A lo largo de esta edición del Festival de Granada donde
José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968) es el compositor residente, estoy
ahondando no ya en su producción sino en comprender su versatilidad para todo tipo de formaciones con un dominio de las tímbricas que buscan crear una poética
«del extrañamiento y lo desconocido» en sus propias palabras recogidas
en Platea Magazine.
Sin entrar en la maravillosa película de
Murnau, en su momento la música de
Sánchez-Verdú ya me pareció de lo más apropiada como banda sonora, y al final de esta entrada dejaré las notas del propio compositor.
Escribía hace 11 años que el compositor algecireño reinterpreta desde un lenguaje actual el propio expresionismo de la cinta alemana para lograr auténticos momentos cumbre muy exigentes para los músicos de una orquesta madura (incluyendo el acordeón) que si además el director es el propio compositor, la conoce como nadie.
Con un trabajo meticuloso y un encaje perfecto en todas las secuencias, destacando toda la percusión con un arsenal de instrumentos donde no faltó el
eolífono (o máquina de viento), la perfección de relojero para las 12 campanas de carillón, o una caja avisando de la peste que tal parecía salir de la gran pantalla, alternando con bombo, marimbas y demás percusión, merecedores de todo el reconocimiento por el buen trabajo realizado.

La
OCG se ciñó a todas las indicaciones del maestro con perfección y exactitud de «escaleta» en una partitura muy difícil -que como curiosidad incluyo la primera página de la partitura que utilizó mi querido
Nacho de Paz (1974) en Oviedo- para comprobar la complejidad en la escritura de
Sánchez-Verdú, con intervenciones destacadas de los diferentes solistas asociadas a los personajes, disfrutando del trompeta y sin olvidarme de las voces blancas del coro que dirige
Héctor Eliel Márquez, situadas detrás de los violines primeros y que funcionaron como instrumentos de viento ensamblados con la orquesta o en breves momentos «a capella» creando una atmósfera sonora con la misma inquietud o misterio de las escenas cinematográficas, igualmente exigente vocalmente y bien resuelto por las mujeres del
Coro de la OCG.

Tras varios conciertos con la música del compositor tengo claro que su música es de nuestro tiempo e incluso para una película de 102 años subtitulada «Una sinfonía del horror» mantiene la esencia expresionista con un lenguaje propio que sirve para ponerle imágenes a toda su producción, aunque puede que este Nosferatu no aguantase una interpretación tan larga sin las imágenes, pero con Murnau seguro que esta partitura del abogado y compositor gaditano será atemporal como la propia película, con unos personajes donde la música es más necesaria que los rótulos (en alemán subtitulados al inglés).
Notas al programa del propio compositor
Sánchez-Verdú con las excelentes fotografias de
@ferminius
«Mi obra musical sobre la película Nosferatu. Eine Symphonie des Grauens (1922) de F. W. Murnau fue encargo del Teatro de la Zarzuela y la Orquesta de la Comunidad de Madrid en 2002. Se estrenó en 2003 en este teatro con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid bajo la dirección musical de José Ramón Encinar. Posteriormente ha sido presentada en numerosas ciudades del mundo como Sevilla, Potsdam, Wuppertal, Berlín, Salzburgo, Ciudad de México, Montevideo, Buenos Aires, etc. Es un proyecto
muy especial y complejo que me permitió, sin renunciar a mi propia música, vincular la imagen y el sonido en una dramaturgia muy particular.
De la música original que Hans Erdmann (1882-1942) había compuesto para este filme sólo se han conservado unos veinte minutos. Ni siquiera la sincronía con las secuencias se conoce en su totalidad. Pese a las varias reconstrucciones que se habían hecho hasta entonces de la música original creí muy interesante componer una nueva banda sonora (para orquesta y coro femenino) que se adaptara a la dramaturgia del film en sus 92 minutos. Algunas de las restauraciones de la música original realizadas –partiendo de la base de que esta música se hacía en vivo y con frecuencia con piezas de repertorio de la época– pierden su fuerza al reiterar continuamente materiales musicales (los de Erdmann) en situaciones dramáticas que a lo largo de la película evolucionan radicalmente. Esa falta de evolución dramática de la música y contraria a la película de Murnau me parecía un gran problema. Mi partitura fue una propuesta personal de crear un mundo sonoro que abriera el filme, sin molestar, hacia una cierta intemporalidad, toda vez que la música subraya básicamente la dramaturgia psicológica de los personajes a lo largo del viaje que traza Murnau junto a determinados momentos en que la energía visual necesita también una cierta correspondencia sonora. La música de Nosferatu se desarrolla paralelamente a la dramaturgia del filme, creando un sutil mundo musical y un fondo de paisajes sonoros. En varios momentos funciona como un estrato superior creado sobre los escasos fragmentos conservados de la música original de Erdmann (como hipotexto), casi como un palimpsesto. Así, la casi perdida música original perdura como a través de un velo en una música que pretende destacar sobre todo la evolución psicológica de los personajes sin restar en ningún momento protagonismo e intensidad a esta obra maestra de Murnau.

La música va unida como un guante a una mano en relación con todas las secuencias de la película. Los diferentes tintados en colores del filme (en la gran restauración hecha por Luciano Berriatua para la Fundación Murnau) tienen su plasmación en la música atendiendo a un desarrollo muy grande de la sinestesia a través de la vinculación de las notas musicales y los colores. Los tintados del negativo realizados
por Murnau van unidos íntimamente a notas musicales, texturas y sus timbres. Un ejemplo: para mí el negro de la noche no puede pasar más que por la altura absoluta del Do y mínimas desviaciones microinterválicas; la luz del ocaso solo puede girar en torno a la nota Sol en la cuerda con reminiscencias en rosas, ocres y blancos de las notas Re o Fa; el color del mar en calma, azul, solo puede estar en el Mi y sus varios matices. No de otra forma es mi percepción sinestésica. Incluso algunos elementos se van consolidando durante el film hasta convertirse en símbolos: la nota Fa pasa a ser la obstinada manera de representar la muerte, la llegada de la peste a la ciudad de Wisborg. Naturalmente todas estas implicaciones de las que no me podría escapar son muy distintas en la percepción de cada persona. Podría decir que he tratado de trazar imágenes sonoras para las imágenes visuales en movimiento creadas por Murnau, sabiendo que él, a su vez, se inspiró y recreó en imágenes plásticas (estáticas) de obras de grandes pintores románticos alemanes (Tischbein, Carus, Von Schwind o Friedrich muy especialmente). El proceso de trasladar aspectos de lo visual a lo sonoro es, sin embargo, uno de los pasos más subjetivos que se pueden dar en el campo de la interrelación entre las distintas disciplinas artísticas.

Por último, señalaré que algunos de los instrumentos y voces de esta partitura van unidos íntimamente a determinados personajes o a fenómenos como la naturaleza, el mal, la peste, etc. El personaje de Nosferatu va unido intrínsecamente al acordeón; su asistente, Knock, al fagot. Hutter, el protagonista, se desplaza junto al violoncello, y su amada Ellen se vincula al lánguido lamento del oboe. Las fuerzas de la naturaleza encuentran en las voces del coro femenino su mundo sonoro, así como la fuerza del destino de los personajes en el filme. Todo ello se desarrolla de manera muy sutil y creando múltiples capas de percepción que van destilándose y
expandiéndose a lo largo de toda la película».
PROGRAMA
Nosferatu. Eine Symphonie des Grauens (Nosferatu. Una sinfonía del horror, 1922)
Película de Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931)
Música de José María Sánchez-Verdú (1968)