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Ángeles y demonios

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Viernes 21 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «A la memoria de un ángel»: Abono 6 OSPA, Carolin Widmann (violín), Nuno Coelho (director). Obras de Ravel, Berg y Brahms.

Aún con frío invernal llegaba el sexto de abono de la orquesta asturiana con su titular y Carolin Widman (Munich, 1976) a quien ya escuchásemos con la OFil en un Prokofiev de calado allá por noviembre del 2019 «prepandémico», recordado por la violinista alemana (incluso el mismo camerino de entonces con sus muchas horas de estudio antes de debutar en Nueva York), y esta vez afrontando el siempre angustioso y agotador concierto „Dem Andenken eines Engels“ (A la memoria de un ángel) de Alban Berg, que tanto ella como el director nos contaron en el encuentro previo al concierto.

Tomo para esta entrada el título de «Ángeles y demonios», tanto por el homónimo de Dan Brown por novelesco y cinematográfico, como por los tantos cuentos infantiles donde la infancia no siempre es alegre, los niños verdaderos angelitos que pueden tornarse diabólicos, a fin de cuentas la propia vida entendida esta vez desde la música. Maurice Ravel escribió en 1910 una colección de piezas para piano a cuatro manos  «para los hijos de Mimi y Jean Godebski, a quienes leía cuentos infantiles. Un año más tarde, como terminó siendo distintivo de él, Ravel reelaboró la obra para orquesta, sacando a la luz una profundidad que había dejado oculta en la creación original. Las tímbricas, ampliaciones armónicas y el tratamiento textural elevan su denotado exotismo primigenio hacia una panoplia musical llena color y, por momentos, dramatismo sin pretensiones trágicas» como bien nos cuenta Israel L. Estelche en las notas al programa (enlazadas al inicio en las obras), esta suite orquestal donde saborear la ingeniosa orquestación de los cinco números, «marca de la casa» del vasco-francés conmemorando el 150 aniversario de su nacimiento con su música, siempre agradecida de escuchar y todo un reto instrumental que el maestro portuense llevó con aplomo, pinceladas de luz y alegría, para seguir constatando el buen momento de nuestra OSPA. Cada sección brilló y sonó compacta, gustándose en las intervenciones, con la cuerda esta vez liderada por el murciano Jordi Rodríguez Cayuelas, hoy también con el arpa de Mirian del Río y la celesta de Bezrodny, virtuoso como siempre, con un Pulgarcito gigantesco, la madera impecable (flauta, corno inglés, fagot…), metales redondos, casi como La Bella y La Bestia enamorándonos, y la percusión «en su salsa» porque momentos como esa Emperatriz de las pagodas ponen a prueba el virtuosismo y buen gusto en la búsqueda del timbre ideal, esos detalles tímbricos que enriquecen  toda partitura sinfónica. Si la orquesta es la paleta de colores para que el director pinte el lienzo sonoro, esta Ma mère l’oye  (Mi madre la oca) tuvo acuarelas, tinta china, óleo y hasta pasteles con los que ilustrar estos cinco cuentos donde hay un dramatismo subyacente más allá de ver crecer a los niños y hacerles disfrutar con relatos que todos conocemos, y que citando de nuevo al musicólogo y compositor santoñés, parece dar el hilo conductor al programa, pues «Berg y Ravel compusieron sus respectivas obras incentivados por su relación con la infancia y juventud, aunque por razones totalmente divergentes: la exaltación de la fantasía y la ternura de la infancia, y la muerte por enfermedad de una joven que comenzaba a vivir».

La muerte de un niño es siempre dolorosa, una tragedia que marcará los años siguientes, sobremanera para sus padres, por lo que el Concierto para violín (1935) de Berg es la expresión sin buscar comprensión de un hecho tan difícil de explicar o digerir (y que la OSPA con Milanov y Renaud Capuçon ya interpretasen en junio de 2014). Encargo del violinista Louis Krasner (y estrenado en el Palau de la Música de Barcelona el 19 de abril de 1936), sus dos movimientos son verdaderamente como  «ángeles y demonios». Escrito como un recuerdo tempestuoso más que homenaje a Manon Gropius, hija Walter Gropius y Alma Mahler, muerta de polio ese mismo año: el Andante-Allegretto es el testimonio de la feliz infancia, mientras el Allegro-Adagio que sorprendió al compositor en plena escritura, vuelca sus propias angustias y doloer en este concierto que pasó a titularlo «A la memoria de un ángel».

Las cuatro cuerdas al aire comienzan a (d)escribir con la madera la inocencia, narrado por el Guadagnini (1782) de una Widman con esta joya capaz de sacarle nanas y gritos desgarradores, viniéndome la imagen del ángel caído en el Retiro madrileño. Coelho  sabemos que es buen concertador y el concierto mantuvo el carácter desgarrador en la orquesta que es el telón de fondo sonoro para este concierto donde sería la muniquesa quien volcó, desde su técnica impresionante, una interpretación interiorizada, sentida, compungida hasta en su gestualidad corporal, dobles cuerdas, arco rompedor por momentos, pizzicati punzantes y todo un catálogo de recursos que en sus manos parecen contagiarnos cada expresión. «El dolor de Berg se muestra (…) a través de unas melodías dramáticas, amplias, suspendidas y cantábiles, extrayendo todo el potencial diatónico del sistema dodecafónico. Unas características que muestran la influencia de Brahms y Wagner (y, por supuesto, Bach) inculcadas en la enseñanza de Schoenberg» de nuevo tomando las palabras de López Estelche para un concierto exigente que deja exhaustos a todos, con el coral „Es ist genug” (Es suficiente) de dios Bach, «desde las profundidades más bajas hasta las alturas sublimes» dejándonos un hilo de esperanza en el más allá, por lo que resultó comprensible la ausencia de propina pese a los muchos y merecidos aplausos a la solista alemana de un público nuevamente poco numeroso en el auditorio ovetense (y esta vez no había más oferta).

Melodías expresivas en la primera parte que continuarían con la Tercera Sinfonía (1883) de Brahms, para muchos, entre los que me incluyo, su mejor sinfonía por grandeza, fuerza y bella como Dvořák destacaría tras escuchar el primer y último movimiento interpretados por el compositor en una visita a la capital austríaca, que también recogen las notas al programa. Cuatro movimientos afrontados con valentía y seguridad por parte de Coelho que insufla a la orquesta el empuje y confianza para una interpretación de muchos quilates. Gesto claro, preciso, con una mano izquierda que maneja las dinámicas y balances para poder escucharse todo en su plano. En el Allegro con brio ya pudimos comprobar la línea a seguir, sonido compacto y limpio (puede que eche de menos añadir una tarima para los cuatro contrabajos que ayuden a cargar los siempre necesarios graves), solos donde los primeros atriles marcan la expresión bien arropados por el resto, matices amplísimos desde unos pianissimi con calidad hasta los siempre necesarios fortissimi que nunca resultan estruendosos, destacando que en esta tercera los finales no son poderosos sino delicados como bien resaltó el titular portugués, buen maestro de ceremonias capaz de expresar de palabra y aún mejor con la música la belleza del compositor alemán. El Andante emocionó con el clarinete inspirado de Andreas Weisgerber pero especialmente el conocido Poco allegretto fue una cascada de lirismo, desde los cellos al solo de trompa de José Luis Morató, el Brahms romántico a más no poder, para acabar con el Allegro valiente en el tempo, jugando con los contrastes, en una interpretación coherente, bien delineada  con contrapuntos destacados  al detalle (de nuevo ‘dios Bach’ en la estructura), el melodismo puro del mejor sinfonismo germano con la sinfónica asturiana.

Y la próxima semana un estreno de David Moliner más el sexteto Capriccio, op. 85 y Una vida de héroe (de R. Strauss), nuevamente con Nuno Coelho y el regreso de Simovic como concertino, un plus de energía para cerrar febrero, que contaré desde aquí.

PROGRAMA

MAURICE RAVEL (1875 – 1937):

«Ma mère l’oye»: Suite

I. Pavane de la Belle au bois dormant – II. Petit Poucet – III. Laideronnette, Impéra- trice des pagodes – IV. Les Entretiens de la Belle et e la Bête – V. Le Jardin féerique

ALBAN BERG (1885 – 1935):

Concierto para violín «A la memoria de un ángel»

I. Andante – Allegretto / II. Allegro – Adagio

JOHANNES BRAHMS (1833 – 1897):

Sinfonía nº 3 en fa mayor, op. 90

I. Allegro con brio – II. Andante – III. Poco allegretto – IV. Allegro

Femenino plural

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Viernes 8 de noviembre, 20:00 horas. Oviedo, Auditorio “Príncipe Felipe”: Conciertos del Auditorio. Carolin Widmann (violín), Joana Carneiro (directora), Oviedo Filarmonía. Obras de R. Rodríguez, Beethoven y Prokofiev.

Programa netamente femenino, singular y plural, desde la directora portuguesa hasta la violinista alemana pasando por una compositora ovetense que sigue dándonos muchas alegrías, y en un formato que me gusta al dejar el concierto solista para la segunda parte en vez de cerrando la primera.

A Raquel Rodríguez (Oviedo, 1980) la descubrí en Avilés dentro de la Semana de Música Religiosa de Avilés de 2.009 con su Oración para coro y orquesta que me dejó gratamente impresionado y de quien hacía constar era «digna de comenzar a figurar en los programas de cualquier sala de conciertos«. Por fin vuelvo a reencontrármela en este auditorio de su ciudad natal con su Connection to Mars (estrenada el 4 de noviembre de 2015 en la Fundación Juan March para sus 60 años) a cargo de la sección de cuerda de una Oviedo Filarmonía cada vez mejor, versátil, madura en todos los estilos que abarca su larga trayectoria y con una dirección a cargo de la portuguesa Joana Carneiro, a quien ya recordaba con la OSPA en febrero de 2014 también con Beethoven presente (entonces la Séptima).
La obra de la compositora carbayona la describe perfectamente Ramón Sobrino en las notas al programa (enlazadas en los compositores al inicio de esta entrada) reflejando igualmente las propias del maestro José Luis Temes que la estrenase en Madrid: «En el anuncio previo se comenta que “sobre un ritmo repetitivo y enérgico, la compositora pretende reflejar el continuo «hacer y transformar» que ha caracterizado a la Fundación durante estos sesenta años… la obra “puede tener como arranque compositivo un mundo que interesa especialmente a su autora: el de las energías que fluyen constantes y motrices, sobre ritmos repetitivos, como un discurso energético continuo que nos entrelaza a unos y otros, transformándose sin tregua«. Tratamiento actual de una cuerda clara, presente, afinada, con la directora lusa de amplia gestualidad marcando todo en los 9 minutos que dura aproximadamente la obra, con una energía que parecía saltar del atril a todo su cuerpo, casi danzante y por momentos frenético. El título que juega con la fonética del planeta Marte –Mars en inglés– y la del apellido March, tiene recuerdos o si se prefiere «conexiones» con su homónima de Holst desde una tímbrica muy cuidada, jugando con momentos de percusión en la cuerda grave y unas texturas de lo más cinematográficas como alumna aventajada de sus maestros, entre los que debemos recordar a Alfonso Ordieres, Leoncio Diéguez, Antón García Abril o Zulema de la Cruz entre otros. Poseedora de un lenguaje musical cercano que gustó a todo el público que premiaría con una larga ovación tanto a la obra como a la compositora que subió al escenario a recoger el merecido reconocimiento de todos los presentes.

Con la Sinfonía nº 6 en fa mayor, op. 68 «Pastoral» (Beethoven) estrenada en 1808, es difícil aportar algo nuevo por conocida e interpretada en toda formación orquestal que se precie, desde las académicas hasta las consagradas. Se agradece el adelanto del aniversario del genio de Bonn pero la versión de Carneiro resultó algo precipitada en los cinco movimientos que no siempre encontraron la respuesta deseada de la orquesta, sobre todo a partir del Andante molto mosso (“Escena junto al arroyo” con una madera no todo lo empastada ni encajada que hubiese querido). Cierto que también se dieron momentos de clara intensidad dramática como en el cuarto movimiento, “Relámpagos, tormenta”, Allegro enlazado con el anterior pero que solo trajo esos destellos de calidad en todos los atriles, sobre todo flautín y timbales, mientras que el último movimiento, “Himno de los pastores. Alegría y sentimientos
de agradecimiento después de la tormenta”, Allegretto, llevado con un aire para mi gusto excesivo, trajo los primeros tropiezos y «desenfoques» en el 6/8, ese compás “pastoral” con unos cellos y contrabajos presentes pero poco precisos en las semicorcheas no siempre lo limpias que quisiéramos, dejando una visión global de excesos que no vienen nunca bien, olvidando precisamente ese aire femenino singular de esta pastoral contrapuesta a su «gemela quinta» plenamente masculina con quien compartió estreno en Heiligenstadt en el verano de 1808, si bien este viernes de noviembre resultaría gélido en lo metereológico y de entretiempo en cuanto a esta sexta.

El Concierto para violín y orquesta nº 2 en sol menor, op. 63 (Madrid, 1935) de Prokofiev ocuparía la segunda parte con Carolin Widmann de solista y un Guadagnini de 1782 que sonó a gloria en la interpretación de la violinista alemana.

Desde el inicio en solitario del Allegro moderato se notaba el dominio de esta obra virtuosística y el juego de contrastes con una orquesta de plantilla perfecta (madera a dos, 2 trompas, 2 trompetas, percusión de bombo, caja, platillos y castañuelas en el finale, más la cuerda) para una obra exigente de encajes y cambios dinámicos continuos predominando ese carácter cantabile permanente que Carneiro no obstaculizó en ningún momento, brillando no solo la cuerda, algo a lo que ya estamos acostumbrados, sino todo el viento, una madera más empastada y unos metales aterciopelados además de seguros. El Andante assai fue balsámico y el único momento donde la directora lusa pareció contenerse para disfrutar de este movimiento de engañosa simplicidad con una melodía que se parece al inicio del estribillo de «La vie en rose«. En el último Allegro ben marcato retornó el gesto ampuloso, exagerado incluso aunque siempre claro de la portuguesa y ese aire dramático de rítmica poderosa en una formación ovetense ya asentada, mientras el violín se «separa» de la orquesta a medida que avanza el movimiento hacia un final impactante visual y sonoramente. La propina nos demostró la variedad estilística de la muniquesa Widmann que con el barroco a solo sentó cátedra dejándonos con ganas de más.

Concierto de claroscuros pero de presencia femenina en un mundo que es de ellas, compositora, directora, solista, orquesta con casi paridad en los atriles y unas obras que conjugan pasado, presente y futuro manteniendo el listón alto para un mes de noviembre que no ha hecho más que comenzar.