Viernes 11 de junio, 19:00 horas. Auditorio de Oviedo: Primavera VI, OSPA, Simon Trpceski (piano), Paolo Bortolameolli (director). Obras de Shostakovich y Chaikovski. Entrada butaca: 15 €.
El sexto concierto de primavera del abono OSPA puso broche final a a otra temporada difícil por todo lo que ya sabemos y sufrimos del «bicho», sin director titular ni concertino (esta vez volvía al primer atril Benjamin Ziervogel) en un programa ruso que traía al director chileno Paolo Bortolameolli, que en la prensa recordaba a su paisano, nuestro siempre recordado Max Valdés, más al excelente pianista macedonio Simon Trpceski con su equipaje perdido por Bilbao aunque lo menos importante sería la anécdota compartida con los asistentes, público fiel que volvió a arropar a la formación asturiana pese a la actuación de Javier Camarena con la Oviedo Filarmonía y Lucas Macías en el Campoamor, aforo completo y vendido hace meses.
Sobre la organización de los programas pienso que va siendo hora de cambiar una costumbre decimonónica que en este caso nos hubiera dejado un orden cronológico ideal para comprender la evolución de la música rusa además de poder contar con una orquesta más «entonada», con mayor empaste y mejor entendimiento y un Bortolameolli que optó más por la brocha que por el broche deseado cerrando con dos obras inmensas esta temporada 20-21.
Un placer escuchar siempre a Dmitri Shostakovich (1906-1975) pues su dominio compositivo saca siempre a relucir un colorido propio que hace brillar sus interpretaciones. Su Concierto para piano nº 2 en fa mayor, op. 102 es una de sus joyas ( utilizada en la película Fantasía 2000), Trpceski entregado desde el inicio (I. Allegro) pero con poca exactitud en la orquesta, muy atropellada e imprecisa para encajar con el solista, además de unas dinámicas que por momentos taparon el papel de un piano que no sólo es rítmico sino percusivo, titánico a menudo. Evidentemente los volúmenes y el «tempo» del II. Andante nos permitieron disfrutar de una atmósfera más sutil, pinceladas románticas que no pasan de moda, la cuerda sedosa que viste al «piano ruso» sin clichés, evocaciones al compatriota Rachmaninov emigrado a EEUU pero universal además de cinematográfico. El ataque del III. Allegro volvió a descompensar dinámicas y rítmicas a pesar de la lucha titánica del macedonio con unas secciones instrumentales siempre con una calidad que no apreciamos cuando la batuta apunta donde no debe. A la vista de los resultados la interpretación dejó en bisutería esta joya orquestal con un pianista de oro.
Para desquitarse del anterior Shostakóvich, Trpceski nos preparó como regalo el Allegro con brio del “Trío para piano nº 2 en mi menor, op. 67” junto al principal de chelos Maximilian von Pfeil y el citado concertino invitado Benjamin Ziervogel, tres grandes músicos que pudimos por fin disfrutar con la calidad y entrega esperadas así como por el feliz entendimiento que sólo el más universal de los lenguajes posee.
Hay sinfonías impactantes, históricas, emocionales, grandiosas, ideales para dejar por todo lo alto a las orquestas con todos sus primeros atriles luciéndose y examinando el trabajo del director. Las tres últimas sinfonías de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) creo que no han faltado en ninguno de los 30 años de la OSPA y la madurez exigida para la Sinfonía nº 4 en fa menor, op. 36 de nuevo examina a los intérpretes. La Cuarta es una de mis preferidas y exigentes en su preparación, con mucho que dibujar, perfilar, sacar a flote, equilibrar, buscar los balances perfectos, encajar los intrincados cambios de compás y tempi justos que marquen diferencias entre una versión aseada y una entregada.
Está claro que Bortolameolli conoce la sinfonía al detalle, pero la orquesta asturiana no tiene la plantilla «angelina» y hay que controlar cuidadosamente los planos sonoros. Los músicos tocaron lo escrito sin pegas pero los matices deben controlarse. Una pena que entre lo deseado y lo real haya un abismo. Los «bronces» que llamaba Valdés, estuvieron perfectos, empastados, atentos, las maderas siempre acertadas y empastadas, la percusión dominando pasiones y pulsiones, más una cuerda bien engrasada pero de nuevo la brocha impidinedo disfrutar la globalidad del dibujo, la dirección debería haber ejercido de técnico de sonido para jugar con cada «fader» y equilibrar volúmenes. La frecuencia del flautín pide bajar del forte al piano, la cuerda no da para más volumen si los metales tocan las dos efes escritas. A lo largo de los cuatro movimientos (I. Andante sostenuto II. Andantino in modo di canzona III. Scherzo: Pizzicato ostinato IV. Finale: Allegro con fuoco) estos desajustes fluctuaron pese a la calidad de toda la orquesta, el arranque poco marcial, y donde destacaría los impresionantes silencios que inundan el auditorio (de acústica «nueva») y el tercer movimiento donde sí se logró el balance y encaje perfecto, con ese fuego final que quemó deseos cual hoguera de San Juan adelantada.
Si La Cuarta hubiese abierto la tarde primaveral, los músicos se habrían entendido mejor con Bortolameolli y éste con la orquesta, ya todos en el punto ideal de dedos o labios para afrontar un Shostakovich que seguro hubiese pintado más limpio y delineado, encajado broche ruso que no brocha rusa de trazo grueso. El curso académico y musical está terminando, el cansancio emocional se nos nota a todos pero la esperanza no la perdemos aunque los dirigentes (de todo tipo) sigan sin cumplir las expectativas. Los peores tiempos necesitan de los mejores porque el futuro está en sus manos. Es su hora, pues lo demás ya hemos cumplido.
Balance irregular en estos 30 años de OSPA, temporada de aniversario con pocas luces y muchas sombras para «La música en tiempos del Covid» más parecida un título de García Márquez que a la triste realidad presente. Al menos apliquemos la musicoterapia y el convencimiento de que «La Cultura es Segura» además de necesaria.














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