Sábado 29 de junio, 22:00 horas73º Festival de Granada. Palacio de Carlos V, Conciertos de PalacioOrchestre de Paris, Christiane Karg (soprano), Klaus Mäkelä (director). Obras de Schoenberg y Mahler. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

Llegaba al Palacio de Carlos V uno de los conciertos más esperados de esta edición, en parte por el mediático y joven director finlandés, pluriempleado pero con la orquesta de la que es titular desde 2021, el tándem Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996) y Orchestre de Paris que me dejaría una buena impresión con dos obras donde poder comprobar en vivo cómo funcionan.

La Noche transfigurada de Schoenberg puso a prueba toda la cuerda parisina y a un Mäkelä de estilo único con una orquesta a la que le exige y responden. El director finlandés, de gestualidad clara, potente, por momentos hasta exagerada pero eficaz, hizo con su formación verdadera magia con un concertino cómplice (me pareció Andrea Obiso pero las caras no son las habituales de la web, con Eiichi Chijiwa de ayudante) y el viola Nicolas Carles que «rivalizaron» en protagonismos. De la obra, las notas al programa de Justo Romero tituladas Noche y luz expresan muy bien la génesis: «Noche transfigurada nace en 1899, en formato de sexteto de cuerdas e inspirado por el introspectivo poema homónimo de Richard Dehme, que narra los sentimientos y reacciones derivadas de la confesión de una mujer que revela a su pareja, «durante un paseo por un bosque bajo el claro de luna», estar embaraza de un extraño. Pronto se convirtió en la primera obra relevante de Schoenberg, quien estructura la traslación sonora en tres episodios: el primero describe el dolor y desasosiego de la mujer al contar su estado; el segundo es un “interludio” que refleja los sentimientos contradictorios del hombre al conocer los hechos, y, finalmente, un desenlace de amor y aceptación, hermano casi gemelo del de la Cuarta de Mahler. «¡Mira cuan claro el Universo reluce! Hay un brillo alrededor de todo», cuenta Dehme y musica Schoenberg en un lenguaje aún tonal, deudor del cromatismo wagneriano, en el límite de la consonancia y la armonía. El arreglo para orquesta de cuerdas data de 1917, y fue revisado en 1943, en la versión que hoy se escucha en la sonora noche del Carlos V». Conseguir que la gruesa cuerda parisina suene camerística es un arduo trabajo pero con Mäkelä todo parece fácil, una mano izquierda que moldea el sonido y la batuta casi como un sable para herir, junto a su contorsionismo sobre el podio, con un resultado aceptable en los tres episodios. Tímbrica y color en unos violines compactos, homogéneas las violas más unos graves siempre rotundos (calcular a partir de ocho contrabajos), con una interpretaión rica de matices y expresividad transfigurando esta noche de San Pedro y San Pablo como prólogo bien buscado para un Mahler luminoso y celestial.

Tras la pausa en este concierto en «la Viena granadina» llegaba mi esperada Cuarta de Mahler con la orquesta al completo, buenas maderas y metales contenidos que fueron creciendo en entrega y sonoridad a lo largo de los cuatro movimientos. Las notas de de Justo Romero analizan esta sinfonía: «Como era costumbre en Mahler, la Cuarta sinfonía fue escrita durante las vacaciones veraniegas, en 1900. Tiempo feliz y fructífero, en el que ocupaba el cargo de director de la Ópera de Viena y el futuro estaba abierto a todo. Tiempo de amor, dirección, expansión y creación. De ahí acaso, el aire sereno y desenfadado de esta sinfonía que se aparta de la grandilocuencia de las dos precedentes para acercarse a una sonoridad menos apabullante, que, desde la evidente distancia, parece tornar la mirada a Mozart. Quizá por eso, el público muniqués que asistió al estreno –el 25 de noviembre de 1901, dirigido por el propio Mahler–, y que esperaba una nueva “catedral sinfónica” al modo de las dos sinfonías precedentes, recibió la obra fríamente», pero el granadino fue emocionándose y corroborando que el tiempo de Mahler ha llegado, recordando toda la noche a mi querido Pérez de Arteaga a quien precisamente conocí hace años aquí  mismo recién publicado su libro. Seguramente hubiese disfrutado como casi todos, pues Mäkelä sin cumplir los 30 años no solo apunta maneras sino que la madurez y dominio con el que se enfrentó a esta Cuarta le corrobora como un director en la cumbre en este primer cuarto de siglo.

Romero continúa explicando que «Frente a las dos sinfonías precedentes, la Cuarta retoma el esquema tradicional en cuatro movimientos. Aquí, todo aparece más sustanciado y ligero, tanto en su contenido musical como conceptual. Claridad meridiana y clásica. Sin trombones ni tuba, ni coro ni efectos desmesurados. La infancia y su sencillez como celebración de la vida celestial e ingenua aparecen sin el drama próximo de los Kindertotenlieder. En los tres primeros movimientos todo parece concebido para conducir amablemente al estado de gracia beatífica del canto final. Visiones triviales desprovistas de conflicto. Ensueño que pronto se desvanecerá en la contingencia de la realidad. El desenlace de las llamadas sinfonías Wunderhorn, de la feliz «trompa mágica del niño» es inexorable (…) Historias de una vida». La orquesta parisina cambió de viola principal (Florian Voisin), el concertino jugó con dos violines para jugar con los ataques y tímbrica mahleriana y toda la cuerda mantuvo, e incluso mejoró, el nivel mostrado en Schoenberg, con Mäkelä mandando sobre este Mahler pletórico de expresión, de rubati, de tensiones y dinámicas amplias hasta llegar al Ruhevoll, poco adagio mágico, cortando la  respiración, flotando, sujetando el tempo casi como en la «Quinta de Visconti» viendo a Dirk Bogarde chorrearle el tinte por la cara mientras moría en la tumbona del Lido veneciano, esta vez cual «Muerte en Granada» que tendría final feliz, angelical hasta en la aparición de la soprano alemana Christiane Karg ubicada en el primer piso, voz ideal para el bohemio, proyectándola sobre la orquesta y mimada por un Mäkelä que despertó «los sentidos para que todo renazca con alegría».

Ejerciendo un poder casi magnético fui  perdiendo prejuicios para comprobar una musicalidad innata dominando la obra que apenas necesitaba mirar el atril, pasando hoja delicadamente para no enturbiar el sonido de sus parisinos plenamente entregados al finlandés hasta llegar a un final sobrecogedor, manteniendo los brazos tanto tiempo arriba que ni un murmullo se escuchó antes del estruendoso aplauso final para el director y su orquesta, sin olvidarnos de la soprano aún en el cielo tras este angelical Wir geniessen die Himmlischen Freuden. Sehr behaglich que recordaré mucho tiempo.

PROGRAMA

-I-

Arnold Schoenberg (1874-1951):

Verklärte Nacht, op. 4 (Noche transfigurada, orq. 1917, versión 1943)

-II-

Gustav Mahler (1860-1911):

Sinfonía nº 4 en sol mayor (1899-1901):

Bedächtig, nicht eilen

In gemächlicher Bewegung, ohne Hast

Ruhevoll, poco adagio

Wir geniessen die Himmlischen Freuden. Sehr behaglich