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Granada fue Linz

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Domingo 16 de junio, 22:00 horas. 73º Festival de Granada, Palacio de Carlos V | Conciertos de Palacio / #Bruckner200: Orquesta Sinfónica RTVE, Christoph Eschenbach (director). Obras de Mozart y Bruckner. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

Arrancaba este domingo mi segundo festival granadino al completo «desde Palacio», con la ciudad austriaca de Linz como eje vertebrador que en el programa del Festival lo titula «De Mozart a Bruckner» por las dos obras tan coherentes para un programa que empieza con Mozart y su Sinfonía nº 36, considerada de madurez (siempre increíble), llevando el topónimo como sobrenombre por estar escrita a su paso por dicha ciudad en el otoño de 1783, sumando que además esté estrechamente ligada a Anton Bruckner, de quien conmemoramos su 200 aniversario con notable presencia en Granada además de la capital austriaca transitada por tantos grandes con el lema  de esta última temporada de Antonio Moral al frente: «Viena, punto de encuentro», capitalidad musical mundial que seguiremos escuchando a lo largo de esta edición.

A la Orquesta de RTVE se le notan los últimos años de titularidad de mi paisano y tocayo Pablo González, por lo que su estado de forma es el ideal y las batutas invitadas se encuentran con una sinfónica de lo más flexible y moldeable, capaz de afrontar en igualdad de calidad al siempre necesario Mozart y al incomprendido Bruckner como reto para músicos y director, tres conciertos en su sede del Monumental madrileño, en Úbeda dentro de su festival, para finalizar en el granadino con Christoph Eschenbach (1940), maestro de amplio espectro y trayectoria más que reconocida, buen maridaje y perfecto rodaje previo a este «Concierto Linz».

La Sinfonía nº 36 en do mayor, K 425 «Linz» (1783) de Mozart con plantilla «clásica» sonó más que aseada  con un Eschenbach siempre de gesto contenido pero con una batuta que es maravilloso contemplar cómo la agita, pues deja fluir la música y los matices están escritos en la partitura, así que todas las secciones de la orquesta pudieron disfrutar interpretándola dibujada por un pincel en la derecha marcando los fraseos y la económica mano izquierda. Cuatro movimientos «de libro», reducido en el atril, con el maestro alemán logrando que todo sonase claro: un Adagio – Allegro spiritoso bien contrastado, el Poco adagio de maderas excelentes, un Menuetto impecable y el último Presto donde comprobar una cuerda nítida y conjuntada preparándose para una segunda parte donde la ORTVE sacaría todo su músculo y Eschenbach la sabiduría en ese repertorio.

De Bruckner, que estudió y pasó más de una década como organista en Linz, todo el mundo está de acuerdo que es un sinfonista esencial para entender la evolución del género que conecta a los grandes clásicos con Mahler (el festival pasado también tuvo sus programas). La Séptima, obra formalmente dedicada a Luis II de Baviera, es una de las sinfonías más populares aunque nace como homenaje a Wagner que acababa de fallecer, siendo uno de los primeros éxitos en vida del músico cuando la partitura se escuchó públicamente por primera vez  el 30 de diciembre de 1884 en Leipzig. Totalmente memorizada  por el maestro alemán y asimilada por la sinfónica de la radiotelevisión española, los cuatro movimientos se ciñeron a las indicaciones del compositor, de nuevo con economía gestual en el podio aunque algo más amplia su mano izquierda, con unos balances difíciles de conseguir ante el despliegue instrumental pero con eficacia, entrega, riqueza dinámica en todas las secciones y una interpretación impecable.

El Allegro moderato arrancó con una cuerda en pianissimi perfecta, el dibujo permanente de Eschenbach  y una disciplinada formación siempre en su plano sonoro con leves indicaciones del maestro alemán. Si la madera ya mostró sus credenciales, estaba claro que para esta séptima los metales serían parte esencial y no defraudaron ni en color, tan organístico en el compositor e Linz, ni en presencia, contenida cuando debían y sólo espoleados en el momento justo con los brazos arriba de una siempre eficaz batuta. El Adagio: Sehr feierlich und sehr langsam resultó literalmente «Muy solemne y muy lento», la espiritualidad y emoción de Bruckner pasando por todas las secciones, la cuerda manejada con las manos del pianista, con la presencia de la melodía nunca oculta por el grueso sinfónico. Impactante el siempre agradecido Scherzo: Sehr schnell, lucimiento de los bronces con la tímbrica tan especial de las tubas wagnerianas y la acústica siempre increíble del palacio imperial, con la indicación de «Muy rápido» sin dejarse notas por el camino. Maravilloso Eschenbach que transmitió energía, pasión y magisterio como así volvería para el Finale: Bewegt, doch nicht schnell, «movido, pero no rápido», increíble porque el trabajo previo se notaba y este tercer concierto parecía dar sentido al refrán español «a la tercera va la vencida», pues no hay reproche a esta séptima bruckneriana para conmemorar el segundo centenario del nacimiento de Bruckner con la veteranía y sabiduría del director alemán sacando lo mejor de una orquesta que espero mantenga el fruto plantado para futuras cosechas, muchas de ellas aún disponibles en las redes sociales, pues los horarios de emisión no son los de este en la capital nazarí, aunque tras los más de diez minutos de aplausos  de un público agradecido, por poco alcanzamos «Los conciertos de la 2».

PROGRAMA

-I-

Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791):

Sinfonía nº 36 en do mayor, K 425 «Linz» (1783):

I. Adagio – Allegro spiritoso

II. Poco adagio

III. Menuetto

IV. Presto

-II-

Anton Bruckner (1824-1896):

Sinfonía nº 7 en mi mayor, WAB 107 (1881-83):

I. Allegro moderato

II. Adagio: Sehr feierlich und sehr langsam (Muy solemne y muy lento)

III. Scherzo: Sehr schnell (Muy rápido)

IV. Finale: Bewegt, doch nicht schnell (Movido, pero no rápido)

Potencia musical americana

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Sábado 6 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Daniel Müller-Schott (violonchelo), National Symphony Orchestra Washington, Christoph Eschenbach (director). Obras de C. Rouse (1949), Dvorak y Brahms / Schoenberg.

Las grandes formaciones orquestales tienden a impactar precisamente por su rotundidad sonora, y el director alemán afincado en EE.UU. parece haberse sumado a la magnificencia más en número que en calidad, algo en lo que parecen coincidir muchos, «Un director capaz de galvanizar un conjunto sinfónico y de extraer de él, por derecho, interpretaciones que destacan más por su brío que por su delicadeza» (Arturo Reverter en «El Cultural»). Basta con recontar la plantilla de la cuerda (15-13-11-9-8) para hacernos una idea del despliegue que la NSO de Washington con su titular han traído a esta gira europea. Tampoco podemos hablar de un sonido propio como antaño, donde las diferencias entre los continentes eran mayores y los europeos presumíamos de una tímbrica vienesa o inglesa. La globalidad y los directores tienen parte de la responsabilidad, Eschenbach coloca la orquesta «antifonal» en violines con contrabajos tras los primeros, timbales al fondo a la izquierda y las trompas a la derecha continuando linealmente los metales, más las maderas algo más adelantadas, logrando una espacialidad sonora algo distinta y de agradecer sobre todo en la segunda parte.

Buscando la potencia de la llamada sinfónica nacional de EE.UU. aunque le va mejor lo de Sinfónica de Washington, arrancaron el concierto con Phaeton (1986) para gran orquesta de Christopher Rouse (Baltimore, 1949), de inspiración mitológica al contar la frenética carrera de Faetón en su carro de caballos que el compositor yanqui parece reducir al adjetivo más que al sustantivo, abundante percusión donde no falta el «martillo mahleriano» y un crescendo de casi nueve minutos evocador del bolero raveliano solamente por buscar algún paralelo. Como anécdota mientras Rouse componía los compases donde quiere «reflejar» que Zeus fulmina a Faetón explotó el transbordador Challenger al que finalmente dedicará la obra en memoria de los siete fallecidos. No hubo que lamentar desgracias en el auditorio ovetense pero debo recoger lo que mi querida «paisana» Lorena Jiménez Alonso escribe en las notas al programa: «Su música es pasional, emocionante y electrizante… Si a eso añadimos estrepitosa y virtuosística, tenemos la definición de Phaeton«, un orquestón de calidades globales pero nada sobresalientes para una partitura algo repetitiva aunque visualmente espectacular, o como suelo decir en estos casos, muy yanqui.

Ya he perdido la cuenta de las veces que el chelista alemán Daniel Müller-Schott ha estado en Oviedo con esa joya de instrumentos como el «Ex Shapiro» Matteo Goffriller fabricado en Venecia en 1727, verdadera maravilla de sonido, con armónicos también espaciales, volumen estratosférico y musicalidad en estado puro en sus manos, desde un arco poderoso y sensible a una mano izquierda que dibuja los pentagramas con esmero. El Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, op. 104 (Dvorak) está entre los preferidos de los grandes solistas aunque necesita como es de esperar el equililibrio con la orquesta, algo que esta vez no se logró siempre, sin una concertación clara por parte de Eschenbach, Müller-Schott hubo de renunciar a parte de su potencial, también poco ayudado por unos «diálogos» donde los atriles solistas no engancharon con el chelo ni tampoco las dinámicas algo exageradas. Una pena porque los tres movimientos dan para explotar recursos en cada momento, desde el Allegro inicial que debe encajar en cada detalle, hasta el Finale: Allegro moderato de dinámicas en cascadas emotivas, pero y especialmente en el Adagio, ma non troppo donde la batuta y solista fueron por caminos divergentes en vez de mimar un lento ideal para un chelista de sonido pulcro y penetrante.

Al menos su regalo de Ravel, el Kaddish (de las «Deux mélodies hébraïques») esta vez solo, nos permitió paladear el Goffriller y la musicalidad a la que Müller-Schott nos tiene acostumbrados.

Del Cuarteto con piano en sol menor, op. 25 de Brahms, Schoenberg realiza un arreglo para orquesta del que podemos decir lo mismo que el gran Otto Kemplerer: «El arreglo suena tan bien, que ya nadie querrá escuchar el cuarteto original», y esta vez la NSO con su titular buscaron la fidelidad a Brahms haciendo que se escuche todo de una vez, algo que Schoenberg como pianista conocedor y orquestador consumado puede lograr en esta singular obra, recreación más que arreglo de un compositor cuyo catálogo de cámara es probablemente superior cualitativamente al sinfónico, puede que por su autoexigencia de contar con Beethoven como modelo. El propio Arnold daba tres razones para esta transcripción: «Me gusta la obra. Se toca raras veces. Siempre se toca mal, porque cuanto más bueno es el pianista, más alto toca y no se escuchan las cuerdas», algo que la orquesta de Washington y Eschenbach lograron ampliamente. Impresionantes la riqueza de planos en el Allegro inicial, especialmente en la madera aunque seguía habiendo desajustes, o el Intermezzo que pareció más equilibrado, pero parecía que el director alemán se reservaba para el sensacional Animato de sonoridades pletóricas y sobre todo el final Rondo alla zingarese que hizo todo lo posible por mostrar cierto parentesco con las «Danzas húngaras» del hamburgués, e incluso con algunas eslavas del Dvorák que cerraba la primera parte. Potencia musical para una orquesta a la que su titular tendrá que hacer aún más suya, especialmente en la búsqueda de una identidad de la que adolece.

La propina final para mantener esa plenitud nada menos que la Danza de los comediantes de «La novia vendida» (Smetana), puede que lo mejor del concierto y como si todos dieran lo mejor de un espectáculo con un tempo verdaderamente vertiginoso, supongo que por la hora avanzada y el hambre, con Eschenbach ejerciendo de verdadero kaiser a la batuta.

Y febrero continuará con un especial suma y sigue… no hay mejor carnaval que el musical.