preguntándome porqué mantener el esquema de concierto cuando este viernes podría haber sido al revés y dejarnos al chino como cierre, aunque es probable que no hubiera marchado regalándonos aún más propinas.
Como balance apuntar en el DEBE menor autocomplacencia para algunos atriles en obras que por muy tocadas parecen «olvidar» son tan exigentes como las nuevas, y la interpretación va más allá del pentagrama. En el HABER la autoexigencia de mantener calidades sonoras alcanzadas no ya en «la séptima» sino en todo este séptimo de abono. De momento saldo positivo, pero hay que aumentarlo, no sólo mantenerlo…
























