Inicio

Feliz 1700

1 comentario

Viernes 30 de mayo, 20.00 horas. Teatro Jovellanos. Concierto nº 1700 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: Carlos Mena (contratenor), Concerto 1700. Sacro Vivaldi.

Parecen coincidencias pero realmente no lo son, y hacer coincidir el concierto 1700 de la Sociedad Filarmónica de Gijón con la presencia del conjunto fundado hace 10 años por Daniel Pinteño era casi de justicia. El siempre bienvenido a Asturias Concerto 1700, lo apalabraba hace dos años y este último viernes clausuraba la temporada actual que nos trajo al teatro del Paseo de Begoña un monográfico Vivaldi donde poder disfrutar de este 1700 mezclando instrumental y sacro en la voz del contratenor vitoriano Carlos Mena (1971), con el brazo derecho en cabestrillo (caídas imprevistas) y sus cualidades vocales intactas, incluso ganando cuerpo como los buenos vinos.

La doctora María Sanhuesa en sus notas al programa tituladas «Sacro Vivaldi: musica per (la) Pietà» amén de diseccionar cada obra, las terminaba así:

Luces y sombras, voces y violines, lo sacro y lo profano en la ciudad sobre el agua. Sin contraste no hay belleza, y sobre eso Vivaldi y Venecia —la mítica Venecia/Venusia del carnaval retratado por Federico Fellini en Il Casanova— lo sabían todo. El mundo en las cuerdas de un violín, o en la coloratura de una voz.

Así resultó este «Vivaldi 1700» que llegaba desde Lugo a Gijón, cual La Serenísima cantábrica, conjugando la calidad de un orgánico para la ocasión (detallado más adelante) variado en combinaciones tímbricas con un continuo de peso, teniendo al órgano un Ignacio Prego siempre impecable junto al cello de Ester Domingo, alternando  las tres obras sacras con las dos instrumentales donde el asturiano Pablo Zapico tomaría la guitarra barroca, con el magisterio y entrega del malagueño Daniel Pinteño atento al detalle y la afinación (al finalizar cada obra), con el respeto total por la voz de contralto que brilló en las obras elegidas.

Se abría este 1700 con Mena y Concerto interpretando el motete Filiae maestae Jerusalem, RV 638 (proyectándose la traducción de los textos), tres secciones donde el dramatismo que describe la tristeza de las hijas de Jerusalén tras la muerte de Cristo, encontró la expresión y color de esa voz de contratenor contralto sin fisuras, homogénea, con el grave natural del vitoriano bien arropado por el ensamble al mando de Pinteño donde todo encaja y los punteos de Zapico enriquecían el continuo.

El Concerto a 4 en sol menor, RV157 no solo nos dejaba el característico «sonido vivaldiano» sino el virtuosismo de Pinteño en perfecto entendimiento con Fumiko Morie y Leticia Moros, más los rasgueos en la guitarra de Zapico, la calidad de Domingo y los ornamentos de Prego.

De más envergadura vocal e instrumental serían las cuatro secciones del motete Vestro Principi divino, RV 633, las agilidades de Mena ya desde el aria inicial, contestadas por el violín malagueño, un recitativo bien vestido en el continuo (impecables Domingo y Zapico), más los dos Presto que culminan en un Alleluia virtuoso en la voz, de agilidades casi imposibles con un fiato del vitoriano bien entendido por el orgánico, lleno de brillo, entrega y pasión de «El cura pelirrojo» (feliz en el Ospedalle della Pietá y las “figlie di coro” para quienes tanta música escribió).

Sin la viola llegaría la Sonata da camera a tre, Op. 1 nº 12, RV 63, La Follia con los dos violines protagonistas y basada en variaciones sobre La Follia de Arcangelo Corelli, donde Concerto 1700  están en «su salsa» pues transitan esta música desde sus inicios.

El número fuerte para cerrar el 1700 sería la cantata (mejor que motete como explica Sanhuesa) Nisi Dominus, RV 608, sin «viola d’amore» pero de sonoridad vivaldiana de principio a fin, emoción en el Vanum est vobis (que bisarían de regalo), combinaciones instrumentales degustando incluso la cuerda con sordina del Cum dederit, rico juego de contrastes en los tempi, virtuosismo instrumental y vocal donde las agilidades transitan «como flechas» casi todas las vocales (impactante el Amen final) y unos saltos de registro bien sorteados por un pletórico Mena, incluso colocándose atrás para el Beatus vir solo con violín y órgano, seguido por el recogimiento suplicante del Gloria Patri retomando la posición inicial en una interpretación atemporal, agradecida, exigente, que nos dejó esta música única «por los siglos de los siglos».

Un feliz 1700 para ir cerrando poco a poco mi temporada 24-25 (y ya avanzando parte de la siguiente en la sociedad gijonesa).

CONCERTO 1700:

Daniel Pinteño, violín y dirección – Fumiko Morie, violín – Leticia Moros, viola – Ester Domingo, violonchelo – Ignacio Prego, órgano – Pablo Zapico, cuerda pulsada.

PROGRAMA:

SACRO VIVALDI

Filiae maestae Jerusalem, RV 638

I. Filiae maestae Jerusalem (Adagio)

II. Sileant zephyri (Largo)

III. Sed tenebris diffusis

Concerto a 4 en sol menor, RV157

I. Allegro

II. Largo

 III. Allegro

Vestro Principi divino, RV 633

I. Vestro Prinicipi divino (Allegro)

II. O felix culpa (Recitativo)

III. Quid loqueris ad cor (Presto)

IV. Alleluia (Presto)

Sonata da camera a tre, Op. 1 nº 12, RV 63, La Follia

Nisi Dominus, RV 608

I. Nisi Dominus (Allegro)

II. Vanum est vobis (Largo)

III. Surgite (Presto-Adagio)

IV. Cum dederit (Andante)

V. Sicut sagittae (Allegro)

VI. Beatus vir (Andante)

VII. Gloria Patri (Larghetto)

VIII. Sicut erat in principio (Allegro)

IX.  Amen (Allegro)

El escultor islandés

Deja un comentario

Miércoles 28 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Clausura de las «Jornadas de Piano Luis G. Iberni»: Vikingur Ólafsson. Obras de Bach, Beethoven y Schubert.

Cierre por todo lo alto de las jornadas que llevan el nombre de nuestro siempre recordado Iberni, con el islandés islandés Vikingur Ólafsson que me ha hecho dudar con el título de esta entrada, pues podía haber sido «Lava y hielo», «Volcán islandés» e incluso «Esculpiendo la naturaleza». Así que comienzo directamente con la reseña, más que crítica, de este último concierto que registró una excelente entrada con público venido de todas partes, y que ya pudo ver el avance de la próxima temporada (lo dejo para el final, e incluso le dedicaré una entrada propia) en otro ciclo que «nuestro» Cosme Marina ha vuelto a poner el listón en todo lo alto.

En la web del Palau de la Música barcelonés anunciando el concierto que el islandés Vikingur Ólafsson (Reikiavik, 14 de febrero de 1984) llevará en marzo del próximo año (en la actual gira Oviedo vuelve a estar en el mapa), destaca: «Con una capacidad única para dialogar con los grandes maestros del pasado desde una sensibilidad contemporánea, Víkingur Ólafsson se ha consolidado como una de las voces más singulares del pianismo internacional. En este recital (…) el pianista islandés traza un viaje sonoro que enlaza tres nombres esenciales: Bach, Beethoven y Schubert. Una constelación de obras en tonalidades de aire introspectivo y espíritu visionario, que confluyen en un programa atravesado por la luz y la penumbra, la forma y la espontaneidad. Una cita para dejarse sorprender por la sutileza de un intérprete que convierte cada recital en una experiencia íntima y transformadora».

Ólafsson sigue sorprendiendo en cada programa, incluso le han calificado de «visionario», y en esta gira parecía todo girar en torno a la tonalidad de mi, tanto mayor y menor, jugando en esculpir la lava tanto volcánica o enfriada, como en el hielo, capaz de tomar un gigantesco bloque para convertirse en un Miguel Ángel pianístico que ve el resultado final antes de «atacarlo» con las herramientas de su arte.

Por su parte, las notas al programa del joven musicólogo Ramón Sobrino Cortizo (iré intercalándolas con las obras) comienzan con unas palabras del propio Ólafsson, presentando su última grabación Continuum -2024– para DG) que explican a la perfección el programa de este último concierto del ciclo ovetense (previsto inicialmente con las tres últimas sonatas de Beethoven), cómo organiza sus conciertos el islandés (impresionándome hace dos años en el Festival de Granada), e incluso la razón de interpretarlos sin pausas ni aplausos para dar la sensación de «Continuum sonoro: Piano en Mi» que escribe Ramón Sobrino «junior»:

Cuando toco Bach, recuerdo que las etapas de la historia de la música son conceptos que imponemos a lo que es esencialmente un continuum, un hilo ininterrumpido, una corriente que fluye a través de nosotros, lo que los alemanes, por cierto, llaman un Bach [arroyo].

Estaba claro el fluir de lava musical, cual explosión de «Mein Gott» como padre de todas las músicas, que vertebraría el concierto sin interrupciones (de las toses o alarmas móviles ya ni comento), alternando la fuerza volcánica con la transparencia de un hielo que trabaja de arriba a abajo, un bloque desgranado y tallado creando una catedral sonora transparente que va iluminando con una increíble gama de dinámicas y unos pedales justos para un edificio actual donde cada vuelta atrás (repetición temática) sirve para pulir o detallar unos ornamentos nunca recargados, inspiración barroca, fluir clásico y lenguaje romántico de estos «apóstoles» para una construcción que desaparece como el sonido al finalizar, aunque nos deje el momento irrepetible de poder contemplar la obra terminada.

Sigue escribiendo Sobrino junior:

«Este concierto, que combina sonatas de la Viena Biedermeier con piezas de Bach, se inicia con el noveno preludio en Mi Mayor del primer volumen de Das Wohltemperierte Klavier (1722), indispensable hito de la historia de la música. Escrito a tres voces, con textura de melodía acompañada, ritmo lento de giga y carácter pastoral, fue concebido como obertura de la sexta Suite Francesa en mi mayor, BWV 817.

Preludio bachiano con firma islandesa, el bloque de arena volcánica enfriada para un primer castillo robusto, rico en detalles siempre diáfanos con total respeto a lo escrito en cuanto a duraciones y hasta tempo, con las ornamentaciones necesarias que no nos hacen perder nunca la visión estructural. Y con igual mimo de técnica en la tonalidad de mi, transición de menor a mayor desde el témpano gigantesco que es este último Beethoven en el primer constructo que mantiene la fluidez e inspiración divina para jugar con la fuerza interna y la delicadeza que Ólafsson transmite sin excesos, solamente introvertido en los pianissimi donde parece besar el teclado o escuchar el latir del hielo, dos movimientos en mi alternando menor-mayor y compás (2/4 y 3/4), un juego de introspección esta opus 90 que «junior» continúa comentando:

La Sonata nº 27, en mi menor, Op. 90 fue compuesta por Beethoven en 1814, cinco años después de su Sonata «Les Adieux», tras concluir la primera versión de Fidelio, y hacerse popular gracias a La Victoria de Wellington. Es un complejo momento vital: su sordera avanza, le ha abandona la «amada inmortal» y se ve inmerso en un pleito por la custodia de su sobrino. Dedicada al príncipe Lichnowsky, inaugura el tercer periodo estilístico de Beethoven. Está estructurada en dos movimientos, con precisos títulos en alemán, no en italiano: una sobria forma de sonata, a ritmo de siciliana, de atmósfera «desesperada y apasionada» según Rosen, y un romántico rondó, cuyo tema, en estilo cantabile, es considerado por Kinderman, Cooper o Rosen una de las melodías más hermosas de su autor.

Tras la sobriedad y manteniendo una unidad buscada, la vuelta a la base pétrea del padre de todas las músicas, la sexta partita que arranca y fluye no como el castillo inicial sino cual lava caliente que arrasa pero limpia, el Bach interiorizado tantos años por el pianista islandés brillando en la noche e irisado durante el día con un paisaje sonoro variado en cada uno de los siete movimientos: luces y sombras, fuerza y delicadeza, contrastes barrocos que la naturaleza refleja y Ólafsson cincela sin perder el «continuum», de pedales perfectos que nunca enturbian y hacen refulgir aún más el lento discurrir de «dios Bach» por un paisaje arrebatadoramente bello y nunca abrupto:

La sexta Partita en Mi menor (1725-30) de Bach, fue publicada en 1731 como parte del Clavier-Übung I. Consolidado en el ámbito germánico a inicios del siglo XVIII, el modelo de partita traslada al teclado la suite de danza orquestal. Esta Partita, en siete movimientos, es perfecto modelo de ello: una rapsódica y atormentada Toccata inicial; Allemande; Corrente, con el ritmo a contratiempo; Air, con rasgos de invención y movimiento en canon; una ornamentada y delicada Sarabande; una Gavotta ternaria, y una contrapuntística y cromática Gigue, de complejidad constructiva.

Y si saltamos de la lava al hielo, también podemos unirlas en el mismo color tonal, labrando la misma forma sonata en dos movimientos, tras Beethoven su fiel Schubert, de ornamentos nunca recargados, dinámicas alternando la fuerza volcánica con los gélidos brillos, lava congelada que Ólaffson vuelve a trabajar con manos y pies en «su isla» que parece transitar en círculo para emprender otra ruta musical siempre detallista, trabajada, delineada, conocida en cada recodo para saber dónde pisar con seguridad mientras disfrutamos del paisaje pianísitico que parece llevarnos a un camino sin salida, casi laberíntico que el pianista islandés desvelará en la siguiente etapa. Aquí el «mapa» detallado por Sobrino Cortizo:

La Sonata en Mi menor D566 (1817) de Schubert pertenece a su periodo de madurez. Se ha considerado inconclusa, y presenta una historia casi detectivesca. En 1888 la Schubert Gesamtausgabe publicaba un Allegretto; años más tarde, un autógrafo vendido en 1842 por Ferdinand Schubert al editor Whistling de Leipzig, presentaba el citado Allegretto en mi menor –en forma de sonata–, un Moderato en mi mayor – en forma de Lied ABA– y un Scherzo e trio en Lab y Reb respectivamente. En 1948, la musicóloga K. Dale publicó la Sonata en cuatro movimientos, añadiendo a estos tres el Rondó D 506 en Mi mayor, al asumir que era el perdido cuarto movimiento de la misma; sin embargo, hoy en día persisten serias dudas sobre la pertenencia del Rondó e, incluso, del Scherzo a dicha Sonata. Y es que, si Schubert se inspiró en la Sonata en mi menor Op. 90 de Beethoven, como revelan sus reminiscencias temáticas, texturales y tonales no sería extraño que hubiera imitado, incluso, su estructura. De especial interés es la evocación melódica de la ópera italiana coetánea de Rossini en el Allegretto, en un periodo en el que Viena se había rendido al «Rossini Rummel», o el cultivo característico de la célula dáctila –con la figuración larga-breve-breve–, que se convierte en marca de estilo, como Rosen destaca al estudiar a Beethoven.

Había que retomar el camino desandando un trayecto peligroso, volcánico y fogoso, aún caliente, largo e intenso, porque también habría algún géiser para sorprendernos en la última «caminata»:

En 1820, dos años después de la escritura de la Sonata Hammerklavier, nº 29, Op. 106, Beethoven recupera el carácter más íntimo en la primera de sus tres últimas sonatas, la Sonata nº 30 en Mi Mayor, Op. 109. El compositor había escogido esa misma tonalidad de Mi Mayor para su heroína operística Leonora; no parece, por tanto, coincidencia que haya sido la tonalidad elegida para esta sonata dedicada a Maximiliane Brentano.

El Vivace inicial fue concebido como una posible bagatela para la colección del Op. 119, pero ante la sugerencia de su secretario Oliva, Beethoven añadió el Prestissimo y el tema con variaciones y conformó esta Sonata. Sin embargo, al igual que la Sonata Op. 90, la obra presenta sólo dos grandes secciones: un primer bloque constituido por el Vivace (I) –que yuxtapone ideas (rápido/lento, piano/forte, mayor/ menor)– y el Prestissimo (II) en estilo scherzo, que asume la función de forma sonata inicial–, y el tema con seis variaciones (III), a la manera de movimiento lento, cuya duración (2/3 del total de la obra) eclipsa al bloque inicial. El hermoso tema a ritmo de zarabanda evoca estructuras armónicas que aparecían ya en el rondó de la Sonata Op. 90 y el lied final del ciclo An die ferne Geliebte, Op. 98 (1816). La primera variación, una melodía acompañada a ritmo de vals, evoca a Chopin o, incluso, al preludio Danseuses de Delphes (Libro I, 1910) de Debussy; la segunda, en estilo brisé, recupera el Vivace inicial, conectando así temáticamente la sonata, como es propio de Beethoven; el contrapunto aparece en la tercera –con rasgos de invención bachiana a dos voces–, la cuarta –imitación a cuatro voces– y la quinta –a la manera de fugado en estilo coral–: y la sexta intensifica todos los elementos –figuras rítmicas, trinos, arpegios, ostinati, secuencias…– hasta recuperar el tema para concluir. Así, esta obra es un excelente testimonio del interés de Beethoven, por el desarrollo de la técnica de la variación como por el cultivo del contrapunto en su tercer estilo.

Cuando escribió esta sonata, Beethoven estaba completamente aislado del mundo debido a su sordera, y en ella, como en las dos siguientes, renuncia a cualquier concesión. A pesar de su complejidad, nunca dejo de interpretarse, pues, tras la muerte del compositor, Franz Liszt la incluyó en su repertorio, incorporándola así al canon pianístico».

Como el propio Beethoven, Ólafsson renuncia a cualquier concesión en su personal ruta entre mi mayor y mi menor, eligiendo no las tres últimas del «sordo de Bonn» sino la antepenúltima tras una velada sin respiros, aunando fuego y hielo, empuje vital que vuelve la vista atrás en la inspiración, con una interpretación liviana pese a lo aparentemente rocosa. La opus 109 abre con una exhalación arrolladora cual orador en mitad de una frase, que suena como una improvisación pero termina como empieza, al vuelo, pues nunca un vivace suena tranquilo, y sigue el prestissimo en modo menor, airado y punzando sobre el hielo… Pero el final es el bálsamo tras un viaje islandés lleno de sorpresas climáticas por las sonoridades. Parece que el pianista Alfred Cortot discutía en una sesión sobre esta sonata y comenzaba tocando tres acordes: Mi mayor, Mi menor, Mi mayor… Ésta es la esencia de todo el concierto: alternancias constantes de todo tipo para construir monumentos perecederos que permanecerán en la memoria sonora, probablemente perpetuados en alguna grabación cual fotografías históricas, pero siempre únicos como la geografía islandesa y la personalidad de su pianista más famoso.

Público en pie y nada menos que tres propinas manteniendo el mismo fluir y paisaje musical de todo lo anterior: el arroyo de Bach (con un guiño a Rameau digno de Sokolov) para seguir tallando en el hielo unas cálidas interpretaciones llenas del virtuosismo islandés al servicio de lo escrito, reconstruyendo unas músicas efímeras pero eternas: primero de la Organ Sonata nº 4, BWV 528 el segundo movimiento Andante [Adagio], en transcripción de August Stradal, el brillo y casi tintineo luminoso de Le Rappel des Oiseaux (Rameau), para finalizar con el Preludio nº 10 ¡en si menor!  transcrito por Siloti (del Preludio & Fuga, BWV 855a).

Con el brillo en los oídos y la tertulia posterior con mis amistades, la alegría de ver salir a Víkingur Ólafsson sin cambiarse (aún puesta su pajarita y chaqueta de terciopelo verde botella), hablando por el teléfono, poder saludarle brindándole nuestras felicitaciones, que agradeció, para proseguir solitario cruzando la Plaza del Abeto a descansar antes de su concierto en Madrid y hacernos pensar la dura vida de los músicos, un poso de tristeza que nos devuelve a la realidad.

PROGRAMA

Johann Sebastian Bach (1685-1750):

Preludio en mi mayor, BWV 854

Ludwig van Beethoven (1770-1827)

Sonata n° 27 en mi menor, op. 90:

I. Mit Lebhaftigkeit und durchaus mit Empfindung und Ausdruck – II. Nicht zu geschwind und sehr singbar vorgetragen

Johann Sebastian Bach:

Partita nº 6 en mi menor, BWV 830:

I. Toccata – II. Allemande – III. Corrente – IV. Air – V. Sarabande – VI. Tempo di Gavotta – VII. Gigue

Franz Schubert (1797-1828):

Sonata n° 6 en mi menor, D 566:

I. Moderato – II. Allegretto

Ludwig van Beethoven:

Sonata n° 30 en mi mayor, op. 109:

I. Vivace ma non troppo, sempre legato – Adagio espressivo
II. Prestissimo
III. Gesangvoll, mit innigster Empfindung. Andante molto cantabile ed espressivo

AVANCE Conciertos del Auditorio y Jornadas de Piano 2025-2026:

Avance de Programación 25/26

Emociones británicas

2 comentarios

Sábado 24 de mayo, 19:00 horas. Conciertos del Auditorio: Pablo Ferrández (violonchelo), Oviedo Filarmonía, Yue Bao (directora), Sofía Martínez Villar (narradora). Obras de Anna Clyne y Edward Elgar.

Hay días donde la música conecta aún más con las emociones, y en este último del ciclo «Los Conciertos del Auditorio» (aún queda el cierre de las «Jornadas de piano Luis G. Iberni» el miércoles 28) el programa conmovería a más de uno con un toque plenamente británico bien llevado por todos: obras elegidas, intérpretes y hasta una narradora como comentaré más adelante, que además nos dejaba unas excelentes notas al programa, enlazadas al inicio y, de donde entresacaré algunas frases por la conexión anímica que tuvo este concierto.

La compositora británica Anna Clyne (Londres, 9 de marzo de 1980) es un «raro regalo» y una «melodista radical con ojos de pintora» tal como se presenta en su página web, con un lenguaje poco común aunque actual, cercano, y muy demandada en los EEUU donde se ha afincado desde 2002 en  el estado de Nueva York, con composiciones suenan en medio mundo y también en nuestro país, acaparando multitud de premios en su trayectoria. Oviedo disfrutó con su Within her arms -Dentro de sus brazos- para orquesta de cuerda (2009) que resultó maravillosa gracias la directora china, nacionalizada estadounidense, Yue Bao y 15 músicos (tres por cuerda) ubicados de forma particular para jugar con unas sonoridades y texturas que expresaron lo que esta obra intenta reflejar: enfrentarse al vacío que nos deja la muerte de un ser querido, llegando aquí tantos recuerdos, como bien escribe Martínez Villar: «(…) dedicada a su madre, fallecida en 2008. Es una obra para orquesta de cuerdas en la que las voces de los instrumentos se van entrelazando, como los abrazos. La sonoridad invita a la meditación y, aunque hay momentos en los que se percibe una música más desgarradora y desbordante, la melodía y armonía mantienen la compostura porque Clyne pretende conmovernos sin que perdamos la entereza. Por esa razón, se inspiró en un poema del escritor y monje budista Thích Nhất Hạnh titulado Mensaje, que trata de comunicarnos el amor a la vida y la serenidad hacia la muerte», auténticos abrazos con los tres contrabajos en el centro de sustento acústico y sentimental perfectamente expresado en las notas y aún mejor en la interpretación de esta cuerda elegida con una sonoridad impagable y las manos maestras de Bao, ya apuntando lo que vendría a continuación.

Probablemente el Concierto para violonchelo de Elgar esté entre los preferidos de todo melómano, en parte gracias a Jacqueline Du Prè de quien escribía precisamente el pasado miércoles al escucharlo en Gijón por uno de los jóvenes premiados. Si además el solista es el madrileño Pablo Ferrández (1991) nuevamente las emociones brotan a flor de piel desde la primera vez en 2013 que le disfruté en Oviedo con la OSPA, donde ha vuelto en numerosas ocasiones, incluso con este mismo concierto, ahora  debutando con Oviedo Filarmonía (OFil) que, como al cellista, les he visto crecer a lo largo de estos años, y en este «fin de curso» puedo presumir de seguirles. Sumémosle una dirección de Yue Bao elegante, académicamente clara y precisa, excelente concertadora, por lo que la interpretación resultó un lujo para todos los asistentes que casi llenaron la sala principal del auditorio ovetense.

El sonido de Ferrández es poderoso, limpio y pulcro, con unos agudos siempre presentes pero especialmente su musicalidad, alcanzando una interiorización de este concierto que lleva años interpretando y ha conseguido «hacerlo propio», matizado al detalle, fraseando con «su» Stradivarius-Archinto (1689) como si de la voz humana se tratase, y así lo entendió igualmente Bao que también está dirigiendo repertorio operístico. Cuatro movimientos a cual más personales y emocionantes, sobre todo un Lento que hace brotar alguna lágrima por el dramatismo y hondura. La OFil sigue su ascenso en calidad, y sobre las tablas se ha afianzado como la orquesta dúctil que se amolda a todo repertorio y dirección, esta vez logrando un sonido británico, como no podía ser menos, con una cuerda aterciopelada, igualada, bien equilibrada, sin olvidarme del viento y los timbales, con Yue Bao siempre respetando al solista para redondear un Elgar que se queda en mi recuerdo.

No podía faltarnos el regalo de Bach con la Sarabande de la Suite nº 1 para seguir disfrutando de mi tocayo, maduro, pleno musicalmente y un cello de sonido rotundo (sólo roto por las toses que no faltan) fraseando, ornamentando y sintiendo a «Mein Gott» como uno de los grandes solistas del instrumento, tras el «pionero» Casals, el actual Ferrández.

Al leer en el programa que las Variaciones «Enigma» incorporaban narradora, no esperaba el resultado final, pues leía en la prensa esta misma semana que se trataba de un proyecto de divulgación musical para escolares de todas las edades el viernes asistiendo al ensayo general del concierto de este domingo, y abierto también al público con el título «Música y Enigma», una apuesta por hacer cantera de melómanos. El «alma» del proyecto era la doctora en Teoría y crítica de las Artes, así como especialista en formación del oído musical y divulgadora de la música clásica, Sofía Martínez, que al empezar la segunda parte nos contaría parte de lo escrito por ella en el programa de mano titulado «Los recuerdos como enigma del alma» (recomiendo leerlo) pero dándonos algunas pistas más: el ritmo de corcheas (éduard) y negras (el-gar) presente a lo largo de toda la obra, los solistas que participarían en las distintas variaciones (viola, cello, clarinete…), los avatares vividos por un trabajador e incomprendido Elgar, sus duros inicios, un matrimonio no bien visto… hasta cantándonos el tema que desarrollaría el compositor para hacerle finalmente el mejor y mayor exponente de la música de su país, llegando a otorgársele el título de Sir (y a su esposa el de Dame), y dejándonos para el final la posibilidad de descifrar el Enigma Elgar.

Mas una vez arrancada la obra, serían las diapositivas proyectadas cual PowerPoint© donde la música era en directo con el añadido de las fotografías de los destinatarios en cada variación, con sus nombres, iniciales y fotografías, comentarios enriquecedores de lo que sonaba en cada momento que ciertamente ayudaron a entender aún más esta página de este amante de los acertijos que dedicó esta conmovedora obra «a mis amigos retratados». Sin apenas pausas entre las 13+1 variaciones (Elgar también era supersticioso), la maestra Bao fue sacando de la OFil lo mejor de ella, unas variaciones ricas en matices, planos sonoros, la sonoridad tan británica que tenemos «en casa», con todas las secciones empastadas, equilibradas, contando con alumnado del CONSMUPA reforzando y aprobando con nota este examen que es una experiencia total para ellos (los siguientes profesionales en nuestras orquestas y bandas), emociones para músicos y público donde los textos ayudaban a escuchar aún mejor. Rubén Menéndez cual la viola de Ysobel (variación VI), el cazador Jäger (variación IX) o Nimrod, que volvía a emocionarme como siempre con esa conversación sobre «la Patética» de Beethoven, pero igualmente la del tartamudeo de Dora Penny que me evocaba «El discurso del rey» (bravo por las maderas con Inés Allué y su «cita» al mar de Mendelssohn, en la variación XIII, junto a la percusión), o su fiel amigo y violonchelista el B. G. N. (en la variación XII) este sábado personificado por Guillermo L. Cañal. Iniciales con nombres y apellidos, con rostros y mucha música que disfrutar con los cinco sentidos más allá del oído.

La vallisoletana Sofía Martínez Villar «daba en el clavo» al finalizar sus notas, que reflejan el sentir de un concierto plenamente british con «un programa muy emocionante que escuchado en directo nos permitirá revivir nuestros propios recuerdos y conectarlos, quizá, con nuestros propios enigmas». ¿La respiración y/o el silencio del público durante el concierto? preguntaba la gran pantalla al finalizar, pero evidentemente no, pues teléfonos y toses siguen siendo una vergüenza que no parece tener remedio y debemos seguir soportando. Pero para mí ¡EMOCIÓN! es la respuesta al enigma de Elgar.

PROGRAMA:

Primera parte

Anna Clyne (1980-)

Within her arms, para orquesta de cuerda

Edward Elgar (1857-1934)

Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85:

I. Adagio; Moderato
II. Lento; Allegro molto
III. Adagio
IV. Allegro; Moderato; Allegro, ma non troppo; Poco più lento; Adagio

Segunda parte

Variaciones sobre un tema original para orquesta, op. 36 «Enigma»

Tema. Andante

I. L’istesso tempo “C.A.E.”

II. Allegro “H.D.S-P.”

III. Allegretto “R.B.T.”

IV. Allegro di molto “W.M.B.”

V. Moderato “R.P.A.”

VI. Andantino “Ysobel”

VII. Presto “Troyte”

VIII. Allegretto “W.N.”

IX. Adagio “Nimrod”

X. Intermezzo: Allegretto “Dorabella”

XI. Allegro di molto “G.R.S.”

XII. Andante “B.G.N.”

XIII. Romanza: Moderato “* * *”

XIV. Finale: Allegro Presto “E.D.U.”

ClásicOS PAra disfrutar

1 comentario

Viernes 23 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 13: Vuelta a los clásicos. Cuarteto Quiroga, OSPA. Obras de Mozart, Haydn y Beethoven.

El Clasicismo es la época ideal para disfrutar de su música, y la sinfónica del «triunvirato» todavía más, por lo que siento pena seguir comprobando la poca asistencia a los conciertos de nuestra OSPA, y encima con un programa que tenía nuevamente a «Los Quiroga» (colaboradores artísticos que continuarán en la próxima temporada) comandando la orquesta asturiana en un arriesgado proyecto donde cubrían los atriles de la cuerda más el viento -sumándose los timbales en la segunda parte- sin director, aunque apostando por aumentar el «ente orgánico» del cuarteto a toda la formación, como si de una camerata se tratase y con el esfuerzo de lograr que el mismo corazón a cuatro latiese en todos los músicos, y confirmo que lo lograron plenamente.

En el encuentro previo al concierto, donde estábamos los pocos habituales, estos cuatro grandes músicos presentados por Fernando Zorita ya nos avanzaron lo que supondría este concierto, tras una carrera con más de 20 años que esperan seguir otros tantos: mucho trabajo previo, la confianza del titular Nuno Coelho (felizmente con contrato renovado hasta 2027) en «su orquesta» para seguir abriendo propuestas tan interesantes como la de este decimotercero de abono, lo poco habitual de la apuesta casi didáctica (el Cuarteto Quiroga la realizó en Zaragoza donde algunos de ellos son docentes), así como la habitual presencia de Aitor Hevia como concertino invitado en varios conciertos de abono, como se suele decir uno más «de casa» que no nos hace olvidar lo necesaria de esta plaza sin cubrir su titularidad desde la jubilación de nuestro recordado Sasha ¡hace 7 años!, por lo que la confianza estaba asegurada y el riesgo del «triple salto sin red» parecía minimizado, aunque cada concierto siempre sea único e irrepetible.

La elección de las tres obras permitió comprobar el más que corroborado excelente estado de la formación asturiana, escuchándose, implicándose, entregándose a un repertorio que no por conocido es menos exigente. Y con Cibrán Sierra de concertino arrancaría la primera sinfonía del «genio de Salzburgo», increíble que la compusiese con ¡sólo 9 años! pues es redonda, marcando su propio lenguaje con una plantilla perfecta de cuerda con trompas y oboes a pares. Una sinfonía probablemente compuesta en el barrio londinense de Chelsea y que como explica Alberto Martín Entrialgo en las notas al programa «(…) sigue la estructura de la obertura italiana en tres movimientos: Allegro en Mi bemol mayor en forma sonata, Andante en Do menor también en forma sonata, y Presto en Mi bemol mayor en forma de sonata-rondo». Un Molto allegro sin complejos, claro en la cuerda que fue prolongación bien sentida del ímpetu de los colaboradores, más el cuarteto de vientos igual de ensamblado en esta «Camerata Quiroga». Y si el tempo obliga a latir juntos, el Andante exige más concentración pero resuelto con una musicalidad digna de destacar, con un dúo de trompas empastadas y conservando el balance ideal sumándose los dos oboes prístinos. Aún quedaba el Presto en 3/8 vertiginoso, valiente, para reafirmarme en la calidad de estos músicos, el empuje de unos arcos fraseando con una claridad que permitía disfrutar del Mozart siempre increíble, los diálogos de la cuerda con  las lengüetas, el sustento de las trompas y la cuerda casi tan británica como la inspiración del niño prodigio.

El llamado «padre de la Sinfonía» añadiría a esta camerata para la ocasión el fagot ubicado entre violas y  cellos para la conocida como Sinfonía «La Passione», alcanzando una tímbrica y colorido que Cibrán Sierra destacaba en el encuentro como diferencia entre los cuartetos y las sinfonías, y así resultó esta Sinfonía nº 49 en sus cuatro movimientos con Hevia de concertino y casi director aunque «los Quiroga» mandaban desde sus respectivos atriles. Pasional, mística pero también risueña, el lento Adagio me transportó a Granada por la intensidad emocional de esta sinfonía «da chiesa» (que servía como introducción a otra obra vocal de carácter religioso), encontrando el pulso ideal para mantener esa lúgubre tonalidad de fa menor. El Allego di molto arriesgando en la velocidad y con una cuerda uniforme, rica en matices, arcos visualmente agradecidos fraseando camerísticamente, dibujando toda la tesitura con unas trompas aterciopeladas. El Menuet nos mantendría el modo menor apuntado en el segundo movimiento plenamente asentado, unísonos de oboes y cuerda para lograr ese colorido «marca del austríaco» con el Trío devolviendo el tono mayor, juego de armaduras pero también de sentimientos en lengüetas y metales, marcando el ritmo bailable antes de retornar al menor. Y nuevamente el vértigo, la apuesta del Presto por alcanzar la sonoridad sinfónica única, sin fisuras, con cellos, fagot y contrabajos empujando, violines primeros y segundos «compitiendo» en limpieza y contrastes, verdadero «Sturm und Drang» (por tormenta e ímpetu) con una interpretación sobresaliente.

Del trío clásico afincado en Viena nadie mejor que Beethoven para dar el paso al romanticismo con su Octava y una orquesta ya crecida en plantilla (cuerda, sumándose maderas a dos, como trompas y trompetas, más los timbales, esta vez siendo protagonistas casi todos los coprincipales de la plantilla. Vuelvo a las notas de Martín Entrialgo (con genes musicales) que transcribo para centrar la Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

«Beethoven firmó el manuscrito de esta sinfonía en octubre de 1812, y la obra fue estrenada en Viena el 27 de febrero de 1814. Este concierto incluyó también la séptima sinfonía; si bien ésta fue bien recibida por el público, la octava no corrió la misma suerte: “eso es porque es mucho mejor”, se cuenta que dijo Beethoven. Quizás fuera sorprendente para el público el retorno de Beethoven a una sinfonía de pequeñas dimensiones (junto a la primera, la octava es la más corta de todas), o quizás el público no acabó de entender el humor y el carácter juguetón que los críticos han atribuido a esta sinfonía, manifestado, por ejemplo, en la parodia del metrónomo que Beethoven hace en el segundo movimiento».

La QuirOSPA aumentó el riesgo para la penúltima sinfonía del «sordo de Bonn», sin complejos, balances cuidados, Hevia por momentos dirigiendo con el arco, Sierra llevando de la mano a los segundos -tan importantes pese al calificativo-, Puchades sacando a flote unas violas con protagonismo y Poggio redondeando junto a los contrabajos una cuerda exigente en los tiempos para la limpieza sonora. El viento añadiría brillo y color a pares, sumando, contestando, fraseando. Los timbales detrás a la derecha mantuvieron el sonido global, homogéneo, romántico sin estridencias y puramente sinfónico. El público de hoy sí entiende el humor socarrón de Don Luis y también las sombras y luces, de nuevo en la tonalidad de fa mayor que antes pintasen para «papá Haydn». Manejar toda la orquesta sin director suponía una atención especial, encajar los latidos y respiraciones, escucharse aún más si es posible, la valentía que puede llevar a la tumba o a la gloria, siendo ésta la meta alcanzada. Con un respeto total a las indicaciones de aire tomadas literalmente, el Allegro vivace con brio pisó el acelerador sin miedo a las curvas, el Allegretto scherzando realmente fue «bromeando» con el metrónomo, por momentos zapateados para afirmar la pulsación, el Tempo di menuetto auténtica filigrana por la delicadeza, para rematar con un Allegro vivace donde la coreografía de arcos enriquecía una interpretación rigurosa, precisa, exquisita, equilibrada, fresca… calificativos que le ha dado The New York Times al Cuarteto Quiroga y que lograron extender a una OSPA feliz, implicada y en plena forma para este final de temporada al que le quedan dos abonos más -de los que perderé el penúltimo- mejor que escribir lo de «le quedan dos telediarios»…

PROGRAMA:

WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791):

Sinfonía nº 1 en mi bemol mayor, K. 16:

I. Molto allegro – II. Andante – III. Presto

FRANZ JOSEPH HAYDN (1732 – 1809):

Sinfonía nº 49 en fa menor, «La Pasión», Hob. I/49:

I. Adagio – II. Allegro di molto – III. Menuet – IV.Presto

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827):

Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93:

I. Allegro vivace con brio – II. Allegretto scherzando – III. Tempo di menuetto – IV. Allegro vivace

Despidiendo esta otoñal primavera musical

Deja un comentario

Jueves 22 de mayo, 19:30 horas. Auditorio de Oviedo, Sala de cámara, XII Primavera Barroca: CNDM y FMC del Ayuntamiento de Oviedo. #Palestrina.500, Vox LuminisLionel Meunier (bajo y dirección). Obras de Lasso y Palestrina.

La aclamada agrupación vocal Vox Luminis, bajo la dirección de Lionel Meunier, en esta gira que prosigue en Madrid y Estocolmo, llegaba para clausurar el ciclo Primavera Barroca de Oviedo (en colaboración con el CNDM «Circuitos OVIEDO») en el marco del ciclo #Palestrina.500, que sigue celebrando el quinto centenario del nacimiento del gran compositor italiano Giovanni Pierluigi da Palestrina, uno de los máximos exponentes del repertorio polifónico del Renacimiento.

En este concierto se abordaron las lamentaciones Hieremiae prophetae lamentations de Orlando di Lasso y la famosa Missa Papae Marcelli de Palestrina, probablemente su obra más conocida y una de las grandes obras polifónicas de todos los tiempos.

Dejo a continuación parte de las notas de Luis Gago, citando a Orlando de Lassus y el paralelismo con Palestrina:

«(…) cuando ocupó el puesto de maestro di cappella de la basílica de San Giovanni in Laterano en 1555, su antecesor había sido un jovencísimo Orlando de Lassus, que decidió dejar Roma para cuidar de sus padres enfermos (…)

Al duque de Baviera le interesaba tanto la música litúrgica que mantuvo durante casi un año (…) una correspondencia sobre su fisonomía con tres cardenales residentes en Roma, Otto Truchsess von Waldburg, Carlo Borromeo y el citado Vitellozzo Vitelli, que le enviaron a Múnich dos misas de Palestrina, la Missa Papae Marcelli y la Missa Benedicta es. Curiosamente, Lassus pondría música a los textos de las Lamentaciones de Jeremías (tres para cada uno de los días que integran el Triduum Sacrum, interpretadas en el servicio de maitines) hacia el final de su vida, en 1585, el mismo año de las compuestas por Tomás Luis de Victoria y tres años antes que las de Palestrina. Y el destino quiso que el alemán y el italiano murieran ambos en el mismo año, 1594. Esta música de un extraño fervor expresivo, concentrada, intensa y dolorida, refleja el talento superlativo de un compositor que Felipe Pedrell, en un texto que escribió sobre Palestrina en abril de 1908, situó junto con Victoria como «los rivales más significados entre sus contemporáneos».

Por lo tanto el programa de Vox Luminis unía a estos dos grandes polifonistas, comenzando con las Lamentaciones de Lasso y terminando con la más famosa de las misas de Palestrina, aún celebrando el quinto centenario de su nacimiento y compartiendo ambos, por esas curiosas coincidencias, año de fallecimiento.

Con catorce voces (detalladas en el excelente programa de mano y sobre estas líneas), la agrupación fundada por Meunier demostró «a capella» el dominio de ambas obras, con afinación impecable aunque personalmente faltó más uniformidad de color en el cantus, pues las dos mujeres junto al contratenor poseían un timbre que sobresalía por momentos del resto del coro, más compacto en el resto de cuerdas, así como un «tactus» marcado por el francés (también cantando de bassus) no siempre al servicio del latín con dicción italiana junto a un juego de matices que tuvo igualmente «desajustes» porque la emisión se hacía más abierta en los forti mientras en los piani se mantuvo la homogeneidad polifónica y el empaste, con una cuerda de graves siempre sustento y cimiento ideal sobre el que construir esos templos góticos de Lasso y Palestrina, incluso cambiando las posiciones para uno y otro dada la combinación de las obras (a cinco voces en las Lamentaciones y a seis en la Misa), además de una colocación circular para aprovechar la acústica ideal de la sala de cámara del auditorio capitalino.

De Lasso las Hieremiae Prophetae Lamentations tomaron las del viernes (Secundi Diei) y sábado santo (Tertii Diei) con una pausa entre ambas de un largo silencio monacal, dramático tras las últimas palabras: Jerusalem, Jerusalem / Convertere ad Dominum Deum tuum (regresa a Dios, tu Señor), los finales homofónicos labiales bien marcados creando ese ambiente de reflexión tras casi una hora donde disfrutar del gótico vocal que es esta polifonía renacentista antes de «compartirla» con la Missa Papae Marcelli  que ocuparía la segunda parte.

Luis Gago titula sus notas al programa «La misa de un papa dedicada a un rey» de donde paso a destacar y resumir los distintos párrafos con referencias al último cónclave papal analizando las obras de Palestrina y sus dedicatorias a los papas Julio III, Paulo III que le nombraría director de la Cappella Giulia y al poco de la publicar las misas lo admitiría en su capilla. Episodios dignos de novela puesto que dos meses más tarde fallecería el pontífice que tras otro cónclave eligió sucesor: el cardenal Marcello Corvini, Marcelo II destinatario de esta misa para otro breve papado, ya que moriría a los veintitrés días de ascender al cielo la esperada fumata bianca. Evidentemente hubo otro cónclave (casi tan breve como el reciente para la elección de León XIV) que duró nueve días, siendo elegido Gian Pietro Carafa, decano del colegio cardenalicio, tomando el nombre de Paulo IV, otro papado que ¿sorprendentemente? sería muy breve (poco más de cuatro años), aunque nada propicio a los intereses de Palestrina, pues sería expulsado de la capilla papal en septiembre de 1555 junto con otros dos cantores (por estar casado y tener dos hijos, algo que contravenía las nuevas normas de celibato). La historia aparentemente novelesca parece plenamente actual por lo bien narrada a cargo del profesor Gago, quien prosigue comentando cómo Palestrina se iría de maestro de capilla primero a la basílica de San Juan de Letrán y después, en 1561, a Santa Maria Maggiore (donde reposan ahora los restos del papa Francisco). Y es que Palestrina todavía seguiría en activo en el Collegio Romano y, para cerrar el círculo, en 1571 recuperó su antiguo puesto en la Cappella Giulia aunque seguiría componiendo no solo misas sino motetes y madrigales.

En 1570 se publicaría el Missarum liber secundus, colección de siete misas que se cerraba con esta del Papa Marcelo pero dedicada a Felipe II (ya sabemos lo de «más papista que el Papa») y de aquí el título de las notas de Gago. La Missa Papae Marcelli sigue siendo desde entonces el modelo a seguir para esta forma religiosa impulsada tras el Concilio de Trento, conocida como Contrarreforma para intentar frenar el ascenso de la Reforma luterana con la posterior gran escisión, también musical, que tantas consecuencias tendría para el devenir entre católicos y protestantes.

Pero mientras Lutero se apoyaría en los sencillos corales (de melodías fáciles y textos en la lengua vernácula), Palestrina rompería esa línea partiendo de una polifonía católica y en latín, llena de complicados elementos contrapuntísticos donde las superposiciones textuales hacían difícil la inteligibilidad, además de impedir la participación del pueblo, por lo que pasaría a componer una polifonía más «transparente» y de textos más comprensibles, un empeño alentado por el Papa Marcelo II. Desde entonces, la Missa Papae Marcelli (escrita dos años antes de su publicación) conlleva esa leyenda de «nueva polifonía católica» buscando el equilibrio entre homofonía y polifonía, lo que el padre Samuel Rubio llamaría «la polifonía clásica».

Más equilibrado sonó Palestrina que Lasso, no ya por la citada claridad textual sino también por la colocación de las voces, un «tactus» más variado y con la acústica pétrea de los antiguos depósitos de agua ovetenses, sin la reverberación catedralicia y un empaste distinto al de otras formaciones, básicamente inglesas pero también asturianas, igualmente válido. El público guardó un respeto aún mayor que si de la liturgia se tratase, y Vox Luminis resultaron «luminosos» especialmente en el Sanctus, con el «Dios de los ejércitos» resonando con alegría antes de rogar la piedad en el Agnus Dei que nos dio la paz.

Final de esta duodécima Primavera Barroca plenamente asentada en la vida musical asturiana, con gran éxito de un público fiel a la mal llamada música antigua, cada vez más moderna, que mantiene a Oviedo como «La Viena Española» que llevo años reivindicando por su amplia oferta, aspirando a convertirse en Capital Europea de la Cultura para 2031. Ya queda poco para cerrar esta temporada y lo iré contando desde aquí.

PROGRAMA:

Orlando di LASSO (1532-1594):
De Hieremiae Prophetae Lamentations, a cinco, LV 815-823 (1585)

Viernes Santo / Secundi Diei

Lamentatio prima – Lamentatio secunda – Lamentatio tertia

Sábado Santo / Tertii Diei

Lamentatio prima – Lamentatio secunda – Lamentatio tertia

Giovanni Pierluigi da PALESTRINA (1525-1594):

Missa Papae Marcelli, a seis (1562)

Kyrie – Gloria – Credo – Sanctus – Agnus Dei

Juventud premiada

1 comentario

Miércoles 21 de mayo de 2025, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Sociedad Filarmónica de Gijón: Concierto de ganadores del Concurso Jóvenes Intérpretes. Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón. Ganadores del Concurso «Jóvenes Intérpretes» (22ª edición).

Para los estudiantes de música tocar en público es cual reválida siempre necesaria para su vida futura, tanto como diletantes pero igualmente en el caso de dedicarse profesionalmente a ella, y la Sociedad Filarmónica de Gijón apuesta no solo por la música de cámara, base de todo melómano, también por el talento joven con estos conciertos que además son un premio para ellos y el examen final a un curso intenso de muchas horas sacrificando su tiempo, pues «hay vida más allá de las pantallas».

Así, tras el Trío Auralis formado por Pedro Manuel Fernández Valera (violín), Raúl Mollá Bonhomme (violoncello) y Andrea Quevedo Remis (piano), ganadores del I Concurso de Música de Cámara (modalidad que se incorpora al concurso), que interpretaron una versión ex-profeso del Merry Go Round of Life («Howl’s Moving Castle») compuesto por el japonés Joe Hishaishi (Nakano, 6 de diciembre de 1950), una obra actual, melódica, ligera y mostrando el trabajo que lleva tocar la música de cámara tan necesaria en la formación integral de todo músico, se cerraría el telón para preparar el acto institucional de discursos, agradecimientos y entrega de diplomas acreditativos por parte de Silvia Rodríguez Gutiérrez (Jefe del Departamento de Actividades Artísticas y Complementarias) y Julia Álvarez González (directora del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón), más la vicepresidenta de la Sociedad Filarmónica Gijonesa, Mar Fernández (Mar Norlander), que les regalaría a todos los premiados un Carnet de Socio para la próxima temporada, pues está claro que son el público del futuro y la música que interpretan es un verdadero «oasis» además del reconocimiento a las familias y el profesorado. Los premiados fueron Pedro Manuel Fernández Valera (violín), Enol Camacho García (trombón bajo) y Raúl Mollá Bonhomme (violonchelo), antes de tomar su papel de solistas con la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón bajo la dirección de Mónica París Vendrell.

Ya colocada, la orquesta nos interpretaría la «Danse Baccanale» de la ópera Samson et Dalila, op. 47  de Camille Saint-Saëns (París, 1835 – Argel, 1921), página exigente para toda formación que con las limitaciones lógicas de plantilla nos brindaron una muy digna versión con buena mano de la profesora Mónica París.

El Concierto para violín y orquesta en mi menor, op. 64 de Felix Mendelssohn (Hamburgo, 1809 – Lepizig, 1947) es uno de los más bellos y famosos además de una página que no falta nunca en los solistas, y Pedro Manuel Fernández Valera demostró en el primer movimiento del mismo (Allegro molto appasionato) su calidad y merecido premio, memorizado, de sonido claro, técnicamente muy trabajado, con buena concertación por parte de la maestra París, lirismo y delicadeza con una poderosa cadencia donde mostrar no solo el virtuosismo sino el enorme esfuerzo que supone interpretarlo más allá del piano de estudio, con una orquesta de compañeros.

El siguiente solista sería el trombonista bajo Enol Camacho García (ganador igualmente del segundo premio en el  V Concurso Nacional de Trombón Bajo, Modalidad A -hasta 17 años- de la Asociación de Trombonistas Españoles celebrado en Murcia el 1 de diciembre pasado) con el Concertino para trombón y orquesta en fa mayor del compositor alemán Ernst Sachse (Altenburg, 1810 – Weimar, 1949) con sus tres movimientos (Allegro maestoso – Adagio – Allegro moderato) de estilo romántico y una disciplinada orquesta arropándole. Obra muy exigente tanto por el físico requerido en la combinación de sonoridades y matices a lo largo de toda la tesitura del instrumento, como en las frases que parecen arias de barítono, y así las sintió Camacho, por cuyas venas corre la música desde antes de nacer, y que desplegó un sonido lleno de colores junto a una técnica asombrosa en este duro instrumento de viento metal capaz de todas las dinámicas que Sachse volcó en esta partitura.

Para cerrar el concierto unas últimas palabras de agradecimiento a colaboradores y profesores por parte de Silvia Rodríguez, finalizando con el primer movimiento (Adagio-Moderato) del Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor op. 85 del británico Edward Elgar (Broadheath, 1857 – Worcester, 1934) que popularizase la siempre recordada Jacqueline Du Prè y que podremos disfrutar este sábado por Pablo Ferrández y Oviedo Filarmonía en los Conciertos del Auditorio. Los jóvenes estudiantes comandadados por Mónica París acompañaron muy correctamente a Raúl Mollá Bonhomme, que ya luciese un sonido excelente con el Trío Auralis, y que lo corroboró con este Elgar protagonista de principio a fin, arranque seguro, bien arropado y contestado tanto por madera como por una cuerda casi dirigiéndola a sus compañeros, para acreditar de nuevo la calidad de estos premiados con mucho futuro que llenaron este miércoles el teatro del Paseo de Begoña gijonés.

INTÉRPRETES

Trío Auralis: Pedro Manuel Fernández Valera, violín – Raúl Mollá Bonhomme, violoncello – Andrea Quevedo Remis, piano (ganadores del I Concurso de Música de Cámara).

Solistas: Pedro Manuel Fernández Valera, violín – Enol Camacho García, trombón bajo – Raúl Mollá Bonhomme, violoncello (ganadores del XXII Concurso «Jóvenes Intérpretes»).

Orquesta Sinfónica del Conservatorio Profesional de Música y Danza de Gijón.

Directora: Mónica París Vendrell.

Conciertos del Auditorio

2 comentarios

Ciclo Conciertos del Auditorio

Sábado 24 de mayo, Auditorio Príncipe Felipe, 19:00 h.

Pablo Ferrández (violonchelo)

Oviedo Filarmonía

Yue Bao, directora

Sofía Martínez Villa, narradora.

El ciclo de Conciertos del Auditorio ofrece este sábado una oportunidad única para disfrutar de uno de los mejores chelistas del momento, Pablo Ferrández que interpretará el Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85 de E. Elgar, con la orquesta Oviedo Filarmonía y la directora Yue Bao a la batuta.

· El concierto, organizado por la Fundación Municipal de Cultura, incluirá una sesión divulgativa a cargo de la divulgadora musical Sofía Martínez Villa, que ofrecerá un análisis de la obra Variaciones sobre un tema original para orquesta op. 36 “Enigma”, de Edward Elgar.

· Martínez Villar realizará una breve presentación al público antes de la interpretación de la obra de Edward Elgar, y durante la misma, se proyectará una guía de audición que completará la escucha de la obra sin perder el disfrute de la audición.

Programa de mano y fotos: https://acortar.link/N0mwyf

Más información: https://www.oviedo.es/ccjp

Precio localidades: 18 € y 16 €.

La Corte de Oviedo

Deja un comentario

Jueves 15 de mayo de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXII Festival de Teatro Lírico Español: «La Corte de Faraón», opereta bíblica en un acto y cinco cuadros con música de Vicente Lleó (1870-1922) y libreto de Guillermo Perrín (1857-1923) y Miguel de Palacios (1863-1920), en versión de Emilio Sagi y Enrique Viana.

(Crítica para OperaWorld del viernes 16, con fotos de Alfonso Suárez, propias, más el añadido de los siempre enriquecedores links, con la tipografía y colores que no siempre se pueden utilizar)

En Oviedo así llamamos a la Iglesia de Santa María La Real de La Corte y también un céntrico local hostelero frente a la Junta del Principado, pero esta vez me referiré a «La Corte de Faraón», recordando que el título debe ir con «de» y no con «del», pues toma Faraón como nombre propio y no como cargo electo, por lo que a partir de aquí simplemente me referiré a ella como “La Corte”.

Nuestra legendaria Vetusta lleva tiempo pidiendo una tercera (y hasta cuarta) función para este festival de teatro lírico que alcanza ya treinta y dos temporadas, pues el éxito de muchos títulos agota las entradas para las dos actuales. Lo mismo ha sucedido con este penúltimo (solo queda para cerrar en junio «Marina»), tan unido al nombre de Emilio Sagi -quien la presentase en 2012 en Bilbao y Madrid- junto a un elenco con presencia de muchas voces asturianas que suponen la mejor propaganda para dos llenos en el Campoamor, contando con gran parte del reparto que la representó en el Teatro de la Zarzuela abriendo este año con la misma producción (y 15 funciones), “La Corte” que Jonathan Mallada, autor de las notas al programa, definió como “divertida, irreverente e hilarante” en la conferencia previa el día anterior.

Está claro el éxito de esta “opereta bíblica” como así se la calificó para su escandaloso estreno en 1910, y que llegaría a las 772 representaciones. Mezcla de cabaret y revista, Sagi le añade “sicalíptica”, pues hasta con la definición del DRAE queda perfectamente explicada: “malicia sexual, picardía erótica”, con sinónimos como erótica, picante, pícara, procaz, atrevida, sexual, sensual, obscena, verde. Pero “las circunstancias se relajan de tal modo que hoy la mayoría de esas bromas están pasadas de rosca y es necesario darlas otra vuelta de tuerca utilizando el equívoco de sexos y la ambigüedad sexual, elementos que precisamente convierten esta obra en un género sicalíptico muy particular, más volcado hacia el cabaré o la revista” como la define el propio Emilio, pero también “gamberra». Y añade Manuel Lagos Gismero en el programa madrileño que “efectivamente, es gamberra, cachonda, descarada y desvergonzada, directa a lo que nos ocupa e interesa al ser humano: el sexo, la política y la religión, y todo queda reflejado con ingenio y humor”. No faltan tampoco la ironía, la crítica social o la irreverencia, y hasta la censura franquista la prohibiría por obscena -no así con la música, gracias a la grabación de Ataúlfo Argenta en 1958 que sonó en tantos hogares de entonces- para “resucitarla” en plena transición e incluso con la versión cinematográfica de 1985 dirigida por José Luis García Sánchez, con guión de Rafael Azcona, protagonizada por Ana Belén y Antonio Banderas, hasta convertirse en una representación casi recurrente cada cierto tiempo en los teatros hispanoamericanos y por distintas compañías.

La música de Vicente Lleó es una delicia en todos los números, desde los valses al garrotín junto a todas las canciones que con los textos del tándem Perrín-Palacios encajan como un guante, pero aún mejor con esta actualización que ha escrito el dúo Sagi-Viana, donde el juego de palabras, incluso con las siempre complicadas esdrújulas (y aprovecho para tildar esta Corte de “magnífico espectáculo”) nos normalizan especialmente las partes habladas, contando con unos excelentes cantantes y actores que mejoran los inicios del género (a la inversa: actores que cantaban).

Y si alguien triunfó en Oviedo ha sido Enrique Viana, el Sul sorpresa “empaquetada” en el movido sarcófago para Faraón, largo solo de nombre y casi dirección postal, sorpresa para todo el Campoamor brindándonos no solo un Babilonio único, juguetón, cachondo como siempre, lleno de guiños locales repletos de fino humor (Colloto, Monte Cerrao, La Escandalera con todo lo que significa…). Genuinos cuplés del siglo XXI de esta vedette con bata ecológica que barría todo el oropel del escenario para llevarlo al contenedor amarillo, obligando a cantar a “los hombres solos… que quedan y están todos aquí”, pidiendo que “respiren”, bromeando con el maestro Bayona sobre “cómo tocar” el Babilonio, en tono “gris perla” y no en modo menor sino de edad mediana. Dedicatorias por partida doble a “mis primas segundas” con los deportistas que deben tener pelotas a pares, y “a las mujeres vigoréxicas” con la dureza de doble sentido. Actualidad bromeando con la Transparencia y hasta con Groenlandia, que encaja con Babilonia, donde “hasta los pingüinos están haciendo las maletas”,  bajando por el Basilisco (Obelisco) y unas carcajadas que no nos hicieron perder el excelente estado vocal del tenor madrileño, con un falsete increíble, el ingenio imperecedero e imperdurable de su histrionismo bien entendido, la química con el público y la valentía por seguir defendiendo y manteniendo viva 115 años después esta opereta sicalíptica, con el cuplé final Actualizando toda la Corte en letra y vestuario (Gabriela Salaverri dejó para el final sus coloridos diseños de temporada).

Y si Viana es incombustible, no se queda atrás La Reina Milagros Martín, nuestra auténtica señora de la zarzuela que cada vez que se sube a las tablas ofrece una lección de profesionalidad, de entrega, de saber hablar y cantar, haciendo beber “del rico vino de Antila”, respeto a los compañeros en el terceto Para jugar y sentenciar….  Son actuaciones siempre para recordar por la magnificencia tanto de su personaje como de su persona.

El casto José jugaba en casa, pero Jorge Rodríguez-Norton lleva una carrera de primera sin olvidarse de la zarzuela, nuestro patrimonio que cuando se interpreta con la calidad del avilesino la hace aún más grande. Física y vocalmente brilló más que todo el oro con el que cubrieron su cuerpo y las tablas del centenario templo lírico carbayón, con un derroche reclamado por todas las damas y y aplaudido como se merece, solo, a dúo o en terceto.

María Rey-Joly volvía tras su viuda Obdulia de «La Regenta» (comentada también desde aquí) como la insatisfecha Lota que busca felicidad ante tanta castidad, que se mueve como pez “en el oro” en este rol tan cabaretero por picardía y sensualidad, especialmente en el dúo con José, aunque más legible cantando que hablando. Otro tanto con Annya Pinto como Raquel, quien mostró musicalidad y buena línea de canto con voz bien proyectada en La luz de la luna se quiebra en el Nilo.

También cantaban en casa Ra, Sel y Ta, tres viudas asturianas encarnadas por Serena Pérez, María Heres y Ana Nebot que se lucieron bailando, cantando muy empastadas y sumándose a un elenco que defiende las voces de “la tierrina” junto al siempre inconmensurable Carlos Mesa como Selhá que no sólo es un actor cómico de primera sino que canta afinado y se metió al público en el bolsillo desde su primera aparición junto al colega Oscar Fresneda como Seti, un juego de roles bien ensamblado e interpretado. Otro asturiano el barítono mierense Abraham García como Gran Sacerdote, presentando a Lota y luciéndose en un Garrotín concertado y brillante.

Grande el Faraón Enric Martínez-Castignani muy querido en Oviedo que siempre defiende sus roles con solvencia y es capaz de empatizar incluso con los gestos. Mientras, la flecha afectó un tanto al Putifar de Ramiro Maturana al que le faltó más música que humor, color bien timbrado pero poco homogéneo y por momentos forzado en el agudo pero sin llegar al «Horror».

El coro titular del festival, preparado por José Manuel San Emeterio, volvió a mostrarse con una profesionalidad digna de elogio. Escénica y vocalmente ayudaron a una representación que con toda la comicidad es exigente para todos, especialmente para las voces blancas y más cuando las sitúan atrás, con lo que supone encajar con el foso. Desde el inicial “¡Victoria!¡Victoria! Ya de las trompetas…” premonitorio del resultado final y con paraguas para el chaparrón, junto a unos Sacerdotes compactos y seguros son uno de los pilares de cada temporada.

Una nutrida Oviedo Filarmonía en el foso sigue siendo el seguro orquestal de este festival, y se crece con maestros como Néstor Bayona, buen concertador manteniendo unos balances que respetaron siempre las voces, dejando “sacar músculo” en los números instrumentales y con buenos solistas, destacando el flautín y el arpa.

Nuria Castejón montó una coreografía “muy egipcia” en gestos para un buen “cuerpo de baile” a cargo de seis caballeros (dejo al final sus nombres) que también completaron una escena nunca abigarrada y sin resbalar ante los papeles que inundan del suelo y terminarían barriendo.

De nuestro internacional Emilio Sagi solo caben palabras de admiración en su Oviedo natal donde debutó y vuelve siempre triunfante, tanto en la ópera como en la zarzuela, de las que se ha convertido en todo un baluarte. En un encuentro previo con el público definía que “un teatro no es un ente burgués, tiene que ser un espacio de libertad, tiene que tener las ventanas y las puertas abiertas”. Como ya disfrutaron en el Arriaga bilbaíno o en la calla Jovellanos madrileña, esta producción ovetense va más allá del oro o los guiños a la revista, tiene una escena ágil, sobria, elegante y con el guiño final a nuestro tiempo, también en la vestimenta, desde un mural de arte urbano faraónico por temática pero muy colorido, casi warholiano aunque me recordó más al Vivancos del siempre añorado pub “Pick Up” (detrás de la Catedral) que nuestra generación disfrutó tantos años hasta su cierre, jugando con el plano superior que abre y cierra en los distintos cuadros para el coro o las viudas y la iluminación siempre muy lograda de Eduardo Bravo, con el final cual karaoke con letra proyectada todos cantamos -al fin con la pausa en su sitio- el babilonio “vámonos para… Judea”, que tras más de hora y media aún se entonaba al salir de un teatro inundado por el buen humor de la Corte de Oviedo.

FICHA:

Jueves 15 de mayo de 2025, 19:30 horas. Teatro Campoamor, Oviedo: XXXII Festival de Teatro Lírico Español: «La Corte de Faraón», opereta bíblica en un acto y cinco cuadros con música de Vicente Lleó (1870-1922) y libreto de Guillermo Perrín (1857-1923) y Miguel de Palacios (1863-1920), en versión de Emilio Sagi y Enrique Viana.

Estrenada el 21 de enero de 1910 en el Teatro Eslava de Madrid.

Coproducción del Teatro Arriaga, Teatro Campoamor y Teatros del Canal (2012).

FICHA ARTÍSTICA

Dirección Musical: Néstor Bayona – Dirección de Escena: Emilio Sagi – Asistente de la dirección de escena: Javier Ulacia – Escenografía: Daniel Bianco – Vestuario: Gabriela Salaverri – Iluminación: Eduardo Bravo – Asistente de iluminación: David Hortelano – Coreografía: Nuria Castejón.

REPARTO

Lota: María Rey-Joly – La Reina: Milagros Martín – Sul: Enrique Viana – Raquel: Annya Pinto – Ra: Serena Pérez – Sel: María Heres – Ta: Ana Nebot – El Gran Faraón: Enric Martínez-Castignani – José: Jorge Rodríguez-Norton – Putifar: Ramiro Maturana – Gran Sacerdote: Abraham García – Selhá: Carlos Mesa – Seti: Oscar Fresneda.

CUERPO DE BAILE

Cristhian Sandoval, Daniel Morillo, José Ángel Capel, Antonio Bonilla, Pablo Gutiérrez, Jan Gálvez.

Oviedo Filarmonía

Coro Capilla Polifónica “Ciudad de Oviedo”

Director de coro: José Manuel San Emeterio

Beatrice Rana con Mikko Franck

1 comentario

Jueves 8 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Beatrice Rana (piano), Orchestre Philharmonique de Radio France, Mikko Franck (director). Obras de Tchaikovsky y Debussy. Fotos de Pablo Piquero, propias y de las RRSS.

Volvía cinco años después al auditorio ovetense el director finlandés Mikko Franck (Helsinki, 1979) con la orquesta de la que es titular desde hace 10 años, la Filarmónica de Radio Francia, y en esta temporada de despedida traía en su gira española (de nuevo con Oviedo en el mapa) a otra solista de altura, la pianista italiana Beatrice Rana (Copertino, 1993) con un programa que se abría nada menos que con el Concierto para piano nº 1 en si bemol menor, op. 23 de Tchaikovsky.

El cinematográfico y popular concierto del ruso encontró la conjunción de una formación no excepcional pero solvente y muy empastada, un director peculiar pero conocedor de sus efectivos, y una pianista capaz de aportar su personalidad, sabiendo plegarse a la orquesta como un instrumento más y brillar en sus momentos solistas. El arranque del Allegro non troppo e molto maestoso planteó ligeras dudas para encajar la misma pulsación entre la italiana y el finlandés, pero según fue avanzando este primer movimiento todo iría encajando poco a poco en su justa medida.

Beatrice Rana se mantuvo con una excelente sonoridad en los pasajes fuertes, con una digitación siempre limpia capaz de sobrevolar una orquesta que nunca bajó las dinámicas escritas, casi un combate sonoro más que el esperado diálogo y protagonismo compartido, ya que Mikko Franck no siempre trabajó la concertación desde su estilo peculiar de dirección, apoyándose o sentándose por momentos, pero (de)mostrando todo el colorido de «su orquesta», lo mismo que en el Allegro con fuoco final. La solista demostró además de energía en los tiempos rápidos, un exquisito Andantino semplice, delicado, refinado, cristalino y mejor arropado por los franceses, especialmente con la flauta de oro que volvería a brillar en el fauno.

El público que acudió en buen número al auditorio ovetense, premió con una larga ovación a la pianista italiana que nos regaló dos propinas, una rusa (creo que de Tchaikovski) y el Étude 6 “pour les huits doigts (Debussy) lleno de virtuosismo, agilidades y sentido lírico casi etéreo para poder apreciar cuánta musicalidad y calidad atesora Rana, cual prólogo a una segunda parte plenamente francesa.

La orquesta francesa con la coreana Ji-Yoon Park (1985) de concertino, fue ampliando plantilla y mostrando el mismo poderío que en la primera parte, con unos solistas de calidad -especialmente la madera- y en el Preludio a la siesta de un fauno ya gozamos en el inicio con Mathilde Calderini y su flauta de oro protagónica junto al oboe de Hélène Devilleneuve. Mikko Franck más atento a las dinámicas que al tempo, prestaba atención a los fraseos de una cuerda homogénea, de graves profundos,  dejándonos una interpretación sensual y misteriosa aunque sin la ensoñación esperada para una formación que defiende a sus compositores.

Ya con todo el arsenal sonoro llegarían los «tres esbozos sinfónicos» como denominó Debussy a La mer (1903-1905), imágenes sonoras donde volver a disfrutar de todas las secciones de la radiofónica orquesta francesa. Una ejecución limpia aunque algo estridentes los metales (las trompetas sobremanera), pero disfrutando sobre todo de la madera, con la colorida tímbrica de esta composición diferenciando bien los planos sonoros y con tres pasajes independientes en cuanto a diseño y carácter (interrumpidos por un teléfono que parece abonado a estropear los momentos más delicados): el amanecer vaporoso, el juego de las olas algo oscuro  aunque bien fraseado, y los vientos de un agitado y estruendoso final, sin la magia previa de los violines lejanos antes del clímax bien dibujado la por batuta de Franck.

Está claro que los finales grandiosos levantan bravos en el público, y el director presentó una obra «poco escuchada en Oviedo ¿o no?» de su compatriota Heino Kaski (1885-1957) y contemporáneo de Sibelius: el Preludio op. 7 (en versión orquestal del original para piano) donde el director finlandés llevó a la cuerda mirando al patio de butacas, poniendo fin a un concierto muy francés y a una gira española que les dejó exhaustos (así me lo comentaba el violinista napolitano Guy Comentale antes del concierto, avituallándose para el descanso cerca del auditorio) en el día que teníamos a León XIV como nuevo Papa.

PROGRAMA:

Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893):
Concierto piano n° 1 en si bemol menor, op. 23:

Allegro non troppo e molto maestoso

Andantino semplice

Allegro con fuoco

Claude Debussy (1862-1918):
Prélude à l’aprés-midi d’un faune (Preludio a la siesta de un fauno)

La mer:

De l’aube à midi sur la mer

Jeux de vagues

Dialogue du vent et de la mer

Apoyando el talento joven

Deja un comentario

Miércoles 7 de mayo, 19:30 horas. Iglesia de San Tirso El Real, Oviedo: La Castalia: In memoriam. Obras de Bach, Mozart y Montero Rey.

La asociación ovetense lleva muchos años formando y ofreciendo oportunidades a muchos artistas, alguno de ellos ya incorporados como profesionales a un mercado siempre difícil y aún más en lo profesional, con cursos, conciertos y estrenos varios que a menudo he reflejado desde estas líneas. Y nuevamente hay que agradecer a La Castalia que dirige la incombustible Begoña García-Tamargo otra nueva oportunidad que además servía de tributo a la memoria del recientemente fallecido  Leoncio Diéguez Marcos (Palazuelo de Órbigo, 20 de marzo de 1941 – León, 27 de abril de 2025) de quien la profesora de canto hizo una breve y sentida semblanza, pues coincidieron en el Conservatorio de la Corrada del Obispo, destacando la gran labor del sacerdote y músico leonés en Asturias que aún está por escribir.

En honor de Don Leoncio, el joven compositor gallego Teo Montero Rey (A Coruña, 2025), ganador del Primer Premio del Intercentros Melómano – Premio de Composición Fundación SGAE, estrenaba su Missa Brevis en sol menor con un plantel de músicos de su generación que volvieron a mostrar un amor por la música y una entrega que emocionó a los asistentes a este concierto «In Memoriam».

Antes del estreno, los instrumentistas, que participarían posteriormente, se organizaron para ofrecernos tres páginas de algunos compositores eternos: dos de Bach «padre de todas las músicas» y una de Mozart, «el niño prodigio» que no creció y siempre asombra.

Uxue Zabala (flauta) y Muriel Antolí (cello) interpretaron el Andante y Allegro de la Sonata en do mayor BWV 1033, siempre exigente técnicamente y con un buen entendimiento entre ambas instrumentistas.

A continuación un dúo de clarinetes formado por Alicia Martínez y Juan Diego que ofrecerían el Dúo Concertante I de Mozart, impecable y asombroso cómo el genio de Salzburgo escribió para todos los instrumentos manteniendo un lenguaje inimitable que los jóvenes transmitieron con seguridad y un sonido rico ayudado por la siempre agradecida acústica del templo asturiano de San Tirso.

De las seis suites para cello de Bach, el irrepetible Pau Casals que tanto ayudó a divulgar la obra del kantor, decía desayunar una hasta el final de su longeva vida. Y la dificultad técnica siempre las hace plantearlas como todo un reto que nunca se logra. Pero eso no impedirá seguir trabajando, estudiando y tras una vida de sacrificios llegar a interiorizarlo y sentirlo, así que Muriel Antolí tuvo el arrojo de elegir el Preludio y Giga de la Suite nº 3 BWV 1009, no alcanzar la cima en el primero pero afrontar la segunda con ese aire de gaita con un instrumento de potente sonoridad y la entrega de esta valiente violonchelista, que como al resto de compañeros, tocar en público es parte de un aprendizaje que nunca termina.Para el estreno se unió el grupo instrumental anterior aunque con Alicia Martínez sumándose a las segundas voces del coro joven (dejo al final a los componentes), con tres voces por cuerda en las voces blancas y cuatro en las graves , más la soprano solista, natural de San Felices Buelna, Noive Solar (a quien La Castalia ya me descubriese en dos de sus funciones y que cursa estudios en el Conservatorio ovetense) dirigidos todos por el compositor Teo Montero. Esta misa breve suya en latín usa del ordinario el Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, con una instrumentación «ad hoc» que aunque sugiera sonidos del órgano (y bien podría hacerse la transcripción para él) su tímbrica propia y fraseos que da el trío elegido ayudaron tanto al coro como a la solista, con partes instrumentales bellísimas, y melodías tanto en la flauta como en el clarinete, también a dúo, manteniendo una unidad estilística en los inicios de cada parte -especialmente en el Sanctus– no solo de aires franceses (con perfume de Fauré) sino también pensando en las tesituras de todos al elegir la tonalidad de sol, en modo menor para esta obra, con partes en homofonía y otras en contrapunto, siempre respetando la inteligibilidad del texto y el subrayado instrumental de las cuatro partes, especialmente de un cello siempre presente y poderoso en sonoridad.

Volvió a sorprenderme la soprano cántabra que no tuvo problemas de volumen en ningún momento, poderosa pero igualmente matizada, buena dicción, excelente proyección y capaz de defender con profesionalidad esta nueva partitura de Montero Rey, que a buen seguro seguirá regalándonos mucho más repertorio. Aplauso para el coro de cámara muy afinado, seguro, empastado, que se plegó a las exigencias de la obra y compositor, con un par de excelentes bajos siempre bien arropados por el cello, matizando y dialogando con la solista.

Una tarde de emociones y estreno gracias a esta prometedora gente joven que me reconcilia con su generación y recuerda lo importante que es el esfuerzo individual, el trabajo colectivo y la labor docente para seguir dando oportunidades y formando personas como músicos en el amplio sentido de la palabra, como hizo tantos años Don Leoncio Diéguez y sigue haciéndolo Begoña García-Tamargo.

CORO:

Mujeres I: Beatriz Pérez, Sonia Arango, Vania Revilla

Mujeres II: Alicia Martínez, Covadonga Martínez, Elena Lucas

Hombres: Adrián Villa, Antón Martínez, Daniel Vidal, Martín San Miguel

Older Entries