


Y lo mejor resultó el director
Rafael Payaré, 34 años pero toda una vida por delante, preparado, trabajador, dirigiendo de memoria las obras cruciales del programa y con la edición de bolsillo para concertar con su señora a la perfección. Y qué maravilla ver que ese talento es contagioso porque la Oviedo Filarmonía sonó como nunca, parecía otra a pesar de la algo escasa cuerda, especialmente los contrabajos, solamente tres que tuvieron que apretar dedos y dientes para conseguir unas dinámicas muy buscadas desde el podio. Miraba a la espalda
del director y me recordaba a
Dudamel hasta en el pelo leonino, los gestos pulcros, las entradas clarísimas, la batuta recogida en las partes líricas, una mano izquierda prodigiosa y una carta de presentación muy clara con la
Obertura de «Manfred», op. 115 (
Schumann), romanticismo en estado puro que
Payaré dibujó al detalle, cuerda no muy incisiva pero definida siempre, maderas perfectamente ensambladas y metales contenidos pero redondos, contundentes sin excesos.

El
Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor, op. 85 (
Elgar) le correspondería a la norteamericana y ciudadana del mundo, como el director,
Alisa Weilerstein, otro talento joven con un instrumento que sonaba pletórico, de armónicos chispeantes pero que en la interpretación de este conocido concierto me resultó algo plana, técnica sin pellizco, poco «vibrato» y fraseos algo forzados aunque la orquesta siempre arropándola, dialogando e incluso aupándola gracias a la batuta impecable y precisa de
Payaré. Esperaba más en
ese inicio del Adagio; Moderato que debe conmover en la tercera cuerda y solamente sonó, transparente pero sin carne en el asador. El
Lento; Allegro molto pareció enmendar un poco las emociones pero cayeron de nuevo en el
Adagio que por momentos resultó plomizo. El cuarto movimiento fue más el catálogo de cambios de
tempi y ánimos que la congoja necesaria para sublimar
este concierto. Mis aplausos para la orquesta y la dirección más que para
la cellista, calidades que tenemos mejores en
nuestra tierra sin
necesidad de cruzar el charco aunque con instrumentos menos caros y escaso
marketing. Me preocupa pensar que el público joven tome de referencia estas versiones porque el oído debe educarse en la excelencia.


Para la segunda parte todo un
Brahms y la
Sinfonía nº 2 en re mayor, op 73, auténtica joya romántica continuadora del mejor
Beethoven o
Schumann que en la interpretación de la
OvFi nos descubrió sonoridades increíbles, melodías escondidas y auténticas sutilezas en los planos consiguiendo
Payaré una paleta de dinámicas asombrosas desde el dominio de la partitura hasta el mínimo detalle. «
El Sistema» es anterior a los regímenes bolivarianos que suenan en cada informativo, con una larga trayectoria y muchísimas personalidades que creyeron en ese proyecto desde sus inicios, y pese a la instrumentalización que del mismo se han encargado todos los dirigentes venezolanos, con el beneplácito de
Abreu y los guiños cómplices de
Dudamel, sigue dando
músicos de categoría mundial, instrumentistas y también directores como
Payaré que en Europa pueden desarrollar la base de toda batuta, el repertorio de los grandes en nuestro viejo continente con el ímpetu y talento joven venido del Caribe.

Maravilloso ver a
Rafael Payaré llevar cada uno de los cuatro movimientos de «
mi segunda» con la maestría del veterano, la humildad del trabajador y el desparpajo del joven capaz de contagiar su ímpetu a cada atril de la orquesta carbayona. Los contrastes fueron surgiendo espontáneos, naturales, escritos en el aire con movimientos ajustados, «non troppo»,
grazioso el tercero también contenido, y rebosante ese final del «Allegro con espíritu» brahmsiano del que la
OvFi se impregnó perfectamente conducida, término muy americano pero que cuando existe la química entre todos el manejo del vehículo musical corresponde al conductor. Tendremos que seguir de cerca a
Rafael más allá de Alisa porque está ya en la lista de los principales del siglo XXI.
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