Viernes 12 de mayo, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 11 «El pasado recobrado»: OSPA, Lorenza Borrani (violín y directora). Obras de Mozart, Schnittke, Petrucci y Schubert.

Un 12 de mayo de 1991 asistía al primer concierto de la OSPA, heredera de la OSA (Orquesta Sinfónica de Asturias) y de la anteriormente denominada Orquesta de Cámara de Asturias, «Muñiz Toca», todas por mí disfrutadas, una formación inicialmente camerística y académica (ligada al entonces Conservatorio Provincial de Música y a la Diputación y Fundación Pública «Centro Provincial de Bellas Artes»), que iría creciendo hasta convertirse en la actual orquesta de todos los asturianos en plena madurez. Con un programa titulado El pasado recobrado bien podría servir igualmente para esta onomástica, aunque faltó pedir de regalo que se cubra la plaza de concertino, pues este viernes con escaso público (que sigue preocupando dado que la orquesta y las obras bien merecían más aforo), quedó aún más patente la necesidad de ese puesto tan importante si bien la maestra florentina Lorenza Borrani (1983) hizo un buen doblete.

Y es que la violinista Lorenza Borrani haría las veces de solista en el primer concierto de Mozart y ya desde el puesto de concertino, con María Ovín de ayudante, dirigiría el resto del concierto, labor difícil que se logra primero por la elección de unas obras con una orquesta camerística de poco viento (aumentando según el programa que también llevará a Bilbao) y sin percusión, sumando el conocimiento tanto mozartiano como de «la quinta» de Schubert (siempre escribo que no hay quinta mala) por parte de todos, pero pienso que especialmente el trabajo previo -como buena intérprete de música de cámara- en las «nuevas» de Schnittke o Petrucci (con arreglo de Maderna) donde la maestra italiana Borrani hizo sonar casi como quinteto a una orquesta que creció en plantilla mínimamente a lo largo del programa, siempre con la colocación vienesa que favorece esa sonoridad camerística de empaste y escucha común. Un concierto para disfrutar de la cohesión y empaste instrumental, la alegría de los clásicos y la apuesta por recobrar músicas del pasado con la visión actual que ayudan y enriquecen tanto la interpretación como la escucha, siempre con las martirizadoras toses en el momento más inoportuno.

El Concierto nº 1 para violín en si bemol mayor, K. 207 (1773) de W. A. Mozart (1756-1791) lo escribe el genio de Salzburgo cuando era concertino en su ciudad natal. Tes movimientos (Allegro moderato – Adagio – Presto) en los que Borrani no sólo se lució como solista de sonido preciosista, claro y bien balanceado con la orquesta, sino que dejó a las secciones disfrutarlo con ella, optando por tempi bien llevados y sin precipitación. Las trompas y oboes a dos (hoy un inmenso Juan P. Romero de principal) subrayaron la calidad de una cuerda limpia y precisa en el Presto final. Interesantes las cadencias de la italiana (de las obras de Mozart Artur Schnabel decía que «son demasiado fáciles para los niños y demasiado difíciles para los artistas»), especialmente en el bello Adagio central, con el siempre complicado control al ejercer el doble papel de solista y directora para un concierto refrescante, ideal para abrir oído y cohesionar la sonoridad de las melodías siempre «pegadizas» del irrepetible niño prodigio.

Otro «pasado recobrado» llegaría con el ruso Alfred Schnittke (1934-1998) y su Suite en estilo antiguo (1972) en arreglo camerístico de V. Spivakov & V. Milman (1987), incorporándose algo más de cuerda -excepto los dos contrabajos- junto al clave de Sergey Bezrodny. Cinco danzas originales para violín y piano (I. Pastoral; II. Ballet; III. Minueto; IV. Fuga; V. Pantomima), en principio música de cine y homenaje al barroco como bien explica la doctora Gloria Araceli Rodríguez-Lorenzo en sus notas al programa «Más de cien cantos», y que el fundador de Los Virtuosos de Moscú grabó con ellos también en 1991 con el preciosismo de la cuerda y una OSPA capitaneada por la italiana que sonó cercana y compacta, sin olvidar los guiños del compositor para recobrar esos «aires antiguos» y hacerlos nuevos con la misma esencia. Merecido protagonismo del oboe, tanto marcando las entradas como con su sonido plenamente «pastoril», las contestaciones afinadas y muy controladas de las dos trompas bien empastadas con la disposición de «conjunto vienés», dotando de una tímbrica muy equilibrada para esta suite, especialmente en la Fuga o la impactante y punzante Pantomima final, paladeando cada sección de la cuerda y el clave para una interpretación de «Los Virtuosos Asturianos».

En las notas al programa se describe: «Odhecaton (del griego ‘odè’: canto y ‘ècaton’: cien), el nombre del primer libro de música impreso con fines comerciales en Venecia en 1501 por Ottaviano Petrucci, una revolución en la difusión de la música que internacionalizó el estilo franco-flamenco con casi cien canciones polifónicas profanas a tres o cuatro partes de Ockeghem, des Prez, Busnois, Agricola y Obrecht. Este repertorio se convirtió en modelo ‘clásico’ de inspiración para compositores posteriores, que vuelven su mirada a más de cien cantos del pasado». Con ese mismo título de Odehacaton: «suite», el italiano Bruno Maderna (1920-1973) arregla para cuerda y solistas de viento (hoy fagot) trece de ellos rescatados de archivos y bibliotecas, en dos suites que para este concierto sonaron cuatro de esos cantos en distinto orden, para hacerlos cercanos a la par que contemporáneos: I. Obrecht «Rom Peltier», II. Okenghen «Malor me bat», III. Compère «Allins ferons la barbe» y IV. Josquin «Adieu mes amours» donde el lirismo del fagot de Mascarell cantó además de brillar con luz propia y única mientras la cuerda con Borrani al mando revistió de moderna esta música flamenca revisitada. Originalmente escritas con finalidad didáctica para los estudiantes del Conservatorio Benedetto Marcello de Venecia, probablemente en 1950 como parte de los conciertos de fin de curso, este enfoque pedagógico de Maderna vino cual reciclaje para los profesores asturianos con la «coach» italiana de concertino, pues el diálogo entre todos permitió «hacer grupo», equipo, escucharse, sentirse todos protagonistas y volver a disfrutar tanto de esta música siempre bella como de una interpretación global que resultó el mejor entrenamiento («training» suena más actual) para la sinfonía que cerraría este undécimo de abono.

Franz Schubert (1797-1828) es el romántico por excelencia y de su obra no hay suficientes calificativos para una vida tristemente corta. De su corpus sinfónico las primeras sinfonías aún siguen las pautas clásicas de Haydn y Mozart, para ir admirando a Beethoven y abrir paso al llamado «Romanticismo temprano». Al igual que su adorado amigo alemán en la Viena de principios del XIX, la Sinfonía nº 5 en si bemol mayor, D. 485 (1816) suma mi dicho de que «no hay quinta mala» pese a no editarse en vida del malogrado compositor vienés, pero el tiempo la ha convertido en una de las más populares . Los músicos de la OSPA la tiene en el cajón para seguir «recobrando el pasado» a lo largo de estos sus primeros 32 años. Con Borrani de concertino nos dejaron una versión brillante, elegante y vital, con tempi bien ajustados en sus cuatro movimientos (Allegro – Andante con moto – Menuetto: Allegro molto – Allegro vivace), ágiles y muy matizados, perfecto ensamblaje de cuerda y viento nuevamente agradecidos por la disposición clásica que favorece y equilibra la escucha sinfónica. Conocedores todos de lo escrito y cómo hacerlo sonar, el arco y gestualidad de la directora florentina fue más que suficiente para esta quinta luminosa que nos dejó tan buen sabor de boca y donde el pasado siempre está presente dando esperanzas para el futuro.

Qué corra la voz porque se necesita más público en el auditorio, y la ilusión por lo bien hecho habrá que contagiarla o darle más publicidad. «La Viena española» se lo merece, este viernes sólo faltó el Cumpleaños feliz.