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El instrumento perfecto

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Lunes 27 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Royal Concertgebouw Orchestra, Janine Jansen (violín), Klaus Mäkelä (director). Obras de Purcell, Britten, Dowland y Schumann. Fotos propias y de Alfonso Suárez.

Cada pianista suele tener (y a menudo elegir) una marca con la que se identifica y siente más cómodo para sus conciertos, y así Steinway©, Yamaha© o Bösendorfer© son el instrumento preferido aunque normalmente tengan que «lidiar» con otros y no siempre en el estado ideal para una buena interpretación. Pese a todo tampoco todos saben sacar el máximo partido a un buen piano, y el buen ejecutante siempre hará sonar como suyo todo teclado con el que se encuentre, mientras tampoco las buenas marcas son seguro de buen concierto dependiendo quién las haga sonar.

Este paralelismo pianístico inicial lo traigo por el orquestal, recordando a Berlín, Viena o Ámsterdam, pues sus filarmónicas son como empresas que suponen tener el material con el que todo intérprete quiere construir, formando parte suya, y los directores ponerse al frente con «el instrumento perfecto». Por Oviedo han pasado esas «tres marcas» y no siempre con el mejor ejecutante de tan grandes instrumentos sinfónicos, pero tengo claro que el finlandés Klaus Mäkela (Helsinki, 17 de enero de 1996) hace sonar más que bien toda orquesta que dirige, haciéndose el deseado desde la primera  vez que trabaja con ellas y asombrando allá donde quieren «ficharlo».

Si en Granada me ganó para la causa con dos conciertos y una buena orquesta como la de París -que dicho sea de paso no está entre las «marcas famosas»- ya en Oviedo (parada entre Barcelona y Madrid) venía con la Real Orquesta del Concergebouw de Ámsterdam (RCO) de la que será su titular a partir de 2027 (simultaneándola con la de Chicago) para seguir reafirmándose como «uno de los más prometedores jóvenes directores del mundo» en el más esperado de los conciertos de esta temporada, «transformando cada debut en algo similar a un flechazo sentimental« como escribía en una entrevista de este lunes Pablo L. Rodríguez, autor de las notas al programa. El director finlandés es un intérprete de altura que, con un instrumento perfecto como la real orquesta neerlandesa (parece no es correcto decir holandesa), volvió a enamorarnos y hacer caer rendido a un auditorio al completo, sabedor de estar ante otro concierto histórico en la capital asturiana.

Este programa que traían a Oviedo (y segundo de Madrid, que no harían en Barcelona) podría calificarse de atrevido por inusual pero muy coherente al encontrarnos para la primera parte con la Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860 de Purcell junto al Concierto para violín y orquesta, op. 15 de Britten ya con Janine Jansen (Soest, 7 de enero de 1978) preparada, pues el solo de trompetas y trombones a pares con el atabal enlazarían sin pause con el redoble de timbal que arranca el primer movimiento del concierto de violín. Y es que Britten fue devoto admirador de su compatriota Henry Purcell, al igual que un excelente intérprete de Schumann (para la segunda parte) tanto al piano como dirigiendo. El inicio de los solistas de la RCO mostró al Mäkela inteligente en dejarles mandar sin marcar, pues ya conocemos cómo trabaja el joven finlandés. Y la entrada del concierto de Britten ya resaltó las características tan personales de su arte de dirigir. Perfecto concertador atento a la solista y capaz de sacar toda la gama dinámica de la orquesta para poder disfrutar al completo la emocionante interpretación de Janine Jansen con su Stradivarius ‘Shumsky-Rode’ (1715). Todos ellos se conocen, trabajan juntos a menudo y la complejidad técnica del compositor británico no fue obstáculo para ninguno de los artistas demostrando respeto, admiración y un amor por la música común.

El sonido de la violinista de Países Bajos es increíble, llega a todos los rincones con una paleta de recursos y colores únicos, hasta en los armónicos. Su musicalidad trasciende más allá del propio instrumento, es corporal, con un arco tan increíble como su digitación estratosférica, pura emoción que transmitió en los tres movimientos, siempre perfectamente balanceados por Mäkela y una RCO ideal en sonido y empaque con la plantilla perfecta (calcular a partir de la cuerda: 14-12-1o-8-6, hoy comandada por el concertino Vesko Eschkenazy). Las indicaciones de Agitato o Animando fueron literales hasta la Cadenza previa al inicio del tercer movimiento que logró un reverencial silencio por parte de todos hasta ponernos la carne de gallina. Este triunvirato de «solista, orquesta y director» en este concierto logró engrandecer esta primera parte que dejó muy alto el listón y exhausta a la virtuosa, saliendo a saludar hasta en cinco ocasiones pero imposible regalar una propina tras el esfuerzo físico y mental de un Britten para el recuerdo.

Con la misma coherencia llegarían las obras unidas en la segunda parte: las Lachrimae antiquae de Dowland y la poco interpretada segunda de Schumann (además de continuación de la primera, pues como bien relata Luis Gago en el programa de mano para Ibermúsica, «Robert Schumann como Benjamin Britten padecieron fuertes episodios melancólicos o, en terminología más moderna, depresivos. Se acentuaron, claro, al final de la vida de uno y otro como consecuencia de la enfermedad: los trastornos mentales derivados de una antigua y muy probable infección de sífilis en el primero y severas dolencias cardíacas en el segundo, que afectaron seriamente a la movilidad de la parte derecha de su cuerpo de resultas de un infarto, lo que le impidió tocar el piano, una de sus ocupaciones predilectas, y le obligó a desplazarse en silla de ruedas»). Y estas notas las titula «Melancolías» pues nadie como Dowland puede traducir este sentimiento y el arreglo elegido para el concertino, el violín segundo, dos violas y cello de la RCO cual ensamble de violas renacentista, verdaderas lágrimas antes de la Sinfonía nº 2 en do mayor, op. 61 de Schumann dirigidas de memoria por un Mäkela que las conoce a fondo, al igual que los neerlandeses.

La gestualidad del director finlandés es propia, estilizado cuerpo cimbreante, danzante por momentos, encogido o estirado, con una mano izquierda que frasea, delinea, agita, corta o aminora, más la batuta cual varita mágica ágil, vibrante, marcando sin ofender y dibujando en el aire. Escuchar esta segunda sinfonía de Schumann (estrenada en Leipzig el 5 de noviembre de 1846) observándole dirigir es un placer visual junto al sonoro. Escrita durante los primeros síntomas del deterioro mental que según confesión del compositor  «hablaba de la resistencia del espíritu» -lo que le supuso una verdadera batalla contra su mala salud- si el programa de este concierto demuestra cohesión de principio a fin, esta segunda sinfonía también. Mi admirado tocayo la disecciona como buen profesor en las notas al programa, y puedo comentarla a partir de ellas: A través de un tema común siempre claro en la RCO, presentado en el allegro inicial por unos metales siempre nobles en un tempo «un poco più vivace», el mismo tema que volvería a sonar al final del movimiento y también del scherzo, siempre enunciado por la misma familia de instrumentos con una claridad meridiana de los neerlandeses. El scherzo va en segundo lugar en vez del habitual adagio, y jugando con las notas del nombre de Bach en alemán. Mäkelä subrayó la ternura del Schumann más lírico, apoyado primero en una cuerda increíble, donde las fusas a unísono sonaban todas a una perfectamente encajadas, más el momento estelar del oboe (recordando que Lucas Macías ocupó esa plaza). El último allegro victorioso resultó impecable, triunfante y elegante como la dirección de Mäkelä, con el movimiento del que Schumann afirmó le hizo revivir y sentirse mucho mejor de su aflicción al ponerle punto final, y así nos hicieron sentir este instrumento perfecto con el mejor intérprete del momento.

Y de regalo otra delicatesen para recordar: el Andantino del entreacto nº 3 de la «Rosamunde» D. 797 de Franz Schubert, imposible mejorar lo escuchado este último lunes de enero en Oviedo, fecha para la historia musical de «La Viena Española» que no me cansaré de repetir.

PROGRAMA:

Primera parte

Henry Purcell (1659-1695):

Marcha de la «Música para el funeral de la Reina Mary», Z. 860

Benjamin Britten (1913-1976):

Concierto para violín y orquesta, op. 15

I. Moderato con moto – Agitato – Tempo primo

II. Vivace – Animando – Largamente – Cadenza

III. Passacaglia: Andante lento (Un poco meno mosso)

Segunda parte

John Dowland (1563-1626):

Lachrimae antiquae

Robert Schumann (1810-1856):

Sinfonía n.° 2 en do mayor, op. 61

I. Sostenuto assai – Un poco più vivace – Allegro, ma non troppo

II. Scherzo: Allegro vivace

III. Adagio espressivo

IV. Allegro molto vivace

Jaroussky cercano

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Miércoles 26 de enero, 20:00 horas. Los Conciertos del Auditorio, Oviedo: À SA GUITARE. Philippe Jaroussky (contratenor), Thibaut Garcia (guitarra). Obras de Poulenc, Giordani, Caccini, Dowland, Purcell, Mozart, Paisiello, Rossini, Matos Rodríguez, Granados, Schubert, Fauré, Barbara, Lorca, Bonfá, Reis, Ramírez y Britten.

Segundo concierto del triplete de contratenores con otro conocido de la afición como Philippe Jaroussky, esta vez con el guitarrista Thibaut Garcia, la unión de dos mundos, estilos, ambientes, casi una velada íntima para un auditorio con excelente entrada que respiró la cercanía de dos artistas con vínculos españoles en perfecta armonía, comentando los temas y su organización en distintos bloques, bromeando entre ellos y levantando algunos excesivos «bravos» que rompieron la tranquilidad y recogimiento que transmitieron tanto los artistas como la tenue iluminación y una sonorización cuidadísima, amplificación tan bien mezclada que ayudó a redondear un recital de los que llamo para «omnívoros» por la variedad.

Como si de la presentación que hacen las figuras internacionales de sus trabajos discográficos, el recital mantuvo esa estructura, la del CD homónimo al título del concierto, alternando solamente el orden,  con abundante música francesa como era de esperar, algún guiño al repertorio barroco que el contratenor lleva años defendiendo, por supuesto la música «ligera» de mi tiempo, esa que también se ha convertido en clásica, y por supuesto las intervenciones solitas del guitarrista hispanofrancés que demostró sus dotes no ya de acompañante ideal para este formato de repertorio sino un transcriptor de páginas con piano que en la guitarra toman un color casi de salón. Si la séptima cuerda, como bien escribe María Sanhuesa en las notas al programa (enlazadas arriba en obras) es la voz, este concierto, con duración más allá de noventa minutos, fue un auténtico placer para seguir situando a Oviedo como «la Viena española».

Imposible detallar las dos decenas largas de obras, incluyendo las dos propinas, pero quiero destacar el acercamiento al popular García Lorca y su Anda, jaleo con una guitarra cercana al flamenco como bien comentó el propio Thibaut, mucho más «verdadero» que la «maja» de Granados, las canciones de Poulenc, la primera dando el título a la grabación y el concierto, el siempre bello y sentido lirismo de Fauré que Jaroussky con García dejaron para el recuerdo, incluso el Britten «francés» atemporal o el más reciente Septembre de Barbara (1930-1997) porque no había «enero» que bromeó el contratenor. La mezcla de estilos en una voz que adopta y adapta cualquier canción que con la guitarra las hacen actuales y para todos los públicos. Incluso el «tributo» a los laudistas como Dowland que nuestro instrumento identitario engrandece en color y sonido.

Interesante el acercamiento sudamericano, tanto en la versionadísima Mañana de Carnaval en «brasileño» como en la argentina Alfonsina y el mar naturales y que demuestran la versatilidad de estilos tanto de los intérpretes como de estas páginas ya atemporales de las que todos tenemos nuestras referencias.

Al principio citaba el enorme trabajo de Thibaut García como solista y transcriptor, dejándonos La cumparsita uruguaya a nivel concertístico o el Xodó de Baiana (Dilermando Reis), lo popular con la calidad camerística. Pero personalmente me impactó el Schubert elegido, esos elfos (Erikönig D 328) sobre un texto de Goethe que la guitarra francesa «robó» al piano alemán y el contratenor interpretó con el dominio del siempre exigente lied que en esta interpretación demostró la excelente idea de este dúo. Interesantes igualmente las transcripciones de Giordani o Paisiello que todo estudiante de canto conoce pero que con Jaroussky alcanzan la excelencia.

Concierto original y variado como el público, satisfechos y con la amabilidad de siempre por parte de unos intérpretes cercanos siendo estrellas mundiales, sin divismos, firmando autógrafos y fotografiándose con todos, como ya hiciese hace tres años cuando el mundo era más sano y las mascarillas no robaban sonrisas.

Todo con cuerda

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Jueves 29 de abril, 19:00 horas. Sala de cámara del Auditorio de Oviedo, Primavera BarrocaCNDM «Circuitos«: Enrike Solinís (laúdes y guitarras): «Ars Lachrimae«. Obras del Renacimiento y el Barroco. Entrada: 15 €. Fotos ©PabloSiana.

Continúa la cultura segura, las ganas de directo y el florecimiento de la Primavera Barroca de Oviedo en esta su octava edición que mantiene la colaboración con el CNDM y sus «Circuitos», trayéndonos en solitario al guitarrista vasco Enrike Solinís (Bilbao, 1974) que hizo un recorrido por la cuerda pulsada a través de la historia antigua desde la óptica actual, con cumbres y cordilleras, ascensos y descensos en un denso programa titulado Ars lachrimae, una panorámica de este personal viaje con mucha cuerda pulsada y todo un legado de la música para dichos instrumentos señeros desde una perspectiva y visión con identidad propia y distintas calidades.

Bien el primer bloque con el laúd renacentista y los aires melancólicos de Dowland que nos trajeron el intimismo de salón sin apenas descanso en esa senda hasta los grandes vihuelistas españoles pero desde el mismo laúd, algo que no entiendo pues MudarraMilánNarváez con sus pavanas y diferencias podrían haberse escuchado en nuestro instrumento identitario, «la abuela vihuela» de la que los hispanos fueron su verdadero «tridente». Explorar estas nuevas vías de ascensiones para este repertorio están bien, pero la cuerda elegida no me convenció del todo, si bien las notas al programa de Pablo J. Vayón son como el libro de ruta para explicar este itinerario opcional del instrumentista bilbaíno: «dicotomía entre dos mundos, el renacentista y el barroco, que son visitados siguiendo las líneas de las formas y los géneros esenciales de la música publicada (o simplemente interpretada) para los instrumentos de cuerda pulsada, muy en especial las danzas (…)  En un primer momento, las cuerdas pulsadas se vieron sustancialmente beneficiadas (…) aunque la realidad interpretativa estaba aún indiscutiblemente unida a la improvisación… los géneros trascienden las fronteras … fantasías (es decir, piezas más o menos libres que podían traducir justo una improvisación), glosas y variaciones sobre conocidas obras del tiempo (en España se llamaron «diferencias») y danzas, muchas danzas«.

Al Solinís en «estado puro» lo encontramos precisamente con ese «rabel pulsado» que nos recordó el medievo y la música del arco atlántico, el ritmo con aires reconocibles de los dos manuscritos del siglo XVI: el Barbarino con Quaranta de Francia y el de Osborn con dos danzas renacentistas, el Enrike rompedor desde hace años apostando por estos enfoques arriesgados y convincentes.

Pero el sosiego llegó en la bajada de estos cerros, montañas que son colinas para afrontar con el laúd barroco el ascenso a la verdadera cumbre que fue Robert de Visée (1655-1733) y una selección de la Suite nº 3 en re menor (I. Prélude II. Allemande III. Courante IV. Sarabande), donde la sonoridad es ideal pero faltó una pisada más segura del terreno. Se incrustó a Buxtehude antes que a Bach explicando las afinaciones de los distintos modelos utilizados y cómo la suite será la forma ideal de contrastar aires y transcripciones de la tecla a la cuerda pulsada. Prácticas habituales que personalmente me gustan porque «mein Gott» siempre es único y soporta todos los instrumentos, aunque no tanto Herr Dietrich. Cierto que el kantor se interesó por el archilaúd y la tiorba omnipresente caída en el olvido pero que parece rejuvenecer con esta generación de intérpretes como el propio Solinís o el asturiano Daniel Zapico. La Suite en do menor, BWV 997 de «nuestro señor» es una cumbre que exige un esfuerzo sobrehumano, más en la cuerda pulsada; matizados los cinco números (I. Preludio II. Fuga III. Sarabande IV. Gigue V. Double) la fuga fue lo más destacable por la claridad en las líneas y la sonoridad lograda en este repaso de la danza como columna central de los compositores elegidos.

Enrike Solinís retomó el pulso, cogió aire y nos despertó con la vihuela «salvaje», descarada, rítmica y punzante de nuestro Gaspar Sanz, las danzas que siguen siendo seña de identidad del músico vasco y verdadera alegría su interpretación, manteniendo este final en las dos propinas que fueron gratificantes y muy aplaudidas.

Los montañeros utilizan distintas cuerdas según los ascensos, unos pocos privilegiados han coronado los «ocho miles», todo concuerda en este paralelismo con cuerdas. Un esfuerzo de hora y media sin pausa de Dowland a Sanz sin olvidarse del mítico Bach para otro hito en «La Viena del Norte» español donde el Barroco mueve un público fiel al que la reducción de aforo (de por sí pequeño) en la sala de cámara del auditorio ovetense no le frena para comprobar la acústica ideal de madera y piedra, mucha cuerda que concuerda. La penúltima cita barroca y primaveral será en once días con la mezzo Vivica Genaux y Vespres d’Arnadí (con Dani Espasa), pero aún queda mucha música por el medio arrancando mayo, y aquí lo contaremos si nada lo impide.

Luminosa oscuridad

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Viernes 15 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo: Abono 11 OSPA, María Moros (viola), Lorenzo Viotti (director). Obras de Adès, Britten y Beethoven.
Continuamos celebrando las Bodas de Plata de nuestra OSPA con un programa muy interesante por obras, solista y director, transitando de la penumbra a la luz casi cegadora entre toses, móviles y cierta desbandada entre un público que parece estar perdiéndose. No me corresponde buscar las causas y una verdadera lástima porque este undécimo apostó por conjugar repertorios que hacen crecer a melómanos e intérpretes.

Thomas Adès (1971) me trae buenos recuerdos con nuestra formación, desde el estreno español el 11 de mayo de 2012 de las danzas de su ópera Powder Her Face con un magistral Kynan Johns en el podio, y la obertura de La tempestad con Milanov el 27 de febrero del año pasado. No hay dos sin tres y esta vez con Tres estudios sobre Couperin (2006) una obra tendente a la miniatura como apunta Carlos García de la Vega en las notas al programa (con algunos fragmentos enlazados al inicio y sacados del Facebook© de la propia OSPA así como la foto de la solista) con la vista puesta en las piezas para clave del francés pasadas por un juego tímbrico y de texturas curioso desde la propia disposición de dos orquestas casi camerísticas, incluyendo la familia de flautas graves nada habituales, enfrentadas con timbales y percusión (marimba más roto-toms en el estudio central), evocadoras desde los propios títulos (Las diversiones, Los juegos de manos, El alma en pena) y proyectando unos efectos diríamos que en estéreo destruyendo o desmenuzando para crear un ambiente lúgubre con destellos luminosos buscando una instrumentación realmente jugosa en las texturas. Me impresionó contemplar la labor del joven director francosuizo minucioso como la propia partitura para tejer y sacar a la luz una trama compleja que las cuerdas trenzaron con un trabajo meticuloso en la búsqueda de una sonoridad increíble que parecía dar forma a cada estudio: Les Amusements realmente diversas más que divertidas, Les Tours de Passe-passe cual ingeniero de sonido pasando de un canal a otro deslizando los «faders» en la mesa de mezclas, y L’Ame-en-Peine realmente dolorosa, gimiente más que hiriente como si de un fundido a negro se tratase. Partitura que provocó más ruido del deseado a pesar de ser menos sus productores, por otra parte tristemente habitual ante obras actuales que exigen esfuerzo en su escucha (además de un entrenamiento auditivo).

En ese ambiente lúgubre y triste se mueve Lachrymae, op. 48a (1976) de Benjamin Britten (1913-1976), tema y diez variaciones para viola y piano originalmente y el mismo año de su muerte arregladas para viola y orquesta de cuerda que nos permitió disfrutar de María Moros, nuestra joven solista maña dando el paso al frente y arropada por sus compañeros además de una labor concertadora por parte de Viotti inconmensurable. Britten sigue siendo un compositor para disfrutar la belleza del dolor, el horror y la penumbra, de lenguaje propio en cualquier forma que afronte, y esta obra además de crear un ambiente que me recordaba en cierto modo los Interludios Marinos de «Peter Grimes», también se nutre de la música melancólica renacentista de su compatriota John Dowland (1563-1626) para convertir la viola en voz sin texto y la orquesta de cuerda en un «ensemble» de laúdes ricos en expresividad, igualmente desmenuzando más que variando su hermoso y triste tema If my complaints could passions move, fluyen mis lágrimas, pavana «Lachrimae» desprovista de dulzura pero recreándose sentimentalmente, jugando con la técnica al servicio de la variación como una tormenta interior, algo que María Moros llevó con esmero por abarcar desde una viola preciosista y cantabile en sonido todo ese amplio espectro. La propia instrumentación solo con cuerda frotada es otro acierto del compositor, jugando con el mismo número, cuatro de cada, exceptuando las seis violas, un homenaje a la solista, a los laúdes primigenios elevándolos de la cuerda pulsada (que aparece en los pizzicati) a la frotada que consigue alargar ánimos y sonidos, la inmensidad y madurez de la viola hermana del laúd a la que pocas veces le dieron el protagonismo merecido, y sólo la sensibilidad de un violista como Britten alcanza en esta obra donde cada variación es un requiebro al claroscuro, sutiles juegos de transparencias como telas musicales, calidades sonoras de ricas dinámicas y tempi para alcanzar el deseado y casi inalcanzable remanso final del tema original If my tears flow, fluyen mis lágrimas, tras tanta tensión acumulada. Sentida y espléndida versión de María Moros plagada de detalles y matices con la inigualable cuerda de la OSPA y el maestro Viotti atento, preciso y entregado desde un calor que se transmitió desde el Tema al L’istesso tempo.

Y qué mejor regalo que el original Dowland (al que el exPolice Sting también volvió) con la solista íntima acompañada por dos violas y dos cellos transportándonos a la corte británica con sencillez y hondura. Satisfacción de corroborar la calidad de nuestros atriles y la confianza en darles conciertos como solistas.

El repertorio de siempre, necesario y contrapeso a las novedades devolvió la luz con Beethoven y su Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93 (1812), la siempre enigmática Octava, donde el empuje e ímpetu de Viotti encontró respuesta instantanea desde el Allegro vivace e con brio, la orquesta sonando con esa redondez característica, poderosa en todas las secciones, arriesgando con el aire exigente, los volúmenes casi al límite pero sin perder los planos precisos, los pares de trompas y trompetas (de llaves) en un momento ideal de compenetración y entendimiento, la madera en su línea de excelencia asegurada y los timbales mandando, más una cuerda clásica en colocación compensando frecuencias y presencias. Milimétrico y cuadrado Allegretto scherzando en homenaje metronómico de humor fino por parte del genio de Bonn, de nuevo apostando por un tiempo vivo sin perder pulsación. El Tempo di Menuetto burlón, jugando con los acentos y los planos de los registros graves, contrastes dinámicos en continuo avance, los ataques como brochazos sueltos, el tándem metal-timbales como nunca, el clarinete sobrevolando siempre arrullado por la cuerda, el aire vienés respetuoso como la partitura de quien ya había roto moldes pero no reniega de la herencia recibida. Y sobre todo el Allegro vivace que abre de par en par los ventanales orquestales, el riesgo de dinámicas extremas desde el vértigo que pareció tambalearse pero resultó impulso celestial, la adrenalina que devuelve alegría, fuertes convincentes, pianos cortantes, silencios realzando, crescendi casi ilimitados, la apuesta de un joven Viotti que está llamado a consolidarse pronto como una realidad en los podios de las llamadas grandes formaciones y que ha hecho grande de nuevo a la OSPA, siempre resuelta y segura en el repertorio sinfónico. Tomen nota: Lorenzo Viotti, seriedad desde la juventud con trabajo concienzudo, muchas ganas e ideas claras que transmite y convenció a todos, y el público lo agradeció con aplausos más que merecidos y hasta tres salidas una vez finalizado el concierto.

Savall sin fronteras

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Sábado 23 de enero, 20:30 horas. Auditorio de León, XIII Ciclo de músicas históricas. Hespèrion XXI, Jordi Savall (viola de gamba y dirección): «La Europa musical: 1500-1700». Entrada: 10€. Coproducción del CNDM.

Magia universal con las violas de gamba en todas las tesituras la que trajo a León nuestro universal catalán, con siete músicos en escena capaces de romper las fronteras de una Europa ideal que recordaba el propio Savall antes de la segunda propina, compositores en otros países uniendo acentos para una música a atemporal que mueve público de todas las edades como el que llenó el auditorio de la capital hermana de la asturiana.

Un renacido Savall con la viola de gamba soprano preparó seis bloques bien hilvanados con la danza de nexo, repartidos en dos mitades:

Unas «Danzas italianas del Renacimiento veneciano» para presentar la capacidad de este Hespèrion del XXI: Lorenz Duftschmid a la viola baja más un Philippe Pierlot doblando alto y baja, casi alter ego «savalliano» a lo largo del programa, el violone de Xavier Puertas, la tenor de Sergi Casademunt al lado del maestro, completando toda la tesitura de una viola de gamba más actual que nunca, y los dos detallistas necesarios cual orfebres para preparar unos grabados musicales llenos de monocromías irisadas: Enrike Solinís con doblete tiorba y guitarra siempre complementando con punteos o rasgueos el fluir frotado, más la imprescindible percusión de un siempre maravilloso Pedro EstevanLas cuatro danzas elegidas prepararon lo que vendría después dado que aún faltaban detalles como cuidar más los finales de Pavana, Gallarda, Tedescha y Saltarello.

El segundo bloque «Elizabeth Consort Music» nos preparó a tres ingleses (Dowland, Gibbons y Brade) con verdadero acento británico que el septeto interiorizó al detalle convirtiendo el auditorio leonés en corte danzante de las islas. Maravilloso empaste de cuerda frotada con las perlas de la tiorba y la percusión vistiendo a Savall y su viola soprano de rey supremo.
Para cerrar la primera parte unas «Danzas y variaciones de España y Portugal» para seguir paseando por aquella Europa de intercambios sin fronteras como Hespèrion XXI deleitando polifonías vocales o ritmos ibéricos de Luys de Milán, Cabezón con las Diferencias sobre la Dama le demanda, Diego Ortiz y el portugués Pedro de San Lorenzo, delicioso escuchar las voces agudas de Savall y Casademunt contrapuestas a los bajos de Pierlot y Duftschmid con el soporte del violone de Puertas mientras Solinís rasgueaba la guitarra completando las excelentes pinceladas de Estevan, para ir rematando con unos Canarios para lucimiento de un Savall inspirado recorriendo todo el registro de la soprano, de arco poderoso jugando con mayores y menores cual Jam session renacentista más actual que nunca, demostrando un entendimiento con sus músicos envidiable.

Los tres bloques de la segunda parte, ya con el septeto en plena forma, nos llevaron por Francia y Alemania antes de una recapitulación europea:
«Músicas para el Rey Luis XIII» capaces de alternar intimismo y danza, «Músicas de Alemania» centradas en un Samuel Scheidt de colorido etéreo en la línea de aguafuertes y grabados bien delineados, y «Música de la Europa Barroca» haciendo convivir a Purcell, Joan Cabanilles, J. H. Schein, Dumanoir y la excelencia de la Gallarda napolitana de Antonio Valente, juegos de «pizzicatti» actuales para una música de «solo» 500 años que con Hespèrion sigue más actual que nunca, recreando sonoridades de claves y laudes celestes.

Aplausos más que merecidos que nos dejaron de propina otro bloque de cuatro danzas francesas, la segunda lengua de Savall que hace suya esta música cercana a la que el país vecino tanto le debe. Reconforta volver a escucharle feliz tras malos tiempos recientes y comprobar que su legado todavía sigue creciendo. Verdadera y merecida ovación, palabras de agradecimiento y reivindicación de una Europa sin fronteras que tristemente este siglo vuelve a levantar, antes de regalarnos unas danzas de Brade donde todo Hespèrion con Savall a la cabeza recreó sonidos célticos que los asturianos sentimos tan cercanos como este León que me ha hecho un gran regalo de cumpleaños.