Inicio

Atlas del piano

1 comentario

Lunes 8 de julio, 22:30 horas. 73º Festival de Granada, Patio de los Arrayanes | Grandes intérpretes:
Alexandre Kantorow (piano). Obras de Bartók, Liszt y Rajmáninov. Fotos de ©Fermín Rodríguez.

En la mitología griega Atlas, el portador, era un titán de segunda generación al que Zeus condenó a cargar sobre sus hombros la bóveda celeste, pero también describe un libro o colección de mapas. Y en cualquiera de las dos acepciones, el pianista francés Alexandre Kantorow (Clermont-Ferrand, 1997) mostró una colección musical que además soportó sobre sí un peso enorme en un recital sin pausas donde hubo momentos mágicos que parece sólo se dan en La Alhambra y aún más en este patio de Comares donde hasta la alberca proyectaba unas imágenes casi sincronizadas con el piano.

Hace casi dos años tuve la oportunidad de escucharle en Oviedo abrir las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de la temporada 2022-23 y además escribir tanto la reseña rápida como la crítica posterior para La Nueva España, donde los títulos que ya dan una idea del impacto que me causó este joven virtuoso: El peregrino Kantorow y Kantorow, fuego en el camino, subtitulada por el diario asturiano «Liszt reencarnado», madurez y hondura desde un virtuosismo puesto al servicio de unas páginas al alcance de pocos intérpretes en un solo recital. Para su debut en esta edición del festival granadino en mi vigesimotercera noche no se guardó nada al elegir Bartók, Liszt y Rachmaninov, en el atlas geográfico de Hungría con los dos primeros para pasar página y ofrecernos un mapa mundi del ruso emigrado a los EEUU, pero también ese titán que soporta sobre sus hombros el globo terráqueo o este Atlas pianístico.

Tomando parte de las notas al programa de mi admirado Arturo Reverter que además titula «Pianismo revelador» Kantorow comenzaría con la «Rapsodia, Sz, 26 op. 1 de Béla Bartók, obra primeriza (1904), pero reveladora de un talento extraordinario; el de un músico especialmente conectado con su entorno y sus raíces populares, capaz de desplegar una poética especialmente integradora de todo ello con las más modernas experiencias de la música del siglo XX. La obra, de algo más de 20 minutos de duración se extiende a lo largo de dos partes bien diferenciadas. Comienza exponiendo una melodía no estrófica, Mesto, Adagio, piano, dolce, re menor, y se traslada más tarde, pausadamente, a un Presto, aunque concluye de nuevo lentamente, en re mayor. La forma básica, nos dice Heinrich Lindlar, es la de unas czardas. En 1905 el compositor realizó una transcripción para piano y orquesta, que lleva el mismo número de opus». Una sublimación del folklore magiar llena de fuerza, pasión, magia, contrastada desde unas dinámicas extremas y unos cambios de ritmo casi inalcanzables sin perder nunca la esencia de esas danzas que todas las rapsodias tienen desde la libertad creativa (sirvan de ejemplo las de Liszt -que vendría después- o Brahms) y la libertad interpretativa, pues Kantorow exprimió el sonido del Steinway© hasta los límites, con unos silencios abrumadores.

Y ese intrigante silencio llegó sin pausa tras el Bartók que sublima su folclore al Liszt «peregrino de la noche» que entendería su tierra desde una técnica a su medida, aunque ambos son verdaderos «vengadores de pianistas» si se me permite la expresión. Esta conexión danzable entre ambos compositores que también fueron virtuosos del piano, especialmente «el Abate», dieron unidad a esta primera parte, primero con la Chasse Neige, el duodécimo de los llamados «Estudios de ejecución trascendental». El título de esta colección indica que no solo hay que tocar todo lo escrito sino ir más allá de las notas, trascender, y «el Liszt de Kantorow» provocó una catarsis a la que se sumaban los propios reflejos del agua en la arcada donde se sitúan los músicos en los Arrayanes, desde el Andante con moto con unos trinos que parecieron callar todo sonido externo al piano del francés, ni aviones ni perros, ni siquiera toses, una respetuosa escucha para creer lo que Don Arturo escribe de  «sugerir un cielo pesado y macilento y los poderosos cromatismos evocan auténticos remolinos de nieve que oscurecen y difuminan poco a poco el paisaje», el Liszt profundo, soñador, virtuoso, viajero y pintor de las imágenes que Kantorow plasmó.

Manteniendo esa «montaña húngara» de emoción, pasión, entrega, madurez interpretativa de alto rango  del siempre exigente Franz Liszt, Suiza sería el nuevo paisaje perteneciente a los tres libros titulados Años de Peregrinaje, con El valle de Obermann, la gran página del primer cuaderno. Si las dificultades técnicas son asombrosas (escalas, acordes, octavas, y toda la combinación de figuración), sumemos los extremos en matices (fff o ppp) como la vida del propio compositor, «virtuosismo de buena ley» que dice Reverter, conjugando ese volcán con momentos líricos de plena intensidad por parte de Kantorow. Parafraseando la canción de Manuel Alejandro «Que no se rompa la noche» pero sí el silencio contenido tras 40 minutos sin descanso para el intérprete francés.

No hubo pausa, supongo que tan solo un trago de agua y abrir el mapamundi que decía al principio con este titán llamado Alexandre Kantorov arrancando otro «tour de force», esfuerzo físico y anímico que exige Rajmáninov, «el gran ejemplo de compositor tardorromántico heredero a su modo de las grandes líneas y presupuestos establecidos por Chopin, Schumann o, justamente, Liszt, ahormados a unas técnicas y procedimientos no exentos de originalidad». Toda la producción pianística del ruso es magnética para intérpretes y público, y más allá de la forma «sonata» que parece trascender la de periodos anteriores, es un derroche de técnica y armonías rompedoras en su momento. La Sonata nº 1 (contemporánea de la monumental Sinfonía nº 2) tiene tres movimientos donde las melodías tan representativas del ruso están como escondidas en un mar de notas. El Allegro moderato juega con dos temas contrastados en carácter que en la interpretación del francés resultaron inquietantes, tenebrosas pero con la misma luz proyectada desde la alberca central, un desarrollo complejo antes del «sencillo y desolado Lento, que trabaja un tema de muy bella factura melódica. Y lo más flojo se presenta en el Allegro molto, de recorrido bastante desordenado, algo nada raro en el autor». Más que flojo como lo califica mi  querido Arturo, yo lo sentí sereno tras la inquietud inicial antes del impactante, orquestalmente explosivo en las 88 teclas sin perder ese aire de tormento que subyace en esta sonata antes del brillo del cierre con las melodías iniciales soltando el peso llevado a lo largo de un concierto tan intenso como las obras elegidas.

No se hizo de rogar Kantorow y como hechizado por «Los gnomos de La Alhambra», de nuevo el agua y sus juegos de Ravel, sutileza, magia, evanescencia pianística tras tanta tensión acumulada, un verdadero Spa para todos, que aún trajo un segundo regalo también francés, bellísimo, el Saint-Säens de su ópera Sansón y Dalila con el aria «Mon cœur s’ouvre à ta voix» en un arreglo cantado al piano (del que  desconozco la versión) pues así lo sentí escuchando a la mezzo susurrarnos cual Sansones «Mi corazón se abre a tu voz», etéreo, como flotando en esta medianoche acuática para relajar tanta tensión, brillante sonido, fraseo humano, deteniendo el tiempo por momentos para que Alexandre (no) nos revelase el secreto de su fuerza de titán.

PROGRAMA:

Béla Bartók (1881-1945):

Rapsodia, Sz. 26, op. 1 (1904)

Franz Liszt (1811-1886):

Estudio de ejecución trascendental nº 12, «Chasse Neige» (1851)

Vallée d’Obermann, S.160/6 (de Années de pèlerinage, Premier année «Suisse», 1848-55)

Serguéi Rajmáninov (1873-1943):

Sonata nº 1 en re menor, op. 28 (1907):

Allegro moderato – Lento – Allegro molto

Folklore sinfónico de mi tierrina

1 comentario

Jueves 2 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Concierto Extraordinario de la OSPAConciertu de les lletres asturianes. Martín García y Juan Barahona (pianos), Rafael Casanova y Francisco Revert (percusión), Daniel Sánchez Velasco (director). Obras de Bartok, Mª Teresa Prieto y Daniel Sánchez Velasco. Entrada gratuita.

El folklore ha sido y seguirá siendo fuente de inspiración para todo tipo de música y la sinfónica es la muestra del alcance que tiene. En este día tan asturiano la OSPA traía un programa casi «de la tierrina» (así somos aquí con los diminutivos), con dos pianistas de casa en el difícil concierto para dos pianos y percusión junto a los «adoptados» tras tantos años en la orquesta, un director y compositor que pasa del atril de clarinete al podio e incluso dirigiendo una obra que enlaza con la escritura de nuestra asturiana más universal y emigrada a México, desde donde recordará su patria chica pero también homenaje a su país de adopción. Por lo tanto se puede hablar de un concierto folklórico, popular y sinfónico en el día de las letras asturianas que es el mejor escaparate (y gratis) para disfrutar de la música, y como dicen ahora, «poner en valor» nuestro rico patrimonio.

El Concierto para dos pianos y percusión de Bartók tiene su origen en la “Sonata para dos pianos y percusión”, versión con arropamiento de una orquesta sinfónica pero con los valores musicales de la “forma sonata” intactos. La versión orquestal es de 1940 (la redacción original esta fechada en 1937) y fue publicada por Boosey & Hawkes, toda una síntesis estética que surge cual explosión que se manifiesta en una estructura aparentemente clásica al respetanr la estructura en tres movimientos: forma tripartita para el primer movimiento, una melodía lírica con una sección central contrastante en el segundo movimiento, y una suerte de rondó-scherzo marcado por la tensión para finalizarla. La novedad está en la escritura rítmica y tímbrica, la unión de los pianos con las percusiones (timbales, xilófono, triángulo, platillos, bombo, tambor y tam-tam) que permite cambios constantes de ritmos, incluyendo algunos muy queridos por el húngaro a base de sonoridades mantenidas en los pianos, contrapuntos con las líneas melódicas dibujadas o sugeridas en la percusión,  «El piano percute y canta, y la percusión canta y percute» que escribía el Padre Sopeña sobre esta obra. Stravinsky, Debussy o la segunda Escuela de Viena le enseñan a Bartók a dibujar melodías dentro de un complejo instrumental con un resultado que no es un “pastiche”sino una de las obras más significativas y elocuentes del compositor.

Por todo lo anterior, que añado ante la falta de notas al programa con las que suelo completar mis reseñas, no es habitual escuchar esta versión en vivo, primero por lo difícil que resulta encontrar cuatro solistas para él mismo, sumarle un orgánico sinfónico tan exigente, más un director capaz de aunar fuerzas, pero sin salir de nuestra tierra se consiguió. Primero dos jóvenes pianistas, hoy triunfando por el mundo y que dieron sus primeros pasos musicales en Asturias, pudiendo dar fe en primera persona de sus conciertos iniciales, Martín García (Gijón, 1996) y Juan Barahona (París, 1989), capaces de sacar del teclado todo el poderío armónico, melódico y por supuesto percusivo. Con una formación que nunca se detiene, estos dos artistas son parte de mi expresión «exportar talento asturiano», por lo que es de agradecer volver a escucharlos y además juntos. La percusión en las agrupaciones instrumentales son el verdadero motor, y para este Bártok que apuesta por una rítmica trepidante más allá del folklore húngaro, en la OSPA tenemos a un tándem titular al que podemos llamar «pareja de hecho» por la cantidad de música que llevan juntos estos asturianos nacidos en Valencia, Rafael Casanova y Francisco Revert que cautivaron y se ganaron la cena por el enorme trabajo que este concierto les exige. Un espectáculo escucharles y verles cambiando rápidamente de baquetas, posiciones e instrumentos que dominan como nadie. La articulación de los instrumentos solistas protagonizaron un diálogo lleno de exigencias y virtuosismo así como de timbres sutiles y altisonantes que maduraron en la mente del compositor húngaro antes de su exilio en Estados Unidos. El entendimiento entre ellos es básico para lograr una sonoridad tan especial, y si Daniel Sánchez Velasco, que conoce como pocos a sus compañeros en ambos lados (clarinete y dirección) se pone al frente, con gesto elegante, preciso, contagiando confianza desde el trabajo, el resultado no podía ser mejor con todas las secciones en su sitio, empastadas, de amplias dinámicas y la cuerda nuevamente con el austriaco Benjamin Ziervogel de concertino invitado, junto a Daniel Jaime. Austria y Asturias casi se escribe igual con dos generaciones unidas para hacer música mayúscula, con la despedida fuera de los abonos y último entre su «familia sinfónica» de Joshua Kuhl, contrabajista neoyorkino y asturiano, en un concierto más allá de fronteras.

Aprovechando todo el montaje anterior y antes de retirarlo para continuar el concierto, nada mejor que una propina de Maurice Ravel (1875-1937), de su Suite para piano a cuatro manos Ma mère l’oyeun arreglo para percusión y dos pianos de Rafael Casanova, la «Laideronnette, impératrice des pagodes«, ideal para poder lucirse los cuatro solistas, tanto Martín como Juan nuevamente en perfecta conjunción y entendimiento con los «percu» que engrandecieron esta maravillosa página de uno de los orquestadores mejores que ha dado la historia, aires de pagoda que por estar en Asturias podríamos retitular panoya, a fin de cuentas otro «templo».

La ovetense Mª Teresa Prieto compone ya en México su poema sinfónico Chichén Itzá, nueva fuente inspiración aunque nunca olvidará sus raíces asturianas. Estructurado en movimiento único en do mayor constituido por tres temas fundamentales donde la creadora parte de sendas ideas literarias inspiradas en las ruinas mayas de Yucatán, la cultura maya del juego de pelota, la serpiente emplumada y el sacrificio de una doncella, un acercamiento fantasioso partiendo de «movimiento, muerte y enigma» con una música que no describe sino que imagina, construcción nacida de impresiones que a pesar del origen programático, la sensación al escuchar esta página no es la de ver algo, sino de estarlo soñándolo, entrelazando temas y con un desarrollo discursivo de gran sutileza tímbrica y la instrumentación que usase en su Sinfonía Asturiana (madera a dos con corno inglés y clarinete bajo, cuatro trompas, tres trompetas, tuba, arpa, timbales, tambor indio, y la cuerda). Sobre la vida y obra de María Teresa Prieto sigo recomendando el libro publicado en 2020 por la Universidad de Oviedo de la doctora Tania Perón Pérez que lleva como subtítulo «Creación y añoranza en el México del siglo XX». Buena interpretación de la OSPA con Daniel Sánchez Velasco entresacando sensaciones, planos sonoros como si una de sus partituras cinematográficas se tratara, sonidos claros y motivos precisos, incorporando el teponaxtle de tradición maya con la intención de reflejar el ritmo y sonido de esa cultura precolombina tan misteriosa y rica como el ambiente logrado con su música.

Y para finalizar, casi como una continuación estilística pero con un dominio en la instrumentación, sus Tres canciones asturianas que todos los presentes reconocieron, son una línea a seguir desde el propio Torner que las recopilase hasta otros compositores que se inspiraron en nuestro folklore, los más cercanos en el tiempo el nunca suficientemente reconocido Benito Lauret (un cartagenero tantos años en nuestra tierra y lo que por ella trabajó) o Antón García Abril. En estas tres páginas, aplaudidas por separado, Daniel Sánchez con un fino trabajo orquestal, reviste de banda sonora canciones que ya cantasen nuestros antepasados, orquestaciones del Dime paxarín parleru, con unas trompas compactas y toda la grandeza sinfónica sin perder el carácter y rítmica, la hermosa, lírica y emotiva Ayer vite na fonte con el oboe presentando y jugando con el tema en un ambiente onírico de nuestra rica mitología de xanas y ayalgas retomado por una cuerda aterciopelada, evocadora del musgo, y finalmente saltar de alegría como en una romería tradicional, Sal a bailar cual banda sonora imprescindible para publicitar nuestra tierra que como el himno  tan conocido, es para vivirla «en todas las ocasiones». Si las orquestaciones del maestro avilesino son de película, el sinfonismo de nuestro tiempo, la respuesta de sus compañeros estuvo a la altura que se merecen estas tres canciones que crecen y no mueren, material plenamente exportable.

Comenzamos mayo con mucho talento que no siempre se queda en Asturias pero la llevan siempre en el alma.

PROGRAMA

Bela Bartók (1881-1945): Concierto para dos pianos y percusión.

Mª Teresa Prieto (1895-1982): Chichén Itzá (1942).

Daniel Sánchez Velasco (Avilés, 1972): Tres canciones asturianas.

Desde Budapest con parada en Oviedo

1 comentario

Miércoles 29 de noviembre, 20:00 horas. 25 años de Conciertos del Auditorio de Oviedo: Orquesta de Cámara Franz Liszt, István Várdai (violonchelo y dirección). Obras de B. Bartók, C. P. E. Bach y Mendelssohn.

Oviedo sigue en el mapa de las giras europeas y «La Viena española» tras el inicio zaragozano de la Franz Liszt Chamber Orchestra y antes de San Sebastián, con un programa de los que saben a poco y no solo por la corta duración a pesar de las dos propinas de István Várdai, sino por lo conocido y agradecido de unas obras que todo melómano tiene en su memoria auditiva y hasta puede tararear mentalmente según las va escuchando. Lástima que este último miércoles de noviembre el público no respondiese como en anteriores citas, pero como siempre digo «ellos se lo pierden» aunque algunos me lean para enterarse cómo fue todo.

La tarde arrancaba con la cuerda casi camerística a cargo de la formación húngara, defendiendo su calificativo, bajo la dirección de su concertino desde hace cinco años Péter Tfirst, una leyenda en esta orquesta de Budapest, con las conocidas seis Danzas rumanas de Bartók, de imposible pronunciación pero con excelencia sonora, rítmica, folklórica y la calidad que en las antes llamadas «orquestas del este»  (europeo, claro) tienen asumida y son casi genéticas, más en estos repertorios. Danzas llenas de color, cercanas y con los aires zíngaros donde los violines disfrutan y desprenden alegría desde un sonido limpio en todos los tempi, compacto con dos contrabajos que dieron sustento a una tímbrica impecable de la cuerda, matizada y con pizzicati rotundos pese a ser sólo 25 instrumentistas.

Con la incorporación de una clavecinista (que completó y redondeó el sonido de los húngaros) llegaría el Concierto para violonchelo y orquesta en la mayor de C. P. E. Bach con István Várdai (Pécs, 1985) «armado» del instrumento que perteneciese a Jacqueline du Pré (el ‘Ex du Pré-Harrell’, un Stradivari de 1673) que aún parece estar impregnado del genio de la malograda y recordada chelista inglesa de apellido francés y matrimonio famoso con Daniel Barenboim que tanto ayudaron a convertir la mal llamada música clásica en todo un fenómeno de masas para su época (sin redes sociales ni apenas televisiones), hoy todo un mito tras sufrir una esclerosis con 28 años que la apartaría de la práctica musical y su posterior muerte a los 42.

El solista húngaro afrontó los tres movimientos con un sonido que conmueve en los graves y proyecta los agudos con facilidad, ejerciendo también de director aunque «los Liszt» podría decir que tocan solos este concierto del quinto de los siete hijos que tuvo «mein Gott», genética y música pura para este enorme clavecinista y compositor del periodo galante considerado uno de los fundadores del Clasicismo, quien decía: «Un músico no puede conmover a menos que él mismo se conmueva» como recuerda en las notas al programa Juan Manuel Viana. Y Várdai leyó y sintió este tercero de los conciertos para chelo (entre los más de cincuenta que escribió). Sturm und Drang o Empfindsamer Stil son expresiones en el idioma de Goethe que todos los estudiantes de música hemos tenido que conocer, y este concierto del «Quinto Bach después de dios padre» contiene tanto la tormenta e ímpetu así como el estilo sentimental, éste en el Largo con sordini mesto central de clave perlado, frente a los rápidos extremos más impetuosos que tormentosos, donde el Allegro assai parecía adelantarme en vivo la emisión de «La dársena» de Jesús Trujillo en Radio Clásica, programa con la actualidad musical que cumple 10 años, cuya agenda de conciertos (donde Oviedo está -casi- siempre en ella) utiliza este último movimiento del bellísimo tercero para chelo. Bien el chelista y mejor la orquesta, balanceada al servicio del solista con una tímbrica además del estilo muy cuidado.

Y mentando a «dios Bach» nos dejó el «menuett» de la Suite para chelo nº 2 en re menor, recuerdo de la sangre Bach y magisterio del padre de todas las músicas en todos los instrumentos (incluso los aún no inventados entonces) con que Várdai se/nos deleitó. Aplausos más que merecidos y un guiño a nuestro Gaspar Cassadó (Barcelona, 1897 – Madrid, 1966) con su Capriccio aún más contundente, virtuoso pero también sentido en un homenaje al músico catalán que el chelista húngaro tiene grabado en su repertorio solista.

Con viento (maderas a dos, trompas y trompetas) y timbales se «engordó» la Orquesta Franz Liszt para afrontar una «Italiana» de Mendelssohn que no fue del todo clara ni Vardái la llevó de la mano aunque la calidad de la formación se notó en todos, pero pienso que este repertorio no les va a los húngaros. El Allegro vivace resultó precipitado pese a no abusar del «calificativo», con unos timbales demasiado bravos y dinámicas exageradas confundiéndolas con la agógica, crescendi en los acelerandos, unos rubati algo «traídos por los pelos«. Las indicaciones «moto» del segundo y tercer movimiento tampoco aportaron nada nuevo a una sinfonía tan luminosa como la cuarta del hamburgués afincado en Leipzig, y al menos el Saltarello mostró la capacidad de afrontar el «presto» pero sin claridad en los tutti, falto de balances para disfrutar la calidad de una orquesta que no encontró en el romanticismo la chispa de Bartók ni la elegancia del Bach clásico. Pese a todo la bella sinfonía sigue resonando en mi memoria recordándome el LP rayado precisamente en el Allegro inicial que me obligaba a empujar cuidadosamente la aguja y perderme algunos compases. La llegada del CD con otras versiones no daría estos problemas aunque siga retomando mis viejos vinilos en grabaciones que para mi son históricas.

PROGRAMA:

Béla Bartók (1881-1945)

Danzas populares rumanas, Sz. 56, BB76:

I. Jocul cu bàtă – II. Brăul – III. Pe loc – IV. Buciumeana – V. Poarga romănească – VI. Mărunțel.

Carl Philipp Emanuel Bach (1714-1788)

Concierto para violonchelo y orquesta en la mayor, Wq 172, H. 439:

I. Allegro – II. Largo, mesto – III. Allegro assai.

Felix Mendelssohn (1809-1847)

Sinfonía nº 4 en la mayor, op. 90, «Italiana»:

I. Allegro vivace – II. Andante con moto – III. Con moto moderato – IV- Saltarello. Presto

Sin riesgo no hay emoción

1 comentario

Viernes 13 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 1: OSPA, Javier Perianes (piano), Nuno Coelho (director). Obras de Brahms, Ligeti y Bartók.

Con ilusión arrancaba este viernes al fin otoñal la segunda temporada del director portugués Nuno Coelho al frente de la OSPA y con un encuentro previo 45 minutos antes con el público en la sala de cámara, que como el propio maestro indicó, en compañía de la gerente Ana Mateo, se repetirán antes de cada abono con la presencia de los invitados, solistas y respondiendo a las dudas o aclarando las obras a escuchar, como en el caso de este primero, algo que repetiría al inicio de la segunda parte, una de las tres novedades junto a los conciertos de cámara dominicales a las 12:30 horas, que serán mensuales en esta misma sala donde poder disfrutar de los músicos de nuestra orquesta, y el Concierto de San Xuán el 21 de junio del próximo año donde sonará música de su país con Camané & Trío en el espectáculo «Fado» junto a la dupla OSPA-Coelho donde cada abonado que traiga otro nuevo se le regalarán dos entradas.

Este primer concierto, con escasa presencia de público que comienza a ser precupante, independiente de que en el Campoamor hubiese la función «joven» titulada «Viernes ópera», traía un arriesgado programa tanto por las obras como por la apuesta personal del propio director, contando en la primera parte con Javier Perianes como solista del Concierto para piano y orquesta nº 1 de Brahms (1833-1897). El regreso del onubense como colaborador de la OSPA –que sigue sin concertino, estando hoy el  murciano Jordi Rodríguez y de ayudante Fernando Zorita (no como indicaba el programa de mano, más pequeño y delgado que en temporadas anteriores)- parece no fue suficiente para llenar más butacas, una verdadera lástima porque el excelente momento por el que atraviesa el de Nerva unido al trabajo del maestro de Oporto que ya comienza a notarse en la orquesta, era un motivo más que suficiente.

Con un Maestoso poderoso en la OSPA y algo titubeante el arranque del pianista, las líneas divergentes  con unos pedales no muy claros, fueron confluyendo y caminando paralelas a medida que avanzaba este primer movimiento, casi una sinfonía por escritura y auténtico duelo de titanes que el maestro Coelho concertó a la perfección, manteniendo unas dinámicas muy equilibradas y sacando el mejor Brahms. Pero sería el Adagio la maravilla del programa donde Perianes y la OSPA mostraron una amplísima paleta de matices, pianissimi de cortar el aire con una línea melódica plena y riquísima. Más arriesgado por tempi el último Rondó: Allego non troppo que pese a «caerse alguna nota» no impidió volver a disfrutar del equilibrio dinámico entre piano y orquesta de nuevo con un total dominio de la partitura por parte del director portuense, caídas a tempo, encajes perfectos y llevando este primero de Brahms a buen puerto con todas las aristas que conlleva para los intérpretes pero que el onubense amalgamó desde su amplio bagaje con todas las referencias de Brahms a Mozart, Beethoven o la propia Clara Schumann tan excelentemente retratada en el adagio central. Una lección de piano contundente a cargo de un Perianes que saldría al descanso camino del aeropuerto asturiano para tomar un vuelo a Barcelona (donde interpretará el «Emperador» junto a la Orquesta Sinfónica del Liceu bajo la batuta de Josep Pons) con una agenda de lo más apretada que nos lo traerá de nuevo a Oviedo el 10 de mayo junto al Cuarteo Quiroga.

Aún hubo tiempo para el homenaje de Perianes a la centenaria Alicia de Larrocha con el Notturno de Grieg, el nº 4 de las «Piezas líricas», libro V, op. 54, una perla sentida, delicada, con los claroscuros «marca de la casa» que siempre me han llevado a llamarle «el Sorolla del piano«.

Arriesgada segunda parte magiar, comenzando por San Francisco Polyphony (1973-74) de György Ligeti (1923-2006), aprovechando otro centenario como el del húngaro nacionalizado austriaco, obra escrita para conmemorar el 60º aniversario de la Orquesta Sinfónica de San Francisco estrenada el 18 de enero de 1975 por el entonces titular Seiji Ozawa, con el que Haruki Murakami, Premio Princesa de Asturias de las Letras este año, conversa en su obra Música, sólo música como bien recuerda en las notas al programa Pablo Gallego. Esta obra de Ligeti no  está al alcance de cualquier orquesta ni director pues exige un control absoluto de los registros en cada sección e instrumentos, y el juego polifónico obliga a un permanente balance en el punto exacto, más allá de virtuosismos, silencios y hasta la textura sinfónica, que el húngaro teje como pocos en todas sus obras, tanto camerísticas como sinfónicas, en esa denominada «angustiosa incomodidad» de su escucha. Sin imágenes para esta «otra banda sonora» no utilizada por Kubrick pero que bien podría haberlo hecho, OSPA y Coelho apostaron por el riesgo de la dificultad para emocionar con música del pasado siglo que sigue estando demasiado ausente en el actual y que aplaudo haber programado en este #Ligeti100 del que disfruté y mucho este verano en Granada, con un final para anotar: los músicos y el director «congelados» literalmente tras el final, fotografía musical que perduró para disfrutar también del silencio en una auténtica «Atmóspher» final.

Y para rematar emociones, orquestaciones impresionantes, calidades de la mejor Hungría, trabajo minucioso de orquesta y director, así como otra «banda sonora» con imágenes terroríficas tras una primera guerra mundial, de la que seguimos sin aprender nada en estos días, la suite de El mandarín maravilloso, op. 19, Sz. 73 (1918-24) de Béla Bartók (1881-1945), «música infernal», depravación humana tan tristemente actual, caótica en expresión pero perfectamente ordenada a cargo de Coelho y una OSPA musculada de gran plantilla en donde el clarinete de Andreas Weisgerber nos subyugó y sedujo como a los vagabundos del ballet, riesgo asumido por todas las secciones a la misma altura (triples vientos, cuatro percusionistas, celesta y piano), partitura muy trabajada que nos dejó impactados y emocionados con este mandarín maravilloso que nos «robó» el final trágico de la pantomima original.

La próxima semana volverá la OSPA para el llamado «Concierto de los Premios», aunque me conformaré con el ensayo general, pero el programa (Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis y Dona nobis pacem de Ralph Vaughan Williams) y el director (Martyn Brabbins) merecerá la pena para seguir comprobando el nivel ya recuperado por la orquesta de todos los asturianos.

Gheorghiu única

2 comentarios

Sábado 15 de julio, 20:00 horas. 72 Festival de Granada, Auditorio Manuel de Falla, “Universo Vocal” Recital lírico I: Angela Gheorghiu (soprano), Jeff Cohen (piano). Obras de Giordani, Paisiello, Donizetti, Beethoven, Tosti, Schumann, R. Strauss, Rachmaninov, Rameau, Martini, Massenet, Saint-Saëns, Brediceanu, Stephănescu, Bartók, Bellini y Satie. Fotos propias y de Fermín Rodríguez.

La considerada como “última diva de la ópera”, Angela Gheorghiu (Adjud, 7 de septiembre de 1965) llegaba a Granada esta tarde de sábado en un recital con el pianista Jeff Cohen (Baltimore, 1957) y toda la expectación que levanta una estrella mundial como la soprano rumana, aunque no hubiese un lleno hasta la bandera.

Si entendemos diva como diminutivo de divina “La Gheorghiu” lo es y no hay otra igual en el firmamento lírico. La rumana es un imán que capta toda la atención visual y auditiva desde que pisa la escena, independientemente de lo que cante, y en un recital todo suma. Es diva porque conquista al público, lo hace cómplice, hipnotiza con una voz que mantiene un color especial, un “saber cantar” como pocas, artista absoluta que juega desde un dominio total de la técnica, convirtiendo cada página es un microrrelato que sigue emocionando.

Un recital resulta más exigente que cualquier ópera precisamente por esa carga dramática que conlleva cada obra elegida, y la primera parte arrancó con varias páginas que todo estudiante de cante ha transitado, y los llamados pianistas repertoristas aún más. Qué maravilla cuando las canta una maestra como Angela Gheorghiu y el piano de Jeff Cohen, veterano en estos menesteres sabiendo dónde respirar, esperar, incluso saltarse algún compás porque enganchará sin problemas con la artista, y eso es la soprano rumana.

Tres páginas para ir tanteando acústica, temperatura, ubicarse y controlar escenario: la arietta Caro mio ben de Giuseppe Giordani, el aria de la ópera «La bella molinara» de Giovanni Paisiello, Nel cor più non mi sento (1788), y la alegre canzonetta napolitana Me voglio fà ‘na casa, también conocida como Amor marinaro de Donizetti,  incluida en Soirés d’automne, sin necesidad de sobretítulos (ilegibles sobre el telón de fondo) donde “la Gheorghiu” comenzó a sentirse bien, actuando y conquistándonos.

Como buen “acompañante” y eligiendo páginas relacionadas con el programa cantado, Jeff Cohen daría el primer “descanso” con el recién escuchado Paisiello y las Seis variaciones sobre «Nel cor più non mi sento», WoO 70 de Beethoven, aseadas y sin más exigencias que comprobar cómo los grandes compositores sintieron las obras líricas del momento para recrearlas al piano, llamémoslas variaciones o paráfrasis, aunque esta del “sordo genial” no sean especialmente exigentes para los pianistas.

Y comenzaba a subir la emoción, el buen cantar, el sentimiento, la auténtica interpretación de dos canciones que conozco desde mis años jóvenes, el cautivador y gran melodista italiano Paolo Tosti con dos poemas que la música del de Ortona eleva al Olimpo de concierto: Ideale (texto de Carmelo Errico) y Sogno (de Olindo Guerrini). Si se me permite jugar con los títulos Angela Gheorghiu fue ideal para este sueño con el piano respetuoso de Jeff Cohen, qué placer cómo frasea la rumana, cómo juega con la “mezza voce”, matices increíbles, adornar en el punto exacto, crecer emocionalmente ese final de frase en un agudo siempre preciso y cadencioso esperando el clímax y feliz unión de letea y música. El sueño de esta tarde granadina comenzaba en ese momento y proseguiría con Respighi y Nebbie. Otra lección de canto con gusto, musicalidad que rebosa por todas partes, conquistando con la mirada, el gesto corporal, colocando la voz en la máscara con una facilidad envidiable en la que muchas otras sopranos deberían mirarse. La siguiente parada seguiría ascendiendo cual cumbres de los “ochomiles” que cada página elegida suponía.

Segunda intervención de Jeff Cohen en la “visión” que de Robert Schumann hará Liszt del conocido lied Widmung (al fin cantó el piano solo), buen puente sin excesos antes del Du bist wie eine Blume que “la Gheorghiu” en un alemán perfecto nos brindó, preparándose en el idioma de Goethe con toda la expresión de un Schumann que se ha “instalado en Granada”.

Últimas dos cumbres de la primera parte para disfrutar de la rumana, el Zueignung, nº 1 de los ocho lieder de la op. 10 de Richard Strauss, intenso, dramático, bello, interiorizado y comunicado como sólo las grandes son capaces, y nuevo paso arriba con Vesenniye vody, op. 14 nº 11 de Rajmáninov con el ruso de lenguaje cantado y tocado, página apasionada de lirismo y apoyaturas, con el crescendo final envuelto en acordes y octavas muy de la casa. brillante para el tándem Gheorghiu-Jeff Cohen con química, entendimiento, carga emocional y música para disfrutar.

Si la primera parte fue sumando enteros, la segunda continuaría “in crescendo” porque la soprano rumana, que como buena diva cambió el azul turquesa por un desenfadado tricolor y rosa en el pelo, con mejora en la iluminación sobre la tarima y graduado el termostato del aire acondicionado del auditorio, ya plenamente cómoda, dominadora de la escena, haría grandes las miniaturas en la lengua de Moliere con un francés perfecto, sin nasalizarlo en absoluto, jugando con una pronunciación que es poesía pura, primero Le Grillon de Rameau, después un auténtico Plaisir d’amour de Jean-Paul-Égide Martini, placer de canto, de interpretación en el amplio sentido de la palabra, con un piano siempre amoldado a la soprano, y rematando este bloque la Elégie de Massenet, quinta de las diez «Piezas de género para piano», rezo íntimo y acto de amor que “la Gheorghiu“ interpretó con su línea de canto impecable, precisa, colorista, jugando con los matices y la expresión intrínseca al texto que musicalizado aún crece más, bien arropada por un Cohen elegante y “al servicio de la voz”.

Desde el piano seguiría el homenaje lírico con la paráfrasis que Saint-Saëns compuso de la famosísima Méditation y La Mort de Thaïs de la ópera homónima de Massenet. Un piano al fin contundente y desde el conocimiento de los originales operísticos tras muchos años de repertorista, temáticamente ideal para cerrar esta parte francesa antes de irnos hasta la Rumanía natal de “la Gheorghiu“.

Cuánta música por descubrir y qué buena cuando se siente en las entrañas, se canta con el corazón y transmite el amor por la tierra que te ha visto nacer y llevas contigo como la mejor herencia. Gheorghiu nos enseñó a Tiberiu Brediceanu (1877-1968) con Cine m-aude cântând y textos de la tradición popular), después a George Stephănescu (1843-1925) y Mândruliță de la munte, músicas cercanas en el tiempo por compositores que dejan en su música parte del patrimonio, y nadie mejor que la soprano rumana para hacernos viajar a su tierra con estas melodías donde el piano es fiel compañero.

Quedándose en la Rumanía de la soprano y con la visión del húngaro Bartók el pianista y compositor estadounidense nos interpretaría las Seis danzas populares rumanas, Sz. 56 que van subiendo en dificultad en un piano no siempre rotundo pero sí entregado dando unidad a un programa vocal donde estos “descansos” al menos tuvieron todo el sentido. Los años pesan en los dedos pero el bagaje añade el poso y la veteranía para sortear vericuetos técnicos.

Y llegaba el “non plus ultra”, pues Bellini es bel canto y la canción Vaga luna, che inargenti, de la que Arturo Reverter en sus notas al programa dice puede “considerarse una suerte de precedente en miniatura de la cavatina Casta diva de Norma” en la voz de Angela Gheorghiu resultó un aria de calado, enorme, parando el tiempo en la palabra o sílaba exacta, el ornamento ideal no escrito, la magia de la noche granadina donde el piano remataba el bordado áureo más que plateado de la soprano. Resulta maravilloso escuchar estas páginas tan conocidas cuando se interpretan como las canta “la última diva”.

Todavía faltaba la última cumbre o un paso más en el firmamento lírico, un “juguete» vocal y pianístico del incomprendido francés Satie cuyo baúl fue el mejor regalo para la historia musical de los felices años 20 (los del pasado siglo, claro). Su vals Je te veux con letra de Pacory nos transportó al Paris corazón artístico que nuevamente con Gheorghiu y Cohen, en sincronía técnica, emotiva y veterana, rematarían un recital que podemos calificar de antológico, donde hasta la rumana se movió en escena con todo el gracejo al que esta música nos llevó.

Público rendido ante la diva, simpática, generosa, entregada, cautivadora, cómplice con todos, afable y una “tercera parte” fuera de programa que supuso como la canción de Sinatra Fly me to the Moon, pues aún queda mucho universo para esta gran Angela Gheorghiu. Pocas sopranos me han emocionado y esta noche hasta se me saltaron las lágrimas tras escucharle su Lauretta del O mio babbino caro, imposible expresar todo lo que su voz transmite en este aria del “Gianni Schicchi” de Puccini, que no por conocida se escucha cantar como la rumana. Auditorio en pie arrodillado ante tanta grandeza vocal.

Y llegaría otro “no va más” en el Auditorio Manuel de Falla con su Granada (Agustín Lara) entregada, no importa que el piano se comiese notas y hasta compases al pasar página, tampoco la pronunciación mejorable del español, que sólo nosotros somos capaces, porque ¡cantaba Angela Gheorghiu! y no necesitábamos más.

Para volar hasta el “Universo vocal” de este Festival, la popular canción La Spagnola (que siempre recordaré por Mario Lanza en su película “Serenade”) que Angela Gheorghiu sintió propia y hasta los zapatos rojos parecían hechos a medida para esta su primera noche granadina.
El día 19 pondrá el broche de oro al 72 Festival Internacional de Música y Danza de Granada, aunque esta vigésimoquinta noche la recordaré como “mi noche con la Gheorghiu”.

PROGRAMA

I

Giuseppe Giordani (1751-1798)

Caro mio ben (Texto: Giuseppe Guarini)

Giovanni Paisiello (1740-1816)

Nel cor più non mi sento (Texto: Giuseppe Palomba)

Gaetano Donizetti (1797-1848)

Me voglio fà ‘na casa miez’ ‘o mare (Anónimo)

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Seis variaciones sobre «Nel cor più non mi sento», WoO 70 (piano solo)

Francesco Paolo Tosti (1846-1916)

Ideale (Texto: Carmelo Errico)

Sogno (Texto: Olindo Guerrini)

Ottorino Respighi (1879-1936)

Nebbie (Texto: Ada Nedri)

Robert Schumann (1810-1856) / Franz Liszt (1811-1886)

Widmung (piano solo)

Robert Schumann

Du bist wie eine Blume (Texto: Heinich Heine)

Richard Strauss (1864-1949)

Zueignung (Texto: Hermann von Gilm)

Serguéi Rajmáninov (1873-1943)

Vesenniye vody, op. 14 no 11 (Texto: Fiódor Ivánovich Tiútchev)

II

Jean-Philippe Rameau (1683-1764)
Le Grillon (Texto: Pierre-Jean de Béranger)

Jean-Paul-Égide Martini (1741-1816)

Plaisir d’amour (Texto: Jean-Pierre Claris de Florian)

Jules Massenet (1842-1912)
Elégie (Texto: Louis Gallet)

Camille Saint-Saëns (1835-1921)

Méditation, Paráfrasis de concierto sobre La Mort de Thaïs de J. Massenet (piano solo)

Tiberiu Brediceanu (1877-1968)

Cine m-aude cântând (Texto de tradición popular)

 George Stephănescu (1843-1925)

Mândruliță de la munte (Texto: Vasile Alecsandri)

Béla Bartók (1881-1945)

Seis danzas populares rumanas, Sz. 56 (piano solo)

I. Joc cu bâtă (Danza del bastón). Allegro moderato – II. Brâul (Danza del fajín). Allegro – III. Pê-loc (Danza del zapateado). Andante – IV. Buciumeana (Danza del como). Moderato – V. Poargă românească (Polca rumana). Allegro – VI. Mărunțel (Danza rápida). Allegro.

Vincenzo Bellini (1801-1835)

Vaga luna, che inargenti (Anónimo)

Erik Satie (1866-1925) Je te veux (Texto: Henry Pacory)

Cuadrando el círculo

2 comentarios

Lunes 26 de junio, 22:30 horas. 72 Festival de Granada, Patio de Los Arrayanes, “Música de cámara”, Ligeti100: Quatuor Diotima. Obras dePedro Osuna, Ligeti, Tomás Marco y Bartók. Fotos de Fermín Rodríguez.

El cuarteto de cuerda es un organismo musical vivo que requiere compartir incluso la propia vida, cuatro músicos de altura y un solo cuarteto verdadero. Así se entiende la formación camerística por excelencia y para que todos los grandes han escrito, siendo a menudo como un banco de pruebas orquestal.

El francés Quatuor Diotima llegaba y llenaba otra nueva noche mágica en La Alhambra con un programa no ya exigente por las cuatro obras, también dotado de un discurso global que solamente al finalizar pudimos comprender en toda su magnitud.
Cuatro cuartetos, cuatro idiomas traducidos a una unidad expresiva capaz de unir a estos compositores de distintas generaciones que conocen perfectamente la herramienta, los recursos de la cuerda manejándola desde su propia experiencia, un crisol cronológico que encontró los intérpretes adecuados para alcanzar las máximas cotas expresivas.

Para abrir la velada nocturna un joven compositor granadino, Pedro Osuna (1997) que estrenaba en España sus Cuatro danzas (2021), un hallazgo de escritura con el marchamo estadounidense lógico en estas generaciones que han cruzado el charco para su formación. Según las describe Juan Manuel Viana en las notas al programa “refleja el amor del músico por el arte de su ciudad natal, donde compuso las danzas centrales, y el de Boston y Los Ángeles, su lugar de residencia, donde escribió la primera y la cuarta”. Escuchar cada una de ellas supuso un viaje a cargo del Diotima, sonoridades extremas en dinámicas, latido único, tímbricas tan bien escritas como interpretadas desde la Introducción que da paso a Ritual nazarí, los recuerdos granadinos en un obsesivo juego de los cuatro instrumentos sonando como uno solo, algo que parece increíble por la dificultad que entraña; la Tarantella en palabras de su autor «juega con el famoso tema napolitano y conduce al movimiento final, una danza celebratoria en la que quise explotar la visceralidad de la música electrónica del presente y la riqueza armónica del jazz» y Celebración con el aire americano, el sello granadino y el sueño francés reunidos en estas cuatro páginas de una calidad sorprendente tanto en la escritura como en la ejecución impresionante del Quatuor Diotima. No sé cómo sería el estreno con el Cuarteto Carpe Diem en Siena (28 de junio de 2022), pero este de Siana hacía tiempo que no se asombraba con una obra actual.

Y tras salir el compositor a recoger los merecidos aplausos de un público agradecido por esta apuesta del festival, nada menos que György Ligeti (1923-2006) de quien se conmemora el centenario de su nacimiento, optando los franceses por deleitarnos con su Cuarteto de cuerdas nº 2 (1968), casi medio siglo de diferencia con el de Osuna e igual de actual. Del húngaro podríamos comentar su (r)evolución personal y el segundo cuarteto supone un reto para cualquier formación que quiera explorarlo en toda su riqueza. Quatuor Diotima demostraron que no puede hacerse mejor homenaje, cuatro músicos como remeros de un kayak que no solo van perfectamente sincronizados, las paladas entran y avanzan en este fluir musical del mejor Ligeti, cinco movimientos unidos y sentidos desde todos los recursos de cuerdas, arcos, armónicos, pizzicati, resonancias que en el Patio de los Arrayanes aún calaban más. Hasta algún avión nocturno parecía sumarse a una tímbrica tan actual, una joya del siglo pasado plena de fuerza y angustias, mecánica intrínseca que latió en “un solo Cuarteto”.

La influencia de este segundo de Ligeti nos explicó el de Osuna pero igualmente el siguiente tras el descanso.
Un viaje cronológico, ideológico y hasta geográfico nos traería al madrileño Tomás Marco (1942), compositor residente de esta septuagésima segunda edición del festival granadino, quien siempre ha tenido en su amplio catálogo obras cuartetísticas. Este Cuarteto nº 6 «Gaia’s Song» (2012) encargado por el CNDM y penúltimo hasta la fecha, recoge materiales de danzas de todo el mundo olvidándose del legado occidental que tanto ha constreñido la creación, optando por la expresividad, la rítmica y un tratamiento tímbrico del cuarteto que Los Diotima entendieron con una sonoridad apabullante y una compenetración al alcance de pocos músicos de cámara. El compositor felicitó a los intérpretes y todos compartieron el aplauso más que merecido en un concierto que tomaba forma y sentido tras la obra que cerraría esta “cuadratura del círculo”.

El Cuarteto nº 4, Sz. 91 (1928) de Béla Bartók (1881-1945) sigue siendo tan “moderno” como Ligeti, Osuna o Marco, y Quatuor Diotima ayudaron a redondear el concepto de cuarteto actual, impactante, brillante, caleidoscópico de sonoridades con este cuarto considerado “una de las más altas cimas de todo el repertorio”. Con una estructura en arco o espejo, que Viana define “a modo de palíndromo”, los cinco movimientos sonaron perfectos, bien balanceados en las analogías y protagonismo de los cuarto intérpretes respirando como un solo organismo. Si los extremos resultaron rítmicos, agresivos, sonoridad global, los pares todo un catálogo de efectos como sordinas, pizzicati, diálogos y enfrentamientos aunados por una magia indescriptible que rodearían el hermosísimo lento central, el corazón de la obra y del cuarteto, nocturno como todo el concierto para saborear un chelo rotundo sobre el que sobrevolaron sus tres compañeros de viaje.

Un concierto que tomó sentido gracias a la sabia elección de las obras y la magistral interpretación del Cuarteto Diotima, que retransmitido en vivo por Radio Clásica espero disfrutasen tanto como los presentes en el Patio de Los Arrayanes. Habrá que rogar lo tengan disponible algún tiempo para volver a paladearlo y decir el anhelado “Yo estuve ahí”.

Quatuor Diotima:

Yun-Peng Zhao, violín – Léo Marillier, violín – Franck Chevalier, viola –
Pierre Morlet, violonchelo.

BBC para BBB rozando la perfección

4 comentarios

Sábado 22 de abril, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: BBC Symphony Orchestra, Inmo Yang (violín), Sakari Oramo (director). Obras de Britten, Beethoven y Bartok.

No me acordaré del «Brexit» pero tenemos que reconocer la calidad de las orquestas británicas, y la Sinfónica de la BBC (BBCSO, el equivalente a nuestra OCRTVE) es una de las abanderadas camino de sus cien años (se fundó en 1930). Su sonido aterciopelado, claro, preciso, el equilibrio y calidad de todas las secciones que permite escuchar todo al detalle son algunas de sus muchas cualidades, y más en las obras que trajeron a «La Viena Española» en esta gira.

Finlandia se está convirtiendo en la mejor cantera de los directores de orquesta más reconocidos en este siglo, y Sakari Oramo (Helsinki, 1965) es uno de ellos. Titular desde hace 10 años de esta BBCSO con un curriculum impecable e invitado por las mejores formaciones mundiales. Su claridad en la dirección, de gestos precisos sin exageraciones, batuta ligera que igual corta como un sable, se vuelve florete o dibuja como un pincel, pero sobre todo una mano izquierda que remarca cada detalle convirtiéndolo en el verdadero conductor de una orquesta que responde en todo momento con la misma exigencia y exactitud indicada desde el podio.

Es maravilloso fijarse cómo dirige mientras escuchas cada obra (aún más siendo conocidas) para convertirnos en un atril más desde nuestra butaca, y este sábado el auditorio lleno disfrutó con la Orquesta Sinfónica de la BBC en un programa que tenía las tres B: Britten, Beethoven y Bartok.

Abría concierto el inglés Benjamin Britten con sus Cuatro Interludios marinos de «Peter Grimes», op. 33a para sacar músculo, sonido, complicidades, entendimiento, exactitud, claridad, balances perfectos y verdaderos cuadros sonoros, desde el amanecer con una cuerda luminosa, hasta la tormenta final donde poder desplegar todos los efectivos bien controlados y comandados por Oramo, un repertorio que la BBCSO lleva en sus genes y el finlandés sacó todas las cualidades de su formación en una verdadera lección interpretativa.

Y otra maravillosa interpretación el Concierto para orquesta, Sz. 116 de Béla Bartók, cinco movimientos que como explica Jerónimo Martín en las notas al programa «arguye una similitud (…) y la notificación reciente a Bartok de su leucemia, asemejando cada uno de los movimientos a las cinco etapas emocionales que se atraviesan al recibir una noticia trágica: shock al recibir la noticia (1º mov) – negación, simbolizado en el humorístico Giuoco delle coppie (2º mov) – estado atormentado en la Elegía (3º mov) – ira o desprecio representado en el Intermezzo interrotto (4º mov) – aceptación e incluso alegría por la vida vivida (5º mov)». Disfrutando de una cuerda unificada, compacta, preciosa y precisa, de una fagot con sonido impecable, dos arpas auténticamente celestiales y una formación que «suena a disco», con la dirección de Oramo, lo escuchado fue algo indescriptible, con un Finale. Pedante-Presto donde la gestualidad del finlandés marcó todo para escucharlo cual BBC (de bueno, brillante y corpóreo). En la misma línea la propina de una de las Danzas rumanas de Bartok (*) agradeciendo que tras un concierto exuberante aún nos dejasen pasadas las diez de la noche un regalo con la misma calidad y entrega que el resto de la velada.

Punto y aparte sería el Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61 de Beethoven con el coreano Inmo Yang y su Stradivarius «bostoniano» de 1718. Tras lo escuchado al fin me convencí que la perfección existe. Oramo presidió el jurado del Concurso Jean Sibelius de 2022 donde Yang obtuvo el primer premio, tras lo que el director comentó: «Ganador por unanimidad. Hubo un gran nivel en la intepretación de Inmo, como músico y como violinista», por lo que supongo fue elegido para estos conciertos de la BBCSO con Sakari Oramo al frente.

La clave está en la musicalidad del coreano, puesto que la técnica de esta generación de virtuosos está en otra galaxia y pueden afrontar los repertorios más exigentes. Pero el sentimiento no se estudia, sumándole el sonido de su violín que enamora desde la primera nota: terciopelo y seda, con un arco impresionante, unos legati increíbles, una gama de matices impresionante, un empaste con la orquesta impensable en vivo y con una proyección, incluso en los pianissimi que parece imposible percibirla como en este concierto de Beethoven. El Allegro ma non troppo comenzaría con el «tempo giusto» marcado por el maestro Oramo para disfrutarlo sin prisa, y el guante lanzado lo recogió Inmo a la perfección. Dulzura, delicadeza, fraseos impecables, limpieza de ejecución, balances orquestales revestidos de un «colchón filarmónico» que parece hacerlo flotar en una nube hasta la primera cadenza: conversión a la pasión y entrega desde el virtuosismo al servicio de esta joya del sordo genial, momentos de transformación que transmiten la profundidad de esta partitura y el engarce ideal entre solista y orquesta. Con el Larghetto pareció detenerse el reloj, escuchando cada nota escrita conformando la unidad del movimiento central, con Oramo concertando al detalle, la orquesta escuchando al solista para mezclarse con él desde la fusión en estado puro antes de otra cadenza suspendida en el aire, cortando la respiración antes de atacar el Rondo. Allegro que la BBCSO continuó con la misma entrega comandada por el director finlandés. La perfección de solista, director y orquesta para un concierto que quedará grabado en mi memoria.

La cuarta B del sábado tenía que ser Bach, de quien Inmo Yang nos regaló la «Sarabande» de la Partita nº1 en si menor, BWV 1002, sin prisas, sentida, transmitiendo con el Stradivarius la grandeza de «Mein Gott» que nos elevó al séptimo cielo musical, placeres eternos en «La Viena Española».

PD: (*) Gracias Alejandro por la corrección a mi error inicial confundiendo propina de Bartok con Kodaly.

Un fichaje esperanzador

3 comentarios

Sábado 26 de octubre, 20:00 horas. Oviedo, Auditorio «Príncipe Felipe»: Conciertos del Auditorio. Lucas Macías (director, oboe), Oviedo Filarmonía. Obras de Beethoven, Mendelssohn y R. Strauss.

No podía comenzar mejor la temporada de conciertos en el auditorio ovetense, con la orquesta de la casa y el estreno de Lucas Macías como titular, portada del último número de Scherzo, quien hace año y medio ya me dejase con la esperanza de tenerlo entre nosotros y al fin se hizo realidad. Entonces escribía sobre el maestro onubense «… Macías sacó lo mejor de la OFil, unos violines tersos y claros, las violas con su momentos álgidos… los cellos con Ureña marcándose un solo también de lo más lírico, cuatro contrabajos dándolo todo en presencia y claridad, las maderas bien empastadas con intervenciones dignas de admiración y hasta los metales redondos, afinados, sin olvidarme de los timbales mandando con su precisión habitual. Los tiempos elegidos casi metronómicos en las indicaciones, sin demasía… coronando una segunda de Brahms digna de las orquestas y directores grandes, y la de Oviedo lo fue este último sábado de abril«. Casi podría repetirlo para el programa de presentación aunque añadiendo que la OFil sonó como nunca, un trabajo en la dirección espectacular, de memoria en todas las obras y además deleitándonos como solista y director en un cierre que cambió la fórmula para dejar a un auditorio casi lleno el mejor sabor de boca en este programa que abría un año Beethoven con Egmont, la agradecida Italiana de Mendelssohn y esa lección de oboe controlando todo en R. Strauss para terminar regalándonos al Bach camerístico y el dúo casi asturiano de Bartok con Mijlin… No se puede pedir más.

«Egmont», obertura en fa menor, op. 84 (Beethoven) puso el músculo, la energía, la paleta del genio de Bonn, el brillo sinfónico con todos los cambios esperados de dinámica, aire, ritmo, tensión, cuerda presente, madera bucólica, timbales poderosos, metales refulgentes, todos ellos felizmente llevados por un Lucas Macías (Valverde del Camino, Huelva, 1978) que apretó a los músicos como buen conocedor de sus capacidades y abriendo temporada con el compositor al que dedicaremos todo 2.020.

La Sinfonía nº 4 en la mayor, op. 90 «Italiana» (Mendelssohn) todavía aumentaría el nivel de exigencia, apostando por los tempi literales que la OFil respondió con cohesión, limpieza, valentía incluso. El Allegro vivace literalmente vivo, apostando por el brío romántico, verdadero «carnaval» con una cuerda homogénea, una madera en estado de gracia y unos metales brillantemente contenidos; el Andante con moto supuso el momento de paladear sonoridades, majestuosidad en ese movimiento procesional inspirado en Italia pero totalmente transportable a la Andalucía que el maestro conoce; el Con moto moderato redondeó sonoridades palaciegas en un equilibrio cuerda y viento perfecto, balanceando protagonismos con elegancia y gesto preciso; verdadera apoteosis el Saltarello Presto pisando el acelerador donde nadie quedó descolgado, frenético baile popular, intervenciones claras, limpias, amplia paleta de matices y reguladores con los timbales empujando, la cuerda atacando toda a una, el viento empastado y saboreando esta «Italiana» desde Oviedo con un onubense al mando que augura muchas tardes de éxito.

Aún quedaba la segunda parte con el Concierto para oboe y pequeña orquesta en re mayor, op. 144 (R. Strauss), donde Lucas Macías, cambiando camisa blanca y pajarita por negra y corbata a juego, demostró no ya el dominio del oboe, que le tuvo en las mejores orquestas europeas, sino el control en la dirección de una «pequeña orquesta» por plantilla y enorme por el resultado. Tres movimientos sin apenas respiro que obligaron a escucharse todos, a disfrutar de cada pasaje en complicidad total y cerrando un concierto romántico a más no poder. Perfectamente descrito por Jonathan Mallada en las notas al programa, enlazadas al inicio, «en un claro retorno al estilo romántico que había marcado su juventud, pero con la austeridad y economía de medios en la orquestación que caracterizaría gran parte de la música del último periodo compositivo del germano«, asombroso el sonido del oboe sonando a oboe, siempre presente en interacción total con la orquesta, fraseos impecables, cadencias de impresión virtuosa y un ropaje a medida de una OFil con personalidad propia, versátil en un programa agradecido donde el maestro Macías se erigió en el auténtico triunfador de esta velada estrenándose como titular, que el público premió.

Si el esfuerzo fue titánico, dejarnos de propina ese «aria» con la cuerda del Oratorio de Pascua de Bach nos devolvió el barroco atemporal y al padre de todas las músicas, para retornar finalmente con esa Cornamusa de Bartok a dúo con Andrei el concertino, auténticos aires asturianos de gaita para una página que elevó el estudio microcósmico a regalo de la tierra. Bienvenido maestro Macías.

Talento y elegancia

1 comentario

Viernes 26 de abril, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Perspectivas», abono 11 OSPA, Juan Pedro Romero (corno inglés), Nuno Coelho (director). Obras de Bartók, Ferlendis y Schubert.

Crítica para La Nueva España del domingo 28 con los añadidos de links (siempre enriquecedores y a ser posibles con los mismos intérpretes en el caso de las obras), algún dato más que en el papel no cabía, fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
Talento y elegancia no siempre van de la mano, pero el undécimo de abono unió ambos a lo largo de la velada en un auditorio con muchos huecos, móviles interrumpiendo y toses siempre maleducadas. Talento del debutante Nuno Coelho, portugués ganador del último concurso bianual de dirección de Cadaqués, que siempre acierta con sus premiados (Lorenzo Viotti en 2013, Michal Nestorowicz en 2008 o nuestro Pablo González en 2006 entre otros), en un programa variado organizado a la vieja usanza, con el que se desenvolvió desde la elegancia, el rigor estilístico y su buen hacer, comenzando con una obra “moderna” de Bartók (1881-1945) siempre actual en pleno siglo XXI, un concierto solista (Ferlendis, 1755-1810) y una sinfonía clásica (Schubert, 1797-1828), músicas livianas que exigen una visión personal para aportar algo distinto, y así lo entendió Coelho con la OSPA que debe ir tomando nota en la búsqueda del nuevo director a partir del verano, no se “escapen” posibles candidatos en plena época de fichajes y tomando el título del concierto: perspectivas.Talento por doquier lo derrocha esta OSPA y especialmente la sección de cuerda, sello inconfundible desde hace años que se renueva paulatinamente sin perder un ápice de calidad. El Divertimento para orquesta de cuerdas de Bartók volvió a demostrar la homogeneidad en el sonido, colocación vienesa con violines enfrentados, cellos frente a la tarima y contrabajos a la izquierda, presencia y limpieza en todo el bloque con especial mención al cuarteto solista: Héctor Corpus (concertino), Ordieres (violín segundo), Alamá (viola) y Von Pfeil (chelo), compenetrados y entregados en solitario, volcados y unidos con toda la sección desde las manos de un Coelho que mantuvo la tensión en los tres movimientos, con los finales “respirando” la última nota, y un inspiradísimo Allegro assai final que rubricó un auténtico “divertimento” de la cuerda asturiana.Talento el corno inglés de Juan Pedro Romero, principal de la orquesta asturiana que volvía como solista para interpretar el Concierto en fa mayor de Ferlendis, un virtuoso del oboe y el corno además de compositor al que sus contemporáneos Salieri o el propio Mozart trabajando para el arzobispo Colloredo no le permitieron brillar como debiera. Y es que este concierto respira aires elegantes, estructura “clásica” en sus tres movimientos, cada uno con su cadencia para que Romero cantase como solista sacando unos timbres cálidos y hermosos, volase desde el virtuosismo cortesano de un instrumento peculiar, siempre arropado por la cuerda inicial a la que se sumaron cinco compañeros de viento (trompas y oboes a dos más el fagot), con una concertación de Coelho atento al solista y cuidando las dinámicas para brillar todavía más. El arreglo de Bach para dos violas y chelo que nos regaló Juan Pedro corroboró calidad, talento y elegancia en todos ellos, y no son flores (que no le faltaron de la mano de sus hijas) sino la constatación del buen hacer de cada uno, pose, peso y poso por doquier.Siempre comento en broma que “no hay quinta mala”, y Schubert no es la excepción. Su Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, D. 485 bebe de su admirado Beethoven pero especialmente de Mozart, como el Ferlendis anterior al que añadir flauta y fagot completando una orquestación que fue creciendo en número y calidad a lo largo del concierto, sobre todo en “elegancia sonora”, atención e implicación de todos los músicos en tres obras delicadas donde un mal gesto podía convertirlas en chabacanas, algo que Nuno Coelho evitó con juvenil maestría. La sonoridad de la OSPA cuidada al detalle desde una dirección elegante, precisa, de tiempos ajustados nos hizo disfrutar hasta de los silencios (lástima del poco civismo tristemente contagioso), dejando flotar los finales de cada movimiento, apostando por un Allegro inicial vibrante, el Andante con moto sin acelerarlo y contrastado con el primero, además de unas dinámicas muy trabajadas, seguido por el Menuetto bien llevado con un “rubato” puntual nada afectado, vienés a más no poder, y el Allegro vivace final que fue balanceando para disfrutar del talento de cuerda y viento en una plantilla ideal para las obras del undécimo de abono.Si a Oviedo la he rebautizado como “La Viena del Norte”, las hechuras del viernes destilaron aire austríaco en la orquesta asturiana en manos del portugués que sacó lo mejor de cada atril. Lo dicho, no se puede perder talento y elegancia, valores difíciles de aunar que cuando se encuentran nos dejan conciertos ideales como estas “Perspectivas”.

La belleza del cuarteto

2 comentarios

Miércoles 16 de mayo, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón, concierto 1.602, «Grandes cuartetos de cuerda II»: Cuarteto Quiroga. Obras de Bartók y Schubert.

Un cuarteto de cuerda es un organismo múltiple que funciona con un solo corazón, todo encajado al milímetro y dotado de un alma intangible que surge de la unión de virtuosos en cada instrumento capaces de sentir como uno. No hay muchos cuartetos así, pues a menudo se juntan cuatro músicos, mejores o virtuosos, incluso grandes solistas, pero la diferencia entre el verdadero y el ocasional reside en un trabajo muy duro a base de compartir gustos, dialogar en el amplio sentido del verbo, consentir, ceder para crecer y a fin de cuentas convivir para disfrutar felices.
El Cuarteto Quiroga es como una familia que funciona todos a uno, la unión hace la fuerza, encuentros bien programados y conciertos que exceden el ámbito puramente musical para convertirse en una reunión de afectos compartidos. Sus discos reflejan también todo este ambiente y trabajo previo antes de registrarse para convertirse en algo atemporal, pero su directo siempre es irrepetible.

Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio volvieron a recordarnos la belleza del cuarteto, no solo la musical que puede provocar un «Síndrome Quiroga«, sino también plástica, visual, una verdadera danza de arcos y cuerpos fundidos con cada instrumento, respiraciones al unísono, compases hirientes y silencios profundos, sosiego tras la tensión para un espectáculo único de feliz conjunción a cuatro para alcanzar momentos mágicos. Una breve gira por Gijón, Avilés y Lugo con dos páginas increíbles, difíciles, esforzardas, que interpretan con ese sello único, el segundo de Bartók y el decimocuarto de Schubert.

Dejo aquí arriba escaneadas las notas al programa de Andrea García Torres para centrarnos en la génesis previa a la escucha, si bien Cibrán Sierra, estudioso de este género y formación histórica, nos habló antes de comenzar sobre el nexo entre ambas compositores y las obras elegidas, que podría parecer extraño pero no lo fue haciéndonos ver el nexo común de la inspiración en el folklore y lo popular, la música de la tierra, Terra como su último disco donde aparece el mismo «cuarteto gijonés», la inspiración de Bartok y Schubert en sus países y viajes, también la de los intérpretes en este viaje sin retorno.

El Cuarteto nº 2, Op. 17, Sz. 667 de Béla Bartók es de una exigencia total desde el primer compás del Moderato inicial, el hilo sonoro que va tomando cuerpo, creciendo, fundiendo sensaciones, ritmos, fraseos, ligaduras, matices extremos desde una ternura ingenua a la tensión dramática, unidad y variedad en ese instrumento único del cuarteto de cuerda, percibiendo cada uno y el todo, tomando palabras del libro de Sierra, un viaje a la dinámica interna del cuarteto de cuerda. El Allegro molto capriccioso. Prestissimo eleva las exigencias para los intérpretes y el público, ritmos centroeuropeos, juegos tímbricos, esfuerzo compartido, pulsación con razón, complicidad permanente para afrontar este «capricho» que hace posible lo imposible hasta en los guiños cómicos de cada componente, frases intercambiadas, diálogos a pares, empuje unitario en pasajes a unísono increíblemente y perfectamente encajados. Y terminar con el Largo de cortar la respiración, ese «cuarteto como conversación» que «Los Quiroga» regalan en cada concierto, volver al hilo inicial que se deshace tenue y rasgado con delicadeza, colores ocres como la tierra seca llena de esa belleza del húngaro que el cuarteto eleva a obra maestra, pinceladas combinadas en cada instrumento, en cada tesitura, formando una estampa uniformemente variada, magia de maestros.

En su libro el profesor Sierra escribe sobre cómo construir una interpretación o cómo se configura el carácter de grupo, pero no solo la teoría sino desde la práctica docente y real con este cuarteto que surgió en Llanes, se precocinó unos años antes en este mismo escenario de Gijón entre el gallego y la madrileña (como recordaba el orensano) en aquellas concursos de Juventudes Musicales, y acabó convirtiéndose en este cuarteto que triunfa merecidamente allá donde va, creciendo su fama en igual medida que su calidad por la convivencia de este ser vivo irrepetible solamente posible por un mismo latir que rompe barreras y distancias.

El Cuarteto nº 14 en re menor D. 810 «La muerte y la doncella» (Franz Schubert) es probablemente de las partituras camerísticas del vienés más utilizadas en el cine, haciéndose por ello popular pero que nunca cansas de disfrutar en vivo. Tras el Bartók de la primera parte, el Cuarteto Quiroga afrontaría esta segunda retrocediendo en el tiempo pero avanzando en hondura, madurez y sentimiento. Siguen asombrando por la precisión corpórea en unísonos, la unidad tímbrica del grupo sin renunciar al papel individual, el ímpetu y tensión puntual, mantenida hasta el último golpe de arco, los pianissimi unificados como si de un solo instrumento se tratase, magia y trabajo del cuarteto, los planos en su sitio con sutileza, sin brusquedad, el balance ideal que pasa del papel al instrumento y de éste al público. El Allegro luminoso, cómplices a pares, brillante y aterciopelado, el Andante con moto cantado y variado, agitación con terrores que la música subraya; ritmo puro como la forma Scherzo (Allegro molto) buscando plasmar desesperación, agonía, belleza en el centro, detalles extremos para disfrutar del colorido cuarteto, tan usado en el cine, antes de enlazar con el Presto virtuoso, mágico, desenfrenado, tempestad que todavía corre hasta la muerte final exacta, casi la de Aitor y un arco de guadaña, tal resultó la entrega que tuvo la recompensa de unos larguísimos aplausos por parte de un público respetuoso que casi llenó el coliseo del paseo de Begoña.

Aún hubo tiempo y fuerzas para un villancico, la Panxoliña para o Nadal de José Pacheco, del archivo de Mondoñedo con aires vecinos de muñeira que el Cuarteto Quiroga hace eterno lo popular cuando se interpreta y siente como ellos saben. Un concierto que a la salida muchos pedían repetirse en la próxima temporada de la que ya hay avance (Juan Pérez Floristán, Cuarteto de Leipzig, Emilio Moreno y Aarón Zapico o una Gala Lírica Asturiana con Beatriz Díaz y Alejandro Roy acompañados por el maestro Álvarez Parejo). Espero seguir contándolo desde aquí…

Older Entries