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Pérdidas inspiradoras

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Domingo 28 de mayo, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo, CIMCO (2ª edición): Josu de Solaun (piano), Adolfo Gutiérrez Arenas (violonchelo), Jesús Reina (violín), Rumen Cvetkov (viola), Ici Díaz (actriz). «Amor y pérdida»: obras de R. Schumann y Brahms. Entrada: 8 €.

Clara Wieck Schumann (1819-1896) resucitaría esta tarde de domingo en la asturiana Ici Díaz que con las cartas de la pianista y compositora darían el hilo argumental del amor y la pérdida, la unión de dos músicos en su vida, la inspiración de Robert Schumann desde el Leipzig donde arrancaba la narración, hasta el amor eterno de Brahms.

El planteamiento del ciclo ovetense por añadir a la música elementos unificadores se agradece y es plenamente exportable: iluminación, utillaje suficiente y vestuario de época, siendo muy aplaudida la actuación de la actriz afincada en Gijón con un guión bien organizado, que además presentaba cronológicamente las obras interpretadas de forma magistral por dos grandes solistas como Adolfo y Josu que cuando se unen comparten estas obras que tienen plenamente interiorizadas e incluso grabadas para el sello Odradek bajo el título «Loss & Love«, donde aparecen las obras hoy contadas de Robert Schumann (1810-1856).

Escuchaba hace un año a los dos músicos en Radio Clásica hablando de este disco, decir que se habían encontrado dos mudos, y el pianista se pregunta «¿Qué hay que hablar? Si la música dice tanto ya». Las palabras las puso Clara Wieck pero la música las sobrepasó con las obras de Schumann en la interpretación de estos dos enormes músicos como Josu de Solaun (1981) y Adolfo Gutiérrez Arenas (1975), feliz reencuentro de piano y violonchelo que ambos disfrutan y lo transmiten al público, hoy entregado en esta sala ideal para la llamada música de cámara tan necesaria e inspiradora. Si del chelo se dice es el más parecido a la voz, el del «asturiano» respira, canta cada movimiento, frasea como pocos, el sonido es rotundo y delicado, pero con el piano del valenciano el entendimiento es absoluto, la complicidad increíble, la gama dinámica impresionante y el protagonismo compartido una cualidad mayor y sin egos.

Para corroborar todo lo anterior, comenzarían con la Fantasiestücke Op. 73 (1849) compuesta por Schumann en uno de sus momentos más felices en Dresde, «la Florencia del Elba». Todo el amor del dúo por la música en tres movimientos (I. Zart und mit Ausdruck
II. Lebhaft, leicht
III. Rasch und mit Feuer
) que supusieron un verdadero y sentido homenaje a sus padres fallecidos (siempre recordaré al gran Adolfo Gutiérrez Viejo y esta tarde a su madre Lola Arenas, presente y orgullosa de su hijo). La expresión musical del dolor y el amor, el paso de la oscuridad a la luz, las pérdidas irreparables con una interpretación desde lo más hondo de los dos intérpretes, que explican las palabras de ambos en el libreto del CD: «Al mismo tiempo la bendición y energía en forma de amor eterno que nos legaron y que les hace tan inmortales como esta música, porque sólo el verdadero amor puede quitar transcendencia y peso a la muerte».

Otro tanto podría decir del Adagio y Allegro Op. 70 (1849), la hondura del cello y la delicadeza el piano, obra de la que Clara Schumann comentaría: «La pieza es brillante, fresca y apasionada… justo el tipo de pieza que me gusta» y compartimos todos los presentes. Como la primera de las obras, el propio compositor las prepararía para otros instrumentos (clarinete, trompa, viola…), pero está claro que el violonchelo consigue una sonoridad más completa y rotunda, algo en lo que Adolfo G. Arenas despunta siempre. Si el piano va paralelo y respiran juntos, la versión de ambos supuso otra delicadeza.

Y para concluir con el gran romántico alemán, sus Fünf Stücke im Volkston, op. 102 (Cinco Piezas en Estilo Popular (1849) que el dúo tiene muy rodado, lo que se aprecia en cada una de las cinco (I. «Vanitas vanitatum». Mit humor; II. Langsam; III. Nicht schnell, mit viel. Ton zu spielen; IV. Nicht zu rasch; V. Stark und markiert). Lástima la interrupción en la «canción de cuna» segunda, por la salida intempestiva de una espectadora, aunque lo reiniciaron y se mantuvo el clima creado, el amor sobre la pérdida, los aires rítmicos que el piano empujaba llevando «de la mano» el canto del cello. Perfecto colofón a dúo de estas páginas de Schumann de las puedo repetir lo que escribí el pasado verano: «Sonoridades talladas en cada una de ellas, intenciones claras tomando los títulos de referente interpretativo: Mit Humor, canción sin palabras cantada por el cello y contestada al piano, Langsam (lentamente) verdadera delicia de fraseos y equilibrios dinámicos, Nitcht schnell (no rápido) suficiente para degustar las sutilezas de Schumann en ambos instrumentos, Nicht zu rasch (no demasiado rápido) de consistencia tímbrica y resonancias increíbles antes de la quinta Stark und markiert (fuerte bien marcada), contundencia en las teclas y el arco, la precisión con emoción que hace grande el dúo en un mismo idioma».

Y el eterno enamorado de Clara, amor y dolor de Johannes Brahms (1833-1897), pianista, violinista, compositor, amigo, defensor y admirador de los Schumann con los coletazos románticos para una Europa donde lo nacional comenzaba a inspirar tanta música que el hamburgués hizo convivir. Para el Cuarteto con piano nº3 en Do menor, Op. 60 (1875) se sumaron al dúo el violinista malagueño Jesús Reina (1986) y el violista búlgaro Rumen Cvetkov (1979) que dieron el paso en el tiempo y también el poso de este tercero de los cuartetos, suma de calidades para esta pieza de un joven Brahms que la comenzó durante la última enfermedad de Robert Schumann, debatiéndose el de Hamburgo entre la desesperación por su amigo y el amor por Clara, como nos lo contó «Ici Wieck». Ya de mayor confesaría a su editor el paralelismo con el Werther de Goethe (donde un joven se suicida por un amor no correspondido). De los cuatro movimientos (I. Allegro non troppo; II. Scherzo (allegro); III. Andante; IV. Allegro cómodo) los exteriores enmarcan los interiores transmitiendo una especie de inquietud que comienza inmediatamente con las sorprendentes octavas iniciales del piano, siempre poderoso en las manos de Solaun. Brahms emprende sus viajes interiores y compositivos dejando una sensación de algo aún por decidir.

Los movimientos retoman los diversos estados de ánimo que aparecen y desaparecen en el Allegro non troppo inicial.

De las piezas de música de cámara de Brahms, las que incluyen el piano aprovechan la potencia, el registro y el contraste del instrumento con las cuerdas, un trío siempre bien definido y equilibrado por el trío, aunque el piano parecía marcar e indicar cada entrada. En el Scherzo empujaría al conjunto desde el comienzo hasta el enérgico final, enfatizando el espacio más introspectivo del tierno Andante, donde el piano desempeña un papel amable apoyando unas cuerdas cálidas y bien legati junto al uso decorativo del pizzicato. Si el violín toma la iniciativa en el Finale, el Allegro comodo (sólo de calificativo) comienza con un motivo aparentemente sencillo mientras por debajo será el piano quien transmite la energía, con  Brahms aprovechando las posibilidades de intercambio animado con las cuerdas frotadas. El patrón reiterado nos recuerda el motivo que Beethoven usa en su quinta sinfonía (bautizada como «del destino»), otro acto de amor, pérdida inspiradora y respeto hacia el admirado sordo genial. Los pasajes de tema lírico empujan hacia un final  bullicioso e impresionante.

Impresionante interpretación de este cuarteto para la ocasión que levantó al público de sus asientos, con dos bises: el II. Scherzo (allegro) y el III. Andante con el «inicial dúo cello-piano» porque todos estábamos felices, compartiendo amor por esta música, una joya de partitura (elevada por Solaun) y emoción compartida por los cuatro músicos que transmitieron pasión y entendimiento, junto a Ici Díaz completando todo un espectáculo, casi para repetir completo el tercero de los cuartetos de Brahms.

«Cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda que se llama Clara» (J. Brahms).

No nos olvidemos de Beethoven

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Viernes 23 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: SERONDA III, OSPA, Jesús Reina (violín), Josep Caballé Domenech (director). Obras de Beethoven y Brahms. Butaca de anfiteatro: 10€.

Cada día es un triunfo y para los conciertos una batalla ganada cumpliendo estrictamente con todas las normas. El tercero de este «no abono otoñal» con entradas sueltas porque no se sabe qué pasará mañana, ya comenzó con bajas obligadas por el Covid, primero el maestro Ion Marin y después la violinista Esther Yoo, pero raudos gestores y agencias encontrarían nueva batuta y solista para un programa que se mantuvo con dos de las llamadas tres Bs (Bach, Beethoven y Brahms) porque no debemos olvidarnos que este aciago 2020 celebramos los 250 años del maestro de Bonn, «el sordo genial», y el repertorio clásico no puede ni debe faltar en estos reencuentros sinfónicos que son verdaderos oasis de placer en tiempos convulsos, soportando todas las restricciones que nos pongan pero manteniendo esta terapia que para muchos no es solo necesaria sino obligada.

Como recuerda la propia orquesta,»Caballé Domenech tenía previsto dirigir a la OSPA en el último concierto de abono de la temporada 19/20, pero la pandemia global causada por la COVID-19 hizo que la orquesta tuviera que cancelar toda la temporada y conciertos extraordinarios desde marzo a junio». Y como violín solista Jesús Reina (al que deberíamos nombrar «asturiano del mes» por muchas razones, y aprovechando su presencia en nuestra tierra desde el homenaje a Williams pasando por las sociedades filarmónicas ovetense y gijonesa, aunque no pude escucharle en ninguno, con este Beethoven me resarcía y volvería a deleitarnos con su magisterio. Si Esther Yoo «es una joven violinista estadounidense-coreana aclamada por su «tono oscuro y aristocrático» (Gramophone Magazine) y por «su elegancia equilibrada» (The Herald) como también reza en su agencia, Jesús Reina es un joven español descrito como un violinista con un “bello sonido caracterizado por una verdadera musicalidad, temperamento y carisma” (El País) en la propia. Ya va siendo hora que reconozcamos el talento de casa, no hace falta buscar fuera y en estos tiempos más que nunca debemos apoyar a nuestros músicos.

Al menos la OSPA suma y sigue y «el sordo genial» (con permiso de Goya y su otra Quinta) escribió este Concierto para violín en re mayor, op. 61 que colmó las expectativas de todos. El sonido de Reina es claro, nítido, penetrante, lleno de matices y haciéndose escuchar por todos, respeto y admiración repartidas, con buena comunicación y entendimiento con el maestro Caballé. Esta página de Beethoven ya marca un idioma propio, personal y único en su construcción donde el violín podría ser sustituido por el piano o el cello manteniendo esa sonoridad sinfónica, pero sólo nos legó esta joya. Los tres movimientos mantienen una unidad melódica que apreciamos en las cadencias, y personalmente la del primer movimiento me pareció interesantísima (desconozco la autoría) por virtuosa, ceñida a los temas y con un magisterio del violinista malagueño que nos dejó saborear cada nota con él. Si Allegro non troppo sonó en conjunto potente y equilibrado, el Larghetto (como casi todos los movimientos lentos) resultó cautivador, saboreando esta redescubierta acústica distinta del auditorio donde cada detalle es irrepetible, y no digamos el brillante Rondo: Allegro donde el juego dialogante entre la excelencia del fagot valenciano y el violín «regente» además de bellísimo demostró un encaje perfecto y unas dinámicas grandes, el empuje vital y alegre, pastoral y casi de «romería clásica» con el idioma inigualable de Beethoven, la calidez de Reina y una batuta atenta que nos brindaron este concierto para violín único en el amplio sentido de la palabra.

Merecidos aplausos y sorpresa saliendo de nuevo Jesús Reina con unas variaciones sobre la popular canción gitana rusa Dos guitarras que sorprendió por todo, especialmente por un uso mágico del pizzicato evocando balalaikas o mandolinas virtuosísticas, juegos de arco y dedos vertiginosos que impresionaron a un auditorio hambriento de la música viva, en directo, irrepetible.Y como si leyese mi mente, en este concierto sólo faltaba la B del «Dios Bach» del que Reina nos regaló la «Chacona» de la Partita nº2 en re menor, BWV 1004, perfecta de principio a fin, sonido, ejecución y entrega. Aquí podría haber terminado el concierto en todo lo alto aunque quedase la tercera B.

La Sinfonía nº 4 en mi menor, op. 98 de Brahms es perfecta compañera de viaje en un concierto con «el ídolo de Bonn» y es frecuente programarlas emparejadas (aún recuerdo las dos primeras de mi tocayo en Barcelona), pero la plantilla aumenta, las exigencias también y esta cuarta pide mucho para redondear y alcanzar el nivel esperado. Caballé hizo un trabajo esdrújulo de dinámicas y agógicas, con el rubato bien entendido como extra de expresividad junto a silencios para degustar en una OSPA (hoy con el bilbaino Xabier de Felipe de concertino invitado) que enseña músculo en este repertorio para lucimiento de cada sección. Pero aparecieron «agujetas» y faltó serenidad, mano izquierda y contención en las secciones que se lucieron por cuenta propia. Si el Allegro non troppo olvidó el calificativo aunque puso toda la carne en el asador, al menos en el Andante moderato sí se mantuvo cierta moderación. Pero llegado el Allegro giocoso el sonido resultó “atropellado” en vez de jocoso, desequilibrado por un balance demasiado homogéneo en los ff  y más brillante (que no delicado de presencia) en los pp, como volvió a suceder en el Allegro energico e passionato pese al esfuerzo de unos contrabajos descompensados en número y volumen. Puede ser que las versiones de bolsillo en el atril sean demasiado pequeñas a la vista aunque útiles como recordatorio, pero esta «cuarta» quedó desmerecida, el hamburgués no llenó y ¨C50C volvió a triunfar.

Mientras tanto, a esperar que esta Seronda astur no se pare porque las noticias son poco halagüeñas y seguramente la música en vivo vuelva a ser la gran perjudicada. Seguiremos apoyando nuestra OSPA y defender a Oviedo como la Viena del norte español, recordando que la cultura es segura.

Lo romántico sublime

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Viernes 27 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 6 OSPA «Arquitectura sonora»: Jesús Reina (violín), Ari Rasilainen (director). Obras de Tchaikovski, Torres y Bruckner.
El profesor y compositor Edson Zampronha, autor de las notas al programa (enlazadas en los autores), nos preparó antes del concierto con una conferencia cercana, emotiva como su propio título «La emoción rompe los límites: la música del alto romanticismo en el final del siglo XIX» donde contagió esa pasión común por tres obras tan distintas pero unidas precisamente por el programa bautizado como arquitectura sonora y resumidas por «el sublime», con referencias filosóficas en cuanto a la subjetividad del oyente desde la oscuridad buscada de la sala hasta el viaje interior que toda escucha supone.

Regresaba nuevamente el finlandés Ari Rasilainen al frente de la OSPA y las obras elegidas nos trajeron buenos recuerdos anteriores de su estilo directorial: una batuta vigorosa, clara y precisa con una mano izquierda completa de gestos variados, atento al equilibrio de dinámicas subrayando siempre la sonoridad puntual tan distinta en las tres partituras, con una orquesta nuevamente reforzada en la cuerda permitiendo recrearse en matices extremos sin perdernos ningún plano. Y es que la calidad también va unida por momentos a la cantidad cuando se controla todo al detalle, algo que los compositores de este sexto de abono iban a permitir.

En pleno cierre de temporada operística carbayona vino muy bien elegir la Polonesa de «Eugene Onegin» (Tchaikovski), tributo local desde lo universal para optar por un aire más rápido del «habitual«, nada bailable y obligando a la cuerda expresiva y técnicamente a darlo todo, mientras la madera y sobre todo los metales, que estarían pletóricos a lo largo de la velada, nos dejaban una versión brillante pero también muy contrastada en volúmenes, claroscuros arquitectónicos que parecían preparar el resto del concierto, también en lo anímico con este explorador de emociones como fue el ruso, jugando Rasilainen con todo el material sonoro llevado a unos extremos siempre controlados.

Jesús Torres (1965), compositor invitado esta temporada (y presente en la sala), es uno de los más destacados de esta generación. Compuso su Concierto para violín y orquesta entre el 26 de agosto y el 29 de diciembre de 2011 por encargo de la Fundación BBVA y está dedicado al violinista Miguel Borrego que lo estrenó el 22/03/12 en el Teatro Monumental de Madrid con la Orquesta Sinfónica de RTVE y Kees Bakels). Analizado en el programa de mano y contado a OSPATV por el propio zaragozano en compañía del solista elegido para este abono, Jesús Reina, este malagueño con recorrido y futuro más que asegurado, afrontó el reto de una obra actual llena de guiños «clásicos» pero sin confrontación con la orquesta, una fusión de lenguajes con especial importancia de la percusión y una plantilla impresionante (3-3-3-3/4-4-3-1/3 Perc. Tim/14-12-10-8-6), para tres movimientos casi unidos en su desarrollo, Dramático, Apasionado y Estremecido, donde Torres construye un universo sonoro agradable desde unas disonancias nunca molestas y buen conocedor de la escritura sinfónica. Obra grandiosa, edificio sonoro que va elevando una partitura muy bien construida donde Rasilainen se mostró un arquitecto solvente y Reina fue perfilando al milímetro esos calificativos de música pura, la delicadeza de un sonido siempre cantabile. Pasajes realmente virtuosos, diálogos potentes con la orquesta en este solista que apuesta por músicas contemporáneas, emergiendo al final de la masa sonora con un pasaje a dobles cuerdas realmente estremecedor, exigentemente lírico para una melodía a dos voces bellísima trazando el remanso tras el poderío de los veinte minutos aproximados de duración.
La propina en línea con lo anterior, música actual con ese aire zíngaro de «violero» recordando sus orígenes populares en los famosos verdiales de su tierra natal en compañía de su padre demostró el buen momento y la musicalidad que atesora este violinista y docente malagueño.

Manteniendo la estructura todavía habitual en muchos conciertos sinfónicos de obertura breve, concierto con solista y una sinfonía histórica, llegaría el esperado y muy programado Bruckner, en cierto modo lógico tras la «moda Mahler» (también presente esta temporada de la OSPA y en Musika-Música del próximo marzo bilbaíno). El universo Bruckner permite disfrutar como pocos del impacto sinfónico siempre del agrado del público, máxime contando con una plantilla para la ocasión y un director que contagió vigor y rigor desde el podio. La Sinfonía nº 3 en re menor (1889), «Sinfonía Wagner» de connotaciones operísticas para seguir con el lirismo arquitectónico del concierto, en la edición del su discípulo Franz Schalk (de las muchas que se han publicado), manteniendo estructura «clásica» engrandece esas lentas melodías dotando de una tensión romántica a esta tercera que la OSPA y Rasilainen fueron construyendo cual catedral sonora neoclásica. Trabajando todas las combinaciones que van dando protagonismo a cada sección, disfrutamos de unos metales que me gusta llamar orgánicos por la referencia bruckneriana en el instrumento rey, no ya el trío de trompetas o de trombones más la tuba, sino un quinteto de trompas en perfecta armonía «cantando un coral» a cuatro voces rebosante de la religiosidad del alemán, en estado de gracia todos ellos (incluyendo el refuerzo «de descanso» que los entendidos comprenderán) y por supuesto una cuerda siempre presente, empastada, de amplia gama expresiva, especialmente en el arranque del segundo movimiento. Buen entendimiento con la batuta que dibujó siempre certera las trazas arquitectónicas de esta tercera potente, vigorosa pero también íntima, casi una reconstrucción (puede que del propio Schalk) del templo sonoro que crece a lo largo de los cuatro movimientos en altura emocional de dibujo sencillo y efectivo por el uso de silencios subyugantes dejando flotar el sonido, y fortísimos contrastantes además de contundentes, especialmente en los graves, y unos pizzicati redondos por lo presentes. Tal vez faltase un poco más de emoción pero nunca claridad en el juego de volúmenes ni sensibilidad en esas melodías infinitas.
Esperamos que el maestro Rasilainen vuelva en un futuro no muy lejano porque su trabajo siempre resulta del agrado de todos, aunque el patio de butacas siga con muchas vacías, perdiéndose conciertos pensados para el respetable.