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Candás, la Banda de Música y mucho más

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Lunes 8 de diciembre, 12:30 horas. Candás, antigua Fábrica de Ortiz, Concierto de Santa Cecilia 2014: Banda de Música de Candás, David Möen (director).

Dicen los de Luanco por eso de la rivalidad vecinal, que «En Candás, el Cristo na más… y si me apures un poco, el Cristo tampoco», pero este lluvioso lunes festivo la oferta musical de la capital del concejo de Carreño era completa, por la mañana música de película y por la tarde zarzuela asturiana «El rapacín de Candás», recuperada tras 150 años, a la que dedicaré otra entrada en el blog.

De la Banda de Música de Candás que preside José Miguel Carrera y dirige el Maestro Möen sólo puede escribir cosas buenas, desde una trayectoria que mantiene el perfecto equilibrio entre juventud y veteranía con una calidad musical de primera. Aunque el recinto elegido nos resguardaba de la lluvia no lo hacía del frío (y no están las economías para poner cañones de aire caliente con el precio que tiene la luz), pero a su favor una acústica excelente que facilitó poder degustar el amplio repertorio de música, casi toda de cine, que sonó realmente de película, con una percusión donde además de bombo, caja, platillos o timbales se sumó el «glockenspiel» (carillón o lira, que así se llama también al instrumento de láminas de metal), así como la gaita asturiana para Horner y su Braveheart.

También me gustó ver los retratos de Alfredo Menéndez, especialmente los del fondo de Pedro Braña, un enorme músico que tiene calle en su Candás natal y en su Sevilla adoptiva, con el de «Pipi» Antuña, muchos años director de esta banda a la que escuché en El Paseín del otro lado de la pared y en la plaza de La Baragaña muchos veranos de mi infancia y adolescencia, escoltando una foto de «su» banda que preside la nave. Abajo a la derecha también está el retrato de Sarita Pascual, pianista y organista de la Iglesia de San Félix con quien compartí muchos años de amistad, aunque de ella tendré que escribir largo y tendido junto a la «Escolanía de Candás».

La conocida marcha de Sousa Washington Post que muchos asociamos como sintonía deportiva, calentó a público y músicos, marcial, potente, enérgica, poderío de los metales, gusto en maderas y percusión siempre acertada, antes de seguir con una selección de músicas de las películas de Walt Disney donde no faltó el deshollinador de Mary Poppins. Pronto vendría el «bloque Williams» para solaz de grandes y chicos que casi llenaron este local con recuerdos pesqueros de una villa marinera, deportista, olímpica y muy musical.

Me maravilló su gran plantilla que nos deleitó con unos arreglos para banda realmente exquisitos y además perfectamente interpretados, con sonoridades sinfónicas, un empaste y afinación admirables. Cierto que John Williams es el gran compositor del siglo XX con partituras en nuestra memoria auditiva que trascienden la pantalla, por lo que su música siempre nos toca la fibra, aunque El señor de los anillos no sea suya sino de Howard Shore, pero tampoco se quedó atrás el citado James Horner, gaita asturiana mejor que la original escocesa, dejando para el final dos obras asturianas, La Rapacina (Enrique Reñé), una fantasía asturiana plenamente pensada para banda y el fragmento de las Escenas Asturianas del no suficientemente reconocido Benito Lauret donde al final mezcla nuestro oriental y hermoso baile del «Pericote» llanisco con el himno «Asturias, patria querida» de tal maestría y dominio de la paleta orquestal que, como con Williams, suena perfecto tanto en sinfónico como en la formación bandística.

Un placer comenzar el día con música de cine bien tocada, contagiando esos finales épicos, espectaculares manteniendo una calidad en esta formación candasina que nos hace ser optimistas y pensar en un renacer de las bandas de música más allá de cantera para otras formaciones. El pueblo las siente más cercanas y propias, por lo que el apoyo en casa nunca falta. Añadir que se incluyó antes de los temas asturianos una selección de los temas que John Williams escribió para las películas de Indiana Jones, convirtiendo al laureado compositor norteamericano en el protagonista de este concierto recordando a la patrona de los músicos, con buena compañía.

Dos David mejor que uno

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Viernes 1 de junio, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto de abono nº 14, OSPA, David Moen (tuba), David Lockington (director). Obras de Samuel Jones y Johannes Brahms.
Siempre es un orgullo que los solistas de la OSPA den un paso al frente y se conviertan en protagonistas, y en el penúltimo de abono nuestro tuba titular estrenaba en Europa el concierto compuesto entre 2004 y 2005 por Samuel Jones (Mississippi, 1935) y estrenado por la Seattle Symphony en 2006.

El Concierto para tuba resultó todo un descubrimiento como obra sinfónica, no ya por el lucimiento del solista, capaz de momentos líricos donde el sonido del «bajo en Fa» tomaba colores de trompa hasta el virtuosismo del último movimiento (Largo-Allegro molto) en perfecto dúo con el flautín (César González, compañero en Candás del propio David) con unos contrastes tímbricos tan bien logrados, sino por la escritura para la orquesta desde un dominio del lenguaje romántico con el tamiz de un compositor de nuestro tiempo. Las notas al programa (enlazadas en los compositores, al inicio de la entrada) escritas por Diana Díaz ayudan a comprender no ya la obra en sí sino todo el trasfondo del tercer movimiento como homenaje sonoro al ingeniero aeronáutico James P. Crowder, con una tuba perfectamente ensamblada con la orquesta más allá de la familia de metales, compañeros habituales de atriles que empastaron a la perfección, siempre bien llevados por el otro David, Lockington que volvió a mostrar un estilo claro, conciso, atento al detalle y conocedor de la orquesta hasta hacerla sonar como si la plantilla fuese la deseada. Destacable toda la interpretación de David Martin Moen que volvió para regalarnos ese Elogio a la música de Schubert tras el esfuerzo físico y musical que el concierto de Jones supuso, agradeciéndole todos el trabajo y estreno para un instrumento que no suele tener el protagonismo de este caluroso inicio de junio.

Aunque quede el último concierto de la temporada, para mí era este viernes el cierre de curso, y nada menos que con la Sinfonía nº en RE M., Op. 73 (Brahms), aún reciente en el oído y una de las obras que han marcado mi memoria de melómano. Precisamente por todo lo que tiene de personal, las exigencias y expectativas reconozco que son altísimas, aunque sabedor del estilo directorial del británico afincado en EE.UU. y la química que ha logrado con la OSPA, la interpretación resultó aseada y adaptada a una orquesta que sigue pidiendo a gritos aumentar la plantilla de cuerda.
Lockington optó por trabajar la textura en los cuatro movimientos y jugar con las dinámicas necesarias que equilibrasen el desajuste para una sinfonía tan densa como la del alemán. Su versión resultó no ya elegante sino serena, sin sobresaltos, equilibrada en tiempos, poco arrebatadora y muy «cantabile», con poso, totalmente distinta de la última del auditorio y complementaria, dos visiones del mismo paisaje sonoro con distintas herramientas pero igual de sinceras, atento a los fraseos más que a la globalidad romántica, contenido pero nunca distante. Como escribe mi querida Diana de esta sinfonía, «es una obra compacta y de una rica inventiva melódica y rítmica… transmite un clima más apacible y luminoso» que la Primera, y así la hizo sonar el ya principal director invitado de la formación asturiana.

El Allegro non troppo se ciñó a la agógica indicada, familias bien ensambladas de las trompas a las maderas y la cuerda siempre incisiva para compensar volúmenes, densidad pero con transparencia. La formación como chelista del maestro británico creo que se notó al sacar de la cuerda grave sonoridades perfectamente empastadas y redondas sin apoderarse nunca del registro en el que se mueven. El Adagio non troppo fue una prueba más de lo indicado, al igual que los pizzicati presentes pero nunca hirientes. El Allegro grazioso, quasi andantino jugó con ese baile tan difícil de encajar por los cambios de ritmo bien solventados por esta orquesta que a lo largo del curso ha ganado en confianza en todas sus secciones (la madera sigue estando impecable), sobre todo cuando se le exige con sabiduría, y el maestro Lockington la ha demostrado. Tras una necesaria afinación total por un calor sofocante unido al duro trabajo de los tres movimientos anteriores, las variaciones del Allegro con spirito nos devolvió la mejor cuerda bien complementada por viento y timbales en la explosión de este movimiento con tintes militares donde Moen hubiera disfrutado, aunque su alumno y amigo, mi tocayo González Merino cumplió igualmente en esa fanfarria que sigue recordándome sonidos de órgano (el de la Iglesia de San Francisco estaba a la misma hora trabajando a dúo con el cornetto).

Buen concierto para una temporada que sin apenas altibajos, nos deja en el horizonte la llegada a esta su casa de Rossen Milanov, y la continuidad de Lockington como principal invitado, con una orquesta ansiosa por seguir alternando el repertorio de siempre junto a estrenos que, cuando tienen calidad, nos hacen disfrutar a todos.