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Maestría y emoción al piano

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Miércoles 24 de septiembre, 19:30 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Alessio Bax. Obras de Bach, Rachmaninoff, Chopin y Ravel. Abono: 36€.

El I Festival de Piano Joaquín Achúcarro se despidió por todo lo alto con la actuación de Alessio Bax, alumno predilecto y casi “hijo adoptivo” del maestro bilbaíno (aún siendo adolescente como nos contó antes del concierto Don Joaquín cuando ya descubrió su talento), hoy auténtica figura internacional. Tras el dúo ofrecido el día anterior junto a su esposa Lucille Chung, el pianista italiano regresó en solitario para un recital que conjugó tradición, virtuosismo y sensibilidad, en la que fue última parada antes de su inminente gira por Japón con esta escala en Oviedo, de nuevo capital del piano.

El programa, concebido como un arco estilístico es fiel reflejo del enorme trabajo que ejerce Achúcarro desde su fundación  en Dallas, estilos variados que él mismo transitó, este miércoles abarcando tres siglos, arrancando con Bach, “padre de todas las músicas”. El Preludio y fuga en do sostenido menor BWV 849 del primer volumen de “El Clave Bien Temperado, auténtico catecismo pianístico, fue más allá del ejercicio diario que todo músico necesita y puede odiar en sus inicios porque solo los años consiguen su comprensión, el compañero de toda la vida con el que “abrir boca y calentar motores”, lo que serviría de pórtico sobrio y luminoso por parte de Alessio, con una fuga cristalina antes de sumergirse en el Concierto en re menor BWV 974, transcripción y estudio bachiano del escrito para oboe por Alessandro Marcello, tres movimientos académicamente contrastados pero donde “Mein Gott” ornamenta sin perder unas melodías que muchos asociamos a tantas películas que usaron la música del veneciano. Aquí, Bax desplegó un fraseo fluido y orquestal, resaltando tanto la claridad barroca como la profundidad emocional de la relectura bachiana, verdadera recreación que solo El Kantor de Santo Tomás pudo elevar a ese nivel que la hizo suya.

El gran bloque de la primera parte, y centro de la segunda, estaría dedicado a Rachmaninoff, primero con sus mastodónticas “Variaciones sobre un tema de Corelli”, op. 42. Si el Liszt a cuatro manos del día anterior era muestra de virtuosismo al alcance de unas manos gigantescas, con el ruso sería similar por sus exigencias, obra bien elegida y enlazada por la inspiración en el barroco italiano tras “dios Bach” en todo un muestrario melódico, agógico y ornamental del ruso emigrado a EEUU, quien también explotaría en sus cuatro conciertos para piano y las escritas sobre un tema de Paganini, casi un quinto con otro nombre. Bax abordó esta obra con su poderío técnico y coherencia estructural, pasando de la intimidad casi improvisatoria a la brillantez apoteósica, riqueza de dinámicas, pedales siempre “remando a favor” sin ensuciar nada de lo escrito en un derroche de buen hacer muy aplaudido por un público que volvió a responder a esta cita ya ineludible. En medio de la segunda parte, la Vocalise”, op. 34 nº 14 aportó un momento de conmovedora sencillez cual respiro tras el titánico despliegue anterior y pausa emocional ubicada entre dos arquitecturas monumentales.

Se abría una segunda parte con el Chopin imprescindible en cualquier festival pianístico y tentación para todo intérprete. La Balada nº 4 en fa menor, op. 52 fue una lección de arquitectura musical, pasión y dolor equilibrados con la elegancia italiana del rubato siempre necesario en el polaco, desde una lectura muy matizada además de profunda, conjugando potencia y contención, fraseos cristalinos, y la hondura interpretativa que solo con muchos años de trabajo se alcanza, y Alessio Bax nos lo demostró.

El cierre le correspondió a Ravel con La Valse, un poema coreográfico orquestal que el propio compositor transcribió para piano convertida por Bax en un torbellino sonoro (Ravel lo calificó de “torbellino fantástico y fatal”) lleno de colores donde, recordando las clases de Achúcarro el pasado lunes, no era un vals de Año Nuevo de los Strauss vieneses de que un mundo que se dirigía a la barbarie sino las olas del Cantábrico que parecieron agitarse desde el teclado en blanco y negro, todo el Golfo de Vizcaya reflejado en un piano que sonó como si la marea musical fuese a cuatro manos ante el despliegue tímbrico y virtuoso de un italiano que navega por todos los mares.

El público, nuevamente entregado, celebró con entusiasmo esta actuación de Alessio Bax, al que recordamos hace dos años con la OSPA, dirigida por la alemana Ruth Reinhardt, precisamente con un espléndido tercer concierto de Rachmaninoff.

Como regalo final y si se me permite compararlo con las cuatro manos del martes, Bax ofreció con su mano izquierda el delicado “Preludio” op. 9 nº 1 para esa mano de Scriabin, siempre los rusos con escuela y estilo propio para una despedida refinada que cerró con broche de oro un festival que desde ya reclama continuidad. Más que un homenaje, el ciclo ovetense ha sido una celebración del piano como escuela de talento y herencia viva del maestro Achúcarro que no se perdió ninguno de los tres conciertos y se mantiene joven, activo y sabio, pues como recordó Juan Coloma -vicepresidente de la Fundación Reny Picot-  en la presentación antes de cederle la palabra a Don Joaquín, éste encarna la propia definición de la palabra Maestro: “Dicho de una persona o de una obra: de mérito relevante entre las de su clase”.

Dos corazones latiendo en un piano

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Martes 23 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro. Dúo de piano a cuatro manos: Lucille Chung y Alessio Bax. Obras de Bach, Mendelssohn, Schubert, Debussy y Piazzolla. Abono: 36€.

(Crítica para La Nueva España del jueves 25 con fotos propias y regaladas, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Segundo de los tres conciertos programados en este festival de piano que homenajea llevando el nombre del Maestro Joaquín Achúcarro, de nuevo presente en la sala y dirigiéndonos unas palabras (tras la presentación de Juan Rodríguez Coloma, vicepresidente de la Fundación Reny Picot) sobre los dos destacados alumnos, quienes además son matrimonio: el italiano Alessio Bax y la canadiense Lucille Chung, un auténtico “tour de force” por parte de ambos al traernos dos programas muy intensos, exigentes y atractivos para cualquier edad o gusto.

En la literatura musical las composiciones tanto a cuatro manos como para dos pianos son abundantes, partiendo de obras originales así escritas hasta las muchas transcripciones que lograban un acercamiento al mundo sinfónico no siempre accesible a todos los públicos, desde el más cercano mundo camerístico. Son curiosos y muy interesantes los emparejamientos de intérpretes de estas obras donde incluso el lazo alcanza lo familiar, con mi recuerdo para el asturiano Dúo Wanderer del matrimonio Pantín (Paco y Teresa), y otro para Joaquín Achúcarro y su esposa Emma Jiménez, a quienes los muy veteranos melómanos pudieron escuchar en la Sociedad Filarmónica de Oviedo allá por los felices años 60. Así pues las enseñanzas del maestro bilbaíno también inculcan no ya un selecto repertorio para cuatro manos, también poder unir desde el piano dos corazones que lleguen a latir al mismo compás, como el caso del matrimonio Bax-Chung  que ofrecían el segundo de los tres conciertos de este primer festival en homenaje a “nuestro” eterno Don Joaquín.

La inmensidad del dios Bach encuentra en sus obras, incluso las  transcritas para cuatro manos, no solo la monumentalidad sino una riqueza tímbrica muy cercana a las cantatas, sean con órgano u orquestales. El primer movimiento de la Sonata nº1 BWV 525 fue a tres manos, o si se prefiere con quince dedos, donde Bax hizo de “pedalero” más primer teclado junto a Chung el segundo, seguido de la Sonatina del “Actus Tragicus” BWV 106, ya a pleno rendimiento, para dar buena muestra que este dúo es todo un referente tanto en solitario como juntos, orgullo del Maestro.

“La Cueva del Fingal”, como también se conoce la obertura de “Las Hébridas” (Mendelssohn), es una maravillosa página sinfónica cuyo arreglo a cuatro manos, del que no figuraba su autoría, servía para acercar y divulgar en este formato obras orquestales en versiones “de salón” como así nos hicieron sentir desde la cercanía esta pareja de pianistas, compenetrados en los rubatos, encajando pasajes a unísono como un solo cerebro ordenándolo, con una amplísima paleta de dinámicas y haciéndonos pensar que escuchábamos un instrumento único.

Schubert es uno de los compositores que supieron ver las posibilidades del piano a cuatro manos, y su Fantasía en fa menor, D. 940 -que cerraba la primera parte- resultó una buena elección al estar considerada auténtica obra de arte así concebida, para comprobar lo importante de la conexión emocional, además de la musical, que se exige a los intérpretes por un indispensable contacto corporal, el que Lucille y Alessio alcanzaron, permutando sus posiciones pero latiendo y respirando a una, escuchando un imaginario pianista de cuatro manos rebosante de intensidad emocional, rigor interpretativo y simbiosis sonora en esta página romántica a más no poder con una versión plena.

En la segunda parte llegaría música más cercana en el tiempo, Piazzolla y Debussy. El francés rompió moldes con sus composiciones y el “Preludio a la siesta de un fauno“ asombró e incluso escandalizó por  su erotismo en el estreno bailado por Nijinsky. Otro inmenso orquestador como Ravel, quien también escribió música para cuatro manos y dos pianos, hizo el arreglo de su compatriota. Chung y Bax mantuvieron la colocación anterior con el mismo latir para poder escuchar la riqueza intrínsecamente sinfónica y original con la amplia paleta tímbrica de un confeso mal pianista Ravel capaz de escribir como nadie para las 88 teclas, esta vez para cuatro manos. En este dúo Italo-canadiense la alternancia de posiciones no supone obstáculo para seguir compartiendo pulso y musicalidad, intención y fraseo, donde el intérprete grave controla los pedales de expresión aunque cerrando los ojos tengamos la sensación de estar escuchando un piano fantástico. La “Petite Suite” del francés son cuatro inmensas miniaturas (En bateauCortègeLa plus que lenteBallet) donde paladear la exquisitez y buen gusto tanto en la escritura orquestal, aquí pianística, como de caracteres contrapuestos, y Lucille & Alessio hicieron posible lo inalcanzable de un instrumento único en sus manos.

Y si hay un compositor de nuestro tiempo con un lenguaje propio, cuya música es reconocible en cualquier formación, es el creador del llamado “Nuevo Tango” argentino, Astor Piazzolla, a quien en París su maestra Nadia Boulanger le rogó, tras escucharle sus tangos escondidos, que siguiera su propio camino y lenguaje. Tres elegidos por el matrimonio Bax-Chung (cualquier combinación de sus nombres también suena siempre bien), de nuevo ubicándose en el agudo Alessio y al grave Lucille en una interpretación que no soy capaz de encontrar calificativos, pues fue capaz de trasladarnos el peculiar sonido del “nuevo octeto” fundado por el marplatense, después reducido a quinteto, y destilado hasta este piano soñado con un arreglo espectacular. Comenzaron con “Lo que vendrá”, visionario y premonitorio incluso en el título, cual lunfardo inmigrante sin necesitar palabras en el universo blanquinegro del piano, donde el empuje y encaje rítmico solo se logra desde un mismo sentimiento; seguiría la “Milonga del ángel” dedicada a un personaje simbólico que representa bendición y belleza en el universo musical de Piazzolla: sensibilidad y lirismo del nuevo tango donde la pareja Chung-Bax contagiaron esa melancolía elegante de nostalgia puramente porteña, con una difícil pulsación solo alcanzada desde la convivencia física, mental y sentimental; para finalizar en la explosión del  “Libertango”, arrancando el italiano que arriba solo a La Boca, después la canadiense hasta llegar la unión, fusión y feliz encuentro de ambos con unos cruces de manos cual coreografía mágica de este tango a 20 dedos, 4 manos, dos cabezas y un corazón, arrebatándonos la mayor salva de aplausos que se ganaron estos dos talentos bien guiados por nuestro Achúcarro.

Aún queda el último concierto del festival donde Alessio Bax pondrá la guinda a tres días que ya son historia del Oviedo capital del piano.

Alessio Bax clausura el Festival Achúcarro

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Miércoles 24 de septiembre, 19:30 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Alessio Bax. Obras de Bach, Rachmaninoff, Chopin y Ravel. Abono: 36€.

(Reseña escrita desde el teléfono para La Nueva España del jueves 25 con fotos propias, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Cierre por todo lo alto de un exitoso primer festival de piano que lleva el nombre del Maestro Achúcarro con dos de sus talentosos alumnos ya consagrados como figuras internacionales y que nos los presentó antes de cada concierto, este miércoles el italiano Alessio Bax tras el dúo del día anterior con su esposa Lucille Chung en este Oviedo parada obligada antes de volar a Japón.

Otro programa a la altura del nuevo festival ovetense para todos los públicos, desde el dios Bach, “padre de todas las músicas” hasta dos hitos del piano como Chopin y Rachmaninoff para concluir con el vascofrancés Ravel y celebrar el 150 aniversario de su nacimiento en Ciboure.

Verdadera celebración pianística la de Alessio Bax, “calentando dedos” con el Preludio y fuga nº 4 de “El Clave Bien Temperado”, más ese cinematográfico Concierto de oboe de Alessandro Marcello que “Mein Gott” transcribió y Bax reinterpretó sus tres movimientos en plenitud sonora.

Si el lunes Chung nos hizo una paráfrasis verdiana de Liszt, este miércoles otro virtuoso de manos gigantes como Rachmaninoff con sus “Variaciones sobre un Tema de Corelli”, más magia barroca de cine enlazada por el último romántico que fue el ruso, con el pianista italiano desplegando talento y musicalidad, la técnica al servicio de lo escrito para cerrar y centrar la segunda parte con una Vocalise conmovedora tras el “mastodonte”.

Chopin no puede faltar cuando hablamos del piano y la Balada nº 4 es un monumento donde Bax volcó la pasión, dolor y vigor en una elegante versión plena de matices.

Ravel como el mejor colofón con la orquesta pianística y aires del Cantábrico, olas de mar chicha a galerna y un magnífico Alessio Bax del que su Maestro ya nos “previno” y no defraudó.

Qué mejor, además de refinado, regalo para despedirse: tras las cuatro manos en compañía del martes, solo la mano izquierda del Preludio de Scriabin. Escuela de talentos de este “hijo adoptivo” del bilbaíno medio carbayón.

Bax y Chung: una vida a cuatro manos

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Martes 23 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro. Dúo de piano a cuatro manos: Lucille Chung y Alessio Bax. Obras de Bach, Mendelssohn, Schubert, Debussy y Piazzolla. Abono: 36€.

(Reseña escrita desde el teléfono para La Nueva España del miércoles 24 con fotos propias y regaladas, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

El I Festival de Piano Joaquín Achúcarro celebró en la Sala de Cámara del Auditorio de Oviedo su segunda cita con un recital del dúo formado por Lucille Chung y Alessio Bax, matrimonio en la vida y en la música. Su propuesta recordó inevitablemente al propio Achúcarro y a su esposa, Emma Jiménez, quienes defendieron varios años la música a cuatro manos como un espacio de complicidad y equilibrio.

El programa abarcó un amplio arco estilístico, desde Bach hasta Piazzolla, en un recorrido que mostró la versatilidad y entendimiento de los intérpretes. La Sonata nº 1 BWV 525 (a 15 dedos) y la sonatina del Actus Tragicus ofrecieron un Bach depurado y casi organístico, mientras que la Obertura de Las Hébridas de Mendelssohn (también conocida como “La Gruta del Fingal”) se convirtió en un verdadero fresco marino en miniatura sinfónica de perfecta conjunción.

El punto culminante de esta parte llegó con la Fantasía en fa menor D.940 de Schubert, obra central del  repertorio a cuatro manos, que el dúo abordó con lirismo, solidez rítmica y una compenetración admirable, energía y sutileza cargadas de una musicalidad compartida.

En la segunda parte Debussy brilló con la delicadeza del “Preludio a la siesta de un fauno” orquestal , arreglado para cuatro manos por Maurice Ravel, evanescente como las cuatro miniaturas gigantescas de su Petit Suite orquestal, llenas de color por el dúo italocanadiense, impecablemente contrastados (y aplaudidos individualmente) antes de que la energía del llamado “Nuevo Tango” de Piazzolla  que este matrimonio lleva habitualmente en sus conciertos con una complicidad y compenetración única, cerrando el concierto con fuerza y pasión contagiosa. Proverbial “Lo que vendrá”, una auténtica “Milonga del ángel” terrenal y el impactante “Libertango” de coreografía en manos levantando  al público ovetense que casi llena la sala. Todos entregados y entusiasmados con un recital que combinó rigor y emoción, confirmando que la esencia de este festival está en unir tradición, pedagogía y latido compartido desde la máxima calidad.

Reseña en LNE del 24SEP25

 

El legado Achúcarro

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Lunes 22 de septiembre, 19:30 horas: Sala de cámara del Auditorio de Oviedo. I Festival de Piano Joaquín Achúcarro: Lucille Chung. Obras de Schumann, Ligeti y Liszt. Abono: 36€.

(Crítica para La Nueva España del miércoles 24 con fotos propias, tipografía que el papel no siempre soporta, más el añadido de los enlaces –links– siempre enriquecedores)

Lucille Chung (Montreal, 1979) abría el I Festival de Piano Joaquín Achúcarro, una nueva iniciativa ligada a la disciplina pianística de la música clásica desde la Fundación “Southern Methodist University” con sede en Dallas que lleva el nombre del prestigioso maestro bilbaíno, quien ofrecería una clase magistral en la mañana a cuatro alumnos del CONSMUPA, además de agradecerle traernos a la capital  asturiana a dos de sus muy renombrados alumnos que nos deleitarán juntos y por separado estos tres primeros días del otoño: el matrimonio Bax-Chung, ambos conocidos y escuchados en nuestra tierra.

La pianista afincada en Nueva York se estrenaba en el festival alrededor de un itinerario estético que transitaba desde el romanticismo de Schumann hasta la modernidad rítmica de Ligeti, para concluir con el virtuosismo de Liszt. La selección de repertorio no fue casual: suponía todo un examen de las distintas dimensiones del pianismo -poético, experimental y trascendente- que la francocanadiense resolvió con notable solvencia, con su maestro presente en la sala junto a su inseparable Emma Jiménez.

Los “Fantasiestücke” op. 12 (1837) de Robert Schumann (1810-1856) son ocho piezas donde se refleja la dualidad del compositor, Eusebius y Florestán, apasionado uno,  soñador el otro. Con ellas se  revelaría la sensibilidad poética implícita en los propios títulos e indicaciones del “tempo” en cada una de sus páginas, como la propia Lucille Chung que los bordó con una lectura clara y equilibrada entre lo lírico y lo impetuoso. Articulación limpia atenta a las transiciones de carácter, el equilibrio entre el ímpetu juvenil y la nostalgia introspectiva tan característicos del atormentado compositor alemán. El control exquisito del pedal permitió subrayar los contrastes de ánimo sin perder continuidad narrativa con los momentos íntimos, resultando especialmente lograda la claridad en las voces intermedias, a menudo relegadas en favor de la línea superior y conjugando en la interpretación de Chung un “Florebius” impecable, ángeles y demonios que sobrevolarían una repleta sala de cámara donde no faltaron jóvenes promesas del piano con sus profesores que seguro tomaron buena nota.

Salto hacia György Ligeti (1923-2006) con dos de los ocho Études del libro II: los números 11 “En Suspens” y 10  “Der Zauberlehrling” (1988-1994) -del total de 18 publicados en tres volúmenes entre 1985 y 2001- que supusieron un verdadero contraste incrustado entre dos “gigantes” y ofreció uno de los momentos más reveladores de la velada por la cercanía en el tiempo de estas composiciones. Los Études son de una complejidad rítmica casi vertiginosa, piezas paradigmáticas de la renovación pianística del pasado que, como en Schumann, presentan unos títulos mezclando términos técnicos y descripciones poéticas, pues el rumano hizo listas de posibles títulos y los de los números individuales a menudo se cambiaron entre el inicio y la publicación de los mismos. A menudo no asignó ninguno hasta después de que se completó cada obra. y el undécimo, un “Andante con moto” (dedicado a Kurtag) combina seis pulsaciones en la mano derecha y cuatro en la izquierda con frases irregulares que se asemejan a una armonía jazzística, mientras  el décimo (El aprendiz de brujo) es un “Prestissimo, staccatissimo, leggierissimo” dedicado al pianista Pierre-Laurent Aimard. Dos pequeñas joyas que pusieron de manifiesto la solidez técnica y la agilidad mental de la pianista, una Chung que se adentró en esta maraña polirrítmica con brillantez y frescura, de precisión quirúrgica pero también llena de humor y ligereza, evitando que la técnica eclipsase la vivacidad expresiva, pues lo mecánico se transformó en un juego sonoro, verdadero laboratorio de color y acentos, sorprendente magia al piano.

En la segunda parte con Franz Liszt, otro “demonio angelical”, Chung desplegó un virtuosismo siempre subordinado al discurso musical sin perder elegancia. Primero la Sonata en si menor, S. 178 (1852-53) dedicada a Schumann, cuatro movimientos sin pausa entre ellos aunque organizada en tres bloques donde la sección central es más lenta. Está considerada como una de las más grandes piezas para piano y también como una de las más difíciles, siendo una de las obras clave del piano romántico. Si Schumann jugaba entre pasiones y sueños, con este Liszt pasábamos cual novela de Dan Brown por esa dualidad del abate capaz de embrujar y enamorar. Chung volcada expresivamente y mostrando las casi hiperbólicas gamas del húngaro en sus dinámicas: los extremos del pppp al ffff resueltos con valentía, delicadeza y vigor, las enseñanzas del maestro bilbaíno donde acariciar las teclas no está reñido con la fortaleza. Despliegue técnico y expresivo muy aplaudido por el público.

Y para cerrar este primer homenaje a Don Joaquín, nada menos que su “Paraphrase de concert sur ‘Rigoletto’ de Verdi” S. 434 (c. 1859). En música paráfrasis se define como “reutilización y adaptación libre de una obra musical existente para crear una nueva composición, usualmente añadiendo ornamentaciones rítmicas y melódicas, para crear una fantasía alrededor del original”, una forma de improvisación donde el compositor toma material preexistente transformándolo de manera personal para mostrar su virtuosismo -como también en las glosas y transcripciones– siendo muchas las realizadas por Liszt sobre obras sinfónicas desde Bach a Beethoven y varias inspiradas en óperas famosas de Donizetti, Bellini, Mozart, Meyerbeer, Wagner o Verdi en este caso. Partitura la del húngaro donde a partir de la conocida y reconocible melodía del famoso cuarteto “Bella figlia dell’amore”, la viste con oropeles y ornamentos, colores y ritmos, con una amplia variedad de ataques donde utiliza distintos tipos para los acordes, los arpegios o las octavas, pudiendo así ejecutar la variedad de la orquesta o lo cantable de la voz humana desde un piano quasi orquestal. Benditos excesos del arrepentido Franz y verdadero portento de cara a un público que le adoraba (y los pianistas aún temen). La interpretación de la virtuosa canadiense evitó la superficialidad donde los pasajes de gran brillantez técnica se integraron en un relato coherente con las secciones líricas para alcanzar un canto noble, sostenido en un legato amplio y unas octavas portentosas. La construcción de los clímax revelaron un sentido arquitectónico sólido capaz de mantener la tensión dramática sin caer en la pirotecnia pianística.

Un demonio arrepentido nos regaló a Scriabin con uno de los 24 Preludios opus 11: el  nº 21 en si bemol mayor que nos devolvió la calma paradisíaca de una transmutada y angelical Chung para finalizar este intenso concierto, muestra de las buenas lecciones y consejos del maestro Achúcarro y la excepcional calidad y receptividad de esta alumna destacada: pianismo integral donde la técnica se pone al servicio de una reflexión estilística profunda, herencia del querido bilbaíno siempre admirado en Oviedo desde su primera visita allá por 1957, todavía presente en su corazón… y el nuestro.

Crítica en LNE del 24SEP25

Maestro querido

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Lunes 22 de septiembre, 11:30 horas. Sala de cámara del Auditorio «Príncipe Felipe». I Festival de Piano «Joaquín Achúcarro». Clase magistral. Entrada libre. Fotos propias, de Pablo Piquero y de Fernando Agüeria.

Aún recuerdo mi primer concierto en la Sociedad Filarmónica de Oviedo en 1971 cuando era un estudiante de piano y mi recordado tío Paco me hizo socio para aprender de primera mano con los pianistas que venían a Asturias (Mieres, Gijón pero especialmente Oviedo). Y Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1 de noviembre de 1932) me haría conocer lo sacrificado y a la vez único del instrumento que marcaría el resto de mi vida.

Tiempo después sabría que ha sido el intérprete que más veces ha actuado en el teatro de la calla Mendizábal, y a quien la centenaria sociedad ovetense le otorgaría la medalla de oro en 2013 de manos del siempre recordado doctor Jaime Álvarez-Buylla, un «hermano» para el vizcaíno a quien siempre acogió en su casa.

Así he ido disfrutándole siempre que he podido, por lo que este primer lunes de otoño no podía perderme esta nueva visita a «su» Oviedo pero no para escucharle tocar el piano sino impartiendo unas clases magistrales, siempre en compañía de su querida esposa Emma Jiménez, otra gran pianista con quien llegó a ofrecer conciertos a 4 manos (yo no llegué a escucharles) y que renunció a una carrera más que prometedora para apoyar la de Joaquín, mimarlo, estar siempre a su lado, atenta a todo y hasta tener que avisarle a las 13:45 que había sobrepasado con creces el tiempo previsto de 30 minutos para los cuatro alumnos del CONSMUPA (Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias).

Maravillosos estos cuatro jóvenes pianistas -en la foto superior- a quienes El Maestro (así con mayúsculas) iría aconsejando, mimando, llevándoles por aspectos más allá de la técnica, siempre necesaria, hurgando en las obras que cada uno traían cual lección bien aprendida, a las que poder seguir descubriendo detalles, los que toda una vida siguen apareciendo, algo que el bilbaíno sabe como pocos tras una longeva trayectoria.

Mejor que comentar cada lujo de las enseñanzas individualizadas a los cuatro elegidos, pongo las fotos con cada uno de ellos sin entrar en las obras elegidas, y sin sonido porque esta vez «una imagen vale más que mil palabras» (las encontrarán más adelante y no son mías):

Primero Manuel Argos que elegiría a Cécile Chaminade.

Después Héctor del Río con Brahms, uno de los «mejor transitados» por Achúcarro, todo un referente incluso para los melómanos que compartimos esta clase.

Pasadas las 12:3o horas llegaría Laura Puente y un Mozart siempre traicionero por la engañosa facilidad, nada de porcelana, comparando al genio de Salzburgo con «el sordo de Bonn» o el polaco de espíritu francés si no se interpreta correctamente.

Finalizaría con Juan Vicente Cabo y un Scriabin que siempre «dará problemas» por mucho estudio que haya detrás, y lo había además de talento aunque los años irán asentando.

Analizar los ataques, el fraseo, las acentuaciones, el pedal, el «rubato» bien entendido y hasta la digitación que resulta todo un mundo, así iríamos escuchando a Don Joaquín con los oídos muy abiertos, pues finalmente somos alumnos a lo largo de nuestra vida.

Maravillosas palabras del Maestro refiriéndose a “La jaula de las cinco líneas y las líneas de compás” para poder abrir la puerta más allá de lo escrito en el pentagrama: conocer, indagar, vivir cada día como algo nuevo ante obras que nunca resultan iguales. Y los ejemplos prácticos, primero desde el lado izquierdo, después levantándose, sentándose, tocando, cambiando de posición como siempre he recordado a todos mis profesores y profesoras, a nuestra derecha.

Chus Neira en el diario «La Nueva España» -donde suelo colaborar puntualmente y también reflejo en este blog- le realizó una entrevista el pasado 14 de septiembre donde Achúcarro confesaba: «No di ningún concierto en el que no hubiera un momento de pánico absoluto», sintiéndose como un explorador que ha recorrido un camino difícil y que sus discípulos (más de 100 en su Fundación de Dallas) están empezando: «Como explorador, conozco algunos senderos y atajos, y los comparto», y así fue esta enriquecedora e instructiva mañana de lunes, festivo en Oviedo.

De los que ya han triunfado escucharé a Lucille Chung y Alessio Bax, dos conocidos en Asturias que inauguran el festival en tres conciertos, esperando reflejarlos desde aquí. Y de los que comienzan, mejor transcribo el excelente reportaje de Neira en la web del diario antes del primer concierto (que incluye fotos de Irma Collín) permitiéndome poner mi habitual tipografía y color:

Tocar las teclas del piano como si pasaras el polvo o atacarlo con la fuerza de quien pretende mandar el Steinway© contra la pared, pensar que Mozart no es sagrado, entender que detrás del acorde que queda sonando en la última cadencia de uno de los Intermezzi de Brahms está el rugido de las olas del mar o la muerte. Intentar invertir el orden lógico de los acentos y probrar a cambiar los ritmos. Jugar y aprender. Así, como un maestro inquieto, con la curiosidad del niño, la paciencia del anciano y el mejor de los ánimos, siempre divertido e inquieto, Joaquín Achúcarro, leyenda viva del piano, se sentó ayer con cuatro chavales del Conservatorio Superior de Música de Asturias en la sala de Cámara del Auditorio Príncipe Felipe en una clase magistral y pública que hizo las delicias de todos.

La sesión de dos horas, media hora por cada alumno, sirvió para inaugurar este lunes la primera edición del festival que lleva su nombre en Oviedo ya que incluiría, ya por la tarde, el concierto de su discípula Lucille Chung. Pero la mañana, pasaron por el piano los estudiantes de cuarto curso Juan Vicente Cabo, Laura Puente y Héctor del Río y el de tercero Jose Manuel Argos. Llevaron las obras que están preparando para compartirlas con el maestro y escuchar sus indicaciones, composiciones de Cécile Chaminade, Brahms, Mozart y Scriabin. Achúcarro, siempre sonriente y paciente, se sentó al lado de cada uno de ellos, les dejó tocar y fue aconsejándoles abandonar sus rutinas y explorar otras posibilidades. En muchos casos, admitió, pueden parecer cosas simples, pero a él le llevó mucho tiempo descubrirlas y ahora se las ofrece a los alumnos como el explorador que ya ha llegado a esos atajos. Insistió a casi todos, por ejemplo, en la necesidad de combinar otros ataques distintos en el piano e incluso a buscar otra posición en la muñeca. Chopin, justificó cuando pedía que elevaran más la banqueta, “tocaba prácticamente de pie, según las representaciones que tenemos de la época”.

El primero en sentarse con el maestro fue Jose Manuel Argos, con “Otoño”, de Cécile Chaminade. Achúcarro le dejó interpretar la pieza hasta el final y luego fue introduciendo matices en el tempo. Le aconsejó alargar unos ritardandos para tener un arco de dinámicas más amplio en determinadas frases. Incapaz de estarse quieto, en una forma envidiable a sus 92 años, a los pocos minutos Achúcarro ya estaba de pie, chasqueando los dedos para marcarle el ritmo a Argos.

A él ya le habló sobre las forma de atacar con impulso hacia delante el piano sirviéndose del pulgar. “Son movimientos que hay que trabajar hasta que sean instintivos”, le recomendó. Aunque el maestro siempre mantuvo una posición muy tolerante:; “El último que tiene que decidir cómo se hace es usted; esto solo es un recurso y a vosotros os sobra energía a vuestra edad para probar todas estas cosas”.

Juan Vicente Cabo trajo los números 1 y 2 de los “Intermezzi” de Brahms, Op. 117, canción de cuna que Achúcarro invitó a tocar de forma decidida, con el ritmo necesario para que se duerma un niño. Otra vez de pie, el profesor se entusiasmaba cada vez que sugería alguna novedad en la ejecución y los alumnos lograban llevarla a cabo. “¡Ole, ole!”, les jaleaba como si fuera una faena taurina. Pero también se mostró comprensivo. Son obras que estos alumnos llevan tocando mucho tiempo y cuando Achúcarro les pide que hagan un pianísimo donde antes era forte y viceversa, sabe de la dificultad: “Da miedo hacer eso, lo sé, porque no es lo que te han enseñado”.

Regaló entre medias algunas reflexiones generales, como cuando explicó que los ritmos ternarios son, en realidad, todos distintos. “Un vals, una mazurca, una siciliana o una jota, todo es ¾, pero cualquier vienés sabe lo que es un vals y un maño una jota”. “La jaula son esas cinco líneas horizontales y esas dos verticales”, resumió refiriéndose al compás en un pentagrama, “y ahí está la lucha”.

También recomendó ejercicios. Como el de las seis intensidades, consistente en atacar una nota e ir incrementando el volumen hasta llegar al fortísimo, para luego desandar ese camino, desde la nota pulsada con toda la fuerza posible, “con cuatro dedos si hace falta”, hasta ese sonido apenas perceptible, que aparece cuando se pulsa “como si estuvieras quitando el polvo”.

Otra alumna, Laura Puente, trajo a uno de los más grandes, a Mozart, la Sonata no. 13 en Si bemol, y Achúcarro citó las palabras de Alfred Brendel en “Advertencias de un intérprete de Mozart a sí mismo», que dicen que Mozart “no está hecho de porcelana, ni de mármol, ni de azúcar, no es el Mozart del no me toques, sentimental, ni el niño de las flores”. “A lo mejor es una blasfemia”, le dijo a Laura Puente, pero ayuda pensar que lo que vas a tocar de Mozart es de Beethoven, o de Chopin. La joven intérprete confesaría después que los consejos de Achúcarro le habían servido de mucho: “Te hace sentir muy segura y confiada y te ofrece una perspectiva que te ayuda a comprender todo; en vez de media hora es como si hubiera sido un mes de clase. Llevo un año y no conseguía cambiar la idea que tenía sobre el segundo movimiento, y gracias a él lo he interiorizado”.

El último turno de las clases “discipulares”, como las llama el maestro quitándose importancia, fueron para Héctor del Río, con una impresionante interpretación del estudio “Patético” de Scriabin, op. 8 no. 12. Achúcarro admiró las capacidades del intérprete y trató de sacarlo de su zona de confort, buscando otras posibilidades para mejorar la ejecución de una obra muy compleja técnicamente: “Te sobran facultades, y por eso no te puedo perdonar”, le diría varias veces antes de pedirle que practicase nuevos movimientos de muñeca para ganar en agilidad y precisión: “Y esto, luego, un domingo por la tarde lo puedes hacer cien, mil veces. Y luego el lunes también”.

Habría seguido Achúcarro pegado a la banqueta junto a sus alumnos de Oviedo, metiendo la mano para explicarles cómo se hace, descubriéndoles estrategias insospechadas para buscar nuevas sonoridades, pero era tarde y su mujer, la también pianista Elena, se aproximó al escenario y le llamó la atención: “¡Joaquín, que son menos cuarto!”. Unos minutos más, todo sonrisa, Achúcarro posó para las fotos y firmó las partituras de sus nuevos pupilos de Oviedo. “Diga lo que te diga, aunque sea en la dirección contraria de lo que estás trabajando, te está hablando la historia del piano. Y hay que tenerlo en cuenta. Se vino a disfrutar y se disfrutó”, resumía Héctor del Río.

Solo añadir al talante del Maestro que bromeaba cuando alguna de sus indicaciones resultaban como había explicado, ponía la mano para «cobrar» imaginariamente o devolverlo como «premio» a unas clases que todos los muchos presentes disfrutamos. Casi 93 años de vitalidad y magisterio compartido donde el tiempo no contaba.

¡¡GRACIAS MAESTRO!!

 

Achúcarro vuelve a Oviedo

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LA FUNDACIÓN MUNICIPAL DE CULTURA INAUGURARÁ EN SEPTIEMBRE EL I FESTIVAL DE PIANO “JOAQUÍN ACHÚCARRO” CON DOS INTÉRPRETES DE RENOMBRE INTERNACIONAL

Este viernes 1 de agosto me llegaba la siguiente nota de prensa de la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento. de Oviedo, a la que añado enlaces y fotos:

La Fundación Municipal de Cultura (FMC) ovetense pone en marcha una nueva iniciativa ligada a la disciplina pianística que se estrenará en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo el próximo mes de septiembre. La Sala de cámara del Auditorio acogerá los días 22, 23 y 24 a las 19:30 horas el I Festival de Piano “Joaquín Achúcarro”, una nueva cita con la música clásica ligada a la Fundación Southern Methodist University, con sede en Dallas (EE.UU.), que lleva el nombre del prestigioso maestro.Esta primera edición contará con la participación de dos destacados artistas internacionales: Alessio Bax y Lucille Chung, pianistas que forman parte de la Fundación Achúcarro y reconocidos por su brillante trayectoria internacional.

El festival incluirá una clase magistral impartida por Joaquín Achúcarro a estudiantes de música y pianistas en formación, reforzando el carácter pedagógico de esta iniciativa.

La programación abarcará un amplio repertorio que va desde Bach, Schumann, Liszt, Rachmaninoff y Chopin hasta Ligeti, Debussy o Piazzolla, con interpretaciones tanto solistas como a dúo.

“El Maestro Achúcarro es una de la figuras indispensables en la historia del piano, una figura ya legendaria, indisolublemente unida a Oviedo, desde que actuara por primera vez en la Sociedad Filarmónica en 1953”, apunta el presidente de la FMC de Oviedo, David Álvarez, quién quiso agradecer la implicación personal e  inestimable en la organización del Festival, de Dña. Janet Kafka, fundadora, presidenta y alma mater de la Fundación Joaquín Achúcarro, creada para ayudar a los pianistas que acababan sus estudios con Achúcarro en su cátedra de Dallas y empezaban su carrera internacional como intérpretes.

“Este nuevo festival bajo el nombre de Joaquín Achúcarro prestigia y refrenda el compromiso cultural y musical de Oviedo, ahora que estamos en la carrera por ser Capital Europea de la Cultura, siguiendo por la senda de la excelencia, buscando nuevos públicos y generando las condiciones para el encuentro y diálogo entre público e intérpretes”, finaliza el concejal.

Los abonos estarán disponibles desde mañana sábado 2 de agosto hasta el 4 de septiembre en los canales habituales: entradas.oviedo.es y en las taquillas del Teatro Campoamor (recordando que cierra sábados y domingos de este mes de agosto). El abono completo para los tres conciertos tendrá un coste de 36 € (estudiantes: 28,80 €), promoviendo así la fidelización del público y el acceso a experiencias artísticas de primer nivel.

Las entradas sueltas saldrán a la venta el 5 de septiembre con un precio general de 15 €, y un descuento del 20 % para estudiantes (12 €).

El festival cuenta con el apoyo inestimable de la Fundación Joaquín Achúcarro y la colaboración especial de la Fundación Reny-Picot, reafirmando la alianza entre cultura y mecenazgo empresarial.

JOAQUÍN ACHÚCARRO:

«Tengo esa alegría interna, secreta, tan difícil de explicar, que el Primer Festival que lleva mi nombre sea en Oviedo y lo estrenen mis chicos.

Oviedo fue uno de mis primeros contratos profesionales cuando yo era poco más que un guaje. Momentos de la vida que no se olvidan nunca. Fue el Concierto en re menor de Mozart con Ángel (Angelín) Muñiz Toca. Y después, cada vez que venía a Oviedo (y han sido muchas) había una anticipación de días felices. Y lo eran. Y ahora ver que he servido para algo.

La «prole» de Joaquín Achúcarro anda por el mundo llevando nuestro aforismo: Todos tenemos un límite… pero no sabemos cuál es. A trabajar para buscarlo.

Gracias Oviedo. Gracias Asturias (que también es Mi Patria Querida)”.

Personalmente siempre será una alegría enorme escuchar al maestro bilbaíno y socio de honor de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, del que siempre guardo los programas de mis dos primeros conciertos donde le disfruté (el que encabeza esta entrada y sobre estas líneas). Después vendrían muchos más y el reconocimiento que la revista Codalario© le rindió en Madrid el 11 de octubre de 2014.

Gracias Don Joaquín Achúcarro

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Miércoles 13 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Joaquín Achúcarro (piano). Obras de Brahms, Liszt, Ravel, Debussy, Rajmáninov y Scriabin.

Decir Achúcarro (1 de noviembre de 1932) es decir piano, toda una vida dedicada a las 88 teclas, y en mi recuerdo aún perdura la primera vez (después vendrían muchas más) allá por 1972, ¡51 años y parece que fue ayer! cuando le escuché en la Sociedad Filarmónica de Oviedo, la ciudad donde más ha tocado después de su Bilbao natal, como bien recuerda Ramón Avello en las notas al programa.

Y Don Joaquín Achúcarro Arisqueta sigue ejerciendo magisterio, afrontando un programa de altura al alcance sólo de jóvenes maduros como es el bilbaíno, pues antes de arrancar con las Variaciones sobre un tema de Schumann nos contó micrófono en mano del Brahms con 19 años enamorado de Clara Schumann de quien incluye en la variación décima una melodía suya, grandeza musical de juventud, amor casi adolescente del alemán y pasión madura del vasco enamorado del piano, sonoridad impecable, moldeando el sonido como sólo los grandes saben, resaltando lo importante aunque  no haya nada superfluo en la música del hamburgués.

Limpieza en la ejecución, sabiduría en los pedales, exposición clara del tema principal siempre reconocible en cada variación. Y no digamos los dos Intermezzi siguientes, el primero grandioso, cristalino, romántico en estado puro, paladeando cada nota sin apuros, deleitándonos con su interpretación con tanto poso a lo largo de más de 75 años de carrera, la que comenzaba en Oviedo donde Ángel Muñiz Toca intuyó y creyó en él para dar un concierto de Mozart con la Orquesta Clásica de Asturias, que recordaría al final del concierto; y el segundo pura reflexión, silencios que «duelen», los claroscuros de estas «miniaturas» sólo en extensión, Klavierstücke de madurez cual verdadero regalo contraponiendo las dos etapas del sempiterno enamorado, el joven y el maduro con la visión paralela del maestro Achúcarro en una sentida interpretación con tanto poso de amor.

No bajaría el listón de exigencia ni de entrega con Liszt y su Valse oubliée nº 1, nada olvidado y recuperados en un collar de perlas sonoras, jugando con el tempo como los grandes que son leyendas en vida, seguido del famoso «Sueño de amor», dos páginas para afrontarlas nuevamente desde la visión que da la experiencia y los años, obras cinceladas día a día con el trabajo que nunca falta en los pianistas, pues además del talento innato que Don Joaquín tiene, hay que sumar su infatigable día a día donde confiesa que sigue aprendiendo.

La segunda parte de nuevo con compositores que Achúcarro ha interiorizado, los franceses cercanos y unidos por nuestro Mar Cantábrico, primero el vascofrancés Ravel y sus Valses nobles que no dudó en contarnos antes de comenzarlos la anécdota de Rubinstein en España, «aislado» en plena Primera Guerra Mundial con lo que donde había un piano ahí estaba Don Arturo, aprendiendo a hablar un español correctísimo y además estrenar estos valses en Madrid con un abucheo del respetable aunque el resto del concierto fuese un éxito «obligándole a regalar de propina» nuevamente los valses pues parecía que el público debía entenderlos. Genio y figura a quien también disfruté en Oviedo en 1975 ¡con 88 años! y que tantos paralelismos al piano tiene con nuestro Joaquín Achúcarro. El sonido preciosista en cada uno de los ocho valses, la genialidad sorprendente aún hoy del compositor, las armonías que son una «Valse» en miniatura, los tempi escritos e interpretados fielmente con delicadeza o rotundidad y siempre el ímpetu de este joven de 91 años. Y después Debussy del que El Maestro también aclaró micrófono en mano que más allá de nubes, aguas y atmósferas etéreas junto a otros calificativos del músico que no quería le llamaran impresionista, lanzaba también cañonazos, como así nos demostró primero con ese Claro de luna dibujado con mano firme y limpieza de trazo musical, después unos Fuegos artificiales verdaderamente luminosos, descriptivos como pocos incluso con la «datación musical» de París un 14 de julio con el eco de una Marsellesa que sigue siendo el mejor himno mundial, libertad, igualdad y fraternidad pianística de un Achúcarro que parece haber detenido el tiempo transmitiendo un pianismo del que apenas quedan representantes en activo y con su siempre sentido recuerdo a la Francia de su biografía.

Aún quedaban dos rusos, verdaderos pesos pesados que el bilbaíno afrontó con valentía, seguridad, aplomo y el mismo nivel de autoexigencia que en el resto del concierto. Los tres preludios de Rajmáninov (de los 24 que escribió) dignos ejemplos para afrontarlos y organizarlos, dos épocas de su vida, evolución de escritura pero unidad estilística: el bello nº 1 op. 23, la potente mano izquierda y trinos claros del op. 32 central y la vuelta a la juventud del nº 2 op. 3 que el propio Sergei solía dar de propina en sus recitales. agitación y tensión pero delicadeza en la ejecución, sabedor el pianista bilbaíno que no hay obstáculos cuando se domina y entiende la obra desde su atalaya privilegiada.

Para terminar en Rusia nada menos que dos estudios de Scriabin, del que Achúcarro siempre fue su valedor (de hecho la última propina sería el conocido «Nocturno para la mano izquierda» que «lo dice todo»). El primero, opus 2 compuesto a los catorce años, de raíz chopiniana (como la primera propina del Nocturno op. 9 nº2) con un juego de voces interiores perfectamente escuchadas en el piano siempre enorme del bilbaíno, y el nº 12 de la op. 8, bautizado como “Patético” por la pasión exacerbada pero espectacular en la interpretación del Maestro vasco, unas octavas plenas y ritmos en tresillos que hacen sonar fácil lo intrincado de estos «estudios» donde «intensidad, vehemencia y pasión constituyen los ingredientes de este estudio trágico y épico» como escribe Ramón Avello.

Tras la primera propina de un Chopin para enmarcar, un sencillo y rápido homenaje tomando la palabra David Álvarez, melómano reconocido y Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo quien en compañía de dos «familiares» de «su» Filarmónica de Oviedo (Santiago González del Valle Rodríguez y Manuel Álvarez-Buylla, presidente y vicepresidente respectivamente), que le hicieron entrega del primer programa que Joaquín Achúcarro ofreció un 13 de abril de 1956, emociones, gratitud suya y nuestra para despedirse con la mano izquierda que siempre ha tenido El Maestro y una de sus propinas preferidas, el Scriabin que tendrá en Achúcarro un referente para tantos alumnos que ha tenido en su larga carrera docente, todo un lujo combinar interpretación y enseñanza, algunos incluso aprendiendo a escuchar el piano con él.

Gracias Maestro Don Joaquín.

PROGRAMA

I

Johannes Brahms (1833-1897):

Variaciones sobre un tema de Schumann, op. 9

Intermezzo nº 1 en la menor, op. 118

Intermezzo nº 2 en la mayor, op. 118

Franz Liszt (1811-1886):

Valse oubliée nº 1, S. 215/1

Liebestraum nº 3, S.541/3 (Nocturno “Sueño de amor”)

II

Maurice Ravel (1875-1937):

Valses nobles et sentimentales:
1. Modéré, très franc – 2. Assez lent, avec une expression intense – 3. Modéré – 4. Assez animé – 5. Presque lent, dans un sentiment intime – 6. Vif – 7. Moins vif – 8. Épilogue. Lent

Claude Debussy (1862-1918):

Clair de Lune (de la «Suite bergamasque») L.75/3

Feux d’artifice (de los «Préludes», Libro 2)

Sergei Rajmáninov (1873-1943):

Preludio nº 1 en fa sostenido menor, op. 23

Preludio nº 12 en sol sostenido menor, op. 32

Preludio nº 2 en do sostenido menor, op. 3

Alexander Scriabin (1872-1915):

Estudio nº 1 en do sostenido menor, op. 2

Estudio nº 12 en re sostenido menor, op. 8, “Patético”

Como en casa

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Viernes 15 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 4 OSPA, Joaquín Achúcarro (piano), David Lockington (director): Evocaciones. Obras de Brahms, Rachmaninov y Dvorak.

Enero es el retorno a la normalidad y nuestra orquesta asturiana volvía con su principal director invitado y con el pianista que más veces ha tocado en Oviedo, el bilbaíno Joaquín Achúcarro al que se le quiere como un asturiano de adopción que no parece cumplir años. Cuando se celebraban en 1964 los 25 años de la primera Orquesta Sinfónica de Asturias, también conocida como Orquesta de Cámara «Ángel Muñiz Toca«, entonces dirigida por Don Vicente Santimoteo, se contó con Achúcarro y su esposa Emma Jiménez que interpretaron el concierto para dos pianos de Poulenc, y ahora en las bodas de plata de la actual OSPA también nos ha vuelto a deleitar Don Joaquín, a quien «Codalario» distinguió en 2014 con el «Premio a toda una carrera«, no ya de intérprete sino también de docente, algo de lo que nuestros políticos deberían tomar nota.

Y realmente normal fue que se convirtiese en el protagonista del cuarto de abono con una obra diríamos «fetiche» para él, como contaba a OSPATV, tocada más de 100 veces, debutada en Siena allá por 1956 nada menos que dirigida por Zubin Metha aún estudiante, o haber ganado con ella el Concurso Internacional de Liverpool en 1959, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, opus 43 (Rachmaninov) que data de 1934 estrenada por el propio compositor en Suiza, volviendo a demostrar el dominio del piano tanto en la escritura como en la interpretación de este «quinto concierto» que exige el verdadero virtuosismo para todos, desde el solista que debe pasar al piano las diabluras del violín de Paganini y sobre todo para la orquesta, difícil encaje rítmico si se desea la mejor concertación posible especialmente en las variaciones rápidas. Ésta fue la única pega de una obra que Joaquín Achúcarro tiene interiorizada desde sus inicios (y que celebrase los 18 años de la OSPA en Madrid) siempre aportando cosas aunque no logró transmitirlas al podio, dándose momentos desajustados para una orquesta que iba detrás del solista, especialmente en el unísono del glockenspiel con el piano que casi finaliza un compás antes. Pero si una de las grandezas del pianista vasco es la continua búsqueda del sonido, no queda a la zaga el director británico afincado en EE.UU. al igual que el bilbaíno, alcanzando con la OSPA sonoridades ideales para esta obra, especialmente en la más conocida de las 24 variaciones, tan cinematográfica como recuerda Hertha Gallego de Torres en las notas al programa (que también están en el Facebook© de la orquesta), obra de la que atesoro en vinilo una grabación de Earl Wild que casi rayé de tanto ponerla en el plato.

El maestro Lockington consigue siempre que dirige a nuestra formación un sonido diría que amable, sin estridencias, conocedor del potencial que atesoran todos sus músicos y la belleza interpretativa en cada intervención solista, desde el concertino Vasiliev al oboe de Ferriol o del clarinete de Weisgerber a la flauta de Myra Pearse, solo por citar algunas de las joyas de la rapsodia en bella pugna con el piano. Achúcarro no tiene la fuerza de hace años pero mantiene el gusto característico, la pulcritud de sonido y el rigor hacia la partitura con una técnica todavía impresionante. Y si había dudas tras los detalles antes apuntados, aún nos regaló tres propinas de quitar el hipo:

El Nocturno para la mano izquierda op. 9 nº 2 de Scriabin nos recordó su homónimo con orquesta de Ravel que está entre los preferidos del amplio repertorio del bilbaíno, demostrando la capacidad de emocionar al cien por cien solo con una mano.

Pero el público, ovetense en particular y asturiano en general, le quiere y aplaudió a rabiar, cálido homenaje a un bilbaíno que sentimos como nuestro, por lo que no reparó en volver a sentarse al piano para seguir emocionándonos con su Chopin, otro referente de gusto francés tan cercano a los vascos, primero el Vals nº 14 en mi menor, op. póstumo impecable, con hondura y sentimiento, para después sin apenas mover su característico flequillo blanco por unos años que no pasan para sus dedos y engrandecen cada interpretación, el Preludio op. 28 nº 16 en si bemol menor, virtuosismo sin concesiones a la galería porque tocar en casa es hacerlo para uno mismo, algo que siempre le agradeceremos porque «la vida es más bella con música«.

Brahms abría concierto con la «Obertura trágica» en re menor, op. 81 (1880), con el sonido amable Lockington al que hacía referencia anteriormente, buscando la pureza sin extremismos, dinámicas amplias sin estridencias, cuerda aterciopelada nunca hiriente con unos graves redondeados y buen sustento armónico, madera llena de matices con una tímbrica homogénea y metales empastados solamente exigentes en intervenciones puntuales, transmitiendo ese gusto por dejar fluir la música bajo control, lo que agradecen partituras como las elegidas para este programa de abono. David Lockington transmite a la orquesta desde su gesto amable el gusto y respeto por la música bien entendida sin aspavientos ni exageraciones cara a la galería.

Y más aún lo alcanzó con la Sinfonía nº 6 en re mayor, op. 60 (1880) de Dvorak, un compositor al que la OSPA parece tener cual confirmación cada vez que lo interpreta, siempre con distintos directores como si la entendiesen a la perfección de principio a fin, lo que con Lockington resultó especial precisamente por coincidir en esta búsqueda de la perfección, apreciación muy subjetiva pero que nunca me ha fallado porque la propia plantilla es ideal para las obras del checo, escritas para sacar de la orquesta toda la riqueza que de ella esperamos. Desde el poderoso Allegro non tanto ya presentía que la sinfonía iba a resultar redonda, dinámicas muy trabajadas por todas las secciones, presencias medidas desde una dirección precisa que transmite seguridad a la orquesta, trompas y maderas en este primer movimiento sin desmerecer el resto, con un empuje que nunca decayó sin necesidad de acelerar en los fuertes y arrancando aplausos de unos pocos espectadores. El Adagio aumentó el nivel de musicalidad, fraseos impecables, unos solos de trompa de Morató delicados bien acunados por cuerda y madera, tensiones bien resueltas, contrastes dinámicos muy trabajados, «fortes» con los metales poderosamente presentes frente a los «pianos» de un oboe cristalino (en esta segunda parte Romero), timbales marcados sin un exceso, todo anímicamente preparando el Scherzo (Furiant): Presto en una nueva demostración del entendimiento total y global para la interpretación, partitura, podio y atriles llenos de la vitalidad de ese ritmo endiablado perfectamente encajado de hemiolia, también contrastados con el reposado trío donde los sutiles piccolo y clarinete parecían luchar con la cuerda por ese latido orgánico donde trombones y tuba igual sonaban cual contrabajos soplados que se imponían cual órgano sinfónico a las indicaciones del maestro Lockington, exigente con una cuerda vertiginosa en la que escuchamos todas las notas sin perder pulsión ni ímpetu desde el sello inconfundible de un Dvorak que siempre orquesta magistralmente (dedicada esta sexta a Hans Richter en la dirección de la Filarmónica de Viena) desde una paleta tímbrica realmente personal, para rematar el Finale: Allegro con spirito de la mejor forma posible, implicación de todos en alcanzar la excelencia, intervenciones solistas magníficas y cuerpo orquestal compenetrado para una musicalidad que no debería faltar nunca, triunvirato Dvorak-Lockington-OSPA que parece sinónimo de calidad y cercanía, sintiéndonos cómodos, es decir como en casa…

Premios Codalario, por muchos años

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El pasado sábado 11 de octubre tuvo lugar en el auditorio del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), «La Sede», el acto de entrega de los II Premios Codalario, la revista de música clásica, así como la presentación del Anuario 2014 que pudimos adquirir al finalizar el evento regado con buen vino de Rioja etiquetado para la ocasión, así como una exquisita cecina de León.

A las 20:30 h. daba comienzo el acto en sí con presencia del director de Codalario y del consejo de redacción así como varios colaboradores y de Sergio Portela Campos, polifacético artista además de escultor y autor de estas «Musas», premios expresamente diseñados para «Codalario», este portal web que sigue creciendo y dando también el paso al papel con unos anuarios de cuidadísima edición y calidad que desde este segundo número incluye publicidad.

Musas de Sergio Portela (foto de Fernando Frade)

También fue de agradecer la presencia de todos los galardonados, dando mayor empaque a un acontecimiento que llenó el auditorio de melómanos, amigos y familiares de los homenajeados así como autoridades, intérpretes y distintos invitados que se acercaron a un edificio con mucha vida e historia, restaurado con estilo y sabor como no podía ser menos por parte de los propios arquitectos, disfrutando todos de una velada que finalizó con truenos y relámpagos incapaces de estropear la alegre noche en el barrio de Chueca entre charlas, pequeños corrillos, recuerdos y comentarios sobre presente, pasado y futuro cercano.

Abría el acto José Antonio Granero, decano del COAM explicando un poco qué es «La Sede» y la Fundación Arquitectura que también cumple dos años, edificio y espacio abierto al arte, por supuesto a la música que está presente en su propia singladura.

Aurelio M. Seco prosiguió con palabras de agradecimiento para los galardonados por el enorme esfuerzo de asistir a esta gala. También recordó el éxito del Anuario 2013 esperando que el presentado hoy no se quede a la zaga. Y por supuesto el otro triunfo, la web «Codalario», todo un referente de la crítica actual, seria e independiente, portal que también tiene tarifa Premium así como la de promoción de artistas.
No olvidó citar el peligro que la LOMCE tiene para la asignatura de «Música», conocedor de ello en primera persona como profesor de instituto, o la extinción de algunas orquestas con la disculpa de la crisis. «Codalario» apostará por la creación contemporánea que parece olvidada en programaciones y publicaciones, teniendo un sentido recuerdo a los que se han ido en este último año.

Tomó el relevo en el micrófono Gonzalo Lahoz, subdirector y auténtico motor de «Codalario», que comentó que la publicidad del anuario aparece también desde la honestidad y calidad de la propia revista desde sus inicios, antes de dar paso a un vídeo con parte de los protagonistas del anuario 2014, antes del breve recital de Marta Espinós al piano, alumna en Dallas del maestro Achúcarro.

La alicantina interpretó tres Preludios -los números 6, 8 y 7– de Mompou, bien explicados antes de la interpretación, con el número 6 guiño al zurdo Achúcarro escrito «para la mano izquierda», o el nº 7 «Palmier d’etoiles», palmera de estrellas de fuegos artificiales para la celebración de hoy. Dedicado al maestro bilbaíno, Marta nos dejó una exquisita interpretación de la no siempre reconocida música íntima del compositor catalán.

Finalmente Alejandro Martínez daría paso a la ceremonia de entrega de los premios, con proyección de imágenes y una breve historia de cada uno de ellos, así como los agradecimientos de cada premiado, que recogieron su Musa, la estatuilla del galardón, posando para los fotógrafos y contarnos anécdotas siempre enriquecedoras.

El mejor artista de 2014, Celso Albelo, llegado directamente de Viena donde está haciendo Roberto Devereux, mejor cantante que orador aunque siempre cercano y sencillo, como las auténticas figuras, dedicó galardón a familia, amigos, seguidores y también a su «hermana» Desirée Rancatore, presente entre el público.

Miguel Ángel Marín, gestor y responsable del área musical de la Fundación Juan March además de agradecer el galardón a la mejor entidad musical, aprovechó para publicitar y contarnos la larga trayectoria de una institución privada con todo lo que ello conlleva así como los fondos musicales que atesora y los nuevos proyectos como el iniciado de la ópera de cámara.

Josetxu Obregón como cabeza visible de La Ritirata, cuyo cuarteto casi al completo en la sala (sólo faltó por compromiso profesional Miren Zeberio) nos ha dejado una grabación de la integral de los cuartetos de Arriaga para el sello «Glosa» realmente única, novedosa en todos los planteamientos, y que ha obtenido justamente el premio al mejor producto musical, elogió a Codalario y su labor entre otros piropos siempre merecidos para todo el equipo. El vídeo nos presentó un breve making of del CD.

Finalmente Joaquín Achúcarro y su premio especial a toda una carrera que todavía continúa dando muchas alegrías, siendo Oviedo afortunada de tenerlo habitualmente. Toda una vida la del bilbaíno con su compromiso ético de siempre para una lista interminable de autores, orquestas y directores con los que ha interpretado a los grandes sin olvidarse nunca de los españoles, siendo un gran embajador de lo nuestro. Y por supuesto la labor docente, de la que Marta Espinós es buen ejemplo, contándonos esa cercanía con su alumnado, o la forma de afrontar una obra desde ese «ser vivo» que es el piano, haciendo el simil pictórico de un mismo paisaje con varios pintores dando lugar a cuadros todos distintos para un mismo modelo. También dio las gracias a Emma Jiménez, su mujer, colega y compañera fiel, apoyo desde siempre.

Si en los distintos discursos música y gratitud estuvieron siempre presentes, la calidad humana y editorial para un proyecto hecho realidad en el que todos somos testigos de haber nacido para quedarse muchos años, estuvieron también presentes.

Los premios son una prueba de acierto por parte del equipo humano de «Codalario» en esta singladura larga que ya tiene un arranque claro y certero. Toca ahora leerlo con deleite y archivarlo entre las publicaciones que se guardan como colección, esperando el siguiente.