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Cierre ruso en Oviedo

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Domingo 19 de mayo, 19:00 horas. Auditorio «Príncipe Felipe» de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G Iberni»: Daniil Trifonov (piano), Orquesta Nacional Rusa (RNO), Mikhail Pletnev (director). Obras de N. Tcherepnin, Tchaikovsky y Glazunov.

Se acabó el Ciclo de Conciertos del Auditorio y este frío domingo las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con claros y algunas sombras, pero sobre todo luz y elegancia en muchas tardes, incluso gloriosas, poniendo el listón nuevamente muy alto, con un avance de la próxima que promete, aunque le dedicaremos otra entrada.

Lo ruso sigue siendo referencia y nada mejor para clausurar temporada que reunir intérpretes y obras de una tierra que en Asturias sentimos cercana, al menos en lo musical (lo climatológico parece que también).

A Pletnev le hemos disfrutado como pianista y ahora como director, trayendo a su RNO al auditorio carbayón dentro de su gira europea, comenzando con un compositor no muy conocido ni escuchado como N. Cherepnin y La Princesse lontaine (Preludio por la princesa lejana) Op. 4, para calentar motores en una formación que suena impactante en todas sus secciones, colocando contrabajos atrás a la derecha y toda la percusión a la derecha, enfrentando violines para conseguir una sonoridad envolvente que completa la calidad contrastada de una orquesta con 23 años, lo cual es sinónimo de madurez. El entendimiento con su director fundador es total, no hacen falta muchos gestos porque el trabajo permite la economía y el máximo rendimiento. El alumno de Rimski-Korsakov pone buena música en estilo del maestro al argumento de la obra de Edmond Rostand como bien recuerda Rogelio Álvarez Meneses en las notas al programa, arrancando con un impresionante solo de cello (Alexander Gotgelf) y el posterior de oboe (Vitaly Nazarov) bien arropados por una orquesta realmente «redonda».

El plato fuerte vendría de la mano de Trifonov, un pianista que pese a la juventud es ya una auténtica figura desde hace años, para interpretar el conocido Concierto para piano y orquesta nº 1 en SIb M, Op. 23 (Chaikovsky) en una versión donde se notó que el director es también un maestro del piano, y donde Tatiana Porshneva se puso de concertino. Por fin escuchamos ese inicio contundente con un tiempo ajustado a la indicación: Allegro non troppo e molto maestoso, claridad expositiva y limpieza desde un poderoso piano que igual empastaba a la perfección con la orquesta como tomaba un protagonismo aún más marcado gracias a una concertación de Pletnev auténticamente deliciosa. El paso al Allegro con spirito fue otro escalón hacia la cima sonora. Aparición del clarinete (Nikolai Mozgovenko) que volvería a sorprendernos más adelante y todo un juego de texturas cálidas y aterciopeladas en la orquesta. El Andantino semplice – Prestissimo trajo consigo un despliegue técnico impecable, pese a los mínimos desajustes del instrumento solista (hubo momentos de madera en vez de cuerda), unos dificilísimos cambios siempre encajados desde una batuta que manejó a la orquesta como el «otro piano sinfónico» y otro solista (el flauta Maxim Rubtsov) también marcando calidad, pudiendo degustar el lenguaje tan romántico del compositor, para poner todo el fuego final (Allegro con fuoco) en una actuación estelar porque sumó todo para hacerla así: obra, pianista solista, orquesta al completo y director.

El único guiño «no ruso» lo pondría el propio Trifonov con una versión del hermoso lied de SchubertAn Sylvia que hizo cantar el piano como si Bjoerling se hubiese reencarnado en las cuerdas. Delicia total que «obligó» al prodigio ruso a impactarnos con la «Danza Infernal» de El pájaro de fuego (Stravinsky) en arreglo del maestro italiano Guido Agosti, perfecto broche virtuosístico tomando la música de ballet rusa como enlace con la segunda parte, y manteniendo el sabor ruso que impregnó toda la velada.

Con Las estaciones, Op. 67 (Glazunov) volvió el concertino titular Alexei Bruni capitaneando la RNO que volvió a brillar al completo y en cada intervención de unos solistas que son oro puro, y un Pletnev al frente que con su peculiar dirección sacó de este ballet en colaboración con Marius Petipa de cinco movimientos que comienza con El invierno, el mismo que parece no querer abandonar Asturias, brillo, sensibilidad, colorido, texturas, lirismo y todos los calificativos que podamos imaginarnos. Las cuatro variaciones invernales volvieron a descubrir atriles como el trompa o la arpista. El verano y sus cinco partes dejaron un Vals de acacias y amapolas donde las fragancias fueron lanzadas en gotas por Pletnev. El otoño resultó la auténtica bacanal a la que el Petit Adagio siguiente daría un color ocre por toda la cuerda que suena rusa en cada momento, con el motivo más conocido realmente apoteósico para cerrar el ciclo anual, composición y temporada. La orquesta está en un nivel que nos hizo quitar el mal sabor de boca inglés.

Más la fiesta tenía que acabarse con el Pletnev compositor y el Preludio de su Jazz Suite para corroborar que su formación está capacitada para sonar a gloria con cualquier estilo aunque el del concierto dominical resultó muy cercano en el tiempo, siendo el guiño jazzístico la guinda del pastel: gozada de trompeta con sordina (Vladislav Lavrik), percusión y contrabajo que también quisieron reivindicar la calidad que tienen todos y cada uno de sus componentes.

Rusia, capital Oviedo

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Domingo 19 de mayo, 19:00 horas. Clausura de los Conciertos del Auditorio con la Orquesta Nacional Rusa que dirige el pianista Mikhail Pletnev lo que supuso un Concierto nº 1 en SIb M, op. 23 de Tchaikovsky con Daniil Trifonov de auténtica delicia.

Las propinas de quitarse el sombrero: transcripciones del lied An Sylvia de Schubert y Danza infernal de «El Pájaro de Fuego» de Stravinsky para apuntar en la historia local.

Cherepnin y su Preludio para la princesa lejana, Op. 4 abría velada mientras Las Estaciones, op. 67 de Glazunov las cerraban, siempre Rusia con todo lo que supone musicalmente cambiando Moscú por Oviedo.

El lunes día del profesor en Asturias lo aprovecharé para ampliar impresiones…

Emoción, elegancia y precisión

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Viernes 9 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 3 OSPA, Alexander Vasiliev (violín), David Lockington (director). Obras de Sawyers, Glazunov y Mendelssohn. Fotos: ©Marta Barbón-OSPA.

Los viernes de noviembre están cargados de música y la elección se hace difícil, pero este era especial y no tuve dudas: volvía David Lockington como flamante director invitado de nuestra OSPA, una de mis opciones a la titularidad, y el querido Alexander Vasiliev daba nuevamente el paso al frente, de concertino a solista, en una obra que conoce desde las fuentes.

Para abrir boca otro estreno en España con la OSPA y Lockington (el jueves en Avilés) de Philip Sawyers y The Gale of Life (El vendaval de la vida), premonitorio, obra muy cinematográfica con reminiscencias y tributos varios a John Williams o Berlioz, compuesta para abrir veladas en una perfecta y agradecida orquestación para una formación que esta tarde venía con ganas y el maestro británico que volvía a comandar en repertorio de nuestro tiempo. Protagonismo del metal que respondió sin fisuras pero con todas las familias precisas en una partitura bien explicada en las notas al programa de Juan Manuel Viana.

Vasiliev es «el primero de la clase», El Maestro, mucho más que el concertino o jefe, es la referencia de la orquesta desde su fundación como tal en 1991. La llegada a Asturias de Los Virtuosos de Moscú y todo su «entorno» supuso un punto de inflexión en la vida cultural asturiana, la semilla rusa se plantaría en nuestra tierra… desembarcó con la maleta cargada de ilusión y magisterio que ha ido transmitiendo a todos. VasilievEs ya un asturiano con raíces que no olvida su tierra y mucho menos cuando se trata de la música. El Concierto para violín en Lam, Op. 82 (Glazunov) va unido a su biografía y ya lo interpretó hace años con sus compañeros. Esta vez, con un Lockington siempre elegante y excelente concertador y conocedor de la orquesta asturiana, demostró que los años pasan para bien: madurez, profundidad interpretativa, poso y la técnica asombrosa que «hace hablar» a la prolongación de sus extremidades superiores, su violín. Emoción antes, durante y después, flores merecidas de la familia de sangre (el primero su nieto asturiano) con toda la admiración y respeto de compañeros y público. Glazunov no será de los grandes pero este concierto ocupa su sitio en la historia, más en la interpretación de Alexander, al que espero darle personalmente la enhorabuena.

La segunda parte trajo, además del molesto intermedio entre movimientos de la fanfarria de toses arrítmicas que va en aumento ¡y aún no llegó el invierno! o la impertinente señora con el papel del caramelo subrayando cada pianísimo, una de esas obras que ni deben faltar en las programaciones porque bien interpretadas son sustento de afición y profesión, la Sinfonía nº 4 en LA M, Op. 90 «Italiana» (Mendelssohn), inmensa, precisa, romántica sin exageraciones, clara en el diseño de Lockington, por el que crece mi admiración en cada concierto (felizmente le tendremos puntualmente), sacando de la orquesta esa calidad que atesoran todos y cada uno de sus músicos, una plantilla equilibrada, bien ensamblada, empastada, acertada en todas las secciones que fue asentándose desde un inicial y titubeante Allegro vivace para un Andante con moto más encajado, incluso pletórico por emotividad (desconozco la causa de mi recuerdo a Granados en este movimiento), Con moto moderato melancólico y límpido, cuerda y viento en simbiosis, líneas melódicas claras para impactarnos con el último Saltarello: Presto que desde la precisión gestual, elegancia y sabiduría del maestro británico afincado en EE.UU. logró enardecernos con esta joya sinfónica sonando como en las mejores orquestas, las flautas Pearse como una, cuerda a una incisiva desde el terciopelo, madera siempre de lujo y metal majestuoso… Aplausos muy merecidos para un concierto que tenía todas las de ganar y no defraudó.