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Mahler en La Viena española

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Lunes 21 de febrero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Orchestre de la Suisse Romande, Emmanuel Pahud (flauta), Jonathan Nott (director). Obras de Ibert y Mahler.

Programa para no olvidar el de este lunes ovetense con dos regresos muy esperados y de mucho «tirón» entre la gente joven que daba gusto ver, por un lado «el flautista de Berlín» y el Nott mahleriano como pocos al frente de su orquesta, gira española con Oviedo en el punto de partida, hoy más que nunca «La Viena española».

Si hace tres años, antes del Covid, escribía que Pahud había sido cual flautista de Hamelin por su poder de convocatoria, repetía con Jacques Ibert y su conocidísimo, además de difícil, Concierto para flauta, que parece obligado y esperado en el virtuoso franco-suizo, verdadera estrella de su instrumento en este siglo XXI, flauta de oro para una obra que sigue siendo maravillosa en su interpretación y más con una orquesta como la de la Suisse RomandeJonathan Nott concertando, el lirismo del Andante central verdaderamente cantable como así lo entendió el director, más los diabólicos Allegro y Allegro scherzando, impresionante despliegue técnico y vital con un empuje rítmico de los suizos que Nott tiene bien aleccionados, encajes perfectos, balances siempre adecuados al solista, secciones equilibradas y  la cadenza final del francés para tomar nota los muchos estudiantes de flauta hoy asombrados.

Como lección magistral su Airlines del oscarizado Alexandre Desplat (1961), un universo flautístico que con Pahud parece haberse escrito a su medida para seguir disfrutando de su sonido pulcro, poderoso, amplio y matizado, un placer auditivo y visual del «flautista de Berlín«.

El alma necesita escuchar a Gustav Mahler al menos una vez al año en vivo, y si es con un director convencido y reconocido mejor aún, esta vez «La Quinta» (Sinfonía nº 5 en do sostenido menor) con un Nott que hace cinco años con esta misma orquesta ya  nos enamorase con la Titán.

Aunque me repita más que la morcilla de una buena fabada, no hay quinta mala; entonces fue la de Schubert y esta vez la de nuestro idolatrado Mahler del que seguimos disfrutando «su tiempo» y sus obras, la mejor biblia del melómano. La Quinta son palabras mayores y necesita una orquesta no solo numerosa y potente como lo es la Suisse Romande, también de una dirección que exprima cada sección en cada movimiento desde el más mínimo detalle. Mahler vuelca en los cinco movimientos todo un conocimiento tímbrico, agógico, melódico y rítmico tan exigente que cual orfebre desde el podio debe ir sacando en todo momento sin descanso alguno. Jonathan Nott es riguroso, lo marca todo, desgrana las flores imprescindibles entre tanta vegetación. Esta sinfonía la conoce y habrá dirigido cientos de veces, los acólitos mahlerianos coleccionamos grabaciones y almacenamos conciertos vividos con emociones encontradas. La Quinta es como el propio Nott ha dicho, «una obra llena de claroscuros, de tristeza y felicidad al mismo tiempo«, y así sucedió en esta Viena española con un público atento a todo un ceremonial único y siempre distinto.

El inicio de la trompeta en la «Danza fúnebre» (Trauermarsch) ya pone la tensión en toda la orquesta, Nott va hilando con cada uno de los suyos, tal como hiciese en sus inicios con la de Bamberg, colocación vienesa para una paleta amplísima de matices sin llegar al espasmo, una cuerda aterciopelada cuya disposición ayuda a disfrutar en su totalidad, una madera rica de timbres, la percusión siempre medida y especialmente los metales que en la quinta son el eje vertebrador. El rubato en su momento justo marcado por Nott que necesita plena concentración de su orquesta, siempre respondiendo a cada gesto. El movimiento turbulento del Stürmischs bewegt… mantuvo esa línea continua de claroscuros, avanzada en la primera sinfonía y ahora aún más intensa, la auténtica montaña rusa de contradicciones hechas música, pianísimos increíbles, crescendos medidos hasta el punto álgido, exacto aún teniendo mayor recorrido pero sin querer abusar de las emociones, los constantes cambios de tempo que la orquesta atendió en todo momento, con unos balances en las secciones impresionantes, el detalle puntual que el director británico remarca constantemente. El rigor en la dirección y la pulcritud de la interpretación, un Scherzo en su punto justo, poderoso (Kräftig) y pastoral, no tan rápido (nocht zu schnell) para disfrutar de cada nota, de cada sonido, de la textura mahleriana indescriptible, con unas trompas donde brillaría especialmente Julia Heirich, más todos los bronces plenamente «alpinos» con un rítmico landler austriaco delicado, contrastado en cada sección, un espectáculo contemplar las manos de Nott marcando todo con la respuesta milimétrica de unos músicos entregados. El famosísimo Adagietto marcó la perfección de una cuerda única y un arpa celestial, que de nuevo y por colocación fue el más placentero de los sentimientos sonoros además de personales, la mezcla equilibrada  de dolor y alegría que Mahler entendió como nadie. El éxtasis que parecía no querer llegar al fin sonaría con el Rondo-Finale, nuevo toque «pastoral» con trompas y oboe, juego de maderas y metales antes del último tramo, cuerda poderosamente clara, contrapuntos bordados, Nott todopoderoso, pintor de luces sonoras, pincelada aquí, trazo largo allá, color resaltado, empuje y contención, protagonismo orquestal para el cénit rotundo.

Éxito total, varias salidas a saludar, de nuevo un Mahler de Jonathan Nott en «La Viena española», felices de vivir otro concierto olvidando pandemias, mascarillas y sinsabores. La propia vida de Mahler en su música y nuestra Alma.

Coloridos vientos franceses

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Domingo 13 de junio, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio de Oviedo: Les Vents Français. Obras de Saint-Saëns, Hindemith, Mozart, Klughardt y Poulenc. Entrada butaca: 20 €.

La primavera va finalizando y con ella el curso académico así como las temporadas de conciertos, y este domingo festividad de San Antonio traía aires franceses en un programa camerístico a cargo de Les Vents Français, seis profesores y solistas de larga carrera unidos para este proyecto, concierto variado, ameno y que vuelve a recordarme el importantísimo papel que las sociedades filarmónicas han jugado en la educación musical de muchas generaciones de melómanos, el primer acercamiento a unas músicas que no solo forman sino que preparan el oído y la interpretación para las grandes obras sinfónicas. Tengo pendiente una entrada para testimoniar la influencia que esas sociedades han tenido en Asturias y que han convertido a Oviedo en la Viena española, una tradición que necesita varias generaciones para poder recoger los frutos que degustamos en todos los géneros, del camerístico al sinfónico, lírico con ópera y zarzuela, orquestal y pianístico, siendo muy apreciada y nunca suficientemente programada la música de cámara sin la que es imposible apreciar el resto y demasiadas veces el único camino de poder asistir y vivir con y por la música.

Les Vents Français comandados por «el flautista de Berlín» Emmanuel Pahud lo completan François Leleux (oboe), Paul Meyer (clarinete), Gilbert Audin (fagot), Radovan Vlatkovic (trompa) y Eric Le Sage (piano) se han convertido en firmes defensores y promotores de unas páginas que a menudo son la carta de presentación para formas mayores, y así quedó demostrado con los cinco compositores elegidos para este nuevo Concierto del Auditorio, conocidos y no tanto, aplaudiendo a los programadores que entienden perfectamente la necesidad de este repertorio para continuar sembrando y educando a una afición que no falla ni siquiera en tiempos de Covid. Me congratula además comprobar cuántos jóvenes músicos (muchos de mi Ateneo Musical de Mieres) disfrutaron con estos maestros del viento, espejo en el que seguir mirándose para una carrera con futuro.

Primera parte combinando formaciones y colores, increíble manejo compositivo y conocimiento de cada instrumento, para con estilos distintos pintar unas músicas siempre cercanas, interpretadas con la técnica asombrosa al servicio de la escritura por estos virtuosos.

Primero el francés C. Saint-Saëns (1835-1921) y su Caprice sur des airs danois et russes, op. 79 (1887), trío de maderas (flauta, oboe y clarinete) con piano jugando con aires daneses y rusos reconocibles para lucimiento de las cañas más un acompañamiento siempre agradecido del piano en feliz entendimiento, especialmente sentidas las intervenciones melódicas de los solistas y la luz nórdica de mi recordado Skagen vista desde el pincel musical del galo.

Un pequeño paso cronológico y grande de estilo con el alemán P. Hindemith (1895-1963) cuya Kleine Kammermusik  op. 24, nº 2 (1922) para quinteto de viento, dibuja un lenguaje casi sinfónico, atrevido e inspirado en los «clásicos» para una formación con tímbricas bien entendidas, incluso el guiño al flautín, matices delicados, protagonismos compartidos y la sonoridad redonda que suponen el fagot y sobre todo la trompa. Cinco movimientos (I Lustig. Mäßig schnell Viertel – II Walzer. Durchweg sehr leise – III Ruhig und einfach – IV Schnelle Viertel – V Sehr lebhaft) como acuarelas de trazo fresco enriqueciendo la anterior paleta francesa, delineadas con tinta china, una música de cámara que solo tiene de pequeña el título pues la interpretación fue grandiosa con estos cinco vientos vecinos capaces de soplar desde la leve brisa al huracán sonoro.

No podía faltar el genio de Salzburgo que escribió para todos los instrumentos de viento. W. A. Mozart (1756-1791) en el Quinteto de viento con piano en mi bemol mayor, K. 452 (1784) prescinde de la flauta para mostrar otra combinación de colores con el oboe en la tesitura aguda donde las teclas dan el soporte armónico y contrapuntístico con su firma única y reconocible, mientras cada instrumentista tiene el momento de gloria y lucimiento en los tres movimientos ( I. Largo – Allegro moderato; II. Larghetto; III. Rondo. Allegretto), paleta tímbrica a elegir y seguir por los compañeros de programa desde este clasicismo vienés como escuela compositiva cuyo movimiento central condensa todo el vendaval mozartiano de melodías bien retratadas.

Con un breve descanso para tomar aire y sin movernos  de las butacas esperando la segunda parte llegaría mi personal «descubrimiento» camerístico (aunque grabado por los franceses para el sello Warner): el alemán A. Klughardt (1847-1902) cuyo Quinteto de viento en do mayor, op. 79 (1898) me asombró por la técnica y gusto de esta composición, digna de seguirse con la partitura delante por las combinaciones de estos cinco instrumentos en todos los registros y colores, romanticismo académico lleno de volúmenes, inspiraciones de una musicalidad que estos virtuosos hicieron grande dibujando al detalle sus cuatro movimientos (I Allegro non troppo; II Allegro vivace; III Andante grazioso; IV Adagio – Allegro molto vivace). Largos y merecidos aplausos para una obra desconocida para la mayoría, que encandiló por su calidad y aparente sencillez, algo solo al alcance de unos pocos intérpretes.

Y nada mejor viniendo de Francia que finalizar con F. Poulenc (1899-1963) y su Sexteto para viento y piano, FP. 100,(1932-1939), verdadera joya camerística en tres movimientos que Les Vents Français convirtieron en lección magistral de música de cámara del pasado siglo todavía vigente y actual, colorida, dinámica, brillante, evolución de una escritura que avanza sin perder la línea, rindiendo tributo a un género ideal para experimentar con unas tímbricas y rítmicas explosivas llenas de dinámicas maravillosas, exigencias para los seis intérpretes ensamblados a la perfección en esta obra curiosamente editada en Dinamarca por la Editora Hansen (1945) como queriendo volver al punto de partida de este viaje europeo con escuela francesa.

Y un regalo devolviendo el placer de volver a tocar con público como presentó el trompista croata en un perfecto español, la «Gavotte» del Sestetto op. 6 del ítalo-austríaco Ludwig Tuille (1861-1907), otro «descubrimiento» de estos profesores para despedir una apacible tarde de domingo donde la tormenta musical tuvo su acompañamiento climatológico.

El flautista de Berlín

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Martes 30 de enero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Orquesta de Cámara de París, Emmanuel Pahud (flauta), Douglas Boyd (director). Obras de Mozart, Ibert y Ravel.

Crítica para La Nueva España del jueves 31, con los añadidos de links, fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva

En la historia de quienes peinamos canas recordamos flautistas famosos, desde el literario de Hamlin o Hamelín pasando por el francés Jean-Pierre Rampal (1922-2000) o el televisivo Sir James Galway (1939). El solista desde los tiempos de Abbado en la mediática Filarmónica de Berlín, Emmanuel Pahud (1970), atrajo al auditorio un público variado con abundancia de estudiantes, que como el del cuento de los Hermanos Grimm, sacó de sus guaridas una juventud ávida de figuras, y el flautista francosuizo es una de ellas (entrevistado en LNE), ejemplo de virtuoso que sienta cátedra en todo el mundo con los mejores directores y agrupaciones.

Solo para virtuosos es la Fantasía sobre “La Flauta Mágica” de Mozart, en arreglo de Robert Fobbes, seudónimo del compositor y director belga Robert Janssens (1939). En la línea de los medleys o popurrís que popularizasen en los 80 Louis Clark con sus “Hooked on” o nuestro inefable Luis Cobos pero sin el “chumpachún”, estas fantasías fueron la forma de dar a conocer fragmentos de óperas famosas, aunque no tan agradecidas ni vistosas como la de Carmen (que cierra la temporada de ópera ovetense) de nuestro Sarasate. La flauta de Pahud sonó mágica en parte por la orquesta parisina, calificada de cámara por no sobrepasar los 45 miembros, con presencia femenina casi paritaria y Deborah Nentanu de concertino, vientos a dos, ideal en volúmenes para este cuento musical con el titular Boyd igualmente acertado. Reconocibles las arias elegidas de Papageno o Sarastro, luciendo más las rápidas por el despliegue técnico del “berlinés” con su refulgente flauta dorada más reina de la noche que la de Mozart. Los alumnos tomarían nota de todos los recursos de este aerófono de bisel en manos de una figura mundial.

El Concierto para flauta y orquesta de Jacques Ibert (1890-1962) está en el repertorio obligado, forma académica tripartita y aires llenos de “charme” muy francés, respirando aromas de Debussy, Ravel o Fauré con toques de jazz (como Rampal en la Suite de Claude Bolling). Gran lucimiento técnico y musical de Pahud en los tiempos rápidos extremos más un jugoso intermedio lento donde la flauta verdaderamente canta con ese ropaje orquestal que deja en el río los roedores de Hamelín y desanda el camino para la segunda parte.

Ya sola la orquesta de “chambre”, en colocación vienesa cuidando sonidos, texturas y limpieza expositiva, Le Tombeau de Couperin (Ravel) sumaría el arpa para un homenaje a la música francesa perfectamente traducida por los parisinos con Boyd al frente, adaptación de los seis números originales para piano a cuatro para esta suite orquestal, apacible en instrumentación que resultó ideal para el compositor vascofrancés destilando perfumes del país vecino en los felices años 20, y dejaría clara la calidad de una formación camerística segura en este programa dentro de una gira española con parada obligada en Oviedo, “La Viena del Norte”, solistas solventes y sonido limpio. Brillante el Rigaudon final antes de la última escala en este viaje musical con el flautista mágico al inicio.

En vez de la segunda sinfonía de Beethoven (poco escuchada) quedó más apropiada con el resto del concierto Mozart y su Sinfonía nº 35 en re mayor, “Hafner” K. 385 para cerrar el círculo verdaderamente mágico. Serenata elevada a gran forma orquestal para unos parisinos que nuevamente derrocharon calidad en la búsqueda de sonoridades casi historicistas, optando por trompas y trompetas naturales junto a timbales de latón con baquetas de madera, que llevados con mano firme por Douglas Boyd interpretaron los cuatro movimientos de forma aseada. El Presto final quedó algo oscurecido en los contrabajos pero no restó enteros a una visión global casi lírica por la limpieza de líneas melódicas, el gusto por el sonido claro y unos tiempos ajustados.

Y el regalo tras la apertura operística se mantendría nada menos que con Rossini y su “Barbero de Sevilla” que parecía tener prisa y más que los buenos tiempos de Calzón frente al Campoamor sonaría cual Fígaro del omnipresente Mozart en la Orquesta de Cámara de París, con la timbalera cambiando a bombo y platillo al Boyd “maestro repetidor” en este nuevo concierto del auditorio, casi lleno y muy entusiasta. Hacen falta figuras como el flautista de Berlín para seguir apostando por el público del futuro.

Con admiradores y estudiantes al finalizar el concierto