Sábado 12 de noviembre, 20:00 h. Auditorio de Oviedo: Concierto inaugural de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni”: Alexandre Kantorow (piano). Obras de Liszt, Scriabin y Schubert.

Reseña para La Nueva España del domingo 13 con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía incluyendo negrita o cambiando algunos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.

Las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni” de esta temporada arrancaron con el pianista Alexandre Kantorow, premio «Tchaikovsky» en 2019 con tan solo 22 años, el primer francés en ganar la medalla de oro y el Grand Prix del prestigioso Concurso Internacional, algo que solo había sucedido en tres ocasiones en la historia del certamen.

Declarado por la crítica como el “joven zar del piano” o “Liszt reencarnado”, Oviedo sigue siendo La Viena española y parada obligada en esta gira de conciertos por las mejores salas de todo el mundo entre las que está el Auditorio de la capital asturiana.

Kantorow no defraudó en un concierto con excelente entrada y público en un respetuoso silencio solo roto por algún estertor, asombrando no solo por el virtuosístico sino la profundidad y rotundidad de este joven que debutó con 16 años y que asombra por su madurez interpretativa.
Con cambios en el orden previsto y Liszt casi protagonista único en la primera parte e inicio de la segunda, que cerrarían Scriabin y Schubert. Si el abate húngaro arrebataba en los salones parisinos del XIX, el francés lo hizo en la Vetusta del XXI.

Penumbra que ayudó al silencio y el gran Steinway enmarcado con la mínima luz para paladear el Liszt de Kantorow, pleno de romanticismo, claroscuros increíbles con matices extremos y la fuerza juvenil capaz de pasar al intimismo mágico en un peregrinaje interior (de Petrarca a Dante) bien ejecutado y transmitido con el fuego fatuo y arrebatador del virtuoso francés.

No rebajó entrega ni intensidad tras la necesaria pausa para retomar fuerzas, con una góndola lúgubre, premonitoria del entierro de su yerno Wagner, de compleja sencillez, después la llama de Scriabin cual sucesor virtuoso desde el frio, para finalizar con ese Caminante (Wanderer) de Schubert que nos llevaría al romanticismo inicial e inspirado(r) de este pianista que no deberemos perderle la pista porque está llamado a ser uno de los grandes de nuestro siglo.

Una delicia de interpretación que levantó bravos y merecidísimos aplausos respondidos por no dos sino tres “encores” resumiendo la técnica al servicio de la música con todo el lirismo de nuevo de Schubert en arreglo de Liszt, una popular de Cziffra y hasta el fuego de Stravinsky y su pájaro sobrevolando con piruetas elegantes un final de concierto apoteósico.