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Carnavalesca Arabella

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Domingo 17 de noviembre de 2024, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. Richard Strauss (1864-1949): «Arabella», Lyrische Komödie en tres actos, op. 79, con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933. Producción del Aalto-Musiktheater Essen.

(Crítica para Ópera World del lunes 18 con el añadido de los siempre enriquecedores links, tipografía y fotos propias más de las RRSS)

Una ópera muy esperada en Oviedo el tercer título de la septuagésimo séptima temporada, que además de ser estreno en la capital del Principado, llegaba con el cambio de la inicialmente prevista Maite Arberola por la británico-canadiense Jessica Muirhead en el rol de Arabella, que ya interpretase precisamente en esta producción alemana del Aalto-Musiktheater Essen, lo que parecía augurar un éxito. En la línea de seguir apostando por nuevos títulos, no hubo lleno pero sí la “división de opiniones” habitual con los ya cansinos abucheos -cada vez menos- mezclados con tibios aplausos (algo extraño para los muchos forasteros que acuden al Campoamor) en la primera función de la Vetusta decimonónica, con tímidas ovaciones al final de la representación a cargo de los abonados habituales pero sin el triunfo esperable tras una representación globalmente plana, gris, deslucida pese a las buenas intenciones y trabajo de todos, que no convenció y hasta por momentos resultase anodina, por no decir soporífera, sobre todo los dos primeros actos, que en el descanso aún vaciarían más las butacas.

La puesta en escena de Guy Joosten y Katrin Nottrodt pretendía ser como dicen ahora “rompedora” o al menos provocadora, incidiendo en la esquizofrenia y decadencia de la Viena imperial de 1866 que se derrumbaba, usando elementos que incidieran conscientemente en la chabacanería y mal gusto de esta tragicomedia escrita por Hugo von Hofmannsthal a partir de sus “Lucidor” y “Le coche deben compte”, dos historias de falsedades y continuos disfraces en aquel eterno Fasching vienés, aunque hurtándonos del que debería ser el lucido “baile de los cocheros” para convertirlo en una cena de cumpleaños, solamente carnavalesca por las máscaras de cerdos que portaban los tres condes pretendientes, todo muy “marxista” en este “Hotel de los líos” como definió en el programa de mano la doctora María Sanhuesa, auténtica astracanada decadente donde hubo más teatro que canto, verdadero vodevil de figurines poco acertado: el casi protagonista vestido “azul acero” que debe lucir Arabella quedó reducido a una especie de guardapolvos sobre el camisón con el que aparece incluso antes del inicio musical; los condes pretendientes uniformado s igual, y el croata Mandryka más un cazador polar junto a su fiel Welko, ambos con el mismo ropaje toda la función. Faltó el glamour que no debe ir reñido con la crítica ácida a esa familia desestructurada buscando seguir viviendo del cuento a costa de un matrimonio de conveniencia, pues las apariencias deben seguir siendo bellas aunque engañen sin resultar tan explícitas. Para rematar los desatinos hasta se cambia el final feliz para dejar compuesta y sin novio a la pequeña de los Waldner.

La increíble escritura musical de Richard Strauss careció de la chispa necesaria pese al buen estado de la OSPA (con Daniel Jaime de concertino) donde Corrado Rovaris no pareció el mismo de sus anteriores visitas al auditorio con la formación asturiana, pero tampoco en su paso por el Campoamor con un «Don Carlo» muy verdiano e incluso con el Golijov del «Ainamadar» en un recordado 2013 donde el maestro italiano sí funcionó con la calidad esperada. En su haber el excelente  preludio del tercer acto, un sinfonismo sin complejos que al menos me quitaría parte de la decepción del foso, y su apuesta por unos tempi arriesgados con los que la orquesta asturiana nunca tiene problemas, contando además con unos solistas de altura.

Foto ©Matthias Jung

Enorme el esfuerzo de Jessica Muirhead que apenas tiene descanso, pero cuya voz posee un vibrato que por momentos llega a resultar molesto, reconociéndole a la soprano el dominio de su Arabella en esta misma producción de Essen. Mejor su “hermano Zdenko” con una María Hinojosa de color bien contrastado con la protagonista, poseedora la soprano catalana de una buena técnica, dicción y gusto a quien le faltó, como suele suceder, un poco más de volumen en los graves, o al menos que el foso bajase decibelios.

El barítono alemán Heiko Trinsinger tiene un timbre desigual, buen volumen pero una línea de canto donde pareció elegir el lado brusco de Mandryka en todos los aspectos, pese a ser un straussiano reconocido, y otro tanto con el padre de Arabella, el Conde Waldner del bajo austriaco Christoph Seidl, bastante tosco en todos los sentidos, donde lució más la parte escénica que la musical. Su esposa Adelaide, la mezzo británica Carole Wilson, se sumó a la astracanada lírica pese a contar con un buen instrumento que ni lució ni convenció, como tampoco con un vestuario chabacano hasta para carnavales.

Los pretendientes de Arabella desarrollaron distinto trabajo: interesante el de los tres condes aunque igualmente contagiados de esa falta de emociones, optando por una desmesura interpretativa. Mejor el Elemer del tenor barcelonés Vicenç Esteve, progresando lentamente “nuestro” bajo asturleonés Javier Blanco como Lamoral, que va ganando enteros poco a poco, y un oscurecido Dominik del barítono de Palamós Guillem Batllori. El Matteo a cargo del tenor coreano Jihoon Son no tuvo el peso vocal esperado, de poca proyección y agudos metálicos, aunque sí dio todo en su lado actoral que por momentos incluso provocaría cierta chanza cada vez que colocaba la pistola sobre la sien.

De los roles más breves, en el primer acto la mezzo gerundense Claudia Schneider como La tiradora de cartas fue convincente, el Cartero del venezolano debutante Ángel Simón (que canta en el Coro de la Ópera) más limitado vocalmente pero un barítono que irá creciendo y perfeccionándose paulatinamente en nuestra tierra porque “hay madera”. Mientras tanto en el segundo acto cuando esperábamos un tirolés canto “yódel” de La Fiakermilli escrito para lucirse, Cristina Toledo nos dejó todo un catálogo de gritos sobreagudos que contribuyeron a todo un esperpento lírico. Por último el actor ovetense Carlos Mesa convence hasta hablando en alemán.

Si «Arabella» es un título poco representado, con los mimbres mostrados en Oviedo pienso que tardará lustros en reponerse, mostrando las falsedades de la vida moderna que resultarían paralelas a la propia representación. Una lástima porque el tándem Strauss-Hofmannsthal nos ha dejado tres páginas para disfrutarlas (junto a «El caballero de la Rosa» y «Elektra») y no para abrir la boca o echar una cabezada, pues “la vida para los ociosos también es espectáculo”, pero como los clientes de este “hotel de los líos” nos fuimos a dormir porque no puede pasar nada más.

FICHA:

Domingo 17 de noviembre de 2024, 19:00 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: LXXVII Temporada de Ópera. Richard Strauss (1864-1949): «Arabella», Lyrische Komödie en tres actos, op. 79, con libreto de Hugo von Hofmannsthal. Estrenada en el Sächsisches Staatstheater de Dresde el 1 de julio de 1933. Producción del Aalto-Musiktheater Essen.

FICHA TÉCNICA:

Dirección musical: Corrado Rovaris – Dirección de escena: Guy Joosten – Escenografía y figurinista: Katrin Nottrodt – Iluminación: Jürgen Kolb – Repositora de iluminación: Charlotte Marr.

REPARTO:

Arabella: Jessica Muirhead (soprano) – Zdenka: María Hinojosa (soprano) – Conde Waldner: Christoph Seidl (bajo) – Adelaide: Carole Wilson (mezzosoprano) – Mandryka: Heiko Trinsinger (barítono) – Matteo: Jihoon Son (tenor) – Conde Elemer: Vicenç Esteve (tenor) – Conde Dominik: Guillem Batllori (barítono) – Conde Lamoral: Javier Blanco (bajo) – La Fiakermilli: Cristina Toledo (soprano) – La tiradora de cartas: Claudia Schneider (mezzosoprano) – Welko: Carlos Mesa (actor) – Cartero: Ángel Simón (barítono).

Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias.

Imágenes italianas

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Viernes 17 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Horizontes II», abono V OSPA, Benedetto Lupo (piano), Corrado Rovaris (director). Obras de Elgar y Nino Rota.

Con Italia tenemos esa cercanía del Mare Nostrum y su música la sentimos casi como nuestra. De ahí llegaban director, pianista y unas obras que Eduardo Chávarri, autor de las notas al programa (enlazadas en los autores) desgranó en la conferencia previa poniendo imagen a unas partituras de por sí evocadoras y más aún cuando te las muestran e incluso analizan con detalle, máxime en la música de cine.

Evidentemente Sir Edward Elgar (1857-1934) no era italiano pero su obertura In The South «Alassio» op. 50 se inspira claramente en ese municipio italiano en el golfo de Génova donde pasó el invierno de 1903 que no fue lo que se dice benigno, pero suficientemente evocador de un imperio romano del que aún quedan vestigios, de las películas romanas que bien pudieran utilizarse como imágenes para esta música, así como de un mar capaz de pasar de ser una balsa a enfurecerse y bañar de grises un lienzo ideal. El maestro Corrado Rovaris volvía al frente de la OSPA (entrevistado en OSPA TV por Fernando Zorita) haciendo música de su tierra natal aunque en Oviedo le recuerdo básicamente en dirigiendo dos óperas: la excelente Peter Grimes de enero de 2012Ainadamar en diciembre de 2013 sin olvidarme tampoco de su anterior visita de marzo de 2015 con el cellista Asier Polo en un concierto donde mimó el sonido de nuestra formación. Conocedor por tanto de la orquesta, con la que se nota un feliz entendimiento, la página de Elgar sacó lo mejor de cada sección y lucimiento de los solistas a lo largo del concierto, incluso permitiéndose cambiar algunos primeros atriles. Energía inicial, con las trompas seguras, la cuerda aterciopelada y equilibrada, el viento madera en su línea habitual así como todos «los bronces» en estado de gracia, poderoso metal de evocaciones dignas de los Péplum. La viola de Alamá no solo rindió homenaje, como el propio autor, al Harold italiano de Berlioz sino que pareció imbuirse de Riquelme en el anterior concierto, dejándonos un solo bellísimo, de musicalidad máxima para poner imágenes a ese mar ambiguo y traicionero, bien contestado por la trompa solista de Rosado, dos valencianos de pura cepa con la cercanía mediterránea. Como bien describen las notas al programa esta partitura «profundizando en esa sensación de elegancia y nobleza que subyace a lo largo de toda la pieza«, elegancia de Rovaris y nobleza de una orquesta con solistas de primera.

Nino Rota (1911-1979) pasará a la historia como gran compositor de bandas sonoras pero su biografía nos muestra a un niño prodigio del piano y autor de páginas sinfónicas u operísticas de vanguardia, con una calidad que el cine parece haber confirmado, pues no me canso de repetir que son los compositores más populares del siglo XX precisamente por el séptimo arte. El Concierto Soirée para piano y orquesta (1961-1962) lo estrenó el propio Rota en el Teatro Olímpico de Vicenza (1963) y en él aparecen guiños llenos de citas musicales, de toques humorísticos y sobre todo su empeño de «hacer feliz a la gente«. Uno de sus alumnos fue Benedetto Lupo, quien ha grabado la integral para piano de su maestro, el solista ideal para este concierto (merece la pena la entrevista en OSPA TV), cinco movimientos no exentos de virtuosismo, de diálogos con la orquesta (algo más reducida) y exigente por los cambios de tempo, ritmo y dinámicas que Rovaris entendió desde su dirección clara, precisa y nunca ampulosa pero siempre efectiva. Imágenes que los propios títulos evocan, desde el Chopin del Valzer Fantasía inicial, el Ballo figurato con reminiscencias rusas incluso en la instrumentación, el romanticismo exiguo de la Romanza (que utilizará Rota en La Strada) donde el chelo de von Pfeil rivalizó en sonoridad con la viola o el corno inglés de esta primera parte, poniéndole personalmente al piano imágenes del mejor Rachmaninov tamizado también por Hollywood, final en la menor casi de fundido a negro con el paso último al mayor que Lupo devolvió al do natural en otra humorada «muy de Rota» antes de la afrancesada Quadriglia, piano emergiendo arriba y abajo con flautas más clarinetes coloreando este baile de salón que finaliza con el alegre y luminoso Can-Can para solaz de orquesta y batuta concertando a la perfección con Benedetto Lupo inspirado como todos.

El regalo del Preludio 13 de Rota recordaría el dominio melódico del maestro y beber de la fuente directamente para un Lupo poderoso y tierno, preludio cinematográfico de la segunda parte.

Las imágenes de La Strada (1954) seleccionadas por el doctor Chávarri para la conferencia nos recordaron al mejor Fellini y el genial tándem con Nino Rota cuya música conocemos a la perfección, casi siempre asociada al cine. El reparto con Giulietta Masina (Gelsomina), expresividad y delicadeza irrepetible, Anthony Quinn (Zampanò), todavía joven en el papel de forzudo tragafuegos y maltratador, y Richard Basehart (il Mato, payaso trapecista), mi almirante Nelson del submarino nuclear Seaview en la serie «Viaje al fondo del mar» de los años 60 con televisión en blanco y negro como la propia película de Fellini.
La belleza de esta banda sonora para la oscarizada como mejor película de habla no inglesa en 1956, donde hay amor, ensoñación y desengaño subrayados perfectamente por el compositor le llevaron en 1966 a escribir la Suite del ballet para orquesta a petición de La Scala de su Milán natal, partitura que Rovaris con la OSPA elevó al paraíso cinematográfico con imágenes propias. Lucimiento en cada intervención de los solistas desde el impetuoso inicio. Si la trompeta de Van Weverwijk pasaba del sonido circense al de jazz con total naturalidad, el trío de músicos que se encuentran con Gersomina, flauta, clarinete y tuba -en la película vemos un bombardino- caminan sobre el alambre sin red pero seguros en las alturas con toda la madera al encuentro de «il Mato». El swing lo marcaría Casanova a la batería secundada por unas trompetas espectaculares y el trombón de Brandhofer en su salsa, junto a los timbales de Prentice asegurando con precisión los tutti. Y la delicadeza de Massina recayó en el violín de Isabel Jiménez (que repetía de concertino invitada), contrastando con la tensión orquestal del maltratador Zampanò, el único momento donde el balance cayó hacia los «bronces» ocultando una cuerda (con piano, celesta y dos arpas) casi siempre presente y contundente. El «intermezzo» cede la melodía a la trompeta, nuevamente inspirada, antes del triste final nuevamente con el solo de violín doloroso y bello.
Rovaris diseñó una película sinfónica llena de claroscuros bien coloreados, sacando brillos y sedas, luciéndose y haciendo lucir a cada músico con los múltiples cambios de una partitura que hizo las delicias de todos. Parece perentorio ir cerrando el tema de contrataciones de un concertino titular así como de un director, al menos que sea un Maestro con mayúsculas como el de este abono («no hay quinto malo» dice el refrán), capaz de contagiar entusiasmo y confianza, conocedor de un amplio repertorio más allá del necesario «fondo de armario habitual» alternado con estrenos no siempre de calidad, para que todo funcione y podamos decir que la OSPA suena de cine.

Grandiosa discreción

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Viernes 20 de marzo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 8, OSPA, Asier Polo (violonchelo), Corrado Rovaris (director). Obras de Mozart y Chaikovski.

La musicóloga y chelista Andrea García Alcantarilla, autora de las notas al programa que incluyo como link en los autores del inicio, ofrecía la conferencia previa al concierto con el título «Mozart y Chaikovski: una huida hacia el pasado que inexorablemente culmina en el presente», ella misma reconociendo lo excesivo pero también razonando y explicándonos de forma clara la conexión entre dos autores que parecen (y lo son) tan distintos confluyendo en un gusto hacia las etapas anteriores, Mozart al italiano de la policoralidad veneciana de San Marcos y Chaikovski al rococó del joven Mozart que parecía ver la vida en rosa. Siempre está bien acudir a estas charlas tan ilustrativas que abren aún más los oidos para el concierto posterior porque esa hilo argumental tejería las tres obras a escuchar desde una aparente sencillez, puede que también entendiendo la discreción como virtud, con un director de la vieja escuela como el Maestro Rovaris que sin excesos pero con claridad académica, logró la máxima efectividad en un programa de los que no provocan grandes pasiones pero que son necesarios para todos, músicos y público. En sus anteriores visitas operísticas ya me convenció, pero lo de este viernes corroboró pese a su discreción, que es Maestro con mayúsculas.

El director italiano dispuso a la orquesta, hoy con Eva Meliskova de concertino, de formas distintas para cada obra, un primer ejemplo de cómo debe mimarse el sonido, dejando instantánea prohibida de esa colocación que ayudó siempre a una escucha perfecta de las tres partituras.

Mozart abría velada con su Serenata nº 6 en re mayor, K. 239 «Serenata nocturna» (1776), música de baile, que no molesta, rememorando los efectos buscados entre un cuarteto solista protagonista (con la citada Meliskova, Corpus, Moros y Mijno en estado de gracia) y el «grueso» donde los timbales en el centro ponían el cimiento de esta joya casi de juguete. El Maestro siempre pulcro, adelantándose lo necesario para recordar el matiz exacto, el tiempo que va también «in crescendo», dejando al cuarteto disfrutar y contagiar al resto. Toda una lección de música la Marcha: Maestoso, el imaginativo Minueto y sobre todo el Rondó: Allegretto – Adagio – Allegro dibujado como haría un orfebre sin levantar la mano, contraste barroco hecho clásico por el genio de Salzburgo.

Cada visita de Asier Polo es un placer para el melómano y prueba del nivel que nuestros violonchelistas españoles tienen en un mercado competitivo al máximo donde el toque diferencial lo ponen músicos como el bilbaino. Las Variaciones sobre un tema rococó para violonchelo y orquesta, op. 33 (1876) de Chaikovski son agradecidas para el solista y más aún para la orquesta cuando desde el podio se domina todo el tejido de texturas como volvió a demostrar Rovaris. A partir del Moderato assi, casi Andante – Tema: Moderato semplice la obra va agrandándose en ornamentos que no oscurecen el motivo principal sino que están tan bien escritas para el colega en el Conservatorio de Moscú Fitzenhagen que el violonchelo se hace voz más allá del hermosísimo Andante del que todos hablan. El sonido del Francesco Rugieri (Cremona 1689) en las manos de Polo cautiva en todos los registros, incluyendo unos armónicos estratosféricos, en cada variación, con cada técnica aplicada no ya en las cuerdas sino también en el arco, obra de energía positiva que Asier transmite a todos, sonriente, elegante en el diseño y en la interpretación bien secundada por todos desde Rovaris. Las intervenciones de las maderas todo un ejercicio de color sin perder unidad, contestando y arropando al solista, misma intención en la misma dirección para una ejecución preciosista especialmente en la sexta variación, el «dichoso» Andante colocado en lugar estratégico por belleza más que concepción.

La gratitud mutua vino en forma de propina con una obra de nuestro gran cellista y compositor Gaspar Cassadó, el Preludio – Fantasía de de la «Suite para violonchelo solo» (1926) digna de figurar directamente en el programa y ocupar mayor espacio en este comentario porque pudimos disfrutar de una interpretación íntima, bella, majestuosa, maravillando de nuevo ese arco prolongación del propio Asier Polo. Aperitivo de una obra grande aunque todavía vendría otro regalo, la Bourré de la Suite nº 4 de Bach, un triángulo equilátero, tres compositores para el instrumento más cercano a la voz humana que siempre hace perfectamente entendible el chelista vasco, con tres épocas en una sola visión maestra.

La Sinfonía nº 40 en sol menor, K. 550 de Mozart forma parte de la memoria colectiva no solamente melómana. Perderemos la cuenta de las grabaciones, versiones y directos que atesoramos todos los presentes en el concierto y aún más mis fervientes lectores (gracias siempre), así como ejecuciones a cargo de nuestra orquesta, siempre la misma partitura pero distinta en cada momento. Estoy seguro que el jueves en Gijón fue otra visión del paisaje aunque contase con el mismo pintor y lienzo. Corrado Rovaris optó por la claridad total, la limpieza contagiada a las tres secciones que sonaron como nunca, todos a una, escuchando cada nota en equilibrios y protagonismos marcados en el instante previo por una batuta honesta y delicada, lejos de los estiletes o mandobles de otros, la izquierda puntualmente acertada, la cabeza asintiendo y el cuerpo balanceándose ocasionalmente. El Molto allegro sonó vivaz sin perderse nada, el Andante todo un remanso de belleza, el Minueto: Allegretto de una dramatización musical que daría para una sola lección por los diferentes planos dibujados entre madera y cuerda, para finalizar con el Allegro assai en pulsación mantenida con apenas rubato, todo ello con esta tercera colocación buscando el sonido adecuado a esta sinfonía de la que nuestra conferenciante hizo notar su composición global y central dentro de la llamada trilogía final, siendo «La 40» el gran movimiento central. Me imagino escuchar a continuación la última con estos mismos colores y pintor, OSPA y Rovaris porque la emoción y placer del concierto hubiese alcanzado cotas únicas. Estaremos atentos a la retransmisión por Radio Clásica de esta velada que me ha dejado feliz como hacía tiempo no sentía, puede que compensando mi ausencia vacacional para el Requiem Alemán de Brahms del próximo viernes 27. Aunque lea críticas nunca será igual que el irrepetible y mágico directo.

Derbies en Don Carlo

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Este miércoles acudí a la Casa de Cultura de Mieres para seguir la retransmisión desde el Campoamor de Don Carlo (Verdi). 23 personas hasta el descanso que dudaron entre el Madrid-Barça de copa o esta nueva gozada verdiana con titanes y empates al igual que en el fútbol. Además de la OSPA con Corrado Rovaris que prepararon un terreno de juego perfecto, mi clasificación quedó:

Ainhoa Arteta y Juan Jesús Rodríguez como Isabel de Valois y Rodrigo realmente sembrados, artistas y en un momento vocal inmejorables que crecen en cada función. El reinado Arteta tendrá largo recorrido y JJ Rodrigo afrontará con seguridad roles como éste.

2º ex-equo Alex Penda y Felipe Bou, Princesa de Éboli y Felipe II contrastes dramáticos con registros graves difíciles de encontrar, enamorándonos de Alexandrina Pendatchanska ya en el Ensayo General.

Steffano Secco en el rol principal, y el Coro de la Ópera que dirige Patxi Aizpiri, algo desiguales en color o tempo, pero dignos de podio, en especial las damas.

El resto del elenco adecuado y colaborando a un equilibrio difícil para una obra como este Don Carlo tan exigente, debiendo citar a Luiz-Ottavio Faria como Inquisidor.

Volver a destacar la elegancia en vestuario y atrezzo. Mejorable nuevamente la realización que nos ofreció TeleCable que comenté puntualmente desde mi Twitter.

No es igual el directo que la retransmisión y tampoco tenemos los medios del MET, pero este Año Verdi no ha hecho más que empezar…

Don Carlo dejará huella en Oviedo

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Martes 22 de enero, 20:00 horas. Teatro Campoamor. Ensayo general de Don Carlo (Verdi).
Invitado por #operaytuits acudimos unos cuantos «tuiteros» al general para empezar bien el Año Verdi. Además de compartir en tiempo real sensaciones y emociones, estar en un lugar privilegiado para disfrutar como si del estreno se tratase no tiene precio, pertrechados con móviles y tabletas que desgranaban cuadros, arias, dúos, concertantes, situaciones y todo lo que sólo la ópera es capaz de sacar del alma humana.
La magia flotó en el ambiente desde el arranque con una OSPA portentosa en bloque, secciones y solistas bajo la dirección de un Corrado Rovaris magistral de inicio a fin, terciopelo orquestal capaz de abrigar a las voces que por algo llevan «la voz cantante» sin renunciar a momentos épicos cuando lo exige esta obra esplendorosa del gran Verdi. Con esta base lo que vendría después era pura lógica en el discurrir lírico.
Del Coro que dirige Patxi Aizpiri sólo elogios en un general que servirá para aligerar los tempi marcados por el Maestro Rovaris en el estreno del 24, pues vocalmente están en momento dulce y como actores en su sitio.
Del reparto equilibrado que logró una representación triunfal más que un ensayo por darlo todo sin necesitarlo (gracias por la profesionalidad y el contagio emocional) comenzar por Don Carlo Stefano Secco convincente y en especial la Éboli de Alex Penda (Alexandrina Pendatchanska) que enamoró a todos.
Y de los «debuts» en sus roles Juan Jesús Rodrigo/ez que tiene clase hasta para morirse, el Filippo Bou impactante incluso de presencia, pero especialmente una Elisabetta di Valois que desde ahora será referencia, Ainhoa Arteta cuya voz ha ganado tantos quilates desde un trabajo del rol maduro, en plenitud, que logró acallar todo y erigirse en auténtica Majestad con todos postrados ante ella. Generosa, sin guardar nada, regalando una auténtica lección de profesionalidad, belleza interior que fluye hacia su presencia escénica hecha arte vocal.
Añadir una puesta en escena seria, rigurosa, histórica, con guiños pictóricos de libro como un atrezzo y vestuario cuidado al detalle que redondearon un Pre-estreno para los elegidos, entre los que me considero uno de los privilegiados. El 24E será un acontecimiento lírico para la historia del Campoamor y de la propia ópera en el bicentenario de Verdi.

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