Abono 7 «Inspiración II» OSPA, Alexander Vasiliev (violín), Rossen Milanov (director). Obras de G. Ordás, J. Sibelius y P. Hindemith. Jueves 22 de febrero, 20:15 horas, Casa de Cultura, Avilés, entrada 18 €. Viernes 23 de febrero, 20:00 horas, Auditorio de Oviedo.
No podía ni quería perderme otro estreno absoluto de Gabriel Ordás (Oviedo, 1999), esta vez su fantasía orquestal Onírico (2018), un encargo de la OSPA que sigue apostando por compositores jóvenes con los que captar públicos de estas generaciones, algo siempre de aplaudir y además con repercusión mediática en la prensa y televisiones regionales además de «Radio Clásica» que también apoya talentos de casa. Si además comparte programa nada menos que con Sibelius y Hindemith todavía engrandece el trabajo de este artista integral cuya obra encaja perfectamente en un lenguaje atemporal, académico si se me permite por sus referencias compositivas, bien armado desde un conocimiento de la orquestación -alumno de Fernando Agüeria a quien va dedicada- que no requiere solamente de técnica sino de inspiración (como indicaba el título de este séptimo de abono) que debe pillar siempre trabajando y con un bagaje vital adulto por una trayectoria increíble. Recomendable escucharle con Fernando Zorita en el canal de YouTube© de la OSPA.
El análisis de su obra en las notas al programa (enlazadas en los autores) a cargo de la doctora María Sanhuesa, miembro también del Consejo Rector de la OSPA, se amplió aún más en la conferencia previa del viernes con el sugerente título Sueños, visiones y otros delirios sinfónicos: Ordás, Sibelius y Hindemith entre la vigilia y el sueño, unidad temática con visiones varias de nuestro estado de «duermevela», no ya el fisiológico sino también lo soñado e incluso lo místico junto a paralelismos pictóricos como Dalí, el Simbolismo, relojes blandos, México y toda una paleta de colores tan personales como los propios sueños explicados con los toques de fino humor a los que nos tiene acostumbrados.
Mis primeras impresiones del jueves fueron las de otro sueño cumplido por parte del joven ovetense Gabriel Ordás, la orquesta de todos los asturianos estrenando esta fantasía sinfónica en cuatro momentos que no solo parten del hecho físico sino de la transmisión al público de esas sensaciones para hacerlas propias: Preludio, Duermevela, curiosamente la primera en escribirse (en las páginas de los distintos movimientos de la partitura que se nos proyectaron en la conferencia podía leerse «Diciembre 2017) como bien recordó la doctora Sanhuesa, Viaje y Crisol, fusión de elementos antes del despertar tras una verdadera banda sonora de rica instrumentación donde la percusión colorea melodías y armonías remotas, de nuestra memoria colectiva de melómanos, lejana y emparentada con sus compañeros de programa, por momentos previa desde un viaje interior personal. Volver a escucharla el viernes con la acústica tan especial del auditorio y más rodada por parte de todos me reafirma en la impresión de estar ante una obra madura con mucho recorrido para ser interpretada por orquestas en cualquier lugar del mundo dada la vigencia del lenguaje utilizado por el maestro Ordás, atemporal desde un sello propio que no esconde querencias, lógicas en todo creador.
Nuestro concertino Alexander Vasiliev dejaba su puesto a Benjamin Ziervogel (un lujo sus intervenciones en Onírico) y daba de nuevo un paso adelante para ejercer de solista con Sibelius y su Concierto para violín en re menor, op. 47 (1903-1904), no precisamente una obra habitual por demasiado exigente para solista y orquesta que es tan protagonista como el propio violín, donde los años pesan aunque su acercamiento fuese plenamente lírico al mismo, tal y como comentaba a su amigo de cuerda en OSPA TV, de sonido penetrante y fraseo no siempre claro arropado por sus compañeros atentos intentando disfrutarlo juntos, con el Allegro moderato que en Avilés se aplaudió por el ímpetu transmitido aunque falto de claridades, incluso en la cadencia, colocada en medio del movimiento, más cantado el Adagio di molto que me supuso cierto bajón emocional pese a la belleza del mismo, y el empuje desde el podio para el Allegro ma non tanto más pegadizo y llevadero al oído, demostrado que los años dan la pátina necesaria a páginas no del todo agradecidas de interpretar pero sentidas tan cercanas por nuestro maestro ruso. Retomando palabras de la conferencia, el último movimiento fue descrito como «una polonesa para osos polares», y mi percepción personal tras volver a escuchárselo «en casa», de una frialdad finlandesa que el cercano concertino hoy solista intentó caldear sin excesos, evitando el deshielo peligroso de caminar por un lago helado por buscar visiones, pero una angustia pensando en el riesgo que siempre se corre.
La Suite de concierto (1938) del ballet Nobilissima visione (Hindemith) supuso la obra de arte total wagneriana como apuntaba María Sanhuesa, conjunción de talentos con los frescos florentinos de Giotto, la música del alemán y la coreografía de Massine para los Ballets Rusos de Monte-Carlo, herederos de los famosos de Diaghilev tras su muerte, inspirados en San Francisco de Asís. Esta suite que utiliza 5 de los 11 números se organizan en tres partes sin seguir el orden del ballet y buscando lo orquestal. Tras el sueño placentero de Ordás, y la pesadilla de Sibelius, este Hindemith me recordó la cabezada tras una copiosa comida donde los sobresaltos coinciden con una mala digestión. Lástima y curiosa paradoja puesto que los ingredientes de la formación asturiana son de primera, sonó compacta, unida, con dinámicas amplias delimitando cada plano desde un rigor plausible pero nunca emocionante, provocándome cierto desasosiego orquestal que no encajaba con la rítmica danzable aunque prescindamos del baile.
Desfile de platos titulados Introducción-Rondó, Marcha-Pastoral y Pasacalle, con poco sabor pese a que el director búlgaro parece dominar de siempre la música de ballet, pero este San Francisco era de Asís y no el estadounidense, despertándonos el Hermano Sol como recordando que se nos terminó el sueño, argumentario de programa a la espera del colorido del próximo noveno abono que nos traerá a la OSPA desde Santiago de Compostela (devolviendo visita) esperando suenen de ensueño y quede el pabellón bien alto. En el octavo lo mejor del concierto resultó la fantasía del fantástico Gabriel Ordás.


































































