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La excelencia de sumar piano y cuarteto

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Jueves 28 de octubre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Jornadas de Piano Luis G. Iberni. David Kadouch (piano), Cuarteto Quiroga. José Ramón Hevia, in memoriam. Obras de: F. Chopin, Clara Schumann, A. Ginastera y R. Schumann.

Buen arranque de las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» con el francés David Kadouch (Niza, 1985) al que se sumaría el Cuarteto Quiroga (2003) en plena mayoría de edad para rendir el merecido homenaje a su «inspirador» y apoyo constante, mi querido José Ramón Hevia, siempre en nuestra memoria, padre de Aitor y David, que este jueves se hubiera «quitado el sombrero» orgulloso de este concierto en nuestro auditorio, el mismo que va retomando la (a)normalidad de toses, móviles, objetos caídos, aforos ampliados, programas de mano en papel, descansos y mascarillas varias.
Nada mejor que comenzar escuchando a Frédéric Chopin (1810-1849) y sus tres Nocturnos op. 9, que Kadouch afrontó desde la elegancia e intimidad del primero, la delicadeza nostálgica del famoso segundo y la auténtica explosión romántica del tercero, tres planetas sonoros en un mismo universo que fueron acercándose en ese firmamento pianístico que sigue siendo necesario tanto en las filarmónicas como en los grandes auditorios.
Y reivindicando el papel de las mujeres compositoras, buena idea incluir a Clara Schumann, o mejor Clara Wieck (1819-1896) con el apellido real, quien en sus Variaciones sobre un tema de Robert Schumann, op. 20 no solo domina la obra de su esposo sino que la reelabora como excelente intérprete que fue, con un Kadouch esculpiendo el sonido claro, la digitación limpia y los pedales certeros en unas variaciones que fueron las estrellas del cielo pianístico.
Reubicando el escenario llegaría a continuación el Cuarteto Quiroga (Premio Nacional de Música 2018) con el gran Alberto Ginastera (1916-1983)  y su Cuarteto de cuerda nº 1, op. 20 (1948) demostrando de nuevo la excelencia interpretativa en este repertorio (grabado en su CD Terra) que saca a relucir tanto los recursos de cada instrumento como la necesaria compenetración de sus miembros afrontando esta maravilla del compositor argentino. Es maravilloso comprobar el sonido cuidado, la sonoridad única, el ímpetu y entrega en cada uno de los cuatro movimientos (I. Allegro violento ed agitato II. Vivacissimo
III. Calmo e poetico
IV. Allegramente rustico
) donde todo está encajado al milímetro, pulsión única pese a las dificultades que conlleva por los cambios de compás, ritmos enloquecidos y dinámicas asombrosas que «el Quiroga» lleva a la excelencia. Como escribe Arturo Reverter en las notas al programa (enlazadas al inicio en las obras) de este cuarteto del compositor porteño, «encontramos el espíritu estilizado -un factor folklórico subyacente- que habíamos anotado…» entendido a la perfección por estos cuatro intérpretes únicos (Aitor Hevia, Cibrán Sierra, Josep Puchades y Helena Poggio) que siguen ampliando horizontes en un repertorio ideal.
Y sumar el piano al cuarteto no resulta cinco sino UNO, inmenso, «experimento camerístico» de visión sinfónica como es el Quinteto para piano y cuerda en mi bemol mayor, op. 44 de Robert Schumann (1810-1856). Importante para el Cuarteto Quiroga encontrar pianistas que respiren como ellos, enriqueciendo sonoridades, latido único en esta formación donde la calidad se da por supuesta y la musicalidad es el toque de distinción. David Kadouch encajó a la perfección con el espíritu interpretativo de este Schumann que homenajea a Beethoven, a Schubert e incluso a Mozart, tal y como disecciona Reverter el quinteto para piano y cuerda. Cuatro movimientos (I. Allegro brillante II. In modo d’una marcia. Un poco largamente III. Scherzo: Molto vivace IV. Allegro ma non troppo ) que exploran formas y fondos, momentos líricos y concertísticos de protagonismos compartidos, conjunción y ejecución a cinco sonando en total y certera unidad, con balances cuidadísimos, fraseos impecables y entrega apasionada.
De regalo no podía faltar el Shostakovich al que José Ramón Hevia admiraba y hasta compartía carácter socarrón e incluso humorístico, músicos de largo alcance, dedicación y bonhomía, como recordaba Cibrián Serra en la dedicatoria previa. El irrepetible ruso que tanto Kadouch como «los Quiroga» tienen en sus atriles individuales, esta tarde aunados en feliz encuentro para el Scherzo de su Quinteto en sol menor, op. 57, resposado y repasado,  pero especialmente dedicado y delicado.

Sueños de amor, cariño y pasión

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Miércoles 27 de octubre, 20:00 horas. Gijón, Teatro Jovellanos. Concierto 1639 de la Sociedad Filarmónica de Gijón: «Los históricos de la Filarmónica: Vázquez del Fresno»Cantarinos pa que suañes. Beatriz Díaz (soprano), Luis Vázquez del Fresno (piano y compositor).

Los homenajes deben hacerse siempre en vida, y a ser posible en la tierra natal. La centenaria sociedad gijonesa rendía este último miércoles de octubre el merecido a Luis Vázquez del Fresno (Gijón, 1948) uno de sus socios que además debutó en ella como pianista hace 50 años, apoyado desde los inicios, disfrutando como espectador, triunfando como intérprete y haciéndonos disfrutar a sus fieles seguidores, que con los años terminamos siendo amigos.

La ventaja de cumplir años me permite poder compartir la trayectoria de este músico integral al que admiré en los conciertos que daba en Mieres, entonces también con Filarmónica local, donde como estudiante de piano le admiraba y pude escuchar el estreno de sus Audiogramas (de los que hoy nos regaló  el intermedio segundo) dedicado a su malogrado paisano y compañero Jesús González Alonso, a quien recordaré toda mi vida tras escucharle ganar el Concurso «Casa Viena» del antiguo conservatorio en la calle Rosal de Oviedo durante de mis vacaciones mateínas, y posteriormente también en mi Mieres de Luis Fernández Cabeza, presidente de una Filarmónica a la que aún no se le ha escrito su historia.

Al menos a Luis sus paisanos han dedicado el mejor homenaje posible en su doble faceta de intérprete y compositor, comenzando con su juvenil Yerba, op. 12 sobre temas populares asturianos, diez acuarelas vigentes por frescura, paisanaje desde el ímpetu virtuoso del Vázquez del Fresno enamorado de Debussy y la escuela francesa con los guiños humorísticos y socarrones entre cada número, el amor del Cantábrico  y la historia musical además de genética de sus tíos abuelos Saturnino del Fresno y Baldomero Fernández,  el respeto por el maestro Enrique Truán, el cariño demostrado hacia los destinatarios de todas sus obras y el amor por la vida que en su caso ha estado escrita siempre en los pentagramas. Un placer volver a escuchar la yerba asturiana desde la óptica de Luis Vázquez del Fresno, 50 años que son un soplo en una larga historia.

El segundo regalo fueron los Cantarinos pa que suañes al completo y encontrando al fin la voz ideal y única, destinataria in mente que la tierra y el destino pusieron en su camino, también en el mío, la soprano Beatriz Díaz que solo ella puede recrear e interpretar como la concibió el compositor, también pianista, el «lied asturiano» que da al piano el mismo protagonismo y a la voz la pureza lírica junto a la raíz autóctona de la tonada. Si en el Avilés «pre-pandemia» los trece poemas de Chemag (José María González Fernández) supusieron un hito, volver a escucharlos en Gijón resultaron el auténtico homenaje para todos. Cantarinos llenos de amor y dolor, de tristeza y melancolía, de sentimiento y esperanza, pero sobre todo de pasión. Cada poema, todos lujosamente encuadernados por «El Sastre de los Libros» para esta ocasión especial, los textos originales y traducidos con el respeto por el buen gusto y el merecido hacia un histórico de la propia Sociedad Filarmónica de Gijón, emanaban la propia lírica que Vázquez del Fresno volcaría en cada página. La voz de Beatriz Díaz engrandecía cada página, microrrelatos cargados del sentimiento preciso con una gama de matices aún mayor que la paleta del mejor pintor musical, pianísimos de cortar la respiración, los momentos de tonada propia cantados con el saber de una estrella operística que también lleva lo asturiano en sus genes, los melismas tan barrocos y belcantísticos que el piano apoya cual gaita de tecla, finales a elegir dependiendo del texto, susurrados o potentes, con entrega hasta la extenuación organizándolos de cuatro en cuatro, alegrías y tristezas, cadeninas y ñubes, auténticos xuguetes de la allerana con el beneplácito total del gijonés, compositor y pianista.

El cierre Marineru que une la mina y el mar, de Bóo a Xixón por autopista musical, retomando la melodía de los primeros Cantarinos pa que suañes cantados y saboreados, no sería aún colofón sino mi deseo de poder llevarlos al disco para herencia de nuevos melómanos e historia musical viva de nuestra tierra.

Si el segundo Audiograma me hizo desandar cincuenta años y desempolvar los programas de entonces, todos a buen recaudo, el estreno de Otoño con Beatriz Díaz resultó la tarta final, poesía de vida, metáfora de hojas caídas y sienes plateadas, el lenguaje propio de Luis Vázquez del Fresno que nuestra soprano universal hizo verbo lírico.

Una tarde con muchas historias, sueños cumplidos, poesía y música en perfecta comunión, amores fraternales y platónicos, elegías con recuerdos, pasión por la vida, amistades que perduran en el tiempo echando raíces que engrosan cada capítulo de un libro aún sin final.

Gracias Luis por tu música, tu amistad y por darnos tantas alegrías a quienes tenemos la suerte de compartirlas contigo. Felicidades por estas Bodas de Oro a las que todavía le quedan muchos años más de fértil creación, esperando seguir contándolos.