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Regresos muy esperados

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Domingo 4 de febrero, 19:00 horas. «Los Conciertos del Auditorio» (25 años): Ellinor D’Melon (violín), Orquesta Nacional de España (ONE), Jaime Martín (director). Obras de Granados, Lalo y Berlioz.

En diciembre de 2020, aún con los efectos pandémicos, el tándem Martín-D’Melon actuaba en el auditorio dentro de la programación de la OSPA, y los recuerdos están en el blog. Sobre la ONE que me descubrió el mundo sinfónico con Frühbeck de Burgos en aquellos Otoños gijoneses, al menos pude disfrutarla con su titular el pasado verano dentro del Festival de Granada en uno de los mejores conciertos orquestales que pasaron por el Palacio de Carlos V. Así que esta vuelta conjunta a la que seguiré llamando «La Viena Española» (que en la red social X que transito causa risa), tras las anteriores visitas de la orquesta de todos aquel «lejano» 1996 con Enrique García Asensio en el Teatro Campoamor (sin Redes Sociales), o en el más próximo 2007 (donde me quedaba un año para inaugurar blog), pienso que era hora de esta nueva visita a Oviedo, más en estas Bodas de Plata y con un programa donde mostrar su músculo sinfónico, una ocasión más de comprobar que las expectativas dominicales no eran infundadas.

El programa que trajo la ONE con el cántabro Jaime Martín (Santander, 1965) –actual principal director invitado de la OCNE a la batuta- era arriesgado y agradecido para poder mostrar no ya el poderío de «la Nacional» sino la buena química con el podio, que ya se notó en el poco frecuentado preludio del tercer acto de la recuperada ópera de Granados Follet (1903) que bien explica la doctora Sanhuesa en las notas al programa. Partitura en busca de un lenguaje catalán alternativo a la zarzuela que tiene sonoridades wagnerianas (aún cercanas en nuestro oído) y la luminosidad mediterránea, ya interpretada con anterioridad por Martín y la ONE, notándose trabajada en una amplísima gama de matices y calidad en todas las secciones, con una cuerda poderosa (16/14/12/10/8) más dos arpas, viento bien empastado tanto en maderas como en metales, y una percusión siempre en su plano pero segura. Buen preludio para escuchar a continuación a la violinista de origen cubano Ellinor D’Melon Moraguez (Kingston -Jamaica-, 2000) que ha debutado en disco grabado en marzo del pasado año el Tchaikovsky que le escuchamos en Oviedo junto al Lalo de este domingo, ambos compositores con el maestro cántabro a la batuta- aunque la grabación para  el sello Rubicon Classics se realizó con la irlandesa RTÉ National Symphony Orchestra de la que Jaime Martín es titular. Un seguro de duro trabajo previo que en el siempre irrepetible directo se comprobó desde la primera nota del «tutti» y el primer arranque solo del Allegro non troppo.

Aunque parece que las toses, móviles y la mala costumbre de aplaudir los distintos movimientos se está haciendo «viral» (al menos sirvieron para ajustar la afinación), este concierto para violín del francés Lalo es todo un homenaje a nuestra música dedicado a Pablo Sarasate. Algo de sangre española corre por las venas de D’Melon actualmente viviendo en Madrid, y el trabajo previo del disco con Jaime Martín se notó en cada uno de los cinco movimientos que todos sentimos próximos. Excelente concertación para una escritura cuya instrumentación respeta siempre al violín solista, pero el buen gusto en la interpretación fue la nota dominante, con la orquesta escuchando cada intervención de la jamaicana, limpia y presente en los agudos, aterciopelada en los graves, con un arco que saca toda la riqueza del timbre. Sumemos la mano izquierda del santanderino que es un verdadero primor y no le importa soltar la batuta para imprimir el carácter lírico del cuarto movimiento, que al menos el aplauso no rompió el nexo con el último), con una orquesta algo más «menguada» en plantilla (pícolo, maderas a dos, 4 trompas, 2 trompetas, 3 trombones, timbal, caja, triángulo, arpa, cuerda completa -14/12/10/8/6- y violín solista) pero que mantuvo la calidez y calidad del resto del concierto. Martín funcionó cual ingeniero de sonido para encontrar el balance perfecto en todas las intervenciones del «tutti», controlar las dinámicas del viento y conseguir un volumen siempre adecuado al servicio de D’Melon y su Guadagnini de 1743, así como los complicados cambios de ritmo o el «rubato» de una solista cuyo cuerpo reinterpreta lo que el instrumento hace sonar. Un Allegro non troppo de aires «flamencos» y ritmo de habanera bien cantada, más un Scherzando: Allegro molto con una hermosísima seguidilla y jota sobre el pizzicato del arpa y la cuerda cual guitarra que Martín logró con la ONE, coreografía gestual en el podio acompañando a la violinista de sonido cristalino, acentuaciones rítmicas y concertación brillante.

De nuevo una habanera lenta (Intermezzo: Allegretto non troppo), sentida por la solista pero cantada por toda la formación que Martín balanceó con mimo en cada detalle, y que se inspira, como bien escribe María Sanhuesa«en ‘La Negrita’, de Sebastián Iradier, compuesta unos años antes que la obra de Lalo». Magia sonora con unas trompas y timbales melancólicos del Andante contestado con otra demostración de excelente concertación y complicidad entre solista y orquesta para una partitura que este tándem conoce a la perfección, violín «cantabile» acunado por la ONE antes del último Rondó: Allegro donde volver a escuchar los  motivos de los cuatro movimientos anteriores en un derroche de reguladores que hicieron brillar siempre a la solista, culminando esta peculiar sinfonía española donde brillaron todos: cuerda tersa, maderas casi bucólicas, metales redondos y percusión en su sitio, mostrando el virtuosismo de la cubano-jamaicana cual reencarnación del navarro para esta página a él dedicada y que diríamos que «viaja» con D’Melon desde siempre.

La propina de «dios Bach» y el primer movimiento (Adagio) de su Sonata nº 1 en sol menor,  BWV1001, donde Ellinor D’Melon hizo llegar su musicalidad y fraseos perfectos con un sonido puro lleno de matices para escuchar en solitario el «poderío» del Guadagnini en las manos de la solista que volvió a dejarnos tan buen sabor de boca (mejor que decir «de oído») en este regreso al auditorio ovetense.

Y con toda la «gran plantilla» de la ONE donde no faltaron profesores invitados, nada mejor que una segunda parte con la siempre impactante Sinfonía Fantástica de Berlioz, otra joya francesa de la orquestación donde la idée fixe va pasando por todas las secciones. El maestro Martín dominó nuevamente los balances, tempi y una amplia gama de matices envidiables para una formación imponente. Una verdadera sucesión de estados de ánimo en un enamorado Héctor para cada uno de los cinco capítulos: un ensoñador primer movimiento que arranca una cuerda aterciopelada y siempre presente (se agradecen las tarimas en los contrabajos), la alegría de un baile a ritmo de vals bien marcado (dos arpas presentes, precisas y encajadas), la pausada escena campestre (excelente el dúo corno y oboe en el palco), el suplicio de la marcha al cadalso (pasé ganas de hacerla real ante la tortura de toses a mi espalda que ni siquiera apagaron los cuatro timbaleros), y esa apoteósica noche de brujas (la cuerda siempre presente ante el iracundo aquelarre sinfónico, «tocando madera» mágica, metales «al rojo vivo» y brillante toque de campanas fuera del escenario) que verdaderamente hicieron «fantástica» esta sinfonía más que «psicodélica» que diría Bernstein (de nuevo actual con Maestro) con los episodios de la vida del artista. Todos lo fueron pero no pesadilla sino sueño sinfónico al mando de un Jaime Martín cada vez más demandado por tantas orquestas por su buen hacer de respeto e interpretación personal que siempre aporta momentos únicos haciéndose respetar con su gestualidad clara y expresión precisa que da confianza a sus músicos.

Verdadero éxito de este esperado regreso con un público entregado, aunque sin llenar esta tarde dominical. ¡¡Enhorabuena!!

PROGRAMA:

PRIMERA PARTE

Enrique Granados (1867-1916): Follet, preludio del acto III.

Édouard Lalo (1823-1892): Symphonie espagnole, op. 21 (I. Allegro non troppo; II. Scherzando. Allegro molto; III. Intermezzo. Allegro non troppo; IV. Andante; V. Rondo: Allegro).

SEGUNDA PARTE

Hector Berlioz (1803-1869): Symphonie Fantastique, op. 14 (I. Rêveries – Passions; II. Un bal; III. Scène aux champs; IV. Marche au supplice; V. Songe d’une nuit du sabbat).

El norte cálido y musical

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Viernes 11 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Seronda VI: Ellinor D’Melon (violín), OSPA, Jaime Martín (director). Obras de Chaikovski y Sibelius. Entrada butaca: 15 €.

Retomamos la «anormalidad» tras otro cierre imprevisto, y la vuelta al auditorio con aforo reducido más todas las medidas de prevención e higiene en estos tiempos que lo han cambiado todo menos las ganas de música en vivo. Un poco hartos de la incertidumbre, del vivir al día pero también de conciertos en streaming que nos ayudan a «conectar sin desconectar» y mantener una esperanza que nunca se pierde.

Mis sinceras felicitaciones y gratitud a la OSPA por el esfuerzo en mantenernos con hambre de directo, y tras la pasada semana donde la pantalla seguía delante de nuestros ojos con un programa impresionante (Concierto de piano de Gershwin con la francesa Lise de la Salle y la Séptima del «Beethoven 250») volvía el maestro santanderino al frente de la formación asturiana con otro programa para disfrutar, músicas de la gélida Rusia, Tchaikovsky y Sibelius (desde el Gran Ducado de Finlandia dependiente del Imperio Ruso por entonces) escritas lejos del mundanal bullicio que nos dejaron la calidez de unas obras para un público fiel y expectante por volver a la butaca «de verdad», a paladear el sonido analógico y real que la era digital no conseguirá nunca.

Se presentaba la joven violinista jamaicana de origen cubano Ellinor D’Melon (2000) nada menos que con el Concierto para violín op. 35 (1878) de Tchaikovsky donde primó el virtuosismo del sonido desde una técnica depurada, la música sentida y detallada de rubato plenamente romántico y contenido perfectamente entendido por Martín -que ya la ha dirigido en Gävle (Suecia) y Barcelona precisamente con este concierto– con una OSPA atenta, escuchándose, conectando, disfrutando, como si el público enviase esa sensación de confort cercano.

Tiempo ajustado sin excesos en el Allegro Moderato inicial con una orquesta rotunda y delicada arropándola, una cadenza de seda con ese sonido único del Guadagnini de 1743 (amablemente prestado por un donante anónimo de Londres) y de una agógica impactante antes de la entrada orquestal encajada con la maestría del buen concertador que es el director santanderino, ese movimiento «redondo» del ruso de orquestación brillante; segundo movimiento Canzonetta andante para seguir apostando por el terciopelo, sonidos contagiosos de texturas cuidadas tanto en la violinista como en los primeros atriles sinfónicos, maderas empastadas creando atmósferas cálidas y juegos delicados dialogados con sentimiento sonoro de la jamaicana envuelta en el halo de la cuerda hoy comandada por la concertino invitada Elena Rey, todo bien sacado a la luz con el gesto claro de Jaime Martín, esos aires quasi zíngaros y vitalistas de un tejedor detallista que no deja nada al azar permitiendo disfrutar a todos, sonsacando unos graves necesarios antes del vibrante Allegro vivacissimo final, más complicidades y ajustes perfectamente encajados, el ritmo contagioso con el balance siempre ideal entre solista y orquesta, el sonido que todo lo envuelve, el juego musical y virtuoso donde la interpretación toma sentido en este único concierto de violín de Tchaikovsky que Ellinor entiende con personalidad y Martín ayudó a redondear con la calidad que no se ha perdido. Bravo.

Y sin apenas descanso llegaría Sibelius, porque «no hay quinta mala» como digo siempre, la sinfonía estrenada hace ahora 105 años, y que menos alegrías dio al finlandés, llegando a rehacerla hasta tres veces sin renunciar a ninguna de ellas, pero al que, como a Mahler, le llegó su tiempo. La Sinfonía nº 5 en mi bemol mayor, op. 82 resulta compleja en su concepción e interpretación. Tres movimientos que exigen de la orquesta un empaste especial y unas dinámicas exigentes para no desencajar nada, una cuerda tersa de sonido intenso, unos metales orgánicos en cuanto a presencia y homogeneidad, la madera creando un color único sin perder presencias solistas, más unos timbales que deben dominar sin atronar. Todo funcionó a la perfección nuevamente con el buen hacer del maestro Martín, mano derecha clara y precisa, mano izquierda atenta y rigurosa, gestualidad global para las dinámicas pese a que la mascarilla prive de mejor comunicación pero que el trabajo continuado logra sobrepasar.

El compositor nórdico no contempla su obra como un simple desafío técnico sino como un proceso de sensaciones e intuiciones. El primer movimiento, Tempo molto moderato – Allegro
moderato – Presto
, un ente propio dentro de la globalidad, de nuevo la búsqueda del sonido cálido contrastado con esa inestabilidad emocional que la partitura refleja, el paisaje gélido y tensiones que fluyen cual viento del norte, empujado por esos golpes percusivos que animan el ritmo cardiaco antes del concluyente final. Tras la tormenta llega la calma, el Andante mosso, quasi allegretto para disfrutar con todo el viento, especialmente la flauta  acunada por los violines en pizzicati, el reposo como de lago congelado en un día nítido, luminoso, el equilibrio bien balanceado desde el podio, dibujos en el aire para este movimiento plácido que en su final comienza a inquietarnos, agógica y dinámica perfectamente equilibradas antes de desembocar tras la modulación en el  Allegro molto – Misterioso, cuerda ágil y limpia, impetuosamente rítmica mientras el resto envuelve de «misterio» un relato sinfónico magistral con ese final único y genial: seis acordes separados por los silencios que resonaron en la gran sala del auditorio ovetense huérfano y entregado.

El propio Sibelius escribiría el 26 de enero siguiente: «una vez más trabajando en la Sinfonía 5. Batallando con Dios. Quiero darle a mi sinfonía una forma diferente, más humana. Más terrenal, más vibrante — el problema es que yo mismo he cambiado mientras trabajaba en ella«. Todos hemos cambiado, más humanos y terrenales pero también hemos vibrado con esta quinta donde Jaime Martín y la OSPA lograron de nuevo el milagro único de la música en directo, sensaciones compartidas, gratitud mutua y esperanza en esta «anormalidad» con la que tendremos que convivir. De nuevo el público sigue dando ejemplo y demostrando que la cultura es segura.