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No hay quinto malo

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Viernes 10 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 5 OSPA: Shostakovich y la revolución. Daniel Müller-Schott (violonchelo), Ari Rasilainen (director); Benjamin Ziervogel (concertino invitado). Obras de Haydn y Shostakovich.

Hay una expresión, parece ser taurina, que dice «no hay quinto malo» y que utilizándolo musicalmente sobre las sinfonías suelo adaptarlo como «no hay quinta mala». Esta vez el quinto de abono de la OSPA (el día anterior en Gijón) ha sido  nuevamente para recordar: regresos de figuras conocidas, comenzando por Daniel Müller-Schott al que tengo en 2011 como primera reseña en mi blog antiguo, volviendo casi cada año con distintas formaciones, incluyendo la propia OSPA, y que nos traía de entre sus habituales conciertos el de Haydn (otra vez en menos de un mes), el director finlandés Ari Rasilainen (Helsinki, 18 febrero de 1959) al que siempre recuerdo desde su primera visita en 2003 con Carmen Yepes al piano, y ya con reseña en el blog en 2009 también «en otro quinto» además de ser «de mi quinta«, sumándose el austriaco Benjamin Ziervogel de nuevo concertino invitado, a la espera de cubrir esa plaza tan necesaria para una orquesta.

Contar con músicos conocidos ayuda a afrontar en las mejores condiciones un concierto que siguen organizándose como en el siglo XIX en cuanto al programa: un estreno -que no hubo esta vez-, participación del solista invitado y para cerrar una obra sinfónica, supongo que por cuestiones organizativas sobre el escenario, aprovechando el descanso para reubicar la gran plantilla que exige «la undécima» del siempre esperado Shostakovich, más con un director que domina estos repertorios.

El chelo de Daniel Müller-Schott (Munich, 2 de noviembre de 1976), un “Ex Shapiro” Matteo Goffriller, fabricado en Venecia en 1727, es una delicia de sonoridad y color, proyección, limpieza y musicalidad, por lo que el primer Concierto para violonchelo y orquesta en do mayor, Hob.VIIb,1 de F.  J. Haydn (1732-1809) resultó ideal, especialmente en las «cadenzas» de cada movimiento (Moderato – Adagio – Allegro molto), curiosamente sin escribir por Haydn y dejando al solista libertad para ellas, mientras una OSPA casi camerística en esta primera parte, al mando de Rasilainen mantuvo una interpretación «pulcra y aseada», bien concertada y con los tempi adecuados al lucimiento del solista alemán ciñéndose a las indicaciones de la partitura, algo menos rápidos que en otras versiones del alemán. Se nota que tiene este concierto más que «rodado», por lo tanto técnicamente es impecable y sigue emocionando aunque le faltase ese plus de musicalidad que se espera en un virtuoso de su altura, si bien la «contención» se agradeció para poder disfrutar cada intervención suya, y hasta redescubrir esa herencia barroca vivaldiana de «papá Haydn«. Puede que cualquiera de los demás conciertos que el muniqués tiene en su amplio repertorio (Elgar, Walton, Dvorak, Schumann, Saint-Saëns, Lalo…) hubiese resultado más lucido incluso para nuestra OSPA, pero supongo que deben «tenerse en dedos» todos pues nunca hay dos días iguales y cada concierto siempre es único e irrepetible en los directos, tanto para los intérpretes como para el público.

No defraudó Müller-Schott en sus dos propinas donde sí disfrutamos de lo esperado, primero Prayer de Ernest Bloch (1885-1959) de Jewish Life, en versión solo, auténtica plegaria que en este quinto parecía una «oración» para acabar definitivamente con la pandemia de toses que no faltó de inicio a fin en este viernes, pese a no haber mucho público (sigue siendo preocupante), y que incluso hubo quien llegó solo a los llamados «encores».

Una deliciosa interpretación con el cello llenando cada rincón de la sala principal del auditorio ovetense, para después regalarnos nuestro imperdible Bach con la Giga de la Suite nº 3 para su instrumento, aires de gaita que tan de cerca nos «tocan» y llegan a emocionarnos siempre en manos de grandes cellistas como Müller-Schott, de nuevo reposado en el aire pero dominando cada cuerda con un arco que sigue asombrando incluso plásticamente.

Dmitri Shostakovich (1906-1975) no puede faltar en las programaciones sinfónicas de cada temporada, siempre actual, potente en las orquestaciones, exigente para las grandes formaciones donde todas las secciones y primeros atriles tienen que darlo todo. La Sinfonía nº 11 en sol menor, op. 103 (subtitulada El año 1905) fue nuevamente impactante en las manos de un Rasilainen maduro, claro, preciso, exprimiendo partitura y músicos en cada compás, cada motivo, cada matiz en sus cuatro movimientos sin solución de continuidad, sin pausas, luchando contra el «enemigo pandémico», y manteniendo la máxima concentración.

Una verdadera montaña rusa de dinámicas, tiempos, emociones, más allá del relato revolucionario y de requiem que igual nos lleva a la Primavera de Praga que al angustioso y oscuro invierno de San Petersburgo, incluso la actual invasión rusa de Ucrania con tanto dolor acumulado. Cual banda sonora pudimos ir sufriendo cada capítulo (La Plaza del Palacio de Invierno – El 9 de Enero – Memoria eterna – Campana con toque a rebato) bien explicado en las notas al programa de Julia Mª Martínez-Lombó Test, para saborear una orquesta en perfecta sintonía con el podio, melodías populares que se transforman en relato interior. Imposible destacar solistas o secciones pues todo funcionó sin reparos: la cuerda al completo, equilibrada en plantilla y homogénea -sugiriendo se ponga tarima que haga de caja acústica para reforzar una mayor presencia de los contrabajos-, con las violas hoy todas  ellas protagonistas; el viento madera al completo, sin fisuras, con corno inglés o clarinete bajo impecables junto a un flautín «estratosférico»; metales apenas reforzados, afinados y empastados con buen protagonismo de la trompeta; celesta y arpa (solo una) completando una velada rotunda plena de matices extremos marcados al detalle por Ari Rasilainen; y tratándose de Shostakovich con la percusión inspirada, desde las melodías de timbal a todo el arsenal de esta «revolución sinfónica» que nunca defrauda: magistrales toques de caja, platillos y gong, el bombo redoblando, las campanas que parecen cerrar este relato musical… Una hora de tensiones, emoción y contención, volúmenes extremos muy cuidados y otra versión del maestro finlandés para el recuerdo, muy aplaudido por todos e intentando salir por la puerta equivocada (tomándoselo con buen sentido del humor tras una intensa undécima). Ya lo decía al principio, «no hay quinto malo».

Fascinación nórdica y mucho futuro

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Viernes 29 de enero, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo. Iviernu II: OSPA, María Dueñas (violín), Ari Rasilainen (director). Obras de Sibelius y Svendsen. Entrada butaca: 15 €.

Cierres perimetrales, distancia y medidas de seguridad, aforos reducidos… pero la cultura es segura y la música en vivo sigue siendo terapéutica y tan necesaria como respirar sin mascarilla. Segundo programa de invierno (iviernu) en un viernes cálido con un programa nórdico luminoso cual verano ártico y la vuelta a Oviedo del finlandés Rasilainen al que siempre saludo y recordamos sus visitas a la capital asturiana, desde aquel lejano 1999 en el Campoamor con la Orquesta de la Radio Noruega (mi querido Ramón Sobrino también), en el 2003 (uno ni había comenzado el blog), y años después dejando mis recuerdos escritos, 2009 dirigiendo la Orquesta de Castilla y León con el Sibelius que le caracteriza, más las posteriores ya al frente de la OSPA en los años 2011, 2015 y 2017, apostando esta vez por el repertorio de su tierra que domina y del que contagia magisterio, volviendo a demostrar que la música nórdica es cálida, fascinante y embriagadora.

La presentación de la internacionalmente premiada y reconocida María Dueñas (2002) con su Gagliano del XVIII (también tiene un Guarnieri del Gesù Muntz (1736) cedido por la Nippon Music Foundation), sumaba interés para el siempre intrincado Concierto para violín en re menor, op. 47 de Sibelius, un portento de interpretación de principio a fin. Fascinante sonido el de esta jovencísima solista que dará muchas alegrías allá donde vaya porque impresiona su madurez afrontando y mandando en esta joya del compositor finlandés, exigente y sin respiro. Si la mano izquierda es perfecta, ágil, limpia, de vibratos en su sitio, armónicos perfectos, dobles cuerdas impecables y con todos los recursos técnicos necesarios, el arco y muñeca consiguen una emisión uniforme con una gama riquísima de matices pero siempre presente y potente brillando por encima de la orquesta. Sumemos una musicalidad innata en esta granadina, un «cantar» lleno de expresividad, mandando con un aplomo envidiable, que si se arropa con una orquesta entregada y un maestro excelente concertador, además de conocedor de esta partitura, el resultado es para enmarcar, esperando ya la pronta emisión en Radio Clásica (que graba todos los conciertos de la OSPA) para volver a disfrutar de esta joya de muchos quilates.

Intrigante inicio del Allegro moderato donde Dueñas ya mostró aplomo, seguridad y sonoridad, con una orquesta compacta en todas las secciones, equilibrada, atenta al detalle, y la «nueva acústica» de la sala principal que sigue descubriendo las «notas perdidas», mayor espacio entre músicos, más escenario y ampliación sonora al estar abierta la sala polivalente. El Guarnieri en manos de María Dueñas emocionaba en todos sus registros: graves de ensueño, armónicos pletóricos, dobles cuerdas manteniendo los trinos presentes y brillantes, con la OSPA redondeando un poderío y virtuosismo a la par que la solista, con Rasilainen dejando fluir la música indicando lo preciso con respuesta instantánea por parte de todos. Los primeros atriles no defraudan en sus intervenciones pero esta vez me quedo con todas las secciones porque la orquesta asturiana ha salido reforzada en esta pandemia. No hay titular ni concertino (esta vez el invitado fue el portugués Emanuel Salvador) pero tiene identidad propia, la misma que mostró en la primera cadenza la granadina. Qué placer y fascinación su fraseo, su agógica contagiada a todos, emociones a borbotones que cerrando los ojos parecían provenir de una larga vida al servicio de la música para despertar y admirar esa juventud desbordante. Balance orquestal siempre en su sitio, total compenetración con la solista y mismas sensaciones, caminando de la mano en este primer movimiento que no da tregua y una conclusión de exactitud germana pudiendo escuchar esos segundos posteriores donde el sonido sigue en la sala. En el Adagio di molto la calidad y calidez siguieron de la mano como debe ser, los clarinetes arrancando y marcando sentimiento con su prolongación en el violín de Dueñas acunado por un colchón de texturas únicas, la conjunción de metales y cuerda tan lograda en la escritura de Sibelius que dejan flotando el sonido primoroso de esta solista andaluza. Cómo fue entresacando Rasilainen la fuerza orquestal en todas sus dinámicas sin oscurecer nunca el protagonismo violinístico, ese maridaje y punto de encuentro tan difícil de alcanzar pero que cuando se logra nos depara movimientos como este segundo del concierto. Y el Allegro, ma non tanto de aires majestuosos, rítmicamente vibrante, explosión tímbrica del violín con una pulsión mantenida por Rasilainen llevando a la OSPA al disfrute global, el gozo musical de hacer música compartiendo intenciones, transmitiendo seguridad desde un buen hacer por parte de todos que trajo lo mejor de este concierto para el recuerdo.

Y sin perder ese aire escandinavo María Dueñas nos regaló «Applemania» de Igudesman, casi una composición propia que parecía beber del mismo Sibelius o incluso del sueco Alfvén, virtuosismo cercano, mágico, aires folklóricos, celtas o vikingos, hermanando Sierra Nevada con Escandinavia, maravillosa música y maravillosa violinista que nos fascinó a todos, el futuro esperanzador en tiempos difíciles donde el talento sigue escaseando pero demostrando que lo español es más internacional que nunca.

Completaba el programa escandinavo el poco escuchado compositor noruego Johan Svendsen (1840-1911) y su Segunda Sinfonía en si bemol mayor, op. 15, agradable de escuchar e interpretar porque permite a la orquesta lucirse en todo momento y más cuando el director conoce los resortes para que brillen con luz propia.

Cuatro movimientos «clásicos» (I. Allegro; II. Andante sostenuto; III. Intermezzo: Allegro giusto; IV. Finale: Andante-Allegro con fuoco – Stretto) bien escritos, lucidos, diferenciados y donde el maestro Rasilainen demostró el buen trabajo de conjunto, la química existente con la OSPA, el dominio de una partitura si se me permite «menor» pero sonando «mayor», ajustado e implicado defendiendo unas páginas que siente como propias. Y al fin encontramos el sonido propio de nuestra orquesta que necesita pronto estabilidad, pues no podemos perder este punto álgido tras casi 30 años que son toda una vida. No hay reproches, solo ganas de mantener el nivel demostrado con una plantilla perfecta que con este «Svendsen de Rasilainen» brilló en los metales (trompas incluidas que maravillaron en la «segunda»), admiró en la madera, mandó en los timbales y enamoró en la cuerda.

En mi juventud tras el servicio militar obligatorio en la cartilla se ponía «Valor: se le supone» pues sin guerra no hay forma de demostrarlo. La OSPA vence y convence pero sigue buscando el mando en plaza, su tropa de seguidores lo necesitan y apoyan a la espera de disipar dudas, cuanto antes mejor para todos.

Lo romántico sublime

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Viernes 27 de enero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 6 OSPA «Arquitectura sonora»: Jesús Reina (violín), Ari Rasilainen (director). Obras de Tchaikovski, Torres y Bruckner.
El profesor y compositor Edson Zampronha, autor de las notas al programa (enlazadas en los autores), nos preparó antes del concierto con una conferencia cercana, emotiva como su propio título «La emoción rompe los límites: la música del alto romanticismo en el final del siglo XIX» donde contagió esa pasión común por tres obras tan distintas pero unidas precisamente por el programa bautizado como arquitectura sonora y resumidas por «el sublime», con referencias filosóficas en cuanto a la subjetividad del oyente desde la oscuridad buscada de la sala hasta el viaje interior que toda escucha supone.

Regresaba nuevamente el finlandés Ari Rasilainen al frente de la OSPA y las obras elegidas nos trajeron buenos recuerdos anteriores de su estilo directorial: una batuta vigorosa, clara y precisa con una mano izquierda completa de gestos variados, atento al equilibrio de dinámicas subrayando siempre la sonoridad puntual tan distinta en las tres partituras, con una orquesta nuevamente reforzada en la cuerda permitiendo recrearse en matices extremos sin perdernos ningún plano. Y es que la calidad también va unida por momentos a la cantidad cuando se controla todo al detalle, algo que los compositores de este sexto de abono iban a permitir.

En pleno cierre de temporada operística carbayona vino muy bien elegir la Polonesa de «Eugene Onegin» (Tchaikovski), tributo local desde lo universal para optar por un aire más rápido del «habitual«, nada bailable y obligando a la cuerda expresiva y técnicamente a darlo todo, mientras la madera y sobre todo los metales, que estarían pletóricos a lo largo de la velada, nos dejaban una versión brillante pero también muy contrastada en volúmenes, claroscuros arquitectónicos que parecían preparar el resto del concierto, también en lo anímico con este explorador de emociones como fue el ruso, jugando Rasilainen con todo el material sonoro llevado a unos extremos siempre controlados.

Jesús Torres (1965), compositor invitado esta temporada (y presente en la sala), es uno de los más destacados de esta generación. Compuso su Concierto para violín y orquesta entre el 26 de agosto y el 29 de diciembre de 2011 por encargo de la Fundación BBVA y está dedicado al violinista Miguel Borrego que lo estrenó el 22/03/12 en el Teatro Monumental de Madrid con la Orquesta Sinfónica de RTVE y Kees Bakels). Analizado en el programa de mano y contado a OSPATV por el propio zaragozano en compañía del solista elegido para este abono, Jesús Reina, este malagueño con recorrido y futuro más que asegurado, afrontó el reto de una obra actual llena de guiños «clásicos» pero sin confrontación con la orquesta, una fusión de lenguajes con especial importancia de la percusión y una plantilla impresionante (3-3-3-3/4-4-3-1/3 Perc. Tim/14-12-10-8-6), para tres movimientos casi unidos en su desarrollo, Dramático, Apasionado y Estremecido, donde Torres construye un universo sonoro agradable desde unas disonancias nunca molestas y buen conocedor de la escritura sinfónica. Obra grandiosa, edificio sonoro que va elevando una partitura muy bien construida donde Rasilainen se mostró un arquitecto solvente y Reina fue perfilando al milímetro esos calificativos de música pura, la delicadeza de un sonido siempre cantabile. Pasajes realmente virtuosos, diálogos potentes con la orquesta en este solista que apuesta por músicas contemporáneas, emergiendo al final de la masa sonora con un pasaje a dobles cuerdas realmente estremecedor, exigentemente lírico para una melodía a dos voces bellísima trazando el remanso tras el poderío de los veinte minutos aproximados de duración.
La propina en línea con lo anterior, música actual con ese aire zíngaro de «violero» recordando sus orígenes populares en los famosos verdiales de su tierra natal en compañía de su padre demostró el buen momento y la musicalidad que atesora este violinista y docente malagueño.

Manteniendo la estructura todavía habitual en muchos conciertos sinfónicos de obertura breve, concierto con solista y una sinfonía histórica, llegaría el esperado y muy programado Bruckner, en cierto modo lógico tras la «moda Mahler» (también presente esta temporada de la OSPA y en Musika-Música del próximo marzo bilbaíno). El universo Bruckner permite disfrutar como pocos del impacto sinfónico siempre del agrado del público, máxime contando con una plantilla para la ocasión y un director que contagió vigor y rigor desde el podio. La Sinfonía nº 3 en re menor (1889), «Sinfonía Wagner» de connotaciones operísticas para seguir con el lirismo arquitectónico del concierto, en la edición del su discípulo Franz Schalk (de las muchas que se han publicado), manteniendo estructura «clásica» engrandece esas lentas melodías dotando de una tensión romántica a esta tercera que la OSPA y Rasilainen fueron construyendo cual catedral sonora neoclásica. Trabajando todas las combinaciones que van dando protagonismo a cada sección, disfrutamos de unos metales que me gusta llamar orgánicos por la referencia bruckneriana en el instrumento rey, no ya el trío de trompetas o de trombones más la tuba, sino un quinteto de trompas en perfecta armonía «cantando un coral» a cuatro voces rebosante de la religiosidad del alemán, en estado de gracia todos ellos (incluyendo el refuerzo «de descanso» que los entendidos comprenderán) y por supuesto una cuerda siempre presente, empastada, de amplia gama expresiva, especialmente en el arranque del segundo movimiento. Buen entendimiento con la batuta que dibujó siempre certera las trazas arquitectónicas de esta tercera potente, vigorosa pero también íntima, casi una reconstrucción (puede que del propio Schalk) del templo sonoro que crece a lo largo de los cuatro movimientos en altura emocional de dibujo sencillo y efectivo por el uso de silencios subyugantes dejando flotar el sonido, y fortísimos contrastantes además de contundentes, especialmente en los graves, y unos pizzicati redondos por lo presentes. Tal vez faltase un poco más de emoción pero nunca claridad en el juego de volúmenes ni sensibilidad en esas melodías infinitas.
Esperamos que el maestro Rasilainen vuelva en un futuro no muy lejano porque su trabajo siempre resulta del agrado de todos, aunque el patio de butacas siga con muchas vacías, perdiéndose conciertos pensados para el respetable.

Magníficos inconfundibles

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Viernes 4 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, «Los designios del destino», Abono 3 OSPA, Jean-Efflam Bavouzet (piano), Ari Rasilainen (director). Obras de García Abril, Mozart y Tchaikovsky.
Festividad de Santa Bárbara, patrona de mineros y artilleros en cierto modo conmemorada con este concierto que aunaba obras con sello propio donde no faltó pirotecnia variada y devolvía al podio asturiano al finlandés Ari Rasilainen, con quien la OSPA se nota volcada, gran concertador y esta vez con una segunda parte magnífica.

El turolense Antón García Abril (1933) escribió los Cantos de pleamar (1993) por encargo del CNDM para el IX Festival de Música Contemporánea de Alicante extinto con los tijeretazos, estrenada por la Orquesta Sinfónica de Galicia y dirección de Maximino Zumalave. Hoy nuestra OSPA creo que dejó muy satisfecho al compositor, presente en la sala, atravesando un momento de excelencia en todas sus secciones, esta vez sólo para la cuerda que sigue sonando única, interpretando esta partitura de caracter atonal pero con giros clásicos y acordes reconocibles, de escritura clara explotando el color sin necesidad de buscar técnicas «innecesarias» para expresarse desde el sello inconfundible de un autor que podemos considerar verdadero melodista.
La inspiración marina nos toca de cerca tanto a los asturianos como al director finlandés que llevó la orquestación con verdadero mimo en tímbricas y dinámicas, con ritmos claros y precisos buscando la grandiosidad del cosmos con el mar como reflejo, cuadros de olas otoñales y calma chicha, espuma chispeante como estrellas acuáticas desde la contemplación casi mística que el propio compositor escribe o describe y las notas al programa (enlazadas en los autores al principio) del doctor Alejandro G. Villalibre recogen. Realmente la orquesta tradujo a música las palabras del maestro García Abril: «La plemar poética, colmada de impulsos de plenitud, la pleamar inspirada y litúrgica». Un placer seguir escuchando la música de uno de nuestros compositores vivos abriendo velada, al que Asturias y la OSPA siempre tendrán en su historia musical.

En el Concierto para piano nº 17 en sol mayor, K. 453 (1784) de Mozart pudimos escuchar al francés Jean-Efflam Bavouzet que nos dejó una versión clara, limpia, sin excesos dinámicos, bien concertada por el director finlandés con una formación equilibrada y perfecta para un clasicismo que el solista pareció olvidar en sus cadencias, sorprendentes por darles unas armonías y lenguaje impresionista tal vez buscando actualizar a un Mozart que no lo necesita. Puedo entender que a partir de él los compositores decidiesen escribirlas porque la libertad también debemos respetarla. De las muchas cadencias realizadas por los propios pianistas me quedo con la de Andreas Staier por el escrupuloso estilo en este mismo concierto, o la de Gulda, capaz de aparcar su estilo de jazz y respetar el inconfundible sello mozartiano recreando desde la técnica pero sin perder identidad. Bavouzet apostó por lo difícil, pues tras un Allegro bien llevado en líneas generales, su «fermata» me dejó descolocado, no ya por las modulaciones en las que se adentró sino por la rítmica y armonía totalmente ajenas, impactando técnicamente pero cambiando totalmente el color de un concierto brillante. El Andante discurrió en la misma línea, con una orquesta adecuada, maravillosa madera y una dirección en busca de la mejor concertación, no siempre fácil por el discurso francés, alcanzando otra cadencia algo más «contenida» pero nuevamente sorprendente por desarrollo. Es cuestión de gustos, pero coloquialmente no pegaba ni con cola, tal vez una boutade de inspiración impresionista por los acordes y trinos antes de finalizar el movimiento central mozartiano. El Allegretto fue volver a la raíz, recuerdos operísticos con la sencillez melódica en todas las intervenciones, sonidos cristalinos pulsación diáfana en el piano del francés para un discurrir luminoso, trinos, tiempo ajustado y equilibrio con una orquesta asturiana en estado de gracia dirigida por un finlandés.

Al menos la propina de Reflets dans l’eau (Debussy) mantuvo ese algo que las hace inconfundibles, la plasticidad y armonías tan francesas que esta vez sí mantuvieron identidad acorde con la época y estilo, dejándonos el Bazouvet habitual y esperado, pianista de técnica impresionante con sonoridades casi de la pleamar inicial.

En broma siempre digo que «no hay quinta mala» y es que la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (1888) de Chaikovski es una de las más grandes obras orquestales, con una plantilla reforzada en el número exacto para alcanzar toda la inmensidad de una partitura que conmueve en sus cuatro movimientos, «destino» amargo que finalmente alcanza la luz, llevada de memoria por un Rasilainen que la entendió diáfana sacando de todas las secciones y solistas de la OSPA lo mejor.
Hago referencia al refuerzo necesario porque el poderío de los metales con cinco trompas, dos trompetas, tres trombones y tuba más las tres flautas con el  resto de madera a dos exige una cuerda más numerosa, lo que brindó un balance dinámico realmente perfecto para las exigencias de la quinta del ruso. El maestro finlandés arrancó el Andante-Allegro con anima dejando fluir el clarinete aterciopelado de Andreas Weisgerber sin decaer la pulsación antes del fogoso desarrollo siguiente sin excesos para paladear maderas inspiradas y la cuerda asturiana como nunca, buenos balances con los metales poderosos sin tapar protagonismos, incluso los timbales presentes ayudando a la sensación de seguridad global. Difícil encontrar calificativos pero la sensación de sonido compacto y poderoso marcó este primer movimiento lleno de contrastes bien definidos, pizzicati claros, melodías llevadas con decisión sin amaneramientos. El Andante cantabile con alcuna licenza subió el lirismo y buen gusto interpretativo, contrabajos envolviendo una cuerda sedosa ideal para acompañar con esmero el conocido y bellísimo solo de trompa con el alicantino Miguel Ángel Martínez Antolinos pleno de musicalidad y acertado, bien contestado por las demás intervenciones al mismo nivel del solista, verdaderamente «cantable» por un tiempo sereno que permitió emocionarse con este movimiento único donde la melodía triunfa en cada intervención instrumental, todas de altura, calidad y gusto interpretativo. El Vals: Allegro moderato sonó realmente de ballet, acentuaciones adecuadas, tensión en el momento justo, dirección jugosa dejando disfrutar a todas las secciones, recreándose en la cuerda con las pinceladas de madera, equilibrios de secciones para relucir las intervenciones de fagot o flautas, cambios de tempo donde las notas se percibieron limpias en todos los instrumentos. Y qué decir del Finale: Andante maestoso-Allegro vivace, el camino sinuoso de la amargura inicial que alcanza una felicidad impensable en un desarrollo exigente en todos los terrenos musicales con el sello inconfundible del ruso: los cambios de tiempo, la riquísima paleta instrumental, el equilibrio entre las secciones, el ritmo cual motor de alto caballaje, las dinámicas extremas… otra prueba de fuego superada con sobresaliente, las recapitulaciones temáticas en recovecos de riqueza tímbrica y el empuje en ese vertiginoso final, energía pura sin desbocarse, bien encauzada desde una batuta que volvió a triunfar con la OSPA, algo que todos los presentes entendieron aplaudiendo larga y merecidamente, obligando al maestro escandinavo a salir tres veces pese a la duración del concierto. La «temporada plateada» avanza desde lo alto en este inicio de diciembre.