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La música enferma del Tristán

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Sabado 16 de marzo, 20:00 horas. 25 años de «Los Conciertos del Auditorio», Oviedo: Wagner: Tristan und Isolde (acto II en versión de concierto)Daniela Köhler, soprano (Isolda) – Corby Welch, tenor (Tristán) – Dorottya Láng, mezzosoprano (Brangäne) – Miklós Sebestyén, bajo (Rey Marke) – Juan Noval-Moro, tenor (Kurwenal / Melot), Düsseldorfer SymphonikerÁdám Fischer (director).

Las óperas en concierto no suelen funcionar, principalmente porque las voces por buenas que sean deben luchar con una orquesta detrás y no en el foso, más aún cuando se trata de Wagner y sus descomunales huestes sinfónicas que ni siquiera caben en nuestro Campoamor (lo que es una de las razones de su poca presencia en la temporada ovetense). Este sábado el ejército sinfónico alemán llegaba de Dusseldorf con su titular desde 2015 el gran Ádám Fischer (Budapest, 1949) a la batuta en una gira con parada en «La Viena Española» en la que hubiese preferido el programa de Haydn y Mahler antes que este segundo acto del Tristán al que Eduard Hanslick proclamó como «música enferma».

Si el musicólogo y crítico austríaco fue un defensor del arte puro, con la ópera entendida como el propio Wagner definió «obra de arte total» (Gesamtkunstwerk), la versión de concierto no funciona. La Düsseldorfer Symphoniker es una de las orquestas sinfónicas legendarias que venía mastodóntica (a partir de 8 contrabajos ya se imaginan la plantilla total, arpa incluida) y tan mahleriana como wagneriana con un Fischer al que aún recuerdo en 2013 con «La Pires» y sigue siendo uno de los grandes, con toda la música en una cabeza privilegiada como demostró este sábado. Pero el elenco vocal no puede gritar en una lucha de volúmenes, sólo salvada en los momentos escritos en piano, perdiéndose matices y toda la vehemencia que esta ópera exige. Sumemos que parte de los cantantes necesitaron partitura, otro  inconveniente que leyendo las notas al programa del musicólogo y crítico Alberto González Lapuente se entenderá mi razonamiento tras repasar al quinteto vocal.

Quiero comenzar por el tenor asturiano Juan Noval-Moro en los breves pero intensos Kurwenal y Melot, bien de volumen y color donde el grave ha ganado peso, seguro desde su primera aparición junto al rey Marke. Cosas de la historia lírica carbayona: en el Tristán de 2011 cantó otro asturiano como Jorge Rodríguez Norton en el rol de marinero y el tiempo le ha llevado a Bayreuth. Espero que el polesu siga con su trayectoria internacional donde parece más valorado que en su tierra.

Destacar personalmente al bajo-barítono húngaro Miklós Sebestyén que tiene una voz rotunda, redonda, de emisión perfecta y el único que mantuvo algo de escena, como el asturiano sin necesitar partitura, cómodo como Marke, melódico y expresivo sobreponiéndose sin problemas al tutti con el que finaliza su intervención del segundo acto.

Otra voz que me encantó fue la joven mezzo Dorottya Láng, otra voz  húngara que promete, aunque el lastre de la partitura le impidió brillar en su dúo inicial con Isolda, mejorando casi fuera de escena en la puerta izquierda con una proyección más amplia y sin la lucha fratricida por volúmenes. Un color ideal para esta Brangäne que deberá interiorizar para llevarla sobre las tablas si quiere seguir carrera en el templo wagneriano.

Faltó más musicalidad y entrega al Tristán del tenor norteamericano Corby Welch, un heldentenor algo «mermado» escénicamente por la atadura de la «necesaria» partitura delante, citando ahora a González Lapuente: «todo aquello que, en el dúo de amor, lleva a los dos amantes a fundirse en una entidad distinta, en una fogosidad que lleva a una pasión más supera la mera atracción, la del verdadero amor, la de la íntima armonía de las almas, la de esa unidad de los cuerpos que se confunde en un solo aliento, paradójicamente, en ‘un sentimiento químicamente puro’». No hubo contacto físico ni abrazos con Isolda, divorciados más que enamorados y separados con una línea de canto muy igual, gritando para intentar hacerse oír aunque afinado, pero no se puede tener al ejército detrás y cantar cómodo, así como morir más de una invisible lanza que de la esperada estocada.

Evidentemente la alemana Daniela Köhler demostró ser una soprano dramática ideal para su Isolda y en general para un Wagner que lleva interpretando apenas hace unos años atrás. Al menos intentó «dramatizar» y moverse en escena, con una potencia canora que por momentos recordaba la imagen tan wagneriana y distorsionada de las walkirias gritando para sobreponerse a la orquesta. El registro es amplio y homogéneo de color, con unos graves portentosos, un buen empaste tanto con Brangäne como con Tristán, pero que ni cerrando los ojos conseguí encontrar la química necesaria. Está claro que es una Isolda para las tablas pero faltó la emoción para creérmela.

Por supuesto que la Düsseldorfer Symphoniker es un «pedazo de orquesta» en todos los sentidos. La calidad de todas las secciones es impresionante, una cuerda capaz de unos pianissimi increíbles y mantener la presencia en los tutti «a toda pastilla» de unos metales seguros (hasta las trompas fuera de escena) y rotundos junto a una madera prodigiosa (despecialmente el clarinete bajo y la oboe), y un Ádám Fischer portentoso marcando todas las entradas, manejando una memoria juvenil y el talento de la madurez de un maestro entregado no ya a la lírica (donde sigue siendo referente) sino a las causas humanitarias como reflejaba en una entrevista para La Nueva España«La música en estos tiempos es un refugio, quiero despertar de la pesadilla de la guerra». Su amor por el de Leipzig es innegable («El mensaje de Wagner es universal para todas las generaciones: el deseo loco y la ambición por el dinero y el poder son veneno») y Fischer sacó de su orquesta todo lo mejor, la «oscuridad más clara» por Wagner imaginada, pero no puedo decir que en Oviedo mimase las voces: no hubo «la noche que se funde con el agua» en los canales del Palazzo Ca’ Vendramin Calergi del barrio o sestiere de Canareggio, hoy curiosamente Casino y Museo Wagner. Qué distinto hubiera sido la «Quinta de Mahler» con los de Düsseldorf y la Muerte en Venecia, pero al menos el dúo de amor de Tristán sigue provocando la misma emoción que la ciudad donde el propio compositor moría un 13 de febrero de 1883…

Un planetario musical con aires vieneses… ¡y la Pires!

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Viernes 6 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Wiener Symphoniker (Orquesta Sinfónica de Viena), Maria João Pires (piano), Ádám Fischer (director). Obras de Haydn, Beethoven y Mozart.

Oviedo volvía a ser como la capital austríaca en cuanto a su actividad musical de primera, y dentro de una gira por Zaragoza, Madrid y Barcelona (sin pasar por San Sebastián) última parada española en el Auditorio, con unos intérpretes de primera y programa de los que aseguran éxito, público hasta la bandera, muchas toses y el móvil ó celular de turno reincidente siempre en los momentos de más intensidad emotiva, nunca coincidente con la dinámica desde el escenario, cual otra de las Leyes de Murphy.

Con todo, nuevo hito musical que al título mozartiano de su última sinfonía me sumo haciendo paralelismos de planetas y dioses para los comentarios de esta noche, pues hubo una alineación cósmica dentro de nuestro sistema solar por la calidad de los artífices en este viernes festivo en toda España (Día de la Constitución).

El verdadero «hacedor» de una auténtica armonía de las esferas cual mago Merlín fue el director húngaro Ádám Fischer, Maestro con mayúscula que demostró cómo llevar un repertorio que domina a la perfección, gestos precisos, sin grandilocuencia (sólo la música lo es), siempre exacto, pulcro, atento, animado, contagiando ilusiones, adelantándose lo necesario para avanzar el inmediato presente y sacar a una orquesta como la «pequeña vienesa» el auténtico sabor del clasicismo vienés, de tamaño idóneo para ello, lo mucho que estas partituras elegidas esconden.

A Haydn podría equipararle con el planeta Mercurio y el mensajero de los dioses, precisamente los compañeros de viaje musical del concierto hoy comentado, y viajero a Londres donde compuso su Sinfonía nº 101 en re mayor, Hob. 1:101 «El reloj» que desde el ataque del Adagio-Presto la Wiener Symphoniker hizo sonar cósmica, limpia, equilibrada, llena de matices bien sacados por el maestro Fischer. El Andante resultó Chronos por el ritmo vital del tiempo que todo lo puede, maquinaria de precisión y buen gusto. Un Menuetto para disfrute no ya de la cuerda con efectos de vihuela sino de la madera con la disonancia de la flauta que tanto dió que hablar y las trompas «adelantadas», secciones todas en perfecto ensamblaje. El Vivace final es puro virtuosismo revestido de contrapunto, forma rondó-sonata perfecta en ejecución, sin olvidarme del silencio con calderón que realza el «fugato» final de la cuerda sola en un «pianissimo» posible en formaciones de otra galaxia, y la vienesa es una de ellas, hasta el retrono progresivo del viento (colocación vienesa ligeramente variada, con los timbales a la izquierda, también trompetas, y contrabajos a la derecha, con las trompas).

Beethoven joven, aún cercano, dios Marte muy clásico y alumno de «papá Haydn» escribe su Concierto para piano y orquesta nº 2 en si bemol mayor, Op. 19, su debut en esta forma (primera y publicada después), siendo el solista el propio alemán ya afincado en Viena. Sólo una diosa Venus, otrora planeta, puede afrontar una interpretación con el cielo estrellado capaz de permitirnos apreciar la inmensidad eterna desde nuestro perecedero disfrute. Maria João Pires nunca nos deja indiferentes, elige el instrumento (Yamaha CFX), su afinador (Sr. Kazuto Osato) y estamos preparados para despegar con ella a bordo de esta nave que pilota como diosa accesible y terrenal hacia un viaje breve pero eterno, sin sobresaltos, sólo emociones desbordantes en cada momento: Allegro con brio en el primer trayecto, cristalino, equilibrado, delineado con brillos dorados, antes de la «cadenza» maestra avisando fin de etapa y antes del Adagio segunda etapa placentera que nos permitió el vuelo sin motor, degustando emociones, reverberaciones increíbles desde los pedales, y la vuelta a tierra con el Rondo. Molto allegro de piloto de guerra sin combate, acrobacias sin mareos con el dominio de la nave musical y el plan de vuelo bien diseñado por el joven y viajero Ludwig, esta vez de Lisboa a Brasil pasando por Viena antes de la llegada a la Tierra en Oviedo a bordo de este «Voyager» musical donde el espacio aéreo lo puso la sinfónica vienesa y el controlador Fischer que nos recordó cómo se concerta no ya en un simulador (grabación) sino en la realidad (directo).

En solitario la Venus pianista siguió brillando a plena luz con un Schubert (Impromptu Op. 142 nº 2) como sólo «La Pires» es capaz de deleitarnos.

Poco tiempo de espera, cigarrillo sin café y último vuelo vienés de auténtico peso, Sinfonía nº 41 en do mayor, KV 551 «Júpiter», Mozart revivido y la mejor experiencia en vivo que haya podido disfrutar, «carácter majestuoso y triunfal» que apuntaba Lorena Jiménez Alonso en las notas al programa. Magisterio total de Ádám Fischer, placer directorial en cada movimiento y cada gesto que la formación habitual del foso operístico vienés acató con la confianza que da la veteranía, como si en ella viviese el auténtico Clasicismo atemporal del que son sus máximos guardianes. Allegro vivace decidido, Andante cantabile lírica pura, Menuetto: Allegretto que supo cual «Sachertorte«, y Molto allegro todos a uno, escuchando cada nota, cada matiz, cada ataque, todo lo que el genio de Salzburgo disfrutaba en Viena libre de ataduras, descubridor del contrapunto bachiano y marcando la aparición de otra galaxia, la Romántica. Maravilloso comprobar cómo se escuchan unos a otros para hacer Música.

No importaba la hora en la inmensidad del universo, Ovetus planeta operístico para recibir la obertura de Las bodas de Fígaro, otra lección maestra de clasicismo vienés ya con clarinetes para completar tripulación, Mozart puro y maduro, antes de volver a Viena preparando el fin de año con la Pizzicato Polka (J. Strauss II), disfrute de la cuerda vienesa colofón de un auténtico planetario musical donde «la Pires» fue una invitada de lujo.