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Fresco surrealismo

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Viernes 4 de septiembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, LXXIII Temporada Ópera de Oviedo. L’Heure Espagnole (Ravel), Les Mamelles de Tirésias (Poulenc). Primera función, entrada anfiteatro: 63 €.
Emociones encontradas para el arranque de curso escolar y temporada en «La Viena española», Oviedo capitalidad musical que con todo el esfuerzo humano levantaba el telón con un programa doble francés, original, fresco, surrealista, luminoso, feminista, colorido, nuevo en esta plaza, rodeado de todas las medidas de higiene y prevención en la Era Covid-19.

Perfecta organización, responsabilidad compartida, «hambre de pan y horizonte», de música, necesidad vital y real para todos, encuentros con distancia, abrazos robados pero con ganas de recuperarnos en esta anormal normalidad. Información en el móvil, desde las entradas hasta la hoja con el reparto en QR (al fin le encuentran la máxima utilidad obligados por las circunstancias), a la venta un buen libreto para coleccionar y donde el tándem musicológico Sanhuesa – Cortizo plasma negro sobre blanco lo que pudimos disfrutar en su conferencia del miércoles pasado sin movernos de casa gracias a las nuevas tecnologías que son ya la herramienta imprescindible en estos tiempos, transmitida por la cuenta en Facebook© de la propia ópera ovetense.

También un imprescindible como Francesc Cortés y por supuesto la presentación Dos divertidas joyas líricas de Emilio Sagi40 años desde su debut en esta su casa, a quien se le entregó una placa en recuerdo de la efeméride en el descanso, además de pasar a denominar la sala de ensayos con su nombre, merecido homenaje a un ilustre que sigue maravillando con sus puestas en escena siempre arrolladoras capaces de aunar opiniones, todo un logro en tiempos crispados.

Obertura de conferencia previa siempre con el gran comunicador Pachi Poncela que no pude escuchar en vivo por respeto a las indicaciones de un personal algo perdido, como todos, pero que pude disfrutar igualmente en casa como «postludio» desde el canal YouTube© de la Ópera de Oviedo.

Distancias obligadas entre butacas, la pena de observar el aforo a medias, puntualidad de «hora española» para la bienvenida en castellano, inglés y asturiano (poco pateo), mascarillas, ausencia de toses que se agradece siempre, y todo un discurso inicial por megafonía recordando a quienes no están, la ilusión y ganas de levantar el telón en esta temporada septuagésima tercera (¡73 años ininterrumpidos! con los que el «bicho» tampoco ha podido). Se apagan las luces, olvidamos las penas y late el corazón porque el espectáculo tiene que continuar. La OSPA casi camerística en el foso (con la percusión en las bolsas de los palcos laterales) y al frente Maximiano Valdés, tan «asturiano» y nuestro como esa orquesta que tanto le debe, regreso celebrado que supuso el primer acierto del programa doble, dominador de los planos sonoros, atento a la escena y recordando la calidad que atesoran maestro y sinfónica.

La hora española del Ravel con raíz española inimitable, dominador de la orquestación, deudor de nuestro folklore (habanera de ida y vuelta) e inspirado libreto «toledano» del relojero Torquemada (Francisco Vas), la insatisfecha Concepción (Maite Beaumont), sus «pretendientes» Gonzalve (Joel Prieto) y Don Íñigo Gómez (Felipe Bou) más la fuerza bruta del mozo de mulas Ramiro (Régis Mengus), triunfador y aplicable al esfuerzo del barítono debutante en Oviedo con un doblete que requiere preparación física y mental. Escena para el enredo, simbolismos de relojes como ataúdes donde esconderse, cercanía cronológica que no pierde actualidad, vocalidad plena de la segunda debutante, la pamplonica Maite Beaumont, mezzo ideal a quien espero volver a escuchar en repertorios más agradecidos que este raveliano, exigente en todos los planos donde brilló con personalidad y buen gusto.

El tercer debut en el coliseo carbayón del tenor Joel Prieto plenamente adaptado a las exigencias de la partitura (nasalidad obligada pero nada artificial) redondeó un buen elenco junto a los conocidos Paco Vas y Felipe Bou en esta primera página francesa de los nuevos tiempos para «viejas obras», comedia musical estrenada en la ópera cómica así reconocible para nuestros vecinos del norte que han sabido marcar distancias con tradiciones centenarias de rivales artísticos y geográficos.

Pausa de 40 minutos con agua de cortesía para recuperar aliento y descansar de la mascarilla, saludos desde la distancia, estirar un poco las piernas y Les Mamelles de TirésiasPoulenc en estado puro con su Apollinaire inspirador, surrealismo siempre vigente, argumento casi histriónico tratado con una puesta en escena colorista «marca Sagi», inconfundible, junto al vestuario de Gabriela Salaverri acorde con toda la producción, el Coro de la Ópera de Oviedo que nunca defrauda (con puntuales y acertadas aportaciones al reparto de solistas) y un elenco vocal de primera que sumo unir el cariño por los habituales con la solvencia de todos ellos.

Ópera bufa con el prólogo a cargo de David Menéndez capaz de entusiasmar por poderío vocal y presencia, arranque impresionante de verdadero cabaret antes de los dos actos con Sabina Puértolas y Régis Mengus entregados, bordando los personajes siempre arropados por el maestro Valdés y la OSPA en sus precisos balances.

La soprano navarra elige bien su repertorio y Sagi saca de ella todo su potencial, cómico, escénico y vocal, sin amaneramientos pese a la escritura de Poulenc. Seductora y entregada, el público ovetense la siente como propia porque nunca defrauda. Su «Teresa destetada» nunca pierde gracejo, la sorpresa cartomancia lo es mayor por ese travestismo sin perder color ni frescura, sumándole su capacidad camaleónica en todos los papeles que afronta, y esta Thérèse está entre las joyas de la pamplonica. Las mujeres siguen mandando…

Del barítono francés Mengus destacar su personaje rotundo que da la réplica en esa «vuelta de calcetín» feminista por la que no parece haber pasado el tiempo. Si con Ravel demostró fuerza total, nunca bruta, de amante mozo de mulas a marido surrealista redondeó un debut carbayón de altura, incluyendo su visible trasero en la ducha del primer acto que ha sido foto de hoy en la prensa* (lástima quedarse en lo anecdótico). Actoralmente impecable, color vocal perfecto, bien diferenciado del gendarme astur, y sobre unas tablas con las que le podría llamar con todo el respeto «animal escénico». Todo un descubrimiento para el que suscribe.

Inteligencia y acierto en la mezzo debutante en Oviedo Anna Pennisi, desconozco el reparto de mezzos para la doble función. Simpático el hijo de mi «adoptado» Pablo García-López, breve y agradecido, acertada elección para un personaje ideal por edad, presencia y color vocal, aunque debe engordar un poco tras esta función (en Oviedo un par de kilos seguro que coge).

Epatante e impactante siempre nuestro David Menéndez de gendarme en una obra que ya interiorizase a la perfección en el hermano teatro Arriaga bilbaíno y en el Liceu catalán, de la misma producción. Y por supuesto un conjunto compacto el resto de cantantes (he dejado la ficha más arriba) incluyendo los del coro, para esta luminosa producción, equilibrada en cada detalle con un Sagi que contagia energía, alegría de vivir y pasión por la escena.

No hay mejor terapia que la música, subir el telón y olvidarse de todo, desconectar aunque todo sea distinto desde el pasado viernes 13 de marzo e imprevisible. El surrealismo habita entre nosotros.

Reencontrarse con la fuerza que emana de un público ávido del directo, de los reencuentros, la necesidad de recuperar un tiempo perdido que no nos devolverán por mucho que rebusquemos no tiene precio. Sin planes a medio ni largo plazo solo queda nos vivir cada día y disfrutar.

Gracias por el esfuerzo, por el trabajo, por la ilusión, gracias a la ópera de Oviedo donde cumpliré mis «bodas de oro» en 2.021 esperando poder celebrarlas. Al menos puedo presumir que un 1971 sentado en  «gallinero» con mi abuelo Pachín, el tenor cordobés Pedro Lavirgen cantaba un Andrea Chenier que marcaría de por vida mi afición lírica, completando una melomanía que sigue acompañándome.

P.D.: * La foto de hoy en la prensa regional de hoy y galería de imágenes:

Arriba el telón

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Domingo 18 de septiembre, 20:00 horas. Teatro Campoamor, LXIX Temporada de Ópera: Tchaikovsky: Mazepa. Estreno en España. Cuarta y última función. Precio: 15 € (última hora).

Se levanta mi particular telón musical de la temporada y nada menos que con una ópera nunca antes representada en España como esta de Tchaikovsky con libreto suyo y de Viktor Burenin basado en el poema Poltava de Pushkin, cuya música de sello propio inundó el coliseo carbayón con una excelente entrada sabatina y público llegado de distintos puntos (había muchos bilbaínos) que pienso disfrutó tanto como yo gracias a una OSPA con su titular Milanov al frente y un reparto ideal para un título exigente donde brilló sobre todo el coro que ahora dirige la macedonia Elena Mitrevska. De la escenografía de Tatjana Gürbaca y Klaus Grünberg producida por la Opera Vlaanderen no fue de las que chirrían y soportó sin problemas una obra que crece a lo largo de las casi tres horas, con momentos bellos en arias endiabladas, dúos casi instrumentales y conjuntos variados para un drama lleno de tensión, violencia y también lirismo en voces y foso con la firma rusa que alcanzó un resultado global notable.

FICHA:

Mazepa: Vladislav Sulimsky; Kochubei: Vitalij Kowaljovn; Andrei: Viktor Antipenko; Orlik: Mikhail Timoshenko; Liubov: Elena Bocharova; Maria: Dinara Alieva; Iskra: Vicent Romero; Un cosaco borracho: Francisco Vas.
OSPA, dirección musical: Rossen Milanov; Coro de la Ópera de Oviedo, dirección:

Elena Mitrevska.

Del elenco vocal masculino me gustó el completo Kochubei del bajo Kowaljovn así como el Mazepa protagonista del barítono Sulimsky, típicas voces rusas con empaque en el grave y agudos solventes, sin problemas de volumen ni equilibrio con el foso, un poco menos el Andrei del tenor Antipenko que en su paso anterior como Pinkerton no me convenció, sigue adoleciendo de unos agudos con un vibrato poco agradecido y tenso, pero sobrado en potencia, color agradecido e idóneo para un rol mejor que le va mejor que el pucciniano, además de ser todos unos excelentes actores. No desmerecieron el aragonés Francisco Vas en su breve pero convincente aparición, así como el Iskra del valenciano Vicent Romero.

Bien la Maria de Dinara Alieva que como la propia obra, fue creciendo a lo largo de la representación, voz de registro amplio y homogéneo que recreó un personaje que pasa del amor a la locura tras su azaroso periplo vital, dúo realmente bello con «su» Mazepa y desgarrador escena con su madre Liubov a cargo de una convincente Bocharova, una mezzo a la que le «pierde» su falta de homogeneidad en los registros que desfigura totalmente su color vocal, buscando una proyección que sí consigue para dibujar de esta forma el dramatismo de su personaje. Las melodías de Tchaikovsky son complicadas y las voces son casi tratadas instrumentalmente, por lo que tics que en otros estilos serían imperdonables, aquí resultan válidas.
El coro tiene un papel muy importante y no defraudó, bien las voces blancas ya desde el inicio de las muchachas, perfectos todos con los jóvenes judokas (a cambio de la danza de cosacos) pero sobremanera impresionante en la escena final de la muchedumbre acallando al borracho en el segundo acto, alcanzando un clímax merced a una dinámica amplia pasando del pianísimo claro y presente hasta el fuerte homogéneo, con unas voces jóvenes, empastadas, afinadas, técnicamente perfectas y que seguirán dando muchas alegrías en el Campoamor.

La OSPA es sinónimo de solvencia y calidad tras años donde su presencia en el foso es indispensable en títulos como este, porque Tchaikovsky suena ideal en las oberturas pero igualmente con las voces, solistas arriba y abajo tan bien escritos que la música domina todo. Milanov dominó la ópera de principio a fin, estuvo atento al detalle manteniendo los planos de todos, exprimiendo todas las secciones sin excesos, con unos metales seguros, poderosos cuando dibujaban la batalla pero cálidos en compañía de las voces, incluso la percusión estuvo siempre en su sitio, por lo que fluyó todo sin problemas y anotándose todos una ópera equilibrada y notable.

Finalmente la escena que siempre parece buscar polémicas, no molesta, podremos criticar «incluso» los distintos acentos ucraniano, ruso, bielorruso, aragonés o asturiano para cantar los textos, pero el dilema están en el propio argumento y los puntos de vista además de personales son discutibles o coincidentes. Personalmente choca cambiar cosacos por judokas, sables por pistolas e incluso ejecutar con la comida, metáfora algo chocante en un salón aristocrático donde los manteles y su encaje de bolillos sirvió de telón después destruido tras la barbarie, puede que lo más conseguido, pero no resulta costosa: taburetes de baño blancos como las mesas, el juego de musgo y cristal para el río convertido después en ceniza. Creo que sale barata la producción belga, poco usada al no ser título muy programado y apuesta de la ópera carbayona por seguir con obras nuevas, tirón para atraer públicos que parece estar funcionando. Quedó algo pobre el vestuario con el toque «sesentero» de las damas con «guantes gilda» que aportó un glamour igualmente abocado a la destrucción y la iluminación ayudó a mantener ese ambiente de claroscuro que solo la música hizo brillar, Tchaikovski siempre.

Quedan otros cuatro títulos hasta el mes de febrero, pero esta temporada ya subió el telón que permanecerá muchos meses, con las bajadas puntuales de cada función y concierto, levantándose esperanzador siempre. Por lo menos arrancamos contentos y optimistas, abonos bien pagados el Auditorio y colas de última hora para conseguir precios de ganga que alivian el bolsillo.