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Dedos de dos

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Miércoles 2 de febrero, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Gijón: Concierto 1644 de la Filarmónica de Gijón, Ciclo de Jóvenes Intérpretes «Fundación Alvargonzález». Leonardo González (violín), Anna Mirakyan (piano). Obras de Schubert, Ysaÿe y Franck.

Hay días con la magia de la numerología, miércoles 2 del 2 del 22, dos intérpretes en dos días seguidos con dos programas distintos, los dedos de dos artistas en dos instrumentos complementarios, violín y piano, dos obras para solista, y dos sociedades filarmónicas asturianas que centenarias siguen buscando el futuro necesario, en este segundo día de mi jubilación escapándome hasta Gijón.
El violinista Leonardo González Tortosa (Madrid 2005) con la pianista Anna Mirakyan (Erevan, Armenia 1981) tenían otra premio como la oportunidad del concierto en vivo, sin acomodarse al traer otro programa bien armado como comenta en las notas al programa David Roldán: «...combina sabiamente el repertorio más querido por el público con aquel por descubrir; ideal para disfrutar, para aprender, y muy apropiado para homenajear al maestro Hevia…«. Leonardo volvió a brillar con la pianista armenia, hoy más comedida en su siempre difícil tarea del protagonismo compartido, más allá del acompañamiento siempre ingrato para los que conocemos todo el trabajo que conlleva.
La Sonata para violín y piano en la mayor, op. post. 162 D 574 «Gran Dúo» (Schubert) mantiene el ideal melódico del malogrado compositor (que mañana en Oviedo disfrutaré aún más), página poco conocida pese a ser casi obligada en los repertorios académicos, esta titulada «dúo» por Diabelli porque realmente funciona como tal, tonalidad que volvería al final del concierto y que tanto violinista como pianista delinearon en perfecto entendimiento y equilibrio en los planos sonoros, limpieza en los movimientos rápidos junto al delicado tercero (Andantino).
Leonardo en solitario, como en Oviedo, volvería a asombrar con su virtuosismo y musicalidad en una obra de Eugène Ysaÿe (que me descubriese mi añorado Alfonso Ordieres) como la Sonata para violín solo en re menor, op. 27 nº3, «Ballade», compositor frecuente en las propinas de los violinistas tras un concierto con orquesta pero infrecuente en la música de cámara, pues la desnudez del instrumento parece imponer en las programaciones. Mas el madrileño, aún formándose, no tuvo reparo en traerla hasta la villa de Jovellanos con su lección aprendida de todas las técnicas en las cuatro cuerdas y el arco, nuevamente seguro y entregado, esperando que el paso de los años deje el poso suficiente para mantenerla en su carpeta y crecer con ella. Lástima que a la larga y merecida ovación del público no correspondiese al menos con el agradecimiento saliendo a saludar.
Si la primera parte nos dejó de nuevo la pasión de Mirakyan y la sobriedad de González, sin apenas pausa llegaría la conocida Sonata para violín y piano en la mayor, CFF 123 de César Franck, el regreso a la tonalidad inicial con un buen resultado en sus cuatro movimientos, disfrutando todos con el Allegro y el último Allegretto poco mosso, los «tempi» bien elegidos para disfrutar con ambos solistas en volúmenes adecuados y protagonismo puntual, hoy decantándose hacia el lado armenio por su impecable participación, llevando al madrileño cómodo en todas sus intervenciones. De nuevo faltó la cortesía del saludo final para un público que premió el esfuerzo de los dedos de estos dos intérpretes con mucho camino por recorrer.

Premio al trabajo

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Martes 1 de febrero, 19:45 horas. Teatro Filarmónica, Oviedo: Concierto 2028 de la Sociedad Filarmónica de Oviedo. Leonardo González (violín), Anna Mirakyan (piano). Obras de Beethoven, Milstein y Brahms.

Reseña para La Nueva España del miércoles 2, escrita tras el concierto desde el teléfono, con los añadidos de links (siempre enriquecedores), fotos propias y tipografía, cambiando muchos entrecomillados por cursiva que la prensa no suele admitir.
La música de cámara es necesaria en la carrera de todo intérprete y obligada en la formación del público, algo que las centenarias sociedad filarmónicas asturianas, como la ovetense, predican desde sus orígenes, dando cabida a jóvenes valores, caso de este martes con el violinista Leonardo González Tortosa (Madrid 2005), premiado en el pasado Concurso Internacional de Música Villa de Llanes cuya “alma materJosé Ramón Hevia seguramente estaría orgulloso de seguir entre nosotros y corroborar el acierto de un galardón que busca abrir una carrera profesional como la de Leonardo, hoy acompañado de la pianista Anna Mirakyan (Erevan, Armenia 1981), de pulsación potente -que hubiese mejorado el volumen de bajar totalmente la tapa armónica- con un programa de calado, y otro distinto hoy en la Filarmónica de Gijón, igualmente premiando jóvenes talentos como el violinista madrileño.
La Sonata “Primavera” op. 24 de Beethoven, es de las habituales para violín y piano que exigen de ambos una ejecución perfectamente ensamblada con diálogos bien definidos y protagonismo compartido, como así la sintieron Leonardo y Anna (demasiado presente excepto en el lírico Adagio más equilibrado).
Titulada “Paganiniana”, la partitura del virtuoso Nathan Mirónovich Milstein (1903-1992) ya indica el nivel de ella, Leonardo en solitario abordando todas las técnicas en las cuatro cuerdas y arco donde estuvo cómodo, incluso confiado ante las dificultades, buen síntoma para su juventud.
Y Brahms en la segunda parte con su Sonata 2, op. 100, tres movimientos con un piano demasiado presente y el violín algo oscurecido, aunque entregados ambos intérpretes, pasión Mirakyan y sobriedad González.
El concierto como premio al trabajo para un público no muy numeroso ni renovado como todos esperamos, aunque siempre agradecido.

El Zar más francés

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Lunes 31 de enero, 20:00 horas. Los Conciertos del Auditorio, Oviedo: Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky, Jonathan Roozeman (cello), Valery Gergiev (director). Obras de Debussy, Tchaikovsky y Ravel.

Regresaba el Zar Gergiev, palillo en mano, al frente de su batallón del Mariinsky, con un concierto al más puro sabor francés del San Petersburgo europeo de espíritu y «apadrinando» al joven cellista Jonathan Roozeman (1997) con el menos ruso de los grandes sinfonistas (interesantes las notas al programa de Alberto González Lapuente), para llenar un auditorio ávido de obras conocidas en una interpretación impactante de sonoridades muy cuidadas, pero rompiendo clichés de las antiguas orquestas del otro lado del telón, nuevamente de actualidad, apostando por lo «trillado» que no suele fallar en una maquinaria que comienza a «oxidarse» en plena renovación generacional, que ya no apabulla como en los tiempos de la llamada «Guerra Fría» (hoy geopolítica) cuando bromeábamos definiendo un cuarteto como «una orquesta soviética tras una gira por occidente».

Está claro que los músicos del Mariinsky le deben todo a Gergiev, se nota que el dominio de «su orquesta» es absolutamente militar, marcando todo con sus gestos característicos, sin dejar nada al azar ni a la calidad de muchos solistas, sacando a la luz instrumentistas como la flautista de oro (Sofía Viland) o el cellista finlandés tan cercano geográficamente a la antigua Leningrado. El maestro se caracteriza precisamente por descubrir talentos y no suele equivocarse.

Del programa francés impactante Debussy por la calidad, la sonoridad cuidada, la claridad expositiva, el balance entre todas las secciones, casi compañías del batallón Mariinsky (algo menguado) con el Preludio a la siesta de un fauno bellísimo que Nijinsky hubiera bailado desde el Olimpo, y La mar báltica dibujada con la elegancia de la que presumían en San Petersburgo, mirando a Versalles más que a la plaza roja aún sin colorear que Gergiev pintó con los suyos.

Siempre agradecido el Bolero de Ravel, examina cada solista (hoy el saxo sustituido por un clarinete bajo) en su  conocido ad perpetuam, con algún «arrestado» en la doble caña, un crescendo que tardó en llegar para mayor «sufrimiento» del caja, la explosión final marca de la casa, sin contención y con ganas de brillar como en ellos es habitual, en una interpretación para la galería a la que faltó mayor pegada y entrega. Franceses más de impresión que impresionistas, aunque suenen bien.

Punto y aparte merece Jonathan Roozeman que nos deleitó con las Variaciones «Rococó» de Tchaikovsky, sin tarimas como el propio Gergiev, al que no perdió de vista forzando su posición más de la cuenta pese a estar ladeado «el zar», y plegado a cada una de sus indicaciones, pienso que con ese «miedo a defraudar» al mentor, que no le permitió soltarse salvo en las cadencias. El sonido de su cello (David Tecchler c.1707 cedido por la Fundación Cultural Finlandesa, y el arco Jean Pierre Marie Persoit, París, c. 1850) es profundo, de largo alcance, con un timbre muy redondo, así como unos armónicos tan perceptibles que lograron unos silencios en la sala siempre de agradecer. Muy bien compenetrado con la flautista, la limpieza de ejecución por parte del finlandés-holandés así como sus fraseos (siempre controlados por Gergiev) muestran un intérprete que pronto será figura mundial. Aclamado por el público y casi obligado por «el jefe» nos dejaría toda su (musi)calidad en la Sarabande de la Suite BWV1009 de Bach, un examen permanente para los cellistas donde Roozeman alcanzó la matrícula de honor.

Y para propina sinfónica e inesperada por el transcurrir del programa, el Scherzo (un SUEÑO de verano de Mendelssohn) con un tempo para virtuosos de dinámicas suntuosas donde Gergiev disfrutó tanto como nosotros, al fin la maquinaria engrasada, impoluta y de sabor ruso, el que respiraba Leipzig en tiempos de Kurt Masur, el regreso a la Rusia esperada tras el coqueteo zarista con la Francia elegante.

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