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Modernidad malacitana en Oviedo

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Miércoles 3 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, sala de cámara: X Primavera Barroca, «Fogosa inteligencia», Cantadas para tiple de Juan Francés de Iribarren. María Espada (soprano), Concerto 1700, Daniel Pinteño (violín y dirección). Obras de Juan Francés de Iribarren, Vivaldi, José de Torres, José de Nebra y A. Corelli.

Prosigue la décima primavera barroca ovetense en colaboración con el CNDM, esta vez trayéndonos Málaga hasta Asturias con el violinista Daniel Pinteño al frente de su formación Concerto 1700 (grupo residente de la temporada 22/23 del CNDM) con un programa centrado en el organista y Maestro de Capilla Juan Francés de IRIBARREN (Sangüesa, 1699 -Málaga, 1767) con el título de «Fogosa inteligencia«, última de las hoy programadas cantadas religiosas del compositor navarro afincado en la capital de la Costa del Sol en el siglo XVIII. con la soprano emeritense María Espada, junto a obras que el propio Iribarren conoció y transcribió en sus 34 años en tierras malagueñas (de 1733 a 1767) de donde ya no se movería hasta su muerte, llegando a crear el Archivo de Música de la seo malacitana, verdadero tesoro musicológico, ampliando igualmente el elenco instrumental de su capilla cuya «recreación» actual fueron este Concerto 1700 conformado para este recital por intérpretes conocidos y con larguísima experiencia en estas músicas barrocas: Fumiko Morie (violín), Rodrigo Gutiérrez (oboe), Ester Domingo (chelo), Pablo Zapico (laúd barroco), Ignacio Prego (clave y órgano) con el propio Daniel Pinteño al violín y dirección, todo un lujo de instrumentistas en esta «real capilla malagueña del siglo XXI».

Las Cantadas para tiple de Iribarren suponen la introducción del llamado «estilo italiano» en la capital andaluza a cargo del maestro navarro, buen conocedor de lo que se componía más allá de los Pirineos y por supuesto lo que sonaba en la Capilla Real madrileña, con música para las festividades de la Inmaculada, Navidad y Corpus en un estilo que conjuga la tradición hispana con lo moderno para entonces, un J. F. de Iribarren digno «heredero» de su valedor José de TORRES (ca. 1670-1738), maestro de capilla en la Real Capilla madrileña entre 1670 y 1738, y contemporáneo de José de NEBRA (1702-1768), vicemaestro de capilla también en la Capilla Real de  la capital del reino Madrid (de 1751 a 1768), incluso con paralelismos estilísticos.

En este caso no debemos olvidarnos del enorme trabajo de investigación tanto del propio Daniel Pinteño, como del organista y doctor Antonio del Pino en la recuperación histórica y de Raúl Angulo (Asociación Ars Hispana) en la edición y transcripción de estas obras del maestro navarro que suponen estrenos en nuestro tiempo. De todo ello nos hablaría el violinista malagueño en la conferencia previa celebrada a las 18:00 horas, junto al catedrático Ramón Sobrino, con presencia del futuro, presente y pasado de la Musicología española.

Para estas cantadas, cuyos textos figuran en el programa de mano, con notas de los citados Pinteño y Del Pino, nadie mejor que la voz de María Espada que con el tiempo no solo mantiene su vocalidad intacta  sino que ha ido ganando cuerpo en los graves, reconociendo evidentemente que la voz de tiple en la música religiosa era  por entonces masculina, cantada por niños, jóvenes, castrados o incluso sopranistas, pero que la soprano extremeña resolvió sin ningún problema de color, ni de emisión ni de pronunciación, siempre impecable, con unas agilidades «endemoniadas» resueltas sin dificultad con su timbre característico sin afectación, junto al lirismo en los recitativos y movimientos lentos que siempre son una delicia en un registro tan homogéneo y matizado como el suyo.

Se iniciaba el concierto con el «grueso» del protagonista Iribarren a cargo del «orgánico», primero y a modo de obertura con la «Tocata de la cantada al Santísimo para tiple» Prosigue, acorde lira, sobre el op. 5, nº 4 de Arcangelo Corelli (1740), siguiendo la habitual práctica de los «contrafactum» que hasta el propio J. S. Bach utilizó (como el Stabat Mater de Pergolessi que también inspirará al navarro). Dos movimientos en edición y transcripción de Antonio del Pino (I. Adagio – II. Allegro) para disfrutar del sexteto instrumental asombrándonos la feliz compenetración de Pinteño y Morie en los violines, y esa sonoridad característica con instrumentos «de época», que dieron problemas de afinación por el calor y cambio de temperatura incluso en la propia sala, siempre en su punto por estos intérpretes, antes de entrar ya con tres de sus cantadas recuperadas:

Sois mi Dios la hermosa fuente, aria al Santísimo con violines  de 1755 ( I. Aria -Allegretto-: Sois mi Dios la hermosa fuenteComo el ciervo que corre, cantada sola al Santísimo con violines de 1750 (I. Aria -Allegro gustoso-: Como el ciervo que corre y Hoy ese corderito, tonada al Santísimo de 1744 (I. Entrada -Allegro-: Hoy ese corderito – II. Recitado: En doradas espigas – III. Canción (Allegro): Ocultarse ese cordero), no organizadas cronológicamente pero «armadas» para jugar con los tempi variados y las combinaciones con o sin oboe, alternando órgano o clave así como disfrutar de esa mezcla de estilos que evolucionan con oficio, María Espada dándonos una lección de buen cantar recordando al kantor de Leipzig, al cura pelirrojillo y hasta la tonada española que J. Francés de Iribarren titula «canción» y el magisterio de la soprano pacense las hace propias e irrepetibles.

Es habitual en estos formatos alternar páginas vocales con instrumentales, y si además son obras que el propio Iribarren conoció, la unidad temática adquiere todo el sentido. Del veneciano Antonio VIVALDI (1678-1741) escuchamos una excelente e «hispana» Sonata en trío en re menor ‘La follia’, RV 63, de 1705, un Tema con variaciones donde disfrutar de Concerto 1700 en estado puro, cada variación todo un catálogo de virtuosismo por parte de cada músico, la «unidad sonora» de los dos violines, el oboe (que ganaría terreno «haciendo perder el juicio a los clarines» y de sonido menos abrupto que el metal) bien contrastado con el violín primero y no una mera duplicidad, más un continuo de lujo con la tecla alternando órgano y clave junto al compacto dúo formado por cello y laúd.

En la misma línea del propio compositor navarro, otras dos cantadas sacras de los españoles anteriormente citados: José de  Torres con Amoroso Señor, cantada al Santísimo con violines y oboe, de 1733 (I. Recitado: Amoroso Señor omnipotente – II. Aria -Andante-: Quien todo es amores – III. Recitado: Goza, goza dichosa – IV. Aria -Vivo-: Suave acento) puramente barroca, con María Espada plena de vocalizaciones ricas en matices y el aria rápida segura y con fuerza; después José de Nebra (1702-1768): Obedeciendo a leyes de amor grato, cantada sola al Santísimo Sacramento (I. Recitado: Obedeciendo a leyes de amor grato – II. Aria (Allegro): Aplaude, blasona), estilísticamente contemporánea de las compuestas por el navarro y ya con unos aires preclásicos sin perder el barroquismo de todo el «ensemble», nuevamente disfrutando tanto del recitativo como del aria rápida donde la soprano emeritense se desenvuelve con la aparente y engañosa comodidad de un estilo ideal para su voz.

Para completar la «moda italiana» en Málaga, y de la que también bebía Iribarren, de nuevo un «intermedio instrumental», Arcangelo CORELLI (1653-1713) con quien disfrutamos la Sonata a quattro para oboe, violines y bajo continuo, WoO 4 (I. Adagio – II. Allegro – III. Grave – IV. Spiritoso – V. Allegro), el «dos en uno» de Daniel y Fumiko más oboe de Rodrigo y ese bajo continuo siempre equilibrado, necesario, colorido y atento de Ester, Ignacio y Pablo.

Cerraría concierto de nuevo el protagonista «malagueño» Iribarren con la cantada que daba título al programa que llevan por León, Oviedo y MadridFogosa inteligencia, cantada al nacimiento con violines (1737), otra recuperación histórica con cinco partes (I. Recitado: Fogosa inteligencia – II. Aria -Amorosa-: Quedito, pastores – III. Recitado: Mirad con qué fervor – IV. Aria -Vivo-: Ya borrascas), escrita a los cuatro años de su llegada a la Málaga barroca, donde el estilo del maestro de capilla ya apunta al feliz encuentro entre lo hispano y lo italiano incluso en los tiempos y orden utilizado (RARA, por la alternancia recitado-aria) con ese final tan barroco de «borrascas», lucha entre la voz de María Espada, «dicha suprema», y la tormenta de Concerto 1700, «parabienes se den los mortales», verdadero nacimiento «con finas señales el motivo de todo solaz» vocal e instrumental, una pequeña muestra de nuestro patrimonio musical, mucho destruido por causas de todos conocidos pero también felizmente recuperado en Hispanoamérica donde Iribarren también sonaría en su tiempo.

Nuestro rico refranero dice que «Después de la tempestad llega la calma«, así que nada mejor que el regalo del Grave Hay dulcisimo amante… de una de las Cantatas al Santísimo escritas por Antonio de Literes (1673-1747), otro de los compositores recuperados ¡en Guatemala!, nueva delicia vocal de María Espada junto a Concerto 1700 en buena sintonía para esta tormenta igualmente climatológica a lo largo de la tarde, cuyo remanso lo pusieron estos defensores de nuestra música antigua cada vez más moderna.

Esplendor barroco

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Miércoles 11 de marzo, 20:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo: Universo Barroco – VII Primavera Barroca: Ay! Bello esplendor, grandes villancicos barrocos. Vozes del AyreAl Ayre Español, Eduardo López Banzo (órgano director). Obras de José de Torres (ca. 1670-1738), A. Corelli (1653-1713), Juan Francés de Irribarren (1699-1767) y Carlos Seixas (1704-1742).

Auténtica fiesta palaciega en este inicio de la séptima edición de la Primavera Barroca en colaboración de la Fundación de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo y el CNDM, que ofrecían nada menos que ocho estrenos mundiales, cinco de Torres y tres de su alumno Francés de Iribarren, con un programa alternando un conjunto vocal de ocho solistas perfectos para las obras elegidas, voces de larga trayectoria que se unen con el instrumental de siete dirigidos por el maestro López Banzo al órgano, equilibrio conseguido desde una sonoridad impecable en todos, puede que algo coja en uno de los contratenores aunque solamente en su intervención solista, con los textos a disposición del público en una presentación que otras veces debíamos conformarnos con la no impresa.
Como describe la presentación de este concierto, «El maestro José de Torres (ca. 1670­1738) y su discípulo Juan Francés de Iribarren (1699­1767) comparten protagonismo en este nuevo proyecto artístico de Eduardo López Banzo al frente de Al Ayre Español, articulado en torno a la estrecha relación profesional que existió entre los dos famosos compositores.
La prodigiosa imaginación musical, la acertada síntesis de los más variados estilos y la expresión vehemente y colorida de Torres encontrarán en Iribarren, quien sigue al comienzo de su carrera las pautas compositivas del maestro, un lenguaje más terso y galante y la constante búsqueda de un estilo sencillo y popular, sin abandonar su sofisticada escritura musical. Las variadas combinaciones vocales e instrumentales y las contrastantes temáticas de las obras elegidas para este programa muestran la sorprendente riqueza expresiva de este repertorio
«. Y no defraudaron en este programa de villancicos que nos acercaron un poco a lo que deberían ser las navidades palaciegas, aunque el incendio hiciese perderse todas las partituras que atesoraba.
La fiesta comenzaría con José de Torres¡Mirad y admirad portentos! (ø+), villancico general al Santísimo, a ocho voces con violines y oboe, todos los intérpretes jugando con los solos de María Espada y los dos coros enfrentados, música pegadiza y bien balanceada con una escritura respetando la propia rítmica del texto.  De la pobreza a las puertas (ø+), es un villancico de Calenda de Reyes, a ocho voces con violines y oboe (1714), de nuevo alternando coro y solos de María Espada y Víctor Sordo, dos voces bien empastadas por timbres y entendimiento, alternancias de estribillos y coplas muy vivas, para continuar con Pues el cielo y la tierra (ø+), villancico de Navidad a cuatro voces (1713), cuatro solistas masculinos jugando en las coplas y los aires festivos, instrumentos reducidos al archilaúd, contrabajo y órgano no solo dando réplica sino empujando una masa global, un tutti de estilo hispano pero con calidades internacionales más allá de un estilo italianizante tan de moda en estos albores del XVIII.

El «puente instrumental» tenía que ser en un idioma común y nada mejor que Arcangelo Corelli y su Sonata nº 10 en la menor, op. 3 (1689), Al Ayre Español en estado puro, ese dúo de violines en simbiosis arropados por los graves contundentes, el ropaje organístio y las perlas de Juan Carlos de Mulder, imprescindible en el continuo.

Vuelta a Torres para cerrar la primera parte con Lágrimas tristes, corred (ø+), villancico al Santísimo, a cuatro voces con violines, disfrutando nuevamente de las voces solistas (las sopranos, contrátenos y barítono, la mitad pero igual riqueza de escritura e interpretación, estribillo y coplas cantadas con el instrumental en los planos adecuados que permitieron paladear unos textos intrínsecamente musicales seguido del Luciente, vagante estrella (ø+), villancico de Reyes, a ocho voces con violines y oboe (1714), probablemente el más logrado por las combinaciones vocales y la aparición del estribillo-aria así como los solos cambiantes refrendados tanto por el coro como el ensemble donde el oboe de Pedro Lopes e Castro resultó casi una voz sin palabras.

La segunda parte sería la de Juan Francés de Iribarren, buen continuador del maestro en evolución natural del estilo comenzando con el bellísimo Tortolilla (ø+), villancico a dúo para reyes, con violines y oboe (1733), estribillo a dúo, al igual que el recitado, escena pura y un aria para soprano y tenor, María y Víctor, contrastes rítmicos y tímbricos más un ropaje instrumental de excelencia para siete números estructurados en espejo, nueva fiesta musical.
Si los aires italianos ponían el puente para Torres, en el caso de Francés de Iribarren sería el portugués Carlos Seixas con su Sonata para oboe en do menor, lucimiento solista de su compatriota con el ensamble sin violines y auténtico virtuosismo en tres movimientos donde la Giga central sonó plenamente francesa, elegante antes del Minueto final.

Y hasta la conclusión volvería Francés de Iribarren, primero con Cesen desde hoy los profetas (ø+), villancico de Calenda de Navidad, a ocho con violines (1739), algo más movida de lo que cabría esperar y poniendo en dificultades las largas frases de una María Espada que nunca defrauda, para terminar con una jácara vertiginosa a cargo de Víctor Cruz, Digo que no he de cantarla (ø+), jácara de Navidad a cinco con violines (1750), guitarra -por vihuela- de aire español internacional de unos compositores recuperados de los archivos de las catedrales salmantina, malagueña y guatemalteca que Eduardo López Banzo ha transcrito de los manuscritos originales inéditos, pues como bien nos recordó al finalizar el programa, se quemaron con el Palacio Real y gracias a esas copias podemos hacernos una idea de lo que sonaba en estas fiestas que casi recrearon en la sala de cámara del auditorio ovetense.

De regalo bisarían a Torres y el estribillo de Luciente, vagante estrella que da nombre al espectáculo, «Ay! bello esplendor», belleza y esplendor de un barroco que pujaba por mantenerse en unos tiempos casi tan complicados como lo actuales. Bravo por estos «ayres» del maestro maño.
(ø+) Recuperación histórica, estreno en tiempos modernos.

VOZES DEL AYRE: María Espada y Lucía Caihuela (sopranos), Sonia Gancedo (mezzo), Gabriel Díaz y Jorge Enrique García (contratenores), Víctor Sordo (tenor), Víctor Cruz (barítono), Javier Jiménez Cuevas (bajo).
AL AYRE ESPAÑOL: Pedro Lopes e Castro (oboe), Alexis Aguado y Kepa Artetxe (violines), Guillermo Turina (cello), Xisco Aguiló (contrabajo), Juan Carlos de Mulder (archilaúd y guitarra barroca). Eduardo López Banzo (órgano y dirección).

Primavera de cantatas

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Lunes 21 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de Cámara. CNDM Circuitos: «Primavera Barroca«. ¡Albricias, oh mortales! La cantata, entre Italia y América. María Eugenia Boix (soprano), Nerea Berraondo (mezzo), La Ritirata, Josetxu Obregón (chello y dirección artística). Entrada sin numerar: 15€ (abono seis conciertos: 72€).

Tercer concierto de una primavera barroca de climatología casi invernal que no logró llenar más de media sala de cámara, a pesar de la calidad de intérpretes e interesante programa donde nuevamente había obras recuperadas por encargo del CNDM y por tanto estreno en tiempos modernos.

La formación que lidera el chelista bilbaíno se presentaba en Oviedo con Tamar Lalo (flauta dulce), Hiro Kurosaki (violín), Miren Zeberio (violín), el continuo con Enrike Solinis (guitarra barroca y tiorba), Daniel Oyarzábal (clave) y el propio Josetxu Obregón (chello) más las cantantes María Eugenia Boix (soprano) y Nerea Berraondo (mezzo), recién llegados de las américas en Bogotá y Quito donde volverán -salvo el guitarrista y tiorbista bilbaino al que suplió «nuestro» Daniel Zapico– con este programa que completa precisamente el de Forma Antiqva en cuanto a la recuperación de las «cantadas» y la música italiana con el paso y peso de España aún con «sede napolitana» en esa época y dando el salto transoceánico.

Todo los músicos de La Ritirata son conocidos en estos circuitos tanto en solitario como completando otras formaciones, siendo una auténtica selección internacional que conforma distintos «equipos y entrenadores». Del equipo que vino a la capital asturiana (en Gijón estuvieron varios el pasado verano) además de Obregón recordar por mi parte a Oyarzábal al que escuché en el festival de órgano leonés así como a las dos cantantes (con Eduardo López Banzo).

El orden del programa se rehizo para equilibrar apariciones evitando igualmente entradas y salidas de los intérpretes, formando pequeños bloques en las dos partes donde la soprano montisonense abrió y cerró concierto dejando para la mezzo pamplonica el final de la primera e inicio de la segunda. Igualmente las combinaciones de los seis instrumentistas sirvieron para dotar de más colorido sonoro un programa realmente atractivo aunque desigual en las calidades de las obras interpretadas.

Francesco Mancini abría concierto con el «Amoroso y Allegro» del Concierto de cámara en re menor para el sexteto instrumental, antes de entrar con A. Scarlatti donde quedó quinteto (marchó el violín de la tolosarra) para presentarnos el «Allegro» del Concierto nº 9 en la menor que dió paso a Quella pace gradita (cantata de cámara) con la «Sinfonía» entrando Mª Eugenia Boix, recitativos sin flauta, también sin violín dejando a dúo el continuo y tres arias con la última en «tutti instrumental» y juegos entre flauta y voz que resultaron hermosísimos. Soprano lírica aunque no me gustan las clasificaciones para una voz ancha de gran centro pero agudos algo metálicos aunque los alcance sin problemas, algo totalmente distinto al registro grave donde, como la mayoría de voces actuales, pierde color aunque no demasiado volumen. Lo compensa con gran expresividad, musicalidad y entrega en un repertorio que siempre resulta engañoso entrañando dificultades a menudo mayores que el bel canto.

De Caldara escuchamos en el trío del continuo su «Adagio» y «Allegro» de la Sonata en sol mayor, disfrute del chelo y clave aunque la guitarra en vez de la tiorba resultó poco apropiada pese al intento de color español que parece aportar en rasgueo. Sin parar y como obertura escuchamos «Huye con ella» de El mayor triunfo de la mayor guerra (Manuel Ferreira) en la voz de Nerea Berraondo a dúo con el chello resultando destemplado en el amplio sentido de la palabra. Recuperada la formación de cuarteto y más afinada afrontó dos obras recuperadas de Juan Francés de Iribarren: Bello Esposso, dulce Amante, aria al Santísimo del archivo catedralicio malagueño, con recitativo acompañado por el continuo y el «area amorosa» a la que se sumó la flauta, lástima de mejor vocalización o dicción pero con un cuerpo y color grave que sigue siendo único, cercano al registro de contralto pero con agudos propios de su registro, por otra parte difícil de mantener equilibrado y abusando a veces de apoyaturas o crescendos que finaliza en unos fortes poco naturales. Y para contralto el «area» que titula el programa de La Ritirata, Albricias, oh mortales!, «cantada de contralto» con lo ya apuntado de notarse algo grave para la voz de la mezzo navarra, que compensó cambiando el color para afrontar con algo más de volumen las notas bajas.

La segunda parte comenzaba con el sexteto instrumental (tiorba de nuevo) que nos regalaron una buena interpretación del «Adagio» y «Allegro» del Concierto nº 23 en do mayor para flauta dulce, dos violines y continuo de A. Scarlatti, virtuosismo de la flautista israelí bien arropada por sus compañeros. Cambiando a la guitarra, la formación acompañó a una Nerea más cómoda en Tu sei quella che al nome sembri, como la instrumental del archivo napolitano de su conservatorio, introducción que prepara recitativo y aria por partida doble para la voz carnosa y redonda de Nerea Berraondo que estuvo más cómoda, finalizando con Il nomne non vanta di santa colei donde el tiempo vivo sirvió para dejarnos el virtuosismo de los dos violines y de nuevo la flauta de la israelí compitiendo con la mezzo en un remate hermoso de musicalidad a raudales.

Para finalizar nuevamente la soprano de Monzón con flauta y continuo de guitarra en dos anónimos bolivianos recuperados del archivo de Moxos: Aquí Ta Naqui Iyai y Chapie, Iyai Jesu christo, contrastadas en lento y vivo donde esta vez sí hubo el color rítmico de los rasgueos en la guitarra y las melodías con textos indígenas aunque poco claros en su vocalización. De Domenico Zipoli pudimos escuchar cual intermedio instrumental su Sonata para violín y continuo en la mayor para apreciar al excelente solista austríaco de origen japonés (y profesor de su instrumento en el Conservatorio Superior de Música de Madrid), obra con los habituales clichés de su época bien escrita en cuatro movimientos contrastados (Largo – Allegro – Largo – Allegro) y cómoda de escuchar -supongo que menos de interpretar-, antes de que Mª Eugenia nos cantase solo con el continuo (guitarra en vez de tiorba) O Daliso, da quel di che partisti, recitativo y aria también por partida doble donde los instrumentos se combinaron buscando colorido que reforzase los textos, nuevamente poco inteligibles, de esta obra del compositor italoargentino: el primer recitativo con clave y chelo, el aria Per pietade aure serene con chelo y guitarra, el recitativo Aure fonti cantada solo con el chelo (repitiendo la afinación imprecisa) y el aria final Senti o caro ya con el trío y una Boix entregada.

Una propina de Monteverdi, Damigella tutta bella, SV 235 con el dúo vocal femenino y los seis instrumentistas puso final a esta velada barroca muy llevadera, con obras interesantes por lo que supone de recuperar patrimonio aunque no entre las llamemos inmortales, pero que desde la profesionalidad de estos músicos de La Ritirata siempre suenan con frescura y plenamente actuales. A fin de cuentas esta llamada «música antigua» sólo tiene de antigua el nombre cuando se interpreta como lo hace esta generación.