Jueves 3 de febrero, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»: Matthias Goerne (barítono), Markus Hinterhäuser (piano). Winterreise (Viaje de invierno), D. 911 (Franz Schubert).

Inscribir este concierto o recital dentro de las Jornadas de Piano tiene todo el sentido, aunque estemos ante uno de los grandes ciclos de lieder, pues la voz no puede ser protagonista sin el hermanamiento con el piano en los 24 poemas de Wilhem Muller a los que la música del «Príncipe del Lied» eleva a la máxima categoría lírica camerística.
Hace años que conozco este Schubert romántico en la voz de Dietrich Fischer-Dieskau y su «alter ego» Gerald Moore, disfrutar de la reedición digitalizada, mi acercamiento a la lengua de Goethe y el estudio concienzudo publicado (y agotado) en Alianza Música del barítono alemán al que siempre hay que volver, más aún para este recital lleno de emociones vitales con los actuales «defensores» del género musical y poético por excelencia junto a Ian Bostridge, el alumno aventajado Goerne y el pianista Hinterhäuser.
Recital intimista con menos público del esperado para un excelente tándem Goerne-Hinterhäuser, la conjunción schubertiana de la poesía marcando cada nota, cada palabra, cada verso, momentos pictóricos donde el piano pinta el paisaje y la voz los personajes, todo un lienzo sonoro con sobretítulos y traducción que nos hicieron valorar más cada uno de los poemas de Muller.
Sin pausa pero sin prisas, comenzando con las «Buenas noches» que cierran y abren ciclos vitales, la despedida del molinero que el arroyo acoge y un nuevo adiós del último viaje, el caminante, de la mano voz y piano, ya en la madurez, las metáforas del invierno como última etapa no exenta de recuerdos a su amada y «sueños primaverales» con simbolismos bien dramatizados por un Goerne casi bardo, explorando cada registro, su grave potente, los agudos filando la sílaba exacta, con un piano de por sí romántico, nada «veleta» en buena compenetración, postura encogida como el alma de Schubert, subrayando intenciones, paleta desde la amplia pincelada al brochazo expresivo, pudiendo escucharse con un actor declamando y sintiendo las dos docenas escénicas.
Primera parte de versos fluidos como un «torrente» y tranquilamente brillante cual «tilo» totémico, con «descanso» tras el «fuego fatuo» y antes de las flores soñadas hasta la «Soledad» sonora. El caminante Goerne con el bastón de Hinterhäuser, versos escalofriantes para un Schubert enfermo, tránsito lleno del dolor espiritual, el del alma que parece más intenso.
Las otras doce canciones aún más introspectivas (recomendables las siempre acertadas palabras de mi querido Luis Suñén en las notas al programa), reflexivas, la crisis invernal con «la cabeza gris», Goerne dramatizando con su amplio canto y gestualidad tan personal como su acercamiento a Schubert, el arranque tras «El correo» bien anunciado por Hinterhäuser, recordándome a Mahler, la amenazante compañera «corneja» que oscurece y enerva con una melodía intrigante, los cambios de tono y de color que en la voz del barítono alemán encuentran la pincelada exacta para mantener la «Ultima esperanza«, la rápida parada «En el pueblo» y volver al miedo de una «Mañana de tormenta«, la gama de grises del piano y la voz que no quitan nunca «ilusión» pues en este viaje invernal cada vez se atisba más claramente el final.
Una referencia del trecho andado es «El mojón» y por supuesto mucho «Coraje» que no sería aún el adiós sino la última escena de la rueca de la zanfona, de la molinera, la del organillo callejero o del ciego zanfonista (Der Leiermann) al que se une el canto solidario acompañado por un piano casi quejumbroso tras «Los falsos soles» en un viaje que rompe el hielo para una inmersión profunda y personal.
El lied como máxima expresión dramática compartida y reducida al salón romántico en el que Matthias Goerne y Markus Hinterhäuser convirtieron el auditorio, y donde los móviles volvieron a romper la magia siempre en los momentos más delicados. Si las mascarillas parece vinieron a acallar toses, habrá que esperar una pandemia telefónica para que se silencien, pues la educación y saber estar parecen perdidos en un siglo tecnológico, deshumanizado, donde solo parece primar lo inmediato. El viaje de invierno es lento pero inevitable, y su disfrute no admite interferencias.