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Piano espectacular y potente

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Domingo 20 de noviembre, 19:00 h. Auditorio de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G, Iberni». Martín García García (piano). Obras de Chopin y Rajmáninov.

Crítica para La Nueva España del martes 22 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Un lleno espectacular en el auditorio este domingo para disfrutar del mejor piano romántico con el gijonés Martín García García (1996), que sigue madurando como el buen vino, esta vez dejándonos a dos compositores, Chopin y Rajmáninov, con los que se encuentra cómodo, confiado, entregado, sin perder aún la pasión juvenil y unas interpretaciones siempre con un toque personal, no importan algunas imperfecciones mínimas, llegando y emocionando aunque tengamos que seguir sufriendo un amplio repertorio de toses en todas las tesituras, tonalidades (domina el flemol), caídas de paraguas y bolsos, luces más tonos de móviles incluso con conversaciones… hasta niños que preguntan o se suman al coro de estertores en su registro más agudo, haciéndonme anhelar aquellos conciertos de aforo reducido y mascarillas (deberían volver) que llegué a pensar, inocente e ingenuo de mí, vendrían para retornar a la escucha de la música desde el silencio, el respeto, la educación… y la salud. El Covid sigue, la gripe nunca se fue pero la esperanza en el necesario civismo que nos permita disfrutar como se debe, ya se ha perdido del todo convirtiéndose en la verdadera pandemia.

Dos románticos para degustar ocupando cada una de las partes del concierto con el piano protagonista absoluto, iluminación cenital y resto en penumbra. Chopin toda la primera, bien organizada comenzando con las cuatro Mazurkas, op. 33 muy contrastadas en aires y rubati muy apropiados, una brillante Barcarola en fa sostenido mayor, op. 68, cuatro de los Preludios op. 28 igualmente ordenados por sus “tempi” buscando ese ambiente contrastante y hasta lúgubre de los días en Valldemosa, donde la tisis pareció contagiar en el túnel del tiempo al “coro de asistentes”, para cerrar con la conocida “Sonata nº 2 en si bemol menor op. 35”, cuya famosa Marcha fúnebre del tercer movimiento, Martín García le dio toda la pasión y visión personal, más el Presto final donde el virtuosismo es necesario pero la musicalidad aún más. Momentos casi sinfónicos con pasajes que el polaco utilizará en sus dos conciertos para piano junto al intimismo de otros en buena conjunción e interpretación del asturiano.

Y el “Chopin de Broadway”, Rajmáninov, que comparte con el polaco la nostalgia desde el exilio, las añoranzas por “la amada Polonia” o “la madre Rusia” transmitidos en su piano de tragedias y depresiones volcadas por un Martín García pletórico, potente, amplio de dinámicas, desde los dos “Momentos Musicalesop. 16, primero el nº 3 en si menor, después el nº 2 en mi bemol menor, nuevamente buscando los claroscuros románticos en el último de los intérpretes virtuosos además de compositores, el melodismo inimitable del ruso canturreado por el gijonés, al igual que con el polaco, como otra seña de identidad de nuestro joven virtuoso, pasajes inconfundibles que evocan también las páginas con orquesta (en especial las Variaciones sobre un tema de Paganini). Todavía quedaba la “Sonata nº 1 en re menor op. 28” para rematar la faena, sonido muy trabajado, ímpetu e introspección en perfecto equilibrio, música a borbotones, juventud con recorrido y mucho estudio para un recital titánico que levantó a todo el público de sus butacas con bravos y hasta un merecido e inoportuno “¡Grande!” rompiendo la unidad del “momento”, y es que las emociones no entienden de buenos modales.

Sin chaqueta salió Martín para agradecer el entusiasmo que levantó y nos regaló tres propinas en una línea argumental acorde con este concierto puramente romántico por todo lo que escuchamos, incluyendo el “coro de ruidos”. Primero el Étude-Tableau, op. 39, nº 8 en re menor, limpio y cristalino; después el Preludio nº 3 en re menor, poderoso, enérgico, arriesgado “tempo di menuetto”, elefantiásico cual las manos de Serguéi transmutado al gijonés como si comenzase el concierto dos horas después; y si se me permite la expresión, desmelenado pero reposado volviendo a la intimidad con la camisa sudada y la tercera del ruso, de sus siete piezas de salón, la op. 10 nº 6, una delicadísima Romanza en fa menor cuyo “Andante doloroso” más que mosso, solo lo rompió un infantil estornudo que no empañó un concierto para el recuerdo que las notas al programa, felizmente en papel, de mi compañera Andrea García Torres tituló “El virtuosismo expresivo”.

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El ciclón gijonés

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Domingo 20 de noviembre, 19:00 h. Auditorio de Oviedo: Jornadas de Piano «Luis G, Iberni». Martín García García (piano). Obras de Chopin y Rajmáninov.

Reseña telefónica con Franco Torre para La Nueva España del lunes 21 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Un ciclón musical pasó anoche por Oviedo. El ojo de la tormenta estaba en el Auditorio Príncipe Felipe, en una sala principal que registró lleno absoluto. Sobre el escenario, un único instrumento, el gran Steinwway© de cola, y un maestro nacido a la orilla del Piles y que se ha coronado en los mejores escenarios antes de volver para ser profeta en su tierra: Martín García. Un pianista que puso en pie el Auditorio ovetense con un concierto memorable, de más de dos horas (dos y media con el descanso) y que cerró con tres propinas, entre las ovaciones de un público entregado.
A días de cumplir los 26, Martín García retornaba a Oviedo tras engordar de forma descomunal su currículo en los últimos años. En 2021 llegó su consagración internacional tras lograr el primer lugar en el Cleveland International Piano Competition y el tercer lugar en el Concurso Internacional de Piano Fryderyk Chopin. La expectación en «la Viena española» era máxima, y el pianista no defraudó. Al contrario: el nivel excelso de su música incluso sorprendió a los melómanos, impactados por la fuerza del pianista y ante la espléndida madurez que ha alcanzado en los últimos años. El gijonés, instalado ya en la élite del instrumento, apunta maneras para convertirse en uno de los grandes.
La primera parte del concierto estaba dedicada a Frédéric Chopin, en un guiño indisimulado al certamen que le coronó en Varsovia un año atrás. Interpretó las cuatro «Mazurkas» op. 33, «Barcarolle» en fa sostenido mayor, op. 60, cuatro de los «Preludes» op. 28, y la «Sonata n.º 2» en si bemol menor, op. 35. Para definir su nivel solo hay un calificativo:tremendo.

Llegó la tregua del descanso y parecía difícil que García mantuviese el nivel en una segunda parte dedicada a Serguéi Rajmáninov, pero lo logró. Interpretó de forma absolutamente impresionante los dos «Moment Musicaux» op. 16 nº 3 y nº 2, en este orden, y la «Sonata n.º 1» en re menor, op. 28. Todo perfecto salvo por la inesperada competencia que le salió al pianista desde el patio de butacas, donde se improvisó un concierto de toses (había todo un coro, con toses agudas, graves y hasta algún “staccato”) y móviles, con la irrupción ocasional, menos molesta, de algún niño que preguntaba si era hora ya de aplaudir.

Los aplausos llegaron, y a raudales. Todo el auditorio en pie, rompiéndose las manos, dedicando sonoros «¡bravos!» y hasta un inoportuno, por el momento, «Grande!» al pianista y reclamando su retorno al escenario. Martín García, con una sudada más propia de un extremo que se hubiese pateado la banda en el mundial de Qatar que de un pianista, en prueba fehaciente de su entrega sobre las tablas, volvió al escenario para dar una propina al agradecido público ovetense a base de Rajmáninov y talento. La operación se repetiría otras dos veces, con el músico ya en camisa sin quitarse la pajarita, sin bajar ni un ápice el pistón, instalado en la excelencia a tiempo completo a lomos de ese Steinway© poderoso, luciendo una madurez impresionante que se traduce no solo en ese virtuosismo, también en una musicalidad al alcance de muy pocos pianistas.

A la salida, una ciudad fría y lluviosa recibió al respetable. El común de los mortales lo achacaría a este otoño que ya quiere ser invierno, pero los agradecidos asistentes al concierto sabían la verdad: eran las secuelas de ese ciclón musical que anoche pasó por Oviedo.

Balada por los trasterrados

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Viernes 22 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono IX: OSPA, «Ballade», Nicolai Luganski (piano), Perry So (director). Obras de Médtner y Schumann.

La RAE define Trasterrar  o transterrar(de trans- y tierra) como «Expulsar a alguien de un territorio, generalmente por motivos políticos» y este noveno de abono con la OSPA fue verdaderamente una «Balada por los trasterrados», compositores e intérpretes, sirviendo para ver cómo la música y los músicos son ciudadanos del mundo, y el tiempo parece poner todo en su sitio.

Este viernes volvían a la OSPA varios conocidos, primero el director chino Perry So (Hong Kong, 1982), «eterno aspirante» a titular desde 2011 (al fin lo tenemos, pero será Nuno Coelho) en aquellos tiempos esperanzados esperando acertar en la elección. Pero un cocinero «vúlgaro» fue minándonos al quitarnos los mejores deseos, especialmente durante la anterior visita del pianista ruso Nicolai Luganski (Moscú, 1972) que me dejó muy mal sabor de boca por la malísima dirección del innombrable. Y al fin se hizo justicia con ambos en este concierto de Médtner. Qué distinto hubiese sido entonces de coincidir como hoy la entrega del ruso, el buen hacer del chino y una OSPA universalmente asturiana que vuelve a esperanzarnos, aunque sigamos sin concertino, esta vez nuevamente invitado nuestro admirado Aitor Hevia. Las invitaciones de la orquesta a So siempre han traído veladas de calidad y buena química entre todos, algo que el público, de nuevo escaso para disfrutar de nuestra orquesta, se lo agradeció al final con largos y cálidos aplausos que le obligaron a salir varias veces a saludar. Bienvenido Perry y gracias.

El Concierto para piano nº 3 en mi menor, op.60 «Balada» del ruso Nikolái Kárlovich Médtner (1880-1951) no pudo tener mejor solista que su compatriota Nicolai Luganski, uniones de dos trasterrados que desde su pasión por el piano nos ofrecieron esta joya tan poco programada pese a la belleza, dificultad y todas las razones para hacerla tan atractiva. Tres movimientos sin pausa, entrelazados, que nos recuerdan la excelencia musical rusa, el paso adelante en los albores del pasado siglo de Scriabin y sobre todo Rachmaninov, y que por lo escuchado bebería de las mismas fuentes que Médtner. Concierto con todos los ingredientes para disfrutarlo, sonoridad siempre plena en el solista, la fusión orquestal en muchos momentos, el balance perfecto entre todas las secciones desde el inicio al que se van sumando efectivos con una delicadeza previa al posterior discurrir emocional, y una dirección de So precisa, cómplice con el piano y concertando con exactitud por los intrincados vericuetos, especialmente en el inmenso Finale: Allegro molto, Svegliando, eroico que aporta las novedades propias del compositor tras su «tributo» y herencia de sus contemporáneos: cambios de compás, de ritmo y tempo donde piano y orquesta funcionaron y se fusionaron como si llevasen años interpretando esta «Balada» rusa. Impresionante el sonido de Luganski, la elegancia, el rubato justo, su conmovedora entrega a la música que parece sentirse más honda en la distancia y el dolor, con este último de los conciertos para piano de su paisano Médtner que lo compondría en los primeros años 40 del pasado siglo, tan preocupantes como esta segunda década actual.

Y si el concierto de los dos rusos fue de altos vuelos y lejanos sentimientos, la propina nuevamente de otro trasterrado, luminosamente introspectiva y esperanzadora: la Fantasía Impromptu en do sostenido menor, Op. 66 de Chopin, la belleza del dolor expresada desde el piano magistral de un Luganski técnicamente perfecto y enorme su romántica interpretación como buen heredero de la tradición y «escuela rusa», aportando una personalidad tan grande como la música para su instrumento del polaco, un enamorado más de las 88 teclas.

Manteniendo el orden habitual de los programas donde faltó un estreno o introducción breve, la segunda parte sería una Sinfonía, en este caso la nº 2 en do mayor, op. 61 de Robert Schumann
(1810-1856) para poner claro que la OSPA funciona cuando está en buenas manos, de nuevo el maestro So sacando lo mejor de cada sección con una visión luminosa y tensa de la segunda del atormentado romántico por excelencia, con los tiempos ajustados a la literalidad indicada: el primer movimiento a la velocidad exacta de crucero para dejar fluir en equilibrio viento y cuerda, un segundo rápido sin sobrepasar los límites, con una cuerda ajustada y redonda (se nota el refuerzo en las graves), el tercero una maravilla de expresividad con oboe y clarinete verdaderamente líricos en sus inspiradas intervenciones, sana pugna por el mejor sonido, más ese cuarto y último movimiento, poderoso en velocidad punta, bien de revoluciones para rugir como un coche de carreras pero respetando las señales, caballos de potencia bien controlados por las manos maestras de Perry So, un campeón sobre el podio conduciendo una OSPA a punto.

El tiempo pone todo en su sitio pero siempre nos quedan los interrogantes ¿cómo hubiera sido si…? Al menos nos quitó la primera de las dudas mientras esperamos acertar con el concertino ya con el portugués fichado por tres temporadas.

El regreso del triunfador

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Miércoles 12 de enero, 20:00 horas. Teatro JovellanosFilarmónica de Gijón, concierto 1643: Ciclo Jóvenes Intérpretes «Fundación Alvargonzález»: Martín García (piano). Obras de Mozart, Liszt y Chopin.

Buen comienzo de mi nuevo año musical escuchando en solitario al gijonés Martín García (1996) que volvía después de 10 años a su tierra tras los últimos premios de los que hablaba en la entrevista para Mi Gijón, aunque recuerdo su concierto con la OSPA hace 9 meses donde no me resultó que estuviese cómodo aunque tenga a Mozart desde sus inicios. En este regreso el programa lo ocuparon tres grandes, bien comentados en las notas al programa de Ramón G. Avello, volviendo a felicitar a la Filarmónica de Gijón por el esfuerzo de edición que siempre es de agradecer, que podría resumir como el del entregado Martín García afrontando un Mozart jovial, un Liszt explosivo y especialmente «su» Chopin casi sublime, diáfano, sentido y de consentido canturreo, que «afea» su sonido sumándose a los tics de tantos pianistas.

La Sonata nº 14 en do menor, K. 457 (Mozart) sonó plenamente a Beethoven, especialmente el Adagio central que recuerda el homónimo de la Patética, y así lo interpretó el galardonado pianista gijonés, pulcro pero estilísticamente más cercano al sordo genial que al prodigio de Salzburgo que, como bien recordó al inicio la presentación de David Roldán, no fue para el piano donde más compuso, aunque siempre está bien comenzar un concierto con una sonata mozartiana, especialmente para los muchos estudiantes de piano que estuvieron atentos a cada movimiento.

El siempre explosivo y casi torturado Liszt demuestra la necesaria y exigente técnica de los virtuosos sin perder de vista todo lo que sus obras esconden, obligada entrega, la misma de Martín, seleccionando tres obras muy distintas pero igual de difíciles, cortando los aplausos tras la sonata con ganas de entrar a fondo con lo más duro y «peligroso»: los «Funérailles» de las Harmonies Poétiques et Religieuses III, S. 173, séptima de la colección de emociones y contrastes, bien entendidos por el gijonés emigrado a Madrid hace años, precisamente para continuar su formación, «Les jeux d’eaux à la Villa d’Este« de los Annés de pèlegrinage III, S 163/4, predecesor o inspirador de Debussy que sonó etéreo por momentos obviando el trasfondo religioso de esta época del abate, para terminar con el Valse-Impromtu S. 213 que serviría de aperitivo al monográfico del polaco, su mejor carta de presentación que convenció al jurado y público del último Concurso Chopin en Varsovia.

Palabras mayores la selección de Chopin para la segunda parte donde hasta el piano pareció otro por la calidad del sonido, la calidez y riqueza de matices demostrada, el «rubato» siempre justo sin  amaneramientos, unos pedales más certeros que en Liszt, pero especialmente la entrega y limpieza (de)mostrada por Martín García en un compositor al que le tiene «tomada la medida», sin olvidarnos de los excelentes maestros a lo largo de su cuarto de siglo de carrera exigente y sacrificada que sigue reflejando en su biografía. Las tres Mazurcas op. 50 pletóricas y de contagiosa vivacidad, tres Preludios op. 28 (los números 17, 19 y 23) casi «premonitorios» al enlazarse con la Sonata nº 3 en si menor, op. 58 que afrontó con la madurez de un intérprete joven además de veterano, entregado, disfrutando de la individualidad en cada movimiento pero dándole esa unidad estilística que sólo unos pocos intérpretes alcanzan tras una vida «en blanco y negro».

Y sabedor que al polaco le tiene bien interiorizado, Martín García nos regaló la propina brillante del Valse op. 34 No. 3 en fa mayor, vértigo a dos manos sin perder el carácter nada bailable pero contagioso para disfrute de la llamada música de salón que encandilaba a los públicos como este miércoles hizo  en el teatro de su Gijón natal.

Quedaban dos regalos más, el guiño para los aspirantes a seguir los pasos de Martín, y nada menos que con Bach, el único, primero el conocido Preludio en do mayor BWV 846 de «El Clave Bien Temperado» que no falta en los estudios del instrumento que el Kantor ni conoció pero que interpretado como hizo el maestro García, resultó más cercano en el tiempo de lo que es porque «Mein Got» es eterno, y finalmente el Preludio y Fuga en re mayor BWV 850, que pareció corroborar el refrán de «no hay quinto malo», impactando el primero por su velocidad para deleitarse con la fuga perfectamente delineada. A fin de cuentas el «padre de todas las músicas» es necesario para todos los músicos y todos los públicos. Martín García conectó en casi dos horas de buen repertorio, donde su técnica sigue impactando y los años terminarán redondeando sus interpretaciones más allá de su (nuestro) amado Chopin.

Ángeles y demonios al piano

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Martes 23 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de PianoBenjamin Grosvenor (piano). Obras de: Brahms, Liszt y Chopin.

Crítica para La Nueva España del jueves 25, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Había una vez un alemán, un húngaro y un polaco encerrados en una lámpara con forma de piano a los que un joven genio británico sacó a la luz frotando las teclas con el forro de su chaqueta haciendo magia para que en una misma tarde fría y lluviosa, pasásemos del cielo al infierno con la dosis suficiente para hechizarnos en plena pandemia de virus sin nacionalidad, junto a toses, móviles y paraguas caídos muy nuestros.
Benjamin Grosvenor (1992) volvía después de cinco años al auditorio ovetense, esta vez en solitario, con un programa comprometido y bien planeado que ha llevado en su mini gira española (Las PalmasBarcelona y Oviedo, parada obligada en la capital del piano que escribía ayer en estas mismas páginas): primero los Drei Intermezzi op. 117 de Brahms, un aperitivo delicado donde el dolor emerge al final tras un ambiente íntimo creado desde la pureza y limpieza de sonido, sumada al poso que van dando los años.
Preparación necesaria para la impresionante Sonata en si menor, S. 178 de Franz Liszt, ángeles caídos remontando el vuelo desde una visión pianística que ha llevado al disco pero el directo hace siempre único e irrepetible. Cima compositiva del virtuoso abate magiar, cinco movimientos en continuidad demostrando que el intérprete británico tiene perfectamente interiorizada la fuerza que Liszt vuelca en esta sonata tan especial, auténtico éxtasis sonoro que alterna solemnidades celestiales y agitaciones demoníacas, luz cegadora y fuego extremo en un “Fausostenido” (si se me permite la licencia del fa# con el invocado Fausto), entrega tan explosiva que hubo de “extinguirse” al descanso, siempre necesario tanto para el Steinway© como para el intérprete tras el esfuerzo de este pianista menudo -en apariencia- tornado a “menudo pianista” en su regreso a nuestra tierra.
Misma pócima mágica para la segunda parte: Liszt y una «Berceuse quasi ChopiNana» (última licencia por hoy), pasional en entrega y lírica de visión global, antes de atacar la Sonata nº 3 en si menor, op. 58 del otro mago del piano romántico, Chopin tras Liszt. Una nueva visión de ángeles y demonios sin necesidad de mayores argumentos, que en las manos de Grosvenor fueron capaces de volar cual ángel caído redimido y regresar al Olimpo de Orfeo, reescribir una historia llena de colores pintados sobre el blanco y negro del teclado. Verdadera sonata cuatripartita reflejando la inquietud interior, el debate entre lo contundente y lo delicado, mano de hierro en guante de seda bien entendido, contrapuntos relucientes y derroche expresivo de un piano decimonónico con la visión del siglo XXI, una nueva aproximación del británico fascinado con poner juntos al polaco y al húngaro en un mismo programa, como comentaba en la entrevista para este periódico publicada el mismo día del concierto.
Repertorio imprescindible y de siempre por pianistas de hoy para llegar a un público joven de mañana, que debe conocer estas composiciones maravillosas llenas de sorpresas por descubrir. Y de regalo casi una tercera parte con igual receta, pero latina y del siglo pasado, obras que Benjamin Grosvenor transita habitualmente junto a los españoles: dos de las tres Danzas argentinas op. 2 del porteño Alberto Ginastera planteadas nuevamente como binomio, sensual y brillante, femenino y masculino en tiempos de indefiniciones, primero la Danza de la moza donosa y después la Danza del gaucho matrero. Si la primera vez auguraba a este Grosvenor del 92 un buen vino, la segunda degustamos ya un reserva que seguirá madurando en barrica de piano.

Oviedo capital del piano

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Martes 23 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de PianoBenjamin Grosvenor (piano). Obras de: Brahms, Liszt y Chopin.

Reseña para La Nueva España del miércoles 24, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Tras Las Palmas y Barcelona, última y obligada parada en Oviedo de la gira que el pianista británico Benjamin Grosvenor ha realizado con un mismo programa plenamente romántico, que hubiera hecho las delicias del recordado Luis G. Iberni, “alma mater” de esta capitalidad ovetense para las 88 teclas desde hace 30 años.
Concierto con delicadezas como los Drei Intermezzi op. 117 de Brahms y la Berceuse de Liszt junto a dos de las más potentes sonatas para piano del siglo XIX: la tercera de Chopin y especialmente la Sonata en si menor de Liszt, repertorio al alcance de muy pocas manos, ahora en las de Grosvenor que volvía tras su visita hace ya cinco años con la Oviedo Filarmonía y N. Stutzmann.
Entonces me pareció un intérprete prometedor con el primer concierto de Brahms, comentando que el tiempo acabaría, convirtiendo como los buenos vinos, en un gran reserva.
Confirmación ovetense del aclamado pianista británico, ya figura mundial, Brahms delicado e íntimo antes del endiablado Liszt capaz de quemar el cielo y congelar el infierno, impactante interpretación que requirió reajustar el piano para volver con la pócima mágica: la “nana” engañosa del abate e incendiarlo con un Chopin fastuoso.
Sigue la pandemia, toses, paraguas y móviles que merecen castigo eterno en el Averno, solo absueltos por el Grosvenor “angelicalmente” poseído para danzar como malditos con el gaucho Ginastera en pareja: moza donosa con furioso matrero.
P. Siana

Futuro románticamente joven

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Jueves 18 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Alexandra Dovgan (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías (director). Obras deG. Ordás, Chopin y Schumann.

Crítica para La Nueva España del sábado 20, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
El romanticismo trasciende el calificativo y hasta el periodo histórico al que se circunscribe. Este jueves pudimos disfrutar de un concierto romántico lleno de juventud en el siglo XXI.
Primero un nuevo estreno de Gabriel Ordás (1999) para la Oviedo Filarmonía, último del Proyecto Beethoven, con un preludio y fuga sinfónico de título muy actual (Hip-Hop Fugue!) pero escrito con un lenguaje cargado de la madurez académica que el compositor ovetense tiene tras años de trabajo y experiencia en su aún corta pero ya extensa carrera, obra con sello propio de orquestación muy rica, inspiración en el genio de Bonn que sigue siendo referente para los compositores actuales, partitura rica y bien defendida por Lucas Macías que está en su “momento dulce” al frente de la orquesta de la capital sacando sonoridades compactas.
La pianista Alexandra Dovgan (2007) es un prodigio que no tiene nada de niña, pues su interpretación del Concierto para piano nº 2 de Chopin fue para cerrar los ojos y escuchar cada movimiento lleno de delicadeza, honestidad, fidelidad a la partitura y perfectamente concertada por el director titular, página maestra digna de una intérprete con más años de los vividos. Su personalidad y madurez son dignas de elogio y admiración, la grandeza musical permite estos regalos, como lo fue igualmente la Mazurca op. 17, nº 4 en La m. del compositor polaco, donde la rusa ha demostrado que se puede aportar genialidad a su edad, el mismo idioma para ambas obras donde el protagonismo del piano en sus jornadas fue absoluto.
El repertorio sinfónico del siglo XIX sigue vigente y necesario no ya para el público en general sino para toda orquesta, prueba de fuego en cada atril, así como exigente para los directores que afrontan obras muy conocidas donde aportar algo nuevo siempre es difícil. La Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, op. 97 de R. Schumann, “Renana”, resultó ideal para examinar el estado de la OFil que no defraudó en ninguno de los cinco movimientos, interiorizada por el maestro Macías que además de la claridad en el gesto, fue dotando de color y vitalidad esta sinfonía compuesta en Düsseldorf donde los aires populares flotan tanto en el aire como en la propia partitura. Cada sección tuvo sus momentos de gloria, destacando especialmente los metales bien empastados cual órgano catedralicio en Colonia (donde parece haberse inspirado el compositor alemán), y sonoridad global muy trabajada desde el podio, echando de menos un mayor peso de las cuerdas graves que siguen necesitando más efectivos, aunque el control de las dinámicas por parte del director onubense ayuda a subsanar carencias.
Concierto lleno de una juventud muy madura, romanticismo como forma de entender la música y optimismo, siempre moderado en tiempos de pandemia, al comprobar que el público del auditorio sigue fiel, Oviedo recupera los aforos totales, completando una oferta musical rica y única en “La Viena del norte español”, con función de ópera en el Campoamor a la misma hora, lo que nos hace presumir a los melómanos de capitalidad cultural, siempre hambrientos del directo aunque mantengamos la mascarilla.

P. D.: También el diario El Comercio entrevistaba a Gabriel Ordás:

Jóvenes sobradamente preparados

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Jueves 18 de noviembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Alexandra Dovgan (piano), Oviedo Filarmonía, Lucas Macías (director). Obras deG. Ordás, F. Chopin y R. Schumann.

Reseña para La Nueva España del viernes 19, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Hace unos cuantos años un anuncio televisivo hablaba de los JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados), y este jueves no sólo teníamos con 13 años a la prodigiosa pianista rusa Alexandra Dovgan (2007), también un nuevo estreno del ovetense Gabriel Ordás (1999), Hip-Hop Fugue! que cierra los encargos del “Proyecto Beethoven” de la propia Oviedo Filarmonía (OFil) que la Pandemia ha pospuesto pero al fin pudimos disfrutar, bajo la dirección de Lucas Macías Navarro (1978), todos preparados y fiel reflejo de los tiempos actuales.
Concierto de estas pujantes generaciones que vienen apretando desde la excelencia, la visión “beethoveniana” de un Ordás dominador de la composición académica (nada menos que un preludio y fuga orquestal) con mucho trabajo previo en un músico de su tiempo; el Concierto nº 2 de Chopin con una Dovgan impactante en lo técnico y adulta en la interpretación, y el titular de la OFil, todo un acierto su fichaje para corroborar el excelente momento de la formación ovetense que sigue camaleónica afrontando tanto repertorio actual como el necesario para continuar formando intérpretes y auditorios, como el Chopin siempre agradecido en estas jornadas de piano, para finalizar con “La Renana” de Schumann, la tercera sinfonía del romántico alemán paradigma del artista completo que compartía programa con los de ahora.
P. Siana
P.D.: La crítica queda para mañana.

La excelencia de sumar piano y cuarteto

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Jueves 28 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano Luis G. Iberni. David Kadouch (piano), Cuarteto Quiroga. José Ramón Hevia, in memoriam. Obras de: F. Chopin, Clara Schumann, A. Ginastera y R. Schumann.

Buen arranque de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con el francés David Kadouch (Niza, 1985) al que se sumaría el Cuarteto Quiroga (2003) en plena mayoría de edad para rendir el merecido homenaje a su «inspirador» y apoyo constante, mi querido José Ramón Hevia, siempre en nuestra memoria, padre de Aitor y David, que este jueves se hubiera «quitado el sombrero» orgulloso de este concierto en nuestro auditorio, el mismo que va retomando la (a)normalidad de toses, móviles, objetos caídos, aforos ampliados, programas de mano en papel, descansos y mascarillas varias.
Nada mejor que comenzar escuchando a Frédéric Chopin (1810-1849) y sus tres Nocturnos op. 9, que Kadouch afrontó desde la elegancia e intimidad del primero, la delicadeza nostálgica del famoso segundo y la auténtica explosión romántica del tercero, tres planetas sonoros en un mismo universo que fueron acercándose en ese firmamento pianístico que sigue siendo necesario tanto en las filarmónicas como en los grandes auditorios.
Y reivindicando el papel de las mujeres compositoras, buena idea incluir a Clara Schumann, o mejor Clara Wieck (1819-1896) con el apellido real, quien en sus Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, op. 20 no solo domina la obra de su esposo sino que la reelabora como excelente intérprete que fue, con un Kadouch esculpiendo el sonido claro, la digitación limpia y los pedales certeros en unas variaciones que fueron las estrellas del cielo pianístico.
Reubicando el escenario llegaría a continuación el Cuarteto Quiroga (Premio Nacional de Música 2018) con el gran Alberto Ginastera (1916-1983)  y su Cuarteto de cuerda nº 1, op. 20 (1948) demostrando de nuevo la excelencia interpretativa en este repertorio (grabado en su CD Terra) que saca a relucir tanto los recursos de cada instrumento como la necesaria compenetración de sus miembros afrontando esta maravilla del compositor argentino. Es maravilloso comprobar el sonido cuidado, la sonoridad única, el ímpetu y entrega en cada uno de los cuatro movimientos (I. Allegro violento ed agitato II. Vivacissimo
III. Calmo e poetico
IV. Allegramente rustico
) donde todo está encajado al milímetro, pulsión única pese a las dificultades que conlleva por los cambios de compás, ritmos enloquecidos y dinámicas asombrosas que «el Quiroga» lleva a la excelencia. Como escribe Arturo Reverter en las notas al programa (enlazadas al inicio en las obras) de este cuarteto del compositor porteño, «encontramos el espíritu estilizado -un factor folklórico subyacente- que habíamos anotado…» entendido a la perfección por estos cuatro intérpretes únicos (Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio) que siguen ampliando horizontes en un repertorio ideal.
Y sumar el piano al cuarteto no resulta cinco sino UNO, inmenso, «experimento camerístico» de visión sinfónica como es el Quinteto para piano y cuerda en mi bemol mayor, op. 44 de Robert Schumann (1810-1856). Importante para el Cuarteto Quiroga encontrar pianistas que respiren como ellos, enriqueciendo sonoridades, latido único en esta formación donde la calidad se da por supuesta y la musicalidad es el toque de distinción. David Kadouch encajó a la perfección con el espíritu interpretativo de este Schumann que homenajea a Beethoven, a Schubert e incluso a Mozart, tal y como disecciona Reverter el quinteto para piano y cuerda. Cuatro movimientos (I. Allegro brillante II. In modo d’una marcia. Un poco largamente III. Scherzo: Molto vivace IV. Allegro ma non troppo ) que exploran formas y fondos, momentos líricos y concertísticos de protagonismos compartidos, conjunción y ejecución a cinco sonando en total y certera unidad, con balances cuidadísimos, fraseos impecables y entrega apasionada.
De regalo no podía faltar el Shostakovich al que José Ramón Hevia admiraba y hasta compartía carácter socarrón e incluso humorístico, músicos de largo alcance, dedicación y bonhomía, como recordaba Cibrián Serra en la dedicatoria previa. El irrepetible ruso que tanto Kadouch como «los Quiroga» tienen en sus atriles individuales, esta tarde aunados en feliz encuentro para el Scherzo de su Quinteto en sol menor, op. 57, resposado y repasado,  pero especialmente dedicado y delicado.

Sokolov siempre único

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Sábado 27 de febrero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Grigory Sokolov (piano). Obras de Chopin y Rajmaninov. Entrada butaca: 24 €.

Cada concierto de «San Sokolov» es una liturgia que no se puede perder. Fiel a su cita con Oviedo, parada obligada en cada gira española, volvía el ruso que siempre impresiona y dota su presencia de esperanzas, más en tiempos de pandemia, con un público entregado que «llenó» el auditorio capitalino de poesía pianística, un caleidoscopio desde el blanco y negro señorial, sin defraudar nunca, y con una «tercera parte» de seis propinas que no fueron más por las circunstancias del puñetero Covid, pues Grigory Sokolov (Leningrado / hoy San Petersburgo / 18 de abril de 1950) sigue en forma afrontando cada obra con la profundidad de los años, la técnica apabullante al servicio del piano, su mundo, su vida, compartida desde una concentración que corta la respiración en cada nota, en cada pedal, en cada fraseo, con toda una gama dinámica tan amplia que el instrumento de las 88 teclas esconde solo para los grandes virtuosos: desde los pianissimi que se escuchan casi sin aire hasta los fortissimi resonando orquestales en todo la sala. El arte del piano tiene nombre ruso.

Dos compositores que vivieron por y para el piano, como el propio Sokolov: Chopin y Rachmaninov, dos visiones del mismo universo, la patria chica inspiradora e interiorizada desde un lenguaje propio en ambos, polonesas y preludios con el piano como único protagonista, no se puede pedir más.

Cuatro polonesas de F. Chopin (1810- 1849) para la primera parte, esas danzas de concierto rítmicamente potentes que Sokolov milimetra cada una de ellas con la limpieza estratosférica, la potencia extrema y su lirismo expresivo, comenzando con la  Polonesa en do sostenido menor, op. 26 nº 1, después la nº 2 en mi bemol menor, sin apenas pausa entre ellas, la independencia de manos con el volumen en su sitio y un pedales que nunca sobra cuando podemos escuchar cada nota presente y la importancia justa, las síncopas de la primera con ese ímpetu y trinos paradisíacos, arpegios divinos, súbitos románticos como pocos, la segunda de oscuro inicio contrastado y matizado al estilo Sokolov, el juego de las tonalidades menores que el Steinway redondea en las manos y pies del ruso, los cromatismos que culminan álgidos y precisos, el rubato exacto, las modulaciones precisas, el ritmo de polonesa inimitable y siempre distinto, magia también menor de la Polonesa en fa sostenido menor, op. 44 con el inicial «moderato» que crece en arrebatos extremos en ambas manos jugando desde los claroscuros que contagia a la siempre luz tenue del escenario, las melodías en terceras con idéntico volumen cantabile e izquierda «bailablemente ligera».

Y para cerrar la siempre impresionante Polonesa en la bemol mayor, op. 53 «Heroica», llevándome en el tiempo al Campoamor de 1975 con Rubinstein que cerraba el concierto con ella, otro ruso que me descubrió mi padre cuando el Conservatorio era mi única preocupación y mi mejor formación los grandes en directo. Sin trampa ni cartón, tocándolo todo (el nonagenario Arthur «eludió» las vertiginosas octavas de la izquierda), jugando con el tiempo en todas sus acepciones, sabor guerrero y melancólico, pasión sin contención llena de la poesía musical y dotando de esa unidad en las cuatro polonesas elegidas, gran conclusión chopiniana y eclosión heróica de un Sokolov siempre único.

En mis viejos vinilos los comentarios de las contraportadas eran mi bibliografía directa y en alguno leí que a Rachmaninoff le llamaban en Broadway el Chopin ruso (también a Scriabin). Cirílico difícil de transcribir,  S. Rajmáninov (1873- 1943) llenaría la segunda parte tras el necesario ajuste del piano al que Sokolov siempre somete al máximo esfuerzo, y soportaría inquebrantable los Diez preludios, op. 23.

Todo un microcosmos de locura tonal y lenguaje propio del piano, melodías y giros que aparecerán en sus conciertos con orquesta que aquí asumen toda la grandiosidad del instrumento en manos de su compatriota, siempre fiel intérprete. Imposible describir cada uno, diferentes en todo e iguales en intensidad y virtuosismo: 1. Largo (fa sostenido menor) como obertura majestuosa, también el 2. Maestoso (si bemol mayor) de evocación chopiniana y virtuosismo lisztiano, 3. Tempo di minuetto (re menor) cual histórico homenaje sonoro pintado con primor y color, 4. Andante cantabile (re mayor) en el melodismo inimitable de Sergei y magisterio de Grigory, dos voces cantando en perfecta simbiosis relajada evocadora del segundo concierto preparando la impresionante 5. Alla marcia (sol menor), casi sinfónica, brillante, poderosa, rítmica de principio a fin, dinámicas increíbles, rubati inconmensurables y grandiosa interpretación para semejante preludio universal casi orquestal en el teclado, un «paseo de elefantes» como el tercer concierto del ruso; 6. Andante (mi bemol mayor), un remanso cristalino, romántico, paladeado en ambas manos con pedales atmosféricos bien empleados sin difuminar el sonido, 7. Allegro (do menor) de locura, vertiginoso, campanadas marcando impetuosas el tiempo pianístico, el virtuosismo pleno que «revolucionara» Chopin y Rachmaninov eleva al olimpo técnico, 8. Allegro vivace (la bemol mayor), contraste tonal e igualdad nítida, limpieza en un transcurrir sin respiro hacia el 9. Presto (mi bemol menor), terceras y sextas impolutas, igualadas de volumen y ligaduras casi imposibles, el recuerdo de los estudios polacos engrandecidos por el ruso, preludio libre por denominar una forma rebosante de música con el silencio sonoro y el 10. Largo (sol bemol mayor) paralizador tras tanta emoción, el retorno del guerrero tras una dura batalla con el teclado dejándolo todo en él.

No importan el tiempo en las manos de Sokolov, no hay toques de queda para tanto arte, y la «tercera parte» esperada mantuvo la grandiosidad y las ganas de seguir escuchándole. Para retomar el pulso de nuevo Chopin y dos Mazurkas, la opus 68 nº 2 en la menor, y la 19 en si menor, opus 30 nº 2, magisterio interpretativo, sonido único en las manos del ruso y para despedir al polaco con el Preludio op. 28 nº en do menor, con ese tempo majestuoso, la madre tierra elevada al paraíso musical por el ángel ruso, los matices extremos marca de la casa.

Aún vendrían más, primero Brahms y su Intermezzo en la mayor op. 118 nº 3, imagen auténtica pero afeitada del alemán encarnado en este ruso impagable, emociones románticas de esta música a borbotones antes de la vuelta a casa y a la forma, continuando con esa calma vital, la misma en cada «paseo hasta el piano» y desde el piano, la liturgia Sokolov con el Preludio op. 11 nº 4 en mi menor de Scriabin.

Y como si mein Gott Bach quisiera redimirnos del día anterior, la visión al piano de Busoni con el coral «A tí clamo Señor Jesucristo», Ich ruf zu dir, Herr Jesu Christ BWV 639, Sokolov apóstol único y vivo, genio del piano, en plena forma y para seguir si hubiéramos insistido. Apoteósis, emoción y vivir para disfrutarlo eternamente.

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