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La OSPA Grande con Bayl

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Viernes 16 de diciembre, 20:00 horas. Auditorio de Oviedo, Abono 4 «Orígenes I»: OSPA, Andreas Weisgerber (clarinete), Benjamin Bayl (director). Obras de Schubert y Mozart.

Cada visita del maestro australiano, afincado en Berlín, Benjamin Bayl (1978), es un placer para mí. Una delicia verle trabajar y cómo hace sonar a nuestra OSPA, desde sus óperas en el foso del Campoamor (Agripina o Bodas) hasta conciertos memorables como el de noviembre de 2011 o marzo de 2013, pero especialmente el de abril de 2014 que como este cuarto de abono de nuevo unía muerte y vida. Obras de dos grandes que murieron jóvenes y compusieron al final de sus cortas vidas joyas musicales en una Viena que respiraba música por todas partes aunque no siempre fuese agradecida con los genios.

Franz Schubert (1797-1828) marcaría la calidad de este cuarto de abono, comenzando con la poco escuchada obertura del «singspiel» Die Verschworenen oder der häusliche Krieg, D. 787 para una formación ideal en número, especialmente si desde el podio se mantiene el equilibrio ideal de dinámicas y planos sonoros sin sacrificar un ápice el discurrir musical. Joaquín Valdeón, autor de las notas al programa que dejo enlazadas también en los autores, analiza a la perfección esta partitura de «Los conjurados o la guerra doméstica» compuesta entre 1822 y 1823 aunque como casi toda su producción, estrenada tras su muerte nada menos que 33 años después en Frankfurt, y de la que el pintor Von Swchwind dijo tras escucharla «¡Qué profusión de talento e instinto dramático». Digna de abrir programa Bayl la afrontó de memoria y preparando a la orquesta para un concierto emotivo que sacaría de ella todas las virtudes que no siempre apreciamos: entendimiento, sonoridad plena, riqueza de matices, balances, presencias y estilo propio para un Schubert al que todavía le seguimos redescubriendo.

Pero la excelencia vendría en la segunda parte con su Sinfonía nº 9 en do mayor, D. 944 «La Grande», tres años componiéndola y descubierta entre pilas de partituras inéditas por Schumann, estrenada parcialmente en Leipzig por Mendelssohn en 1839 y ya completa en 1850 en Viena. De nuevo Valdeón escribe la génesis e historia de esta novena que en sus clásicos cuatro movimientos supone una verdadera piedra angular del sinfonismo para todas las secciones orquestales. Bayl en busca del «sonido vienés» puro por la tímbrica, no solo por la elección de los instrumentos (trompetas de llaves, flautas de madera o timbales de cobre) sino por la propia disposición (contrabajos tras los violines, violas y chelos permutados, trombones detrás de las trompas), trabajando cada movimiento independiente a la vez que unificador en empuje, tensiones y contrastes. Una maravilla ver esa batuta dibujando las entradas, aplacando con la izquierda cualquier mínimo destello fuera de lugar, dividiendo la cuerda para equilibrar dinámicas y descansar dedos preparando la máxima tensión que permitió escuchar cada sección como una sola. Limpieza en los pasajes, fraseos conjuntados, matices extremos con una tensión única frente al terciopelo deseado. El Andante-Allegro ma non troppo dejó claras las ideas esbozadas en la obertura de la primera parte, con el solo de trompa limpio y «cantabile» antes del desarrollo del primer movimiento tejido cual encaje de bolillos, colorista y vigoroso; el Andante con moto brindó momentos de empaste ideal, pianos con ritmo de marcha y emotividad del oboe bien contestado por toda la madera, pinceladas de timbales broncíneos siempre en su sitio y la cuerda sedosa; el Scherzo: Allegro vivace toda una lección instrumental del mejor sinfonismo equiparable al Beethoven idolatrado e inalcanzable del «pobre Franz», el empuje ternario, las acentuaciones, los crescendos apreciando cada nota, los cambios de aire claramente marcados, y sobre todo el Allegro vivace que derrochó valentía, buen gusto y musicalidad por doquier, heroismo y tributo a los maestros en escritura y ejecución. Es un placer comprobar la calidad y la calidez de la OSPA cuando el maestro Bayl se pone al frente, detallista, enérgicamente sutil y enamorado de la música.

De la maestría de nuestros músicos es buena prueba el papel que se les da como solistas, esta vez el clarinete Andreas Weisgerber que nos deleitó con el Concierto para clarinete en la mayor, K. 622 de Mozart, estrenado el año de su muerte y un testamento equiparable a su trilogía sinfónica final o las últimas óperas. Bayl concerta como nadie, la plantilla resultó ideal para que Weisgerber luciese presencia en la amplia gama dinámica de esta joya, el mismo idioma motívico del Allegro inicial, la ternura casi lírica del conocidísimo Adagio que volvió a ponerme un nudo en la garganta (de la cascada de toses mejor no hablar) más la cascada virtuosamente limpia y plena de musicalidad del Rondó: Allegro, el paso al frente del solista siempre querido e inspirado arropado por sus compañeros, remando en la misma dirección para dejarnos ese clasicismo único del genio de Salzburgo, que como su compañero de programa tendría que morir joven para ser reconocido. Los largos y merecidisímos aplausos a nuestro clarinete alemán desde la creación de la OSPA en 1991 premiaron esta labor de años y la posibilidad de abordar este concierto que no pasará de moda nunca.

La propina resultó un verdadero placer, sumándose a Andreas la trompa de Morató, el fagot de Falcone, la flauta de Myra Pears y el oboe de Ferriol para Requinta Maluca, tercer movimiento de «Belle Epoque in Sud-America«, obra  del brasileño Julio Medaglia que recuerda los felices años 20 con ese aire festivo y por momentos cómico que el clarinete pinta en compañía de sus amigos en un quinteto colorido de lo más agradecido. Al menos la música supone la mejor terapia en momentos de dolor y la muerte triunfa como sonora obra eterna, siempre inspiradora y aún más cuando se unen calidad, excelencia… y amistad. Gracias por este concierto que pone fin a mi año sinfónico. El Mesías del viernes 23 me pillará en tierras malagueñas aunque estaré pensando en él con m querido José Esteban G. Miranda comandando todo el conjunto, también un paso al frente de quien más ha trabajado desde el Coro de la Fundación esta página navideña que no falta en Oviedo con una OSPA para la ocasión.

Recordando a Javi Muñoz (In Memoriam)

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Mientras el jueves recordábamos a Carmen Díaz Castañón un montón de antiguos alumnos y compañeros del Instituto «Bernaldo de Quirós», contándonos historias de aquellos años felices de nuestra adolescencia, este viernes 16 de diciembre amanecía llorando por la pérdida de mi querido Javier Muñoz con apenas 59 años recién cumplidos.

Amigos desde críos, como nuestras familias, compartimos viajes en el Seat 1500 y después en un Dodge Dart de su padre Antonio Muñoz, el mayor empresario frutero de España y fundador del Polígono de Mieres donde los camiones cargados de fruta llegaban a diario para abastecernos como el slogan de sus tiendas: «Sólo de salud disfruta quien come mucha fruta». Su madre Nieves Álvarez (cuñada de Luis Noriega por su hermana Conchita), nos preparaba muchas meriendas y hasta soportó muchos conciertos en el piano de aquella casa de ensueño en la entonces calle Enrique Cangas, hoy Alfonso Camín, compartiendo profesores, primero Eladi y posteriormente en Oviedo con Mario G. Nuevo. El bachillerato nos separó entre la Academia Lastra y «el Bernaldo» pero volvimos a coincidir en clase a partir de 5º de Bachillerato donde yo era el veterano aunque Javi siempre fue mayor. Alumno brillante, ciencias puras en aquelllos últimos años de dictadura, alternando con la carrera de piano, Javi por el plan viejo, con el concierto de Chopin en 8º (aunque sin la orquesta), yo con el nuevo entre Debussy, Albéniz o las sonatas con violín de Beethoven en casa de Carlos Luzuriaga, de nuevo compartiendo mañanas de sábado. Y los fines de semana escapadas al Rancho, a Vegadotos, al Chorro si hacía buen tiempo, pero sobre todo el largo invierno trufado de guateques, porque en su casa había no solo tocadiscos con las novedades discográficas del momento (Barry White y el Sonido Filadelfia hacían estragos) sino un pedazo de salón con barra, amén de las antiguas cocheras donde jugábamos partidos de fútbol sala con las cámaras frigoríficas cual porterías. Chona, la siempre fiel «ama de llaves» más que muchacha de la familia, con el beneplácito de Antonio y Nieves, preparaba el pincheo para acompañar los refrescos, que ya nos encargábamos nosotros de darle el «toque prohibido» así como los cigarrillos, unos Sombra o Ducados, otros como Javier, siempre un sibarita, John Player Special cuando no unos Piper mentolados. Su hermano Tony ya estaba por Madrid, estudiando para Ingeniero Agrónomo.

El final del verano de 1975 finalizábamos nuestra carrera de piano, para afrontar aquel COU de Física, Química y Matemáticas, «libres» de la carga musical, que nunca lo fue para nosotros. Lo recuerdo como si fuese ayer: Javier en primera fila con su tocayo Recuero, detrás Julín y Luismi Campomanes (figura del hockey en el Patín Kiber), y en la tercera fila servidor, con Dimas Llaneza que además era zurdo y daba mucho juego en aquellos pupitres donde  hacíamos palanca en la barra delantera para elevar la silla del que teníamos delante…
Los recreos nos juntábamos «la pandilla», ciencias y letras ya recién tirado el muro que separaba chicos y chicas, aunque las escaleras seguían diferenciadas. Javier Antuña, Luis Fernando el de la Relojería Dimas, Eduardo Saracho, Alejandro Cuartas, Pepe «el mi chero» desde los seis años, Gil, «Cachito», Carlos, Isaías, Vaquero, Julio Pas, Felipe, Paco… Progres y peras porque ya empezaban a etiquetar por la forma de vestir (Jerseys de lana y botas de Segarra «frente» a Fred Perry, Pulligan y Sebagos, trenkas y loden) más que por las ideas, efervescentes pero aún difusas, siempre con la música y los chistes además de los primeros «amores», no siempre reconocidos.

Franco moriría aquel noviembre de COU y el curso 1975-76 marcaría el fin de una etapa que vivimos en primera persona, Viaje de Estudios por Barcelona, Valencia y Madrid incluido. La universidad nos esperaba a casi todos, Oviedo pero también León según la elección (Forestales o Veterinaria). Medicina esperaba a muchos, Derecho a otros, Minas para los pocos elegidos, Peritos para los que seguían tradición… Javi se fue para Químicas y yo «tirando la toalla» tras mi fracaso en junio decidí hacer Magisterio por Humanidades pese a superarlas en septiembre así como la Selectividad (luego de «la mili» tendría tiempo para cursar Historia del Arte).

Al menos los fines de semana seguíamos juntándonos, la pandilla como tal se había roto con los noviazgos que habían surgido, unos más largos que otros, pero sobre todo que nos hacíamos mayores porque éramos universitarios. La apertura del «42 Piano Bar» en la conocida calle del vicio fue un oasis para Javi y para mí porque era donde manteníamos los esperados encuentros alternando aquel piano de pared (una temporada incluso llevaron uno de cola pero ocupaba mucho) que Isauro y después Tonín y Sabino «Gelín» mantuvieron tanto tiempo, con Adriano «Chele» de barman y cantante ocasional. No faltaban las incursiones a cuatro manos como en nuestros años jóvenes, incluso en 1985 con motivo de la celebración de unas jornadas de la juventud que organizó el Casino de Mieres, nuestra «segunda casa» desde los 16 años, celebramos un concierto en el Salón de la Caja de Ahorros donde estuvo la Tuna (Javi también pasó por ella apenas un par de meses con la melódica, porque siempre fue muy responsable y estudioso, no como «el Corcheas»), un trío para la ocasión con Jami, Miguelón y quien suscribe (foto de abajo), pero por supuesto las cuatro manos repasando temas de los nuestros, El Pájaro Chogüí, Entre dos aguas y lo que se terciase, en la foto de arriba.

Los malos tiempos llegaron tristes, perdiendo lo impensable, crisis de todo tipo, y Javi comenzó a dar clases particulares de Matemáticas mientras intentaba finalizar Químicas con todo el esfuerzo extra que aquello suponía. La UNED, la Facultad de Valladolid, al fin la necesaria y deseada licenciatura. Sería reconocida su gran calidad como profesor y venían estudiantes universitarios de todas las ingenierías además de los bachilleres del Concejo. Cosas de la vida, del emporio de la fruta al poderío del conocimiento, pero sin el reconocimiento ni la suerte siempre esquiva.
Fue perdiendo a su madre, después a su padre, y ganando en alumnado, la vida aprieta, cada vez más horas de encierro y pocas de ocio.
En mi boda allá por 1991 creo que disfrutó con el encuentro de tantos amigos, se puso una pajarita que siempre le quedó bien, pero tantos años en Oviedo me hicieron perder el contacto que quedaba reducido a alguna escapada nocturna los sábados. Cierto que tenía noticias, su afición a la Coca Cola desde los tiempos de nuestra vecina Felita, que compraba por botellones, a las chuches, al tabaco en proporciones nada saludables.
Volví a vivir a Mieres va hacer ahora 19 años, pero Javi salía poco, cada vez menos. Había tenido un ictus y me lo encontraba muy desmejorado, sería el mes de mayo pasado. No volví a verle aunque las noticias seguían llegándome por amigos y compañeros, nada halagüeñas para alguien todavía joven. Ayer recordábamos los tiempos felices del Bernaldo, y hoy la vida me daba otra bofetada con la noticia de su muerte en casa, solo, creo que un infarto rápido, sin sufrimiento físico pero con la inmensa tristeza de la soledad. Me sentí triste, vacío, mal amigo por dejar la cita siempre para otro día, insistirle, llamarle, charlar y rejuvenecer con los recuerdos. «Las sevillanas del adiós» son perfectas para esta despedida:

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va…

Javier Muñoz Álvarez, nuestro querido Javi, que «El Lago de Como» (C. Galos) que era tu melodía preferida e interpretabas como nadie con aquellas manos de largos dedos, siempre por mí envidiadas, sea el descanso merecido porque seguirás vivo en nuestro recuerdo. Este sábado a la una del mediodía te despediremos cristianamente en «nuestra iglesia» de San Juan.

DESCANSA EN PAZ amigo.

Foto cortesía de Pedro Martínez Cruz: