Miércoles 29 de enero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, Concierto nº 1692, Ciclo de Jóvenes Intérpretes «Fundación Alvargonzález»: Diana Cooper (piano). Obras de Chopin.
Hay una nueva generación de pianistas jóvenes que esperan afianzar una carrera concertística con mucho trabajo y participación en concursos que les abran paso en los escenarios. El Concurso Internacional de Piano «Ciudad de Vigo» es uno de los que comienzan a afianzarse en el panorama nacional «compitiendo» con otros más renombrados como el Concurso Chopin de Brest o el Concurso Internacional Halina Czemy-Stefanská de Poznan (Polonia), todos ellos donde ha ganado esta prometedora artista francesa, hija de padre británico y madre franco-española, Diana Cooper (Tarbes, 1999) que comenzó su actividad pianística con 9 años y desde 2018 tiene una amplia agenda profesional de conciertos, obteniendo premios como los antes citados, lo que le ha servido para actuar en lugares y festivales de su Francia natal (festivales Chopin de Nohant, París, Sala Cortot, Embajada de Polonia en París) y en el extranjero: Festival de Ysaye en Bélgica, Palacio de Congresos de Huesca, Hrvatski dom Split en Croacia, Kielce Filharmonia en Polonia, y este último miércoles de enero en la Sociedad Filarmónica de Gijón en los recitales que conlleva ganar el «Ciudad de Vigo» de 2002 (en su sexta edición) dentro del Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Alvargonzález en la capital de la Costa Verde.
El piano de Chopin siempre es una tentación para todo pianista y a lo largo de la historia muchos son los nombres que no deben olvidarse, pero está claro que la técnica y virtuosismo no es suficiente para poder interpretar al gran romántico polaco. Diana Cooper tiene dedos, cabeza y una excelente técnica pero por momentos peca de excesiva delicadeza en la pulsación (aunque el polaco tenga escritas obras que lo requieren, caso del nocturno programado en primer lugar pero abriendo con las Mazurkas). Su velocidad en los cromatismos, octavas o escalas suenan precipitados, con una mano izquierda que necesita más fuerza para el necesario equilibrio y balance de ambas manos sin perder las melodías escondidas entre los «ornamentos». Maneja bien el pedal creando buena sonoridad, pero cara a la interpretación ideal el rubato en Chopin es tan importante como poder tocar todo lo escrito, que también. Y si he escuchado a pianistas en plena madurez que siguen interpretándonos al músico polaco (el siempre recordado Rubinstein, Arrau, Pollini, Argerich, Pires, Pogorelich y muchos más cercanos en el tiempo como el impactante Trifonov), Diana Cooper que confiesa su amor por un Chopin que le abre muchas puertas, aún necesita algunos años más para alcanzar el poso necesario para un programa muy exigente tanto en lo físico como en lo mental por técnica e interiorización, como el que trajo a Gijón (en gira por distintas filarmónicas).
La pianista francesa comenzaría con las cuatro Mazurkas opus 30 (números 18 al 21) resultaron planas de expresión tanto por los tempos similares como por las tonalidades nada diferenciadas en el carácter intrínseco que Chopin les da, y más cercanas a los valses que a la danza polaca que requiere una rítmica y acentación distinta, desconociendo la causa de colocarlas abriendo el recital, seguidas del esta vez necesariamente delicado Nocturno en re bemol mayor, Op. 27, nº 2.
Los siguientes dos estudios elegidos, el op. 25 nº 5 en mi menor y el op. 10 nº 8 en fa mayor (que son verdaderas obras de repertorio pese al nombre) me parecieron más pensadas para concurso por su ejecución técnica impecable que para un concierto, sin las dinámicas deseadas y donde el segundo pide más fuerza en la mano izquierda.
Con algo más de «transfondo» el Scherzo nº 4 en mi mayor, op. 54, pareció más interiorizado pese a un virtuosismo algo melifluo, delicado cuando debe y nuevamente poco contraste en los matices que necesitarían expresión y algún fortísimo más.
Y cerrando la primera parte, puede que ya más centrada y con los «dedos calientes», otra página virtuosa como el Andante spianato y Gran Polonesa brillante, Op. 22, bien reposado el primero y poco «brillante» la polonesa que se quedó sin adjetivo.
Comenzar con la Berceuse en re bemol mayor, op. 57 no consiguió animar al abundante público con presencia de jóvenes estudiantes que sueñan subirse a esas tablas, y la Sonata nº 3 en si menor, Op. 58, una de las más complejas y aclamadas, más que la unidad en la forma resultaron cuatro números casi independientes donde el I. Allegro maestoso fue rápido pero nada majestuoso ni contrastando potencia y delicadeza, el III. Largo se hizo literal, y los Molto vivace del II. Scherzo junto al Presto ma non tanto del IV. Finale otra demostración de vértigo, rapidez, prisas y desbalanceado dinámicamente en ambas manos, aunque algo más poderosas en volumen que la primera parte.
Curiosa la propina elegida con las mismas «prisas» de Chopin: del francés Emmanuel Chabrier el Scherzo-Vals (perteneciente a las «Pièces Pittoresques») casi continuador del polaco que triunfaría en París y la francesa en los concursos.
Frédéric CHOPIN (1810–1849):
-I-
Mazurkas, Op. 30
I. Allegretto non tanto, en do menor
II. Allegretto, en si menor
III. Allegro non troppo, en re bemol mayo
IV. Allegretto, en do sostenido menor
Nocturno en re bemol mayor, Op. 27, nº 2
Estudio en mi menor, Op. 25, nº 5
Estudio en fa mayor, Op. 10, nº 8
Scherzo nº 4 en mi mayor, Op. 54
Andante spianato y Gran Polonesa brillante, Op. 22
-II-
Berceuse en re bemol mayor, Op. 57
Sonata nº 3 en si menor, Op. 58
I. Allegro maestoso
II. Scherzo: Molto vivace
III. Largo
IV. Finale: Presto non tanto







