Miércoles 15 de diciembre, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Filarmónica de Gijón, concierto 1641: Dmytro Choni (piano). Obras de Debussy, Brahms, Scriabin, Schumann y Rachmaninov.
Volvía en este 2021 a Asturias el joven pianista ucraniano Dmytro Choni, esta vez a Gijón dentro de su temporada de conciertos, en solitario y con público joven, la necesaria renovación, procedente muchos del Conservatorio local que verán en este virtuoso un espejo donde mirarse.
Y no decepcionó en absoluto el último ganador del prestigioso concurso de Santander afrontando un programa variado, sin entrar en épocas, cronologías o estilos puesto que las obras elegidas abarcaron un amplio espectro donde primó la técnica impecable de este prodigio unido a personal interpretación de todas ellas con mayor o menor entrega pero irreprochable su ejecución llena de guiños que presagian la amplia carrera que tiene por delante.
Tras las personales presentaciones de David Roldán al inicio de cada parte, completando un excelente programa de mano con notas de la vicepresidenta de la sociedad Mar Fernández, Chony comenzó su recital con un Debussy abocetado, delicado, de sonoridades ricas antes de las dos rapsodias de Brahms, personalmente lo más acertado por la elección de unos tempi ajustados para poder disfrutar de la rica escritura del alemán unido a unos rubati bien entendidos, siempre con la fidelidad a la partitura desde un enfoque intimista en busca de sonidos amplios de matices, ataques y fraseos muy cercanos. Cerraría Scriabin esa primera parte con su Sonata para piano nº4 en fa sostenido mayor, op. 30, intensa en todos los ámbitos donde parece que la genética musical soviética solo puede ser entendida por pianistas de su entorno o incluso escuela. Está claro que pese a la juventud del ucraniano hay un gran poso y trabajo previo de cada página, y la sonata del ruso es un ejemplo claro de cómo afrontar un repertorio que comienza a ser reconocido e interpretado en este siglo nuestro.
La segunda parte mantuvo el nivel de limpieza y personal acercamiento a dos obras muy distintas pero con igual exigencia interpretativa, primero la Novellette de Schumann que nos trajo un enfoque jovial antes de la Sonata nº2 de Rachmaninov en un alarde de virtuosismo que sin ser lo mejor del compositor ruso, volvió a demostrar la «genética casi necesaria» para afrontar páginas de semejante complejidad. De hecho su volumen creció notablemente y hasta pudimos disfrutar de algún que otro «arrebato» que redondearía un concierto muy personal además de exigente amén de muy trabajado.
Las propinas siguieron la línea de conjugar una técnica apabullante con el sentimiento y madurez de un Chony ya encumbrado que como todo intérprete optó por el artificio en dos obras para su lucimiento: la conocida Soirée de Vienne de Alfred Grünfeld que ya nos regalase en Oviedo, casi aperitivo del más famoso concierto vienés del año, y repitiendo igualmente Rachmaninov, la tercera de sus Daisies, op. 38, nueva demostración de un repertorio bien asentado que esperamos siga creciendo en paralelo al intérprete ucraniano. Alegrías pianísticas sin etiquetas en una temporada donde las 88 teclas estarán muy presentes esperando seguir contándolas desde aquí.










