Sábado 20 de enero, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo. Philharmonia de Zúrich, Fabio Luisi (director). Obras de Beethoven y Tchaikovsky.

Sábado de auditorio lleno con un programa tanto para melómanos exigentes como para público en general más acostumbrado a lo que se podría llamar «El Top 10» e incluso «Las 40 principales» ya que los autores y obras más escuchados suelen ser los mismos y no solo en las orquestas españolas, siendo todavía extraño escuchar obras que hace cien años eran vanguardia y hoy ya no lo son; no hablemos ya de estrenar obras de autores vivos, y por supuesto acostumbrar el oído a nuevos sonidos. Lo curioso es encontrarnos aficionados que degustan nueva cocina, acuden a estrenos cinematográficos, compran las últimas novedades en lectura pero siguen prefiriendo los autores del clasicismo y romanticismo, supongo que siempre más «llevaderos» y puede que socialmente muy bien visto como ahora visitar museos (se entiende de los pintores «de siempre» aceptando como «vanguardias» a Botero o Antonio López por poner dos ejemplos de colas para visitar sus exposiciones). Así que Beethoven y Tchaikovsky siguen siendo rentables de alquilar sus obras para orquesta sinfónica y aseguran menos toses que un centenario Debussy al piano (Barenboim llena independientemente de lo que toque porque a él nadie le tose), siendo dos sinfonías un buen reclamo aunque no igual de escuchadas ni grabadas.

Oviedo no tiene un lago ni gobernantes con visión cultural como Zúrich, pero al igual que la capital asturiana, la ciudad suiza tiene dos orquestas, surgidas de la escisión de la histórica sala de conciertos y el teatro, la Tonhalle que mantiene el nombre del teatro y la Orquesta de la Ópera de Zúrich (1985) hoy conocida como  Philharmonia de Zúrich, con el director genovés Fabio Luisi de titular desde 2012, que venía desde Madrid pero sin la pianista Hélène Grimaud, en esta gira española que apostó por el repertorio «popular» y emergiendo del foso mientras aumentaba la plantilla para poder mostrar músculo. Hubiera estado bien «prolongar» el concierto del viernes con el cuarto de piano en vez de «la octava del sordo» y manteniendo «la quinta del ruso» porque hubiese sido el argumento perfecto y no previsto para dos días consecutivos en el misterioso auditorio carbayón, aunque supongo que agendas y/ o cachets lo impidieron.
Tras lo comentado, en principio dudé titular la entrada «Para todos los públicos» pero me decanté por la de «Vigor y rigor» un poco por tirar de este hilo argumental que paso a desarrollar al tratarse de dos sinfonías tan distintas, dos mundos y personalidades tan bien descritas por Luis Suñén en las notas al programa (enlazadas al inicio en los autores).

La Sinfonía nº 8 en fa mayor, op. 93 (Beethoven) mostró una plantilla generosa en la cuerda (permutando violas y chelos) pero bien equilibrada con el viento, con más vigor que rigor del esperado, con un inicio –Allegro vivace e con brio– que pareció pillarles por sorpresa, raro en un Luisi que también dirige en Dinamarca y es una de las batutas más consolidadas del panorama directorial, pero el mejor escribano echa un borrón. Algo más encajado resultó el segundo movimiento Allegretto scherzando, homenaje a su amigo Johann Mälzel, no el inventor del metrónomo como siempre se nos contó sino que se aprovechó de la idea contemporánea de Dietrich Nikolaus Winkel como bien recuerda Suñén y hasta Wikipedia), movimiento encajado cual mecanismo de reloj suizo pero sin fuego ni pasión, retomando calidades y algo de temperatura en los dos últimos, el Tempo di Minuetto con unas trompas bien templadas y el Allegro vivace final que presenta el genio de Beethoven en estado puro aunque suizos y genovés volvieron a delinear de forma pulcra, limpia pero sin poner toda la carne en el asador, calidad sonora y rigor pero solamente vigor pasando hoja. Parece que Beethoven con los suizos no cuaja ni siquiera con «La Grimaud».

Rigor y vigor lo pondría la Sinfonía nº 5 en mi menor, op. 64 (Tchaikovsky) mucho más rodada en esta gira, a diferencia de la octava y confirmando ese dicho anónimo de «no hay quinta mala», más efectivos en un despliegue instrumental puramente sinfónico, aquí agradeciendo esa amplia cuerda que permitió al viento poder lucirse en todas las dinámicas, como le apuntaba a la prensa, con «músculo en cuerpo y alma». Y es que esta quinta tiene todo para seguir siendo seguro de éxito cuando se cuenta con efectivos e inteligencia para dirigirla dadas las exigencias tanto anímicas como técnicas indicadas incluso en los propios «aires» de cuatro movimientos que parecen multiplicarse por los constantes cambios de ritmo, compás, dinámicas, texturas, en un claroscuro continuo, romántico y angustioso, vigorosa montaña rusa (y perdón por el juego de palabras) de emociones contrastadas y nada contenidas por parte de Luisi y los operísticos de Zúrich que emergieron como las grandes formaciones de foso y más contando tanta historia.

Así fueron desgranándose: El I. Andante – Scherzo: Allegro con anima, enamorando el arranque de una madera deliciosamente ensamblada y con dinámicas muy logradas antes del «alma» exigida a esa broma rápida, unos pizzicati redondos y presentes como los arcos enormes bien contestados por el viento. El conocidísimo y hasta versioneado por Sinatra II. Andante cantabile, con alcuna licenza – Non allegro – Andante maestoso de tantas indicaciones como se puedan interpretar y así lo entendió el director genovés con sus músicos atentos, bien el solo de trompa por sentido y dificultad pero sublime y emocionante Rita Karin Meier con el clarinete por sonido e intención.
San Petersburgo no era Viena pero el III. Valse: Allegro moderato con patrioso fue ruso e imperial, la firma inequívoca de los ballets del ruso con o sin foso en una nueva demostración de calidades, timbres, texturas, juego de agógicas y dinámicas para finalizar con ese inmenso hasta en el título cuarto movimiento: IV. Andante maestoso – Non Allegro – Presto Furioso – Allegro maestoso – Allegro vivace – Scherzo: Allegro con anima, de nuevo las emociones desde la música, preguntas y respuestas concisas, el equilibrio de las dinámicas donde la delicadeza también alcanza la fuerza (bien los timbales de Renata Walzyna), un director convencido de principio a hasta alcanzar el clímax emocional y sonoro, éxtasis sin descontrol con su casi instantánea respuesta de aplausos atronadores rematando una noche de claroscuros románticos, calores gélidos y hielos subyugantes.

P. D.: Fotonoticia del diario La Nueva España.